Avigdor Lieberman

Tras las elecciones legislativas de 2009, el Ministerio de Exteriores de Israel recayó en un antiguo inmigrante de la URSS de tendencia ultraderechista y generador de fuertes polémicas, al hilo de unas propuestas y comentarios habitualmente tildados de extremistas y racistas. Avigdor Lieberman, líder de la pujante formación Yisrael Beiteinu (Nuestra Casa es Israel) y partidario de revisar la ciudadanía de la minoría árabe israelí, a la que desearía ver fuera del Estado, pactó con Binyamin Netanyahu y el partido Likud un Gobierno de coalición cuyo primer aviso de intenciones él se encargó de vocear: el descarte de toda concesión política y territorial a los palestinos en el marco del proceso de paz de Annapolis, declarado por él inválido.

(Nota de edición: esta biografía fue publicada originalmente el 29/4/2009. El primer ejercicio de Avigdor Lieberman como ministro de Exteriores de Israel, con rango de viceprimer ministro, se prolongó del 31/3/2009 al 18/12/2012. Posteriormente, Lieberman, sirvió como ministro de Exteriores nuevamente en.2013-2015, ministro de Defensa en 2016-2018 y ministro de Finanzas en 2021-2022).

1. Emigración desde la URSS y primera trayectoria en el Likud
2. El partido Yisrael Beiteinu y cargos ministeriales con Sharon y Olmert
3. Sensación electoral y ministro de Exteriores con Netanyahu


1. Emigración desde la URSS y primera trayectoria en el Likud

Evet Lieberman nació en 1958 en Kishinev, capital de la entonces República Socialista Soviética Moldava, como el hijo único de un matrimonio de judíos moldavos trilingües, ya que hablaban el rumano, el ruso y el yiddish. Los padres se habían conocido en el gulag siberiano donde él, un antiguo soldado del Ejército Rojo, sufrió diez años de deportación bajo el régimen estalinista. Criado en una ciudad de fuerte tradición antisemita, escenario de sangrientos pogromos en la época zarista, el muchacho, tras cursar la educación secundaria, solicitó iniciar estudios de Derecho Internacional en la Universidad de Kíev, pero su preinscripción fue rechazada. Se trató, al parecer, de un acto de discriminación por ser judío, filiación étnico-cultural que en la URSS tenía la consideración oficial de nacionalidad y que sobre el papel poseía los mismos derechos ciudadanos que los rusos, los ucranianos y los demás grupos nacionales eslavos y no eslavos.

Puesto que se le cerraban las puertas a la educación universitaria, Lieberman probó a formarse como perito hidráulico en el Instituto de Agricultura de Kishinev; entretanto, sus padres planeaban emigrar a Israel, la Aliyah, expresión sionista que literalmente significa ascenso. Las autoridades soviéticas, por razones políticas pero también económicas y científicas —para impedir la fuga de cerebros—, imponían fuertes trabas a un éxodo de estas características, así que muchos de los ciudadanos judíos que solicitaban el visado de salida veían frustrados sus deseos. En 1978 los Lieberman figuraron entre los 29.000 judíos soviéticos que ese año consiguieron el visado para viajar a Israel, si bien menos de la mitad de los que partieron se instalaron realmente en el Estado fundado tres décadas atrás por una élite de intelectuales y activistas sionistas oriunda, como ellos, de los más diversos confines del extinto Imperio Ruso. La familia moldava sí se convirtió en olim, es decir, hizo la Aliyah, fijando su nuevo hogar en Jaffa. Tuvieron suerte, ya que en 1981, con el endurecimiento de la Guerra Fría, el régimen comunista prácticamente cerró las puertas de salida.

Una vez instalado en su nueva patria, que le acogió con los brazos abiertos, el joven Lieberman, de 20 años y con los estudios de hidroagricultura sin terminar, se cambio el nombre propio, en adelante Avigdor, pero conservó el apellido de tradición ashkenazí, a diferencia de otros muchos emigrados que prefirieron hebraizar sus sonoros apellidos europeos con raíces germánicas o eslavas. Tampoco adoptó el estilo de vida agrícola-comunitario, luego de su paso por un kibbutz, en cuya escuela intensiva de idiomas (ulpan) aprendió el hebreo, sino que se afincó en la urbana Beersheba, la principal ciudad del sureño desierto del Negev, donde empezó a ganarse la vida como mozo de equipaje de la aerolínea El Al.

Tras cursar un preparatorio en Beersheba retomó su formación superior en la Universidad Hebrea de Jerusalén, por la que se graduó, más en consonancia con su aspiración académica cuando era ciudadano soviético, en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas. Realizó también el servicio militar en las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) y se licenció con el grado de cabo del arma de artillería. En su etapa de universitario trabajó de portero y luego de gerente en un club nocturno de Beersheba, y en las aulas estuvo activo en el grupo estudiantil Kastel, próximo al Likud, el bloque derechista, dominado por el partido Herut, que por entonces gobernaba Israel bajo el liderazgo de Menachem Begin. De creer unas informaciones publicadas en 2009 por los periódicos Haaretz y Maariv, que aportan testimonios de antiguos conocidos del político, el joven Lieberman hacía gala en aquellos primeros años ochenta de un pensamiento de lo más extremista amén de un carácter pendenciero.

Así, aunque por poco tiempo, habría pertenecido al Kach, el partido de ultraderecha fundado por el rabino Meir Kahane, famoso por su fanático racismo antiárabe, su hostilidad al mundo gentil y sus justificaciones de la violencia (lo que le valió ser acusado de apologista de la limpieza étnica y del terrorismo antes de ser asesinado en 1990). El interesado ha negado tajantemente esta temprana filiación política, pero sólo de manera parcial otra revelación periodística, la de que como activista del Kastel estuvo implicado en varias peleas con estudiantes árabe-israelíes.

