Yihadismo y petróleo: el nuevo caos saudí en Yemen

Nota Internacional CIDOB 161
Data de publicació: 11/2016
Autor:
Félix Flores, periodista, La Vanguardia
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La deriva de Yemen hacia un estado fallido ha sido advertida varias veces en los últimos años. La nueva fase de una larga guerra civil que -con episodios de distinto signo, como la división del país en dos, y con sus interrupciones- se remonta a los años sesenta lo está confirmando por la inabarcable fragmentación de la sociedad yemení. Ésta va desde lo confesional a lo tribal en una miríada de partidos políticos, líderes tradicionales y religiosos, facciones del Ejército, milicias armadas y organizaciones terroristas (Al Qaeda y el Estado Islámico) cuyas alianzas cambian con una frecuencia tal que hace imposible encajarlas en un rompecabezas. Nada parece augurar que las principales facciones ahora enfrentadas puedan llegar a un acuerdo. Este paso decisivo hacia el caos bien puede estar siendo acelerado por la campaña militar lanzada por la coalición internacional encabezada por Arabia Saudí, pero el efecto más visible que está consiguiendo va más allá de la desintegración del estado, llega hasta la destrucción física del país.

Según Naciones Unidas, desde el inicio, el 24 de marzo de 2015, de esta campaña, que se centrado sobre todo en ataques aéreos (sobrepasan los 160.000), han sido bombardeadas ciudades enteras, hospitales, escuelas, mezquitas, mercados, factorías y almacenes de alimentos, una planta embotelladora de agua, puentes, carreteras, puertos, aeropuertos, autobuses, la ciudad vieja de la capital, Sanaa -que es Patrimonio de la humanidad-, y las celebraciones de dos bodas. La guerra yemení ha causado la muerte de unas 10.000 personas, cerca de 4.000 de ellas civiles, el 60% de las cuales han perecido en esos ataques aéreos. Se cuentan casi un millón de desplazados y 200.000 refugiados. El 80% de la población precisa auxilio urgente y siete millones de personas están al borde del hambre, la economía está desmoronada y el único recurso que le queda para sobrevivir al 60% de los 24 millones de habitantes, que son menores de 24 años, es la vía de las armas…

En Arabia Saudí es frecuente una percepción de Yemen como una tierra de gentes ignorantes, consumidoras de narcóticos (qat) y permanentemente armadas, proveedora sin embargo de mano de obra inmigrante. País grande, tribal, geográficamente difícil, con tendencias secesionistas en el norte y en el sur y disputas fronterizas pendientes con la propia Arabia Saudí, la casa de los Saud lo ha percibido siempre como un ente desestabilizador y nunca ha dejado de intervenir en él política, económica y militarmente.

En esta ocasión, sin embargo, la intervención ha sido radical y no ha medido las consecuencias, la primera de las cuales bien puede ser el fracaso del reino saudí en su intento de exhibición como potencia militar regional justo al día siguiente del acuerdo de Occidente con Irán sobre su programa nuclear. Este fracaso -pues no ha conseguido alterar la situación en Yemen en más de un año- resulta más notorio cuanto que Arabia Saudí ha dejado de dominar la narrativa, hasta el punto de que se ha vuelto en su contra.

La guerra actual arranca con el intento de los jóvenes yemeníes de sumarse a las revueltas árabes de 2011, continúa con la destitución de Ali Abdulah Saleh, presidente durante tres decenios, y otra ola de protestas en julio de 2014 por la retirada de los subsidios a los carburantes que pone en fuga al nuevo presidente, Abd Rabbo Mansur Hadi, y es aprovechada para los rebeldes del norte para tomar la capital. Todo ello, ante la incuria de los garantes de un proceso de diálogo político nacional: Arabia Saudí y un grupo de diez embajadas que se acabará transformando en una “coalición árabe” (Qatar, Kuwait, los Emiratos, Bahrein, Jordania, Egipto, Sudán y Marruecos, pero también Estados Unidos y Gran Bretaña) para invadir y bombardear Yemen.

La versión simplificada de esta guerra dice que Riad pretende la restitución del presidente Hadi, a la que se oponen los rebeldes, llamados hutíes por el nombre de su fundador, el diputado Hussein al Huthi, fallecido en 2004, y su hermano menor y sucesor al mando, Abdul Malik al Huthi, los cuales se han aliado de manera táctica con su antiguo enemigo Saleh, que pretende recuperar el poder. Hadi no tiene base popular, mientras que Saleh es denostado por una mayoría de yemeníes.

