Ariel Sharon

En enero de 2006, un masivo derrame cerebral con resultado de coma irreversible puso repentino final a la vida política de Ariel Sharon, primer ministro de Israel desde hacía cinco años, antiguo general del Ejército y una de las grandes personalidades de Oriente Próximo, donde su polémico legado sigue plenamente vigente. Justo ocho años después, en enero de 2014, sin haberse recobrado de su estado vegetativo, el estadista falleció en un hospital de Tel Aviv a la edad de 85.

Laureado veterano de las cuatro guerras libradas por Israel con sus vecinos árabes entre 1948 y 1973, en las que adquirió una merecida fama de soldado intrépido e indisciplinado, Arik Sharon colgó el uniforme para emprender en las filas del partido conservador Likud una carrera política desde la que continuó luchando por la consecución de sus ideales sionistas de engrandecimiento del Estado, aunque al margen del judaísmo religioso. El tanque y la excavadora siguieron siendo los métodos favoritos de Sharon, visto a sí mismo como un "guerrero" al que no le temblaba la mano para golpear implacablemente a sus enemigos en el campo árabe. En 1982, siendo ministro de Defensa con Menachem Begin, ejecutó la invasión a gran escala de Líbano para aplastar a las fuerzas de la OLP y permitió el asesinato por falangistas libaneses de cientos de refugiados palestinos, crimen atroz que le obligó a dimitir y le convirtió en un paria internacional. Aunque vituperado y temido en casa, Sharon se las arregló para seguir activo en la escena doméstica desde puestos ministeriales menores, que no dudó en instrumentar para subrayar sus credenciales de halcón hostil a toda negociación con los palestinos y contrario a la descolonización de los Territorios Ocupados.

En 1998 Binyamin Netanyahu le nombró ministro de Exteriores y un año más tarde se hizo con las riendas del Likud. Sharon planteó una oposición férrea al primer ministro del Partido Laborista, Ehud Barak, por su voluntad de culminar la paz con la Autoridad Nacional Palestina sobre la base de nuevas retrocesiones territoriales y en septiembre de 2000 se paseó por la Explanada de las Mezquitas de la Ciudad Vieja de Jerusalén, gesto que fue sentido como una provocación por los musulmanes y que prendió la mecha de la segunda Intifada. Su incendiario movimiento proporcionó a Sharon, impensado ave fénix de la política israelí ya septuagenario, una victoria avasalladora en las votaciones de 2001 a primer ministro. El gran corrimiento a la derecha del electorado israelí premió la promesa del viejo general de devolver a toda costa la seguridad a Israel, golpeado por una sangrienta ola de atentados terroristas de las organizaciones extremistas palestinas, sin la cual no podría haber una "paz verdadera". La fórmula de la "paz por seguridad" reemplazó la de la "paz por territorios", profundo cambio conceptual que, junto con la imposición de las dinámicas más violentas, vino a sepultar el Proceso de Oslo iniciado en 1993.

En el lustro que siguió, Sharon, un líder de personalidad exuberante, desembozada y artera acostumbrado a salirse con la suya, hizo y deshizo en Israel y Palestina, y desafió sin costes propios a la comunidad internacional. Con sucesivas operaciones militares contra las ciudades y los campos de refugiados palestinos, a cual más brutal y destructiva, e invocando siempre la legítima defensa, persiguió aniquilar el terrorismo palestino y de paso demolió de manera sistemática las estructuras y los símbolos de la ANP, a cuyo detestado presidente, Yasser Arafat, negó validez como interlocutor, dio por desahuciado y puso peligrosamente en la mirilla de sus tropas.

Mientras infligía matanzas impunes como las de Jenín (2002) o Jabaliya (2004) y multiplicaba los castigos colectivos, los asesinatos selectivos y las confiscaciones de tierras, el primer ministro presentaba la posibilidad, diferida a un nebuloso futuro, de un Estado palestino superreducido, desmilitarizado y subordinado, sin nuevas transferencias de territorios, sin retorno de los refugiados y sin capital en Jerusalén, y siempre que cesaran de raíz las agresiones contra Israel y que la ANP reformara sus instituciones. Con esta desvaída oferta, Sharon hacía ver a los palestinos que él no era todo intransigencia, que aspiraba sinceramente a la paz y que a su derecha había sectores muy radicales partidarios de soluciones más drásticas, luego les convenía aceptar.

Haciendo gala de unas extraordinarias astucia y habilidad, Sharon, pescador maestro en el río revuelto de los atentados del 11-S y la invasión de Irak, consiguió imponer a Estados Unidos, el vital aliado y protector de Israel, su estrategia de hechos consumados. Todo un paradigma de la política exterior de la superpotencia quedó trastocado y la mediación diplomática activa de Washington en el añejo conflicto de Oriente Próximo dio paso a la asunción pública de las tesis israelíes. La Administración Bush, condescendiente a pesar de la acumulación de desaires y abusos de confianza de su díscolo socio, aceptó el muro de seguridad, una obra declarada ilegal e injustificable por el Tribunal de La Haya, y aplaudió el Plan de Desconexión de Gaza, consistente en la evacuación unilateral de la franja, incluidos sus colonos, a cambio de la conservación permanente de casi todos los asentamientos de Cisjordania y Jerusalén oriental, a cuyo "crecimiento natural" el Gobierno no estaba dispuesto a renunciar.

Sin embargo, ambos proyectos subvertían los principios internacionales básicos de la completa retirada de los Territorios Ocupados en 1967 como condición para una paz justa y del no reconocimiento de la alteración unilateral de las fronteras. Además, pugnaban con la Hoja de Ruta, el plan de paz alternativo presentado por el Cuarteto en 2003 y que tenía como meta la solución de los dos estados, el cual Sharon primero acogió con desdén, luego dijo aceptar con una amplia lista de "reservas" y finalmente eludió cumplir, convirtiéndolo en papel mojado al dar luz verde a la construcción de miles de nuevas viviendas para colonos en Cisjordania.

El abandono total de Gaza, que hacía enmienda de su anterior valimiento a ultranza del sueño expansionista del Gran Israel, fue presentado por Sharon como una "concesión dolorosa" en aras de la paz, pero la extrema derecha nacionalista, los ortodoxos sionistas y el movimiento de colonos lo vieron como una "traición". En 2005, la retirada del apoyo de estos sectores y la desintegración del Gabinete de coalición formado tras las elecciones legislativas de 2003 fueron remediados por Sharon con la repetición del Gobierno de unidad con los laboristas, que ya había funcionado entre 2001 y 2002. Apoyado en Shimon Peres y —gran paradoja— el conjunto del centro-izquierda, Sharon consiguió ejecutar el Plan de Desconexión al tiempo que reanudaba el diálogo y escenificaba el final de una guerra de 5.000 muertos con el sucesor de Arafat, Mahmoud Abbas.

A últimos de 2005, Sharon, harto de las constantes escaramuzas con su gran rival dentro del Likud, el ex primer ministro Netanyahu, y del boicot de los conmilitones inmovilistas tomó una audaz decisión que puso patas arriba la política israelí: dio portazo al que había sido su partido desde hacía tres décadas, puso en marcha su propia agrupación de reclamadas posiciones centristas y posibilistas, Kadima, y, de común acuerdo con los laboristas, declaró finado el Gobierno y precipitó el adelanto electoral. El dirigente reclutó para su nueva aventura a varios capitostes del Likud, empezando por su hombre de mayor confianza, el viceprimer ministro Ehud Olmert, y se dispuso a conquistar un gran triunfo electoral para seguir gobernando sin rémoras, dinamitando de paso la clásica hegemonía bipartidista con la inserción de una tercera fuerza en la Knesset. Sin embargo, en enero de 2006, a menos de tres meses de los comicios, el infatigable primer ministro fue fulminado por una apoplejía que lo dejó completamente incapacitado y a las puertas de la muerte. El óbito no se produjo entonces, pero Sharon quedó sumido en un estado vegetativo del que ya no salió.

(Texto actualizado hasta enero 2014)

1. Un historial de soldado temerario e implacable
2. Halcón en lides militares y políticas: de la guerra de Yom Kippur al Ministerio de Defensa
3. La invasión de Líbano y el escándalo de las matanzas de Sabra y Shatila
4. Retorno al primer plano de la actualidad israelí: rechazo al Proceso de Oslo, ministro con Netanyahu y líder del Likud
5. La visita a la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén: el rédito electoral de un lance incendiario
6. Sharon, primer ministro: estrategia de guerra antipalestina a ultranza en coalición con los laboristas
7. Desafío a la comunidad internacional: la masacre de Jenín y el muro de seguridad
8. Objeción de la Hoja de Ruta, derechización del Gobierno y el acorralamiento de Arafat
9. El Plan de Desconexión de Gaza, nuevas operaciones militares y tumulto en el oficialismo
10. Diálogo con Mahmoud Abbas, evacuación efectiva de Gaza y segunda alianza con los laboristas
11. Portazo al Likud, fundación del partido Kadima e incapacitación física

1. Un historial de soldado temerario e implacable

Hijo de judíos ruso-lituanos emigrados a Palestina desde el Azerbaidzhán soviético, el padre, Shmuel Scheinerman, antiguo estudiante de agronomía en la Georgia zarista y sionista convencido, cambió el apellido de la familia por la forma hebrea Sharon, que era el nombre del valle que acogía el moshav agropecuario, Kfar Malal, a pocos kilómetros al nordeste de Tel Aviv, en el que se estableció junto con su esposa en 1922. Precedido por una hermana dos años mayor, Yehudit, el niño Ariel vino al mundo en 1928 en esa cooperativa agrícola; así, el futuro militar y estadista estaba llamado a ser uno de los primeros sabras, es decir, israelíes nacidos en Palestina, en alcanzar los más altos puestos dirigentes en el Estado de Israel.

