Relaciones de género en la industria exportadora marroquí: Casablanca como caso de estudio
Rocío Fajardo Fernández, profesora sustituta interina, Departamento de Sociología, Trabajo Social y Salud Pública, Universidad de Huelva (rozioff@ugr.es). ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8300-2110.
Rosa M. Soriano-Miras, profesora titular, Departamento de Sociología, Universidad de Granada (rsoriano@ugr.es). ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8296-2382
Antonio Trinidad Requena, catedrático, Departamento de Sociología, Universidad de Granada (atrinida@ugr.es). ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3075-0983.
El objetivo de este artículo es analizar la forma en que las relaciones de género interactúan en la socialización laboral en la industria de exportación marroquí –a partir del estudio de caso de la ciudad de Casablanca– y su relación con la migración internacional. El diseño de la investigación es cualitativo, con un análisis desde la teoría fundamentada y una aproximación desde los estudios interseccionales. El mercado laboral global aparece como un nuevo eje de desigualdad que crea nuevos espacios, los cuales, aunque suponen una oportunidad para unas pocas personas, mantienen a una mayoría en situación de precariedad. La originalidad del artículo radica en la aplicación del marco teórico interseccional al contexto marroquí, centrándose en una visión relacional de las categorías. La identificación de tres procesos sociales básicos (rol de las mujeres, crisis de masculinidad y migración) nos permite ampliar el conocimiento sobre dicha realidad.
Economía global e interseccionalidad en el contexto marroquí
El objetivo de este artículo es analizar la forma en que las relaciones de género interactúan en la socialización laboral en la industria de exportación marroquí –a partir del estudio de caso de la ciudad de Casablanca –y su relación con la migración internacional. ¿Por qué las relaciones de género? En los últimos años, las mujeres marroquíes han ido aumentando su participación en el mercado laboral, empezando por los sectores más relacionados con su rol tradicional, como es el caso del textil (Zirari, 2006). No obstante, esta incorporación no es irreversible ni necesariamente ascendente para ellas, pues entre los cambios recientes en la estructura ocupacional de Marruecos se observa una movilidad diferenciada por género, es decir, ascendente para los varones y descendente para las mujeres (Verme et al., 2015). Dicha desigualdad se puede constatar en el Índice de la Brecha de Género Global del Foro Económico Mundial (2020), en el que Marruecos ha pasado de estar en 2006 en el puesto 107 a ocupar el puesto 143 en 2019. Según el mismo informe, los factores más importantes de desigualdad se encuentran en la distribución del poder político, seguido por la participación económica y, en último lugar, en el acceso a la educación y la salud, donde habría menor desigualdad entre hombres y mujeres. Por lo tanto, podemos afirmar que los cambios recientes en el país no están conduciendo necesariamente a una mayor igualdad entre hombres y mujeres (Sadiqi y Ennaji, 2006). Cabe preguntarse, pues, por las causas de este fenómeno.
La selección de la relocalización industrial en la ciudad de Casablanca como estudio de caso se ha llevado a cabo, en primer lugar, teniendo en cuenta que Marruecos se ha convertido en las últimas décadas en uno de los países preferentes para externalizar la producción e instalar diversas industrias centradas en la exportación. Uno de los motivos de ello es su posición geoestratégica, ya que la parte norte del país limita tanto por vía marítima como terrestre con la Unión Europea, de donde proviene la mayoría de las empresas relocalizadas, fundamentalmente de Francia y España (Hibou, 2012). Dichos países acumulaban el 28% de las importaciones y el 45% de las exportaciones del país africano en 2018 (WITS, 2020). El Gobierno marroquí se ha abierto a los capitales extranjeros para gestionar diferentes tipos de influencia, uno de los cuales sería hacia su población, a través de la construcción de empleo. Según el Ministerio de Industria de Marruecos (s.f.), se crearon entre 2014 y 2018 en el país 405.496 empleos en el sector industrial; más de 100.000 de los cuales pertenecen al sector automovilístico que, en estos momentos, se encuentra en auge, siendo el principal sector exportador y encontrándose en Marruecos el hub más importante del continente africano, según la misma fuente. De igual forma, destaca el crecimiento en las cifras de negocio de los centros de llamada (call centers) que, en el año 2013, supusieron 391 millones de euros, 411 en 2014 y 447 en 2015 (ICEX, 2018). Algunas de las empresas más importantes en este sector en Marruecos son IBM, Dell, Ubisoft y Amazon (ibídem). El informe «Doing Business» (World Bank, 2019) sitúa al país africano en el puesto 60 del mundo del ranking general, habiendo subido 68 puestos en 9 años. Si hablamos en concreto de emprender un negocio, Marruecos se sitúa en el puesto 34, muy por delante de España, que está en el 86.