Durante años, Saleh fue el impulsor del radicalismo suní y más aún, facilitó el avance de Al Qaeda y de su rama insurgente local, Ansar al Sharia, para contener tanto a los hutíes como el secesionismo del sur. Hadi ha jugado la misma carta y Arabia Saudí le ha acompañado, cuando no dirigido, combatiendo unas veces a los yihadistas y otras permitiendo su expansión, según la necesidad del momento. Al Qaeda llegó a amenazar Sanaa, un golpe que fue evitado por la ocupación hutí de la capital.

Las milicias hutíes, además, vienen disparando artillería y cohetes y sobre la frontera saudí al menos desde 2004. Esto ya justifica la percepción de Riad de que son una amenaza vital. Sobre todo porque entiende que, en tanto que organización político-militar, alimenta las protestas y posibles revueltas de otras minorías chiíes: las que habitan, marginadas y explotadas, las regiones petrolíferas saudíes del este y el territorio del estado tributario de Bahrein.

Si no mediaran para Arabia Saudí otros intereses de orden estratégico, éste sería el único sentido de esta guerra, que acaba por parecerse mucho a la del verano de 2006 entre Israel y el Hizbulah. Como en aquel escenario, el resultado tanto de la campaña aérea como de la terrestre en Yemen es cero en términos militares. Israel no logró entonces la victoria ni la puede lograr ahora Arabia Saudí. Tampoco los hutíes: si estos pretendieran convertir Yemen en Líbano, los saudíes lo convertirán antes en Somalia.

El régimen de Riad denunció en su día la intervención del Hizbulah al lado de los hutíes. No parece ir más allá de un cierto número de asesores en realidad (el partido-milicia chií acusa el desgaste de luchar a la vez en Siria y en Irak) pero al menos tiene influencia en términos de estrategia militar.

Con Hizbulah o sin él, el apoyo de Irán a los hutíes es el mayor caballo de batalla saudí. Sin embargo, éste parece limitarse a un suministro de armas ligeras y cohetes que ni siquiera Washington considera relevante. “La influencia iraní se ha sobredimensionado”, según Nasser Hadian, catedrático de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad de Teherán. “Yemen tiene mucho más que ver con el fracaso de la política saudí que con el éxito de la política iraní, que simplemente ha aprovechado la oportunidad. Irán se dio cuenta de que podía tener influencia en Yemen gastando unos pocos millones de dólares, eso es todo”. En cambio, Irán puede observar Yemen como un fangal para Arabia Saudí. Al fin y al cabo, “está en el patio trasero de su casa”, dice Hadian, señalando que “Yemen es como un cuadrilátero de boxeo, todo aquel que entre permanece. Es imposible retirarse”.

Si la intervención saudí no ha reportado nada militarmente, mucho menos en lo político, a pesar de que Riad tienen un respaldo abrumador, empezando por la Resolución 2216 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Desde el inicio de las conversaciones de paz en Ginebra, en mayo del 2015, hasta la última ruptura del diálogo en busca de un acuerdo de paz, el agosto pasado en Kuwait, nada ha cambiado. Mansur Hadi y los saudíes se aferran a la Resolución 2216, que exige la retirada de los hutíes de las ciudades conquistadas y la entrega de las armas. Tal condición para negociar es cada día menos realista, en tanto el territorio ocupado es la única baza de los hutíes y sus aliados, a la que no pueden renunciar.

La falta de una solución política y el recrudecimiento de una guerra de desgaste con un grado enorme de destrucción han ido minando la moral de los socios de la coalición y su grado de participación. El conflicto yemení está en el Consejo de Seguridad, pero es un problema saudí. Y los saudíes no han dejado de cometer errores. El más visible, el bombardeo de cuatro centros hospitalarios apoyados por Médicos Sin Fronteras. Los informes de esta oenegé, de Amnistía Internacional y de Human Rights Watch sobre los crímenes de guerra de la coalición no pueden ser más claros. En junio, otro informe de la ONU, Niños y conflicto armado, señalaba la responsabilidad saudí en la muerte de 510 niños en Yemen –el 60% de las muertes infantiles en el último año-, a los que había que sumar 667 niños heridos. Pero en menos de tres días, el secretario general Ban Ki Mun retiró a Arabia Saudí del informe, en un acto de clara cesión a un chantaje por parte de Riad.

