Las contradicciones de la política de integración alemana

Opinion CIDOB 55
Data de publicació: 01/2010
Autor:
Tatiana Ticona
Descarregar PDF

Tatiana Ticona Salazar
Asistente del Programa Migraciones, CIDOB

Barcelona, 12 de enero de 2010 / Opinión CIDOB, n.º 55

Diversos medios de comunicación alemanes han citado al ex ministro de finanzas de Berlín, Thilo Sarrazin, por declarar que “el 70% de los turcos y el 90% de los árabes no se encargan de la educación de sus hijos y no hacen otra cosa que producir niñas con velo que “sólo sirven para vender frutas y verduras”. Estos comentarios abonaban un terreno sembrado por un crimen de odio que tuvo lugar en el verano: el asesinato de una mujer egipcia en manos de un ciudadano alemán por motivos racistas.

Si bien las palabras de Sarrazin han ofendido – comprensiblemente – a estos colectivos, también han abierto en el país un debate sobre la política de integración alemana. Esta política establece el marco legal y político dentro del que se dan los diferentes aspectos de la integración, es decir, el proceso de adaptación tanto de inmigrantes como de autóctonos para alcanzar una convivencia regida por la igualdad de derechos y deberes de los ciudadanos. Pero en Alemania más de la mitad de los turcos se sienten rechazados por la sociedad de acogida. Por otro lado, un 51% de los alemanes opinan que los turcos no quieren ni son capaces de integrarse, y diversos periódicos conservadores alemanes como Die Welt y Bild han defendido a Sarrazin, argumentando que éste se limitaba a describir la realidad.

Los flujos migratorios hacia Alemania crecieron tras la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania firmó tratados de reclutamiento de trabajadores temporales con diversos países, incluida Turquía, quienes brindaron la mano de obra necesaria para reconstruir una infraestructura y una economía destruidas. Pero mientras Alemania aspiraba a ser un país de inmigración laboral temporal, por lo que el Gobierno no diseñó una política de integración, muchos trabajadores extranjeros se quedaron de manera permanente. Y a pesar de que hasta hace poco Alemania se resistía a reconocerse como un país de inmigración, en 2007 ya contaba con aproximadamente 7 millones de extranjeros y con 15 millones de personas con “raíces extranjeras”.

Recién en 2005, tras la aprobación de la nueva ley de inmigración, se reconoció el derecho de los inmigrantes a asistir a “cursos de integración”. Estos cursos de 630 horas se centran en el aprendizaje del alemán, a lo que dedican 600 horas, y el tiempo restante se concentra en una “orientación” a la historia alemana, su cultura, y su sistema político. Sin embargo, un estudio reciente parece indicar que la experiencia laboral en Alemania es un factor más importante que el idioma a la hora de encontrar empleo. Por lo tanto, sería beneficioso que, conjuntamente con los cursos de alemán, se diseñasen programas que ayuden a los inmigrantes a obtener mayor experiencia laboral en el país.

El desarrollo de las cualificaciones vocacionales de los inmigrantes tendría un impacto positivo en su integración laboral. El Gobierno alemán ha adoptado algunas medidas para integrar a los inmigrantes jóvenes en el mercado laboral nacional, pero aún queda mucho por hacer. Por ejemplo, la falta de homologación de cualificaciones obtenidas en el extranjero dificulta la incorporación de los inmigrantes a un mercado de trabajo que, como el alemán, requiere de cualificaciones formales y certificadas.

Además, el nivel educativo de los inmigrantes en Alemania es significativamente más bajo que el de los nativos. Por ejemplo, un 47% de los extranjeros en Alemania sólo tiene educación secundaria o inferior (frente a 14% de los alemanes), y un 73,5% de las personas turcas o con origen turco en Berlín no cuenta con educación superior (frente a 15,3% de los alemanes). Por lo tanto, es evidente que los inmigrantes se beneficiarían de programas enfocados en su formación.

Es más, el sistema de educación alemán contribuye al bajo desempeño educativo de la segunda generación. Actualmente, los colegios ofrecen una vía de estudios secundarios inferior, intermedia, o avanzada a los alumnos tras finalizar la primaria. La segunda generación, que se enfrenta a desventajas como un bajo nivel de alemán o padres con un bajo nivel educativo, se ve encarrilada más frecuentemente que los alemanes en la vía inferior, lo que obstaculiza el desarrollo de su potencial. Asimismo, la corta jornada escolar y la baja asistencia de los hijos de inmigrantes al jardín de infancia obstaculizan el aprendizaje del idioma. Consecuentemente, un 30% de la segunda generación tiene un nivel de educación bajo (frente a 9% de los alemanes), lo que explica su estatus ocupacional inferior.

Por otro lado, la participación de las mujeres inmigrantes en el mercado laboral es baja, parcialmente debido a que la antigua política de inmigración no permitía trabajar a las esposas de inmigrantes. Y aunque la nueva legislación les brinda el mismo acceso laboral que al inmigrante principal, en el 2007 las mujeres turcas seguían con una tasa de empleo ligeramente inferior a un 40%. Dadas estas circunstancias, la creación de programas para incorporar a estas mujeres al mercado laboral resultaría en un incremento de la población económicamente activa del país y contribuiría a la igualdad de género en las comunidades inmigrantes.

Asimismo, el tipo de visado puede limitar las posibilidades de los inmigrantes de obtener empleo según la condiciones del mercado laboral. Es más, un inmigrante debe trabajar un mínimo de cinco años antes de tener derecho a trabajar en cualquier sector en igualdad de condiciones que los ciudadanos comunitarios. Consecuentemente, según el Índice de Políticas Europeas de Integración (MIPEX), los inmigrantes en Alemania tienen tan sólo un 50% de acceso al mercado laboral.

Sin embargo, el acceso de los inmigrantes a las prestaciones del Estado de bienestar es el mismo que el de los alemanes. Pero la falta de un acceso completo al mercado laboral lleva a una distorsión de este derecho ya que muchos inmigrantes acaban dependiendo de la asistencia del Estado. Las prestaciones de desempleo son la fuente primaria de ingresos de un 33,9% de los turcos en Berlín (frente a 11,6% de alemanes), y un 5,1% adicional de turcos dependen de la seguridad social (frente a 1% de alemanes). Estos datos contribuyen a que un 40,1% de alemanes piense que todos los inmigrantes desempleados deberían ser expulsados del país. No obstante, la fuente principal de ingresos de 46,6% de los turcos en Berlín proviene de sus empleos, una cifra notable si se toma en cuenta las dificultades descritas respecto al acceso al mercado laboral y el bajo nivel educativo de los inmigrantes.

Aunque es sabido, conviene recordar que las crisis económicas afectan de manera más dura a los inmigrantes. Actualmente, la tasa de desempleo de los inmigrantes en Alemania es de 14,1%, casi el doble que la de los alemanes (7,5%). Y en Berlín, si bien las personas de origen turco son las que ostentan la tasa de desempleo más alta (43,9%), la de los inmigrantes comunitarios tampoco es nada baja (30,8%). Por lo tanto, los argumentos de Sarrazin, como los de tantos otros discursos similares, carecen de base cuando achacan la situación de la economía alemana es debido a que los “turcos y árabes” no quieren contribuir al desarrollo del país: Alemania – como tantos otros países de la Unión Europea - está en crisis, y lo estaría con o sin inmigrantes.

Tatiana Ticona Salazar
Asistente del Programa Migrciones, CIDOB