Obama en África Subsahariana: ¿no pudo o no quiso?

Opinion CIDOB 438
Data de publicació: 10/2016
Autor:
Oscar Mateos, investigador asociado, CIDOB
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 * Este artículo ha sido publicado previamente en Africaye.org  

 

Un decepcionante continuismo. Así es como, de alguna manera, podría resumirse la política exterior de la administración Obama respecto a África Subsahariana en sus dos mandatos. Y es que el todavía Presidente de los EEUU ha persistido en dos de las principales políticas que han caracterizado la presencia estadounidense en el continente africano desde el final de la Guerra Fría, pero sobre todo, desde el 11 de septiembre de 2001. Por un lado, lapolítica de securitización que entiende “África como amenaza” a sus intereses nacionales, y que ha intensificado la militarización de la presencia de Washington en territorio africano con el objetivo de controlar, sobre todo y ante todo, la amenaza terrorista. Por otro lado, la política económica que, en un contexto de importante crecimiento de algunas economías africanas, ha apostado por una mayor inversión en algunos países africanos pero siempre bajo el paraguas de la doctrina neoliberal, que tan nefastos resultados sociales ha generado para las poblaciones africanas desde que el Consenso de Washington es hegemónico.

Este continuismo es considerado por muchos como decepcionante. El origen africano de Obama (de padre keniano), su supuestamente mejor conocimiento de la región y la retórica fresca y esperanzadora con la que alcanzó la Casa Blanca hicieron presuponer que su llegada al gobierno podrían significar un verdadero punto de inflexión respecto a la política exterior de EEUU en el continente africano. Pero no ha sido así, hasta el punto que numerosos analistas consideran que los mandatos de su antecesor George W. Bush en este apartado fueron mucho más fructíferos que los del actual Presidente. ¿Qué legado deja entonces la política de Barack Obama en África Subsahariana? ¿Qué motivos pueden explicar este delusorio balance? 

De Bush a Obama

La política exterior estadounidense de las últimas décadas en África Subsahariana ha experimentado hasta el momento tres etapas principales:

 una primera etapa de Realpolitik en el contexto de Guerra Fría, en el que numerosos países de África Subsahariana se convirtieron en escenario de la contienda entre EEUU y la URSS (Somalia, Mozambique, Angola, …);  una segunda fase durante los mandatos de Bill Clinton, caracterizada por una cierta “retirada” de Washington del continente africano, muy condicionada por el fracaso de la intervención en Somalia en 1993; y  una tercera fase con George W. Bush en el gobierno, en el que EEUU recuperó una importante presencia en África, especialmente en el ámbito militar y muy condicionado por los efectos del 11-S y la securitización de la política exterior estadounidense en el que los “Estados frágiles” o “fallidos” africanos ya no se entendían como problemas de subdesarrollo a los que había que asistir sino como amenazas a la seguridad occidental que había que contener.

No obstante, cabe señalar, que la era Bush dejó importantes iniciativas en otros ámbitos como el económico (por ejemplo, la llamada The African Growth and Opportunity Act, o AGOA, destinada a incrementar las relaciones económicas entre EEUU y el continente africano) o en el ámbito de salud y humanitario. Es en este último terreno donde numerosas voces consideran que la era Bush fue mucho más significativa que la era Obama en relación a África Subsahariana, especialmente como consecuencia de la iniciativa PEPFAR (President’s Emergency Plan For AIDS Relief), que ha impulsado desde su lanzamiento en 2003 ayuda en tratamientos antirretrovirales para millones de personas afectadas por el VIH/Sida. Asimismo, a Bush también se le atribuye un activo papel en el proceso de paz en Sudán que desembocó con el histórico acuerdo de 2005. Esta comparación entre Obama y su antecesor es del todo sorprendente, sobre todo si se tienen en cuenta las terribles consecuencias de la política exterior de Bush en muchos otros contextos como, por ejemplo, Irak.

Breve anatomía de un legado: AFRICOM, Power Africa y la creciente rivalidad con China

Por lo que respecta a la era Obama, al menos tres aspectos, entre otros muchos que seguramente pueden complementar esta fotografía, caracterizan estos últimos ocho años de política estadounidense en el continente africano:

– En primer lugar, el despliegue delAFRICOM, la estrategia militar más relevante de EEUU en África aprobada en el final del segundo mandato del gobierno Bush y que tiene como principales funciones el de contribuir a operaciones de estabilización y el de formar a las fuerzas de seguridad de los diferentes contextos africanos. AFRICOM es, por lo tanto, el instrumento clave de EEUU en su política de securitización y de contención de los problemas africanos, concibiendo la militarización del continente como la mejor de las respuestas. Esta militarización bajo la era Obama se ha intensificado e implementado sobre todo en la región del Sahel, percibida por EEUU como el principal foco de inestabilidad, y se ha concretado, entre otros aspectos, en el despliegue de bases de drones en países como Yibuti o Etiopía con el objetivo de llevar a cabo operaciones en la Península Arábiga y en Somalia, o bien en la construcción en 2013 de una nueva base en Níger para operaciones en Malí y Nigeria.