Respecto a la región de Casablanca-Settat, esta es la más poblada del país, y la ciudad de Casablanca cuenta con más de 3.343.000 de habitantes, prácticamente la mitad de la población de la región, según el censo1. La tasa de actividad de la ciudad es del 52%, siendo la masculina de un 73% y la femenina del 32,5%. Según los últimos datos disponibles, en 2014, el 44% de las exportaciones del país salían de esta región (Haut-Commissariat au Plan, s.f.). Sin embargo, todo este movimiento económico, ¿se ha convertido en la promesa de mejores condiciones de vida tanto para hombres como para mujeres? Al respecto, los estudios que se han centrado en los procesos de relocalización industrial en el Sur global no han tratado suficientemente las relaciones de género incluyendo hombres y mujeres en el análisis. Con algunas excepciones (Tyner, 2004; Labrecque, 2006; Beşpinar y Topal, 2017), la mayor parte de la literatura se ha centrado en la masculinidad o la feminidad, incluyendo en su análisis solo a hombres (Ye, 2013) o solo a mujeres (Ong, 1987; Mills, 1999; Gibson et al., 2001; Dutta, 2019). Pero en nuestro estudio, además, evitando poner el foco en el género como categoría omniexplicativa, vamos a ir más allá y analizar, a través de la perspectiva interseccional, las diferencias al interior de la categoría mujeres, ya que las narrativas hegemónicas invisibilizan, victimizan y homogeneizan la complejidad de determinados sujetos.
Por otro lado, sobre la relocalización industrial, observamos cómo esta actúa como polo de atracción de migrantes provenientes del propio país, pero también y al mismo tiempo genera frustración, actuando como trampolín para la migración internacional. Tanto las migraciones que se producen al interior del país como las que van al extranjero tienen una dimensión de género (Osella y Osella, 2000; Broughton, 2008; Choi, 2018). Tal como muestra la figura 1, la cifra absoluta de marroquíes que residen fuera de su país no ha dejado de aumentar desde el año 1990 y, aunque en los últimos años se ha reducido un poco la diferencia, las mujeres siguen migrando menos.
Todos estos indicadores nos permiten confirmar la importancia de Casablanca como motor económico del país y, por lo tanto, uno de los nichos ideales para el desarrollo de la industria exportadora. En la actualidad, esta ciudad y sus alrededores siguen conformando una región en crecimiento que genera expectativas de mejora y ofrece oportunidades. Pero ¿cuáles?, ¿a quién?, ¿afectan sus conexiones con la economía global a las aspiraciones de la población?, ¿cómo analizarlo desde la perspectiva de género y en su interacción con otras dimensiones?, ¿qué impacto tiene este proceso en la construcción del imaginario colectivo sobre la migración internacional? Para responder a todos estos interrogantes, proponemos la interseccionalidad como el marco de análisis adecuado para ofrecer nueva información.
La interseccionalidad como marco analítico
La interseccionalidad es una forma específica de concebir y analizar la desigualdad, siendo su principal diferencia con otras perspectivas el hecho de considerar que las opresiones trabajan de manera conjunta en la producción de la injusticia (Cho et al., 2013). Desde esta línea, se propone un análisis conjunto de las estructuras de dominación, en su plasmación en contextos determinados, lo que posibilitará además desentrañar cómo los sujetos otorgan significados que no se corresponden con una visión de las categorías independientes y separadas (Platero, 2014; Constantinidis et al., 2019). Por tanto, es una perspectiva que permite analizar la distribución de recursos en un contexto específico, en este caso, la industria de exportación en Casablanca, partiendo de la idea de que «en un patriarcado capitalista y supremacista blanco, el poder y los recursos materiales y psicológicos se encuentran distribuidos desigualmente» (Golash-Boza et al., 2019: 1751). Este reparto desigual supone una desigualdad de acceso a los diferentes eslabones de las cadenas globales de valor (Gereffi y Sturgeon, 2013) y a los diferentes puestos en la división internacional del trabajo (Mies, 2019).
Uno de los campos en los que el enfoque de la interseccionalidad ha mostrado ser especialmente fructífero es en el de los estudios jurídicos, donde se acuñó por primera vez el término (Crenshaw, 1989; Carbado, 2013). Gracias a este enfoque, se pudo mostrar la existencia de sesgos estructurales que afectan negativamente a las mujeres negras, por lo que su origen está ligado principalmente a la intersección entre raza y género. De esta forma, se entiende que el patriarcado no afecta de la misma manera a todas las mujeres. Y no solo a las mujeres, sino también a los hombres, los cuales incluimos desde una perspectiva relacional del género y de una concepción de este como un conjunto de prácticas sociales asociadas a diferentes cuerpos (García, 2012). La masculinidad, por su parte, tampoco se puede entender solo desde el patriarcado, pues la clase social sigue siendo uno de los ejes que más ayuda a entender las desigualdades (Ye, 2013). Así, la clase refuerza los roles de género, pues ante la precariedad de determinados modos de vida, los discursos tradicionales de género pueden convertirse en un factor de estabilidad (ibídem). Desde esta perspectiva, indagamos en las diferencias entre varones y mujeres, pero también en las similitudes y en la heterogeneidad intragrupal (Christensen y Jensen, 2012). La interseccionalidad cuenta con un amplio recorrido en la interpretación de la posición de desigualdad en la que están situadas no solo las mujeres negras en Estados Unidos (Crenshaw, 1989; Duffy, 2007; Carbado, 2013), sino también otras mujeres a lo largo y ancho del globo (Hurtado, 2014; Castellanos y Baucels, 2017; Baig y Chang, 2020; Fernández et al., 2020). Sin embargo, este enfoque todavía no se ha aplicado al estudio de la relocalización industrial. Cuando se ha aplicado al mercado laboral global, se ha hecho en el estudio del mercado del sexo (Hurtado, 2014), en programas de empleo temporal (Castellanos y Baucels, 2017) o referente a empleadas domésticas (Baig y Chang, 2020). También encontramos algunas investigaciones sobre Marruecos (Constantinidis et al., 2019) que, sin embargo, no incluyen la dimensión global, ni un enfoque relacional del género al centrarse solo en las mujeres.
