El emirato del Cáucaso, el otro frente de Rusia

Nota Internacional CIDOB 129
Data de publicació: 10/2015
Autor:
Marta Ter, investigadora del Observatorio Eurasia, experta en el Cáucaso Norte
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Marta Ter, Investigadora del Observatorio Eurasia, experta en el Cáucaso Norte

El auge del Estado Islámico (ISIS) está teniendo un gran impacto en el Cáucaso ruso. Desde allí centenares de combatientes han partido para unirse a las filas de la yihad armada en Siria e Irak. De los aproximadamente 23.000 extranjeros que combaten en las filas del ISIS y de otros grupos extremistas, se estima que cerca de 2.200 son ciudadanos de la Federación Rusa, provenientes mayoritariamente del Cáucaso Norte.

Esta salida de yihadistas ha debilitado al Emirato del Cáucaso, una organización terrorista de corte yihadista que opera en la región desde 2007. Por un lado, a Siria se han desplazado jóvenes norcaucásicos sin formación militar que podrían haber sido reclutados por el Emirato de haber permanecido en Rusia. Por otro lado, el Emirato se ha fracturado y buena parte de sus combatientes han jurado lealtad al ISIS. Algunos de ellos continúan en el Cáucaso ruso, luchando desde allí en nombre del Estado Islámico. Otros han abandonado Rusia para incorporarse a la yihad armada en Siria o Iraq.

Más allá del enfrentamiento entre el Kremlin y “Occidente” en torno a las consecuencias generadas por el conflicto ucraniano, la Federación Rusa tiene en su seno otro frente abierto, el Cáucaso Norte, mucho menos mediático, pero no por ello de menor relevancia para la seguridad no sólo de Rusia sino también a escala global.

Analizar el Cáucaso Norte, un lugar que reúne las condiciones idóneas para que el yihadismo gane adeptos, es por tanto importante para entender el papel que el surgimiento del Estado Islámico está jugando en la región y dilucidar qué escenarios puede generar esta convulsa región de la Federación Rusa. 

Las raíces bélicas de la insurgencia actual 

El origen de la insurgencia armada que hoy opera en el Cáucaso Norte hunde sus raíces en la primera guerra ruso-chechena, desatada tras la declaración unilateral de independencia de Chechenia, en noviembre de 1991. Aprovechando el contexto de desintegración de la URSS, en el que las quince Repúblicas Socialistas Soviéticas, integrantes de la Unión Soviética declararon su independencia, Chechenia decidió seguir el mismo camino. Pero siendo República Autónoma, o sea de rango político inferior, la Constitución de la URSS no otorgaba a Chechenia el derecho de secesión del que sí disfrutaban, al menos formalmente, las Repúblicas Socialistas.

La primera guerra ruso-chechena

Tras un período de casi inacción, el Gobierno de Yeltsin lanzó, en diciembre de 1994, una ofensiva contra Chechenia para “restaurar el orden constitucional”. La guerra se prolongó durante casi dos años, resultando devastadora para la población civil chechena. Si bien los cálculos son estimativos, en una población de un millón de personas, se contabilizaron entre 40.000 y 60.000 civiles muertos y más de 300.000 desplazados (Pape, 2012. Human Rights Watch, 1995).

El islamismo tenía un peso muy escaso dentro del movimiento independentista checheno. Cuando, en marzo de 1992, el Parlamento checheno aprobó la nueva Constitución de la Chechenia independiente, ésta seguía un modelo estándar de Constitución parlamentaria nacionalista secular (Hugues, 2007) en la que se mencionaba explícitamente la separación entre Estado y religión. Sin embargo, al poco de iniciarse la guerra, la llegada de combatientes yihadistas árabes liderados por el saudí Omar ibn al-Jattab introdujo de lleno el factor religioso en la insurgencia chechena, ajena hasta entonces a la cuestión islamista.

Al-Jattab y su batallón de yihadistas árabes, respaldados con fondos del golfo Pérsico y con amplia experiencia en combate, ganaron popularidad rápidamente entre algunos guerrilleros locales como Shamil Basáyev o Arbi Baráyev. Pero la fe salafí predicada por estos combatientes extranjeros chocaba frontalmente con el islam sufí profesado por los chechenos. Los yihadistas árabes llegaron a atacar a destacados miembros de la comunidad sufí local, por considerarla herética, y a intimidar a las mujeres por no usar velo. El radicalismo de estos salafistas llevó a la mayoría de los chechenos a percibir a los recién llegados como una amenaza a su estabilidad social.