– Un segundo aspecto que ha caracterizado esta última época ha sido seguramente lainiciativa Power Africa. En junio de 2013, durante su visita a Sudáfrica, Obama presentó este programa que tiene por objetivo incrementar la generación de electricidad en el continente, un aspecto que, a todas luces, podría suponer un formidable impulso en el desarrollo y bienestar de muchas poblaciones. De hecho, en agosto de 2014, durante la cumbre de jefes de estado africanos que el gobierno de EEUU organizó en Washington, Obama anunció una ambiciosa ampliación del programa, que pretendía incrementar la capacidad eléctrica en 30.000 megavatios y beneficiar a más de 60 millones de hogares y empresas a través de un partenariado público-privado a largo plazo que la administración estadounidense se comprometió a financiar con más de 7000 millones de dólares en los siguientes cinco años. Sin embargo, los resultados de esta iniciativa, que aspira a simbolizar el sello personal de Obama en África durante sus mandatos (al igual que Bush hiciera lo mismo con el PEPFAR), han sido, por el momento, muy escasos, por diferentes motivos que habría que analizar.

– Tercero, su creciente rivalidad con China por la influencia en el continente. En ningún otro lugar como en África Subsahariana es tan evidente la erosión de la hegemonía occidental respecto a los países emergentes, pero sobre todo respecto a China. Y es que Obama ha sido claramente rebasado por Chinaen su competición por incrementar la influencia en el continente. En los últimos años, China ha doblado a EEUU en su volumen comercial con los países africanos, ha llevado a cabo muchas más visitas de alto nivel (sólo entre 2009 y 2012 el ex Presidente chino Hu Jintao realizó cinco visitas al continente africano, visitando un total de 18 países) o ha desplegado toda una infraestructura mediática poniendo de relieve que Beijing no sólo aspira a ganar la influencia económica en el continente sino también la cultural. Los dos países representan, por otra parte, dos agendas distintas respecto a sus intereses con África. La agenda estadounidense está claramente marcada, como ya se ha señalado, por sus intereses en materia de seguridad y estabilidad política, mientras que la agenda china es esencialmente económica, si bien su presencia militar ha ganado peso en los últimos años. No obstante, es destacable cómo Obama ha intentado marcar distancias respecto a la agenda china, subrayando de forma polémica en su viaje a Sudáfrica en 2013 la nula consideración que Beijing hace del respeto de los derechos humanos en su relación África.

Otros aspectos relevantes de la era Obama han sido, sin duda, los mensajes que ha lanzado en sus diferentes viajes al continente (Ghana, 2009; Senegal, Sudáfrica y Tanzania, 2013; Kenia y Etiopía, 2015), en los que ha mezclado la defensa de derechos civiles (especialmente significativa fue su denuncia de la situación que padece el colectivo LGTB en países como Kenia o Uganda) con las ya clásicas llamadas a mejorar la agenda de la “buena gobernanza” (transparencia, lucha contra la corrupción, rendición de cuentas, etc.). Asimismo, además de su especial atención a la militarización del Sahel, Obama se ha caracterizado por otros dos acentos de tipo regional: por un lado, ha sido significativa su contribución a la intervención internacional en los conflictos que afectan a la región de los Grandes Lagos (EEUU sigue siendo el principal financiador de la misión en RD Congo con más de 20000 cascos azules desplegados) o en las negociaciones de paz en países como Sudán del sur; por otro lado, ha desplegado una agenda económica basada en la inversión en los países que mayor crecimiento económico están experimentado en África Subsahariana, como son Etiopía o Nigeria. 

Ni quiso ni pudo

El balance de la era Obama en África es decepcionante. Y es que existía un margen muy amplio para que el saliente Presidente de los EEUU hubiera impulsado una agenda algo más transformadora con el continente africano, en el que, por ejemplo, hubiera denunciado e impulsado iniciativas y políticas para detener problemas como el escandaloso acaparamiento de tierras que sufren muchos países a manos de empresas de todo el mundo (también estadounidenses), el grave impacto del cambio climático que afecta con especial virulencia al continente, un papel diplomático mucho más activo en la mediación y resolución de algunos conflictos, la puesta en marcha de medidas que frenen la fuga de capitales o, entre otros muchos aspectos, contribuir con políticas económicas orientadas a frenar la polarización socioeconómica que se está produciendo en los países africanos que más crecen. Nada de esto se ha llevado a cabo, probablemente porque Obama, en algunos casos, no ha querido y, en otros, simplemente no ha podido, como en otras muchas cuestiones, por la situación interna de los EEUU.

Seguramente, el problema de fondo está más relacionado con las expectativas puestas en la figura de Obama, en particular en su relación con África, y en pensar que la política exterior estadounidense puede ir más allá de las coordenadas que la encorsetan, ocupe quien ocupe el sillón de la Casa Blanca. En este sentido, la probable llegada de Hillary Clinton al poder no hace presagiar, ni mucho menos, un cambio substancial en las líneas maestras de la política exterior estadounidense hacia África, máxime si se tiene en cuenta que ella, de algún modo, ya contribuyó como Secretaria de Estado durante el primer mandato Obama a este balance más bien mediocre.

La política estadounidense ha continuado siendo, de este modo, más parte de los problemas que afectan a África Subsahariana que un revulsivo (aunque hubiera sido modesto) de una política transformadora y orientada a impulsar y potenciar el bienestar de las poblaciones y el cambio social y político.

D.L.: B-8439-2012