De igual modo, la interseccionalidad nos permite investigar las diferentes formas de influencia de un mismo fenómeno según categorías socioeconómicas. A través de ella nos preguntamos cómo los ideales de feminidad y masculinidad afectan al interior de la fábrica. Para averiguarlo, usamos el estado civil, el origen y el nivel educativo como categorías que ubican a la persona trabajadora; así como el sector y la posición en la cadena global para ubicar a la empresa. Así, indagamos en las diferentes composiciones de género y la presencia o no de malos tratos en los centros de trabajo. Una mirada interseccional hace emerger la porosa frontera entre la distinción tradicional de espacio público y privado. Y es que, al incluir la clase como categoría de análisis, se visibiliza que siempre ha habido mujeres que han ocupado el espacio público, dada la necesidad de obtener ingresos (Fraser, 2016). La influencia de la interseccionalidad es tal que cada vez son más los campos de estudio que toman en consideración el género, la etnia u otros ejes de poder interconectados en su análisis (Cho et al., 2013, Fajardo et al., 2019).
Metodología
Del objetivo general antes mencionado se derivan tres objetivos específicos: 1) analizar el modo en que las mujeres se incorporan en la relocalización industrial, atendiendo a las diferencias intracategoriales (entre mujeres); 2) profundizar en las consecuencias de este proceso en la construcción de la masculinidad, y 3) indagar en el rol de la migración internacional como posible alternativa al trabajo en este sector.
El estudio consiste en un examen analítico-interpretativo a partir de la realización de entrevistas en profundidad a trabajadores y trabajadoras del sector industrial, llevadas a cabo en cuatro oleadas de trabajo de campo entre los años 2014 y 2017. Esta técnica de recogida de información, apoyada en un guion de preguntas abiertas, fue implementada en diversas ciudades de la región de Casablanca. El principal idioma de las entrevistas fue el däriya (árabe magrebí), por lo que se acudió a la figura de ayudantes lingüísticos, lo que supuso una dificultad añadida a la complejidad del trabajo de campo. La técnica utilizada para contactar con las personas entrevistadas fue el llamado muestreo por «bola de nieve», ya que se trata de poblaciones difícilmente accesibles (Atkinson y Flint, 2001). Para la selección de informantes se recurrió a los criterios de muestreo estructural y saturación teórica, los cuales facilitan un desarrollo conjunto de los procesos de obtención y análisis de la información. En las primeras oleadas de trabajo de campo el muestreo fue abierto, en búsqueda de situaciones que aportaran información relevante sobre el objeto de estudio. Paulatinamente, la investigación fue orientándose hacia determinados informantes que proporcionaran una mayor variabilidad de categorías: género, edad, nivel educativo, región de procedencia, categoría ocupacional y rama industrial (véase la tabla 1). Cuando se alcanzó la saturación teórica de los discursos, se dieron por finalizadas las fases de muestreo y trabajo de campo con un total de 93 entrevistas a trabajadores de la industria de exportación en los siguientes sectores: automoción y aeronáutica, call centers, confección, textil y otros, lo que es un indicador de la gran diversidad muestral.
El procedimiento analítico utilizado fue la teoría fundamentada, por ser un enfoque idóneo para investigar desde la interseccionalidad, ya que su método de comparación constante entre categorías nos permite dilucidar las relaciones entre ellas (Glaser, 1992). Siguiendo esta metodología de análisis (Charmaz, 2014), se realizó un proceso trifásico de codificación asistido por el software Atlas.ti 8, que permitió reconocer la propia estructura de los datos, así como la teoría emergente. Para ello se inició, en primer lugar, un proceso de codificación abierta donde, a partir de la comparación constante de los «incidentes» hallados en los relatos de los trabajadores, se encontraron regularidades y singularidades. En segundo lugar, se llevó a cabo la codificación selectiva en la que, una vez identificado el código «La economía global como fuente de desigualdad» como categoría central, la explicación se centró en aquellas dimensiones que se relacionan de manera significativa con dicha categoría. Tras detectar la importancia del género, estado civil y condición migrante en el análisis, se intersectaron dichas categorías. El estado civil emerge como dimensión explicativa para entender la relación entre género y esfera laboral, al brindar la información sobre el núcleo y la organización familiar. La inclusión de la condición de migrante como categoría de análisis permite profundizar en el conocimiento de la diversidad interna de la mano de obra a través del estudio de su composición atendiendo al origen de la misma. Finalmente, la codificación teórica posibilitó introducir conceptos de mayor nivel de abstracción a través de la emergencia de tres familias de códigos: a) el rol de las mujeres en la industria de exportación; b) la crisis de masculinidad, y c) la migración como posible vía de escape al malestar emergente (véase la tabla 2).
