Europa Oriental en 2015: a la hora de Moscú
La Europa Oriental postsoviética ha seguido marcada en 2015 por las consecuencias de la política rusa en Ucrania y el impacto de las sanciones occidentales resultantes. Rusia continúa siendo el principal factor externo de desestabilización regional y ha impuesto en las relaciones con todos sus vecinos la dicotomía de la confrontación geopolítica: o “nosotros”, Rusia, o “ellos”, Occidente.
Asimismo, el declive de la economía rusa ha tenido un impacto negativo en casi todas las economías de sus vecinos inmediatos. Todos ellos –excepto Azerbaiyán– son presos de su dependencia respecto a Rusia en materia energética. A las sanciones referidas se han sumado para Moscú la caída del precio de petróleo así como los costes ingentes para subvencionar la economía languideciente de Crimea y los gastos de las operaciones militares en Donbás. Sin lugar a dudas la ralentización de la economía rusa se ha hecho sentir en mayor o menor grado en los países próximos.
Por otra parte, los tres países del Cáucaso sur –Armenia, Georgia y Azerbaiyán- solo comparten como único denominador común el temor a un posible conflicto armado. Georgia prosigue su camino de acercamiento a la UE y Occidente, con su territorio mermado tras la guerra con Rusia en agosto de 2008. Y Armenia y Azerbaiyán siguen anclados en su posición inamovible en su disputa por el territorio de Nagorno-Karabaj. Armenia, sin entusiasmo, ha optado por la prioridad securitaria frente a Bakú y por ello se ha enrolado en el proyecto ruso de Unión Euroasiática. Azerbaiyán, por su parte, una de las cleptocracias más autoritarias del espacio postsoviético, no necesita a Rusia para su seguridad energética pero mantiene su vínculo formal como miembro de la Comunidad de Estados Independientes, en parte para compensar sus endebles relaciones con Occidente.
Rusia cuenta además con un poder blando, demostradamente eficaz, asentado en dos pilares: sus canales de televisión que llegan a todas partes y la posibilidad para la mayoría de los ciudadanos del área de viajar libremente a Rusia, en particular en busca de trabajo. Pero esta capacidad de influencia rusa se ve contrastada por sus crecientes dificultades económicas, que han ido socavando su potencial de intervención en otros momentos o lugares.
Maidán, un año después: Ucrania lucha en dos frentes
En Ucrania el año 2015 ha sido dominado por los dos factores que más condicionan su progresión en el proceso de reformas: la cuestión del ritmo de implementación y del calado de estas y el problema de la situación militar en la parte ocupada por los rebeldes en el Donbás. El gran desafío del país es conseguir, a pesar del coste –económico, político y en vidas humanas– del frente militar, llevar a cabo una reforma de calado del sistema político, que incluya aspectos tan fundamentales como la descentralización, la implementación de un Estado de Derecho y la lucha contra la corrupción. Por otro lado, a los ojos de la mayoría de los ciudadanos ucranianos, la intervención militar rusa ha transformado por completo el marco de referencia de sus relaciones con Rusia.
En febrero de 2015 Ucrania, Rusia, Francia y Alemania firmaron los acuerdos conocidos como Minsk II, para el cese de hostilidades en el Donbás, en un intento de reactivar los moribundos acuerdos firmados en Minsk en septiembre de 2014. En ambos casos, queda registrada la posición de fuerza de Rusia por su capacidad de bloqueo y de presión, decidiendo a su antojo el nivel de confrontación en el Donbás. Otro aspecto negativo de los acuerdos es que reconoce implícitamente al Kremlin el derecho a evaluar la reforma constitucional ucraniana. Pero para Kíev, dado además el desequilibrio de fuerzas, esta salida es un mal menor, comparado con el derrame de sangre y de recursos que representaría un frente activo. Sin embargo, a finales de noviembre se han repetido las violaciones de alto el fuego en el este de Ucrania, que han vuelto a despertar las preocupaciones acerca del futuro de Minsk II.
