Abdul Malik al-Houthi

 

El 19 de octubre de 2023, 12 días después del estallido de la guerra de Gaza, los rebeldes hutíes de Yemen empezaron a disparar contra buques mercantes de diferentes nacionalidades en tránsito por el mar Rojo y a lanzar misiles apuntando a Israel. Esta campaña de hostigamiento y ataques, que propaga a una zona de alta sensibilidad estratégica las violencias con epicentro en Palestina y que desde enero de 2024 encuentra la réplica militar ofensiva de Estados Unidos así como la condena del Consejo de Seguridad de la ONU, hace volver las miradas al opaco liderazgo de los hutíes, movimiento político armado de fe shií que es descrito como un apoderado (proxy) regional de Irán y cuya denominación oficial es Ansar Allah (Partidarios de Dios). 

Su jefe máximo es Abdul Malik al-Houthi, una figura elusiva sin cargo alguno en la estructura gubernamental que el grupo viene operando en el tercio occidental del país, incluida la capital Sanaa, desde su conquista en la fase inicial de la guerra civil yemení en 2014-2015. De 44 años, Abdul Malik al-Houthi es sin embargo el indiscutible número uno, político, militar y espiritual, del movimiento nombrado con el apellido de su familia, el rostro y la voz que periódicamente dirige amenazas a Israel y Estados Unidos mientras expresa su solidaridad con Hamás y el pueblo palestino. "Ninguna agresión quedará sin respuesta", advierte Houthi a sus enemigos en videocomunicados, al tiempo que promete mantener los ataques navales dirigidos "exclusivamente contra los barcos relacionados con Israel", puntualización que los hechos vienen desmintiendo. El presidente Biden, tras ordenar (12 de enero) la primera tanda de bombardeos aéreos contra instalaciones militares en tierra, exige deponer su "atroz comportamiento" a los hutíes, desde diciembre de 2023 vigilados y repelidos en el mar por unidades de las armadas de Estados Unidos, Reino Unido y otros países dentro de la Operación Prosperity Guardian.

Ahora bien, la belicosidad y la resiliencia de los hutíes, que entre 2015 y 2022 soportaron con éxito la intervención militar comandada por Arabia Saudí para socorrer al Gobierno yemení internacionalmente reconocido, el de Adén, no favorece la desescalada en esta casilla en llamas, otra más pero capaz de perturbar el comercio marítimo mundial, del volátil tablero de Oriente Medio. Más allá de esta deflagración por ellos provocada, de igual manera que una década antes la propia guerra civil, los hutíes no dejan de ser uno de los tres bandos principales en el fracturado Yemen. Su Consejo Político Supremo domina aproximadamente el antiguo territorio de Yemen del Norte, mientras que lo que antaño fuera Yemen del Sur está en manos del Consejo de Liderazgo Presidencial, la institución que retiene el reconocimiento internacional, y del Consejo de Transición del Sur, órgano separatista desde 2022 integrado en el anterior. 

Paradójicamente, la enésima embestida de los hutíes acontece cuando los actores de la guerra interyemení (con un balance de 380.000 muertos por acciones violentas, desatención humanitaria y hambruna, amén de la destrucción material masiva y una economía arrasada) se afanan en consolidar el alto fuego adoptado en 2022 con la mediación de la ONU, lo que permitió el desbloqueo parcial de las comunicaciones y los suministros por mar y aire de la entidad paraestatal liderada desde la sombra por Abdul Malik al-Houthi. Arabia Saudí, tras siete años de bombardeos tan catastróficos como estériles y onerosos, está ansiosa por poner fin a este conflicto armado. La restauración de las relaciones irano-saudíes en abril de 2023 permitió dinamizar las negociaciones para poner término a la contienda en Yemen, donde ningún bando podía imponerse al otro. En septiembre siguiente, una delegación hutí aterrizó en Riad para parlamentar, algo impensable hasta hacía bien poco. Esta secuencia de acontecimientos suscitó la impresión de que Abdul Malik al-Houthi, con su imagen de radical beligerante, también podía avenirse a razones. Noción que ahora la crisis del mar Rojo ha vuelto a cuestionar.