La guerra abierta entre Rusia y Chechenia se detuvo en agosto de 1996, después de que la guerrilla chechena recuperara el control de la capital, Grozni, y de las principales ciudades de la República. El cese de las hostilidades quedó formalizado con la firma del Acuerdo de Jasaviurt el 31 de agosto de 1996. Unos meses más tarde, Aslán Masjádov, líder guerrillero de ideología moderada, se convirtió en presidente de la República de Chechenia tras unas elecciones calificadas como de libres y limpias por la misión de observación electoral de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).

La hora del salafismo

El fin de la guerra con Rusia no supuso, en absoluto, el fin de las dificultades. El gobierno del presidente Masjádov tuvo que enfrentarse a dos grandes problemas: una economía devastada y la negativa de algunos comandantes a desmantelar sus milicias. La mayor parte del territorio quedó así bajo el control de grupos guerrilleros independientes y bandas criminales que se financiaban con la venta de drogas, armas, petróleo y, fundamentalmente, con el cobro de rescates por secuestros. En algunos casos se llegaron a pagar rescates de varios millones de dólares. Un negocio enormemente lucrativo que, según sospechan diversos analistas, contaba con el apoyo de los servicios secretos rusos, en especial el Servicio Federal de Seguridad (FSB, en sus siglas en ruso), como mecanismo para socavar el poder de Masjádov. A fin de cuentas, hundir el Gobierno checheno legítimo era, en aquel momento, un objetivo común de los yihadistas y del Gobierno ruso.

Este clima de caos y violencia, sobre trasfondo de una pobreza crónica, favoreció el arraigo del fundamentalismo islámico en Chechenia. Ante el bloqueo económico ruso y el aislamiento internacional, Masjádov no pudo renunciar al apoyo financiero del mundo árabe que, en su mayor parte, llegaba a través de organizaciones salafistas. Con fondos provenientes de Qatar, Kuwait, Jordania, Egipto y Arabia Saudí, se construyeron mezquitas salafíes e internados para huérfanos similares a los que aparecieron en Pakistán durante la guerra afgana de los años ochenta (Williams, 2007). Al mismo tiempo, entraron en funcionamiento campamentos de entrenamiento militar que acogieron a jóvenes de otras partes del Cáucaso septentrional así como de países de Asia Central y Oriente Medio.

En el verano de 1999, un millar de muyahidines norcaucásicos y árabes lanzaron desde Chechenia una incursión a la vecina Daguestán con el fin de establecer allí una república islámica. Sin embargo, se topan con la resistencia de la población local, contraria a vivir en un Estado islámico independiente de Rusia, lo que ayudó a las fuerzas federales rusas a expulsar a los yihadistas, que acabaron replegándose y adentrándose de nuevo en Chechenia.

Atentados contra civiles y segunda guerra ruso-chechena

Ese mismo mes de agosto de 1999, el entonces desconocido Vladímir Putin era nombrado primer ministro –convirtiéndose así en delfín del presidente Yeltsin de cara a las elecciones presidenciales del año siguiente. El ascenso de Putin al poder marcó el inicio de una serie de cambios que resultarían decisivos para Chechenia. Un mes más tarde, en septiembre de 1999, cinco explosiones en edificios de apartamentos en Moscú y otras ciudades rusas provocan 307 muertos y el pánico entre la población. De inmediato, las autoridades rusas dirigen sus sospechas hacia el «terrorismo checheno», aunque todos los grupos armados chechenos negaron su responsabilidad en lo ocurrido. Putin prometió entonces aplicar mano dura y realizó una de sus declaraciones más famosas (y controvertidas) al asegurar que iba a «acorralar a los bandidos en la letrina y eliminarlos a todos».

El 1 de octubre de 1999 el Ejército ruso lanzó una nueva ofensiva sobre Chechenia. Lo que en un principio se describió como una operación antiterrorista dirigida solo a eliminar las bases del salafismo yihadista, se transformó pronto en una operación para recuperar el control sobre todo el territorio checheno. Las fuerzas armadas rusas emplearon masivamente artillería y bombardeos aéreos durante la campaña, lo que provocó, de nuevo, decenas de miles de muertos civiles.