La supervivencia económica también está en juego, debido en particular a la merma económica que representó la pérdida de Crimea y a los gastos ineludibles del despliegue miliar en el este del país. Con todo, la situación económica ha mejorado lentamente y, de momento, el Gobierno ha conseguido ir sorteando las enormes dificultades. En agosto de 2015 Kiev consiguió alcanzar un acuerdo para la reestructuración de su deuda (estimada en unos 19.000 millones de dólares) y una rebaja del 20% del capital adeudado. El acuerdo además era vital para Kiev ya que el FMI lo consideraba una condición fundamental para seguir adelante con su apoyo financiero por cuatro años, por un total de unos 40.000 millones de dólares.
El Gobierno de coalición, formado en 2014 y considerado un elemento positivo para que nadie detente el monopolio del poder, ha sabido aprovechar la calma relativa en los combates conseguida por los acuerdos para desplegar el plan de reformas prometidas. El progreso en las reformas arroja un balance bastante positivo pero el camino que queda será aún largo y espinoso. En octubre de 2015 el Parlamento superó enmiendas a la legislación para garantizar la transparencia en la financiación de los partidos políticos y las campañas electorales, y un fiscal anticorrupción fue finalmente designado en noviembre. Previamente, el 31 de agosto de 2015, el Parlamento aprobó un paquete de leyes destinadas a la descentralización del país (una de las condiciones de los acuerdos de Minsk). Esta votación despertó las iras de grupos de derecha radicales con protestas violentas ante el Parlamento que arrojaron un saldo de cuatro policías fallecidos y numerosos heridos. Este dramático suceso, aunque sin apoyo en la opinión pública, revela hasta qué punto la cuestión es controvertida y da la medida de la determinación del Gobierno de coalición de cumplir con sus compromisos. Las elecciones locales del 25 de octubre de 2015 no han alterado el panorama político, aunque muestran la dificultad de acabar con el poder local de los oligarcas y, por ende, de su influencia en la policía nacional.
La opinión pública, por su parte, ha ido evolucionando en relación con las orientaciones en política exterior y se muestra crítica con el Gobierno sobre la marcha de las reformas. El acoso del Kremlin ha conseguido que crezca en Ucrania el apoyo a la integración en la OTAN, algo que hasta entonces era muy minoritario comparado con las aspiraciones a entrar en la UE. Casi dos tercios de la población se declaran ahora favorables a la integración en la Alianza mientras más de la mitad apoya el ingreso en la UE, de acuerdo con una encuesta realizada en julio 2015 por la Democratic Initiatives Foundation (DIF), el instituto de opinión pública más reconocido de Ucrania. De celebrarse entonces un referéndum sobre la adhesión de Ucrania a la OTAN, un total de 63,9% de los encuestados hubiera votado a favor y un 28,5% en contra, comparado con el 24,6% a favor y el 67,7% en contra de junio de 2010. El dato más significativo proviene de las regiones del este de Ucrania donde, entre julio a noviembre de 2015, el número de partidarios del ingreso en la OTAN ha aumentado del 20% al 36%, mientras que los partidarios de un Estado neutral ha caído: del 43% al 29%.
En el mismo mes, otro estudio de opinión muestra que una gran mayoría de ucranianos (54%) apoya las reformas orientadas al mercado para superar la crisis económica del país. Y una amplísima mayoría (el 65%) considera la lucha contra la corrupción como la reforma más importante. Sin embargo, los ucranianos se muestran escépticos sobre la capacidad del Gobierno de llevar a cabo los cambios en curso: frente a un 30% que confía en el éxito de estas, otro 32% alberga solo alguna esperanza y un 30% no confía en absoluto. Un dato destacable es que son las organizaciones cívicas (22%) así como la sociedad ucraniana en general (18,5%) las que reciben la mejor puntuación como motor de cambio.