Ansar Allah, cuyo eslogan oficial reza gráficamente "Dios es el Más Grande, Muerte a América, Muerte a Israel, Maldición para los Judíos, Victoria del Islam", fue designada Organización Terrorista Extranjera por el Departamento de Estado de Estados Unidos en la recta final de la Administración Trump. Un mes después, en febrero de 2021, la Administración Biden revocó esa designación en atención a la "grave situación humanitaria" que vivía el país árabe, devastado por la guerra, pero el 17 de enero de 2024 la ha vuelto a establecer. Abdul Malik al-Houthi continúa en las listas de personas sancionadas por el Consejo de Seguridad de la ONU y el Gobierno de Estados Unidos por suponer una "amenaza a la paz, la seguridad o la estabilidad" en Yemen, donde el embargo internacional de armas viene siendo sistemáticamente burlado. 

(Texto actualizado hasta 22 enero 2024)

 

 

Los Partidarios de Dios (Ansar Allah) irrumpieron como protagonistas de la turbulenta escena yemení tras el fracaso en 2012 del capítulo local de la Primavera Árabe. Lo hicieron esgrimiendo unas credenciales sectarias de tipo religioso, tribal y de clan: el fundamentalismo zaydí, rama del Islam Shií que profesa algo más de la tercera parte de la población yemení; y el liderazgo de la familia Al Houthi, que da a la organización su denominación popular. Surgieron a principios de la década de los noventa como un movimiento político-religioso en la gobernación norteña de Saada, feudo del clan tribal, y en 2004 se declararon en rebelión frente al Gobierno central del presidente Ali Abdullah Saleh, quien desató contra ellos una serie de ofensivas militares de envergadura sin conseguir aplastarlos. Saleh era acusado por los hutíes de haberse vendido a los intereses de Estados Unidos, de tener abandonados a los paisanos de Saada y de inmiscuirse en sus asuntos tribales. Atrás quedaban los años en que los levantiscos hutíes habían cooperado de buena gana con Saleh —otro zaydí— para mantener a raya a los salafistas sunníes.

Durante la Revolución de 2011 los hutíes se alinearon en la oposición al autoritario Saleh, obligado a renunciar en febrero de 2012 en favor de su vicepresidente, Abdul Rabbuh Mansur al-Hadi, y en el desorden subsiguiente aprovecharon para hacerse con la totalidad de Saada y los territorios circundantes. En 2013 participaron en la Conferencia de Diálogo Nacional al tiempo que reactivaban su insurrección armada, duplicidad que contribuyó a malograr este intento de consenso para conducir a buen término la transición política. La hostilidad de los hutíes se solapaba al terrorismo de la rama de Al Qaeda en la Penínsulal Arábiga (AQPA), colocando así al Gobierno del presidente Hadi, crecientemente impopular por la desastrosa situación social y económica, contra las cuerdas.

Entre agosto y septiembre de 2014 sus agresivas milicias, apoyadas por una parte sustancial de los manifestantes civiles en la capital, se apoderaron sin mucho esfuerzo de Sanaa, génesis de un auténtico golpe de Estado por etapas que culminó en febrero de 2015 con la defenestración del ya dimitido presidente Hadi, la disolución del Parlamento y la asunción formal del poder por un Comité Revolucionario. Los brutales atentados suicidas del 20 de marzo de 2015 contra dos mezquitas shiíes en Sanaa —reivindicados por el Estado Islámico y que mataron a 142 personas, entre ellas el imán Murtadha al-Muhatwari, autoridad religiosa del movimiento— sirvieron de pretexto a los hutíes para, ayudados sin disimulos por el ex presidente Saleh y tropas fieles del dividido Ejército, emprender una ofensiva militar en toda regla contra el sur del país con el objetivo principal de conquistar Adén, refugio de Hadi y sus partidarios.

Al sumirse Yemen en la guerra civil, los hutíes se declararon republicanos y demócratas, luego negaban las acusaciones de pretender la restauración del viejo imanato zaydí derrocado en 1962, cuando fue proclamada la República Árabe de Yemen (Yemen del Norte, fusionada en 1990 con la ex marxista Yemen del Sur para formar la actual República de Yemen), y de tener aspiraciones teocráticas para el país. Además del republicanismo democrático, credencial que la total ausencia hasta la fecha de procesos electorales en la zona bajo su control no permite sustentar, los hutíes vienen arropándose con un discurso patriótico-populista de regeneración nacional e intolerancia con la corrupción. Predican el antisalafismo, el antisionismo y el antiimperialismo, por lo que consideran enemigos del mismo calibre al yihadismo sunní, el wahhabismo saudí, Israel y Estados Unidos. También se oponen a una reconfiguración federal de Yemen, cuando más al secesionismo meridional. 