Una vez completadas sus obligaciones académicas y militares, Lieberman se estableció en Jerusalén con su recién tomada esposa, Ella Tzipkin, una compañera de estudios, observante de la Torah y como él inmigrante, con la que iba a tener tres hijos, dos chicas y un chico. En Jerusalén se estabilizó profesionalmente como funcionario de base del Likud y secretario de la sección municipal de la Unión Nacional de Trabajadores (Histadrut Ovdim Leumit), sindicato creado por Zeev Jabotinsky, el artífice de la corriente sionista revisionista, y Begin antes de la proclamación del Estado para competir en el terreno laboral con el poderoso Histadrut, la Federación de Trabajadores Judíos, a su vez alineado con el Partido Laborista (Avoda).

Lieberman se integró asimismo en la dirección de la Corporación Económica de Jerusalén, una sociedad limitada metida en negocios de promoción industrial e inmobiliaria, redondeando un plantel de filiaciones harto inusual en un miembro de la comunidad de inmigrantes ex soviéticos, donde lo frecuente era toparse con barreras al progreso socioeconómico. El sentimiento de decepción afloró sobre todo entre quienes hicieron la Aliyah en los años de la Perestroika y el subsiguiente colapso de la URSS, cuando se produjo una verdadera avalancha –sólo en 1990 arribaron 185.000 olim-; muchos de estos nuevos israelíes percibían actitudes discriminatorias en la sociedad de acogida y algunos de ellos adoptaron una actitud refractaria a la absorción, que el Gobierno alentaba con ayudas públicas. No pocos desencantados con la mediocre calidad de algunos servicios públicos, el alto coste de la vida, las limitadas oportunidades laborales o el peso de la ortodoxia religiosa optaron por regresar a sus países de origen en la Comunidad de Estados Independientes o bien marchar a Norteamérica.

Sin embargo, había otros muchos que se encontraban a gusto en Israel, y uno de ellos era Lieberman, que en este sentido pasaba por un inmigrantes perfectamente asimilado, dispuesto incluso a competir en israelidad con cualquier israelí de más solera, sabras (los nacidos en Palestina antes de 1948 y en Israel con posterioridad a esa fecha) incluidos. No por ello, empero, se desentendió de sus orígenes, y por ejemplo contribuyó a la puesta en marcha del Foro Sionista para el Judaísmo Soviético, primera ONG dedicada a coordinar el activismo de los emigrados de la URSS y a ayudarles en el proceso de absorción. Al frente del Foro estaba Natan Sharansky, esclarecido ex disidente y represaliado soviético que contaba con el patrocinio del Gobierno estadounidense de Ronald Reagan.

En 1988, el año en que las formaciones que integraban el Likud se fusionaron para constituir un partido unitario, los Lieberman se mudaron a un asentamiento de colonos en la Cisjordania ocupada, Nokdim, sito 10 km al sudeste de Belén. Fundado en 1982 y autorizado por el Gobierno –aunque, como el resto de colonias en los Territorios Ocupados, ilegal para las organizaciones de derecho internacional-, Nokdim acogía a unas pocas decenas de familias y su extracto social era plural, ya que convivían inmigrantes, israelíes nativos, observantes religiosos y judíos seculares, como era el caso del nuevo convecino.

Pero todos compartían con mayor o menor ardor unas creencias nacionalistas sionistas que preconizaban la construcción del Eretz Yisrael, el Gran Israel, partiendo de la colonización de los territorios arrebatados por las FDI a Egipto, Jordania y Siria en la Guerra de los Seis Días de 1967. Los colonos de Nokdim predicaban con el ejemplo en el corazón del territorio palestino que para ellos era Judea, en una zona particularmente árida y despoblada, asomada al desierto que desciende hasta el Mar Muerto. En su futura carrera política, Lieberman iba a exhibir su condición de colono como un recordatorio permanente de sus credenciales.

Según semblanzas biográficas de la prensa israelí e internacional, fue por esta época, a finales de los años ochenta, cuando Lieberman conoció a Binyamin Netanyahu, un antiguo oficial de operaciones especiales de las FDI y últimamente embajador de Israel en Washington, que a finales de 1988 ganó el escaño en la Knesset y debutó en el Gobierno que presidía Yitzhak Shamir como viceministro de Exteriores. En los años siguientes, Lieberman trabajó estrechamente con Netanyahu en el seno del Likud, donde las ambiciones políticas de ambos toparon con la actitud desdeñosa de la vieja guardia dirigente, fogueada en las luchas que alumbraron y consolidaron el Estado décadas atrás. Aunque el dúo tenía unos antecedentes de lo más dispares, Lieberman y Netanyahu se parecían en que eran vistos por igual como unos outsiders: el primero, por tratarse de un nuevo israelí que no llevaba más que una década repatriado; el segundo, pese a ser sabra, por haber vivido 16 años en Estados Unidos y traer muchos tics culturales de allí.

La conquista por Netanyahu, mediante una briosa campaña interna, de la presidencia del Likud en marzo de 1993, luego del desalojo del Gobierno por los laboristas de Yitzhak Rabin y la dimisión del añoso Shamir, arrastró hacia arriba la trayectoria política de Lieberman, que el 25 de mayo fue nombrado por aquel director general del partido, puesto equivalente a una secretaría general. Mientras su jefe se dedicaba a hacer oposición parlamentaria y proselitismo, Lieberman llevó las finanzas del partido y actuó como el principal celador de la disciplina interna, en una formación cada vez más propensa a las trifulcas y la disidencia.