Un aspecto clave del problema es que Occidente está preso de su apuesta por el nuevo hombre fuerte de Riad, el príncipe heredero Mohamed bin Salman, de solo 30 años, que es visto como el posible liquidador de la gerontocracia en la casa de Saud y el futuro artífice de la apertura de la economía saudí. De momento ha jugado con la guerra de Yemen pero además de acelerar la destrucción de un país está comprometiendo (aún más, si cabe) la imagen de Arabia Saudí. Y, con su equívoca actitud hacia la presencia de Al Qaeda, está aumentando la inestabilidad mundial.

Mohamed bin Salman ha llegado al poder de una manera inhabitual. El rey Salman accedió al trono al morir su hermano el rey Abdulah y rompió la línea sucesoria de los Saud al apartar a otro hermano, Muqrin bin Abdulaziz, jefe de los servicios de inteligencia, para nombrar heredero a su sobrino Mohamed bin Nayef y segundo heredero a su propio hijo, Mohamed bin Salman. Se da por hecho, sin embargo, que Bin Salman es quien gobierna debido a la salud de su anciano padre y se especula incluso con que podría sucederle en lugar de Bin Nayef. Además de ministro de Defensa, es el presidente de Aramco, la compañía nacional del petróleo, sobre la que ha girado siempre la economía saudí. Pero ha decidido acabar con esta dependencia (un asunto siempre aplazado) e implantar un nuevo programa económico de aquí al 2030.

Según uno de los mejores conocedores de Arabia Saudí, Thomas W. Lippman, del Middle East Institute de Washington, “los saudíes que conocen al príncipe y han trabajado con él (…) le describen como persona temperamental, obstinada y engreída, además de ambiciosa”. David Ignatius, otro buen conocedor de los Saud, dice que “como ministro de Defensa, rompió muy pronto con la tradicional cautela de Arabia Saudí hacia el conflicto militar y la dependencia de EEUU”. Sin embargo, el príncipe carece de experiencia militar. Y tampoco su círculo tiene experiencia en Yemen, apunta Fernando Carvajal, experto del Instituto de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Exeter, que ha asesorado a empresas y oenegés en Yemen durante años.

La imagen de un príncipe saudí bombardeando civiles con chancletas en el país más pobre de Oriente Medio desde el frescor y las alfombras de su palacio en Riad ha removido conciencias en el Parlamento Europeo, en el Congreso estadounidense e incluso entre saudíes. Pero poco o casi nada se ha hecho. Lo único que ha generado alarma es que los bombardeos facilitaran de nuevo el avance de Al Qaeda en Yemen: “Desde el inicio de los ataques aéreos contra los hutíes y sus aliados, ha resurgido y disfruta de un grado de libertad operacional que no tenía desde las revueltas populares de 2011-2012”, señalaba hace más de un año Michael Horton, de la Jamestown Foundation.

Pero lo que resulta aún más sorprendente es que un reconocido terrorista de Al Qaeda fuera representante de los intereses saudíes en conversaciones de paz sobre Yemen y recibido en la sede de Naciones Unidas en Ginebra. Abd al Wahab al Humayqani fue acusado de “terrorista global” en 2013 por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos como financiador de Al Qaeda en Yemen, organizador de ataques y atentados en el país y reclutador. El Tesoro le impuso sanciones económicas.

En junio de 2015 este personaje apareció en Ginebra entre los representantes de la coalición que apoyaba a Mansur al Hadi en el exilio. Al Humayqani se hizo una foto estrechando la mano de Ban Ki Mun y fue presentado por el portavoz del secretario general como “miembro de la delegación de Riad”, detalle bastante obvio. Figuraba como representante de un partido, Al Rashad, que unos consideran salafista y otros wahabí, a las órdenes de Arabia Saudí.

