Boris Johnson

(Texto publicado en junio de 2019. Véase nota de actualización)

En el agitado devenir británico de la segunda década del siglo viene fulgurando, envuelto siempre en polémica, imprevisible y errático, Boris Johnson, hoy otra vez aspirante a liderar el Partido Conservador y por ende a convertirse en primer ministro del país. Como paladín del abandono de la UE por el Reino Unido en el histórico referéndum de 2016, saldado con la victoria del Brexit, Johnson fue el principal instigador de una desconexión nacional que, transcurridos tres años ya, no ha podido materializarse por el boicot de, precisamente, los disidentes del conservadurismo más radicalmente euroescépticos, de los que él es preclaro exponente. Entre tanto, este tortuoso proceso ha sepultado a dos primeros ministros de su propio partido, ha puesto en riesgo el capital político del mismo y ha sumido la política y la sociedad británicas en un estado de desorden y división como no se recuerdan. Ahora en 2019, Johnson retorna con brío al primer plano dispuesto a rematar el interminable Brexit sin más demoras y dar cumplimiento a la voluntad expresada por los electores con las necesarias dosis de "valentía, claridad y resolución".

ENTRE EL ÉXITO Y LA CONTROVERSIAPrimero periodista influyente que contribuyó a dar alas al movimiento euroescéptico británico, luego alcalde de Londres (2008-2014) organizador de unas Olimpiadas montado en bicicleta y desde 2015, por segunda vez, miembro de la Cámara de los Comunes, Johnson siempre ha sido un político tory alejado de convencionalismos y marcadamente informal. De verbo espontáneo y vitriólico, con salidas extravagantes rayanas en lo bizarro, amigo de las humoradas, con una turbulenta vida sentimental y poseedor de un físico peculiar —pelo blondo alborotado y una eterna expresión de pillo en el rostro—, Boris, como familiarmente le llaman sus paisanos, igual ha dejado aflorar enfoques elitistas de ex alumno de Eton y despectivos con las minorías que se ha proclamado favorable a la inmigración y defensor del orgullo gay.

Durante años expuso un euroescepticismo ambiguo y desprovisto de carga emocional, tanto que algunos veían en él un mero oportunista y no un euroescéptico genuino. Él suele describirse como un "libertario" contrario a las regulaciones del mercado que tiene como héroe a Churchill y que, lejos de abrazar el derechismo thatcherista, comulga con el concepto One-Nation Tory, tradición de pensamiento de los conservadores que aúna pragmatismo y compromiso social con el estado del bienestar. Por otro lado, las comparaciones con Donald Trump, con quien ha intercambiado elogios, son frecuentes.

En febrero de 2016, tras años animando la escena nacional con su estilo pintoresco y su rivalidad apenas disimulada con David Cameron, al que superaba con mucho en carisma y popularidad, Johnson sacudió el tablero político al anunciar su adhesión al Vote Leave, la campaña de los contrarios a la permanencia en la UE para el trascendental referéndum in-out convocado para el 23 de junio por el primer ministro, quien luego de obtener de las instituciones de Bruselas una serie de concesiones soberanistas reclamó a los electores que votaran por el Remain. Las "reformas concretas" arrancadas por Cameron en las áreas de gobernanza económica, competitividad y libre circulación de trabajadores comunitarios le parecían insuficientes, así que Johnson pasó a enarbolar con brío la bandera del Brexit, con lo que se ponía a navegar en el mismo barco que otros importantes exponentes del ala más nacionalista del campo tory y que el populista UKIP de Nigel Farage.

Dejando atrás cualquier reserva o moderación, Johnson desplegó una retórica de ecos eurófobos y chovinistas, y tocó a rebato contra la "colonización" y la "absorción" del Reino Unido por una UE embarcada en un proyecto de integración "auténticamente federal" que llegó a comparar con el imperio nazi de Hitler. Al mismo tiempo, tachó de exageradas las advertencias por Cameron de ruina económica para las Islas si al final se imponía la marcha de la UE, y se mostró convencido de que al país le iría mejor asociándose a sus vecinos del continente con vínculos de libre comercio y "cooperación política". Es decir, nada de ceder soberanía a estructuras supranacionales y solo relaciones intergubernamentales plenamente autónomas, como antes de 1973. El factor Boris se hizo notar en la consulta del 23-J y tras la misma el ex alcalde presentó su envite para suceder al dimitido Cameron. Sin embargo, a últimos de junio, en plena competición interna, Johnson se vio "traicionado" por su colega Michael Gove, otro destacado brexiter, quien lanzó su propia candidatura e indujo al favorito a autodescartarse. Al final, el liderazgo partidario y la jefatura el Gobierno se los llevó la secretaria del Interior, Theresa May.

Una vez en Downing Street, May, en otro movimiento sorpresa, repescó a Johnson para el Gabinete dándole una cartera de postín, la Secretaría de Asuntos Exteriores, acaso en un intento de neutralizarlo como adversario al acecho. Como titular del Foreign Office, Johnson enriqueció su historial de controversias y sobre todo, aun careciendo de competencias en las negociaciones con Bruselas, puso serias objeciones a cómo estaba conduciendo May el proceso de salida. La divulgación por el Gobierno en julio de 2018 de una propuesta de Brexit suave, preservando una estrecha relación comercial con la UE, esquema que él calificó de "semi-Brexit", le llevó a dar portazo al Gabinete. El dimisionario esgrimía su propio plan de retirada total, con el Reino Unido fuera también del Mercado Interior y la unión aduanera de la UE, el cual brindaría al país un "glorioso" futuro post-Brexit fiado a una urdimbre mundial de tratados bilaterales de libre comercio.

Desde su escaño en Westminster, Johnson se sintió más libre para disparar a discreción contra el "desastroso", "alocado" y "sadomasoquista" plan de salida de May, pactado finalmente con Bruselas en noviembre de 2018 y que establecía la rescisión de la membresía de la UE para el 29 de marzo de 2019. La guerrilla política de Johnson galvanizó a los diputados rebeldes del partido y contribuyó con mucho a agudizar la debilidad de May, oficialmente en minoría parlamentaria desde las elecciones adelantadas —craso error de cálculo de la primera ministra— de 2017 y cada vez más acorralada por el reguero de renuncias de miembros del Gobierno. Ni las concesiones ni las enmiendas a la desesperada libraron a May de una extenuante sucesión de derrotas en los Comunes, donde los tories disidentes y los laboristas, por distintos motivos, tumbaron el Acuerdo de Retirada en tres votaciones consecutivas entre enero y marzo de 2019.

La fecha del 29 de marzo pasó con el Reino Unido dentro de la UE; esta se resignó a conceder a Londres una primera prórroga hasta el 22 de mayo y luego una segunda hasta el 31 de octubre; los conservadores fueron arrollados —caída al quinto puesto— en las elecciones europeas del 23 de mayo, no previstas en principio y ganadas por el Brexit Party de Farage; y en la jornada siguiente, por último, May, poniendo fin a un agónico fracaso personal, anunció su dimisión para el 7 de junio.

Consumado el desaguisado nacional y luego también de ahorrarse la eventual postulación rival del diputado euroescéptico Jacob Rees-Mogg, Johnson, al igual que en 2016 y de nuevo partiendo como favorito, se ofreció para liderar y unir a los conservadores, a pesar de que no pocos de entre ellos le negaban aptitudes ("unfit for the job") para ser primer ministro. Al frente de la campaña BackBoris, Johnson, quien tendría que batirse con una decena de contrincantes, Michael Gove y el secretario de Exteriores Jeremy Hunt inclusive, en un prolija serie de votaciones y eliminatorias a culminar en julio, y de paso citado a declarar ante un juez por haber "mentido" a los votantes del referéndum con "demagogia" y "engaños", promete que el Brexit será un hecho al concluir octubre y que de ninguna manera habrá más retrasos. Asegura que prefiere una retirada ordenada vía "renegociación" con Bruselas, aunque tampoco excluye, si no hay más remedio, una salida sin acuerdo.

Nota de actualización: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 26/6/2019.

Boris Johnson fue elegido líder del Partido Conservador el 23/7/2019 y al día siguiente sucedió como primer ministro a la dimitida Theresa May. El Partido Conservador ganó con mayoría absoluta las elecciones generales del 12/12/2019, tras lo cual, el 16/12/2019, Johnson alineó un nuevo Gobierno. A las cero horas del 1/2/2020, al cabo de casi tres años de arduas negociaciones con Bruselas y un proceso legislativo tremendamente accidentado en la Cámara de los Comunes, el Reino Unido dejó de ser Estado miembro de la UE tras 47 años de pertenencia con la entrada en vigor del Acuerdo de Retirada del Brexit. Al mismo le siguió un período de transición de 11 meses, en el cual el Reino Unido siguió formando parte del Mercado Interior Único y la Unión Aduanera, y que a su vez concluyó el 31/12/2020; al día siguiente, entró en vigor de manera provisional el nuevo Acuerdo de Cooperación y Comercio (TCA) entre la UE y el Reino Unido.