El reconocimiento del papel de la sociedad civil que este estudio señala no hace sino poner en relieve uno de los fenómenos más interesantes de la Ucrania post-Maidán, a saber, la vitalidad y dinamismo de su sociedad civil, su compromiso con las reformas. Por ejemplo, la joven organización Reanimation Package of Reforms (Paquete de Reanimación de Reformas) se creó en 2014 como plataforma cívica de las principales ONG y expertos de toda Ucrania para la elaboración y aplicación de reformas clave. Ha diseñado
una verdadera hoja de ruta para orientar y controlar simultáneamente los progresos realizados y los pendientes.
En Ucrania, la presión pública es una de las principales bazas para empujar a la voluntad política en su impulso reformista. Ningún responsable político omite mencionarlo en las entrevistas para asegurar al visitante que no tiene otra elección: si no cumpliera, tendría que rendir cuentas a unos ciudadanos exigentes, organizados y muy vigilantes.
Moldova, la estrella europea en declive
Tras haber sido considerada como el alumno aventajado
de la Asociación Oriental, Moldova se ha visto sacudida en 2015 por varios problemas de fondo. Los progresos realizados en el diseño y adopción de reformas necesarias para la aproximación a la UE –en particular, en los ámbitos de justicia, seguridad y libertades públicas– se han revelado insuficientes ante la falta de voluntad política de los gobiernos autoproclamados europeístas a la hora de implementar plenamente otras reformas imprescindibles, sobre todo la lucha contra la corrupción. Pues, en el corazón de la crisis, se encuentra no haber llevado a cabo la separación entre política y negocios, es decir, la pervivencia del poder de los oligarcas y la corrupción resultante.
En abril de 2014, sus progresos permitieron a Moldova, por ejemplo, ser el primer (y hasta ahora el único) estado de la zona en conseguir que aquellos de sus ciudadanos que tuvieran pasaporte biométrico pudieran viajar a los países de la Unión Europea sin necesidad
de visado. Pero, a pesar de estos avances, en la primavera y de nuevo en septiembre de 2015, centenares de miles de ciudadanos moldavos tomaron las calles en unas protestas de dimensiones inéditas desde la independencia del país. En el centro del descontento aparecen el deterioro económico y la corrupción. El escándalo que ha sacudido el país, llamado enseguida “robo del siglo” nacional, estalló a raíz del descubrimiento de la retirada ilegal de cerca de mil millones de dólares de tres bancos privados, dos administrados y uno participado por el Banco Nacional de Moldova. Esta cantidad representa, según distintas estimaciones, un 20% del PIB de un país, que es uno de los más pobres de Europa. La crisis ha supuesto una seria depreciación de la moneda nacional y una importante reducción del valor de los ahorros, salarios y pensiones. El escándalo llevó a la caída del Gobierno y arrastró tras él a varios políticos, entre ellos, al ex primer ministro Vlad Filat, detenido en octubre en el Parlamento.
El asunto ha sacudido asimismo la frágil coalición proeuropeísta gobernante, volviendo a poner de manifiesto la captura del estado por intereses económicos oligárquicos, independientemente del Gobierno de turno. Sobre el poso de la mentalidad soviética heredada, ello ha creado una cultura política que ignora el sentido del servicio público o, en todo caso, lo desprecia. Como recuerda el destacado politólogo moldavo, Igor Butan (2015), el contexto geopolítico regional además ha tenido un papel destacado en los intentos de revertir esta situación, dividiendo el tablero político en proeuropeos y prorrusos. Así, las elecciones generales de noviembre 2014 y las locales de junio de 2015 permitieron el ascenso de partidos más prorrusos y partidarios de unirse a la Unión Euroasiática.