 

UN DIRIGENTE BELICOSO Y RECÓNDITO

El jeque Abdul Malik Badraddin al-Houthi, alias Abu Jibril, recogió la bandera político-militar de su hermano mayor Hussein Badraddin al-Houthi, el caudillo fundador del movimiento insurgente, abatido por el Ejército yemení el 10 de septiembre de 2004 en el curso de una batalla en la región montañosa de Haran, y la bandera político-religiosa de su padre el jeque Badraddin al-Houthi, erudito predicador de la doctrina shií zaydí y organizador del Partido de la Verdad (Al Haqq), muerto por causas naturales en noviembre de 2010. Con la desaparición de Hussein, elevado a la condición de mártir reverenciado, Abdul Malik pasó a ser el nuevo jefe de los milicianos del clan, quienes se hacían llamar los Jóvenes Creyentes (Al Shabab Al Muminin). La posterior defunción del anciano Badraddin al-Houthi convirtió a su vástago treintañero en caudillo espiritual además. Otros cinco hermanos mayores, Ibrahim, Abdul Jalik, Muhammad, Yahia, y Abdul Karim, también ostentaban y ostentan posiciones de mando en Ansar Allah.

El 21 de septiembre de 2014, tras unos días de luchas contra fuerzas militares afectas al presidente Hadi y las milicias del partido islamista sunní Al Islah, Abdul Malik, desde su ubicación secreta, describió el control total de Sanaa por sus huestes como una "revolución victoriosa". En noviembre siguiente, luego de tomar la importante ciudad portuaria de Al Hudayda y de batallar contra AQPA (que había puesto precio a la cabeza de Abdul Malik y a su vez estaba en el punto de mira de los drones de Estados Unidos) por la posesión de Radaa en la gobernación de Al Bayda, los hutíes aceptaron participar en el Gobierno del nuevo primer ministro nombrado por Hadi, Jalid Bahah. Se trató de un espejismo de paz. El 20 de enero 2015 los milicianos, siguiendo órdenes de Abdul Malik, asaltaron el Palacio Presidencial, tras lo cual el jeque dirigió un virtual ultimátum a Hadi y a los partidos para que se plegaran a un acuerdo en torno a la hoja de ruta diseñada por Ansar Allah. 

El incumplimiento de esta exigencia precipitó la captura del poder institucional el 6 de febrero de 2015, preámbulo a su vez de la arremetida hacia Adén. El único Ejecutivo de facto en Sanaa pasó a ser el Comité Revolucionario hutí, encabezado por un primo de Abdul Malik, Muhammad Ali al-Houthi, y arrogado de plenos poderes ejecutivos y legislativos con carácter "provisional", a la espera del nombramiento de unas instituciones de transición y hasta que se elaborase un nuevo texto constitucional. Ni el Comité Revolucionario ni el Gobierno a él supeditado y dirigido por un primer ministro en funciones, el socialista Talal Aqlan, obtuvieron reconocimiento de ningún país, ni siquiera de Irán, atribuido patrocinador exterior de Ansar Allah (hecho innegable en lo relativo a su potente arsenal de misiles balísticos y de crucero, lanzacohetes y drones) pese a los reiterados mentís tanto de Abdul Malik como de Teherán. Asimismo, su legitimidad fue impugnada por la ONU y por el derrocado presidente Hadi, que desde Adén anunció la revocación de su anuncio de dimisión en enero. 

El 25 de marzo Hadi, prácticamente cercado por los hutíes, los cuales acababan de entrar en la estratégica base aérea de Al Anad (evacuada poco antes y a toda prisa por el personal estadounidense, que venía usándola como centro de operaciones de los ataques de drones contra AQPA) consiguió escapar de Adén poniendo rumbo a Riad. La familia real saudí se alarmó vivamente, temerosa de que un régimen hutí consolidado azuzara el levantamiento de las minoría shiíes (zaydí e ismailí) concentradas en la provincia de Najran, lindera con las gobernaciones yemeníes de Saada y Al Jawf.

