Revueltas populares en el mundo árabe: ¿próxima estación Asia Central?

Opinion CIDOB 111
Data de publicació: 03/2011
Autor:
Nicolás de Pedro, Investigador de CIDOB
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Nicolás de Pedro,
Investigador de CIDOB

24 de marzo de 2011 / Opinión CIDOB, n.º 111

El carácter expansivo de las revueltas en los países de la orilla sur del Mediterráneo ha impulsado a los medios de comunicación a preguntar a los especialistas de área si algo similar podría producirse en Asia Central. La única respuesta honesta sería admitir que nadie lo puede saber. Un análisis profundo puede explicar los factores que apuntan a una potencial situación explosiva, pero difícilmente puede aventurar de forma inequívoca en qué momento y cómo podría producirse esa explosión. Por su carácter autoritario y corrupto, los longevosregímenes del Asia Central ex soviética ocupan un lugar destacado en las quinielas sobre los próximos escenarios, pero las relaciones causales en los fenómenos sociales no funcionan con lógica matemática. De hecho, podría darse, incluso, el caso de acertar en una predicción con un estimación errónea de las causas y la secuencia de acontecimientos. A finales de los años setenta, por ejemplo, la reputada historiadora francesa Hélène Carrère d'Encausse vaticinó el colapso de la URSS, pero lo atribuía al dinamismo demográfico de las repúblicas soviéticas centroasiáticas que provocaría, tarde o temprano, su inevitable sublevación frente a Moscú. Como sabemos, la URSS desapareció en 1991 pero en absoluto por esa razón.

Desde esta prudencia, podemos decir que existen las condiciones estructurales y los actores para que revueltas similares lleguen a producirse en Asia Central. Desde luego, las fechas son propicias. El 21 de marzo se celebra en buena parte de Eurasia, el Nouruz, el año nuevo persa que marca el inicio de la primavera, periodo de tradicional ebullición popular en Asia Central. El retroceso de las nieves facilita las movilizaciones en las ciudades y los movimientos e incursiones de los grupos insurgentes que pululan por los valles de Rasht, Tavildará o Ferganá.

Al igual que en Túnez, Egipto o Libia, en las repúblicas centroasiáticas, excluyendo la incierta coyuntura kirguiz, toda la estructura estatal y el poder gravitan en torno a la figura del presidente y su red clientelar. La sucesión es, además, un tema tabú, a pesar de la necesidad acuciante de establecer mecanismos y cauces institucionales para unas sucesiones de poder no traumáticas. Hasta la fecha, los cambios habidos al frente de las repúblicas sólo han sido posibles como resultado de una guerra civil (Tadzhikistán), dos revueltas populares, unas de ellas cruenta, (Kirguizstán) y el fallecimiento de un presidente (Turkmenistán). En los cinco países, la corrupción es endémica y alcanza a todos los estratos y sectores. Salvo en el caso de Kazajstán, las únicas perspectivas vitales para la mayor parte de la población joven centroasiática están en la emigración para desempeñar, sobre todo, trabajos no cualificados en Rusia. Así pues, existen en Asia Central los ingredientes necesarios –ausencia de legitimidad institucional, falta de horizontes vitales y hartazgo de la población– que podrían incitar a alguna revuelta similar.

La insistencia de los medios en identificar el próximo escenario genera aprensión entre los regímenes centroasiáticos. Éstos, por otra parte, tienden a ver enseguida la alargada sombra de Occidente en cualquier protesta popular y temen un nuevo ciclo de ‘revoluciones de colores’. Así, el Gobierno uzbeko está ejerciendo un férreo control sobre las noticias que se dan en el país acerca de las revueltas en el mundo árabe, e incluso, según algunos medios rusos, vigila el tráfico de mensajes de texto y tiene prevista una eventual suspensión de la red de telefonía móvil. Por su parte, en Kazajstán, un escenario mucho menos probable que su vecino uzbeko a pesar de las próximas elecciones presidenciales, el propio presidente advierte a la ciudadanía sobre las consecuencias catastróficas que unas revueltas de este tipo podrían tener para la buena marcha económica del país. En Kirguizstán, tras un invierno riguroso y especialmente calamitoso, las últimas noticias procedentes del sur del país son preocupantes y sugieren un posible rebrote de la violencia interétnica, que ya causó centenares de muertos en junio de 2010. Pero, la volatilidad de la situación en Kirguizstán se desarrolla al margen de los acontecimientos en el norte de África. En Tadzhikistán, el malestar popular por el encarecimiento de los alimentos y por la ineficacia y corruptelas de la camarilla presidencial han ido en aumento. No obstante, es probable que el recuerdo de la guerra civil, azuzado por las operaciones contrainsurgentes del Gobierno en el último año y medio, siga pesando en el ánimo de la población. Por último, Turkmenistán, conocida irónicamente entre los especialistas como la ‘Corea del Norte centroasiática’, se mantiene como la gran incógnita regional.

Es indudable, pues, que los motivos existen y los actores también, pero al igual que sucedía en los países árabes antes de las revueltas, la fuerza de los primeros y la capacidad de los segundos están por descubrir. La articulación de grupos de protesta a través de las redes sociales y la difusión de mensajes informativos a través de canales como Al Jazeera han resultado cruciales en el mundo árabe. Los productos culturales y mediáticos árabes tienen repercusión en Asia Central, pero escaso ascendiente político o sociológico. El acceso a las redes sociales está relativamente extendido en la región, pero incluso en el caso kirguiz, aún está por ver su capacidad como instrumento de actuación y movilización política. Igualmente, existen grupos opositores cívicos y organizaciones islamistas activas. Pero nada de esto significa que las protestas tengan necesariamente que producirse. Los riesgos que deben asumir y las dificultades que deben afrontar quienes las protagonizan son enormes. Por no mencionar, los temores de una población centroasiática sometida desde finales de los 80 a un discurso dimanado del poder que advierte del inevitable riesgo de conflicto armado ante cualquier conato de protesta o inestabilidad. Y lo cierto es que precedentes recientes, como la crisis de Andizhán en mayo de 2005 o las revueltas en Bishkek en abril de 2010, obligan a no descartar ningún escenario en las aparentemente estables, pero previsiblemente conflictivas repúblicas centroasiáticas.

Nicolás de Pedro,
Investigador de CIDOB