El 6/6/2022 Johnson, por 211 votos contra 148, sobrevivió a una moción de confianza del grupo parlamentario de los Comunes provocada por la censura de un sector del partido en el contexto del escándalo conocido como «Partygate». El 7/7/2022 Johnson, confrontado a una avalancha de renuncias de miembros del Gobierno descontentos por su gestión del nuevo escándalo en torno al parlamentario Chris Pincher, anunció su dimisión como líder del Partido Conservador, aunque con la intención de continuar siendo primer ministro hasta la elección por el partido de un nuevo líder. El 5/9/2022 el Partido Conservador se decantó por la secretaria de Exteriores, Liz Truss, quien al día siguiente sucedió asimismo a Johnson en la jefatura del Gobierno.

1. De las redacciones de prensa a la Cámara de los Comunes
2. Un alcalde de Londres excéntrico y popular
3. Aspirante oficioso al liderazgo tory y presiones euroescépticas a David Cameron
4. El referéndum de 2016: heraldo del Brexit e inesperado paso atrás
5. Polémico secretario del Foreign Office con Theresa May
6. Discrepancias con May sobre el plan del Brexit y abandono del Gobierno

1. De las redacciones de prensa a la Cámara de los Comunes

Hijo de un matrimonio inglés de clase media-alta, su madre, Charlotte Fawcett Wahl, le alumbró en 1964 en Nueva York, en cuya Universidad de Columbia el padre, Stanley Johnson, tomaba entonces clases de Economía. En el niño, que obtuvo la doble nacionalidad, británica y estadounidense (conservada hasta el día de hoy), convergían ancestros de lo más variados: además de ingleses, tenía antepasados turcos, suizos, alemanes, franceses, norteamericanos y ruso-judíos. Los Johnson regresaron a Gran Bretaña cuando Boris tenía tres meses de vida, pero en 1966 volvieron a Estados Unidos y se instalaron en Washington D.C., donde a Stanley le había salido un contrato de operario del Banco Mundial. Posteriormente, movieron su residencia a Connecticut. El trasiego transatlántico de la familia, incrementada con el nacimiento de dos hermanos, Rachel y Leo, concluyó en 1969, fecha en que sus cinco miembros se mudaron a una casa de campo en el condado de Cheshire, hogar temporal antes de establecerse en el distrito londinense de Maida Vale.

Boris cursó la educación primaria en el Primrose Hill Primary School y en 1973 prosiguió sus estudios en la European School de Bruselas, pues el padre ahora se ganaba la vida como funcionario de la Comisión Europea en la capital belga. En 1975 continuó las clases en la Ashdown House de East Sussex, una estricta escuela preuniversitaria aislada en la campiña inglesa y que mantenía a pies juntillas la tradición del castigo corporal a los alumnos díscolos.

De allí pasó, con la ayuda de una beca, al célebre y elitista Eton College, donde tuvo de compañeros de aula a muchachos de extracción social elevada. Lejos de quedar arrinconado por tratarse de un middle-class, Johnson fue un alumno popular en Eton debido a su personalidad expansiva y a su comportamiento "extravagante", rasgos de conducta que años después tanta notoriedad iban a reportarle como político. Brillante en Letras y muy flojo en Ciencias, el futuro alcalde de Londres dejó Eton en 1981 haciendo sus pinitos periodísticos en el órgano de prensa del colegio, The Chronicle. Para entonces, sus progenitores ya estaban divorciados, al parecer a causa de las constantes infidelidades maritales de Stanley Johnson, quien ahora mismo servía como eurodiputado del Partido Conservador en el Parlamento de Estrasburgo.

En 1983, al cabo de un año de práctica profesional como docente de Literatura Inglesa y Latín en una escuela privada de Australia, el joven, de nuevo gracias a una beca, emprendió en el Balliol College de la Universidad de Oxford la carrera Literae Humaniores, una titulación de cuatro años de duración centrada en el estudio de los Clásicos de Grecia y Roma. Una vez en Oxford, Johnson, luciendo un peculiar físico de enfant terrible que al cumplir su quinta década de vida iba a mantener sorprendentemente intacto —rostro rubicundo, abundante pelo amarillo claro, casi blanco, lacio y alborotado, expresión pícara en sus poses fotográficas— no tardó en hacerse notar como jugador de rugby, editor de la revista satírica Tributary, y, sobre todo, secretario y presidente de la sociedad de debate académico Oxford Union.

Asimismo, fue admitido en el Bullingdon Club, un club de estudiantes tan exclusivo como dado a cometer actos de vandalismo; dirigido por antiguos alumnos de Eton, los llamados Old Etonians, el Bullingdon era (y es) famoso por los escandalosos banquetes alcohólicos y jaranas extraescolares de sus miembros, que tenían por costumbre destrozar los restaurantes donde cenaban para luego abonar al contado los desperfectos al dueño del local. Del Bullingdon Club pasaron a ser miembros otros dos estudiantes de Oxford unos años más jóvenes que Johnson y que también serían famosos así como colegas de generación en el Partido Conservador, David Cameron y George Osborne. Muchos años después, Johnson iba a abominar de tan "vergonzoso" club estudiantil.

En 1987 Johnson terminó los estudios de Literae Humaniores con buena nota, pero, para su disgusto, no recibió la máxima calificación, los first-class honours. Ese mismo año contrajo matrimonio con Allegra Mostyn-Owen una joven de clase terrateniente, hija del historiador de arte etoniano William Mostyn-Owen, a la que había empezado a cortejar en Oxford. La pareja no iba a alumbrar descendencia y la relación conyugal acabaría yéndose a pique en 1993. Por el momento, recién casado e instalado con su esposa en Londres, Johnson empezó a trabajar en una firma de consultoría de gestión, pero a los pocos días le dijo a su jefe que se marchaba porque no era esa la actividad que quería desarrollar.

Su vocación era el periodismo, y antes de terminar 1987 consiguió un contrato de reportero en prácticas en la plantilla del diario de línea conservadora The Times. No mucho después, el periodista neófito publicó un reportaje sobre un hallazgo arqueológico que podía corresponder a la residencia palaciega del rey Eduardo II de Inglaterra, al que añadió una cita textual inventada que atribuyó al historiador Colin Lucas, docente en el Balliol College y a la sazón su padrino. Los vínculos personales con Johnson no prevalecieron sobre el rigor académico de Lucas, que protestó por la falsa atribución. Comprensiblemente enfadado, el gerente de The Times despidió sin contemplaciones a Johnson, el cual iba a revelar este episodio de juventud en una entrevista concedida en 2002; según él, esta había sido su "mayor cagada" ("my biggest cock-up").

Su siguiente incursión periodística, en The Daily Telegraph, tuvo mucho más recorrido. Desarrollando un estilo de redacción propio, lleno de licencias retóricas y toques informales, Johnson se especializó en política europea y en 1989 fue asignado a la corresponsalía del periódico en Bruselas, donde se encargó de cubrir la actualidad informativa de la Comisión Europea, que entonces presidía Jacques Delors. Corrían los últimos días del liderazgo de Margaret Thatcher y el corresponsal británico no disimulaba sus ideas euroescépticas, que exponía en sus artículos con vehemencia y sarcasmo, a veces hirientes con las figuras de Delors y otros líderes identificados con la corriente europeísta federalista.

La labor de prensa del veinteañero alcanzó repercusión en el Reino Unido y hasta mediatizó la pelea instalada en el Partido Conservador desde antes del golpe interno que descabalgó a Thatcher y colocó en su lugar a John Major en noviembre de 1990, con las facciones tories eurófila y euroecéptica aireando sus diferencias irreconciliables en demérito de sus opciones electorales frente al Partido Laborista de Tony Blair. En cuanto a su vida privada, esta tomó un nuevo rumbo en 1993 con el divorcio de Allegra y las segundas nupcias con la abogada Marina Wheeler, una amiga de la infancia. Con Marina, Johnson iba a tener hasta 1999 cinco hijos, dos chicas y tres chicos.

En 1994 Johnson dejó su puesto en Bruselas y regresó a las redacciones centrales del Telegraph en Londres para realizar funciones de editor adjunto y columnista político. En el lustro siguiente, el periodista adquirió una reputación de francotirador de la pluma que no barría claramente para ningún partido y que podía criticar mordazmente a cualquiera haciendo gala de un escaso sentido de la corrección política, a veces teñido de insinuaciones racistas y homófobas.