A partir de la primavera de 2000, la posición del presidente Masjádov se debilitó aún más cuando algunos sectores de la guerrilla chechena, como ya ocurrió con la incursión en Daguestán de 1999, desobedecieron sus órdenes. De nuevo, los combatientes subordinados a Basáyev, contraviniendo el mandato de Masjádov, organizaron sangrientos actos terroristas en Rusia que causaron un elevado número de víctimas civiles, como el ataque al teatro Dubrovka de Moscú en octubre de 2002, o la toma de la escuela de Beslán, en Osetia del Norte, en septiembre de 2004. En marzo de 2005, los cuerpos de seguridad rusos liquidaron al presidente legítimo de Chechenia, Aslán Masjádov. Tras su muerte, las consignas del salafismo yihadista se convirtieron en hegemónicas rápidamente y por completo entre la insurgencia chechena. De esta manera, el movimiento de liberación nacional laico, que había sido el distintivo original de la insurgencia en el Cáucaso, dejó paso a una lucha plenamente yihadista. 

El Emirato del Cáucaso sustituye la insurgencia chechena

La proclamación del Emirato del Cáucaso en 2007 marca el punto de inflexión definitivo en la deriva yihadista de la insurgencia chechena. Doku Umárov, sucesor de Masjádov, abandona formalmente la lucha por la independencia de Chechenia para liderar el autodenominado Emirato del Cáucaso, un proyecto de Estado basado en la sharia que ocuparía varias repúblicas del Cáucaso Norte que forman parte de la Federación Rusa. Una de las principales características del Emirato del Cáucaso es, pues, su vocación pancaucásica y de incorporar a diferentes grupos étnicos de la zona (chechenos, ingushetios, daguestaníes, kabardos, cherkeses, karachais así como algunos azeríes y rusos convertidos al islam). Bajo su paraguas, diversas facciones se distribuyen en cinco vilayats (o provincias) que, a pesar de tener una estructura autónoma, se subordinan al Emir. 

 
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Desde su creación, el Emirato del Cáucaso ha llevado a cabo tanto operaciones de guerrilla contra las fuerzas de seguridad rusas, como atentados contra civiles. Aeropuertos, metro y otros medios de transporte en Rusia han sido, repetidamente, objetivos del terrorismo yihadista, causando centenares de víctimas mortales. Al poco de su nombramiento en junio de 2014, el emir Abu Mujammad realizó un llamamiento instando al cese inmediato de atentados terroristas contra civiles en Rusia. Esta decisión continua vigente en octubre de 2015.

La falta de liquidez es uno de los principales problemas del Emirato del Cáucaso. La financiación desde el extranjero ha menguado considerablemente desde la muerte del combatiente saudí Al-Jattab en 2002. Las guerras en Afganistán e Irak, a su vez, han absorbido la mayor parte de los fondos destinados a la yihad internacionalmente. El Cáucaso Norte se convierte así en una causa periférica de la yihad global y, en consecuencia, los insurgentes norcaucásicos se han visto abocados a buscar financiación por otras vías. El enviado especial del Kremlin en el Cáucaso Norte, Aleksander Jloponin reconocía ya en 2011, que solo el diez por ciento de la financiación del Emirato provenía del extranjero. Su principal fuente de ingresos actual es local, mediante la extorsión a hombres de negocios y a funcionarios de la región (desde policías de alto nivel hasta ministros de los gobiernos regionales). La insurgencia se financia también, aunque en menor grado, mediante el asesinato por encargo de empresarios y/o políticos rivales. En este caso, pueden funcionar como una red criminal.

El Emirato del Cáucaso se encuentra a finales de 2015 en su momento de mayor debilidad debido, fundamentalmente, a dos motivos. En primer lugar, el impacto que la guerra en Siria y, más concretamente, el Estado Islámico ha tenido en la región. En segundo lugar, los buenos resultados que las fuerzas de seguridad del Estado llevan cosechando en la lucha antiterrorista desde los meses previos a los Juegos Olímpicos de Sochi (febrero 2014) y que se han mantenido después de su celebración. La muerte casi consecutiva en 2015 de los dos líderes del Emirato, Aliaskhab Kebékov y Magomed Suleimánov, así como de otros comandantes claves de la organización, vienen a confirmar esta situación. 

Políticas antiterroristas en el Cáucaso Norte

En la última década, la política antiterrorista que el Kremlin ha aplicado en el Cáucaso Norte se ha basado fundamentalmente en dos premisas: por un lado, designar a mandatarios leales a Moscú en las zonas con mayor índice de violencia armada apoyando con millones de rublos su gestión en las repúblicas y, por otro lado, aplicando mano dura indiscriminada contra los presuntos terroristas y sus aliados. Esta estrategia ha conseguido reducir la intensidad del conflicto armado pero ha alimentado también la corrupción tanto de las élites políticas como de los cuerpos de seguridad del Estado, que actúan en la zona con total impunidad. Estas instituciones corruptas e ineficaces, unidas a la brutalidad policial y, en definitiva, la ausencia del Estado de Derecho, han abonado el terreno que sustenta la base de reclutamiento del terrorismo yihadista. 