Las relaciones de género en la industria exportadora
Las mujeres en la industria exportadora
El espacio laboral se constituye como un espacio clave para el análisis de género, ya que supone la progresiva ocupación por parte de mujeres de un espacio masculinizado. El reclutamiento de mujeres en procesos de industrialización está asociado a determinados ideales de feminidad que se adaptan tanto a la lógica organizacional capitalista como al sistema patriarcal, dando forma al ideal de «empleada virtuosa» (Beşpinar y Topal, 2017). En el contexto fabril, estos ideales de feminidad suelen ser una fuente de discriminación. Uno de ellos es la docilidad. Algunas mujeres se sienten forzadas a fingir desconocimiento ante sus superiores para mantener la jerarquía: «cosas que no haces ni con tu marido, y tienes que decírselo a él (…) para que él se quede a gusto (…) y para que tú sigas trabajando» (mujer casada de Casablanca). No obstante, ser dócil no es una característica inherente a las mujeres, sino que desde la propia fábrica se entrena esa docilidad en todos los sujetos (Bair, 2010). El ideal de empleada virtuosa comparte un espacio con la feminidad, dando como resultado un espacio en la intersección entre el género y el sistema de producción global. En el caso específico marroquí, existen unos atributos valorados socialmente, que están basados en los conceptos de ħadga (trabajador/trabajadora) y sabbāra (extremadamente paciente) (Schaefer, 1983), que son aprovechados por la empresa. En este trabajo se defiende una lectura de estas prácticas como el ejercicio de la agencia en un contexto determinado, y no necesariamente como una docilidad de carácter peyorativo (Mahmood, 2001). En el contexto hostil de la fábrica, cada cual desarrolla sus estrategias de supervivencia. Es importante destacar la presencia de mujeres sindicadas, inconformes y que denuncian casos de abuso: «un responsable quería abusar de mí (…) me dijo (…) mira: o te vienes conmigo o te voy a echar (…) entonces fui a hablar con el dueño» (mujer bedawa2 casada).
Además de la docilidad, la belleza es otro ideal de feminidad a través del cual se justifican determinadas prácticas (Fuentes, 2019). El código de «acoso/malos tratos» permite identificar casos de violencia y acoso sexual, tanto por parte de trabajadores como de supervisores. El hecho de negarse o incluso de no ser considerada un objeto «útil» para ejercer esta violencia puede ser motivo de no contratación o incluso de despido: «contrataba a una chica (…) si no quería salir con él la echaba (…) se ha aprovechado de muchas chicas de su pobreza» (mujer soltera de Casablanca). La cultura dominante favorece la interiorización de determinados comportamientos: «si llega a aceptar el café, eso significa que aceptaría también lo que sigue» (hombre divorciado de origen rural). Normalmente, es un tema que aparece en los discursos de terceras personas, ya que la deseabilidad social dificulta hablar de ello en primera persona: «provocan a las chicas (…) les tocan las orejas (…) les tocan por aquí (…) y por otros sitios que no me atrevo a decir» (hombre casado de origen urbano). Esto hace que sea difícil estimar su frecuencia real. En relación con esta práctica, el cuerpo femenino aparece como un cuerpo del que se puede disponer. Surge la creencia de que a las mujeres se las puede cansar más, que se puede pedir más de ellas físicamente en el rendimiento laboral, porque su reacción va a ser más represiva, hacia dentro: «las mujeres trabajan seriamente (…) traen pocos problemas» (hombre soltero de origen rural). Aquí observamos una de las contradicciones: el ideal de la empleada virtuosa choca con el de ama de casa: «yo a veces no me siento como una mujer, sino como un hombre (…) trabajando allí, a veces te despiertas a las cinco menos cuarto y otras veces no vuelves a casa hasta las once de la noche» (mujer bedawa casada). Este conflicto de roles es lo que se conoce como doble presencia (Ruíz et al., 2017): «A veces cuando trabajas estás al mismo tiempo pensando en tus hijos, pensando en tu casa, es decir, estás molesta psíquicamente» (mujer bedawa casada).
Si atendemos a la composición de género de la mano de obra en los diferentes centros de trabajo, se observa que las mujeres casadas trabajan mayoritariamente en lugares donde la mayoría son mujeres, mientras que entre las solteras el patrón es más diverso. La complementariedad a la que se tiende en el modelo de esferas separadas (Fraser, 2016) –es decir, separación entre espacios masculinos y femeninos–es reproducida cuando la esposa sale del hogar: las personas casadas trabajan en mayor medida en espacios donde la plantilla es del mismo sexo, lo que claramente conecta con la percepción del espacio público como un espacio peligroso, en el que las mujeres se encuentran con hombres que no son de la familia (Sadiqi y Ennaji, 2006).