A pesar de su autonomía opinadora, Johnson se situaba en la órbita del Partido Conservador, donde sus crónicas y columnas eran muy leídas y ejercían una considerable influencia, y ya en su etapa de corresponsal en Bruselas se consideró preparado para emprender una carrera política en sus filas. En 1993, al filo de la treintena, hizo saber que le encantaría ser candidato al Parlamento Europeo en las elecciones de 1994. La apuesta fue acogida por la dirección tory con frialdad, si no con rechazo, este bien patente en el caso del primer ministro Major, quien encontraba irritante la fuerte carga euroescéptica que el periodista imprimía a sus textos, pero luego Johnson se las arregló para que le permitieran representar a los conservadores en la elección parlamentaria por Clwyd South, una circunscripción galesa de nuevo cuño que estaba considerada un baluarte inexpugnable de los laboristas.

De entrada, muchos aspirantes tories podían considerar Clwyd South un distrito bien poco atractivo, pero Johnson concibió esta empresa perdida de antemano como un buen entrenamiento político. Su derrota apabullante por 35 puntos de diferencia a manos de su adversario laborista en las elecciones de mayo de 1997 era un dato irrelevante que debía enmarcarse en la derrota nacional del Partido Conservador tras 18 años en el Gobierno y la llegada al 10 de Downing Street de Blair y su New Labour.

En 1999 Johnson fichó por The Spectator, la revista semanal con más solera del país, próxima al Partido Conservador y editada también por el Telegraph Media Group, donde entró como redactor jefe y con una columna regular propia. El comentarista siguió llamando la atención por su estilo vivaz y sus enfoques variados, que tanto podían virar al nacionalismo conservador y coquetear con el populismo, como mostrarse liberales y progresistas en determinados temas. Temporalmente, aparcó sus ambiciones de convertirse en miembro de la Cámara de los Comunes, aunque reforzó su personalidad mediática con una serie de participaciones en shows televisivos, de las que no le faltaban ofertas por su presencia un tanto estrafalaria y su verbo suelto. Para un sector del público y no pocos miembros del Partido Conservador, Johnson era un periodista poco riguroso tendente a la demagogia y la frivolidad.

El redactor jefe de The Spectator, sin embargo, estaba decidido a hacerse un hueco en la política de Westminster. La oportunidad le llegó en las elecciones de junio de 2001, ostentando el liderazgo tory William Hague, otro oxfordiano. Johnson fue seleccionado para defender la circunscripción de Henley, Oxfordshire, hasta ahora representada en los Comunes por el famoso Michael Heseltine, antiguo secretario de Defensa y viceprimer ministro, icono del ala más liberal del partido, quien se jubilaba tras 27 años de mandato. Se trataba de un escaño seguro (safe seat) y Johnson no tuvo problemas en retenerlo para el partido con el 46% de los votos. En los Comunes, el periodista hábil con la pluma, que no dejó de serlo porque continuó escribiendo para The Spectator, The Daily Telegraph y el semanario neoyorkino GQ, y locuaz en los platós de la televisión demostró estar bastante verde como orador parlamentario de la bancada opositora al Gobierno Blair.

El sucesor del dimitido Hague como líder del partido, el thatcherista Iain Duncan Smith, no obstante tratarse de uno de los más preclaros voceros del euroescepticismo tory, mantuvo marginado a Johnson de su Shadow Cabinet en los Comunes porque el parlamentario por Henley, de manera sorprendente para muchos, había apoyado la candidatura rival del europeísta Kenneth Clarke para tomarle el relevo a Hague, y porque ahora, cosa insólita, se dedicó a lanzar dardos contra su jefe de filas desde su columna en The Spectator . En noviembre de 2003, meses después de realizar Johnson un viaje al Bagdad ocupado del que tres años después, a la luz de la desastrosa situación que vivía Irak, iba a declararse arrepentido ("fue un error colosal y una fatalidad", diría entonces, en otra de sus llamativas palinodias), Duncan Smith fue obligado a marcharse al perder una moción de censura interna.

El nuevo líder del partido, Michael Howard, se apresuró a promocionar a Johnson, cuya popularidad tirando a heterodoxa consideraba valiosa para los tories en tiempos de travesía del desierto en la oposición, nombrándole vicepresidente orgánico con la misión de supervisar la campaña electoral para las próximas elecciones legislativas. Al poco, en mayo de 2004, Howard reorganizó su Shadow Cabinet y Johnson fue vinculado al mismo como portavoz de Arte, un puesto de todas maneras menor. Sin embargo, Johnson no perdió su capacidad para meterse en líos y crearles situaciones comprometidas a sus superiores. En octubre de 2004 Howard le obligó a ir a Liverpool y emitir una disculpa pública por haber publicado en The Spectator un artículo de otro periodista en el que el autor, empleando pseudónimo, hacía responsables de la mortal avalancha humana de 1989 en el estadio de fútbol de Sheffield a los propios forofos víctimas de la tragedia, hinchas del Liverpool, y añadir, sin venir a cuento, que los ciudadanos de Liverpool confiaban demasiado en el estado del bienestar.

A las pocas semanas, varios tabloides británicos publicaron que Johnson, padre con Marina Wheeler de una prole de cinco niños, mantenía desde hacía cuatro años un idilio extramarital con una articulista de su revista, Petronella Wyatt, a la que había dejado embarazada, antes de decidir ella abortar. La reacción inicial de Johnson fue refutar la revelación, tachándola de "pirámide invertida de bobadas", pero una serie de testimonios familiares —la madre de Wyatt— terminaron por corroborar los hechos. Johnson no tuvo más remedio que admitir que había mentido. Irritado por cómo había llevado este escándalo, explotado con deleite por caricaturistas y satíricos sociales, Howard castigó a Johnson destituyéndole como vicepresidente del partido y shadow minister de Artes.

Las elecciones parlamentarias de mayo de 2005 fueron como un borrón y cuenta nueva para Johnson. Reelegido en Henley con el 53,2% de los votos al tiempo que su partido arañaba unos pocos sufragios y seguía sin poder doblegar al laborismo, pese a su desgaste, de Blair, a finales de aquel año retornó al front bench conservador de la mano del nuevo líder en lugar de Howard, David Cameron, su antiguo compañero en Eton y en el Bullingdon Club, el cual le otorgó el puesto de shadow minister de Educación Superior, que él mismo había desempeñado hasta entonces. Fuera del Parlamento, Johnson dejó sus labores editoriales en The Spectator por decisión de su nuevo director, pero siguió escribiendo para The Daily Telegraph, que le pagaba unas 5.000 libras por columna. También, continuó cultivando su faceta de personalidad televisiva. Por otra parte, intentó, infructuosamente, ser elegido rector de la Universidad de Edimburgo.

Incapaz de mantenerse fuera de los titulares por mucho tiempo por un motivo u otro, pero invariablemente por algo ajeno a la política, en 2006 el parlamentario no desmintió la información de que tenía un affair con la periodista Anna Fazackerley y de paso ocasionó una protesta de las autoridades de Papúa-Nueva Guinea al trazar, desde su columna del Telegraph, una gráfica analogía entre la rapidez con que se cambiaba de líder en su partido y la práctica por las tribus aborígenes de la isla austral de "orgías de canibalismo y matanza de jefes". Aquel mismo año, su anterior amante, Petronella Wyatt, arremetió contra él presentándole como un adicto al sexo que padecía "satiriasis" y que era "bien capaz de pasar de una mujer a otra en el espacio de una tarde". Posteriormente, en abril de 2007, Johnson indignó al Ayuntamiento de Portsmouth al describir en un artículo para GQ a la ciudad portuaria como "una de las más deprimidas del sur de Inglaterra, un lugar que podría decirse que está lleno de drogas, obesidad, bajo rendimiento y parlamentarios laboristas".


2. Un alcalde de Londres excéntrico y popular

En julio de 2007 Johnson, previa aceptación del envite por Cameron y, de manera resignada, por otros dirigentes tories que tendían a verle como un personaje bufonesco y no le tomaban en serio, lanzó su precandidatura al puesto de alcalde de Londres, oficina que desde su creación en 2000 por el Gobierno Blair titularizaba el laborista Ken Livingstone, apodado Red Ken por sus ideas muy orilladas a la izquierda.

En la primaria celebrada en septiembre siguiente, los afiliados conservadores del Gran Londres otorgaron la candidatura a Johnson por una abrumadora mayoría frente a tres competidores internos. A continuación, el opositor pasó a contender con Livingstone en una campaña electoral donde no tuvo inconveniente en admitir que en sus años de estudiante había consumido cannabis y cocaína. Las salidas frívolas, las formas excesivamente informales, las constantes humoradas y las meteduras de pata, involuntarias o teatrales, del melenudo aspirante conservador no hicieron mella, antes al contrario, en su considerable popularidad. Livingstone le consideraba un adversario peligroso y el 1 de mayo de 2008, en efecto, Johnson derrotó al alcalde reeleccionista con el 53,2% de los votos.