El muchacho ingresó en el movimiento sionista juvenil Hassadeh hacia 1938, cuando la armonía hogareña se resentía por la negativa de los padres, pese a simpatizar con el Mapai, el partido socialista que lideraba David Ben-Gurion, a someterse a la rígida organización asamblearia de Kfar Malal, inspirada en el comunismo soviético, lo que les había granjeado el ostracismo de sus convecinos y obligado a adoptar una especie de autarquía económica.

En 1942, con 14 años, para escapar de las desavenencias entre sus padres, Sharon se alistó en el Gadna, un batallón paramilitar juvenil dependiente de la Fuerza de Defensa Judía o Haganah. Esta era a su vez el ejército clandestino concebido para la protección de la población judía frente a los ataques de los árabes y el embrión de las futuras Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI, o Tzahal), que además estaba vinculado al mayoritario sionismo de izquierda. Mientras cursaba la educación secundaria en Tel Aviv, Sharon fue admitido en la Haganah. En 1945 la organización le envió a un curso para la formación de oficiales y dos años después le encomendó la instrucción de unidades especiales para la vigilancia de los kibbutz y demás asentamientos de colonización.

Participación en las dos primeras guerras árabe-israelíes
El 14 de mayo de 1948 concluyó el Mandato Británico de Palestina y Ben-Gurion proclamó el Estado de Israel. De inmediato, estalló la guerra abierta con los estados árabes que habían prometido liquidar la empresa sionista en Palestina. Al iniciarse las hostilidades, Sharon recibió el mando de una compañía de infantería en la Brigada Alexandroni. Antes de terminar el mes entró en combate en Jerusalén, en el curso de la primera batalla para intentar romper el asedio de los residentes judíos por la Legión Árabe –el Ejército regular jordano-, y resultó herido de gravedad.

En septiembre de 1949, una vez terminada la contienda con victoria total para Israel (que se anexionó los territorios de Palestina adjudicados por la ONU a un futuro Estado árabe así como la parte occidental de Jerusalén), Sharon fue promovido a comandante de la unidad de reconocimiento de la Brigada Golani, también conocida como la 1ª Brigada de las FDI. En 1951 se integró en la Inteligencia Militar, la Aman, donde recibió la misión de reunir información sobre las actividades guerrilleras palestinas en las fronteras con Siria y Líbano.

A partir de 1952, año en que fue exonerado temporalmente del servicio activo para tomar clases de Historia de Oriente Próximo en la Universidad Hebrea de Jerusalén, Sharon comenzó a dirigir operaciones de comando contra territorio jordano a modo de represalias por los mortíferos ataques terroristas sufridos por numerosos asentamientos judíos en el área de Jerusalén. En agosto de 1953, ostentando el rango de mayor, recibió del primer ministro el encargo de organizar la Unidad 101, una sección de infantería de las FDI especializada en misiones encubiertas como sabotajes, asesinatos selectivos y otras acciones de castigo y venganza típicas de la guerra sucia que se libraba en la región. Al frente de esta controvertida unidad de élite Sharon comenzó a cimentar su fama de militar expeditivo y poco escrupuloso.

Así, el 14 de octubre de 1953 sus hombres penetraron en el pueblo cisjordano de Qibya, entonces bajo soberanía del Gobierno de Ammán, y asesinaron sin miramientos a 69 civiles palestinos, niños y mujeres en su mayoría, valiéndose de sus armas automáticas y de cartuchos de dinamita. La masacre fue condenada por Estados Unidos y el Consejo de Seguridad de la ONU, que la consideró una flagrante violación del alto el fuego de 1949, pero Sharon recibió el respaldo de Ben-Gurion. Sin embargo, el primer ministro siguió los consejos del alto mando militar y a principios de 1954 ordenó que la Unidad 101 se integrara en el 890 Batallón, o unidad de comandos aerotransportados, dando lugar a la 202 Brigada Paracaidista.

Sharon continuó en primera fila como comandante de la nueva brigada, que no tardó en demostrar sus letales capacidades. En febrero de 1955, una vez repuesto de las heridas sufridas seis meses atrás en una acción similar contra un puesto fronterizo cerca de Deir al-Balah, condujo personalmente un aparatoso raid contra posiciones egipcias en la franja de Gaza, con el resultado de 42 soldados enemigos muertos y ocho bajas propias. En octubre de 1956 el objetivo fue un fortín de la Legión Árabe en Qalqilya, Cisjordania, operación en la que perecieron 18 israelíes y cerca de un centenar de jordanos.

Pero la acción que consagró la nombradía del jefe de la Brigada Paracaidista fue la captura del estratégico paso de Mitla, corredor que comunica la desértica península del Sinaí y el extremo meridional del Canal de Suez, en noviembre de 1956, durante la invasión del Egipto nasserista y en paralelo a la intervención militar franco-británica que pretendía hacerse con el control del Canal, nacionalizado por el régimen revolucionario de El Cairo. Tácticamente brillante aunque estratégicamente imprudente y de hecho innecesario, el asalto aeroterrestre montado por Sharon costó 38 bajas en las filas israelíes.

La toma de Mitla fue el episodio más vistoso por parte israelí de esta breve guerra que se saldó sin ganancias territoriales para el Estado judío, pero a Sharon le acarreó una severa amonestación del Estado Mayor de las FDI, entonces encabezado por el general Moshe Dayan, por desobedecer las órdenes recibidas y actuar por su cuenta. Esta indisciplina, que, aguijoneada por el fragor de la lucha, iba a manifestarse de nuevo en el futuro, entorpeció el ascenso en el escalafón de Sharon, quien de lo contrario, considerando su historial repleto de medallas y servicios distinguidos, tal vez habría llegado a la cima en la profesión marcial, esto es, la jefatura del Estado Mayor de la FDI.

Desmovilizado en 1957 para asistir a un cursillo de teoría militar en la Escuela de Estado Mayor de Camberley, en Surrey, Inglaterra, al año siguiente Sharon regresó al servicio activo como comandante de la Escuela para Cuerpos de Infantería y Comandantes de Escuadrón (BISLACH), de una brigada de infantería y de una brigada blindada. Asimismo, amplió su formación académica tomando clases de Derecho en la Universidad de Tel Aviv, hasta recibir la correspondiente licenciatura.

El 2 de mayo de 1962 Sharon enviudó de su esposa desde hacía nueve años, Margalit, una judía emigrada de Rumanía y que trabajaba de enfermera en un hospital psiquiátrico; con 31 años, Margalit Sharon se mató en un accidente de tráfico sufrido en la carretera de Jerusalén a Tel Aviv, donde el vehículo Austin que conducía chocó frontalmente con un camión. Meses después, en 1963, el militar volvió a casarse y con su propia cuñada, Lily, hermana mayor de Margalit, que se ganaba la vida como pintora y decoradora de interiores. Lily Sharon se convirtió en la madrastra de su sobrino, Gur, un niño de seis años, y luego iba a ser la madre biológica del segundo y el tercer hijos de Sharon, Omri y Gilad, nacidos en 1964 y 1967, respectivamente.

Comandante impetuoso en el frente egipcio de la Guerra de los Seis Días
La llegada del general Yitzhak Rabin a la jefatura del Estado Mayor en 1964 fue el revulsivo que la estancada carrera militar de Sharon necesitaba. Ese mismo año fue nombrado jefe del Comando Norte, que vigilaba al Ejército sirio en la región de Galilea, y en 1966 fue puesto al frente del Departamento de Instrucción del Ejército. La guerra de los Seis Días, iniciada el 5 de junio de 1967 como un ataque sorpresa de las FDI contra Egipto, Siria y Jordania, empujó hacia arriba la trayectoria castrense de Sharon, siempre deseoso de entrar en acción.

Promovido a general de división para la circunstancia, su unidad de caballería, la 138 División Acorazada de Reserva, fue una de las cuatro puntas de lanza que emprendieron la galopada hacia el Canal de Suez, conquistando Abu Ageila, alcanzando el paso de Mitla —ocupado ya por los paracaidistas— y continuando hasta la misma orilla del Canal en el área de Suez en tan solo dos días, provocando con ello el derrumbe de las defensas egipcias.