Esta dramática evolución de los acontecimientos en Yemen precipitó la intervención militar de Arabia Saudí y sus aliados de la Liga Árabe y el Consejo de Cooperación del Golfo (Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Qatar, Bahrein, Marruecos, Jordania y Sudán), que el 26 de marzo iniciaron una campaña de bombardeos aéreos contra los hutíes en Sanaa, Adén, Taif, Al Hudayda y otros objetivos de las gobernaciones de Saada y Al Bayda. La llamada Operación Tormenta Decisiva, montada oficialmente en respuesta a una petición del Gobierno de Hadi, y apoyada por la logística y la inteligencia de Estados Unidos y Pakistán, fue inmediatamente denunciada por Abdul Malik al-Houthi, quien acusó a las monarquías del Golfo, Estados Unidos e Israel de conspirar con el terrorismo antihutí y, con tono nacionalista, prometió resistir a toda costa la "agresión" de que era objeto Yemen. Desafiante, Ansar Allah aseguró disponer de 100.000 combatientes motivados y de abundante armamento pesado capturado o entregado por sus simpatizantes del Ejército yemení, lo que les convertía en una formidable fuerza militar. Aunque sus lazos doctrinales y materiales con Irán resultaban evidentes, los hutíes negaban estar recibiendo soporte militar de Teherán o del Hezbollah libanés.

En las semanas y meses siguientes, los hutíes perdieron algunas localidades y se vieron obligados a levantar el cerco a Adén, en cuyo centro llegaron a penetrar, pero en líneas generales resistieron con firmeza inesperada el diluvio de bombas arrojadas por la aviación saudí, que provocó la muerte de miles de civiles, devastó áreas urbanas y destruyó multitud de infraestructuras esenciales. El victimismo y la sed de revancha de los hutíes se nutrían además de la oleada de atentados terroristas que las células del Estado Islámico perpetraban contra ellos, buscando decapitarles. En tierra, a los efectivos que combatían por el presidente Hadi (vuelto a Adén desde el exilio saudí en septiembre de 2015) se les unieron nutridos contingentes de infantería y tropas especiales mandados por Arabia Saudí, los Emiratos, Bahrein y Qatar, pero esta escalada, reforzada con un bloqueo naval en la costa del mar Rojo, tampoco consiguió desalojar a los rebeldes de sus principales conquistas en el oeste y el norte. Empezando por Sanaa, donde los hutíes, más que estar atrincherados, ejercían un gobierno efectivo con ínfulas de representatividad nacional.

El anuncio por Riad el 21 de abril de 2015, al mes de iniciar los bombardeos, del final de Tormenta Decisiva y su reemplazo por la Operación Restaurar la Esperanza, supuestamente centrada en retomar el proceso político y buscar una solución pacífica del conflicto, no cambió sustancialmente la dinámica bélica, que de hecho se recrudeció por las incursiones de milicianos hutíes en las provincias saudíes de Najran y Jizan; más aún, los hutíes empezaron a disparar misiles, cohetes de artillería y morteros contra las capitales provinciales homónimas y otros puntos del sur de Arabia Saudí. Estos ataques transfronterizos, además de reflejar la voluntad de Ansar Allah de pasar a la ofensiva más allá de la mera defensa activa, dieron a los Saud el pretexto para redoblar sus bombardeos de represalia y subrayar el mensaje de que la organización de Abdul Malik al-Houthi y su familia no solo era una amenaza mortal para Yemen, sino también una fuerza subversiva que amenazaba con desestabilizar toda la región. 

También en abril de 2015, Abdul Malik fue designado por el Consejo de Seguridad de la ONU individuo objeto de sanciones en el marco de la resolución 2140, aprobada en febrero del año anterior y dirigida contra las personas y entidades que "obstruyeran o minaran la compleción exitosa de la transición política en Yemen". El líder hutí fue añadido asimismo a la lista negra del Departamento del Tesoro de Estados Unidos. Abdul Malik se unió así a su hermano Abdul Jalik, principal comandante militar hutí, al segundo de este al mando, Abdullah Yahia al-Hakim, y al ex presidente Saleh, sancionados previamente por la ONU. 