No hay que olvidar que Al Qaeda amenaza desde hace años a la casa de Saud. En enero del 2009 la rama saudí y la yemení, en la que estaba implicado Al Humayqani, se fusionaron para configurar Al Qaeda en la península Arábiga (AQAP). El actual príncipe heredero, Mohamed bin Nayef, sufrió un atentado unos meses después, en agosto, cuando era ayudante de su padre, Nayef bin Abdulaziz, en el Ministerio del Interior. Un terrorista suicida había sido entrenado y enviado desde Yemen. La persecución de los yihadistas saudíes por parte de los Nayef, padre e hijo, tuvo mucho que ver en la formación de AQAP, según la versión oficial de Riad. Que muy pocos años después un individuo como Al Humayqani “esté en nómina de la casa real y paseándose por palacio constituye el gran misterio de la región”, opinó Fernando Carvajal en una entrevista con el autor.

El príncipe Bin Nayef es actualmente además de heredero (al menos nominal) ministro del Interior, y está considerado un hombre de confianza de Washington. Ha detenido, encarcelado y hecho ejecutar a bastantes yihadistas. Pero, en cuanto a la guerra de Yemen, la duplicidad en que se mueve Arabia Saudí respecto a Al Qaeda adquiere una relevancia especial. Mientras Bin Nayef se ocupa de la seguridad del Estado -manteniendo a raya a los yihadistas y, por supuesto, a la minoría chií-, Bin Salman se ocupa de la guerra yemení, gastando millones de dólares en armamento, sobre todo de Estados Unidos y Gran Bretaña.

Estos dos actores participan de los ataques aéreos. El propio ministro saudí de Exteriores, Adel al Jubeir (que, por cierto, no pertenece a la casa real), lo reconoció ante la prensa en enero de 2016 tras un encuentro en Londres con John Kerry. “Tenemos oficiales británicos y oficiales americanos, y oficiales de otros países en nuestro centro de mando y control -dijo-. Conocen la lista de objetivos y tienen noción de lo que estamos haciendo y lo que no estamos haciendo”. El Gobierno de Londres acababa de reconocer que había 94 británicos en el cuartel general de la coalición. El Ministerio de Defensa negó que sus militares estuvieran directamente implicados en operaciones y afirmó que asesoraban para garantizar que todo se hace “en continuo cumplimiento de la ley humanitaria internacional”.

Hasta junio, Estados Unidos tuvo 45 asesores en la coalición. Los redujo a cinco, oficialmente porque ya no eran necesarios tantos. El anuncio se produjo en agosto, poco después de un nuevo ataque aéreo a un hospital asistido por Médicos Sin Fronteras en el norte de Yemen. Ni siquiera para entonces los aviones de la coalición habían bombardeado una sola vez la provincia de Hadramaut ni el puerto de Mukalla, controlados por los yihadistas. Las únicas acciones contra AQAP han corrido a cargo –como es habitual- de los drones estadounidenses, unas veces más activos que otras. Oficialmente, el US Central Command tiene la misión de “derrotar” a AQAP y “negarles refugio en cualquiera que sea su ubicación”.

Durante un año entero, mientras Adén, Saná, Sada, Taíz y otras ciudades, sufrían los efectos de la guerra, en Mukalla (unos 200.000 habitantes) no caía un solo proyectil, los comercios permanecían abiertos, no faltaba el suministro eléctrico y el puerto mantenía su actividad pese al bloqueo internacional impuesto por los saudíes. Los yihadistas conquistaron Mukalla, su puerto, su aeropuerto y la terminal petrolera de Dhaba en abril del 2015. En diciembre, iniciaron su expansión y en febrero de 2016 habían tomado siete localidades -entre ellas Azzan, una ciudad de 50.000 habitantes- a lo largo de una carretera costera que conecta Mukalla y Adén. No hallaron resistencia, simplemente recuperaron el terreno perdido en 2012 frente al Ejército.

Los yihadistas se esforzaron en hacer obra social y en difundirla con el objetivo de llegar a administrar la provincia, aplicando el principio de “empotrarse en la gente, ajustarse a sus intereses, darles servicios (…), lograr una base de apoyo popular”, según constató el analista egipcio Omar Ashour en una entrevista con el autor. Así, se aliaron con clanes, tribus e incluso con las elites, notoriamente el Consejo Nacional de Hadramaut, que mantiene lazos con Arabia Saudí. Según Carvajal, en la entrevista citada, “bastantes familias se adhirieron a la ideología de Al Qaeda, pero no todas”, y los yihadistas intentaron que fueran los líderes tribales los que “convencieran a los empresarios de su capacidad para administrar”. Los yihadistas se hicieron llamar Hijos de Hadramaut, apropiándose así del nombre de una corriente independentista ya existente, algunos de cuyos miembros eran partidarios de la unión con Arabia Saudí.