En su primer mandato municipal de cuatro años, inaugurado el 4 de mayo de 2008, Johnson no dejó una impronta de realizaciones destacada, aunque su fama personal ganó muchos puntos. Como ya venía siendo habitual en él, generó más noticias por sus chascarrillos, lapsus y arranques de informalidad (amén de nuevos chismorreos sobre sus líos de faldas, hijo secreto incluido) que por sus medidas como edil, que en la práctica se revelaron bastante continuistas del sistema de gobierno instaurado por Livingstone. Su innovación más comentada fue el ambicioso servicio municipal de préstamo de bicicletas, en realidad ya concebido por Livingstone, que generó mucha publicidad, con el alcalde moviéndose pintorescamente de un lado para otro a dos ruedas sobre el sillín.

También, procuró remover los estigmas endilgados sobre que era un elitista y un intolerante con las minorías, apoyando sin reservas el salario vital para los londinenses con ingresos bajos instituido por Livingstone, declarándose favorable a que las autoridades hicieran la vista gorda con los inmigrantes indocumentados y dejándose ver en los desfiles del Orgullo Gay. Una de sus decisiones más aplaudidas fue encabezar personalmente, entre 2008 y 2010, la Autoridad Policial Metropolitana para mejor supervisar la lucha contra la delincuencia común y el crimen organizado.

La proyección política nacional de Johnson no podía sino aumentar desde el momento en que Cameron batió al laborista Gordon Brown en las elecciones parlamentarias del 6 de mayo de 2010. Cameron trajo de vuelta a los conservadores al Gobierno británico tras un largo paréntesis opositor de 13 años y su triunfo, si bien incompleto, pues el partido no alcanzó la mayoría absoluta en los Comunes y hubo de coaligarse con los liberaldemócratas de Nick Clegg, debía mucho al éxito logrado dos años atrás en el Gran Londres por Johnson, quien de esta manera había actuado como heraldo.

De entrada, Johnson, siempre atento a no perder su conexión espontánea con el ciudadano de a pie y su vecindario, guardó las distancias del programa de recortes y austeridad diseñado por Cameron y el canciller del Exchequer, George Osborne, para embridar el desorbitado déficit público y avanzar hacia el equilibrio presupuestario, plan que concitó un fuerte rechazo social. Johnson ya había tenido que lidiar con los disturbios callejeros de abril de 2009 cuando la Cumbre del G20 y ahora, a lo largo de 2010 y 2011, se topó con varias olas de protestas protagonizadas sucesivamente por los estudiantes, los movimientos sociales antiausteridad y finalmente por partidas de jóvenes violentos de los distritos londinenses de clase trabajadora, donde los residentes convivían a diario con la precariedad económica, la delincuencia y las tensiones raciales.

En agosto de 2011 el Ayuntamiento de la capital británica fue puesto en jaque por la caótica espiral de enfrentamientos, incendios y saqueos desatada en el barrio norteño de Tottenham, perteneciente al municipio de Haringey, a raíz de la muerte de un disparo del joven Mark Duggan cuando agentes de la Policía Metropolitana intentaban detenerle como sospechoso de la comisión de un delito. La escalada de violencia descontrolada, que incluyó por parte de los alborotadores algunos episodios de vandalismo y brutalidad especialmente abominables, se propagó a otras ciudades de Inglaterra y en total hubo que lamentar cinco muertos y cientos de heridos.

Por otro lado, Johnson, aunque por el momento mantenía bajo sordina sus opiniones sobre esta sensible materia, estaba adherido al ala euroescéptica, siempre potente y ahora mismo en pleno auge, del Partido Conservador, al que desde la derecha nacionalista y populista azuzaba el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) de Nigel Farage, cuyo mantra era el abandono irrestricto de la UE, unilateralmente y sin demora. Si bien el alcalde no entró en polémicas personales con su superior partidista salvo cuando los disturbios de 2011, aprovechados por el primero para criticar los recortes aplicados por el segundo en la Home Office, y de hecho podían obsequiarse mutuamente con elogios, Cameron y Johnson, pese a compartir almae matres y militancia partidista, tenían poco en común. No solo no sintonizaban en la manera de entender la política, sino que se veían a sí mismos como rivales. Para la opinión pública británica, no cabía ninguna duda de que el edil londinense albergaba las más altas ambiciones.

Cameron, además de hacer frente a las dificultades que entrañaba aplicar el paquete de ajustes económicos y entenderse con su reacio socio liberaldemócrata del Gobierno, el viceprimer ministro Clegg, acusó la falta de apoyó por parte del influyente Johnson a la hora de encajar varapalos como el escándalo de las escuchas telefónicas del News of the World, la rebeldía abierta de numerosos parlamentarios tories que le desairaban votando en contra de varias de sus iniciativas en Westminster, y el baldío intento de bloquear el Pacto Fiscal Europeo impuesto a la Eurozona por Alemania.

Johnson se presentó a la reelección como regidor de Londres en las votaciones municipales del 3 de mayo de 2012 envuelto en la nube de anécdotas personales, extravagancias y declaraciones chuscas con la que sus paisanos ya estaban acostumbrados. Nuevamente se midió con Livingstone, al que acusó de evadir impuestos, y nuevamente le batió, aunque el veterano político laborista no se lo puso fácil: con el 51,5% de los votos, le superó por solo tres puntos. Johnson estrenó su segundo mandato del alcalde reiterando las promesas de desplegar más policías en las calles y, esta de difícil cumplimiento al encontrarse la economía nacional en recesión, crear 200.000 puestos de trabajo en los próximos cuatro años.

Pero el gran examen y la ocasión para lucirse los pusieron los XXX Juegos Olímpicos, que Londres iba a acoger del 27 de julio al 12 de agosto de 2012. El magno evento deportivo, que seguía la estela de los Juegos londinenses de 1908 y 1948, tuvo un desarrollo impecable y fue un escaparate inmejorable del modelo urbano del que Johnson se mostraba tan orgulloso, el de una megápolis moderna ajustada a los más exigentes criterios de sostenibilidad y habitabilidad, y que conducía con eficacia los procesos naturales de transformación y regeneración, como el que estaba afectando al East End. Los distritos comerciales y financieros bullían de nuevas y sofisticadas construcciones ultramodernas, aunque algunas de las siluetas del progresivamente americanizado skyline de la City y los barrios circundantes no eran del gusto de todos; fue, por ejemplo, el caso de The Shard, el imponente rascacielos de 300 metros de altura y estilo neofuturista inaugurado en 2013.

El 1 de agosto, con los Juegos ya iniciados, Johnson protagonizó una situación bizarra e hilarante que gracias a su invencible sentido del humor no le resultó desagradable o embarazosa: colgado de la tirolina del Victoria Park para promocionar un festival de conciertos y actividades deportivas, el alcalde, trajeado y con un casco de seguridad azul, empezó a deslizarse por el cable agitando un par de banderitas británicas hasta que, a pocos metros del final, la polea se atascó, dejándole suspendido en el aire metido en su arnés, con las banderas en las manos y los calcetines blancos asomados bajo la pernera del pantalón; al cabo de unos minutos, Johnson pudo tomar suelo sin dejar de hacer comentarios graciosos ("traedme una cuerda o una escalera", pidió) y entre los vítores de la regocijada concurrencia, que inmortalizó el momento con sus cámaras.


3. Aspirante oficioso al liderazgo tory y presiones euroescépticas a David Cameron

El peso específico de Boris, como familiarmente tendían a llamarle los comentaristas y colegas de Westminster, en la política británica y sus peculiares relaciones con Cameron adquirieron una nueva dimensión en 2013. En marzo de aquel año, Johnson, por vez primera, admitió que "le gustaría" ser primer ministro "algún día", por más que considerase esa ocupación "muy, muy dura". En la misma entrevista, concedida a la BBC 2 para un reportaje sobre su persona titulado Boris Johnson: The Irresistible Rise, el alcalde puntualizaba que aquel escenario, de todas maneras, "no iba a poder ser". En la víspera de la emisión del documento, Johnson fue al plató del programa televisivo The Andrew Marr Show, de la BBC 1, con la intención de darse más autobombo, pero su incisivo entrevistador, el periodista Eddie Mair, le dejó en evidencia sacando a relucir dos sonadas "mentiras" de su pasado, la cita inventada cuando escribía para The Times en los ochenta y el mentís de su lío extraconyugal con Petronella Wyatt en 2004.

