Benazir Bhutto

La tortuosa trayectoria vital, dominada por los períodos de cárcel, exilio y oposición a la dictadura militar, y salpicada de dramas familiares, de Benazir Bhutto fue ilustrativa de la convulsa historia contemporánea de Pakistán. Heredera de su derrocado y ajusticiado padre, Zulfiqar Ali Bhutto, y líder del centroizquierdista Partido Popular de Pakistán (PPP), la primera mujer en dirigir un país musulmán sirvió como primera ministra en dos períodos entre 1988 y 1996. Aunque provista de legitimidad electoral, en ambas ocasiones fue destituida por el presidente de la República bajo unas acusaciones de corrupción y abuso de poder. Su perfil controvertido, de política demócrata y prooccidental pero tachada de egocéntrica y populista, y su imagen moderna y laica en un país donde cabalgaba con fuerza el integrismo islámico, se pusieron a prueba por última vez en el caótico inicio de la presidencia civil del general Pervez Musharraf, con quien intentaba establecer un modus vivendi que tras las previstas elecciones habría podido devolverla a la jefatura del Gobierno. En diciembre de 2007, a los 54 años, la famosa dirigente asiática fue asesinada en Rawalpindi en un ataque suicida cuya autoría reclamó Al Qaeda, aunque tras el magnicidio también pudieron estar elementos proislamistas de la inteligencia militar. Su esposo viudo, Asif Ali Zardari, y su hijo huérfano, Bilawal Bhutto Zardari, recogieron la antorcha política de la dinastía familiar.

1. Eslabón femenino de la dinastía Bhutto
2. Expectativas y sinsabores del primer mandato gubernamental
3. Segundo ejercicio como primera ministra y nueva destitución presidencial
4. Una década en la oposición, el exilio y la picota judicial
5. Pacto con el general Musharraf para el regreso a Pakistán
6. Un magnicidio desestabilizador en un país a la deriva


1. Eslabón femenino de la dinastía Bhutto

La primogénita del matrimonio formado por los musulmanes shiíes Zulfiqar Ali Bhutto, abogado formado en Occidente, miembro de la aristocracia terrateniente de Sindh y por entonces notable promesa de la política nacional, y la begum Nusrat Ispahani, hija de un rico hombre de negocios kurdo iraní asentado en Karachi, recibió junto con sus tres hermanos menores, Murtaza Ali, Sanam y Shahnawaz (nacidos respectivamente en 1954, 1957 y 1958), la esmerada educación reservada a los vástagos de las élites dirigentes del joven Estado pakistaní, que en su caso se caracterizó por una concepción pragmática del hecho religioso y un enfoque laico de impronta inequívocamente británica.

La muchacha recibió sus primeras clases en escuelas conventuales regidas por monjas de congregaciones católicas en las ciudades de Karachi, Rawalpindi y Murree, antes de completar el bachillerato en la Escuela de Secundaria de Karachi (KGS), uno de los colegios privados más prestigiosos del país. Su instrucción universitaria, querida para sus dos hijas por un padre de pensamiento liberal en lo referente al papel de las mujeres en la sociedad, fue extensa y variada, y discurrió íntegramente en Estados Unidos y el Reino Unido. Se produjo en paralelo al encumbramiento de la carrera política de Ali Bhutto, que en diciembre de 1971 se convirtió en primer ministro y presidente de la República tras 13 años de gobiernos militares a rebufo de la traumática secesión armada del Pakistán Oriental (Bangladesh) y la derrota militar ante India, y apoyándose en la mayoría parlamentaria que desde las elecciones del año anterior poseía su partido, el Popular de Pakistán (PPP).

Fundado en Lahore el 30 de noviembre de 1967 por Ali Bhutto y su primo Mumtaz, futuro ministro jefe de la provincia de Sindh, el PPP aunaba en su manifiesto el nacionalismo y la confesionalidad islámica con la defensa de la democracia parlamentaria, el socialismo económico y el federalismo constitucional, componiendo un cóctel programático pensado para seducir demagógicamente a diferentes clases y colectivos sociales. Desde 1969 Benazir asistió a las aulas del Radcliffe College de Cambridge, Massachusetts, centro adscrito a la Universidad de Harvard, donde obtuvo una diplomatura (Bachelor of Arts) en Gobierno Comparado en 1973, por la época en que su padre se desprendió de la Presidencia de la República pero retuvo el poder ejecutivo como jefe del Gobierno. En julio de 1972 Ali Bhutto se hizo acompañar por su hija en la ciudad india de Simla, donde sostuvo con la primera ministra Indira Gandhi una histórica cumbre bilateral que selló la normalización de las relaciones entre los dos países.

A continuación, la joven se trasladó a la antigua metrópoli colonial para estudiar Filosofía, Ciencias Políticas y Economía en el Lady Margaret Hall, un college sólo para mujeres de la Universidad de Oxford. En 1976 recibió la diplomatura correspondiente a este paquete lectivo y amplió su currículum con un curso de Derecho internacional y Diplomacia. Su vínculo con la casa de estudios inglesa se prolongó unos meses desde la función de presidenta de la Oxford Union, una asociación de debate académico de mucha solera en la Universidad, a cuyo frente habían estado algunos de los más eminentes políticos del Reino Unido.

La veinteañera, llamada cariñosamente por sus amigos Pinkie por su recato y el tono sonrosado de su cutis, regresó a Pakistán en 1977, año crítico en la trayectoria de su padre estadista y de la historia nacional, dispuesta a abrirse camino en el activismo político en las filas del partido de la familia, para el que había sido preparada con todo esmero y con aparente prioridad sobre las obligaciones conyugales: no obstante estar en edad plenamente casadera y tratarse de una mujer de físico atractivo —porte robusto y distinguido, melena azabache y unos marcados rasgos faciales, realzados con cosméticos en rojo y negro para labios y ojos, que componían un ancho semblante de una belleza indoaria casi varonil—, la hija de los Bhutto permanecía libre de todo compromiso nupcial y tampoco se le conocían noviazgos hipotéticamente concertados por intereses de la familia, marcando una estampa de soltera independiente harto inusitada en el Pakistán de la época. Se aseguraba que Ali Bhutto veía a su primogénita y favorita como la "futura Indira Gandhi de Pakistán".

Benazir era una privilegiada en muchos aspectos, pero el devenir estaba a punto de someterla a pruebas muy difíciles, dando comienzo una tortuosa peripecia vital caracterizada por los dramas familiares, los suplicios privados y los grandes vaivenes políticos, oscilando entre la gloria y el descalabro. En marzo de 1977, desatando un clímax en la ola de violencia que venían atizando los partidos de la oposición conservadora bajo una cascada de denuncias de autoritarismo, populismo y corrupción contra Bhutto, el PPP se adjudicó una gran victoria en unas elecciones parlamentarias que los perdedores, con razón, tacharon de groseramente fraudulentas. Benazir retornó de Oxford en junio, encontrando un país en ebullición.

En julio, ante la incapacidad de las fuerzas políticas para atajar los choques sectarios y ahuyentar el espectro de un enfrentamiento civil, el Ejército, bajo el mando del general Mohammad Zia ul-Haq y con la aquiescencia de Estados Unidos, ejecutó su papel de salvador de la patria, arrogado por primera vez en 1958, dando un golpe de Estado cuyas primeras consecuencias fueron la declaración de la ley marcial, la suspensión de las instituciones democráticas y el arresto del primer ministro derrocado, contra el que la justicia no tardó en emprender un juicio criminal por su supuesta complicidad en el asesinato de un rival político tres años atrás.