Su incidencia en los problemas de la seguridad nacional, sus tesis de mano dura con el terrorismo palestino y su escepticismo con el proceso negociador alumbrado por los Acuerdos de Paz de Oslo dieron al Likud y a Netanyahu la victoria en las elecciones generales de junio de 1996. A la hora de formar el Gobierno de coalición, el líder liberal no se olvidó de su eficiente colaborador, al que premió con un puesto de enjundia, la Dirección General de la Oficina del Primer Ministro, con las misiones de supervisar y coordinar todas las actividades del Gabinete en las áreas económica, social, de infraestructuras, religiosas y otras. En suma, toda una proeza para un humilde inmigrante venido de la URSS, de 38 años y carente de la fama y el prestigio del 10 años mayor Sharansky, flamante ministro de Industria y Comercio así como líder de Yisrael BaAliyah, el primer partido concebido para hacer de portavoz de la numerosa minoría de los genéricamente llamados rusos judíos.

Ahora bien, el debut gubernamental de Lieberman pronto dio paso a la frustración. Metido en un Ejecutivo derechista de amplia coalición que devino jaula de grillos por los intereses contrapuestos de radicales, moderados, liberales, ultraortodoxos, laicos y representantes de colectivos específicos como los inmigrantes ex soviéticos, los sefardíes y los colonos de los Altos del Golán, el director general de la Oficina del Primer Ministro se vio envuelto en las tensiones que amenazaban con incendiar su propio partido. En enero de 1997 no consiguió aplacar a Benny Begin, hijo de Menachem Begin y exponente de la línea más nacionalista del Likud, quien dimitió como ministro de Ciencia en protesta por la retrocesión de la ciudad cisjordana de Hebrón a la Autoridad Nacional Palestina.

Ese mismo mes, además, fue objeto de una investigación policial encaminada a esclarecer su implicación en el llamado escándalo Bar-On, un caso de tráfico de influencias de altos vuelos, que puso contra las cuerdas a Netanyahu. La oposición laborista y de izquierdas reclamó al Tribunal Supremo que ordenara la suspensión de Lieberman en el Gobierno en tanto que sospechoso de diversos actos de corrupción, mientras que la Policía solicitó al fiscal general del Estado que le incoara una acusación formal por unos supuestos de fraude y malversación.

La justicia dio carpetazo a las investigaciones en contra del director general, pero el funcionario estaba políticamente tocado. Acusado de intrigante y de comportarse como un comisario político de la línea oficialista (la prensa, recordando sus antecedentes soviéticos, le caricaturizaba despectivamente como KGB, Liberputin o, directamente, como el Rasputín del Gabinete), y definitivamente mal encarado con muchos veteranos likudniks que nunca le habían aceptado, Lieberman fue poco más o menos que obligado a marcharse por Netanyahu, quien le sacrificó para desactivar una revuelta interna. El 23 de noviembre presentó la dimisión y abandonó el Gobierno, pero no sin manifestar su disgusto con "quienes piensan que este partido está dividido en príncipes y en esclavos". Un mes después sufrió un nuevo fiasco cuando el mismo ambiente hostil le forzó a retirar su candidatura a presidir World Likud, organización que funcionaba como la rama internacional del partido, activa sobre todo entre la diáspora judía.


2. El partido Yisrael Beiteinu y cargos ministeriales con Sharon y Olmert

Profundamente disgustado con el partido al que había dado todo de sí, y seguramente resentido también con Netanyahu, Lieberman regresó a su terruño adoptivo en Judea, se retiró de la política y se estableció como empresario autónomo en negocios de importación y exportación. Fue un mero paréntesis. A últimos de 1998, con los partidos ultimando sus estrategias de cara a las elecciones generales que Netanyahu, confrontado con la desintegración de la mayoría oficialista, se había visto obligado a adelantar a mayo de 1999, Lieberman empezó a organizar una fuerza política propia y con unos planteamientos bien definidos: Yisrael Beitenu, Nuestra Casa es Israel, concebida con una plataforma para los inmigrantes rusojudíos partidarios de no hacer concesiones territoriales a los palestinos y de preservar la expansión colonial en los Territorios Ocupados.

Por primera vez desde que hizo la Aliyah, el oriundo de Moldova puso en el primer plano su identidad de inmigrante venido de la URSS, dispuesto a hacerle la competencia a Sharansky en la pesca de los votos de la enorme minoría rusojudía, unas 900.000 personas, es decir, el 14% de la población israelí. Ideológicamente, Lieberman adoptó para su partido, considerado en lo sucesivo ultranacionalista de derechas, la doctrina sionista revisionista en su versión "actualizada", de cuyo abandono acusaba al Likud, así como un secularismo puntilloso, verdadero revulsivo en un momento en que los partidos ortodoxos incrementaban su influencia política y social. El partido fue formalmente lanzado el 3 de enero de 1999.

El 17 de mayo siguiente Lieberman ganó en la Knesset su primer escaño parlamentario, uno de los cuatro sacados por el partido con el 2,6% de los votos. Aunque era debutante, podía considerarse un resultado francamente mediocre para Yisrael Beiteinu. A su directo rival, Yisrael BaAliyah, el envite le fue mejor con el 5,1% de los votos y seis escaños. Los comicios fueron ganados por la coalición liderada por los laboristas, cuyo jefe, Ehud Barak, se convirtió en primer ministro, en tanto que Netanyahu, doblemente derrotado, dimitió al frente del Likud, donde se hizo con las riendas el veterano ex general y famoso halcón Ariel Sharon.