Marco legal de la lucha antiterrorista

El marco legal de la lucha contra el terrorismo en Rusia quedó establecido en 2006. En febrero de ese año, Putin forma el Comité Nacional Antiterrorista (NAK por sus siglas en ruso), que pasa a ser dirigido por el director del FSB, siendo su segundo el Ministro del Interior de la Federación Rusa. Desde entonces, estas dos agencias controlan la lucha antiterrorista mientras que la Administración presidencial mantiene la autoridad en la toma de decisiones generales.

Poco después, en marzo de 2006, entró en vigor la Ley Federal “Sobre la oposición al terrorismo”, que establece los fundamentos legales de la lucha antiterrorista. Uno de los instrumentos descritos para combatir el terrorismo, y que ha sido ulteriormente aplicado con frecuencia en todo el Cáucaso Norte, es la Operación Antiterrorista (o KTO, en sus siglas en ruso). Según esta Ley, uno de los principios fundamentales de la lucha contra el terrorismo es asegurar y proteger los derechos y libertades básicos de las personas, así como mantener siempre la legalidad durante las operaciones antiterroristas. Pero en la práctica, durante las KTO, las agencias antiterroristas abusan de su autoridad, se extralimitan en sus funciones y gozan de una impunidad posterior que evita que sus representantes sean juzgados por los abusos cometidos.

Organizaciones defensoras de los derechos humanos como Memorial o el Comité contra la Tortura, entre otras, han denunciado de forma constante graves vulneraciones de los derechos humanos durante las KTO: asesinatos extrajudiciales, desapariciones forzosas, torturas para extraer confesiones, saqueos, castigos colectivos (quema de casas de familiares de sospechosos de pertenecer a la insurgencia), etc. Como afirma un informe sobre el Cáucaso Norte, publicado por el International Crisis Group, puede que estas medidas de mano dura hayan resultado disuasorias para algunos terroristas, pero los abusos reiterados a los derechos humanos socavan la legitimidad de las autoridades, reducen la disposición de las comunidades a cooperar y contribuyen a la radicalización de los jóvenes norcaucásicos. Incluso, el propio Anatoly Safónov, Representante Especial del Presidente de Rusia para la Cooperación Internacional en la Lucha contra el Terrorismo,afirmaba en 2011, en el Club de Militares de la Federación Rusa, que “no hay que ocultar que, a menudo, los jóvenes se unen a los insurgentes, no bajo la influencia del salafismo, sino como signo de protesta social y porque simplemente no pueden obtener justicia por medios legales.” 

Los puntos calientes del Cáucaso: Daguestán y Chechenia

Todas las repúblicas autónomas del Cáucaso Norte, altamente subsidiadas desde Moscú, están gobernadas por dirigentes que pertenecen a Rusia Unida (el partido encabezado por el presidente Putin). Ninguno de ellos ha sido elegido por medios democráticos y sufragio universal, sino que han sido designados directamente por el presidente ruso. Tres de estos dirigentes han surgido de las filas del Ejército o del Ministerio del Interior (el presidente de Ingushetia Yunus-bek Yevkúrov, el presidente de Kabardino-Balkaria Yuri Kokov, o el presidente checheno Ramzán Kadírov).

En Chechenia rige una férrea dictadura impuesta por Ramzán Kadírov desde 2007, cuando Putin lo designó presidente. Chechenia se distingue del resto de repúblicas del Cáucaso Norte porque sus estructuras de seguridad están exclusivamente formadas por ciudadanos locales (mayoritariamente ex combatientes), subordinados directamente al presidente checheno, que dirige personalmente la lucha antiterrorista, sobre todo a través de los batallones Sever, Yug y Terek. En Daguestán, aunque la violencia es más acusada que en Chechenia, el régimen político es más abierto y el conjunto de los habitantes goza de mayor libertad. A diferencia de Chechenia, en Daguestán existe una oposición política y una cierta, si bien muy limitada, libertad de prensa. En cuanto a la lucha antiterrorista, miembros del FSB federal y local, así como agentes del Ministerio del Interior, organizan casi a diario Operaciones Antiterroristas en diferentes puntos del territorio.