Con todo, la mayor fama y la gloria se las llevaron los generales Dayan, ministro de Defensa, y Rabin, jefe del Estado Mayor, quienes se personaron en el Muro de las Lamentaciones tan pronto como la parte oriental de Jerusalén y los Santos Lugares fueron arrebatados al Ejército jordano. Además del Sinaí y Jerusalén oriental, Israel salió de esta fulminante campaña engrandecido con los territorios de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán, puestos todos bajo un régimen de ocupación militar. De regreso del campo de batalla en el Sinaí, Sharon se encontró con que la fatalidad volvía a cebarse con su familia. El 4 de octubre de 1967, su primogénito, Gur, con 11 años, resultó muerto de un disparo efectuado accidentalmente mientras jugaba con unos amigos con una vieja pistola cargada de pólvora. Según relatos periodísticos que recogen el suceso, el niño expiró en los brazos de su desolado padre cuando éste lo conducía en coche hasta el hospital.


2. Halcón en lides militares y políticas: de la guerra de Yom Kippur al Ministerio de Defensa

En 1969 Sharon fue nombrado jefe del Comando Sur del Estado Mayor, con lo que se puso al frente de las operaciones encuadradas en la llamada guerra de desgaste, el conflicto intermitente y de baja intensidad que hasta 1970 continuaron librando las FDI y el Ejército egipcio. En Gaza, además, combatió a los fedayines palestinos de la OLP.

El general tenía puesto el ojo en la jefatura del Estado Mayor, pero en diciembre de 1971 el Gobierno laborista de Golda Meir se decantó por David Elazar como recambio de Haim Bar-Lev. Frustrado, en julio de 1973 el héroe del Sinaí decidió pasar a la reserva militar, montar un negocio agropecuario en el desierto del Neguev, para lo que adquirió una inmensa hacienda, y, más importante, meterse en política. En parte porque guardaba resentimiento a las élites laboristas que habían gobernado el Estado desde la independencia y con cuyos ideales de hecho había simpatizado, Sharon se ofreció a la oposición derechista como un fichaje del que andaban muy necesitados: un héroe de guerra con tirón popular para encabezar una lista de candidatos.

En septiembre de 1973 Sharon fue uno de los artífices del Likud (Consolidación), bloque formado por la alianza Gahal, que integraban a su vez los partidos Herut (Libertad) de Menachem Begin y Liberal (Libralit) de Peretz Bernstein, más dos pequeñas formaciones de la extrema derecha nacionalista.

Hazañas en los campos de batalla de Suez y el Sinaí
Begin fue designado líder del bloque y Sharon obtuvo un puesto destacado en las listas del Gahal de cara a las elecciones generales que debían celebrarse en octubre. Sin embargo, un nuevo estallido bélico, el sorpresivo ataque de Egipto y Siria en la festividad judía del Yom Kippur, el 6 de octubre, dejó en suspenso todos los tejemanejes políticos y reclamó con urgencia a Sharon, que volvió a enfundarse el uniforme. El general regresó a toda prisa al terreno que conocía a la perfección, el área del Sinaí próxima a Suez, al mando de la 143 División Acorazada de Reserva. El primer día de la guerra Sharon desobedeció la orden de Dayan de replegarse a posiciones defensivas 120 km al este del Canal ante el riesgo de ser copado por la avalancha de las tropas egipcias, que estaban mucho mejor entrenadas y pertrechadas que en 1967.

El alto oficial israelí no sólo no se retiró, sino que optó por contraatacar: al frente de sus tropas, cruzó la lengua de mar e instaló una precaria cabeza de puente en la orilla egipcia, abriendo así una brecha en la retaguardia enemiga. Sin embargo, esta audaz maniobra de diversión dejaba a sus hombres peligrosamente expuestos en casi todos los flancos, así que terminó acatando las enérgicas órdenes de su superiores para que volviera a vadear el Canal y se atrincherara en la orilla derecha. Las ansias de pelea de Sharon encontraron desahogo el 15 de octubre, cuando el Estado Mayor ordenó la contraofensiva general en el Sinaí. Entonces, el general atravesó el Canal por el área de los Lagos Amargos y estableció una sólida cabeza de puente a modo de cuña entre el II y el III ejércitos egipcios, situados respectivamente al norte, entre Port Said e Ismailía, y al sur, entre Ismailía y Suez.

En los días siguientes, Sharon, con miles de soldados y cientos de tanques de refuerzo bajo sus órdenes, profundizó su incursión en la retaguardia egipcia en varias decenas de kilómetros, llegando hasta los arrabales de Ismailía y cortando la carretera El Cairo-Suez, lo que completó el cerco del III Ejército egipcio adelantado en el Sinaí, que vio yuguladas sus líneas de suministros. La perspectiva de una catástrofe militar egipcia que Sharon, con su furioso arrojo, estaba a punto de provocar, apremió al presidente Anwar as-Sadat a aceptar un armisticio que fue firmado el 11 de noviembre.

Sharon, ya ampliamente conocido como Arik, salió de su cuarta guerra más aureolado que nunca, de manera que en las elecciones legislativas del 31 de diciembre no tuvo dificultad para ganar el escaño en la Knesset o Parlamento como candidato del Gahal. Pese a la animosidad general contra el Partido Laborista (Avoda) de Meir, Dayan y Shimon Peres, y contra los mandos militares por su imprevisión y sus desaciertos en la reciente conflagración bélica, el Likud, con 39 escaños, volvió a fracasar en las urnas. Al inquieto Sharon le debió aburrir la actividad como diputado de la oposición, ya que al cabo de un año, el 23 de diciembre de 1974, dejó la Knesset y, aspirando a puestos de más enjundia, se aproximó al Avoda en el poder.

Sharon aceptó comandar un cuerpo de la reserva acorazada de las FDI y como tal se encargó de la pacificación de la franja de Gaza, densamente poblada por palestinos. La brutalidad de sus métodos represivos levantó tales protestas en la opinión pública israelí que el Gobierno hubo de cesarlo a mediados de 1975. A cambio, se puso al servicio de Rabin, primer ministro laborista en sustitución de la dimitida Meir, como asesor especial de seguridad. Su nuevo cometido civil duró aún menos que el mandato parlamentario, ya que en marzo de 1976 se despidió de Rabin para reactivar su apenas rodada carrera política. Primero intentó regresar al Likud, pero Begin le vetó por urdir en su contra una intriga que pretendía desbancarlo del mando del bloque y reemplazarlo por el liberal Simha Erlich. A continuación, se dirigió otra vez al Avoda y a un partido centrista de nuevo cuño, el Movimiento Democrático por el Cambio, encontrando sus puertas cerradas también.

Visto que ninguna agrupación quería tenerlo en sus filas, Sharon optó por poner en marcha su propia fuerza política, el Partido de la Paz de Sión, Shlomtzion, con el que volvió a la Knesset tras las elecciones del 17 de mayo de 1977. Sharon, perseguido por su reputación de mílite individualista e intratable, y el pedagogo Yitzhak Yitzhaky fueron los únicos candidatos del Shlomtzion que sacaron el escaño.

Anclaje político en el Likud con un pensamiento de expansionismo sionista
La visión política de Sharon, pese a sus prolongados coqueteos con el laborismo, era parangonable al sionismo revisionista más recalcitrante: abrazaba con ardor la noción del Eretz Yisrael, el Gran Israel bíblico, presentada como la garantía de unas fronteras estatales seguras frente a la hostilidad indeclinable de los estados árabes y los palestinos. Ello suponía anexar al Estado la totalidad de Jerusalén, el Golán y Cisjordania, territorio este último, llamado Judea y Samaria por Israel, que sería abierto de par en par a la colonización judía. Sharon llegó a proponer la expulsión de todos los palestinos de Cisjordania y su transferencia a Jordania, que consideraba el Estado natural por ellos reclamado.

Cuando Begin, ganador de los comicios de 1977, se dirigió a él en busca de aliados para dotar de mayoría absoluta a su futuro Gobierno, Sharon no se lo pensó dos veces y fusionó el Shlomtzion en el Likud, que presentaba planteamientos nacionalistas muy similares. En el Gabinete de amplia coalición y de fuerte perfil derechista y religioso que Begin alineó el 21 de junio, Sharon figuró como ministro de Agricultura y además se hizo cargo del Comité interministerial de Colonización, que tenía jurisdicción sobre los asentamientos en Cisjordania, e ingresó en el Comité interministerial de Defensa. Cuando Begin fue preguntado por las razones de este nombramiento, el veterano líder conservador declaró: "los árabes respetan la fuerza, y Sharon la encarna".