Benazir y su madre vivieron en carne propia la angustiosa cuenta atrás en la vida del cabeza de la familia, por cuya liberación hicieron campaña a golpe de marchas de protesta, mítines y llamamientos a los medios de comunicación, activismo desafiante que les acarreó numerosos arrestos domiciliarios de diversa duración. Mientras ellas batallaban desde la legalidad usurpada por los militares, los dos hijos y hermanos, Murtaza y Shahnawaz, libraban su propia y más radical campaña contra Zia, primero desde la clandestinidad y luego desde el exilio. Pronto se decantaron por la subversión armada y por un discurso de revolucionarios de extrema izquierda. La organización por ellos fundada, Al Zulfiqar, presentada como la vanguardia militante del PPP pese a no querer saber nada de semejantes métodos la madre y la hermana, perpetró acciones de tipo terrorista contra representantes e intereses del Estado pakistaní, y tuvo sus retaguardias sucesivas en Afganistán, Libia, Siria y Líbano.

A mediados de septiembre de 1977, aprovechando un breve lapso de libertad que resultó ser el último, entre su segundo arresto y su encarcelación definitiva, Bhutto nombró presidenta en funciones del PPP a su esposa, a la que Benazir secundó como una especie de copresidenta. En marzo de 1978, sin las mínimas garantías procesales, el ex gobernante fue declarado culpable y condenado a muerte por el Alto Tribunal de Lahore. En febrero de 1979 el Tribunal Supremo de Pakistán confirmó la sentencia y en marzo el reo vio rechazada la apelación. Ignorando la avalancha de peticiones de clemencia nacionales e internacionales, Zia dispuso la ejecución de su prisionero, que fue ahorcado el 4 de abril de 1979, a la edad de 51 años y horas antes de ser visitado por última vez por su esposa e hijas, en la prisión de Rawalpindi.

El dictador, un militar ultraconservador con una concepción rígida del Islam y que se disponía a azuzar la jihad anticomunista en el vecino Afganistán, no perdonó a Bhutto ni la aureola secular que había desprendido su gestión gubernamental, pese a haber proclamado el carácter islámico de la República en la Constitución de 1973, ni su izquierdismo económico, que se había traducido en nacionalizaciones, ni su neutralismo proárabe hostil a la alianza defensiva con Estados Unidos, seña identificativa de una política exterior cuyas iniciales credenciales nacionalistas habían sido puestas en la picota por la pronta reconciliación con India —enemiga en tres guerras desde el acceso simultáneo a la independencia en 1947— y por el reconocimiento de la independencia de Bangladesh, decisión igualmente irritante para las fuerzas derechistas. Con su trágico final, Bhutto adquirió una aureola de mártir de la democracia, aunque en su historial no podían obviarse capítulos tan oscuros como la represión de la oposición política en Beluchistán, ni sus pulsiones autocráticas, ni sus manejos corruptos.

La eliminación de Bhutto no supuso la liquidación del PPP, mantenido vivo gracias al infatigable activismo de sus dos dirigentes femeninas, a las que los arrestos en el domicilio familiar en Larkana, los períodos en prisión y las amenazas judiciales no conseguían silenciar: continuaron exigiendo la marcha del dictador, el levantamiento de la ley marcial, la celebración de elecciones multipartitas y el retorno de la legalidad constitucional. A partir de febrero de 1981 estas reivindicaciones las canalizaron a través del Movimiento para la Restauración de la Democracia (MRD), una plataforma opositora en la que el PPP, no sin profundas suspicacias, cooperó con algunas fuerzas políticas que habían socavado el Gobierno de Bhutto en vísperas de su derrocamiento por Zia en 1977. En ulteriores entrevistas y escritos, Benazir iba a describir este período de su vida como extremadamente duro, en particular el "infierno psicológico" que supuso el período carcelario de varios meses de duración en la segunda mitad de 1981, cuando sufrió las penosas condiciones del confinamiento solitario en una celda expuesta a los rigores del estío de Sindh e infestada de insectos.

Su madre contrajo un cáncer de pulmón y en noviembre de 1982 Nusrat Bhutto fue autorizada por el Gobierno militar a abandonar Karachi para recibir tratamiento oncológico en Alemania Occidental. Las riendas del partido quedaron en manos de Benazir, convertida en su presidenta de hecho a pesar de las drásticas restricciones que imponía el casi permanente estado de arresto domiciliario. En 1983 se las arregló para que una editorial india le publicara el ensayo de análisis político Pakistan: The Gathering Storm, título que igualmente habría servido para sintetizar la situación del país asiático un cuarto de siglo más tarde. Ya en 1978 había debutado en la producción bibliográfica con el libro Foreign Policy in Perspective. En los años siguientes, su formación politológica y su intensa experiencia personal como profesional de la política iban a animarla a redactar numerosos artículos y disertaciones.

Sin embargo, la huérfana de Bhutto también salió debilitada de sus crudos trances carcelarios. En enero de 1984, aquejada de una aguda infección de oído con riesgo de ocasionarle una parálisis facial, reclamó a Zia que la dejara partir a Europa también a ella, encontrando la respuesta positiva de un dictador que asistía encantado al, así lo creía él, el desmoronamiento definitivo de un PPP descabezado. Mientras sus huestes eran reprimidas sin contemplaciones al igual que los demás manifestantes del MRD, Bhutto se embarcó en un exilio encubierto que estableció su cuartel general en Londres, aunque con la promesa de regresar para seguir luchando por la democracia en cuanto se dieran las "circunstancias políticas adecuadas".

En la capital británica, la ya presidenta oficial del PPP reanudó su campaña contra la dictadura en su país, intentado compensar con su nueva libertad mediática las dificultades que la distancia imponía al liderazgo efectivo del movimiento político fundado por su padre. Criticó el apoyo incondicional brindado a Zia por la Administración estadounidense de Ronald Reagan y lamentó que la democracia pakistaní tuviera que ser la víctima colateral de las prioridades estratégicas de Washington en esta parte del planeta, centradas en la expulsión de los soviéticos de Afganistán mediante el armamento masivo de la oposición mujahidín, a la sazón trufada de elementos integristas islámicos, y con la intermediación imprescindible de los militares pakistaníes.

Zia, con los ases que la Guerra Fría le ponía en la manga, no daba muestras de flaqueza. Su régimen, pese a la enconada oposición a que hacía frente, parecía firmemente asentado. Entre tanto, la parca volvió a visitar a la familia Bhutto con la extraña muerte del benjamín, Shahnawaz, de 26 años, cuyo cadáver con signos de asfixia fue hallado en su apartamento en la Riviera francesa el 18 de julio de 1985. Aunque las autopsias practicadas no fueron concluyentes, Benazir manifestó su convencimiento de que su hermano, sobre el que pesaban unos cargos por terrorismo en Pakistán, había sido envenenado, llegando a implicar en el supuesto asesinato a su propia cuñada, Rehana, quien, ciertamente, levantó las sospechas de la Policía francesa. Benazir y Murtaza aventaron la especulación de que Rehana, una ciudadana afgana, podría haber sido reclutada por el ISI, el omnipresente servicio de inteligencia del Ejército pakistaní, para que liquidara a Shahnawaz, con el que mantenía una tormentosa relación conyugal que hacía presagiar el divorcio.

Fueran cuales fueran las circunstancias del deceso de Shahnawaz Bhutto, la hermana mayor decidió hacer de la repatriación del cuerpo y de su entierro en casa un acto de desafío político ahora que Zia sopesaba levantar la ley marcial, autorizar las actividades políticas partidarias y ceder parte de sus omnímodas atribuciones al recién nombrado primer ministro civil, Mohammad Khan Junejo, miembro destacado de otra familia de terratenientes de Sindh y de la Liga Musulmana de Pakistán (PML). El 21 de agosto la dirigente popular aterrizó en Karachi procedente de Zurich escoltando el ataúd de Shahnawaz, cuyo entierro en el terruño de Larkana ese mismo día presidió arropada por 50.000 entregados seguidores.

El Gobierno no aguardó a que la oratoria porfiada de Bhutto subiera de tono y aumentara su poder de convocatoria. El 29 de agosto, un destacamento policial rodeó su vivienda en Karachi con la orden de impedirle salir y realizar cualquier manifestación. El mandato de arresto era por 90 días, pero el plazo no llegó a la fecha de vencimiento, ya que en las primeras horas del 4 de noviembre los agentes condujeron a la política al aeropuerto y la montaron en un avión de Swissair que la apeó en Heathrow. Desde su casa londinense, la deportada prometió regresar a la primera oportunidad para demostrar de nuevo que, pese a estos seis años de "Bhutto-fobia y persecución" por parte de Zia, "el nombre de Bhutto todavía cautiva la imaginación del pueblo".