El balance de 2014 muestra que las zonas con mayores índices de violencia del Cáucaso Norte fueron Daguestán y Chechenia. En Daguestán se registró el 70% de los ataques yihadistas de toda la región y el mayor número de víctimas: 208 muertos y 85 heridos. En Chechenia se contabilizaron 52 muertos y 65 heridos. 

Del Cáucaso a Siria, los yihadistas del Cáucaso Norte

Durante la primera mitad de 2015 se registra la mayor caída en número de atentados y de víctimas mortales desde la creación del Emirato del Cáucaso. Esta drástica disminución se debe principalmente a la fractura interna de esta organización terrorista debido a la irrupción del ISIS y a la partida de centenares de combatientes hacia Siria e Irak.

Los primeros yihadistas norcaucásicos llegaron a Siria en 2012. Son principalmente originarios de Daguestán y Chechenia y, en menor grado, de Karachevo-Cherkesia y Kabardino-Balkaria. Al principio, casi todos se integraron en el mismo grupo, Jaish al-Muhajireen wal-Ansar, cercano al frente Al-Nusra (rama de Al Qaeda en la zona) y liderado por Umar Al-Shishani, un checheno étnico originario del valle del Pankisi en Georgia. Con el tiempo este grupo ha sufrido diversas escisiones y, en la actualidad, los norcaucásicos se reparten básicamente entre cuatro facciones principales: el Estado Islámico (ISIS) comandados por Umar Al-Shishani, que ostenta el cargo de líder militar del ISIS; Jaish Mujahireen Ansar (JMA), integrado a Al-Nusra y actualmente liderado por el saudí Muatassm Billah al-Madani; el Emirato del Cáucaso en Siria, cercano a Al-Nusrah y liderado por Salauddin Al-Shishani y finalmente Junud al Sham, cuyo emir es Muslim Al-Shishani.

Según datos oficiales rusos, en Siria e Irak se cuentan unos 2.200 combatientes de nacionalidad rusa. La lengua rusa es la tercera más usada por el ISIS en su material propagandístico, sólo por detrás del árabe y del inglés. En su esfuerzo por reclutar combatientes de Rusia y del espacio de la antigua Unión Soviética, el ISIS ha lanzado recientemente un canal de propaganda exclusivamente en ruso llamado Furat Media, ylas redes sociales rusas más populares, como Odnoklassniki (“Compañeros de clase”) o Vkontakte (“En contacto”), se han convertido en tierra fértil para los grupos radicales.

La puerta de entrada a Siria para la mayoría de los jóvenes norcaucásicos es Turquía y, según un artículo publicado recientemente en Novaya Gazeta, los servicios de seguridad rusos podrían estar apoyando activamente este éxodo de combatientes, proporcionándoles el pasaporte extranjero necesario para viajar hasta allí. El alcalde de una localidad de Daguestán explicaba a Novaya Gazeta: “En nuestro pueblo hay una persona, un negociador que, junto al FSB, ha sacado del bosque a varios comandantes del Emirato del Cáucaso y los ha enviado a unirse a la yihad fuera de Rusia. Nuestra insurgencia se ha debilitado, eso está bien. Si quieren luchar que lo hagan, pero fuera de aquí”. Lo mismo sugiere a The Economist Abas Makhmúdov, un ex miembro del Consejo Islámico de Chechenia y Daguestán, cuyo hijo ha muerto recientemente en Siria luchando por la yihad: “Makhmúdov está desconcertado porque su hijo, que tenía antecedentes penales, obtuvo el pasaporte ruso necesario para viajar al extranjero, incluso después de haber alertado a las autoridades de las intenciones de su hijo”. Asimismo, algunos predicadores islámicos de renombre en la región han viajado a Siria, animando a sus seguidores a unirse a grupos extremistas en Oriente Medio. Uno de ellos, Nadir Abu Khalid, estaba bajo arresto domiciliario en Daguestán cuando, inesperadamente, apareció en Oriente Medio jurando lealtad al ISIS.

Por último, pero no menos importante, la configuración y jerarquía del Emirato del Cáucaso también se ha visto alterada sustancialmente por el impacto del Estado Islámico. En 2014 comienzan las deserciones de algunos de sus comandantes intermedios hacia el ISIS, y esta tendencia va en aumento hasta que, en junio de 2015, los emires de las cuatro principales vilayats que conforman el Emirato del Cáucaso juran lealtad al líder del ISIS, Al Bagdadi. Éste acepta el juramento y nombra a un militante local, Abu Mohammad al-Qadari, como el nuevo emir del Cáucaso, al mismo tiempo que establece una nueva vilayat (provincia) del Estado Islámico en el Cáucaso (Vilayat Kavkaz). Desde entonces, el Emirato del Cáucaso y la rama caucásica del Estado Islámico conviven, enemistados, en las montañas del Cáucaso Norte.

