Yoko Ono y Marco Polo en un café ruso de Estocolmo. Tres síndromes de la UE

Opinion CIDOB 440
Data de publicació: 10/2016
Autor:
Nicolás de Pedro, investigador principal, CIDOB
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La Unión Europea afronta una crisis existencial. El proceso de integración europea, como sabemos, ya no puede darse por irreversible. Brexit means Brexit y las voces que cuestionan el conjunto del proyecto, tanto desde la izquierda como desde la derecha, ven crecer su peso en el Parlamento Europeo y en cada uno de los estados miembros. Aún no son mayoritarias, pero gobiernos como los de Hungría o Polonia ya adoptan una agenda iliberal incompatible con los valores que sustentan el proyecto de la UE. Esta crisis es transversal, multiforme y compleja. Y, entre los diversos males que aquejan a la Unión, afloran claramente tres síndromes –que podríamos llamar Yoko Ono, Marco Polo y Estocolmo– que hacen aún más difícil la superación de este marco de crisis y pesimismo existencial de la UE. 

Para muchos, incluso 46 años después, Yoko Ono sigue siendo la responsable del fin de los Beatles. El sueño, cantaba Lennon, se acabó y la inquina popular contra su segunda mujer inspiró a su vez unas décadas más tarde el tema “la culpa de todo la tiene Yoko Ono” de Def Con Dos. Pues bien, a ojos de muchos, la UE lleva años mutando en una suerte de nueva Yoko Ono. Como proyecto con vocación racionalista e inspiración liberal, la Unión Europea siempre ha sido vulnerable frente a las recriminaciones con carga emocional en su contra. 

Así, en España, la generación nacida en los años setenta, ha presenciado una modernización del país sin precedentes a la que han contribuido decisivamente los fondos estructurales. Pero las cifras no dejan de ser un elemento que suele tornarse en contra de la tecnocrática Bruselas. En los relatos de los años noventa, recuerdo, se enfatizaban mucho algunos aspectos emocionales –la insensible UE que obligaba a desechar parte de la producción láctea o, según un dudoso consenso juvenil de la época, a cerrar los bares de copas a las 3:00 de la mañana-. Ejemplos pequeños, banal el segundo, pero buen reflejo de un mal endémico en la UE. Los gobiernos de los estados miembros se reservan las buenas noticias y descargan en Bruselas la responsabilidad de todo aquello que no resulta popular. Esta situación no ha hecho sino agudizarse con la gestión de la crisis, generalmente, con tintes emocionales, y crecientemente moralistas y nacionalistas –el Sur irresponsable visto desde el Norte o el Norte intransigente visto desde el Sur-. Como resultado, una vez más, la UE acaba siendo la responsable de todo lo negativo. 

En su acción exterior, particularmente en el vecindario inmediato, la Unión afronta un problema similar: la UE es quien martillea con los temas de derechos humanos, medidas difíciles o complejos estándares comerciales; mientras que los estados miembros son quienes ofrecen los negocios, las sonrisas, las palmaditas y la visibilidad política a los dirigentes locales. Pero, por alguna razón, la ciudadanía tiende a concentrar su crítica, sobre todo, en la UE. En muchas ocasiones, con poco fundamento. Así, por ejemplo, a la UE se la suele acusar de ser irrelevante e impotente diplomáticamente y, al mismo tiempo, de ser responsable de la mayor parte, sino de todos, los conflictos en el vecindario. 

Este estado de opinión va calando, a su vez, en Bruselas. Así, abatida por el ensimismamiento y la tendencia al auto flagelo, la UE parece últimamente estar aquejada, además, de una suerte de síndrome de Marco Polo que le lleva a maravillarse y, normalmente, a asumir como inevitable el éxito de toda iniciativa proveniente de China. El último, y acaso mejor ejemplo, es el de la nueva Ruta de la Seda. El proyecto muestra la voluntad china por reforzar las relaciones con Europa y la ambición de Beijing por jugar un papel clave en la redefinición del espacio eurasiático, pero su éxito y realización completa distan mucho de estar garantizados. Sin embargo, la falta de confianza de Bruselas, y de no pocos estados miembros, respecto a sus propias capacidades y perspectivas parece hacerla caer rendida -con una confianza poco meditada y bastante prematura- ante todo aquello que venga de China. Así, por ejemplo, el corredor económico y logístico China-Pakistán ya no se lee tanto en clave bilateral o regional sino como parte de esta nueva ruta de la seda, y por tanto de  supuesto interés para Bruselas. Un éxito de la diplomacia pública china y un reflejo de las debilidades que aquejan al pensamiento estratégico europeo. 

Por último, en la relación con Rusia, y aunque no afecta a todos por igual, puede detectarse cierto síndrome de Estocolmo. El Kremlin hace ya tiempo que ha dejado claro que el paradigma de la modernización y progresiva integración de Rusia en el espacio común diseñado por la UE está obsoleto. Sencillamente, no le interesa. Putin encuentra ahora en la confrontación ideológica con la UE –pretendidamente decadente y moralmente enferma- un pilar básico para legitimar su régimen, toda vez que la necesaria reforma estructural rusa queda aplazada sine die. Moscú también ha dejado claro que la fuerza militar es un  elemento central de su política exterior y que, a diferencia del grueso de los miembros de la UE, tiene voluntad para utilizarlo activamente si lo considera necesario para alcanzar fines políticos y redefinir el marco de seguridad continental. 

Por alguna extraña razón, el espíritu hipercrítico de parte de la izquierda con la UE, el yoko-onismo agudo, queda anulado cuando se trata de la Rusia putinista, incluso en asuntos tan significativos como el fomento de la homofobia, la persecución de la prensa libre o la campaña de bombardeos sistemáticos sobre zonas densamente pobladas en Alepo. Por su parte, la derecha más reaccionaria encuentra en Putin un supuesto modelo inspirador en temas como la familia, la religión o la soberanía nacional. Por caminos distintos, esta izquierda y esta derecha convergen en la narrativa victimista de la pobre Rusia. 

La disyuntiva para la UE, al contrario de lo que suele afirmarse, no es elegir si se prefiere a Rusia como aliada o como rival estratégico. La verdadera cuestión es cómo promover que Rusia pueda y desee convertirse en un aliado estratégico de la Unión. Y la combinación de apaciguamiento y comprensión al nivel de estados miembros con una frágil –aunque más resistente de lo esperado– firmeza desde Bruselas no es la mejor opción. Moscú no cede, arguyen los apaciguadores. Y una de las razones es que espera a las elecciones presidenciales en Francia y Alemania en 2017. En función de los resultados que se den, Yoko Ono y Marco Polo podrían reunirse definitivamente en un café ruso de Estocolmo, a modo de nueva Belavezha, y dar por finiquitado el proyecto de la UE. Algo que muchos en Moscú, rememorando el fin de la Unión Soviética, auguran como inevitable. 

 

D.L.: B-8439-2012