Mientras Begin negociaba un Tratado de Paz por separado con Egipto que iba a requerir la devolución del Sinaí arrebatado en 1967, Sharon se encargó de acelerar la construcción de colonias en Cisjordania, política de hechos consumados que incumplía flagrantemente la segunda demanda de Sadat, cual era la creación de una autonomía para los palestinos en los Territorios Ocupados, estatus que eventualmente podría dar lugar a una entidad soberana.

El llamado ministro de los bulldozers concitó las iras de los palestinos al arrasar ancestrales poblados árabes de Judea, Samaria y Galilea para levantar con la misma rapidez nuevos asentamientos judíos, cuyo número duplicó en el tiempo que estuvo en el cargo. El celo expansionista de Sharon le llevó muchas veces a anticiparse a las decisiones de la Knesset, e incluso a tolerar la "colonización salvaje" del Sinaí. La misma perseguía boicotear la devolución del territorio a Egipto tal como estipulaban los Acuerdos de Camp David de septiembre de 1978. Sin embargo, tras la firma del Tratado de Paz de marzo de 1979 Sharon no tuvo más remedio que colaborar con el Ministerio de Defensa, encabezado por el propio Begin desde 1980, para la desocupación escalonada del territorio.

Igual pasión colonizadora, aunque esta vez con el respaldo del Gabinete, adoptó el general retirado en el Golán sirio, como prolegómeno de su anexión formal el 14 de diciembre de 1981. Aunque no era entonces ni lo iba a ser después un hombre religioso, el ministro dio su apoyo al Gush Emunim, el Bloque de los Creyentes, un movimiento político-religioso que, esgrimiendo argumentos mesiánicos y bíblicos, perseguía la absorción por el Estado de todos los territorios poseídos por los antiguos reinos hebreos en el Levante de Oriente Próximo.

Después de las elecciones del 30 de junio de 1981, en las que renovó su escaño, Sharon recibió de Begin la codiciada cartera de Defensa como premio a su contribución a la ajustada victoria del Likud, que con el 37,1% de los votos y 48 diputados prácticamente empató con el Avoda. El 5 de agosto el temible halcón de halcones de la política israelí se puso al frente de los asuntos de la milicia con el traje de civil, alta posición desde la que iba a dar pábulo a la controversia y, seguidamente, al mayor escándalo doméstico en la historia del Estado de Israel.


3. La invasión de Líbano y el escándalo de las matanzas de Sabra y Shatila

Deseoso de poner fin de una vez por todas al "problema palestino", el equipo de Begin, con Sharon como más entusiasta paladín, planeó la invasión a gran escala de Líbano, origen de las incursiones de los fedayines contra el norte de Israel y cuartel general de la OLP de Yasser Arafat desde su expulsión de Jordania en 1970.

Belicoso paladín de Paz de Galilea
El vecino país de los cedros ya había sido objeto de una invasión limitada en marzo de 1978, cuando las FDI llegaron hasta el río Litani, justo al norte de Tiro, pusieron en fuga a los efectivos locales de la OLP y luego, acatando el mandato del Consejo de Seguridad de la ONU, procedieron a replegarse, pero no sin dejar la franja de terreno comprendida entre el Litani y la frontera vigilada por una milicia libanesa aliada, el Ejército del Líbano Libre del comandante Saad Haddad, quien luego reorganizó a sus huestes como el Ejército del Sur del Líbano (ESL).

La Operación Paz de Galilea comenzó el 6 de junio de 1982 con la participación de 75.000 soldados, 800 carros de combate, 1.500 vehículos blindados y más de 600 aviones. Compartiendo el mando estratégico con Begin y el mando táctico operativo con el general Rafael Eitan, jefe del Estado Mayor, Sharon condujo al Tzahal a las tomas de Tiro, Sidón, Nabatiyah, el distrito de Chouf y, a partir del día 13, el sector oriental de la capital, Beirut, y el adyacente distrito de Baabda, derrotando a todas las fuerzas irregulares palestinas y regulares sirias salidas a su encuentro, y reduciendo a la impotencia al presidente cristiano maronita, Elías Sarkis, y al desvanecido Ejército regular libanés. Arafat, su estado mayor y el grueso de los combatientes de la OLP, cuya liquidación física se pretendía, quedaron cercados en la parte occidental de Beirut, en la zona de mayoría musulmana.

Sharon había prometido una exitosa guerra relámpago de 48 horas, pero ahora las FDI se exponían a enzarzarse en una penosa lucha callejera con las milicias palestinas y sus aliadas libanesas. Begin ordenó arrasar las áreas bajo control de la OLP en Beirut occidental con bombardeos indiscriminados por tierra, mar y aire, pero las presiones internacionales le obligaron a aceptar la evacuación de Arafat y sus hombres bajo la protección de un contingente militar multinacional, operación que duró del 21 de agosto al 1 de septiembre. A esas alturas, Paz de Galilea arrojaba un balance estremecedor: unos 17.000 palestinos y libaneses, civiles en su mayoría y 5.000 de ellos en Beirut, habían muerto, mientras que las FDI contaban en sus filas más de 600 bajas mortales y unos 3.000 heridos. Toda la mitad sur de Líbano, ya destrozada por la guerra civil a múltiples bandas que desangraba el país desde 1975, era un campo de ruinas.

Las implicaciones personales de una masacre histórica
Sharon dio por cumplidos los objetivos de la invasión. Pero el 15 de septiembre, al día siguiente de ser asesinado el presidente cristiano electo, Bashir Gemayel —jefe del partido derechista maronita Kataeb o Falange, mortal enemigo de la OLP y por esa razón aliado tácito de los israelíes— en un atentado orquestado por la inteligencia siria, ordenó a las tropas ocupar Beirut occidental para aplastar los últimos focos de resistencia de las milicias libanesas izquierdistas, una decisión que, se aseguró entonces, no fue consultada con Begin.

Al mismo tiempo, Sharon no vaciló en conectar a la OLP, pese al enérgico mentís del exiliado Arafat, con el asesinato de Gemayel. El 16 de septiembre de 1982, poniendo un horrible colofón a esta cadena de hechos acreedores de la execración mundial, milicianos falangistas, para vengar el magnicidio de su jefe, penetraron en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila en Beirut occidental y hasta el día 18 se dedicaron a asesinar impunemente a sus moradores, muchos de ellos mujeres, niños y ancianos, en un número nunca esclarecido a gusto de todos pero que sin duda fue elevadísimo.

Fuentes judiciales y de la inteligencia israelíes establecieron el balance de víctimas en las 460 como mínimo y en las 800 como máximo, cifras en las que se movieron los partes de la Cruz Roja, la Policía libanesa y la mayoría de las cabeceras de prensa occidentales. Sin embargo, algunos medios informativos hablaron de más de 1.000 asesinados y la propia OLP cifró los muertos entre 3.000 y 3.500. La implicación de Israel en tan espantoso crimen pareció incuestionable desde el primer momento, ya que las FDI y la Aman controlaban el sector y con toda seguridad estaban al tanto de los planes de las Fuerzas Libanesas afines al Kataeb y cuyo comandante era el maronita Elie Hobeika.

De haberlo querido, los militares israelíes habrían, no ya interrumpido, sino impedido la matanza. De hecho, el propio Sharon reconoció el 21 de septiembre que la entrada de las Fuerzas Libanesas en los campos había sido expresamente autorizada por las FDI. Las indagaciones posteriores sacaron en claro que los militares israelíes no sólo habían dejado pasar a los milicianos maronitas, sino que les habían dado apoyo logístico y cubierto las espaldas.

La horrenda masacre de Sabra y Shatila desencadenó un enorme revuelo internacional y abrió un trauma sin precedentes en la sociedad israelí, cuyos sectores izquierdistas y pacifistas se echaron a las calles de Tel Aviv y Jerusalén para clamar indignados contra el Gobierno del Likud. Sharon, escarnecido como "señor de la guerra", "carnicero de Líbano" y —en una alusión irónica a sus ardores sionistas—, "rey de Jerusalén", se convirtió en el símbolo personificado de las contradicciones de un país que se preguntaba dónde estaba el límite entre la legítima defensa y el expansionismo vengativo y cruel. La tormenta doméstica no amainó y Sharon fue uno de los nueve altos dirigentes del Gobierno y el Ejército que hubieron de comparecer a testificar ante la Comisión especial encabezada por el juez Kahan, presidente del Tribunal Supremo. La Comisión fue puesta en marcha el 10 de octubre para investigar la matanza de civiles palestinos cometida en Líbano y depurar las posibles responsabilidades, a priori indirectas, de los mandos políticos israelíes.

El 7 de febrero de 1983, después de declarar Sharon "no haber imaginado jamás" que tal tragedia pudiera llegar a producirse, la Comisión Kahan concluyó que el ministro de Defensa tenía una "responsabilidad personal" en los hechos al haber incurrido en un "grave error cuando ignoró el peligro de los actos de venganza y derramamiento de sangre por los falangistas contra la población de los campos de refugiados", en vista de lo cual recomendaba su destitución. El 14 de febrero, no sin resistirse a acatar el fallo del juez, Begin convenció a Sharon para que dimitiera como ministro de Defensa, pero, en señal de solidaridad, le mantuvo en el Gobierno en calidad de ministro sin cartera. Meses después, fue el propio Begin el que no pudo sostenerse, viéndose impelido a renunciar como primer ministro y líder del Herut.