Finalmente, las entradas y salidas del mercado laboral, en el caso de las mujeres, están más relacionadas con determinadas situaciones familiares. Aquí se genera una alianza entre la familia patriarcal y las empresas por medio de la cual «las mujeres son consideradas como las empleadas adicionales, poco fiables y dilatorias, ya que pueden ser llamadas a desempeñar sus responsabilidades de maternidad y de esposa» (Beşpinar y Topal, 2017: 11). Así, se ve como una ocupación temporal para las mujeres, de naturaleza precaria y subalterna, que no facilita la adquisición de una identidad obrera, suponiendo en la mayoría de los casos un complemento económico para la familia, ya sea de procreación o de origen; no se crea una identidad nueva de obrera que sustituye a la anterior, sino que dentro de la misma identidad se habitan nuevos espacios y responsabilidades, generando un espacio interseccional que combina elementos de viejas y nuevas realidades: «si me caso, entonces me quedo en casa» (mujer soltera de origen rural). La convivencia entre los diferentes modelos es la plasmación de mujeres y hombres navegando en un nuevo contexto en el que se mantienen las identidades sociales previas (Baig y Chang, 2020), lo que nos permite identificar el primer proceso social básico: salarización de las mujeres como complemento.
Sustentador principal sin «salario familiar»
Como contrapartida a esta visión del salario femenino como complemento del masculino, se contrapone la asunción de una mayor responsabilidad de los varones en los ingresos del hogar: «ella me dice que tengo que trabajar (…) y yo no encuentro trabajo, nuestra relación se ha roto» (hombre casado de origen rural). Esta situación genera conflictos en la identidad de algunos varones, ya que el espacio laboral es uno de los pilares básicos en la construcción de la masculinidad. Así, la precariedad y presiones generada por la tríada de «patriarcado, mercado laboral global y condiciones laborales» supone una crisis de masculinidad (De la O, 2013), generando mayor frustración ante el fracaso laboral en los hombres, dada la dificultad para la construcción de una familia de procreación: «yo tengo 30 años y todavía no he podido casarme, yo quiero casarme mañana mismo, pero no puedo. Es decir, no dispongo de vivienda ni de muchas otras cosas (…) y no quiero hacer sufrir a mis hijos, no tengo con qué darles de comer» (hombre soltero de origen urbano). Para ambos géneros, el destino último principal para la actividad laboral es la supervivencia familiar, pero mientras en ellos se presupone, en ellas se justifica solo en determinadas situaciones.
Dentro de los sectores con mayor mano de obra masculina en la industria de exportación destacan el calzado y la aeronáutica. En este último, además, se observa claramente la segregación vertical: los puestos de ingeniero son ocupados mayoritariamente por hombres mientras que el montaje de piezas está altamente feminizado. Entre los más feminizados, textil y confección, aunque la presencia masculina ha ido creciendo en los últimos años, como ha pasado en otros contextos (ibídem). Este reparto de la mano de obra por género según sector y puesto deriva claramente en una diferencia en los ingresos percibidos (véase la tabla 3). El salario mínimo interprofesional (SMI) marroquí es de 13,46 dírhams (dH) por hora desde 2015, lo que teniendo en cuenta las horas trabajadas, rondaría unos 2.400 dírhams al mes. Según Setem (Sales i Campos y Piñeíro Orge, 2012), la cesta básica, es decir, el salario necesario para cubrir las necesidades de una familia compuesta por dos personas adultas y dos menores, es de 639€/mes, el equivalente a 7.157 dírhams/mes. Solo 12 personas de las entrevistadas tendrían acceso a ella.
Entre las principales categorías que discriminan el acceso a los puestos con el salario más alto encontramos el nivel de estudios y la posición en la cadena global de valor que ocupa la empresa. La mayoría de estos puestos están ocupados por personas con estudios terciarios en ramas de ingeniería y contratadas por la propia empresa matriz. Es decir, no a través de subcontratas, formato más empleado en la rama textil. De esta forma, se crea un nuevo eje de desigualdad en el que solo las personas con alto nivel educativo tienen acceso a un salario familiar (Fraser, 2016) que permita el acceso a una cesta básica, que pueda mantenerse con un solo proveedor. En Marruecos, cuyo Estado de bienestar es limitado, el origen familiar, y especialmente el capital económico, es un factor clave para predecir el éxito en el sistema educativo (Lozano y Trinidad, 2020). Esto nos permite afirmar que los empleos de la industria de exportación reproducen las desigualdades de clase del país. No obstante, es precisamente el salario lo que motiva tanto a hombres como a mujeres a trabajar en la industria de exportación con la expectativa de conseguir: vivienda, educación para hijos e hijas y colaboración en la economía familiar (la de origen o de procreación, según el caso). Junto con la búsqueda de empleo estable y legal, se convierten en los móviles de la migración interna. Este tipo de empleo no siempre cumple con estas expectativas, estableciendo un mínimo de garantías solo en los mejores puestos: «y cuando llegué aquí y me vi en esta situación (…) todo lo que estaba imaginando en mis sueños no lo he encontrado» (hombre casado de origen rural).