Antes de todo esto, en enero, Cameron había colocado el curso político en una suerte de zafarrancho al anunciar su intención de convocar para antes de finales de 2017 un referéndum no vinculante en el que el pueblo británico podría pronunciarse sobre su deseo de que el Reino Unido permaneciera en la UE o por el contrario la abandonase, poniendo entonces fin a la experiencia comunitaria iniciada en 1973 por voluntad del primer ministro conservador de entonces, Edward Heath. Al formular tan trascendental consulta, el primer ministro salía al paso de las fortísimas presiones del ala más radicalmente euroescéptica de su partido, argumentando que él no era "un aislacionista británico" y que solo pretendía obtener de las instituciones de Bruselas "un mejor trato para Gran Bretaña".

Eso sí, su anuncio Cameron lo envolvió de duras críticas a la UE, a la que atribuyó perniciosas rigideces a la hora de responder a los desafíos del mundo globalizado. Competitividad y desregulación en el Mercado Interior Único, restricciones a la movilidad de los trabajadores comunitarios, gobernanza económica y preservación de la soberanía nacional frente a una mayor integración política eran los ejes de la negociación que Cameron pensaba arrancar a Bruselas antes de celebrar el referéndum en casa y solicitar el sí a la permanencia.

En esta ocasión, Johnson, experto en causar sorpresa, se permitió adoptar un tono algo más sutil que Cameron con respecto a Europa. Si bien apoyaba la intención del primer ministro de basar la relación del Reino Unido con la UE fundamentalmente en "el libre comercio y la cooperación política", sin transferencias de soberanía a autoridades supranacionales y construcciones federalistas, él no creía que el portazo a la UE "sirviera para resolver los problemas del Reino Unido". Ambiguo, el alcalde no dijo claramente por qué se decantaba, si por el in o por el out. Más de un año después, en agosto de 2014, Johnson se desdijo de sus anteriores declaraciones sobre que no buscaría el retorno a los Comunes mientras fuera alcalde con el anuncio de que pensaba optar al escaño seguro de Uxbridge y South Ruislip, circunscripción del Gran Londres, en las elecciones generales de 2015.

En abril de ese año, tras comunicar su intención —que luego no materializó— de renunciar a su ciudadanía estadounidense y calificar a los yihadistas británicos reclutados por el Estado Islámico de "hombres jóvenes torturados por llevar tan mal sus relaciones con las mujeres" convertidos en "pajeros literales", "onanistas severos" y "mirones de porno", el edil desembarcó en la campaña nacional haciendo un toque a rebato de ecos churchillianos contra el Partido Laborista y su líder, el "socialista teórico" Ed Miliband, al que el alicaído Partido Conservador, para el que las encuestas no pintaban nada bien, debía derrotar como si se tratara de una nueva "Batalla de Inglaterra", batalla que "el país no podía permitirse perder". Tal fue el tono de su alegato electoral publicado por The Mail on Sunday. En cuanto a Cameron, llegó a las urnas dejando entreabierta la puerta de su sucesión en el mando de los conservadores, pues en marzo anterior había dicho que, si resultaba reelegido ahora, luego ya no competiría por un tercer mandato.

Lo que sucedió en la jornada electoral del 7 de mayo de 2015 fue que Cameron, contra todo pronóstico, llevó a su partido a una segunda y brillante victoria, esta vez por mayoría absoluta, y que Johnson ganó el billete de vuelta a los Comunes con el 50,2% de los votos, el doble que su contrincante laborista, Chris Summers. Por cierto que en la Cámara baja del Parlamento iba a compartir bancada con el menor de sus tres hermanos, Jo, común por Orpington desde 2010. Jo Johnson venía siendo además ministro de Estado para el Cabinet Office desde 2014 y ahora, al alinear Cameron su segundo Gobierno sin necesitar a los vapuleados liberaldemócratas de Clegg, fue ascendido a ministro de Estado para Universidades y Ciencia. Una vez convertido en parlamentario, mandato que decidió, puesto que se lo permitía la ley, simultanear con el de alcalde, que no vencía hasta un año después, Johnson viró rápidamente su postura de cara al referéndum europeo, finalmente fijado por Cameron para el 23 de junio de 2016, hacia el Brexit, es decir, la salida del Reino Unido de la UE.

El abrazo por Johnson del euroescepticismo radical empezó a manifestarse a las claras en su primer discurso en los Comunes, el 1 de junio de 2015, donde afirmó que si el Gobierno iba a entablar unas "difíciles negociaciones internacionales" sobre el estatus del Reino Unido en la UE, entonces tendría que "estar listo para marcharse" en caso de no obtener los resultados apetecidos. "Si no conseguimos el trato que va en el interés tanto del país como de Europa, debemos estar preparados para borrarnos y forjar un futuro alternativo que podría ser igual de glorioso y próspero con un acuerdo de libre comercio". Unos días más tarde, el alcalde brindó por enésima vez la comidilla del día a las redes sociales a costa de una enganchada verbal tenida en plena calle, en el borough de Islington, con un taxista que le recriminó su apoyo a la aplicación informática Uber; sin contenerse, Johnson, que circulaba en su inseparable bicicleta, le espetó al taxista: "¿Por qué no te jodes y te mueres, y no necesariamente en ese orden?".

Johnson dio su hachazo definitivo sobre Europa, que suponía rebelarse abiertamente contra Cameron, el 21 de febrero de 2016, justo al día siguiente de confirmar el primer ministro que sus negociaciones en Bruselas con el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, habían desembocado en un arreglo satisfactorio y que el 23 de junio tendría lugar el referéndum in-out, en el cual, puesto que la UE había hecho las concesiones soberanistas reclamadas por Londres, él haría campaña a favor de la permanencia, el llamado Bremain.

Nada impresionado por el triunfalista parte de resultados de las negociaciones con Bruselas desgranado por Cameron, quien se refería a "reformas concretas" en las áreas clave de gobernanza económica, competitividad, soberanía, beneficios sociales y libre circulación (ahora, el Reino Unido, por ejemplo, podría imponer exigencias especiales al resto de trabajadores comunitarios instalados en las islas para disponer del mismo nivel de cobertura social de sus colegas británicos, y tendría derecho a exponer sus objeciones a cualquier disposición relativa a la Unión Económica y Monetaria pese a no formar parte de la Eurozona), Johnson filtró a la BBC su adhesión a la campaña Vote Leave, que ya contaba con numerosos abanderados del Partido Conservador y el Partido Laborista, amén, por supuesto, de Farage y el UKIP, estridentes con su plataforma Leave.eu.

En la víspera, nada menos que seis miembros del Gobierno habían comunicado su público apoyo a la campaña en favor del Brexit: el lord canciller y secretario de Estado para la Justicia, Michael Gove; el líder de la Cámara de los Comunes, Chris Grayling; el secretario de Estado para el Trabajo y las Pensiones, Iain Duncan Smith (quien terminó dimitiendo al cabo de un mes); el secretario de Estado para la Cultura, los Medios y el Deporte, John Whittingdale; la secretaria de Estado para Irlanda del Norte, Theresa Villiers; y la ministra de Estado para el Empleo, Priti Patel. En cuanto al grupo parlamentario, casi la mitad de los 330 diputados conservadores apoyaban el Brexit. En otras palabras, el Partido Conservador se mostraba dividido en dos bloques y estaba por ver si el ambiente de "guerra civil" interna no terminaría dando lugar a una fractura en toda regla.

En breves declaraciones realizadas a una nube de periodistas a las puertas de su casa en Londres, Johnson aseguró que su decisión de unirse a la campaña por la salida del Reino Unido de la UE había sido "agónicamente difícil" y le había provocado "una enorme angustia". "Lo último que quiero es ir contra David Cameron o contra el Gobierno", señaló, para añadir: "Me gustaría ver una nueva relación [con Europa] basada más en el comercio y la cooperación, y mucho menos en el elemento supranacional (...) Deseo un mejor acuerdo para la gente de este país, para ahorrarles dinero y asumir el control".

En su esperadísima columna semanal del Telegraph, titulada There is only one way to get the change we want – vote to leave the EU, el autor explicaba su postura con una batería de argumentos que rezumaban orgullo nacional. Aclarando de antemano que él era "un europeo" que había vivido durante muchos años en Bruselas y que "amaba" ese "viejo lugar", Johnson pedía que se dejara de "confundir a Europa con el proyecto político de la Unión Europea", así que en votar Leave el 23 de junio no había "nada necesariamente antieuropeo y xenófobo".