Un largo período en el segundo plano
Para Sharon este fue el punto más bajo de su carrera, que si hubiese sido la de cualquier otro habría quedado finiquitada en el acto. Pero él se aprestó a aguantar el temporal y a regresar al proscenio político en cuanto se le presentara la primera oportunidad. Su espera no fue dilatada.

En el Gobierno de unidad nacional formado por el laborista Shimon Peres en septiembre de 1984, al cabo de unos comicios en los que cosechó su segunda reelección consecutiva en la Knesset, el ex militar fue recuperado como titular de Industria y Comercio, un ministerio poco susceptible de generar polémicas. En el mismo se mantuvo Sharon hasta el que el 12 de febrero de 1990 presentó la dimisión como desenlace de su enfrentamiento con el entonces primer ministro y líder del Likud, Yitzhak Shamir, al que acusó de "no hacer nada para liquidar el terrorismo", en referencia al levantamiento popular palestino, la Intifada, estallado en diciembre de 1987 en los Territorios Ocupados. Sharon no escondía su ambición de hacerse con el liderazgo del Likud, pero su estigma libanés era por el momento un hándicap insuperable.

La espantada del pugnaz político sólo fue el preludio de la ruptura del Gobierno de unidad nacional; marchado el Avoda el 13 de marzo en protesta por la renuencia de Shamir a emprender conversaciones con la OLP, el 11 de junio aquel recompuso el Gabinete dando entrada en el mismo a los partidos ortodoxos y de la extrema derecha. Sharon se reenganchó al frente de su ministerio favorito, el de Vivienda y Construcción, desde el que aceleró la maquinaria colonizadora. Hasta el final de la legislatura, Sharon estuvo activo también en el Comité Interministerial de Defensa y presidió el nuevo Comité encargado de supervisar la inmigración de los judíos soviéticos.


4. Retorno al primer plano de la actualidad israelí: rechazo al Proceso de Oslo, ministro con Netanyahu y líder del Likud

La victoria del Avoda en las elecciones del 23 de junio de 1992 y la subsiguiente formación por Rabin, el 13 de julio, de un Gobierno comprometido con la compleción del proceso de paz abierto con palestinos, sirios y jordanos en la Conferencia de Madrid de 1991 mandaron al Likud a la oposición por primera vez desde 1977. Sharon se mantuvo activo en la política desde su escaño en la Knesset, pero encontró más tiempo para dirigir sus negocios agropecuarios en su rancho del Neguev, que le estaban convirtiendo en uno de los ganaderos más adinerados del país.

Los años a remolque de Binyamin Netanyahu
Tras el revés del partido en las urnas, Sharon manifestó su intención de competir por el liderazgo del Likud, del que se despedía el añoso Shamir, pero la constatación de sus mínimos apoyos le aconsejó no participar en la elección interna de marzo de 1993. La misma fue ganada por el antiguo soldado de operaciones especiales, diplomático y viceministro de Exteriores Binyamin Netanyahu, un enérgico vocero de las tesis de mano dura con el terrorismo y opuesto a cualquier retrocesión territorial a los palestinos.

En los cuatro años siguientes, Sharon alzó su voz para fustigar los sucesivos acuerdos suscritos por el Gobierno laborista y la OLP en el histórico marco de los Acuerdos de Oslo y la Declaración de Principios de Washington de agosto y septiembre de 1993, que alumbraron un autogobierno interino palestino en Gaza y las ciudades de Cisjordania, la Autoridad Nacional Palestina (ANP, si bien el término "nacional" para referirse a la autonomía era omitido por los israelíes y de hecho no constaba en los documentos firmados). La ANP echó a andar en 1994 sobre las bases de la transferencia de soberanía competencial y la retirada militar israelí por etapas. Además, Rabin se comprometió a negociar al cabo de cinco años los aspectos cardinales del naciente proceso de paz, a saber, la jurisdicción sobre Jerusalén, el retorno de los refugiados, la definición de las fronteras y el estatus definitivo de la entidad palestina.

Nostálgico de las campañas guerreras que habían puesto a Damasco, Ammán o Suez en la mirilla del Tzahal, y enemigo jurado de cualquier concesión a los palestinos (en junio de 1994 aseguró "lamentar" que Israel no hubiera tenido éxito en el pasado en sus "grandes esfuerzos" por matar a Arafat), Sharon se mantuvo en la reserva política, aguardando el momento en que el electorado reclamara el retorno del Likud al poder. Aunque seguía concitando bastante rechazo entre sus paisanos, más por temor a sus excesos que por verdadera animadversión, Sharon no dejó de cultivar una abultada base de simpatizantes en el campo más derechista, en el movimiento colonizador y entre los religiosos ultraortodoxos, a los que ofrecía perspectivas de su agrado con talante populista.

El 29 de mayo de 1996 el Likud, beneficiado por el ambiente de frustración y ansiedad instalado en la opinión pública a raíz del asesinato de Rabin por un fanático ultranacionalista en noviembre de 1995 y de la brutal campaña de atentados terroristas suicidas iniciada en abril de 1994 por el movimiento de resistencia islámico palestino Hamás, enemigo jurado del proceso de paz, contra objetivos civiles de dentro del Estado, ganó las elecciones generales por partida doble. En la votación a primer ministro, Netanyahu, cuyo lema era paz con seguridad, batió por la mínima al titular del oficialismo que aspiraba a la reelección, Peres, mientras que en las legislativas, la lista conjunta formada con los partidos Gesher de David Levy y Tzomet del ex general Eitan sacó una exigua mayoría de 32 escaños con el 25,1% de los sufragios.

El 18 de junio de 1996 Netanyahu alineó con la pléyade de partidos, siete, del arco derechista-ortodoxo un Gobierno de coalición en el que no podía faltar Sharon, que, con su sexto mandato parlamentario consecutivo recién estrenado, recibió un ministerio creado ex profeso para él, Infraestructuras Nacionales. El nuevo primer ministro y superior partidista, de hecho, hablaba su lenguaje: no al Estado palestino, no a la devolución del Golán a Siria, no a la partición de Jerusalén, irrenunciable "capital eterna e indivisible" de Israel, y no al principio de paz por territorios, que era el leitmotiv de los Acuerdos de Oslo. Para Netanyahu y Sharon, y para el segundo aún con fuertes reticencias, lo más que cabía negociar con Arafat era una paz a cambio de paz, que otorgaría a su pueblo una autonomía de tipo administrativo, limitada en competencias y en territorios. Lo esencial de Cisjordania debía permanecer bajo la soberanía política y el control militar israelíes.

Con el visto bueno de Netanyahu, en marzo de 1997, al poco de firmarse con la ANP el Protocolo especial para la retrocesión parcial de Hebrón, las excavadoras de Sharon empezaron a construir un gran barrio judío en Har Homa, en los arrabales de Jerusalén oriental anexados de Cisjordania a su jurisdicción municipal. La expansión colonial de Har Homa fue otra maniobra destinada a reforzar la reclamación israelí sobre toda la ciudad, incluidos los sectores de mayoría musulmana, y provocó, con la reacción violenta de los palestinos, un parón decisivo en el ya renqueante proceso de paz. El 7 de julio de 1997 año Sharon fue integrado con funciones consultivas en el equipo gubernamental que llevaba las negociaciones con la ANP. Siempre en el extremo de los remisos, allí dejó a las claras su antagonismo al plan de Estados Unidos de otorgar a la autonomía palestina un 13% adicional de Cisjordania, pues consideraba que toda entrega territorial superior al 9% dejaba a Israel cojo de seguridad e indefendible.

Netanyahu y Arafat sellaron el acuerdo de retrocesión en Wye Plantation, Estados Unidos, el 23 de octubre de 1998, 14 días después de nombrar el primero a Sharon ministro de Asuntos Exteriores en sustitución del dimitido (la renuncia se remontaba a enero) David Levy, un nombramiento que aplacó a los elementos de la coalición más escorados a la línea dura. En Wye, Sharon negó el saludo que, ante las cámaras, le dirigió Arafat cuando se disponían a entrar en la sala de conferencias. Titular de la oficina desde el 13 de octubre, a tiempo para integrarse en las enfebrecidas negociaciones de Wye, Sharon retuvo la cartera de Infraestructuras, una concentración de atribuciones que le convirtió en el número dos indiscutible del Gabinete.

Casualidad o no, el aumento de la influencia de Sharon coincidió con la decisión por Netanyahu, en diciembre de 1998, de dejar en suspenso la aplicación del Memorándum de Wye entre acusaciones a la ANP de incumplimiento de las garantías dadas sobre la no proclamación del Estado palestino y la anulación de la amenaza terrorista que suponían Hamás y la Jihad Islámica, pese a que muchas de sus infiltraciones suicidas partían de territorios no transferidos.