Igual que ocurre con las mujeres, hay una tendencia a trabajar en empresas que emplean mayor mano de obra masculina entre los casados. Por lo tanto, la idea de una complementariedad dinámica en el contexto del matrimonio (Boddy, 1989) se refuerza desde la masculinidad también. Esto no ocurre solo entre sectores o centros de trabajo diferentes, sino también dentro de un mismo centro: «están separados, los hombres en una parte y las mujeres en otra» (hombre casado de origen urbano). La segregación espacial dentro del centro de trabajo es más frecuente en el caso de los casados, tengan el origen que tengan: «Todas las mujeres en la costura y los hombres en el montaje (…) las mujeres sentadas y los hombres de pie» (hombre casado de origen rural). Por contra, la amplia mayoría de narrativas apuntan hacia un reparto de tareas menos generizado dentro de la fábrica entre los hombres solteros, facilitando este estado civil que la frontera entre esferas se encuentre más difuminada: «hacían lo mismo, más o menos, uno completaba al otro. En cualquier cadena verás hombres y mujeres» (mujer soltera de origen urbano). A pesar de estas orientaciones relacionadas con el estado civil, en la mayoría de los centros de trabajo el reparto de tareas es mixto, habiendo tareas compartidas y específicas. Entre las masculinizadas encontramos las relacionadas con maquinaria, seguridad o carga de objetos pesados; y entre las feminizadas, la limpieza.
Los roles de género también se reflejan en la forma de reaccionar ante situaciones de abuso en las fábricas, pues se espera que los hombres sean más beligerantes y su respuesta sea más hacia fuera: «el jefe no puede reprimir a un hombre» (mujer bedawa casada). Estas lógicas están cercanas a la asociación entre la masculinidad y lo bélico (Segato, 2018). Las actitudes masculinas también pueden ser mercantilizadas según las necesidades de la economía global, por ejemplo, en los puestos de supervisión: «si una mujer no acata lo que le había dicho el jefe, él mete luego cizaña entre los trabajadores para que ellos también estén contra ella» (hombre soltero de origen urbano). Estas alianzas entre supervisor y trabajadores ejercen una función disciplinadora en las mujeres que reproduce el ideal de docilidad. Otro ejemplo serían las habilidades requeridas. En los centros de llamadas se puede observar que tanto la voz masculina como la femenina representan habilidades y valores diferentes, pero ambos son útiles para las necesidades de la empresa: desde la feminidad de servir y cuidar hasta la certeza y determinación masculinas (Alves, 2018). De igual forma, hombres y mujeres son susceptibles de sufrir malos tratos, como también se observa en dichos centros de llamadas: «me presionaban todo el rato, su objetivo era agobiarte y hacerte odiar el trabajo para que te vayas tú solito» (hombre casado de origen urbano). Los puestos más exentos de estas presiones son los mismos que ofrecen mayor capital económico, volviendo a reforzarse la idea del mercado laboral global como eje de desigualdad.
La migración internacional como alternativa
La misma reacción hacia dentro o hacia fuera ante la situación de explotación en la industria exportadora la vemos en el planteamiento de alternativas; es decir, los varones piensan en mayor medida hacia fuera –en migrar al extranjero– y las mujeres hacia dentro del propio país, buscando otro trabajo o la dedicación de ama de casa: «la mujer siempre tiene esa esperanza de que aparezca un hombre que se casará con ella (…) el hombre si no ve claro su futuro, coge sus cosas y se larga» (hombre casado de origen urbano). De esta manera, se crea un nicho laboral feminizado que sirve de ayuda económica y potencial freno a la emigración: «las mujeres pueden aguantar, piensan trabajar en cualquier trabajo aquí en Marruecos (…) en la limpieza, en eso, en lo otro, y no emigran» (mujer bedawa soltera). El mismo imaginario de feminidad que crea sujetos maleables, cuyo salario es un complemento, y están acostumbrados a tareas tediosas y repetitivas (Salzinger, 2004) se da para la migración.
Hay una serie de trabajos que existen porque son esenciales para el funcionamiento de la sociedad, y que las mujeres desempeñan en mayor medida. No obstante, comienza a emerger, de manera creciente, una nueva narrativa que reclama la migración como salida también para las mujeres: «las mujeres también tienen ese pensamiento de emigrar, es normal» (mujer casada de origen rural). Como pudimos ver en la contextualización, aunque sigan migrando más los hombres, por la asociación con la masculinidad a través de la vinculación con el dinero (Osella y Osella, 2000), es una estrategia de supervivencia cada vez más extendida y la cifra tiende a igualarse. La extensión de la estrategia migratoria tiene que ver con la inestabilidad del trabajo dependiente de la economía global: «Ella no quiere estas empresas por esto mismo, te utilizan y luego te echan» (mujer divorciada de Casablanca, habla sobre la hija). Las personas trabajadoras no son ajenas al conflicto inherente a la relocalización industrial que se produce entre oferta de empleo y calidad, sobre todo en términos salariales: «- ¿Crees que tu salario es suficiente comparado con el trabajo que realizas? - Si fuera suficiente, no se instalarían en Marruecos» (hombre casado de origen urbano).