En su primera legislatura como diputado de la oposición, Lieberman estuvo encuadrado en los comités parlamentarios de Asuntos Exteriores y Defensa, y de Control del Estado. Fuera de la Knesset presidió la Liga de Amistad Parlamentaria Israel-Moldova y editó el periódico Yoman Israeli. Aunque marginado del Gobierno de vasta coalición formado por Barak, se apuntó una serie de tantos políticos al atraer a sus filas a un sector escindido del partido de Sharansky y formar grupo parlamentario con la Unión Nacional (Ichud Leumi), alianza ultraderechista a la que daban vida los partidos Moledet, Tekuma y Herut-Movimiento Nacional, cuyo conductor era Rehavam Zeevi, un exaltado chovinista que reclamaba la deportación a los países árabes de los palestinos de los Territorios Ocupados, y que contaba con cuatro diputados también.

En diciembre de 1999 Lieberman protagonizó en Nokdim un incidente violento que iba a acarrearle un castigo judicial y a engordar su aureola de persona agresiva y problemática. Informado por su hijo menor de edad de que tres chicos del cercano asentamiento de Tekoa le habían pegado, el enfurecido padre se lanzó a la búsqueda de los agresores; localizado uno de ellos, un chico de 12 años, fue a por él y sin más le propinó un puñetazo en el rostro que lo mandó al suelo; a continuación, agarró al joven y, con un ojo amoratado y magullado en cuello y brazos, lo llevó en coche hasta la casa de sus padres en Tekoa, donde amenazó con sacudir de nuevo al muchacho si le veía merodear por Nokdim.

Lieberman fue denunciado y recibió una citación judicial como acusado de un delito de agresión y amenazas. En septiembre de 2001, una sala del Tribunal del Distrito de Jerusalén le condenó a pagar 10.000 shekels al denunciante por daños y perjuicios y otros 7.500 shekels en concepto de multa. El juez dictó esta sanción benigna luego de confesar el acusado los hechos punto por punto y de prometer que no volvería cometer actos semejantes en el futuro. A raíz de este episodio, la televisión satirizó a Lieberman con el mote de Vladimir el Matón.

Para entonces, Lieberman ya llevaba unos meses de vuelta al primer plano de la política israelí como ministro de Infraestructuras Nacionales, su puesto gubernamental más importante hasta la fecha. El nombramiento se lo había otorgado el 7 de marzo Ariel Sharon, luego de ganar el líder del Likud a Barak las elecciones a primer ministro, lo que le dio derecho a alinear un Gabinete de unión nacional con los laboristas y varios partidos de las derechas religiosa y nacionalista. La invitación de Sharon supuso el debut de Yisrael Beiteinu en las tareas de Gobierno, donde tuvo como socio a Yisrael BaAliyah.

En octubre de 2001, en plena escalada de violencia con los palestinos, luego del estallido un año antes de la segunda Intifada, el ministro sucedió al fallecido Rehavam Zeevi, su aliado político y colega en el Gabinete, como jefe del grupo parlamentario Ichud Leumi-Yisrael Beiteinu. Zeevi fue asesinado cerca de Jerusalén por un comando infiltrado del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) no mucho después de que el propio Lieberman, al parecer, estuviera cerca de sufrir idéntico fatal destino. Es lo que se desprendió de lo revelado en mayo anterior por medios televisivos, sobre que semanas atrás el Shin Bet, la seguridad interna israelí, había desbaratado una acción terrorista contra el ministro de Infraestructuras; el riesgo para la integridad de Lieberman fue lo suficientemente elevado como para requerir su evacuación de Nokdim, junto con su familia, a bordo de un helicóptero, hasta que el peligro quedó anulado.

En los 12 meses que fungió de ministro, Lieberman sobrepuso a su gestión una permanente sinfonía de declaraciones amenazadoras de muy fuerte tono contra el Gobierno autónomo palestino y su presidente, Yasser Arafat, cuyas completas "destrucción" y "aniquilación", seguidas de la reocupación de todos los territorios transferidos desde 1994, reclamó a Sharon. Para Lieberman, era menester bombardear no sólo los centros de mando y comunicaciones, los cuarteles y las oficinas de la ANP y las milicias palestinas, sino también los objetivos puramente civiles y no políticos, como gasolineras, bancos y centros comerciales. Finalmente, el 12 de marzo de 2002, después de un anuncio en tal sentido que el asesinato de Zeevi había convertido en finta, Lieberman dio el portazo al Gobierno junto con los demás ministros de Ichud Leumi; el motivo, la, a su juicio, blandura del primer ministro en la erradicación de la violencia terrorista que perpetraban las facciones radicales palestinas, lo que, insistía, pasaba por arrasar la ANP de cabo a rabo y sin contemplaciones. Lo más que podía concederse a Arafat y su gente era un ultimátum de muy corto plazo.

La verbosidad desabrida del ahora dimisionario adquirió un tono, más que antipalestino, antiárabe, al llamar a Egipto, con el que Israel mantenía un tratado de paz desde 1979, "Estado enemigo", merecedor de que le bombardearan la Presa de Asuán, y acusar a su presidente, Hosni Mubarak, de "querer destruir Israel", con sus denuncias de la escalada militar de las FDI contra las ciudades cisjordanas y de la negativa del Gobierno hebreo a negociar la estatalidad palestina.