Frente a este escenario, los principales desafíos a los que se enfrenta el Kremlin son tres: evitar el ulterior regreso a Rusia de los combatientes que ahora se encuentran en Oriente Medio; desactivar la presencia del ISIS en el Cáucaso Norte y, finalmente, neutralizar por completo al Emirato del Cáucaso. 

¿Una nueva estrategia de seguridad?

Con el fin de neutralizar a la insurgencia yihadista en la zona y evitar que el Cáucaso ruso continúe siendo un caldo de cultivo de radicalización entre los jóvenes, el Kremlin necesita replantearse su estrategia de seguridad, ya que el actual enfoque, basado exclusivamente en la fuerza militar y en incentivos económicos para las élites locales, ha demostrado ser ineficaz para pacificar la región. La inteligencia de los servicios secretos debería ser fundamental a la hora de frenar el regreso de los yihadistas de Oriente Medio, y más aún si, como se ha sugerido, éstos han tenido algún papel a la hora de enviar a combatientes fuera del país. La colaboración con las agencias de otros países será indispensable para afrontar este peligro. También será necesario sostener la eficacia, demostrada desde 2014, de la lucha antiterrorista. Pero para mantener la zona pacificada a medio plazo, es ineludible la implementación de una nueva estrategia de seguridad que transite del actual poder duro a otra más integradora y persuasiva. Ésta debería incluir, entre otras, medidas para combatir la corrupción y la impunidad, establecer un diálogo con la comunidad salafí y crear comisiones de ayuda para que los combatientes puedan readaptarse a la vida civil.

Este camino no es nuevo en el Cáucaso. Una apuesta más integral, no basada exclusivamente en la mano dura, ya se ha llevado a cabo con éxito en Ingushetia. En 2008 y 2009, esta pequeña república norcaucásica ocupaba el primer puesto en cuanto a violencia y ahora ha quedado prácticamente pacificada. El presidente de Ingushetia, Y.Yevkúrov, tras tomar el poder en 2008, decidió dar un vuelco a la lucha antiterrorista. Su principal estrategia fue reducir la corrupción de los cuerpos de seguridad en Ingushetia que, como en otros lugares del Cáucaso, han convertido la lucha antiterrorista en un fin en sí mismo porque les reporta grandes beneficios. Por otro lado, Yevkúrov creó comités de ayuda para desmovilizar y reinsertar a combatientes en la vida civil. Esta comisión, que cuenta con el apoyo de la ciudadanía, también monitoriza las violaciones de los derechos humanos que puedan cometer los cuerpos de seguridad durante las Operaciones Antiterroristas en Ingushetia. Así es como se ha conseguido neutralizar parcialmente el yihadismo en Ingushetia.

Con todo, Ingushetia presenta dos particularidades que han hecho posible la aplicación y posterior éxito de este enfoque: cuenta sólo con medio millón de habitantes y es monoétnica. En este sentido, Chechenia no se aleja tanto de Ingushetia pero Daguestán, con casi 3 millones de habitantes y más de 30 etnias, presenta un escenario bastante más complejo.

Sólo un enfoque multidimensional sostenido en el tiempo y centrado en las raíces del problema podría acabar con la insurgencia yihadista en el Cáucaso. Pero la estrategia del Kremlin parece decidida a seguir otro rumbo. Por tanto, se dan pocas posibilidades que permitan esperar estabilidad y seguridad en la convulsa zona del Cáucaso Norte y, por extensión, en el conjunto de la Federación Rusa. 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 

HUGHES, James. Chechnya. From Nationalism to Jihad.Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 2007, p. 65. 

Human Rights Watch Report Russia's War in Chechnya: Victims Speak Out.

January 1995. Vol. 7, No. 1. http://www.hrw.org/legacy/reports/1995/Russia.htm 

PAPE, Robert A. and FELDMAN, James K. Cutting the Fuse: The Explosion of Global Suicide Terrorism and How to Stop It. Chicago: University of Chicago Press, 2012 

WILLIAMS, Brian Glyn. Ethno-Nationalism, Islam and the State in the Caucasus: Post-Soviet Disorder. London: Routledge, 2007, p. 164.