En cualquier caso, la emigración no se asocia solo al trabajo asalariado, sino que un concepto de precariedad ampliado da cuenta mejor de los procesos. La incorporación de estas industrias no ha venido acompañada de políticas amplias de sanidad y educación suficientes para proveer de servicios básicos a la emergencia de barrios densamente poblados, a menudo sin alcantarillado o acceso a agua potable y electricidad. Los procesos de exclusión social persisten a pesar de la oferta laboral que supone la industria de exportación, lo que provoca un aumento en la frustración. Esta frustración va generando de forma transversal un imaginario compartido de la migración internacional como vía de escape. Pero, si bien esta concepción está presente en todas las categorías analizadas, la acción de migrar se encuentra asociada a cómo se resuelve el conflicto que supone optar por 1) mejorar las condiciones materiales de vida y 2) no renunciar a la convivencia con las redes de parentesco en Marruecos y a la forma de vida que ello supone. Es decir, migrar puede suponer una mejora económica, pero implica el distanciamiento en mayor o menor medida de la familia. Por tanto, la generalización del imaginario migratorio no implica necesariamente que se lleve a la práctica. La centralidad del parentesco divide claramente entre las personas casadas con hijos/hijas y las personas solteras y sin descendencia. Las mujeres de Casablanca y con hijos/hijas son las menos propensas a migrar, siendo la descendencia el principal lazo de parentesco que aparece como obstáculo a la migración: «Mejor esto que buscar de nuevo y salir por ahí (…) cuando uno tiene hijos resulta más difícil» (hombre bedawa casado).
Si el parentesco influye decisivamente en el hecho migratorio, el sistema educativo lo hace en la construcción del imaginario. Entre las personas con bajo nivel educativo emerge en mayor medida la centralidad del salario, el maltrato en la fábrica y las vacaciones como elementos de incitación a la migración. No debemos olvidar que el estilo de vida que proyectan los inmigrantes que regresan por vacaciones se encuentra asociado al deseo de migrar por el efecto imitación: «unos amigos que venían del extranjero (…) porque llegaban y traían coches y yo también pensaba que debería irme y volver con un coche» (hombre casado de Casablanca). El mercado de trabajo marroquí no siempre se percibe como suficiente para algunas de las aspiraciones que se construyen como forma de pertenencia a la cultura global, por lo que la migración se presenta como una alternativa para su consecución. De igual forma, las personas que migran por un tiempo y vuelven a Marruecos en vacaciones habiendo alcanzado ciertos bienes de consumo, muestran de alguna manera que la migración es precisamente una vía para lograrlo, lo que de alguna manera se encuentra asociado con un componente etario: «hay una generación ahora que quiere resultados rápidos, quiere ganar dinero rápido, quiere rápidamente un coche y una casa (...) y después, la gente que emigra se topa con otros problemas (hombre casado de Casablanca)».
Cuando el patriarcado se mezcla con la estructura capitalista global, las relaciones de género se vuelven aún más complejas. Es decir, aunque se mantenga una división de tareas marcada por el género, la reorganización de los espacios que conlleva el trabajo asalariado femenino hace más compleja la dicotomía hombres/espacio público y mujeres/espacio privado (Sadiqi y Ennaji, 2006). El mercado laboral global introduce un nuevo eje de desigualdad marcado por el puesto de trabajo en la empresa y por la posición de la empresa en la economía global. El nivel educativo, muy influido por la clase social, se convierte en el principal factor discriminador en el nuevo eje. El trabajo en la industria exportadora añade complejidad al multiplicar ejes de desigualdad y, con ellos, las resistencias y agencias, siendo una de estas agencias la de iniciar un proyecto migratorio. Por lo tanto, para explicar las diferencias de género en la industria de exportación de Casablanca hay que considerar la intersección del género con el eslabón de la cadena global en el que está la empresa y el nivel educativo de la persona. Por otro lado, para entender mejor la experiencia del sujeto, son claves el estado civil y la presencia de una determinada cultura migratoria, interna y externa.
Conclusiones
La intersección entre patriarcado, mercado laboral global y condiciones laborales afecta tanto a varones como a mujeres en Marruecos, pero lo hace de forma diferenciada. En este sentido, la interseccionalidad nos permite elaborar un análisis de categorías cuya aportación a la teoría es la de identificar la dimensión global como eje que actúa conjuntamente con el resto. Los ideales de feminidad se vuelven útiles para la producción de plusvalía en las cadenas globales de valor. Existen una serie de riesgos en las fábricas a las que se exponen todas las personas que trabajan en ellas, que son mayores cuanto peor es el puesto. De entre los que afectan de forma diferenciada según el género destaca el acoso sexual por parte de los jefes, seguido del hostigamiento en caso de negativa. Entre los riesgos que actúan independientemente del género destacan la mercantilización de las habilidades, mediante la idealización y exigencia de estas según roles de género, así como las diferentes formas de maltrato dentro de la fábrica. Asimismo, en la fábrica se reproducen esquemas de organización social de otras instituciones, como el matrimonio. Utilizando el estado civil como categoría de análisis, se observa una mayor separación de espacios tanto entre fábricas como dentro de la propia fábrica, representando una proyección del ideal de complementariedad, pues existe una mayor segregación espacial por género en los empleos de las personas casadas. Esta complementariedad se da la mano con la salarización femenina, que se entiende como temporal y sujeta a las necesidades económicas de las familias.