Para las elecciones legislativas del 28 de enero de 2003, Lieberman formó con Moledet y Tekuma una lista conjunta llamada también Ichud Leumi. Esta coalición de la ultraderecha laica metió en la Knesset siete escaños con el 5,5% de los sufragios y le ganó la batalla por la captación del voto de los inmigrantes rusojudíos al partido de Sharansky, que, confrontando con su evaporación de la escena política, optó por fusionarse con el Likud. De nuevo, Lieberman y su grupo se convirtieron en socios necesarios de coalición para el Likud, que pese a duplicar los escaños sacados en 1999 volvió a quedarse lejos de la mayoría absoluta. El nuevo Gabinete, que incorporaba también al centrista Shinui y al ortodoxo y sionista Partido Nacional Religioso (Mafdal), se constituyó el 28 de febrero con Lieberman de ministro de Transportes y Binyamin Elon, sucesor de Zeevi al frente del Moledet, de ministro de Turismo.

Como la primera, la segunda participación de Lieberman en el Gabinete de Sharon resultó efímera; sus posturas intransigentes y sus salidas extremistas de tono le identificaron definitivamente como un responsable gubernamental cuando menos problemático. Ya en julio de 2003 valoró el compromiso hecho a Estados Unidos por el primer ministro, en el contexto del plan de paz de la Hoja de Ruta (aceptado oficialmente por el Gobierno israelí aunque en la práctica refutado), de otorgar la amnistía a unos 350 prisioneros palestinos con el comentario de que "mejor sería ahogar a esos presos, a ser posible en el Mar Muerto, ya que ese es el punto más bajo del mundo".

Poco después, reclamó que el semiderruido y asediado cuartel de Arafat en Ramallah fuera "borrado", pronunciamiento erradicador que sin embargo se quedó corto en comparación con las sugerencias del asesinato puro y simple del presidente palestino, deslizadas por miembros del Gabinete pertenecientes al Likud. También, consideró necesario emprender acciones militares de envergadura contra Siria, inclusive el bombardeo de Damasco, en castigo por la protección que el régimen sirio brindaba a las organizaciones radicales palestinas que llamaban a la destrucción del Estado de Israel.

Manifestaciones como estas le acarrearon a su autor enganchadas verbales con el laborista Shimon Peres, entonces líder de la oposición, y algunos diputados árabes de la Knesset. La paciencia de Sharon con su díscolo ministro se agotó en mayo de 2004 en relación con su polémico Plan de Desconexión de Gaza, una evacuación unilateral de la franja, tanto de las tropas como de los colonos, que suscitó viva oposición a lo largo y ancho de la derecha israelí, incluidos los sectores más duros del Likud. Lieberman y Elon capitanearon en el Gabinete el bando rebelde del no a la retirada de Gaza y Sharon, en castigo, los destituyó el 4 de junio. Al punto, Ichud Leumi se declaró en la oposición al Gobierno.

Pero Lieberman no se contentó con oponerse al Plan de Desconexión, sino que replicó con sus propios planes alternativos. Primero, en febrero, formuló la idea de "cantonalizar" los territorios palestinos. Luego, en mayo, poco antes de despedirle Sharon, presentó una propuesta algo más elaborada sobre una "separación" de israelíes y palestinos sujeta a sendos "intercambios de territorios y poblaciones". El argumento base del, por su artífice llamado, Plan de Separación de Naciones era a priori compartido por el sector oficialista del Likud a la hora de defender el abandono de Gaza, a saber: que el Estado, que ya tenía un 20% de ciudadanos árabes —la mayoría de los cuales profesaban el Islam y se consideraban palestinos por nacionalidad—, vería comprometidos su carácter eminentemente judío, su naturaleza democrática y hasta su propia existencia si eternizaba la ocupación de territorios poblados abrumadoramente por palestinos, cuyo crecimiento demográfico, como sucedía con los arabeisraelíes, superaba con creces al de la mayoría de ciudadanos judeoisraelíes.

Sin embargo, Lieberman iba más allá al considerar que la fuente del conflicto palestino-israelí no tenía que ver con cuestiones puramente territoriales, con la ocupación y la colonización judías de suelo reclamado por los palestinos como suyo, sino, en un sentido más amplio, con un "choque" entre dos pueblos y dos religiones condenados a no entenderse dentro de unas mismas fronteras. Lo original, y tremendamente controvertido, del llamado Plan Lieberman era su defensa, como "única solución" del interminable conflicto, de la permuta con la ANP de una serie de territorios con sus poblaciones. Los habitantes afectados no serían obligados a marcharse de sus casas, pero sí a cambiar de país.

Israel se anexaría los principales asentamientos de Cisjordania y a cambio cedería algunas partes de su mismo territorio contiguas a Cisjordania y habitadas por la minoría árabe; concretamente, ciertas áreas de Galilea, el extremo norte del Negev y la región conocida como el Triángulo, al noroeste de Cisjordania. La transferencia territorial podría afectar hasta al 90% de los 1.400.000 arabeisraelíes, que dejarían de serlo; los restantes, para conservar la ciudadanía y los derechos civiles y políticos a ella inherentes, tendrían que hacer un juramento de lealtad a Israel. Lieberman encontraba inspirador el caso de Chipre, dividido entre grecochipriotas y turcochipriotas, y hasta evocó las "transferencias de población" sucedidas en la ex Yugoslavia en la década de los noventa.