El segundo período de exilio de Bhutto en el Reino Unido fue breve. El 30 de diciembre de 1985, Zia, tal como había prometido, levantó la ley marcial y la prohibición que pesaba sobre la actividad de los partidos. La tímida liberalización de la dictadura permitió el retorno de muchos exiliados, inclusive la más ilustre de las represaliadas. El 10 de abril de 1986, luego de celebrar el PPP en enero su primera reunión pública desde 1977 y previo acuerdo con un Zia dispuesto a dispensar una cierta tolerancia a sus adversarios políticos, Bhutto estuvo de vuelta en Lahore, donde cientos de miles seguidores le tributaron un recibimiento apoteósico. En sus primeras declaraciones, exigió la renuncia del presidente-general y la convocatoria de elecciones anticipadas, ya que la Asamblea Nacional salida de los comicios celebrados en febrero de 1985 sobre la base de candidaturas independientes sin el concurso de los partidos no se consideraba legítima.

El fin del exilio de Bhutto fue considerado un hito que marcó un antes y un después en la fatigosa, y hasta el momento más bien estéril, lucha del movimiento democrático pakistaní, pero la jefa del PPP se debatía entre ser una líder fundamentalmente política y militante, de las que convocan campañas de desobediencia civil, arrastran multitudes y guían a las masas a la lucha, o bien una líder autoritativa y moral, totémica, capaz de amalgamar tras su persona a los diversos caudillos y cabecillas de la heterogénea MRD sin dejar de custodiar el legado y la memoria de su padre ajusticiado.

Por otro lado, su regreso a Pakistán había generado tensiones en el partido, donde existía una vieja guardia hostil a su liderazgo, considerado prepotente y egocéntrico. El conflicto quedó zanjado en mayo con la purga de los disidentes y la confirmación de Bhutto en la presidencia orgánica, compartida por su madre a título simbólico. El 14 de agosto siguiente, una oleada de disturbios que dejó varios muertos encolerizó al Gobierno hasta el punto de disponer la detención de Bhutto y otros dirigentes del PPP. El 8 de septiembre todos fueron puestos en libertad sin cargos.

El 18 de diciembre de 1987 Bhutto, decepcionando a sus partidarios más izquierdistas y a las feministas, contrajo matrimonio en Karachi con Asif Ali Zardari, un prominente hombre de negocios en el ramo de la construcción, hijo del magnate industrial y cabeza de clan sindhí Hakim Ali Zardari. Se trató de una boda pactada por ambas familias, sin amor de por medio y entre dos desconocidos, en la más acendrada tradición local. Pero, a diferencia de otros esponsales concertados, ella tomó este paso de común acuerdo con su madre, por parecerle apropiado y necesario, "consciente de mis obligaciones religiosas y del deber para con mi familia".

El particular concepto que Bhutto tenía del matrimonio y el amor conyugal lo expresó en varias entrevistas concedidas a periodistas occidentales. Ella se veía a sí misma como una figura pública que debía sacrificar, llegado el caso, sus apetencias personales para no arruinar el compromiso asumido ante el pueblo pakistaní. En su visión de la vida, una relación auténticamente sentimental con un hombre no era compatible con su carrera de mujer política: "Para mí, la opción no estaba entre un matrimonio por amor o un matrimonio concertado, sino entre asumir éste o no estar casada de ninguna manera (…) Un matrimonio concertado puede parecer tradicional, pero no lo es en el sentido de que yo no abandono mi identidad o mi carrera. Si hubiese creído que podría perjudicar mi carrera política, no habría tomado este paso. Nunca habría perseguido la felicidad personal a costa de mi país", citó de ella el Los Angeles Times. Y para el New York Times, ese mismo año: "Mis mayores siempre me dijeron que el amor empieza después del matrimonio".

En su autobiografía Daughter of the East (titulada Daughter of Destiny en otras ediciones), aparecida en 1989, Bhutto volvía a reflexionar sobre el particular con su característico tono entre fatalista y mesiánico, de mujer inexcusablemente obligada por una misión familiar y política de tintes sagrados: "Un matrimonio arreglado era el precio que tenía que pagar por el curso político que mi vida había tomado (…) Mi alta posición en Pakistán excluye la posibilidad de conocer a un hombre de manera normal". La pareja iba a tener tres hijos, un chico, Bilawal, nacido en septiembre de 1988, y dos chicas, Bajtwar y Aseefa, alumbradas en 1990 y 1993, respectivamente.


2. Expectativas y sinsabores del primer mandato gubernamental

Bhutto fue capaz de ejercer una influencia determinante en el curso político del país únicamente después del súbito mutis de Zia, fallecido el 17 de agosto de 1988 en un sospechoso siniestro aéreo que sobrevino en mitad de la incertidumbre generada por la destitución arbitraria del primer ministro Junejo y el principio de la retirada soviética de Afganistán, la cual ponía muy cuesta arriba el belicismo projihadista del régimen. La mandamás del PPP, a punto de dar a luz a su primer retoño, se felicitó sin rebozo por la desaparición de su archienemigo, ya que siempre había pensando que el mayor obstáculo para la restauración de la democracia en Pakistán era el propio Zia.

Llegado el momento de aclarar los aspectos de un programa político tildado de huero y falto de respuestas concretas para las grandes cuestiones nacionales, Bhutto aseguró que un gobierno suyo pondría las libertades fundamentales en el primer plano, aplicaría una política de "reconciliación nacional" y apostaría por un "Estado secular con tradición islámica", tolerante y no sectario. Asimismo, puntualizó que el PPP era un partido socialdemócrata que no tenía nada en contra de los militares y que, al contrario, respetaba profundamente a la institución castrense.

A partir de aquí, el retorno a la constitucionalidad democrática, garantizado por el presidente de la República en funciones, Ghulam Ishaq Khan, se desarrolló sin demora, haciendo de la llegada de Bhutto al Gobierno una marcha triunfal que dejó pasmados a los poderes fácticos tradicionales: los generales, los grandes propietarios agrarios y los jefes tribales y religiosos, los cuales habían acrecentado su ascendiente social gracias a la política de islamización a ultranza impulsada por Zia y que ahora advirtieron en vano que la llegada de una mujer al poder político era una novedad "contraria al Islam". La impresión general era que la mayoría del electorado iba a votar al PPP, no por su programa, tan poco articulado, sino como una reacción emocional donde se daban la mano el juicio histórico y el hartazgo del militarismo, lo que equivalía a convertir las elecciones en una especie de plebiscito sobre la antinomia Bhutto-Zia.

La líder opositora condujo al PPP a una victoria clara aunque no arrolladora en las elecciones legislativas que Zia había dejado convocadas para el 16 de noviembre de 1988, las primeras pluralistas en 11 años y que resultaron ser las más limpias, democráticas y pacíficas de la historia nacional. De los 217 escaños de la Asamblea abiertos a competición (20 estaban reservados para mujeres elegidas indirectamente), el PPP obtuvo 92, 38 más que la segunda lista más votada, la Alianza Democrática Islámica (IJI), una coalición de nueve formaciones confesionales y de derecha capitaneada por la PML y el ministro jefe de la provincia de Punjab, Mian Mohammad Nawaz Sharif, un político conservador que había medrado a la sombra de Zia y en adelante áspero adversario de Bhutto. Benazir y la begum Nusrat votaron en Larkana, donde obtuvieron sus respectivos escaños.