Según el diputado, muchos eran los motivos de peso por los que el Reino Unido debía marcharse de la UE: porque el país venía siendo víctima de un "lento e invisible proceso de colonización legal" por parte de una Unión "infiltrada en virtualmente todas las áreas de políticas públicas"; por la "pérdida de soberanía" que entrañaba "la incapacidad de la gente para echar, vía elecciones, a los hombres y mujeres que controlan sus vidas"; porque las instituciones de Bruselas, con el pretexto de salvar el euro, estaban planeando aumentar la integración a través de "una unión social, una unión política y una unión monetaria"; y porque aquellas, en definitiva, pretendían "crear una unión auténticamente federal, cuando la mayoría del pueblo británico no la desea". Ahora bien, si el Leave ganaba la partida, entonces, asumía, "sería necesario negociar un gran número de acuerdos comerciales a gran velocidad".


4. El referéndum de 2016: heraldo del Brexit e inesperado paso atrás

El 9 de mayo de 2016 Johnson se despidió como alcalde de Londres al expirar su segundo mandato de cuatro años. En el consistorio capitalino dejó paso al laborista Sadiq Khan, ganador sobre el conservador Zac Goldsmith de las elecciones locales celebradas cuatro días atrás. En las semanas previas al histórico referéndum del 23 de junio, que generó en Europa una enorme expectación trufada de inquietud por las consecuencias negativas incalculables (de entrada, en el plazo inmediato, en el mercado cambiario de la libra y los parqués bursátiles) de un eventual triunfo del Brexit, escenario que los sondeos empezaron a pintar como probable más que meramente posible, el miembro de la Cámara de los Comunes se distinguió como el principal portaestandarte de la campaña Vote Leave y se afanó en contrarrestar el catastrofismo con que el cada vez más nervioso Cameron empezó a barnizar sus mensajes.

Pisando el acelerador de la retórica patriotera y populista, Boris, al que sus detractores no dudaban en comparar con el estadounidense Donald Trump, llegó a comparar el proyecto de la Unión Europea con los planes de "Napoleón, Hitler y otros" de "crear un superestado europeo", intentos que siempre habían "terminado de un modo trágico". Para él, la UE perseguía el mismo objetivo de unificación autoritaria del viejo continente que el dictador nazi, solo que "con diferentes métodos".

Sin dejarse arredrar por el diluvio de catilinarias que le estaba cayendo, Johnson afirmó que "el derecho automático de los europeos a vivir y trabajar en el Reino Unido se iba a acabar", y que el país se disponía a "asumir el control de aspectos vitales" como la seguridad social y la política de inmigración, en la cual, por ejemplo, se impondría la limitación de 100.000 inmigrantes netos anuales. Mientras que Cameron advertía que el Brexit sumiría al Reino Unido en la "recesión", Johnson sostenía que el Bremain —por el que, por cierto, hacía campaña su padre, Stanley Johnson— podría acarrearle al erario británico una factura extra de "3.000 millones de euros", dinero que se iría al "rescate" de los países de la Eurozona en dificultades.

El ex alcalde concluyó la campaña marcando distancias de Farage, blanco de recias críticas por vincular a los argumentos euroescépticos una iconografía antiinmigración de tintes xenófobos, con la propuesta de conceder la amnistía a los inmigrantes irregulares con más de 12 años de residencia e introducir un sistema por puntos y méritos para regularizar de manera selectiva a los demás foráneos, y siendo él a su vez acusado por el alcalde en ejercicio, Sadiq Khan, de convertir la campaña en favor del Brexit en el "Proyecto Odio".

El 23 de junio por la noche los colegios electorales cerraron sus puertas con una sensación de incertidumbre total sobre cuál sería el resultado. En el ambiente aún flotaba la conmoción por el asesinato el día 16 de la común laborista Jo Cox, firme defensora del Remain. En la madrugada del 24 de junio, tras unas horas de escrutinio, quedó claro que el Leave había ganado. Al final, con una participación del 72,2%, la salida del Reino Unido de la UE preconizada por Johnson, Farage y los otros adalides del bando euroescéptico se impuso con el 51,89% de los votos. Los electores decantados por la permanencia eran 1.269.000 menos. El terremoto estaba servido y sus ondas de choque, políticas y económicas, se propagaron a toda velocidad en el Reino Unido, Europa, Asia y Estados Unidos. Por de pronto, el mando político de Cameron estaba sentenciado.

El 24 de junio por la mañana el primer ministro anunció desde el umbral del 10 de Downing Street que renunciaba a ser "el capitán que dirija nuestro país a su próximo destino" y que dejaba paso al nuevo líder que surgiera de la Conferencia del Partido Conservador, en principio prevista para octubre. A su sucesor en el liderazgo tory Cameron le endosaba la responsabilidad de activar el artículo 50 del Tratado de la UE (TUE) relativo al procedimiento de salida y que primero requería la notificación oficial al Consejo Europeo por el Estado miembro de su intención de marcharse, tras lo cual la Unión concluiría en el plazo de dos años un acuerdo de retirada del que no había precedentes.

Inmediatamente después, Johnson, acompañado de Michael Gove y con gestualidad sobria, sin atisbo de euforia, compareció en el cuartel general de la campaña Vote Leave para leer una matizada declaración en la que rendía tributo al "coraje" y el "soberbio liderazgo" de Cameron, y expresaba su "agradecimiento" a los electores por haber transmitido el mandato de abandonar el "Gobierno federal de Bruselas" y una UE "demasiado opaca y no suficientemente responsable ante la gente". Sin embargo, Johnson tenía también en mente a quienes habían votado a favor de la permanencia y ahora pudieran estar "inquietos": a su entender, "no había necesidad de apresurarse" en la ejecución del Brexit, y en cualquier caso "no podemos dar la espalda a Europa; somos parte de Europa", puntualizó.

El resultado del referéndum y la marcha anunciada de Cameron parecían haber coronado a Johnson como el líder in péctore del conservadurismo, pero el interesado mantuvo un extraño silencio sobre la cuestión. La política británica entró en un agitado compás de espera.El procedimiento de elección interna del Partido Conservador constaba de dos partes: primero, a primeros de julio, el grupo parlamentario en los Comunes, 330 diputados, votaría una serie de eliminatorias de los aspirantes hasta reducirlos a dos; luego, en septiembre, los afiliados harían la elección final. El nuevo líder del partido sería anunciado el 9 de septiembre y en octubre siguiente la Conferencia Anual escenificaría el relevo gubernamental de Cameron. Sin embargo, este calendario parecía insosteniblemente largo y el frenesí de los acontecimientos se encargó en efecto de acortarlo drásticamente.

El 28 de junio George Osborne, muy tocado por el reconocimiento de que el Tesoro no iba a poder eliminar el déficit y conseguir el superávit presupuestario al final de la legislatura en 2020, y por las críticas a sus advertencias, a la postre ignoradas, de grandes desastres económicos en caso de ganar el Brexit, anunció que no era candidato al liderazgo. A la vez, Stephen Crabb, desde marzo, cuando suplió a Duncan Smith, secretario de Estado de Trabajo y Pensiones y uno de los remainers más nítidos con que contaba el campo tory, abrió la secuencia de nominaciones. Ese mismo día, Cameron celebró en Bruselas su último y lúgubre Consejo Europeo, donde pidió un proceso de salida "lo más constructivo posible".

Todas las miradas estaban posadas en Johnson, competidor por descontado, era la opinión unánime, pero que todavía no había dado el paso al frente. Empero, el 30 de junio saltó la gran sorpresa: Michael Gove destapó su candidatura a líder porque su socio Boris "no estaba capacitado para unificar un equipo y liderar el partido y el país" tal como requería la presente coyuntura; al instante, el aludido se autodescalificó de la carrera hacia el liderazgo con estas palabras: "Tras consultar a los colegas y en vista de las circunstancias en el Parlamento, he llegado a la conclusión de que esa persona no puedo ser yo".

Aunque el movimiento inesperado de Gove fue interpretado en clave de ingratitud y de "traición" hacia su aliado brexiter, quien se trataba de un político infinitamente más carismático y popular que él, la opinión pública no dejó de preguntarse si la súbita espantada de Johnson obedecía exclusivamente al giro dramático que el intrigante secretario de Justicia había impuesto a la "guerra civil" desatada en los tories, o si más bien tenía que ver con un vértigo a posteriori, por la tempestad que la victoria del Leave había desatado. Viéndolo así, la "puñalada en la espalda" de Gove no sería exactamente tal.

