¿Se desvincula Estados Unidos de Oriente Medio tras la revolución del esquisto?
La dependencia de Estados Unidos respecto a los productores de petróleo de Oriente Medio aparentemente ha disminuido tras la atípica revolución del gas y el petróleo, y la Administración Obama declaró en 2011 que su política exterior se reorientaría hacia Asia. Sin embargo, Estados Unidos sigue enviando la mayoría de sus portaaviones a esa región. Como el petróleo es una mercancía fungible global que afecta a la economía mundial de la que dependen Estados Unidos y otros países, Oriente Medio sigue siendo importante desde el punto de vista estratégico, incluso a pesar de que la dependencia de Estados Unidos de las importaciones directas haya disminuido.
El interés estratégico de Estados Unidos en Oriente Medio se remonta a la Segunda Guerra Mundial. En esa época, Estados Unidos producía la elevada cifra del 63% de los suministros de guerra a nivel mundial. A Harold Ickes, el «zar de la energía», le preocupaba el pico del petróleo y la manifiesta dependencia internacional del petróleo estadounidense.
Al buscar vías de suministro alternativas, entró en escena Arabia Saudí. En 1943 se declaró «crucial para la defensa de Estados Unidos» y se envió al país una delegación del Gobierno. A su vuelta, un funcionario de Estados Unidos confesó que el petróleo del Golfo Pérsico era, sin duda, «el mayor premio de toda la historia». La reunión del presidente Roosevelt con el rey Abdul Aziz, fundador de Arabia Saudí, en un buque de guerra estadounidense en el mar Rojo en 1945, fue considerada más tarde por muchos el inicio de una alianza estratégica: garantías de seguridad a cambio del suministro de petróleo, que se necesitaba urgentemente para la reconstrucción de Europa.
En ese momento, los propios Estados Unidos no necesitaban petróleo de Oriente Medio; no fue hasta la década de los setenta cuando el país se convirtió en un importador neto de petróleo, con una producción interna que había alcanzado su pico ,y se vio sobrepasada por el crecimiento de la demanda. Esto hizo aumentar su interés estratégico en la región. Durante mucho tiempo había confiado en su política del «doble pilar», que utilizaba a Irán y Arabia Saudí como medios indirectos para garantizar la estabilidad en el golfo Pérsico. Después de la Revolución Islámica en Irán en 1979, el pilar más importante de esta estrategia se derrumbó y la invasión soviética de Afganistán fue percibida como una amenaza directa a la región petrolera más importante del mundo.
En respuesta a estos acontecimientos, fue formulada la doctrina Carter, que pretendía contrarrestar cualquier propósito de hegemonía soviética en la región y declaraba de manera inequívoca:
«Nuestra posición debe ser totalmente clara: cualquier intento por parte de una fuerza exterior de controlar la región del golfo Pérsico se considerará una agresión a los intereses vitales de los Estados Unidos de América y dicha agresión se combatirá con todos los medios necesarios, incluida la fuerza militar».
En los años posteriores, la implicación de Estados Unidos aumentó. Después de la liberación de Kuwait de la ocupación iraquí en 1991, Estados Unidos estacionó tropas permanentemente en la región. Hoy su Mando Central (Centcom) tiene su sede en Qatar y su Quinta Flota está estacionada en Bahrein. Los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) se han ido acostumbrando a las garantías de seguridad informales asociadas a esta relación, pero cada vez están más desconcertados por lo que consideran una desviación de un modus operandi necesario y probado.
Dichos países vieron con gran consternación cómo Estados Unidos abandonó en Egipto a su colega autócrata Mubarak, y se fijaron en que solo estaba dispuesto a «liderar desde atrás» durante la intervención occidental en Libia. La consternación se convirtió en una indignación palpable cuando Al-Assad usó armas químicas contra su propia población, y así cruzó impunemente una línea roja que había establecido el propio presidente Obama. Peor aún, el acuerdo nuclear con Irán hizo temer que alentara las ambiciones iraníes de ejercer una mayor influencia en la región. Una entrevista con Obama en The Atlantic reforzó este temor. Con el titular «The Obama Doctrine», el presidente de Estados Unidos sugirió que Arabia Saudí e Irán deberían «compartir» la región, en lugar de arrastrarla hacia guerras por delegación en un intento de disputarse la hegemonía en la región. Criticó la influencia negativa de la religión estatal de Arabia Saudí, el wahabismo, y su proliferación en países como Indonesia, y llamó a los países del Golfo free riders (beneficiarios sin contrapartida) de las políticas de seguridad estadounidenses. Las únicas cuestiones que podrían justificar una intervención directa de Estados Unidos serían, según él, una amenaza a la existencia de Israel, un Irán nuclear o acciones de Al Qaeda. En una línea similar, el candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, argumentó que Arabia Saudí no existiría sin las garantías de seguridad estadounidenses y que debería pagar por ellas.
Las preocupaciones de los saudíes se vieron agravadas por la aprobación del proyecto de ley 9/11 por parte del Senado estadounidense en 2016. Ésta permitiría a las víctimas del 11-S demandar a Arabia Saudí por el supuesto respaldo de ciudadanos saudíes implicados en los atentados terroristas. El proyecto de ley fue vetado por el presidente Obama que temía sentar un peligroso precedente para los propios derechos de inmunidad soberana de Estados Unidos en otros países. Sin embargo, el Congreso rechazó su veto, algo que Obama experimentaba por primera vez a en esta institución conocida por sus divisiones. Esto no presagia nada bueno para Arabia Saudí que es percibida crecientemente de forma negativa en el discurso público estadounidense. Es probable que Donald Trump se muestre menos favorable a estas preocupaciones de los saudíes que Hillary Clinton. Ésta es claramente la candidata preferida de muchos gobiernos en Oriente Medio, no solo por la retórica antimusulmana de Trump sino también por sus declaraciones geopolíticas irresponsables. Pero, en realidad, ¿hasta qué punto es real el acercamiento a Asia y la relativa negligencia de Oriente Medio tras el auge del esquisto?
En lugar de convertirse en importador de gas natural licuado (GNL), Estados Unidos ha pasado a ser autosuficiente en cuanto al gas natural y a mejorar su capacidad de exportación de GNL. Ha aumentado drásticamente su producción de petróleo y es un importante exportador de productos refinados del petróleo y de líquidos de gas natural (LGN). Sin embargo, sigue siendo importador neto de petróleo crudo y sus refinerías se disponen a procesar un determinado porcentaje de crudo pesado y sulfuroso del Golfo. Los productores del Golfo no han perdido mucha cuota de mercado en Estados Unidos; esto más bien ha ocurrido con los productores africanos de petróleo ligero, como Nigeria, Argelia y Libia. La dependencia de Estados Unidos persistirá también porque el petróleo es una mercancía fungible global, cuyo precio se ve afectado por los acontecimientos ocurridos en otras partes del mundo. Si se interrumpiera el suministro de petróleo de Oriente Medio a Asia y Europa, también se verían afectados los precios del petróleo en Estados Unidos.
Todo esto quiere ser una advertencia. El petróleo de Oriente Medio seguirá siendo importante para el abastecimiento global en el futuro próximo y Estados Unidos todavía es un importador neto de crudo y de crudo sulfuroso, especialmente del Golfo. Como potencia mundial y garante del comercio mundial, también se vería afectado por las crisis petroleras en otros lugares, que repercutirían en los precios y los suministros nacionales. La desvinculación de Estados Unidos de Oriente Medio probablemente seguirá siendo limitada.
Traducción: Aïda Cunill