Necesitada de apoyos para gobernar, Bhutto pactó con la tercera fuerza más votada, el Movimiento Nacional Mohajir (MQM), representante de los antiguos refugiados musulmanes hablantes del urdu que escaparon de India cuando los gigantescos trasvases de población que siguieron a la partición de la colonia británica en 1947. Los 13 escaños del MQM, más el respaldo adicional de agrupaciones menores, proporcionaban al oficialismo en ciernes la mayoría absoluta que el PPP reclamaba en aras de la estabilidad, pero esta alianza federal se auguraba además muy positiva para aquietar las tensiones interétnicas, atizadas por la dictadura, en Sindh, donde sindhís y mohajires habían sostenido hasta fecha muy reciente mortíferos enfrentamientos sectarios.

El 1 de diciembre el presidente Ishaq encargó la formación del Gobierno a Bhutto y un día más tarde se produjo en Islamabad la toma de posesión de la primera dirigente femenina de un Estado de mayoría musulmana en los tiempos modernos, anticipándose en unos años a los casos de Khaleda Zia en Bangladesh (1991) y Tansu Çiller en Turquía (1993). Antes que ella, otra hija de un estadista insigne, la malograda Indira Gandhi en India (1966), y dos viudas famosas de líderes asesinados, Sirimavo Bandaranaike en Sri Lanka (1960) y Corazón Aquino en Filipinas (1986), habían tomado la delantera en la emergencia del liderazgo femenino en Asia. A la estirpe de las mujeres líderes por herencia política de un padre apartado violentamente del poder, por asesinato o en golpe de Estado, en esta parte del mundo pertenecían también Chandrika Kumaratunga (hija de Solomon y Sirimavo Bandaranaike) en Sri Lanka, Hasina Wajed (huérfana de Mujibur Rahman, el antiguo adversario bengalí de Ali Bhutto) en Bangladesh y Megawati Sukarnoputri (huérfana de Sukarno) en la igualmente musulmana Indonesia, todas ellas llamadas a encabezar sus respectivos países como presidentas o primeras ministras.

Con sólo 35 años y sin ninguna experiencia gubernamental, Bhutto añadió al cargo de primera ministra los ministerios de Defensa y Finanzas, indicando a las claras su deseo de controlar directamente las relaciones, que se temía fueran peliagudas, con la institución ahora comandada por el general Mirza Aslam Beg, así como la gestión económica, que la dictadura castrense había conducido por unos derroteros semiliberales amoldados a los preceptos del Islam, opuestos a las nacionalizaciones del anterior Gobierno del PPP y favorables a la industrialización y el sector privado. El modelo produjo los logros macroeconómicos de un crecimiento anual en torno al 5% y una inflación rebajada a una tasa similar, pero dejó sin arreglar los agudos déficits sociales, en un país de 105 millones de habitantes abocado a una explosión demográfica. Peor aún, el desarrollismo de Zia se había sustentado en unos cimientos embarrados por el endeudamiento, la precariedad fiscal y la corrupción masiva.

Unas reuniones preliminares tranquilizaron al mando castrense y a los representantes diplomáticos de Estados Unidos: habría una política continuista en relación con Afganistán, la lucha contra el narcotráfico transfronterizo y el programa nuclear (emprendido por su padre en la década anterior), que ella, con nula credibilidad, desligó de la persecución de la bomba atómica. El mantenimiento de Sahabzada Yaqub Khan, un miembro de la IJI y antiguo colaborador de Zia, como ministro de Exteriores debía remover los temores del establishment cívico-militar a una ruptura en los grandes ejes de la política exterior.

Bhutto no tardó en experimentar las dificultades de administrar un país muy poco acostumbrado al consenso democrático, militarizado, islamizado y tribalizado en mayor o menor grado, y además inserto en un complejo tablero estratégico, rodeado de potencias que querían ejercer su influencia e involucrado en conflictos regionales (Afganistán, Cachemira india) que el ISI y los generales manejaban como si fueran un negocio particular. Todo ello limitaba grandemente el margen de maniobra con que contaba el Gobierno, el cual tampoco dio muchos ejemplos de diálogo y moderación.

La primera ministra amnistió a los presos políticos y restauró las libertades civiles, puso en marcha una política de normalización institucional, abordó la reestructuración del sector público e inauguró un programa nacional de salud y educación en el que se apreciaron esfuerzos sinceros para reducir el gigantesco presupuesto destinado a la defensa en beneficio del olvidado capítulo social, y para reducir la discriminación de la mujer. En este aspecto, topó con la hostilidad de los teólogos islámicos y, en general, con las restricciones impuestas por una sociedad tradicional y conservadora, las cuales pusieron a prueba su talante progresista y de vindicada feminidad.

La Asamblea Nacional mantuvo en suspenso la aplicación de la norma, decretada por Zia poco antes de morir, que establecía la supremacía legal de la sharía (introducida como fuente de derecho en 1978), pero no abolió las denominadas Leyes sobre la Blasfemia, una serie de modificaciones del Código Penal que castigaban severamente las ofensas religiosas. Esta aparente equidistancia entre las presiones de los elementos confesionales y las de los laicos plasmaba, supuestamente, la visión de la primera ministra de un "secularismo islámico" para Pakistán. Por otro lado, el discurso social del PPP no incluyó cambios destinados a corregir situaciones escandalosas, como la pervivencia de las relaciones de servidumbre cuasi feudal entre los grandes propietarios agrarios y varios millones de campesinos sin tierras sumidos en una indefensión jurídica absoluta.

Bhutto concitó también el incomodo de algunos miembros del Ejército, que aspiraba a mantener su estatus de árbitro de las trifulcas políticas y sus privilegios de casta, por unas intromisiones en los asuntos castrenses que en realidad no pasaron de amagos. Las imputaciones de intolerancia política y nepotismo cobraron fuerza a raíz de sus intentos de defenestrar al Gobierno de la PML en Punjab, de dar entrada en el Gabinete, en abril de 1989, a la begum Nusrat como ministra principal sin cartera, cargo parangonable a una vicejefatura del Ejecutivo, y de colocar a su suegro Hakim Ali Zardari al frente del Comité de Cuentas Públicas, órgano parlamentario responsable de fiscalizar los gastos del Gobierno. La oposición elevó el tono de sus acusaciones y tildó de escandalosamente corruptos los chanchullos empresariales de los Zardari.

Hakim Ali era conocido en los círculos políticos y financieros pakistaníes como Míster 10%, en referencia a las comisiones que acostumbraría a cobrar a las empresas privadas que esperaban recibir contratos del Gobierno. Su hijo, un ávido jugador de polo en los clubs más exclusivos y amigo de exhibirse al volante de un ostentoso Mercedes-Benz de color blanco, no tardó en recibir el mismo infame apodo.

Próximo a cumplirse el primer año de su gobierno, Bhutto ya arrastraba un pesado fardo de fracasos en la política doméstica. La ruptura en octubre de 1989 del pacto con el MQM, entre denuncias por éste del incumplimiento por el PPP de su promesa de terminar con las discriminaciones laborales y educativas que afectaban a la minoría mohajir de Sindh, la dejó en una precaria situación parlamentaria, imposibilitando su plan de eliminar la Octava Enmienda de la Constitución, heredada de la dictadura, que entre otras prerrogativas facultaba al presidente de la República para disolver la Asamblea y cesar al Gobierno. En el Senado el oficialismo ya estaba en franca minoría. El paso del MQM a la oposición destruyó también la póliza de seguro contra la reanudación de la violencia sectaria en Sindh, junto con la Provincia de la Frontera del Noroeste (NWFP) única provincia gobernada por el PPP. La inflación y el desempleo aumentaron y se hicieron sentir con fuerza, decepcionando las expectativas de la población.

En la política exterior, Bhutto se propuso ampliar el horizonte diplomático de Pakistán, hasta entonces circunscrito a las relaciones de privilegio con Estados Unidos, China, Arabia Saudí y Turquía, pero sin menoscabo de las mismas. Así, Beijing fue el destino el 11 de febrero de 1989 de la primera salida al exterior de la primera ministra, que meses después, en junio, realizó su primera visita oficial a Estados Unidos, donde discurseó en una sesión conjunta del Congreso. El 1 de octubre de 1989 el país retornó a la Commonwealth tras 17 años de autoexclusión (a raíz del reconocimiento por la organización anglófona de la independencia de Bangladesh), poniendo fin a años de frialdad en los lazos con el Reino Unido.