Un barómetro de la opinión pública, realizado en abril de 2015, indica el descontento y, a la vez, la desorientación de los ciudadanos moldavos. Preguntados sobre su preferencia por integrarse a la UE o a la Unión Aduanera (Rusia-Bielarús-Kazajstán), un 32,1% se decanta por la primera opción mientras que 50% prefiere la segunda. En cambio, tras contestar que la medida más necesaria para mejorar la situación actual es la lucha contra la corrupción, a la pregunta sobre dónde es más alta la corrupción el 42,4% responde que en Rusia y el 21,2% que en la UE.
La crisis moldava pone de manifiesto la dificultad para las prácticas democráticas de penetrar en las sociedades postsoviéticas. Y recuerda a la UE que no puede mostrar indulgencia por el hecho de que un Gobierno se declare proeuropeo. Sin reformas reales y lucha contra la corrupción este europeísmo no dejara de ser nominal y, como en el caso de Moldova, acabará aislando en la sociedad a los verdaderos defensores de valores europeos.
Bielarús, jugando a dos barajas
El 11 de octubre de 2015 Alexandr Lukashenka, el líder más soviético en el poder y el jefe de estado más longevo de toda Europa, consiguió su quinto mandato consecutivo. Pero su posición ya dista de la solidez de la que disfrutó durante tantas décadas. Su alianza estratégica estrecha con Moscú se debe a afinidades ideológicas pero, sobre todo, a su enorme dependencia energética y económica con Rusia. Aun así, a lo largo de los años las relaciones han pasado por diversas tensiones y desde la anexión de Crimea están atravesando su momento más crítico. Ello explica que, desde 2014, Lukashenka intente desplegar una diplomacia de acercamiento a la UE, multiplicando gestos de buena voluntad, y demostrar que su política exterior es realmente “multivectorial”, como dice el Gobierno de Minsk.
El distanciamiento con Moscú empieza a raíz de serias divergencias en política exterior –por mantener Minsk buenas relaciones con el Gobierno “naranja” del entonces presidente ucraniano Yushchenko y la indisciplinada Georgia del expresidente Saakashvili–. En la misma línea, Minsk se niega a reconocer la independencia de Osetia del Sur y Abjasia impuestas por el Kremlin. Y, sobre todo, no reconoce –como, de hecho, ninguno de los estados de la exURSS– la anexión de Crimea. y mantiene una postura cautelosa sobre el conflicto del Donbás.
Un desfase entre las declaraciones de Minsk y de Moscú acerca de la cuestión del establecimiento de una base aérea rusa en territorio bielorruso (y cerca de la frontera con Ucrania) dominó los medios de comunicación nacionales y extranjeros en los días anteriores y posteriores a las elecciones presidenciales, e ilustra claramente esta tensión: mientras el Kremlin anunciaba el inicio de discusiones con Minsk para este fin, el presidente bielorruso declaraba no saber nada de esta base que su país no necesitaba.
En este contexto, a partir de 2014 y durante todo 2015 el presidente Lukashenka y el Gobierno bielorruso se han convertido en el objetivo de duras críticas de círculos nacionalistas y cercanos al Kremlin. Pero el doble problema para Lukashenka es que la UE tampoco se fía de las intenciones políticas del presidente bielorruso, a saber: de su voluntad de democratización y, sobre todo, de su capacidad para llevar a cabo una política realmente independiente de Moscú. Con todo, en gesto de reciprocidad, la UE decidió tras las elecciones suspender por cuatro meses las sanciones impuestas a Bielarús desde hace años.
La situación interna bielorrusa se ha caracterizado, en efecto, por su estabilidad política interna, su economía subvencionada por Rusia y una represión sistemática de cualquier expresión de oposición o crítica al régimen. Pero la realidad económica y el pleno empleo se están deteriorando y, según encuestas independientes, la mayoría de la población cree que el país necesita reformas (el 43% de 2014 ha subido hasta el 44% en 2015 y los que consideran lo contrario siguen por debajo del 15%). Ahora el problema de Lukashenka es que un distanciamiento con el Kremlin pone en peligro su estabilidad económica y el acercamiento a la UE le obligaría a una política de apertura en su propia sociedad.