Hadramaut es precisamente la provincia más rica de Yemen. Es la que tiene más agua (gravemente deficitaria en todo el país), el 32% de la producción de petróleo y reservas de gas. El vínculo más importante con el reino vecino pasa por algunas multimillonarias familias saudíes de origen hadramí, la más notoria de las cuales es la del mismísimo Osama bin Laden. Otra familia, la de Buqshan Sheij Abdulah Ahmed Buqshan, hizo grandes inversiones en la primera década del 2000 en Hadramaut y construyó carreteras, escuelas y centros de salud. Desde los años ochenta, además, Riad ha financiado mezquitas e imanes wahabíes en la provincia, lo cual con los años, opina Michael Horton, en el texto citado, “ha reforzado los lazos de Hadramaut con Arabia Saudí”.

Es obvio que Riad decidió no molestar a AQAP en Hadramaut. Un motivo podría ser el que apuntaba el coronel saudí Hassan Abosaq en un trabajo para la Escuela de Guerra de Estados Unidos en 2012: “El problema con las áreas tribales sin gobierno es que las tribus pueden ofrecer refugio y una base de operaciones a AQAP, mientras que Al Qaeda puede ofrecer dinero y, probablemente, combatientes. Un ataque de las fuerzas saudíes a AQAP puede inflamar los ánimos locales contra Arabia Saudí y acercar aún más a las tribus a AQAP”. No se puede decir que Hadramaut fuera precisamente un “área tribal sin gobierno”, pero el argumento es tan válido como sugerente.

Por fin, en abril de 2016, fuerzas de la coalición -emiratíes, saudíes y estadounidenses- expulsaban a los yihadistas de Mukalla. La versión oficial saudí hablaba de 800 muertos. Fue una exageración clamorosa. En realidad no hubo tal masacre: los yihadistas se retiraron de acuerdo con las fuerzas vivas de la ciudad, para evitar su destrucción, y con unas bajas mínimas, según declararon autoridades de la ciudad a la agencia Efe. Ningún medio refrendó la afirmación saudí.

Así, AQAP habría rendido un importante servicio a Arabia Saudí preservando Hadramaut y Mukalla, para luego escabullirse hasta mejor ocasión. Al mismo tiempo habrían enviado a la población el mensaje de que con ellos hay paz. Es posible que este último factor y el descrédito en el que estaba incurriendo Arabia Saudí condujeran a la reconquista de Mukalla. Pero el juego saudí ha sido cuando menos arriesgado. “Con el tiempo, la alianza de facto de Riad con AQAP debería plantear preguntas en EEUU y Francia sobre si el reino es un aliado auténtico en la Guerra contra el Terror o es un patrocinador directo de grupos afiliados con los que perpetraron los ataques del 11-S y Charlie Hebdo”. Consideraciones de este tipo están por fin abriéndose camino en los medios mayoritarios. Y desde el punto de vista de los intereses del capitalismo global, el manejo de la crisis yemení por Arabia Saudí abre serias incógnitas.

Al día siguiente de comenzar la campaña aérea, el Center for Strategic and International Studies de Washington publicó una amplia justificación de Anthony H. Cordesman en favor de Arabia Saudí. Sostenía que los hutíes tienen “fuertes lazos con Irán” y sugería la necesidad de tropas de combate estadounidenses. Según Cordesman, el estrecho de Ormuz y la hipótesis de que Irán pueda cerrarlo sigue siendo la base de la política en la región. Arabia Saudí sólo tiene un oleoducto útil que esquive Ormuz, el East-West Petroline, que desemboca en el mar Rojo. Los Emiratos tienen otro que descarga en Omán, apenas superado el estrecho. En estas condiciones, la defensa de los intereses de la “economía de EEUU y global” en Yemen es vital. Porque además Irán, con su apoyo a los hutíes, podría ganar una base naval en Yemen que controlara el otro estrecho más al sur, Bab el Mandab. Y este control tendría efectos en el canal de Suez.