Bhutto dirigió prontos gestos amistosos a la URSS de Mijaíl Gorbachov, a la que desmintió que Pakistán tuviera intenciones de invadir Afganistán para dar el golpe de gracia al desvalido régimen comunista de Najibullah o bien formar una "confederación afgano-pakistaní" basada en el predominio de la tribu pashtún (según una propuesta hecha a sus protectores pakistaníes por el comandante fundamentalista mujahid Gulbuddin Hekmatyar), y a la India del primer ministro Rajiv Gandhi, a la que ofreció revivir el espíritu de Simla, del que habían sido artífices los respectivos progenitores.

La reunión sostenida por Bhutto y Gandhi el 29 de diciembre de 1988 en Islamabad, en los prolegómenos de la IV Cumbre de la Asociación de Asia del Sur para la Cooperación Regional (SAARC), y marcando el primer encuentro al máximo nivel en territorio pakistaní desde 1960, permitió la firma por los ministros de Exteriores dos días después de un histórico acuerdo por el que los dos países se comprometían a no atacar sus respectivas instalaciones nucleares. En julio de 1989 la capital pakistaní volvió a acoger un encuentro de los primeros ministros, con el rango de cumbre oficial esta vez, en el que todavía se respiró un cierto posibilismo.

Al comenzar 1990, sin embargo, el Gobierno de Bhutto ya hacía aguas por casi todos sus costados. El prometedor acercamiento a India quedó arruinado por la emergencia de tensiones militares en la disputada región de Cachemira, dando pie a Bhutto para verter duros reproches al nuevo Gobierno izquierdista de Nueva Delhi. En marzo, la dirigente agitó los tambores de una "guerra de mil años" con India por su represión de la insurgencia separatista cachemir al otro lado de la Línea de Control, subversión musulmana que contaba con el patrocinio indisimulado del ISI.

No menos preocupante se tornó la situación doméstica con la reanudación, al hilo de la ruptura de la coalición con el MQM, de la violencia intercomunal en Sindh, que las autoridades de Islamabad no dejaron de achacar a provocaciones indias. A partir de febrero, la proliferación de sangrientos pogromos perpetrados por elementos radicales tanto mohajires como sindhís militantes del PPP sumieron a la provincia y en particular a las ciudades de Hyderabad y Karachi, donde los mohajires constituían el grueso de la población, en un estado de virtual guerra civil. Incapaz de apaciguar los ánimos con el diálogo político, Bhutto recurrió a la represión policial sin contemplaciones, agravando el clima de terror y multiplicando el número de muertos.

En junio, Bhutto fue acusada por miembros de su propio partido de encarar el conflicto étnico en Sindh con desidia y cerrazón, y de complacerse en la ciega adulación de sus acaudillados más serviles. Al mismo tiempo, el FMI suspendió su asistencia crediticia debido al aumento del déficit presupuestario, que superó el 7% del PIB. En julio, arreciaron las imputaciones de corrupción contra el Gobierno y la familia Bhutto. Por otro lado, el jefe del Estado Mayor del Ejército, el general Beg, se tomó la libertad de mantener a la primera ministra ignorante de la inminente obtención de la bomba atómica por el programa nuclear secreto que los militares controlaban celosamente, pero la estadista se enteró de tan graves noticias a través de unos alarmados funcionarios estadounidenses. Al conciliábulo nuclear se sumó el presidente Ishaq, que como Beg dio largas a las exigencias de clarificación de la primera ministra.

En este escenario de violencia sectaria en Sindh, rumores prebélicos en Cachemira, intrigas de altos vuelos en Islamabad y crispación política en todo el país sobrevino la decisión de Ishaq, el 6 de agosto de 1990, mientras la opinión pública internacional estaba absorta con la crisis irako-kuwaití, de disolver la Asamblea Nacional, cesar al Gobierno en pleno y convocar elecciones anticipadas. Ishaq invocó sus poderes constitucionales y se justificó con la explicación de que Bhutto y sus ministros estaban llevando al país a un callejón sin salida con su venalidad, su nepotismo, su incompetencia y su inacción.

En particular, el jefe del Estado acusó a Bhutto de excarcelar a verdaderos criminales al socaire de la amnistía para los presos políticos, de fracasar en el sofoco de los disturbios en Sindh y aún de atizar éstos, de manipular el poder judicial y de valerse del aparato gubernamental para favorecer sus intereses particulares. El presidente declaró también el estado de emergencia ante la constancia de que la seguridad nacional estaba "amenazada por una agresión exterior y por la agitación interior", y nombró un gobierno provisional encabezado por Ghulam Mustafa Jatoi, quien era el jefe del Partido Nacional Popular (NPP), amén de fundador de la IJI y líder parlamentario de los Partidos de la Oposición Combinada (COP).

Bhutto calificó su destitución de "golpe de Estado ilegal e inconstitucional", acusó directamente al ISI y los elementos reaccionarios de las Fuerzas Armadas como instigadores del mismo, y expresó su confianza en regresar triunfalmente al poder en las elecciones generales del 24 y el 27 de octubre. Sin embargo, los comicios depararon un fuerte revés a la Alianza Popular Democrática (PDA) formada por el PPP y tres formaciones menores: en la Asamblea Nacional sólo obtuvo 44 diputados frente a los 106 de la IJI, que con Nawaz Sharif al timón asumió el Gobierno el 6 de noviembre.

La líder popular bramó contra el "fraude masivo y flagrante" que sus enemigos le habían impuesto, pero la verdad era que el tirón electoral de su partido se había desvanecido. Días después, la humillación electoral fue completa con la pérdida de la mayoría en la Asamblea provincial de Sindh. Su situación no podía ser más complicada, ya que desde el 10 de septiembre pesaba sobre ella una acusación formal por corrupción y abuso de poder, dictada por el Alto Tribunal de Lahore, sobre la base de dos presuntas ilegalidades en la contrata de un negocio de exportación algodonero y en el reclutamiento de una consultora para un proyecto eléctrico financiado por el Banco Asiático del Desarrollo; si era procesada, juzgada y hallada culpable, la ley la inhabilitaría para ser candidata electoral y desempeñar cualquier cargo público durante siete años.

La sensación de cerco se intensificó un mes después, en vísperas de las elecciones, cuando su marido, que acababa de ganar el escaño parlamentario, fue detenido y encarcelado a la espera de ser procesado por su presunta participación en el rapto y la extorsión de un empresario anglo-pakistaní que había desembolsado a sus captores 800.000 dólares. Desafiante, la nuevamente líder opositora deslegitimó ambas acciones judiciales por tratarse de una "venganza política" y una "caza de brujas".


3. Segundo ejercicio como primera ministra y nueva destitución presidencial

Desde el primer día de su remoción, Bhutto emprendió una agresiva contraofensiva política para regresar al poder. Estimulada por los desenlaces positivos de sus desventuras judiciales (los cargos abiertos contra ella no dieron lugar a procesos, mientras que su marido, cuya inocencia defendió a capa y espada, fue ganando sus diferentes juicios por fraude bancario, extorsión y conspiración para el asesinato con un rosario de absoluciones, aunque en el ínterin continuó encarcelado), la líder popular se dedicó a acosar verbalmente al primer ministro Nawaz Sharif y al presidente Ishaq, convertidos en las dianas de sus más furiosas invectivas.

En enero de 1992 consiguió ser elegida presidenta de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Asamblea, hecho que interrumpió por breve tiempo el implacable acoso verbal al Gobierno, y el 18 de noviembre siguiente llevó al apogeo su campaña de desprestigio de los titulares del poder ejecutivo poniéndose al frente de una "larga marcha" que pretendía llevar desde Rawalpindi hasta la sede del Parlamento en Islamabad, separados por una veintena de kilómetros, a miles de partidarios con el objetivo confeso de provocar la caída del Ejecutivo de la PML y el adelanto electoral. Aunque la Policía dispersó violentamente a los marchistas y ella fue arrestada y deportada a su feudo de Karachi, Bhutto estaba convencida de que la situación política volvía a serle favorable.