La derrota electoral de 1999 como trampolín a la jefatura del partido
En las elecciones generales del 17 de mayo de 1999, anticipadas con el visto bueno de Netanyahu para oxigenar un curso político asfixiado por las turbulencias del Gobierno, pasto de las defecciones y los escándalos, y por las graves trifulcas internas de su principal integrante, el Likud y el primer ministro fueron derrotados por el Avoda y su nuevo líder, Ehud Barak, otro general retirado con una hoja de servicios atiborrada de méritos y condecoraciones —aunque sin los desacatos y baldones de Sharon, lo que le había permitido alcanzar la jefatura del Estado Mayor— y considerado el heredero político del malogrado Rabin. Netanyahu presentó de inmediato la dimisión y Sharon asumió con carácter interino la jefatura de un partido minado por las disputas y las deserciones sufridas en los últimos años, que protagonizaron dirigentes del calibre de David Levy, Benny Begin, Dan Meridor y Yitzhak Mordechai, todos ellos ministros dimitidos o cesados.

El 6 de julio de 1999 Sharon cesó en el Ejecutivo con la asunción del Gobierno de Barak —Levy le relevó en Exteriores— e inició su andadura, por el momento sólo provisional, como líder de la oposición y candidato potencial a primer ministro, perspectiva que nadie habría creído factible hacía poco y que era vista con aprensión por la mayoría de los habitantes de la región, tanto árabes como judíos. La ambición política perseguida sin disimulos desde hacía más de una década estaba a punto de hacerse realidad. El 2 de septiembre de 1999 Sharon fue confirmado en la presidencia del Likud con el 53% de los votos efectuados por los militantes, derrotando las postulaciones del alcalde de Jerusalén, Ehud Olmert, y del ex ministro de Finanzas Meir Sheetrit.

El jefe derechista, que el 25 de marzo de 2000 enviudó de su esposa Lily, victima de un cáncer de pulmón, planteó una oposición destructiva al precario Gobierno de coalición forjado por Barak, contra el que lanzó abundantes diatribas y mociones de censura. Esta labor de zapa contribuyó al resquebrajamiento de un ejecutivo atrapado por las insuperables diferencias en su seno en torno a la decisión del primer ministro de aplicar los acuerdos de Wye y de alcanzar un tratado de paz definitivo con la ANP en 2000, una vez vencido el cronograma de cinco años establecido por los Acuerdos de Oslo. Pero esa perspectiva se reveló irrealizable el 25 de julio de ese mismo año cuando las negociaciones cara a cara en Camp David entre Barak y Arafat terminaron en un rotundo fracaso a causa del estatus de Jerusalén, sobre el que no había manera de acercar posturas siquiera, entrando la situación en un tenso punto muerto.


5. La visita a la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén: el rédito electoral de un lance incendiario

El 28 de septiembre de 2000, bajo este clima de pesimismo general, Sharon, protegido por una nube de guardaespaldas, sonriente, portando gafas de sol y avanzando con sus célebres andares bamboleantes (descritos alguna vez como los propios de una "mezcla de cowboy y oso polar"), realizó una inesperada visita a la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, lugar sagrado del Islam sito en la Ciudad Antigua del sector oriental.

Este exiguo perímetro, nexo del Barrio Musulmán con el Barrio Judío, era el nudo gordiano al final del camino iniciado hacía nueve años en la Conferencia de Madrid y materia hipersensible por su excepcional significado religioso para musulmanes y judíos. Para el Islam, la Explanada, conocida por ellos el Noble Santuario, era especialmente santa porque acogía el Santuario de Omar, o Domo de la Roca, el lugar donde según la tradición el Profeta Mahoma tuvo su revelación divina del Cielo en el curso de su Viaje Nocturno, y la Mezquita de Al Aqsa. La pujante ortodoxia israelí reclamaba a su vez la Explanada como el Monte del Templo bíblico (Har HaBayit, también llamado Moriah), vinculado a la llegada del Mesías esperado por los judíos y parte de un todo con el contiguo Muro de las Lamentaciones, a su vez único vestigio del desaparecido Segundo Templo.

Con su paseo por el lugar, que pese a pertenecer a un territorio urbano conquistado militarmente en 1967 y anexado de hecho al Estado por la ley básica de 1980 permanecía bajo custodia de la autoridad árabe musulmana y ponía fuertes restricciones al acceso de los judíos —además, los fieles que conseguían visitarlo tenían prohibido orar en él—, Sharon enviaba un nítido mensaje a la opinión pública: Jerusalén era innegociable, y los ultranacionalistas y ortodoxos estaban en su derecho de reclamar el control efectivo del recinto. Para el mundo árabe y los palestinos, la acción desafiante de Sharon era una provocación en toda regla —portavoces laboristas emplearon esa misma expresión—, aunque los observadores internacionales coincidieron en señalar que el "viejo zorro" de la política israelí y experto conocedor de las reacciones de los árabes sabía muy bien lo que se hacía.

Ignición de la segunda Intifada y colapso del Proceso de Oslo
Los disturbios prendidos en el recinto sagrado nada más marcharse Sharon se extendieron rápidamente a otros puntos de Jerusalén y sólo unas horas más tarde a Gaza, las ciudades controladas por la ANP y el resto de la Cisjordania ocupada. Los enfrentamientos con las FDI dejaron varias decenas de muertos sólo en las primeras 48 horas del estallido de violencia. La revuelta general palestina, de hecho una segunda intifada, con su espiral mortífera de represalias y contrarrepresalias, llevándose los palestinos con mucho la peor parte al movilizar las FDI una capacidad de fuego desconocida en los Territorios y más propia de las pasadas contiendas bélicas con los países árabes vecinos, taponó los últimos resquicios de confianza entre palestinos y judíos, y abocó al atribulado proceso de paz de Oslo al colapso.

Calificado prematuramente de "cadáver político" por su provocadora acción, Sharon, por el contrario, recibió encendidas adhesiones desde sectores externos al Likud. A medida que Barak, que no desautorizó al líder derechista pese a cargar con las consecuencias de su acto, se hundía en el descrédito, que la violencia terrorista y partisana palestina segaba decenas de vidas israelíes, civiles y militares, y que la hostilidad al Estado judío se agigantaba en el mundo árabe, la opinión pública nacional fue deslizándose hacia posiciones favorables a las tesis de mano dura, las advertencias belicistas y la intransigencia de quien se consideraba a sí mismo un "guerrero", tal como rezaba el título de su libro de memorias publicado en 1989 y próximo a reeditarse: Warrior: The Autobiography of Ariel Sharon.

Después de precipitar la convocatoria de elecciones anticipadas a primer ministro en 2001 con el planteamiento a Barak de un elenco de exigencias tan riguroso que el apurado dirigente laborista no podía satisfacer, Sharon puso a punto su candidatura. Y eso a pesar de que en el Likud existían fuertes preferencias por Netanyahu, al que la Knesset, al cabo de un corto período de ostracismo, despejó su retorno triunfal merced a una ley que facultaba a quienes no eran diputados formalizar sus aspiraciones a encabezar el Ejecutivo. Según encuestas periodísticas, el Likud batiría con facilidad a Barak si su candidato fuera Netanyahu, pero Sharon no cejó en su aspiración y se mostró dispuesto a batallar en unas votaciones primarias. Cuando los nuevos sondeos reflejaron que Sharon, lejos de ser un candidato problemático, estaba ganado una aceptación masiva, Netanyahu arrojó la toalla y el 1 de enero de 2001 respaldó la aspiración de su antiguo ministro.

Sharon noquea al laborista Barak en las elecciones a primer ministro
Sharon desarrolló una campaña populista, repleta de guiños a los influyentes partidos religiosos y los rabinos ortodoxos (oraciones en el Muro de las Lamentaciones), así como al colectivo de inmigrantes rusojudíos (alocuciones en el idioma de sus padres). En cuanto a los tratos con los árabes, indicó que su interés principal era hacer la paz con Siria, frente en el que veía menos complicaciones, a pesar de reiterar que el Golán debía permanecer en manos israelíes.

Sus ofrecimientos a los palestinos ("nunca les he humillado, me respetan y les respeto; saben que pueden confiar en mí, que digo lo que pienso y que hago lo que prometo") fueron igualmente contradictorios, pues si por una parte habló vagamente de un Estado palestino desmilitarizado, por la otra descartó la retrocesión de nuevas áreas en Cisjordania —lo que, de cumplirse, dejaría a la entidad palestina reducida a una mínima expresión territorial—, el desmantelamiento de asentamientos, la capitalidad compartida de Jerusalén y el retorno de los refugiados. Para Sharon, lo esencial y prioritario era la seguridad de Israel; una vez afianzada ésta, afirmaba, se abriría camino la paz, que en sus labios sonaba más a una mera no beligerancia. Arafat, tildado por Sharon de "asesino" y "mentiroso" a lo largo de la campaña, afirmó que la llegada al poder de la vieja bestia negra de los palestinos sería un "desastre" para todo el mundo, aunque aseguró estar abierto al diálogo.