Por otro lado, la dificultad de acceso a una cesta básica –es decir, al salario necesario para cubrir las necesidades de una familia compuesta por cuatro miembros– genera una crisis de masculinidad, ya que en los varones hay mayor presión para que ejerzan como proveedores. La posibilidad de depender de un solo proveedor está limitada por el nuevo eje de desigualdad que significa la economía global. La posición de la empresa en la cadena global de valor –es decir, si es una empresa matriz que genera mayor valor añadido o es una subcontrata en la que se externaliza solo una parte del proceso productivo– resulta decisiva para garantizar determinados ingresos. Por el lado del trabajador, el acceso a los puestos que garantizan esos ingresos depende en gran parte del nivel educativo. La necesaria escasez de estos puestos va generando una frustración de fondo que cristaliza en el imaginario de la migración internacional como alternativa.
Como vía de escape a la temporalidad y las condiciones laborales, las mujeres buscan en mayor medida una salida hacia dentro (en el propio país o en casa), mientras que la migración se presenta como una alternativa más presente en los varones al estar más relacionada con la esfera laboral y, por ende, con su propio proceso de socialización. Mujeres y varones piensan en emigrar en una proporción similar, pero ellos tienden más a llevarlo a cabo. Así, si bien la industria de exportación ha generado nuevas oportunidades de empleo en el mercado marroquí, las expectativas no siempre se cumplen, pues la mayoría de los puestos creados no ofrecen una estabilidad que permita una movilidad social ascendente, unas condiciones laborales mínimas o la tranquilidad de tener un futuro garantizado. En este contexto, la migración surge en el imaginario colectivo como una posibilidad para lograr lo que en Marruecos parece difícil de alcanzar. En cualquier caso, son diferentes los discursos que emergen ante la migración, desde la idealización hasta la crítica de algunos valores a los que se asocia (como la gratificación inmediata).
En definitiva, la globalización afecta a las relaciones de género al entrar en interacción directa con expectativas y patrones locales, lo que provoca una mayor oferta de opciones laborales en la que las mujeres ocupan un espacio propio. No obstante, en la mayoría de las situaciones, este espacio está asociado a una necesidad económica perentoria que no suele ofrecer las garantías suficientes para la estabilidad y la conciliación, condiciones necesarias para una mayor autonomía en la organización doméstica. Por su parte, aunque exista segmentación laboral tanto vertical como horizontal, el trabajo para los hombres también es precario. De esta forma, la industria de exportación, dependiente de las demandas de consumidores externos y con ritmos de producción en ocasiones intermitentes, genera una difícil adquisición femenina de una nueva identidad obrera a la par que en los hombres produce mayor presión y frustración. Las personas empleadas en la industria de exportación, como actores sociales, se enfrentan a un espacio social donde interseccionan varios ejes de desigualdad, actuando la economía global como uno más en diálogo con el resto y multiplicando las intersecciones. La forma de desenvolverse en este espacio no es dicotómica, como un conflicto entre mundos o esferas diferentes, sino que la mayoría de los sujetos combinan herramientas de los diferentes sistemas, negociando sus relaciones de género de formas diversas y originando nuevas identidades asociadas al imaginario colectivo que representa la migración. La interseccionalidad nos ha permitido entender cómo funcionan los diferentes ejes de opresión en este contexto específico, ofreciéndonos un punto de partida y de regreso, tanto en el análisis de las estructuras que atraviesan a los sujetos como en la propia elaboración de teoría. La economía global actúa como una fuente de desigualdad más, en diálogo con el resto, multiplicando los espacios interseccionales.
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Notas:
1- El Censo General de Población y Vivienda marroquí de 2014 es el último elaborado por El Alto Comisionado de Planificación (Haut-Commissariat au Plan, s.f.), el organismo encargado de la producción, análisis y publicación de estadísticas oficiales en Marruecos.
2- Gentilicio de Casablanca.
Palabras clave: género, interseccionalidad, Marruecos, división internacional del trabajo, teoría fundamentada
Cómo citar este artículo: Fajardo Fernández, Rocío; Soriano-Miras, Rosa M. y Trinidad Requena, Antonio. «Relaciones de género en la industria exportadora marroquí: Casablanca como caso de estudio». Revista CIDOB d’Afers Internacionals, n.º 131 (septiembre de 2022), p. 163-184. DOI: https://doi.org/10.24241/rcai.2022.131.2.163
Este artículo recoge parte de los resultados de un proyecto de investigación denominado «Reconstruir el campo de las regiones no fronterizas en la relocalización industrial y la migración: los casos de Marruecos y México» (CSO-2013-40646), financiado por el Plan Nacional I+D+i del Ministerio de Ciencia e Innovación de España.
Revista CIDOB d’Afers Internacionals, nº 131, p. 163-184
Cuatrimestral (mayo-septiembre 2022)
ISSN:1133-6595 | E-ISSN:2013-035X
DOI: https://doi.org/10.24241/rcai.2022.131.2.163
Fecha de recepción: 20.10.21 ; Fecha de aceptación: 01.04.22