La caída de Nawaz Sharif, cuyo gobierno se caracterizó por la reanudación de las grandes líneas de acción del anterior régimen de Zia en política interior —islamización de la sociedad por ley, reversión de la estatalización de la época de Ali Bhutto mediante privatizaciones y desregulaciones— y un combate abierto al bandidaje y la violencia parapolicial en Sindh —que el PPP en el poder había dejado medrar con absoluta pasividad—, se produjo, paradójicamente, en las mismas circunstancias que tres años antes habían producido el desalojo de Benazir: un forcejeo por el poder entre el jefe del Gobierno y la Presidencia de la República, con la Octava Enmienda como motivo de discordia, y la corrupción y la ineptitud como pretextos para la solución expeditiva. Así, en abril de 1993 el líder de la PML fue destituido por Ishaq, abriendo una crisis institucional que se complicó con la restitución del cesado por el Tribunal Supremo y que quedó zanjada en julio con la dimisión pactada y simultánea de los dos cabezas del Ejecutivo más la convocatoria de nuevas elecciones.

A las votaciones generales del 6 y el 9 de octubre de 1993, alabadas por su calidad democrática pero lastradas por la baja participación (el 41%), Bhutto acudió enarbolando un programa de ocho puntos, contenido en la llamada Agenda por el Cambio: la reducción del déficit presupuestario; la contención del déficit y el paro; el desarrollo de los recursos humanos; el fomento de la agricultura y la producción de energía; la protección de la maternidad y la infancia; la defensa activa de los Derechos Humanos; la lucha contra el tráfico de drogas; y, el relanzamiento de las relaciones internacionales.

Tal como se esperaba, más porque el boicot del MQM le beneficiaba particularmente, el PPP derrotó a la PML de Nawaz Sharif (PML-N, de la que se había desgajado la facción del recientemente fallecido ex primer ministro Junejo, PML-J), pero con una mayoría bastante magra, para decepción de Bhutto: con el 38% de los votos, de hecho tres puntos porcentuales menos que la PML-N, el hasta ahora primer partido de la oposición creció en la Asamblea Nacional hasta los 89 escaños. De ellos, cuatro se quedaron en la familia Bhutto: fueron para Benazir, la begum Nusrat, Asif Ali y, como novedad, Hakim Ali Zardari.

Incluso Murtaza, el hermano réprobo que se había pasado años refugiado en Damasco para eludir la condena impuesta en rebeldía por un tribunal militar como culpable del secuestro de un avión de pasajeros en 1981, quiso aclarar su turbio historial haciéndose con un mandato parlamentario, que en su caso consiguió en la Asamblea de Sindh, donde candidateó con éxito como independiente y enfrentado al PPP. Sin embargo, tan pronto como retornó a Pakistán para ocupar su escaño provincial tras 16 años de exilio, Murtaza Ali Bhutto fue arrestado por la Policía sindhí con el beneplácito de su hermana, que ya nunca iba a perdonarle su actitud sediciosa e insumisa.

En puridad, los vencedores fueron los partidos de la IJI con 105 escaños, si bien la alianza conservadora ya no concurría de manera formal. Además, el resultado globalmente positivo para el PPP en las asambleas provinciales, con mayoría simple en la NWFP, mayoría avasalladora en Sindh y un excelente rendimiento en Punjab —donde pisó los pies a la PML-N—, convirtió a Bhutto en el candidato a primer ministro más plausible. El 19 de octubre, luego de ser designada por el presidente de la República en funciones, Wasim Sajjad, y de negociar el respaldo adicional de un puñado de parlamentarios independientes y de pequeños partidos regionales, Bhutto fue investida con el voto favorable de 121 diputados primera ministra de un gabinete de coalición con la PML-J, alianza bipartita que se extendió a los gobiernos de Sindh y Punjab, y que supuso un doloroso órdago para Nawaz Sharif.

El arranque del segundo ejercicio gubernamental de Bhutto produjo una intensa sensación de déjà vu promisorio; así, había llegado la hora de transformar el país en pro de la justicia social y la democracia, atender las necesidades de las masas desfavorecidas, hacer respetar los Derechos Humanos, poner coto a la corrupción generalizada y sacar a Pakistán del "aislamiento internacional". El flamante gobierno presentó un "nuevo contrato social" basado en la descentralización administrativa y la entrega de títulos de propiedad a los campesinos sin tierras. El 13 de noviembre Bhutto apuntaló su posición con la elección parlamentaria del candidato del PPP, Farooq Leghari, ministro de Finanzas y de Exteriores de su primer gobierno, para el puesto de presidente de la República. Bhutto confiaba plenamente en Leghari, quien incluso se declaró listo para apoyar cualquier iniciativa gubernamental dirigida a abrogar la controvertida Octava Enmienda, lo que requería el respaldo de dos tercios del Parlamento.

Nadie imaginaba entonces que este segundo gobierno iba a terminar para Bhutto exactamente igual que el primero: truncado por la aplicación, decididamente abusiva ya, de un mecanismo constitucional que pertenecía al legado de Zia ul-Haq y en medio de una ola de violencia intercomunitaria. Aún peor, todos los desaciertos, vicios e impedimentos diagnosticados a la gestión del PPP entre 1988 y 1990 se repitieron, con mayor intensidad si cabe, entre 1993 y 1996.

Una vez iniciado 1994, la primera ministra encajó estallidos de violencia confesional y étnica en cascada. Esta escalada sin precedentes en la conflictividad sectaria incendió sucesivamente la NWFP, donde fundamentalistas tribales pashtunes proclamaron una "jihad" para imponer la sharía, Punjab, escenario de masacres entre extremistas sunníes y shiíes, Karachi, sumida en una verdadera guerra civil que enfrentó por una parte a sindhís del PPP y mohajires del MQM, y por la otra a facciones rivales de este último movimiento, y las turbulentas Áreas Tribales Federalmente Administradas (FATA), porción de territorio encajonado entre la NWFP y la frontera afgana, que gozaba de un estatus semiautónomo de hecho, donde el Ejército, inhibido en otros lugares, intentó acabar con el floreciente negocio del contrabando, hallando fuerte resistencia entre tribus pashtunes locales que además, particularmente en el distrito de Kurram, se enfrentaron entre sí por diferencias de credo musulmán.

El balance fue de miles de muertos en todo Pakistán; sólo en Karachi y en 1995 se registraron más de dos millares de víctimas, no pocas de las cuales había que achacar a los desmanes represivos del cuerpo paramilitar de los ranger. Por si fuera poco, el país se estremeció con una serie de atentados terroristas indiscriminados, la mayoría de autoría anónima, que causaron un centenar largo de muertos en Islamabad (noviembre de 1995), Peshawar (diciembre de 1995) y Lahore (abril y julio de 1996). La clase política de Islamabad no hizo gran cosa para serenar tan calamitosa situación. Nawaz Sharif no perdió ni un minuto en pagarle a Bhutto con la misma moneda y se afanó en desestabilizar el Gobierno con cualquier pretexto. El mayor partido político confesional sunní, la Asociación Islámica (Jamaat-e-Islami, JeI), secundó la campaña de erosión con huelgas y manifestaciones.

Pero la cota de responsabilidad era más achacable a la primera ministra desde el momento en que el auge del islamismo radical, el trasiego de armas y el tráfico de opiáceos estaba directamente conectado con las intromisiones en los conflictos regionales de Cachemira y Afganistán, atizados sin recato por el Estado pakistaní para proporcionarle "profundidad estratégica" frente al adversario inveterado, India. En este terreno, el Gobierno de Bhutto se apuntó un éxito, la conquista militar de la mayoría de Afganistán por el movimiento talibán, que el tiempo iba a revelar como pírrico, ya que al apostar por el partido islamista más fanático e intolerante del drama bélico afgano, Pakistán contribuía a diluir su propia seguridad nacional, la autoridad de sus instituciones y hasta sus fronteras internacionales.