Por cierto que este último, tras haber conseguido captar para su facción rebelde a un número no desdeñable de militares del Ejército y cuadros del Congreso General del Pueblo (MSA, el también fracturado partido gobernante), acabó rompiendo, con fatales consecuencias para él, con sus incómodos compañeros de bando contra el enemigo común, Hadi y los saudíes. La alianza entre Abdul Malik al-Houthi y Ali Abdullah Saleh, enemigos mortales hasta 2014, era solo coyuntural y oportunista, movida únicamente por intereses personales.

En noviembre de 2017, al hilo de un osado ataque hutí, valiéndose de un misil balístico Burkan-2H (posiblemente un Scud iraní modificado), contra el aeropuerto internacional Rey Jalid sito 750 km más allá de la frontera, las mutuas desconfianzas degeneraron en combates abiertos entre las respectivas fuerzas militares. A principios de diciembre las tropas de Saleh consiguieron tomar algunos puntos neurálgicos de Sanaa; envalentonado, el ex presidente ofreció a la coalición saudí "pasar página" a cambio del cese de los ataques aéreos y el bloqueo naval. La respuesta vengativa de los hutíes fue lanzar una contraofensiva fulminante que les permitió recobrar el control pleno de Sanaa y de paso asesinar (4 de diciembre) a Saleh, abatido cuando huía en un convoy de leales hacia territorio considerado seguro. El magnicidio de quien fuera el hombre fuerte de Yemen del Norte y luego del Yemen unificado desde 1978 hasta 2014 fue celebrado por Abdul Malik al-Houthi, que proclamó el "día de la caída de la conspiración traidora".

También Ansar Allah hubo de encajar bajas de peso. En abril de 2018 el grupo anunció la muerte, en un bombardeo con drones efectuado por la coalición saudí contra la gobernación de Al Hudayda, de Saleh Ali al-Sammad, presidente del Consejo Político Supremo, órgano ejecutivo que en agosto de 2016 había reemplazado al Comité Revolucionario de Sanaa. Abdul Malik al-Houthi tronó con estas palabras: "Las fuerzas agresoras, encabezadas por América y Arabia Saudí, tienen la responsabilidad legal de este crimen y de todas sus consecuencias". A Sammah le tomó el relevo otro dirigente de Ansar Allah, Mahdi al-Mashat, en tanto que el Gobierno rebelde siguió teniendo de primer ministro a Abdul Aziz ibn Habtour, el miembro del MSA que en octubre de 2016 había sucedido a Talal Aqlan. En dicho Gabinete portaba la cartera de Educación uno de los hermanos Houthi, Yahia Badraddin.

Entre finales de 2018 y 2019 la guerra entró en una esperanzadora fase de desescalada en virtud de unos acuerdos preliminares alcanzados en la mesa de diálogo de Estocolmo. Los Emiratos, tras una serie de descalabros en el campo de batalla, retiraron sus tropas y Arabia Saudí, cansada por la patente inefectividad de las operaciones militares, tan costosas en vidas y recursos, para inclinar a su favor la balanza estratégica en Yemen empezó a sondear la voluntad de paz de los recalcitrantes hutíes con propuestas de desbloqueos navales y la apertura de pasillos humanitarios. 

A últimos de marzo de 2022, pese a los ataques con misiles contra las ciudades de Yazan, Zahran al-Yanub y Samtah, y contra instalaciones de la compañía petrolera ARAMCO en Jeddah, el Gobierno del príncipe heredero Muhammad ibn Salmán Al Saud anunció un alto el fuego para facilitar las conversaciones políticas. La detención de las hostilidades fue acordada formalmente el 2 de abril con la mediación del secretario general de la ONU, António Guterres. Llegado el 2 de junio, los ejecutivos rivales de Yemen (el de Adén pasó a estar encabezado el 19 de abril por Rashad Muhammad Al-Alimi, del ala del MSA leal a Hadi, nombrado presidente del nuevo Consejo de Liderazgo Presidencial) acordaron prolongar la tregua otros dos meses.

(Cobertura informativa hasta 19/1/2024)