El 6 de febrero de 2001, pulverizando todos los pronósticos, Sharon machacó a Barak con el 62,4% de los votos. Nunca antes el Likud se había impuesto al Avoda con semejante rotundidad. Tras conocer los resultados, el triunfador advirtió que no iba a negociar nada con los palestinos en tanto continuaran las algaradas y los atentados, de los que culpó directamente a la dirección de la ANP como planificadora e instigadora. Igualmente, Sharon se declaró desvinculado de las últimas ofertas posibilistas de Barak sobre la evacuación de la gran mayoría de Cisjordania y la división de Jerusalén, y en particular del prometedor acuerdo de principio no escrito, alcanzado semanas atrás en unas conversaciones ministeriales en Taba, sobre el reconocimiento de un Estado palestino con capital en un Jerusalén con soberanía bizonal y delimitado por las fronteras de 1967.

Sin dudarlo un instante, Sharon ofreció un Gobierno de unidad nacional a los laboristas, que, sumidos en el caos tras la debacle electoral, acogieron la propuesta con división de opiniones. Barak, dimitido al frente del partido, y Peres aceptaron las carteras de Defensa y Exteriores, respectivamente, pero luego el primero se autodescartó, no sin declarar caducadas las recientes ofertas de paz hechas a los palestinos. A Sharon le interesaba presidir un Gobierno de vasta coalición abierto a cualquier partido "responsable, serio y que buscase la paz", pero la inclusión del Avoda le iba a permitir dulcificar ante el mundo su problemática imagen de halcón. También se propuso y consiguió incluir al primer ministro no judío desde 1948, el musulmán druso Salah Tarif, miembro del Avoda.

Los atentados suicidas palestinos contra las ciudades israelíes, que crearon una psicosis de vulnerabilidad y exacerbaron los sentimientos de odio a lo árabe, aceleraron la formación del Gobierno, que presentó una gran heterogeneidad con la participación de ocho facciones de variado signo. El 7 de marzo la Knesset invistió el Gabinete por 72 votos contra 21. Arik, con 73 años, se convirtió en el undécimo primer ministro de Israel.

El Likud recibió ocho ministerios, entre ellos los de Absorción de la Inmigración, que Sharon tomó para sí, Finanzas, para Silvan Shalom, y Seguridad Interna, para Uzi Landau. Cinco carteras fueron para el Avoda (formalmente, la coalición Un Israel, que completaban los partidos Gesher y Meimad), con Peres en Exteriores y el ex general Binyamin Ben-Eliezer en Defensa, y cuatro para el partido ultraortodoxo sefardí Shas. Los dos partidos rusojudíos, Israel por la Inmigración (Yisrael BaAliyah) y Nuestra Casa es Israel (Yisrael Beiteinu), la ultraderechista Unión Nacional (Ichud Leumi) y la centrista Nueva Vía (Derekh Hadasha) también obtuvieron algunos ministerios con cartera, ministerios sin cartera o bien viceministerios. A posteriori iban a integrarse, en puestos menores, el Partido de Centro (Mifleget Hamerkaz) y el Judaísmo Unificado de la Torah (Yahadut HaTorah, ultraortodoxos ashkenazíes). A Sharon le flanqueaban en el Gabinete cuatro viceprimeros ministros: Peres por el Avoda, Eliyahu Yishai por el Shas, Natan Sharansky por Yisrael BaAliyah y Silvan Shalom por el Likud.


6. Sharon, primer ministro: estrategia de guerra antipalestina a ultranza en coalición con los laboristas

En todo el año 2001 prevalecieron en el drama de Palestina el lenguaje de las armas, la cerrazón política y los intentos, siempre fructuosos, de sabotear cualquier posibilidad de entendimiento, situando la ya de por sí larga y dolorosa ocupación israelí en unos niveles de opresión insoportables para la población civil palestina, que sólo podían generar desesperación, ansias de venganza y fanatismo homicida. La sociedad israelí también padeció los estragos de la violencia, en este caso el terrorismo palestino, que daba pábulo a justificaciones ultranacionalistas, militaristas y hasta racistas, poniendo en peligro los mismos fundamentos democráticos y laicos del Estado judío.

Sharon, que en muchos momentos pareció dejarse llevar exclusivamente por su aversión inveterada a Arafat, renegó de todos los compromisos adquiridos por Israel desde el Acuerdo Gaza-Jericó de 1994 (en noviembre de 2001 calificó el conjunto de los acuerdos de Oslo de "error trágico") y ofreció como alternativa un nebuloso marco de paz de nuevo cuño, en el que la ANP podría acceder a la estatalidad siempre que se desmilitarizada y se olvidara de obtener nuevas adquisiciones territoriales, del retorno de los refugiados, de la evacuación de las colonias judías y, por supuesto, de la capitalidad en Jerusalén oriental.

Los canales de comunicación con la ANP fueron cerrándose y el presidente palestino, puesto contra las cuerdas y desbordado por los extremismos, incluso desde su propio partido, se embarcó en una inconsistente dinámica de resistencia armada y retórica nacionalista. Ahora bien, la comunidad internacional en su conjunto, en particular los países árabes y la Unión Europea, se mostró impotente para asistir a los palestinos y supeditó sus iniciativas políticas a lo que dispusiera en cada momento la nueva Administración estadounidense de George Bush, quien en su papel de mediador desidioso y errático tendió invariablemente a asumir las posturas israelíes.

En el transcurso de los meses quedó claro que la estrategia del Gobierno Sharon, obligado por su opinión pública a responder adecuadamente a la oleada de ataques terroristas, excedió ese marco defensivo y se lanzó a demoler, en un sentido político pero de entrada de manera completamente física, las estructuras levantadas desde la inauguración de la ANP en 1994. El primer ministro enviaba a los palestinos el mensaje de que tenían que entender que todo acto de hostilidad contra Israel era inútil y que no les quedaba otra que someterse a las condiciones impuestas por el vencedor, a saber: un Estado superreducido basado en Gaza y algunas ciudades de Cisjordania, privado de fuerzas armadas, del control de las fronteras y de los recursos hídricos, amén de económicamente subordinado y moteado de una constelación de zonas de seguridad, áreas cerradas, asentamientos judíos y discontinuidades en las comunicaciones terrestres.

Al amparo de la respuesta militar a las agresiones terroristas, que la comunidad internacional aceptaba como legítima política de Estado, las FDI, bombardeando por tierra y aire, intensificaron el acoso a los centros del poder de la ANP y sus infraestructuras administrativas, económicas y de comunicaciones, así como los métodos de castigo colectivo como la demolición de viviendas de particulares acusados de pertenecer o de albergar a militantes de organizaciones extremistas buscados por terrorismo, la destrucción de explotaciones agrícolas, el cegado de canalizaciones de agua o el desarraigo de árboles. Estas actuaciones expeditivas podían ir precedidas de mandatos administrativos para expropiar terrenos a sus legítimos propietarios árabes a fin de levantar asentamientos de colonos o para ampliar barrios urbanos.

Los atentados cometidos el 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos por la organización integrista Al Qaeda devengaron pingües réditos a Sharon, que no tuvo empacho en instrumentar a favor de su agresiva política de seguridad la consternación internacional por las catástrofes terroristas de Nueva York y Washington. Así, el primer ministro se explayó en la presentación de Arafat como el "Osama bin Laden de Israel" y como el "cabeza de una coalición de terroristas", y, con la actitud condescendiente de la Administración Bush, multiplicó las operaciones de represalia en los territorios palestinos al socaire de la lucha antiterrorista global.

Desde el mes de agosto anterior, la violencia ejercida por ambas partes se había incrementado. En el caso de la israelí, estaba suponiendo la ocupación temporal o el asedio prolongado de las ciudades bajo jurisdicción de la ANP (Gaza, Jericó, Jenín, Ramallah, Hebrón, Tulkarem, Nablus, Belén y Qalqilya), así como el funcionamiento a pleno rendimiento de la política, con resabios de la ley del talión, de los "asesinatos selectivos" (targeted killings), es decir, ejecuciones extrajudiciales de dirigentes de las organizaciones palestinas implicadas en los atentados. Estos blancos humanos fueron liquidados en sus casas, en sus despachos o en plena calle con armamento pesado y mediante operativos militares diseñados ex profeso.

Sharon no se desasió de una espiral que mostraba inercia propia, y si a veces se contuvo a la hora de responder a la barbarie terrorista de Hamás o la Jihad Islámica, otras veces ordenó acciones militares con una dudosa o nula justificación, que ocasionaron la muerte de muchos palestinos no combatientes y que presentaron las trazas, en opinión muy extendida fuera de Israel, de intentos de sabotear cualquier resquicio de normalización. Lo más que ofrecía Sharon era empezar a negociar la creación del Estado palestino tal como él lo entendía al cabo de un período, de duración imprecisa, en el que los palestinos reducirían a cero sus actos de violencia.