Tras tomar posesión, Bhutto lanzó una ofensiva diplomática para llamar la atención internacional sobre la represión practicada por Nueva Delhi contra los soberanistas de la Cachemira india y reclamar a la ONU que desempolvara la vieja idea de celebrar un referéndum sobre el estatus del territorio, para el que ella reclamaba el derecho a la autodeterminación. Este intento de internacionalizar el conflicto cachemir fracasó, en parte porque Estados Unidos consideraba a algunos de los grupos guerrilleros que cruzaban la Línea de Control para combatir a las tropas indias organizaciones de naturaleza terrorista y meras criaturas de los servicios de inteligencia pakistaníes.

Pese a ello, y pese, sobre todo, a que Islamabad no detuvo el proceso de enriquecimiento de uranio para potencial uso militar y siguió adquiriendo misiles balísticos a China, Bhutto consiguió que la Administración de Bill Clinton desbloqueara la entrega de aviones de combate ya comprados y soslayara las disposiciones de la propia legislación estadounidense que prohibían suministrar armamento convencional a un país que persiguiera dotarse de la bomba atómica y rehusara someterse al Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP).

El otro gran objetivo de Bhutto en política exterior era tender vías estables de comunicación con las repúblicas soviéticas de Asia Central, ricas en recursos naturales (algodón, hidrocarburos) susceptibles de ser exportados al resto del mundo por una vía meridional con salida al océano y alternativa a las rutas rusas e iraní: por Pakistán. La clave era, naturalmente, Afganistán, país intermedio que seguía sumido en la guerra civil, librada ahora entre las distintas facciones mujahidín que se disputaban Kabul y otras plazas fuertes después del colapso del antiguo régimen prosoviético en 1992. En octubre de 1994, con la Embajada pakistaní en Kabul y las fronteras cerradas a causa del recrudecimiento de los combates, Bhutto se entrevistó en la capital de Turkmenistán, Ashgabat, con los señores de la guerra Rashid Dostum, jefe de las milicias uzbekas del norte, e Ismail Khan, el poderoso gobernador proiraní de la ciudad de Herat, para sondear la apertura del tráfico rodado entre Quetta, en Beluchistán, y Ashgabat a través de Kandahar y Herat.

Justo cuando se desarrollaban estas negociaciones, irrumpió en la provincia sureña de Kandahar con fiereza inusitada el movimiento religioso-guerrillero de los talibán, que era el fruto de años de enseñanza a miles de jóvenes refugiados afganos y antiguos mujahidín de la doctrina deobandi, una versión ultrarrigorista del sunnismo local y próxima al wahhabismo saudí, en madrasas o escuelas coránicas concentradas en el noroeste de Pakistán y particularmente en las zonas de mayoría pashtún, etnia que es también predominante en buena parte de la mitad meridional de Afganistán. Estas madrasas estaban regidas por ulema y maulanas pertenecientes a la Asociación de Ulema Islámicos (Jamiat Ulema-e-Islami, JUI).

Invocando la purificación moral y la teocracia, y guiados por el enigmático e iluminado mullah Mohammad Omar, los talibán desataron una verdadera guerra relámpago contra todas las facciones mujahidín y los caudillos regionales, principiando una cadena ininterrumpida de victorias en el oeste, el norte y el este de Afganistán. En 1995 el Gobierno de Bhutto, sometido a las presiones determinantes de la red pashtún en el ISI y el Ejército, decidió abandonar a la guerrilla de Gulbuddin Hekmatyar, el Hezb-i-Islami, y apostar sin reservas por los talibán, sobre los que comenzó a caer un maná de dinero, armas, bienes y servicios, en buena parte facilitado también de Arabia Saudí.

Semejante injerencia tuvo un coste elevado. En primer lugar, mientras la victoria final de los talibán se hacía esperar, la prosecución de la guerra posponía sine die el funcionamiento de la carretera que comunicaba a Pakistán con Turkmenistán a través de las provincias afganas de Kandahar, Helmand, Farah y Herat. Todavía más inviable se mostraba la vía de comunicación más corta con Asia Central, la que partiendo de Peshawar y cruzando el Paso del Khyber llegaba a Kabul y conducía en derechura al norte. Peor aún, resultó inevitable el deterioro de las relaciones con Irán, Rusia, Uzbekistán y Tadzhikistán, que apoyaban al gobierno mujahidín atrincherado en Kabul y al conjunto de milicias de tadzhikos (persáfonos sunníes), uzbekos (turcófonos sunníes) y hazaras (persáfonos shiíes), y, por extensión, con India.

Bhutto y los generales esperaban que los talibán les sirvieran como una especie de punta de lanza de sus apetencias estratégicas en Asia Central, pero aquellos tenían sus propios objetivos en Afganistán y no se resignaban a ser simples peones de sus patrocinadores pakistaníes. Al contrario, el dominio talibán sobre Afganistán iba a provocar, como años después iba a mostrarse dramáticamente, la talibanización de las áreas fronterizas de Pakistán, convertidas en el semillero y la universidad de una variada mezcolanza de extremistas procedentes de todo el orbe musulmán.

Ya entonces Bhutto se percató de la amenaza que entrañaba la reorganización de los árabes afganos, antiguos jihadistas antisoviéticos que reclutaron a nuevas generaciones de militantes para sus tramas subversivas, destacándose en especial la red Al Qaeda orquestada por el renegado saudí Osama bin Laden, enemigo declarado de Estados Unidos, Israel y el mundo occidental. Pero la primera ministra carecía de la fuerza, y seguramente también de la voluntad, para poner coto a sus andanzas. Atrapada entre las imposiciones de los militares y sus propias contradicciones, Bhutto favoreció la emergencia de un fenómeno, los talibán, que años después iba a dar lugar a una simbiosis incendiaria trufada de solidaridades tribales y religiosas, con fatales consecuencias para su país y para ella misma.

Por lo que se refiere a la economía, en 1995 el FMI suspendió una facilidad para el ajuste estructural por valor de 1.500 millones de dólares ante el incumplimiento por el Gobierno de las metas de reducción del déficit de un presupuesto cuyas dos terceras partes seguían destinándose a los gastos militares y al pago de la deuda externa. El organismo crediticio y los acreedores internacionales continuaron presionado a Bhutto para que avanzara en las privatizaciones, acentuara la austeridad y pusiera coto a la inflación, que rebasó el índice del 10% anual. Ante la contracción de las exportaciones, la caída también de las remesas de los emigrados y la evaporación de las reservas internacionales, el Gobierno optó por devaluar la rupia un 7% y tasar las importaciones con un arancel especial del 10% en octubre de 1995. Sin embargo, se negó a gravar las rentas agrícolas, para no indisponerse con los terratenientes, y se cruzó de brazos ante la galopante evasión tributaria. En líneas generales, la realidad cotidiana de inseguridad, corrupción, huelgas y violencia político-religiosa convertía a Pakistán en un país muy poco atractivo para la inversión foránea.

1996, pese a la conquista de Kabul el 26 de septiembre por los talibán, que hacía concebir esperanzas de la pronta apertura de un corredor comercial hasta Asia Central, fue lo más parecido a un annus horribilis para Bhutto. Con India, volvió a llegarse a las manos en el disputado glaciar de Siachen, donde hubo encontronazos entre las tropas de tierra y combates aéreos. El Tribunal Supremo resistía los intentos de manipulación del Gobierno y dictó algunas disposiciones contrarias a sus intereses en un intento de subrayar su independencia política. En la NWFP, Punjab y las FATA se sucedían las violencias de diverso signo. A mayor abundamiento, arreciaron las trifulcas familiares, que mostraron con toda crudeza la pelea que enfrentaba a los Bhutto por el control dinástico del PPP.

