Herman Van Rompuy o la “determinación tranquila”: El proceso de consolidación del nuevo presidente estable del Consejo Europeo

Nota Internacional CIDOB 14
Data de publicació: 04/2010
Autor:
Carme Colomina. Investigadora Principal CIDOB
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Notes internacionals CIDOB, núm. 14

El 19 de noviembre de 2009, minutos después de su elección, comparecían ante la prensa internacional en Bruselas el nuevo presidente estable del Consejo de la Unión Europea, Herman Van Rompuy, y la nueva Alta Representante de la Política Exterior y de Seguridad Común, Catherine Ashton, flanqueados por el presidente de turno de los 27, el primer ministro sueco, Fredrik Reinfeldt, y el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso. Al final de la comparecencia un periodista preguntó a la larga mesa de representantes de la Unión: “¿A quién de ustedes llamará a partir de ahora Barack Obama cuando quiera hablar con Europa?” Un silencio tan breve como significativo, intercambios de miradas entre los interpelados y algunas risas malintencionadas desde los bancos de la prensa, precedieron a la respuesta de Van Rompuy: “Estoy ansioso esperando la primera llamada.” Entonces aún no sospechaban que la llamada de Washington sería para comunicar la ausencia del presidente de Estados Unidos en la cumbre bilateral con la Unión Europea que debía celebrarse en primavera.

Tom Spencer, director ejecutivo del European Centre for Public Affairs, escribía a principios de año que los europeos “deberían olvidar de una vez el teléfono de Henry Kissinger”. Las relaciones exteriores ya no dependen básicamente del contacto bilateral. Hay muchos más actores en juego ya sea en Bruselas, Washington, Pekín, Nueva Delhi o Brasilia. Además, “las líneas telefónicas son del siglo XX”, ironizaba Spencer en su artículo. Cuatro meses después de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, la multiplicidad de actores de la capital comunitaria aún no han conseguido encajar en su papel. Los nuevos rostros de la Unión Europea siguen mirándose de reojo buscando su lugar en la nueva arquitectura política e institucional. La simplificación, eficacia y visibilidad que prometía el nuevo texto todavía no ha salido a escena. El Tratado de Lisboa ha encerrado finalmente los demonios internos de la reforma institucional europea. Pero el debate sobre una Europa más federal o intergubernamental ha escrito algunos nuevos capítulos durante el 2009. La Unión ha estrenado dos nuevos cargos supranacionales relevantes como el presidente estable del Consejo y la nueva “ministra” de Exteriores que deberá poner en marcha el futuro servicio diplomático europeo. El Parlamento Europeo ha prácticamente doblado su poder de codecisión pero las instituciones comunitarias sufren un desgaste ante la ciudadanía, agravado por la profunda crisis económica y la dureza de los planes de recuperación. El aumento del voto euroescéptico y la falta de transparencia en el proceso de elección de los nuevos cargos creados por el Tratado de Lisboa han empañado el discurso europeo.

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