No novedoso en el discurso político israelí pero sí revolucionario en el pensamiento de Lieberman era el hecho de asumir un rango estatal para la entidad palestina resultante de este cambalache. En otras palabras, el dirigente de Yisrael Beiteinu pasó a aceptar la soberanía y la independencia de una Palestina árabe, pero sólo como país de acogida de más de un millón de personas consideradas indeseables por sus diferencias étnicas, religiosas e idiomáticas. A este incierto Estado palestino, cuyos límites no coincidían con las fronteras internacionales de 1967, Israel le exigiría simplemente que le reconociera como Estado judío y le dejara en paz, no poniendo en peligro su seguridad.

Lieberman fue recriminado desde todos los ámbitos. Para la oposición laborista, izquierdista y árabe, su propuesta tenía resabios "estalinistas" y "hitlerianos", y despedía una tufarada "racista". Sharon se negó a discutir el plan porque deslegitimaba el mismo concepto de ciudadanía arabeisraelí. Y en la derecha apegada al Eretz Yisrael, que era su campo, Lieberman suscitó mucho estupor porque estuviera dispuesto a ceder territorios, a desprenderse de generosas porciones de la propia Israel, con lo que la fortaleza proporcionada supuestamente por la mayor uniformidad étnico-religiosa se vería neutralizada por la amputación territorial. Algunos analistas pusieron en tela de juicio que Lieberman fuera un nacionalista judío; de hecho, él mismo negó el carácter "ultranacionalista" o "ultraderechista" de su propuesta, que ante todo era "sionista" y "democrática", ya que perseguía blindar la seguridad nacional y la integridad del Estado.

De cara a las elecciones del 28 de marzo de 2006, adelantadas por Sharon en vísperas de su ruptura con el Likud para formar su propio partido, Kadima, y celebradas después de sufrir el primer ministro un ataque cerebral y caer en un coma irreversible, Lieberman se desentendió de Ichud Leumi y decidió concurrir en solitario con el reto de subir su cuota electoral y convertirse en una opción atractiva para aquellos electores derechistas que, no siendo inmigrantes ex soviéticos, estaban enfadados con el Gobierno actual por la retirada de Gaza y a la vez hastiados del Likud, vuelto a liderar por un Netanyahu enrocado en la intransigencia ante el conflicto palestino, y los viejos rostros del establishment conservador. En este sentido, él alardeaba de renovar el discurso político con ideas frescas.

El desafío resultó ampliamente satisfactorio: Yisrael Beitenu, con el 9% de los votos y 11 escaños, se encaramó a la quinta posición en las preferencias electorales, empatando exactamente con un zozobrado Likud —el partido de Netanyahu le adelantó por sólo 116 votos— y pisándoles los talones al partido religioso sefardí Shas, a la sazón muy mal dispuesto hacia Lieberman por su postura contraria al creciente influjo del sistema rabínico ortodoxo en la vida pública.

Lieberman no fue invitado a participar en el Gobierno de coalición que el sucesor del incapacitado Sharon al frente del Kadima y el Gobierno, Ehud Olmert, forjó con el Avoda y el Shas. Pero al cabo de unos meses, el 23 de octubre, Olmert, acuciado por los pésimos niveles de popularidad tras la decepcionante campaña militar contra la guerrilla libanesa shií de Hezbollah, se avino a suscribir un pacto de coalición por el que el jefe de Yisrael Beitenu entraba en el Ejecutivo en calidad de adjunto al primer ministro y ministro de Asuntos Estratégicos, una cartera creada para la circunstancia y con la misión de vigilar y calibrar la amenaza que para la seguridad nacional suponía el programa nuclear iraní. Sobre el particular, la opinión de Lieberman era que el pueblo judío afrontaba su "mayor amenaza desde la Segunda Guerra Mundial", aunque, contradiciendo aquí su belicismo inveterado, no era partidario de una acción militar preventiva contra Irán por sus impredecibles repercusiones en toda la región, y sí de un endurecimiento de las sanciones internacionales.

El 30 de octubre de 2006 Lieberman inauguró su tercer ejercicio en el Consejo de Ministros israelí. Esta vez su ministerio, con rango de viceprimer ministro, no pasó de los 15 meses. Desde el primer día, el titular de Asuntos Estratégicos dio rienda suelta a su intemperancia verbal y multiplicó su fama de campeón del radicalismo más grueso, aderezado de abundantes dosis de provocación y agravio.

Así, en las semanas y meses siguientes a su asunción, propuso concebir las operaciones militares de represalia antiterroristas contra Gaza "como los rusos en Chechenia", es decir, invadir la franja y bombardearla a gran escala (lo que efectivamente iba a suceder dos años después) así como "aniquilar" a todos los líderes del partido Hamás, ahora mismo instalado en el Gobierno de la ANP; reclamó para los diputados árabes de la Knesset que se reunieran con representantes de la citada organización fundamentalista palestina el mismo destino, es decir, ser ejecutados, que los jerarcas del régimen nazi "y sus colaboradores" tras la Segunda Guerra Mundial; urgió a hacer de Israel un país "tan homogéneo" como fuera posible procediendo sin demora a la separación de los árabes, a los que calificó de "problema"; emplazó a Olmert a abandonar la Hoja de Ruta; y arremetió contra el ministro de Defensa y líder del Avoda, Amir Peretz, al que llamó "racista" y "estúpido", y cuya dimisión solicitó, por haber promovido el nombramiento como ministro sin cartera del diputado de su partido Raleb Majadele, convertido así en el primer árabe en sentarse en el Gabinete israelí.