Las presiones de Estados Unidos y la UE consiguieron que Sharon y Arafat declararan un alto el fuego el 18 de septiembre de 2001, una semana después de los ataques de Al Qaeda contra Nueva York y Washington. El 26 de septiembre Peres, autorizado de mala gana por Sharon, se reunió en Gaza con el líder palestino para intentar consolidar la tregua como antesala del levantamiento del asedio a las ciudades palestinas y del arresto por la ANP de los responsables de los atentados cometidos contra Israel, pero al día siguiente las FDI arremetieron contra el campo de refugiados de Rafah, en Gaza, provocado una docena de muertos y reactivando la situación de guerra fluctuante. Los islamistas reanudaron a su vez la ofensiva terrorista contra las ciudades israelíes.

Hasta diciembre de 2001, la sangría inacabable en Palestina e Israel registró como más graves sucesos la incursión terrestre contra Hebrón, el asesinato en un hotel de Jerusalén por el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) de Rehavam Zeevi, el ultraderechista ministro israelí de Turismo y líder de la Ichud Leumi (en venganza por el asesinato en agosto, con un certero disparo de misil, del secretario general de la organización radical palestina, Abu Ali Mustafa) y la gran operación de castigo de las FDI por aquel magnicidio. Del 18 al 28 de octubre fueron ocupados Belén, Ramallah, Jenín, Tulkarem y Qalqilya con el objeto, según un enfurecido Sharon, de capturar o eliminar a los asesinos de Zeevi.

El primer ministro sentía que sus ultimatos a Arafat para que detuviera a militantes incluidos en las listas negras de los servicios de inteligencia israelíes y proscribiera las organizaciones radicales, a saber, Hamás y su milicia Ezzedín Al Qasam, el FPLP, el FDLP, la Jihad Islámica y las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa —estas últimas reclutadas en las filas del propio partido de Arafat, Fatah—, caían sistemáticamente en saco roto.


7. Desafío a la comunidad internacional: la masacre de Jenín y el muro de seguridad

Sharon se las arregló para proseguir su implacable política palestina aún a costa de lloverle una abrumadora cascada de reprobaciones internacionales, censuras que en otro país y con otro líder tal vez habrían surtido efecto. Esta situación de reproche diplomático, que en realidad no pasaba de lo simbólico, no era nueva para Israel, acostumbrado a valerse por sí mismo, pero Sharon incluso se atrevió a abusar de la vital alianza estratégica de Estados Unidos, poniendo en situación desairada en varias ocasiones al presidente Bush, por lo menos de cara a los focos, con sus tropelías bélicas, presentadas siempre por él como acciones de legítima defensa.

Por más que dirigieran a Sharon periódicos llamamientos a la contención y sonoras reconvenciones, en todo momento se tuvo la sensación de que la paciencia de las autoridades de Washington con su problemático socio era inagotable y que estas, de hecho, sobre todo desde el Departamento de Defensa y la Consejería de Seguridad Nacional, respaldaban lo esencial de sus tesis. En realidad, el Gobierno estadounidense se puso a modular sus enfoques y su lenguaje en un sentido tan proisraelí que la larga tradición diplomática de la superpotencia como mediador creíble en el conflicto palestino-israelí se vio comprometida.

Con bastante desparpajo, el primer ministro, que no escatimaba medios para ganar tiempo y lograr sus propósitos, podía retractarse y cubrir de elogios a la Administración Bush luego de criticarla con un lenguaje insólitamente duro cuando se molestaba por sus rapapolvos públicos. Como en octubre de 2001, cuando comparó la actitud de Estados Unidos hacia Israel con respecto al mundo árabe con la de las democracias europeas hacia Checoslovaquia en vísperas de su desmembramiento por la Alemania nazi. El exabrupto carecía de cualquier fundamento. Sharon era perfectamente consciente de que Bush estaba bajo el fuerte influjo de un núcleo duro de políticos y funcionarios neoconservadores que simpatizaban con las tesis del sionismo ultranacionalista. De hecho, algunos de estos altos cargos derechistas de la Casa Blanca y el Pentágono eran judíos.

A comienzos de diciembre de 2001, luego de amenazar a Siria por su injerencia en Líbano, de ignorar la recomendación de la Comisión Mitchell de que suspendiera la construcción de nuevas colonias judías en Cisjordania por constituir una de las mechas de la violencia, de no darse por aludido en los intentos —fallidos— de la justicia belga de procesarle por crímenes de guerra en relación con los sucesos de Sabra y Shatila, y de salir indemne de varios amagos de desintegración de su Gobierno por la exigencia de la extrema derecha de que diera el golpe de gracia —en el sentido más literal— a Arafat, Sharon respondió a la última oleada de atentados suicidas de Hamás, que segaron las vidas de 25 ciudadanos en Jerusalén y Haifa, con masivas operaciones militares contra la ANP, centradas en edificios oficiales y demás atributos del poder de Arafat en Gaza y Cisjordania.

El rais palestino salió ileso de una salva de misiles detonada a escasos metros de su despacho en Ramallah: era la dura advertencia de Sharon, quien le conminaba a cooperar para detener las agresiones terroristas, so riesgo de convertirse él mismo en legítimo objetivo militar. No iba a ser la última vez que los misiles lloverían, con una precisión milimétrica que las FDI podían graduar a voluntad, en función de la gravedad del mensaje político que el Gobierno quisiera enviar, sobre la zona que pisaba Arafat. Ahora bien, el grupo diplomático conocido como el Cuarteto, es decir, Estados Unidos, la Unión Europea, la ONU y Rusia, emplazaba a Tel Aviv a no atentar contra la integridad de Arafat.

A continuación, el Gobierno israelí declaró a la ANP "entidad que respalda el terrorismo" y el 13 de diciembre, al día siguiente del atentado contra un autobús de colonos en el asentamiento de Emmanuel, entre Nablus y Qalqilya, con el resultado de 10 muertos, anunció que rompía toda relación con Arafat. Gaza, Rafah, Jenín, Nablus y Ramallah sufrieron una nueva oleada de bombardeos y Arafat, por primera vez, quedó cercado en su cuartel gubernamental de Ramallah, conocido como la Mukataa.

Febrero y marzo de 2002 fueron meses extremadamente mortíferos, registrándose sólo en un día, el 8 de marzo, 46 muertos (39 palestinos 7 israelíes), en la que fue la jornada más sangrienta desde el inicio de la guerra. El 29 de marzo Sharon, en respuesta a la masacre de 29 comensales judíos a manos de un kamikaze de Hamás en un restaurante de Netanya, ordenó la activación de Muro Defensivo, la más destructiva operación militar desde el estallido de la segunda Intifada, que tuvo como objetivo principal Ramallah y las instalaciones de la Mukataa, donde Arafat y sus hombres se vieron rodeados de un verdadero erial de escombros, y privados de comunicación y suministros.

Entonces, el Gabinete israelí exigió a Arafat que se rindiera y Sharon dio rienda suelta a su visceralidad: "Todo lo que recibimos fue terrorismo, terrorismo y más terrorismo, y contra el terrorismo hay que luchar sin concesiones para extirpar a estos bárbaros de raíz (…) Este terrorismo es fomentado, dirigido y promovido por una sola persona, el presidente de la Autoridad Palestina, Yasser Arafat", tronó el primer ministro, mientras ignoraba una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que le reclamaba la retirada de las ciudades palestinas invadidas por las FDI.

El desafío de Sharon a la comunidad internacional alcanzó un clímax a principios de abril de 2002, cuando el líder israelí hizo caso omiso de la exigencia de Bush y el Cuarteto de que pusiera término inmediato a Muro Defensivo. La constatación por ONG humanitarias, periodistas extranjeros y la Agencia de la ONU de Socorro y Trabajo (UNRWA) de que en Jenín las fuerzas israelíes habían perpetrado una auténtica carnicería de palestinos suscitó reacciones de alarma y consternación de altos funcionarios de la ONU, como el coordinador especial en los Territorios Ocupados, el noruego Terje Rød-Larsen, quien se refirió a un "horror que supera el entendimiento" y a una "situación moralmente repugnante".

Sharon permaneció impasible frente a los testimonios, recogidos por la Cruz Roja y la Secretaría General de la ONU, sobre posibles "crímenes contra la humanidad" cometidos por las FDI en Jenín, donde el balance de bajas palestinas no pudo establecerse de manera precisa debido al obstruccionismo israelí: la ANP habló de 900 abatidos, pero Amnistía Internacional y Human Rights Watch documentaron únicamente 54 palestinos muertos, entre combatientes y civiles, así como 23 soldados israelíes. Estas ONG no hallaron pruebas incontrover