Las elecciones presidenciales de octubre de 2015 han reflejado bastante bien este dilema. La liberación de los presos políticos unos días antes de los comicios también fue interpretada como un gesto hacia Occidente. Pero a pesar de un apoyo genuino bastante amplio que le hubiera otorgado, según los especialistas, alrededor de un cómodo 60%, el régimen, incapaz de reprimir sus antiguos hábitos, se autoregala un 83,47% de votos favorables muy lejos de lo observado por los enviados de la OSCE. Así, el informe preliminar de esta organización tras las elecciones resume perfectamente la situación cuando, a la vez que reconoce “algunas mejoras específicas”, subraya “la necesidad de voluntad política para llevar a cabo un proceso de reforma integral”. Y, como recordaba a la UE la escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura en 2015, la UE no tiene que olvidar quién es Lukashenka. Algo se está moviendo en Bielarús pero, en el mejor de los casos, queda bastante camino por recorrer.
Rusia, antes militar que ignorada
El año 2015 se abre en Rusia con el asesinato, cerca del Kremlin, del líder opositor Borís Nemtsov, el de 27 de febrero, y se cierra con el derribo de un avión militar ruso por parte de Turquía el 24 de noviembre. El presidente Putin estaba muy solo el 9 de mayo 2015 en la Plaza Roja, viendo el imponente desfile militar que celebraba la victoria rusa contra la Alemania nazi: ningún jefe de Estado occidental, ni siquiera su supuestamente fiel aliado, el presidente bielorruso, a pesar de estar en Moscú el día antes, acudió. Como para plasmar el llamado “giro hacia China”, quedaba como invitado de honor el presidente chino y una muestra de su ejército, que desfiló por primera vez en Moscú.
En la situación interna solo destaca la acentuación de la política represiva contra cualquier forma de actividad o pensamiento independiente. El asesinato de Borís Nemtsov, una de las pocas figuras destacadas que le quedaba a la mermada oposición rusa, se inscribe en este marco, fuera quien fuera su autor material. El enemigo interno, los “quintacolumnistas”, se han convertido en la obsesión del poder. Es la suerte que le ha tocado, por ejemplo, al conocido centro Memorial, que investiga las violaciones de los derechos humanos, manteniendo una lista de los presos políticos en Rusia. El 6 de noviembre, Memorial ha sido incluido el registro oficial, de “agentes extranjeros” una lista de un centenar largo de organizaciones de todo tipo, como el muy prestigioso centro de opinión pública Levada. El Ministerio de Justicia acusa a Memorial de “socavar los fundamentos del orden constitucional de la Federación de Rusia” y de pedir “un cambio de régimen político” en el país.
En el ámbito exterior, Rusia ha conseguido mantener la inestabilidad de la situación en Ucrania pero sin alcanzar su meta de dividir el país y derrocar al nuevo Gobierno. Solo en vísperas de acabar 2015 el presidente Putin reconoció, por primera, vez la presencia de “personal militar” ruso en el este de Ucrania. El precio que tuvo que pagar su política ucraniana –aislamiento internacional y sanciones occidentales– finalmente envió la señal de alarma que ha obligado al Kremlin a buscar una salida al impasse en que le había metido la aventura ucraniana. Siria –y, sobre todo, su preciado aliado, el presidente al-Assad– y la organización Estado Islámico (EI), conocida también por el acrónimo árabe Daesh, brindaron a Putin la oportunidad buscada para volver posicionarse como actor internacional al que nunca se puede ignorar. Y para recordar al mundo que Rusia está siempre preparada para una respuesta militar. Sin contar que el presidente ruso detenta una ventaja importante: puede decidir por sí mismo, sin rendir cuentas ni a un parlamento ni a ningún otro órgano de control.