Tras ser puesto en libertad, Murtaza Bhutto activó su propia agrupación política, el Partido Popular de Pakistán-Mártir Bhutto (PPP-SB), y arremetió contra su hermana, a la que reprochó haberse desviado de los principios socialistas acuñados por el padre y, con más virulencia, contra su cuñado, al que echó en cara su venalidad, nuevamente evidenciada desde su puesto de presidente del Consejo Medioambiental de Pakistán. La begum Nusrat se puso de parte de su hijo, provocando que su primogénita, furiosa, la despojara del cargo de copresidenta del partido en diciembre de 1993. Este hecho marcó el principio del ocaso político de la viuda de Ali Bhutto, y, aunque posteriormente se reconcilió con Benazir, ya nunca saldría de las sombras. Aquejada de una dolencia cardiaca y de la enfermedad de Alzheimer, la begum terminaría marchándose a vivir a Dubai, pero sobreviviría a su hija. Por si fuera poco, Benazir se enemistó también con su influyente tío en segundo grado, Mumtaz Bhutto, que frustrado con el liderazgo absoluto de su sobrina sobre el PPP lanzó el Frente Nacional de Sindh (SNF) y se erigió en tribuno del nacionalismo sindhí.

La pendencia entre Murtaza Bhutto y el matrimonio Bhutto-Zardari subió de tono en el verano de 1996. A finales de julio, Benazir elevó el rango funcionarial de su esposo nombrándole ministro de Inversiones, un puesto del Gabinete creado ex profeso. Poco antes o poco después debió de ocurrir un violento encontronazo físico entre los cuñados en el que, de creer la versión difundida por medios pakistaníes, Murtaza le arrancó de cuajo medio bigote a Zardari, quien se sintió profundamente vejado. Casualidad o no, el 20 de septiembre el hermano de la primera ministra se dirigía con un séquito de escoltas a su casa en Karachi cuando decenas de policías les salieron al encuentro y acribillaron a balazos los vehículos en los que viajaban, matándole a él y a seis acompañantes. Otras versiones del crimen apuntan que Murtaza no falleció en el acto, sino que fue rematado a quemarropa o bien dejado morir con privación de asistencia médica. Su viuda, Ghinwa, de origen libanés, imputó de inmediato la emboscada a Zardari.

El asesinato impune de Murtaza Bhutto puso en situación muy delicada al Gobierno de su hermana, que ya estaba tocado por las atronadoras acusaciones de corrupción contra los Zardari. Además, circulaba el rumor de que influyentes clanes militares y de la comunidad de inteligencia estaban conspirando contra la primera ministra, quien precisamente dirigió su dedo acusador contra estos círculos de uniformados anónimos, amén de contra el presidente de la República, a la hora de buscar culpables del crimen contra su hermano.

El 5 de noviembre de 1996, Leghari, en un movimiento sorpresa, decretó la disolución de la Asamblea Nacional y el final del mandato de la primera ministra aduciendo las mismas razones que Ishaq Khan en 1990 y otras más: corrupción masiva, nepotismo, obstrucción de la acción judicial, falsas imputaciones al jefe del Estado y al Ejército, homicidio injustificado de cientos de supuestos terroristas en Karachi, impericia en la gestión económica y complicidad en la muerte de Murtaza Bhutto. "La fe pública en la integridad y la honestidad del Gobierno ha desaparecido", afirmó quien fuera secretario general del PPP y devoto lugarteniente de Ali Bhutto. Mientras Bhutto iniciaba un arresto domiciliario que se prolongó algunos días y su esposo era ingresado en prisión como sospechoso de implicación en la muerte de su cuñado, Malik Miraj Khalid, un antiguo presidente de la Asamblea Nacional y miembro del PPP, se hizo cargo de un Gobierno interino con la misión de organizar elecciones generales para el 3 de febrero de 1997. Por otro lado, el Tribunal Supremo validó la acción presidencial por seis votos contra uno.


4. Una década en la oposición, el exilio y la picota judicial

La destitución presidencial de 1996 significó para Bhutto el comienzo de otra etapa vital cuajada de amargas dificultades que la píldora del poder, arrebatada, no podía dulcificar. En las elecciones de febrero de 1997, lastradas por la elevada abstención (el 65%), el PPP sufrió un descalabro sin precedentes al no ser capaz de capturar más que 18 escaños en la Cámara baja. Su encarcelamiento no impidió a Zardari competir por un escaño en el Senado, que ganó.

El regreso al Gobierno de Nawaz Sharif garantizó la multiplicación de las pesquisas judiciales contra el matrimonio Bhutto-Zardari, que en septiembre de 1997 vio congeladas, a petición de Islamabad, unas cuentas bancarias en Suiza por valor de 20 millones de francos suizos, cerca de 14 millones de dólares al cambio del momento, dinero que según la policía judicial pakistaní procedía de los sobornos cobrados por el ex ministro de Inversiones a diferentes compañías europeas y árabes a cambio de sustanciosos contratos de compra y licencias de importación adjudicados por el Gobierno del PPP. Entre los pagadores estarían el fabricante de aviones de combate francés Dassault, la empresa polaca de tractores Ursus y un marchante de oro de Dubai. Los gobiernos de los tres países facilitaron a su homólogo pakistaní documentación comercial y financiera que sirvió de base para formular las acusaciones de corrupción, pero la pareja tachó en todo momento las imputaciones penales que se les hacían como un burdo montaje urdido por sus enemigos políticos.

En abril de 1998, poco antes del revuelo internacional que causaron las detonaciones atómicas de India y Pakistán en mayo, fueron la totalidad de los fondos bancarios y las propiedades personales y empresariales del matrimonio los que quedaron bloqueados por decisión de dos paneles especiales de jueces pakistaníes. Los bienes intervenidos fueron valorados en varios cientos de millones de dólares. En julio, mientras su marido era enjuiciado en casa junto con otros 18 acusados por el asesinato de Murtaza, tras eludir una primera orden emitida por el Alto Tribunal de Karachi, Benazir regresó de Dubai para comparecer ante el Alto Tribunal de Lahore y defenderse de los cargos de corrupción que los fiscales le imputaban.

En agosto, el magistrado helvético Daniel Devaud solicitó el procesamiento del matrimonio por su presunta implicación en una trama de lavado de dinero procedente de sobornos de corporaciones privadas. En el memorando entregado por Devaud a las autoridades pakistaníes se hacía constar el empleo de varias empresas como tapadera para ocultar dinero obtenido ilegalmente y la compra por ella en Londres de un espectacular collar de diamantes valorado en 175.000 dólares, joya que había sido confiscada en una caja de seguridad de un banco de Ginebra. El escándalo estaba servido. A comienzos de octubre, la corte punjabí emitió el procesamiento reclamado desde Suiza y en noviembre repitió la diligencia en relación con el negocio de la compra de los tractores polacos.

Aunque su honestidad estaba gravemente cuestionada y la más que oscura reputación de Zardari, independientemente de si sus corrupciones podían ser demostradas ante un tribunal o no, era un lastre sumamente inicuo para su carrera, Bhutto parecía crecerse ante la adversidad. Siempre altiva y retadora, se alió con el izquierdista Partido Nacional Awami (NAP) de Khan Wali Khan, lo que le permitió extender su influjo entre los pashtunes laicos y progresistas, y se comprometió a impedir que Pakistán deviniera, por culpa del neoislamismo de Nawaz Sharif (cuyo Gobierno acababa de introducir una reforma del Código Penal para incluir castigos islámicos que por su carácter drástico traían a las mientes los procedimientos bárbaros de los talibán), un Estado "teocrático, autoritario, aventurero, centralista, chovinista y en bancarrota". Como en 1990-1993, exigió sin desmayo la dimisión del Gobierno de la PML-N y la celebración de elecciones anticipadas.

El 15 de abril de 1999, encontrándose en Londres de manera supuestamente temporal (aprovechando la libertad de movimientos que el juez que llevaba su caso le había concedido en diciembre) y recién proclamada por sus huestes presidenta vitalicia del partido, Bhutto se encontró con que el Alto Tribunal de La