Al tiempo que Gove, lanzaron sus candidaturas los euroescépticos Liam Fox, anterior secretario de Defensa, y Andrea Leadsom, la ministra de Estado para la Energía, por la que Johnson se decantó. Sin embargo, la condición de favorito recayó en Theresa May, la secretaria del Interior y uno de los miembros del Gabinete más leales a Cameron. Aunque no era ninguna entusiasta de la UE, May había secundado al primer ministro en la campaña en favor de la permanencia y ahora se comprometía a realizar el "veredicto del público" sin subterfugios ni evasivas. "Brexit significa Brexit (...) No habrá intentos de permanecer en la UE, no se intentará regresar por la puerta de atrás y no habrá un segundo referéndum", zanjó May.

La presentación por May de sí misma como la persona que ofrecía un liderazgo "fuerte y probado", capaz de "unificar el partido y el país", de pilotar el Reino Unido "en el período de incertidumbre política y económica", y de negociar "en los mejores términos posibles" la salida de la UE, convenció a la mayoría de los conmilitones. May fue deshaciéndose de sus cuatro rivales en las votaciones parciales y el 11 de julio la única que quedaba en pie, Leadsom, la preferida por Johnson, arrojó la toalla. Desde ese momento, se entendió que May ya era la líder del partido, así que la elección final de septiembre quedó cancelada. Al punto, Cameron comunicó que en dos días haría efectiva su renuncia a la jefatura del Gobierno y May expresó su convicción de que las negociaciones para el Brexit que iba a emprender con Bruselas serían todo un "éxito". El 13 de julio Cameron presentó la renuncia a la reina Isabel II y la soberana invitó a May a formar el nuevo Gobierno.


5. Polémico secretario del Foreign Office con Theresa May

El 30 de junio de 2016 Johnson había dejado atónitos a los británicos al apartarse de la competición por la sucesión de Cameron y cerrarse él mismo las puertas de Downing Street, pero 13 días después May le repescó para la alta función gubernamental nombrándole titular del Foreign Office en sustitución de Philip Hammond, quien se hacía cargo del Exchequer, es decir, el departamento de Finanzas y Economía, desocupado por Osborne.

Con esta promoción, May buscaba integrar a la díscola facción brexiter del partido, también representada en el Gabinete por David Davis, flamante secretario de Estado para la Salida de la Unión Europea, Liam Fox, nuevo secretario de Estado de Comercio Internacional, y Andrea Leadsom, transferida a la Secretaría de Estado de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales, en las delicadas discusiones que habría con Bruselas. La primera ministra proclamaba sus deseos de entendimiento y unidad entre todas las sensibilidades del conservadurismo, pero estaba por ver si el reparto de puestos iba a conseguir disciplinar o apaciguar a los más euroescépticos. Esto último se refería sobre todo a Johnson, quien a pesar de sus dudosas dotes para la diplomacia y de su pluma y verbo cáusticos —en los últimos tiempos había hecho comentarios despectivos o insultantes sobre líderes mundiales del calibre de Barack Obama, Hillary Clinton, Angela Merkel, Vladímir Putin y Recep Tayyip Erdogan—, recibía uno de los cargos más prestigiosos del Ejecutivo.

Con todo, May se cuidó de marcarle el terreno al impetuoso Boris, quien no iba a poder jugar ningún papel, al menos directamente, en las negociaciones de salida con la UE: las mismas las conducirían personalmente el ministro ad hoc, Davis, y la propia primera ministra. Además, las competencias de Comercio Internacional eran segregadas del Foreign Office y el departamento quedaba al mando de un nuevo ministro específico, Fox. Por eso, algunos analistas hablaron de un claro intento de May de debilitar políticamente a Johnson.

El paso de Johnson por la Secretaría de Estado para Asuntos Exteriores y de la Commonwealth resultó ser bastante turbulento e iba a tener un final abrupto, características en cierta medida previsibles a tenor de las ideas que el político tenía sobre la UE y su peculiar personalidad. El accidentado ministerio de Johnson transcurrió entre declaraciones polémicas, meteduras de pata y pronunciamientos unilaterales, ninguno de los cuales le hizo el menor favor a May, que ya tenía suficiente con la avalancha de dificultades y contratiempos que se le vino encima. Si al ofrecerle este puesto de alto relieve en el Gabinete, demasiado tentador como para ser rechazado, May pensaba que así podía tener a Johnson bajo vigilancia, alejado de los conciliábulos parlamentarios a sus espaldas, y, de alguna manera, neutralizar sus ambiciones de poder, la primera ministra no pudo estar más equivocada.

En su primer Consejo de Ministros de la UE, el titular británico de Exteriores afirmó que el Brexit en ciernes en modo alguno iba a suponer la pérdida por su país de un "papel de liderazgo en Europa". A continuación, Johnson, convencido de que en el extranjero los países se pondrían a "hacer cola" para llegar a acuerdos bilaterales con el Reino Unido tan pronto como este dejara de aplicar el arancel aduanero común de la UE, expresó su discrepancia de la estrategia negociadora de May, que planteaba preservar las ventajas de las relaciones de libre comercio con la UE con respecto a los bienes, los servicios y los capitales, pero sin obligaciones relativas a la libre movilidad de los trabajadores comunitarios.

Este escenario era rechazado a su vez por los responsables de Bruselas, que imponían a Londres la asunción en bloque de las cuatro libertades, tal como hasta ahora, para seguir formando parte del Mercado Único en calidad de Estado no miembro (luego en el marco del Espacio Económico Europeo, del que ya formaban parte Noruega, Islandia y Liechtenstein en tanto que miembros de la EFTA así como Suiza a título más particular, vía acuerdos bilaterales), además de decirle que se olvidara de discutir aparte ningún estatus comercial antes de activar el artículo 50 del TUE o posteriormente, en paralelo a las negociaciones de salida.

El primer trámite tuvo lugar en marzo de 2017 y el segundo proceso arrancó el 19 de junio siguiente, ocho días después de las elecciones parlamentarias, anticipadas por May antes de cruzar el ecuador de la legislatura con el cálculo de que una ganancia de escaños le daría fortaleza frente a los brexiters y de cara a las negociaciones con la UE. Al contrario, los comicios le acarrearon al Partido Conservador la pérdida de la mayoría absoluta, dejando a la atribulada primera ministra en situación vulnerable.

El 11 de junio de 2017 Johnson, reelegido común por Uxbridge y South Ruislip con el 50,8% de los votos, fue confirmado en el Foreign Office por May al constituir la líder conservadora su segundo Gabinete. Sin embargo, la falta de sintonía entre ambos era elocuente y el 15 de septiembre el ministro desató un revuelo al presentar su propio vademécum de propuestas, alternativo al de May, para conseguir un "glorioso" futuro post-Brexit. En un voluminoso artículo publicado por el Telegraph y de título Mi visión de una Gran Bretaña audaz y próspera posibilitada por el Brexit, Johnson retomaba su controvertida cifra, ya cuestionada el año anterior por el Instituto de Estudios Fiscales (IFS) y la Autoridad Estadística (UKSA), de los 350 millones de libras (395 millones de euros) que el Reino Unido se podría ahorrar cada semana una vez estuviera fuera de la UE, dinero que el Gobierno podría destinar a mejorar el Servicio Nacional de Salud (NHS).

El firmante sostenía que el Reino Unido, con recursos para ser el "el mejor país sobre la Tierra", no debía pagar nada a la UE por el acceso al Mercado Único y en realidad ni siquiera necesitaba permanecer en su unión aduanera; es más, hacerlo supondría "burlarse" del resultado del referéndum. La economía nacional podía suplir esa desvinculación con mas liberalizaciones, una reforma tributaria a fondo y una urdimbre internacional de tratados de libre comercio bilaterales. En cuanto a los residentes que eran nacionales de los otros 27 países de la UE, estos constituían un colectivo de inmigrantes que ciertamente no podrían ser "tratados legalmente como extranjeros". Johnson pasaba de puntillas sobre las espinosas cuestiones de la factura del divorcio de la UE, la cantidad que el Reino Unido tendría que pagar a sus socios por abandonar el club, y la situación en que quedaría la frontera de Irlanda, hoy abierta de par en par.

El artículo periodístico, que venía a abogar por un Brexit duro, seguido de una entrevista para The Sun de similar contenido, hizo creer a algunos que Johnson se disponía a desafiar el liderazgo de May en la próxima Conferencia Anual del Partido Conservador, a celebrar en Manchester del 1 al 4 de octubre, pero eso no sucedió.