Por lo tanto, desde el punto de vista saudí-occidental hay que pensar en asegurar Bab el Mandab y la costa de Yemen. Dado el supuesto, Hadramaut y el puerto de Mukalla tendrían un gran papel. Según una teoría, el plan para Bab el Mandab sería una derivada del proyecto de Oleoducto Transarábigo, acordado en 2007 para llevar crudo saudí por dos nueva líneas hacia Omán, otras dos a Yemen y una a Abu Dhabi. Esta última es la única que se ha completado. Pero en 2014 Omán -que fue capital de las negociaciones nucleares entre EEUU e Irán- acordó con Teherán un gasoducto para importar gas iraní. Esto habría animado a Arabia Saudí a apostar por las dos líneas de Yemen, que terminarían en el puerto de Mukalla.

En uno de los Saudi Cables revelados por WikiLeaks, un diplomático británico dice –en 2008- al agregado político de la embajada de EEUU que Riad tiene interés en construir, manejar y proteger un oleoducto de su propiedad a través de Hadramaut y hasta un puerto en el golfo de Adén, evitando así el Golfo Pérsico y el estrecho de Ormuz. “Saleh siempre se opuso a eso -dice el diplomático-. Arabia Saudí, apoyando a los líderes militares yemeníes, pagando la lealtad de los jeques y por otros medios, se está posicionado para asegurarse de que podría, por el precio justo, obtener los derechos de este oleoducto de un sucesor de Saleh”.

Se trata en realidad de un proyecto viejo, que data de 1965, y habría otros intereses más inmediatos, según Fernando Carvajal: grandes yacimientos a ambos lados de la frontera entre la provincia yemení y Arabia Saudí. “En el 2012, de acuerdo con Mansur Hadi, Aramco exploró en la provincia de Al Jauf, y Hadi quiso utilizar esto para negociar, pero las cosas se frustraron al año siguiente. Arabia Saudí había pensado que sería más barato que negociar con Saleh y los suyos antes de diciembre del 2011 (y de las protestas populares) pero Hadi empezó a viajar por el mundo pasando la gorra, a Rusia, China, Reino Unido… Hasta febrero del 2015 las relaciones con Hadi no fueron buenas pero en esa fecha éste pide perdón al nuevo rey Salman, que le ayuda a llegar a Adén. Ahí comienza el plan para iniciar la guerra, algo que no se puede hacer sin que Hadi pida oficialmente ayuda. Mohamed bin Salman ya está en su puesto y, tras el acuerdo nuclear de Irán, se lanza a la guerra para expulsar a los hutíes”.

Un memorando confidencial publicado por WikiLeaks decía en junio del 2015 que el ministerio saudí de Exteriores -entonces dirigido por Saud al Faisal- daba cuenta de una comisión de alto nivel de casi todos los ministerios para “encontrar un puerto naval para el reino en mar abierto, a través de Omán o de Yemen”. El Gulf Institute dijo tener conocimiento del proyecto de oleoducto “a través de Hadramaut en Yemen y el mar de Arabia”, pero no se han sabido más detalles.

De hacerse realidad el oleoducto volverían a estar conectados el reino yemení de Saba y la antigua y desaparecida ciudad de Gerrha, muy cerca de la gran terminal saudí de Ras Tannurah, en lo que es el actual centro petrolero de Hofuf. “Ninguna nación parece más próspera que los sabeanos y los gerrhanos, que manejan cualquier mercancía que pueda ser transportada entre Europa y Asia”, dice un texto del siglo II d. C. En tiempos de la Arabia Felix era incienso, mirra, especias, perfumes, etc. Hoy, la mayor parte de las mercancías son petróleo en dirección a Europa, Asia y Estados Unidos: 3,8 millones de barriles diarios en datos del 2013.

Esa parecería una conclusión feliz, visto en términos históricos. Pero aunque fuera el plan saudí que justifica su campaña militar, queda muy lejos. En 2014, el International Crisis Group advertía de un “continuo descenso hacia la desintegración del Estado, la fragmentación territorial y la violencia sectaria” que alimentaría “la radicalización en la región a beneficio de los grupos yihadistas violentos”. Hoy la situación es mucho peor, y el futuro tanto más oscuro cuanto que Arabia Saudí siga actuando de la misma forma irracional.

E-ISSN: 2013-4428

D.L.: B-8439-2012