Apoltronado en la comodidad de sus ingentes ingresos por exportación de energía, el Kremlin ha hecho muy poco para modernizar y diversificar su economía. Las previsiones de la OCDE respecto a Rusia son muy poco alentadoras: “La economía está en recesión. La caída de los precios del petróleo, las sanciones internacionales y la fuga de capitales han reducido la inversión, el consumo interno y las importaciones. La fuerte depreciación del rublo ha situado la inflación en dos dígitos y reducido los ingresos reales, especialmente los de los más pobres”. Para crear las bases de un crecimiento potencial, la OCDE sugiere una serie de medidas tales como la lucha contra la corrupción, la reducción del papel del estado en la economía y el refuerzo de la innovación. Pero ello resultará difícil mientras Putin siga siendo el líder, porque corrupción y estatización de la economía son dos de los pilares primordiales de su poder.
Las expectativas del Kremlin de mejorar la situación económica parecen descansar ahora en un giro hacia China, simbolizado por el acuerdo bilateral firmado en mayo de 2014. Sin duda, el fortalecimiento de las relaciones con China tiene sentido estratégico. Pero el momento elegido se debe sobre todo al interés de Putin por mostrar que no está aislado internacionalmente. En el mejor de los casos Gazprom exportará 38.000 millones de metros cúbicos de gas al año a China en 2030. Es decir, alrededor de un tercio de lo que exporta al mercado europeo en 2013.
En 2015 el balance de la era Putin fué desalentador: un capitalismo monopolizado por un Estado que no está obligado a rendir cuentas, instituciones solo nominales –la Justicia, muy en particular–, una corrupción omnipresente y una relación casi feudal entre gobernante y gobernado. Una de las debilidades estructurales de Rusia reside, precisamente, en lo que parece ser su fuerza, es decir, la concentración del poder político y económico en manos del estado y, en última instancia, en manos de una sola persona. El liderazgo de Putin ha dado lugar a una desinstitucionalización del sistema que terminará socavando la capacidad del país para actuar dentro de las complejas dinámicas de la globalización.
Un balance inquietante
La guerra en Ucrania y la crisis en las relaciones de Moscú con Occidente han despertado múltiples alarmas entre todos los países del área que, con razón, se sienten vulnerables e incómodos por la posibilidad de quedar atrapados en la dicotomía a la que les somete el Kremlin. Conviene recordar, en este sentido, que, al contrario de lo que pretende el discurso oficial del Kremlin, los Acuerdos de Asociación con la UE no impiden a los países socios acordar el establecimiento de zonas de libre comercio con Rusia, China o cualquier otro país del mundo. En cambio, la Unión Euroasiática, liderada por Rusia, sí excluye para sus miembros la posibilidad de alcanzar acuerdos de libre comercio con la UE. Y, por si necesitaran más razones de inquietud, ahí están los diversos “conflictos congelados” de la zona para recordarles que Rusia es el principal productor de estos en el mundo.
Falto de estrategia real –pues su política destinada a reforzar la zona de influencia “natural” rusa en el espacio postsoviético solo ha llevado a debilitarla– pero dotado de un gran sentido de la oportunidad táctica, Putin ha conseguido con la intervención rusa en Siria, volver a recordar al mundo que es un actor ineludible. Pero “la carta de la incertidumbre” que el Kremlin está jugando solo aglutina en torno a él a todos los antidemócratas del mundo (desde las fuerzas de extrema derecha europeas a los neoconservadores norteamericanos) y plantea de forma acuciante la pregunta de hasta dónde está dispuesto a llegar. Desde su conocimiento íntimo del poder ruso, uno de los más conocidos exideólogos del Kremlin, Gleb Pavlovsky, explica en una entrevista cómo “el sistema busca al enemigo” y no puede “tolerar el compromiso como posibilidad: tiene que convertir al aliado poco fiable en enemigo.”