En el cónclave, el ministro sacó su lado más vehemente para asegurar ahora que suscribía punto por punto lo dicho por May el 22 de septiembre en Florencia, sobre la necesidad de un período de transición de dos años, una vez consumado el Brexit en la fecha prevista del 29 de marzo de 2019, hasta fijarse las condiciones de la relación futura entre el Reino Unido y la UE. "Es la hora de ser audaces y aprovechar las oportunidades", "dejemos que ruja el león británico", fueron las triunfalistas consignas lanzadas por Johnson, ovacionado por la audiencia, para inyectar moral a unos conmilitones atacados por el desaliento y el pesimismo. Luego, en diciembre, May y Juncker pactaron un acuerdo de divorcio que permitía avanzar en las procelosas negociaciones del Brexit sobre la base de tres preacuerdos: Londres abonaría a Bruselas una factura de entre 40.000 y 45.000 millones de euros; se mantendrían los derechos de los ciudadanos de la UE residentes en el Reino Unido y los de los británicos residentes en la UE; y continuaría abierta la frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte.

Fuera del absorbente, casi monopolizador, expediente del Brexit, Johnson tuvo un quehacer ministerial y diplomático ciertamente errático. Algunas de sus salidas al exterior se vieron devaluadas a causa de sus anteriores referencias insultantes a los líderes de los países visitados, mientras que en otros desplazamientos ciertos comentarios sobre el terreno fueron considerados inapropiados. También él recibía dardos: en julio de 2016, nada más estrenarse en el Gabinete, su colega francés, Jean-Marc Ayrault, le acusó de haber "mentido" al pueblo británico durante la campaña del referéndum, y añadió que el Quai d'Orsay necesitaba un socio y un interlocutor de negociación al otro lado del Canal que fuera "creíble y fiable".

Las salidas de tono y los incidentes fueron abundantes. En octubre de 2016 Johnson dijo que le gustaría ver a los pacifistas manifestarse ante la Embajada rusa en Londres por el papel del Gobierno de Putin en el conflicto de Siria, implicación militar con crímenes de guerra de por medio por la que Rusia se arriesgaba a convertirse en una "nación paria" y a concitar el "desprecio internacional". El Kremlin tachó estos comentarios de "vergonzosos" e imputó al ministro una "histeria rusófoba".

En diciembre del mismo año Johnson afirmó que Arabia Saudí se parecía a Irán en lo de ha "hacer de titiritero y jugar a las guerras subsidiarias" en Oriente Medio. Esto lo decía el mismo responsable gubernamental que meses atrás había apoyado la intervención bélica de los saudíes en Yemen y rehusado vetar la venta de armas a Riad. May, que precisamente se hallaba de gira por Oriente Medio, se apresuró a amonestar a su ministro, cuyas palabras "no eran representativas" de la posición del Gobierno británico. El comunicado de Downing Street recordaba que Arabia Saudí era un "aliado vital" para el Reino Unido en la lucha antiterrorista, y que el Gobierno de Riad estaba encabezando la coalición árabe en apoyo del Gobierno legítimo de Yemen frente a los rebeldes hutíes.

En octubre de 2017, durante la Conferencia del partido en Manchester, Johnson comentó entre risas que la ciudad petrolera libia de Sirte tenía el potencial de convertirse en la "próxima Dubai" y que lo único que tenían que hacer allí era "retirar los cadáveres". Semanas después, el líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, y el alcalde Khan salieron a exigir la dimisión inmediata de Johnson debido a su "incompetencia", su "visión retrógrada y colonialista" y su "cadena de ofensas" a personas de otras razas y nacionalidades. En marzo de 2018, al calor de la crisis diplomática generada por el envenenamiento en Salisbury del agente doble de los servicios de inteligencia Serguéi Skripal y de su hija Yulia, acto criminal que el Gobierno británico imputó a Rusia y al que replicó con la expulsión de varios diplomáticos de este país, Johnson comparó los próximos Mundiales de Fútbol de Rusia con los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 y pidió la retirada de Inglaterra de la competición deportiva.


6. Discrepancias con May sobre el plan del Brexit y abandono del Gobierno

La tortuosa evolución de las discusiones de May con Bruselas determinó la continuidad de Johnson, un responsable político de movimientos siempre imprevisibles, en Whitehall en 2018.

Para empezar, el 19 de marzo, los euroescépticos radicales del partido percibieron como una desagradable claudicación el acuerdo alcanzado por May con la UE sobre el período de transición del Brexit, comprendido entre el 29 de marzo de 2019 y el 31 de diciembre de 2020. Durante la etapa de salida, el Reino Unido no tendría derecho de voto ni de veto en el Consejo de la UE, los europeos que se mudaran al país antes del 1 de enero de 2021 gozarían de los mismos derechos que los que lo hicieran antes de la activación del Brexit en la primera de las fechas mencionadas, y Londres, de paso, cargaría con todos los costes económicos del proceso. Otro punto importante era la garantía de que Irlanda del Norte gozaría de un estatus especial temporal para evitar el regreso de la frontera física con Irlanda. Este particular chocaba con la postura recientemente adoptada por Johnson, quien en febrero había sugerido que las dos Irlandas tendrían que aceptar los controles fronterizos de personas, aunque procurando que los mismos no afectaran seriamente al trasiego comercial.

A continuación, en junio, la primera ministra se vio obligada a aplacar a los brexiters, y en particular al secretario de Estado para la Salida, Davis, que le amenazaba con renunciar, ofreciéndoles la salvaguardia de que la permanencia en la unión aduanera de la UE (bien visible a través de la frontera irlandesa) en el "improbable" escenario de un no acuerdo con los Veintisiete no se prolongaría indefinidamente, sino que se limitaría a un año; posteriormente, creía May, este plan de contingencia sería reemplazado por un acuerdo comercial con la UE a largo plazo.

Johnson no se alineaba de manera abierta con los disidentes, pero su visión rigurosa del Brexit y el post-Brexit no era conciliable con la de su jefa de filas, más posibilista. La ruptura entre ambos sobrevino a raíz del libro blanco publicado por Downing Street el 12 de julio de 2018, de título La futura relación entre el Reino Unido y la Unión Europea. Bautizado por los medios como el Acuerdo de Chequers por haber sido finalizado en una reunión del Gabinete celebrada en esta residencia oficial el 6 de julio anterior, el documento apostaba por un "equilibrio justo y pragmático en las futuras relaciones comerciales" del período post-Brexit. La propuesta de una salida suave de la UE seguida de un área de libre comercio de bienes agrícolas e industriales ajustada a la normativa de la UE no fue secundada por Davis, quien dimitió el 8 de julio (May nombró en su lugar al también euroescéptico Dominic Raab), ni por Johnson, que hizo lo mismo al día siguiente.

Johnson se salía del Gabinete, dejando a una May seriamente tocada por el tremendo golpe, porque no podía suscribir un proceso negociador con la UE que arrojaría al Reino Unido a una especie de "semi-Brexit" parangonable a un "estatus de colonia". En su carta de dimisión, encabezada por un protocolario "Dear Theresa", el renunciante arremetía contra la estrategia de la primera ministra, responsable según él de que el "sueño" del Brexit, expresado por la gente dos años atrás bajo la promesa "inequívoca y categórica" de que así "recuperaría el control de su democracia", se estuviera ahora "muriendo, sofocado por dudas innecesarias". Jeremy Hunt, hasta ahora titular de Sanidad, fue el sustituto de Johnson en el Foreign Office.

Días después, el presidente Trump, de visita oficial en el país europeo, declaró a The Sun que Estados Unidos "probablemente" rechazaría un acuerdo comercial bilateral con el Reino Unido si el Brexit se realizaba de acuerdo con el plan diseñado por May y, en otro insólito feo a su anfitriona, comentó que el ex ministro británico sería un "un gran primer ministro" llegado el caso. "Es un tipo con mucho talento", añadió el entrevistado de su "amigo" Johnson, a quien el mandatario norteamericano le merecía una opinión mixta: si bien su persona era digna de "admiración", él no podía, empero, comulgar con muchas de sus políticas, incluido el repudio del acuerdo nuclear con Irán.

Boris Johnson es autor de los siguientes libros: Friends, Voters, Countrymen: Jottings on the Stump, de 2002, donde cuenta su experiencia electoral del año anterior, cuando llegó a los Comunes; Lend Me Your Ears, una selección de columnas y artículos publicada en 2003; la novela en clave de comedia Seventy-Two Virgins , de 2005; Have I Got Views For You, otra antología, publicada en 2006, de artículos de temas políticos y sociales expuestos con su característico tono irónico; The Dream of Rome, también de 2006, donde hace gala de sus conocimientos sobre la Roma clásica; Johnson's Life of London: The People Who Made the City That Made the World, ensayo de 2011 con pretensiones de fresco histórico; The Spirit of London, de 2012, en el que vuelve a ensalzar la vitalidad y la diversidad culturales de la capital británica; The Churchill Factor: How One Man Made History, obra de 2014 con la que aborda la figura de uno de los más importantes estadistas del siglo XXI; y Shakespeare: The Riddle of Genius, otra biografía aparecida en 2019.

(Cobertura informativa hasta 1/8/2018)