Las acusaciones de "racista" y de "fascista" volvieron a descargar con fuerza sobre Lieberman, quien sin embargo siguió empeñado en soltar comentarios de otra índole, animando a algunos comentaristas a proponer que el turbulento personaje, quizá, no era tan irrazonable como aparentaba. Así, en octubre de 2007, en lo que suponía violar un tabú de la derecha nacionalista, recomendó una evacuación parcial de Jerusalén oriental, de varios barrios de mayoría palestina, "en el marco de un acuerdo de paz". Ahora, fue acusado de renunciar al principio de la indivisibilidad de Jerusalén. Por otro lado, la sombra de sospecha de ciertos manejos corruptos volvió a cernirse sobre el ministro, que en abril de 2007 fue interrogado en relación con la supuesta financiación irregular de la campaña electoral de 1999.

Lieberman no aguardó a ser cesado por Olmert. El 16 de enero de 2008 anunció, materializando la amenaza lanzada anteriormente, que Yisrael Beitenu abandonaba la coalición porque el primer ministro se estaba "mojando" en las conversaciones de paz abiertas con el presidente palestino (de la OLP), Mahmoud Abbas, en el marco abierto por la Conferencia de Annapolis en noviembre de 2007, cuando la parte israelí, por primera vez de manera oficial, se comprometió a negociar la creación de un Estado palestino independiente como clave para la resolución del conflicto. Se trataba de resolver el estatus final de la autonomía palestina, pero en un plazo corto, yendo directamente a lo que la Hoja de Ruta relegaba a una tercera fase negociadora.

Aunque la opción de los dos estados la había aceptado él de manera implícita, Lieberman anatemizaba el proceso de Annapolis, por otro lado sumamente endeble, porque, lejos de contemplar "dos estados para dos pueblos", prefiguraba "un Estado y medio para un pueblo y medio Estado para el otro". "No podemos aceptar la asimetría de un Estado palestino sin un solo judío y un Estado de Israel binacional con más de un 20% de minorías", subrayó. El mismo concepto de "paz por territorios" estaba "fuera de lugar"; negociar sobre esa base, continuaba, era un "grave error que no puedo entender y que nos destruirá". Además, no quería ni oír hablar de discusiones sobre los otros "asuntos centrales", a saber, la evacuación de los asentamientos de Cisjordania, la resolución del problema de los refugiados y la soberanía política en Jerusalén.

Incluso fuera del Gobierno dio Lieberman quebraderos de cabeza a Olmert, al que un sinfín de problemas obligó a renunciar. A finales de octubre de 2008, con el primer ministro ya dimitido y gobernando provisionalmente, y días después de fracasar la nueva líder del Kadima, la ministra de Exteriores Tzipi Livni, en el intento de formar un nuevo gobierno de unión nacional que habría evitado la convocatoria de elecciones anticipadas, el diputado, en un discurso en la Knesset para honrar la memoria de Rehavam Zeevi, volvió a meterse con el presidente egipcio, del que dijo que "podía irse al infierno" por su desinterés en hacer una visita oficial a Israel a pesar de que "vez tras vez, nuestros líderes van a Egipto a encontrarse con él". A toda prisa, Olmert y Peres, presidente del Estado, llamaron por teléfono a Mubarak para pedirle disculpas en nombre de su país e impedir un incidente diplomático. El provocador del revuelo acusó entonces a los dos estadistas desolados de comportarse "como una esposa maltratada".


3. Sensación electoral y ministro de Exteriores con Netanyahu

Lieberman convulsionó la campaña de las elecciones del 10 de febrero de 2009, e hizo subir su popularidad en picado, con la puesta sobre la mesa de su plan de 2004, pero matizado. Ahora, no insistía tanto en la transferencia de territorios y poblaciones como en la exigencia de probidad patriótica a los ciudadanos árabes. Para ilustrar su plataforma, confesó la indignación que acaba de producirle la actitud de algunos políticos arabeisraelíes, que no habían dudado en solidarizarse con Hamás y en adoptar su violento lenguaje antiisraelí durante la Operación Plomo Fundido, conducida por las FDI entre diciembre y enero en Gaza con el resultado de 1.400 palestinos muertos y destrucciones en masa.

Dicho sea de paso, la más mortífera acción de guerra israelí contra Gaza desde 1967 fue lo más parecido a la solución de tipo checheno que venía reclamando, pero Lieberman seguía sin estar satisfecho: el fuego de los tanques y los aviones había cesado demasiado pronto, y lo que Israel tenía que hacer era "continuar combatiendo a Hamás igual que Estados Unidos contra los japoneses en la Segunda Guerra Mundial; luego, la ocupación del país no fue necesaria". Tras trazar esta comparación, medios de todo el mundo interpretaron que el político opositor simpatizaba con la idea de bombardear Gaza con armas atómicas.

"Sin lealtad, no hay ciudadanía", fue el incendiario eslogan escogido para sintetizar las condiciones que Yisrael Beiteinu quería imponer, no sólo a los árabes, sino a todos los ciudadanos israelíes mayores de edad: tendrían que jurar fidelidad al Estado, la bandera —una enseña judía— y el himno nacional, y si se negaran, de entrada, perderían sus derechos políticos. No hacer distingos en este punto invalidaba las imputaciones de racismo que se le hacían, arguyó el partido. Los árabes, excusados del servicio militar obligatorio, deberían realizar además alguna forma de servicio civil. Y lo mismo para los judíos haredíes, o tradicionalistas ultraortodoxos, en bastantes casos, además, antisionistas, a los que el no religioso Lieberman, favorable a la legalización del matrimonio civil, contrario a la jurisdicción rabínica de los procesos de asimilación de los inmigrantes y gran aficionado a comer cerdo y marisco —alimentos prohibidos por la dieta kosher—, miraba con desdén por sus enfoques teocráticos y su aparente laxitud patriótica.

