Venezuela inicia la transición frente al abismo

Opinion CIDOB 373
Data de publicació: 12/2015
Autor:
Anna Ayuso, investigadora principal de CIDOB
Descarregar PDF

D.L.: B-8439-2012

 

El nombramiento de Nicolás Maduro como sucesor de Chávez tras su fallecimiento en   2013 cerró en falso la sucesión del carismático líder revolucionario que construyó un nuevo régimen constitucional a su imagen y semejanza. El chavismo, con sus múltiples grupos de poder hizo piña alrededor de un nuevo líder, que hizo de su designación directa cocinada en la Habana su mayor baza. Pero su pérdida de apoyo popular ha ido en progresión al deterioro de la situación económica y al autoritarismo y escalada de argumentos demagógicos frente a la incapacidad de dar respuestas a los problemas de los ciudadanos de a pie. La mejora de la calidad de vida de la población, que  había sido el principal argumento de legitimación del gobierno revolucionario frente a la oposición, ahora se les vuelve en contra.

Las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre en Venezuela han abierto una nueva etapa política con un vuelco del voto que supuso un revés inequívoco al gobierno liderado por Nicolás Maduro. La magnitud de la derrota que dejó el Congreso en manos de la oposición agrupada en torno a la Mesa de Unidad Democrática con mayoría cualificada de 2/3 (112 diputados) no deja lugar a dudas del voto de castigo a la deriva autoritaria de la revolución chavista y al intento de trasladar toda la responsabilidad de la quiebra económica del país hacia la denominada "guerra económica" que se atribuye a la derecha fascista sin asumir las equivocaciones propias.

El presidente Nicolás Maduro quedó muy debilitado por unos resultados mucho peores de los que se preveían y eso cuestiona su liderazgo. Después de perder el apoyo de la mayoría popular de forma contundente, se impone una nueva etapa en que la polarización ya no sirve para asegurar resultados electorales y obliga al chavismo a revisar sus estrategias. El reconocimiento de la derrota por parte del jefe de Estado y las autoridades electorales fue un buen punto de partida. Pero las declaraciones posteriores de Maduro y la destitución del ministro de Defensa, Vladimir Padrino, que mantuvo el apoyo a la Constitución por encima de los llamamientos a primar la revolución por parte del jefe del ejecutivo, no auguran buenos presagios. De momento, el ejército está jugando un papel estabilizador que es vital para que se produzca una transición del poder de forma ordenada.

Las llamadas a la calma y la reconciliación de buena parte de la oposición ganadora en esta convocatoria electoral son también clave para que se reconduzca el diálogo y se eviten tentaciones frentistas. El éxito electoral ha fortalecido el liderazgo de Henrique Capriles y su apuesta por una oposición leal con las instituciones y que defiende un cambio mediante instrumentos democráticos frente a un sector rupturista entroncado con las nefastas estrategias golpistas del pasado que deslegitimaron a la oposición a la revolución populista y propiciaron la concentración del poder en manos de Chávez. Por otro lado, la oposición se enfrenta a la gestión de una victoria en las urnas que deberá convivir, al menos en el corto plazo, con un presidente que mantiene sus poderes ejecutivos y los poderes regionales y locales que aún están mayoritariamente en manos del chavismo. La oposición tiene ahora el poder en la Asamblea Nacional, pero no puede gobernar. Tiene que buscar vías de compromiso con el gobierno para buscar soluciones a la crítica situación del país pero el diálogo necesita de todas las partes.

Este nuevo periodo se afronta con unas condiciones económicas muy precarias, con un gran endeudamiento, una inflación galopante y una pérdida de ingresos del Estado por la drástica bajada de los precios del petróleo. Después de 17 años en el poder, el cambio de ciclo económico ha puesto a Venezuela al borde del colapso económico y el desabastecimiento de productos básicos por falta de divisas para importar todo lo que el país ya no produce tras el desmantelamiento de la producción nacional, la mala gestión y la corrupción tiene a muchas familias contra las cuerdas. La inseguridad ciudadana atemoriza a la población, que no puede confiar en unas fuerzas de seguridad descontroladas y un sistema judicial clientelar que deja en la impunidad delitos flagrantes.

No cambiar las políticas es acercarse al abismo. Los ciudadanos de Venezuela se expresaron de forma abrumadora en favor de una alternancia y de devolver la política a la búsqueda de soluciones para sus problemas diarios. De la lectura que hagan el chavismo y la oposición dependerá una transición pacífica o traumática. Ambos se enfrentan al reto de reconstruir liderazgos y mantener la unidad respetando la pluralidad de la sociedad a la que representan. Dada la actual situación del país, las lecturas partidistas pueden llevar a la ingobernabilidad y al estallido social si no se encuentran las vías institucionales a las demandas populares.

Venezuela es hoy un laboratorio de pruebas de los dilemas de un continente que busca ganar autonomía y superar las brechas de una desigualdad endémica a la vez que trata de consolidar una institucionalidad democrática aun imperfecta. La situación del país caribeño supone hoy una prueba de fuego para la estabilidad regional y las instituciones  que como UNASUR y la CELAC se han construido durante la última década para dotar de mayor autonomía de la región y evitar la injerencia exterior en la resolución de crisis. El grupo de países del ALBA, hasta ahora liderados por Venezuela, han estado evitando que dichas instituciones se pronunciaran sobre la delicada situación interna del país desviando la atención hacia pretendidas agresiones externas. Pero los cambios en la mayoría representativa no permiten mirar hacia otro lado en caso de que el presidente Maduro trate de ignorar los resultados de la elección. Se trata de defender la democracia y la justicia social en pie de igualdad en Venezuela y en toda la región. 

 

Anna Ayuso, investigadora principal de CIDOB