Fue precisamente este factor, el secularismo crítico con las imposiciones y exenciones de los grupos fundamentalistas, lo que concitó contra Lieberman los furibundos sermones del gran rabino Ovadia Yosef, líder espiritual del Shas, el cual advirtió que votarle equivaldría a "cometer un pecado intolerable" y a "apoyar a Satanás y la inclinación al mal". Definitivamente, el líder de Yisrael Beiteinu era el "Diablo" a parar por el mundo ultraortodoxo, cuyos principales exponentes partidistas, Shas, desde el lado sefardí-mizrahí, y Judaísmo Unificado de la Torah (Yahadut HaTorah), desde el lado ashkenazí, formaron un "bloque obstruccionista". Netanyahu y Livni, que se disputaban la primacía en los sondeos, se abstuvieron de atacar a Lieberman, no fuera que más tarde tuvieran que negociar con él. El más interesado en estar a bien era el líder del Likud, que en la recta final de la campaña vio con alarma peligrar una clara mayoría, tenida hasta entonces por segura, por el auge imparable de su antiguo subordinado, el cuál hacía su agosto en el campo de la derecha dura y dejaba indemne el vivero de Livni, que era el centro moderado.

Los resultados electorales confirmaron los pronósticos y Yisrael Beiteinu, adelantando al Shas y el Avoda, ascendió a la tercera posición con el 11,7% de los votos y 15 escaños. Convertido en el propietario de la llave del futuro Gobierno, Lieberman se dejó cortejar por Netanyahu y Livni, que, prácticamente empatados en las urnas —al final, el Kadima conservó el primer puesto por un punto porcentual y un escaño—, reclamaron su derecho a presidir un ejecutivo de unión nacional. El jefe del Likud se mostró inclinado desde el primer momento a pactar con Yisrael Beiteinu, mientras que la opción de aliarse con el Kadima excluyendo a Lieberman, vista con buenos ojos por la comunidad internacional y objetivamente la más útil para la estabilidad doméstica, se tornó inaplicable al insistir Livni en ser la primera ministra. El 19 de febrero Lieberman zanjó la porfía decantándose por Netanyahu y un gobierno de derecha dura.

En realidad, Lieberman tenía mucho que compartir con Netanyahu, el cual no le iba a la zaga en intransigencia negadora puesto que se resistía a asumir la estatalidad palestina, principio que el primero, al contrario, volvió a reconocer como válido. El acuerdo de Gobierno Likud-Yisrael Beiteinu, firmado el 16 de marzo, reservaba a Lieberman la sensible cartera de Asuntos Exteriores, siempre y cuando Livni rehusara unírseles, como así fue. En el terreno programático, el bipartito derechista se comprometía a perseguir el "derribo" del Gobierno de Hamas en Gaza como un "objetivo estratégico" y —en un punto "secreto" que fue divulgado días después— a proseguir la urbanización judía de la región cisjordana al este de Jerusalén con la construcción de 3.000 nuevas viviendas y plazas hoteleras en las inmediaciones de Maale Adumim, colonia situada al norte de Nokdim. Por cierto que días atrás, Lieberman, entrevistado por The Washington Post, aseguró estar dispuesto a evacuar su casa en Nokdim en aras de una paz basada en la solución biestatal. Sin embargo, el acuerdo de Gobierno con el Likud no decía una palabra sobre esta cuestión.

El 31 de marzo la Knesset invistió el Gabinete Netanyahu, en el que Lieberman fungía de adjunto al primer ministro y ministro de Exteriores. Su partido recibió otros cuatro ministerios: Absorción de la Inmigración, Seguridad Interna, Infraestructuras Nacionales y Turismo. Completaban este Gobierno de mayoría el Avoda, el Shas –que pareció olvidar la demonización de Lieberman durante la campaña- y la Casa Judía, nuevo nombre del Mafdal.

Dando más pábulo a los recelos e inquietudes que su nombramiento al frente de la diplomacia israelí había levantado en las capitales árabes y europeas, y contrariando también a la nueva Administración de Barack Obama en Estados Unidos, Lieberman no esperó a tomar posesión de su despacho para, en el mismo discurso de inauguración, levantar una formidable polvareda al negar cualquier validez al pacto de Annapolis de 2007 para la creación del Estado palestino y limitar el carácter vinculante a la Hoja de Ruta de 2003, ya que ésta sí fue ratificada por el Gobierno y la Knesset. "Quienes piensan que mediante concesiones se ganarán el respeto y lograrán la paz, están equivocados (…) Aquellos que quieran la paz deben prepararse para la guerra y ser fuertes", advirtió.

Netanyahu no desautorizó a Lieberman, pese a haber puesto patas arriba el principal tablero de la diplomacia israelí en los últimos tiempos, y de hecho días después la prensa local informó que el Ejecutivo se disponía a "reevaluar" toda la arquitectura del proceso de paz, desde la Hoja de Ruta hasta Annapolis. Tras considerar papel mojado el actual marco negociador con los palestinos, Lieberman no esperó ni 24 horas para soltar una segunda bomba informativa, esta vez al diario Haaretz, aunque se trataba de una negación ya sabida: quedaba descartada cualquier retirada de los Altos del Golán, ocupados a Siria en 1967. Al día siguiente, 2 de abril, el ministro volvió a saltar a los titulares con un interrogatorio policial de siete horas dentro de la investigación criminal que se seguía en su contra como sospechoso de unos delitos de soborno, fraude, abuso de confianza, lavado de dinero y falsificación de documentos públicos, cometidos presuntamente entre 1999 y 2006.

(Cobertura informativa hasta 29/4/2009)