Diplomacia internacional y Wikileaks: ¿un antes y un después?
Pere Vilanova,
catedrático de Ciencia Política de la UB
9 de diciembre de 2010 / Opinión CIDOB, n.º 92
Wikileaks es sobre todo un gran dilema, o si se prefiere un gran tema de debate social a escala global. Éste es su gran éxito, que hace de este fenómeno uno de los temas que, sin duda alguna, dominará las antologías o resúmenes de noticias del año, estos dossier que todos los medios de comunicación publican antes de que acabe diciembre. Pero sobre todo este caso plantea con toda crudeza el doble filo de los medios de comunicación actuales: han de combinar sus formatos tradicionales (periódicos y semanarios en papel, radios, televisiones, etc.), con sus respectivas versiones en Internet. Versiones digitales, que están “en abierto” y, a diferencia de aquéllos, son terreno para todo tipo de comentarios, improperios, y expresiones de nivel más bien dudoso. En otras palabras, el fenómeno Wikileaks plantea con toda claridad los nexos de continuidad y a la vez de ruptura con su precedente más famoso: los “papeles del Pentágono” que Daniel Ellsberg sacó a la luz en el New York Times en 1971 y puso contra las cuerdas a la Presidencia Nixon en relación a la guerra de Vietnam.
Hay un segundo elemento, desagradable, y es que a primeros de diciembre, concretamente el día 7, la detención del Julian Assange, el fundador del portal, por la policía británica, a petición de Suecia, alarga el culebrón Wikileaks en una dirección de dudoso gusto. Pero como los doscientos sesenta mil famosos documentos cada día dan menos de sí, el sistema/mercado de los media prolongan la ventana de oportunidad centrándose en la figura del protagonista y sus extraños y curiosos devaneos en –aparentemente—materia sexual. En realidad, los medios deberían estar centrando su atención (y preguntando en dicha dirección) en la Fiscalía de Suecia, sobre este cúmulo de casualidades. Pero hay que subrayar que, aunque obviamente tienen relación entre sí, la detención y peripecias judiciales del Sr. Assange son algo distinto de la importancia (o no tanta) de los famosos documentos filtrados.
Es interesante por ejemplo ver la confusión, que hay que suponer involuntaria, entre lo que los documentos son, lo que dicen realmente, y lo que algunos especialistas, analistas y medios de documentación afirman que dicen. Son telegramas auténticos de diplomáticos de Estados Unidos a su Capital, a Washington. En este sentido, el presidente ruso Medvedev ha estado acertado cuando ha dicho, a primeros de diciembre, no sin ironía, que no hay para tanto, y que si viéramos sus propios “telegramas”, habría algunas sorpresas.Muchos analistas y periodistas se han equivocado cuando han afirmado que, según estos telegramas, queda demostrado que el gobierno de tal o cual país, España por ejemplo, ha hecho o no ha hecho determinada cosa, y ello es aplicable al caso de los vuelos de la CIA, la muerte del periodista Couso en Irak, o lo que dice o hace tal o cual ministro. En realidad y en sentido estricto, estos telegramas (cuya autenticidad la Administración de Estados Unidos no ha negado en ningún momento) dicen que el Embajador X o Y (por ejemplo el Sr. Aguirre, anterior Embajador en Madrid) dice que el ministro o el juez o el fiscal X, Y o Z le han dicho que harán o no harán tal cosa. El manual más elemental del periodista principiante exige verificar, confirmar con la otra parte, reconfirmar con fuentes independientes. ¿Se ha hecho así? Por otra parte, la obviedad de algunos ejemplos. La Administración de EEUU espió a Ban Ki-moon. Estas cosas no se hacen, o, si se hacen, no se dicen, y, si salen, se niegan. Pero, además, es cosa sabida -pero nunca admitida—que cuando hay que cambiar al secretario general de las Naciones Unidas hay un proceso formal de selección, aprobación y nombramiento, que describe la normativa de la organización, y un proceso real, material, entre bastidores, que se resume así: si alguno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad dice que no, la propuesta no prospera. Pactan entre ellos, tanto a la alta, como a la baja. Si el anterior brilló mucho o fue bastante autónomo (por ejemplo Kofi Annan),el siguiente será de perfil más diluido. Pero, además, hay que informarse para evitar problemas embarazosos. Kurt Waldheim, ya elegido y en su cargo de secretario general, acabó admitiendo que en la segunda guerra mundial no estudiaba Medicina en Viena, sino que era un teniente de las Waffen SS muy activo en los Balcanes. Se le había olvidado. Los gobiernos árabes piden poner fin a la amenaza nuclear de Irán: es la posición oficial de todos ellos y, en teoría, de todos lo gobiernos que son miembros del Tratado de No Proliferación (es decir, todos menos India, Pakistán, Israel y Corea del Norte).
Como hemos señalado con anterioridad, hay muchos ejemplos de este tipo, y llama la atención que, hasta al menos el 8 de diciembre, la reacción en el caso español del Partido Popular ha sido estruendosamente silenciosa.
Si todo es de este calado, hay que volver la vista hacia lo que, en última instancia, es esencial. Cualquier fenómeno masivo en la red consolida su impacto mediático y su credibilidad básicamente cuando lo avalan y autentifican los medios de comunicación tradicionales, y en particular la prensa escrita. Daniel Ellsberg, sin Internet, ya lo demostró con el escándalo de los Papeles del Pentágono de 1971, cuando puso al descubierto cosas mucho más secretas y graves en relación a la guerra de Vietnam. En segundo lugar, los medios, si quieren ser responsables, y de ello depende su credibilidad, realmente han de depurar de lo que publican todos los nombres y datos concretos de personas que podrían sufrir daños irreparables, porque una cosa es la información y otra la delación. Las embajadas envían telegramas, todo el mundo lo sabe. Pero es como un juego de rol: la diplomacia se basa en reglas escritas y en reglas no escritas, en normas internacionales y en “usos y costumbres”. John Le Carré o Graham Greene venían ambos del oficio y se nota.
Wikileaks se ha marcado un tanto, pero parece claro que este episodio no marca un antes y un después de las prácticas habituales de la diplomacia. Como ha dicho crudamente el Secretario de Defensa de Estados Unidos, Robert Gates: “The fact is, governments deal with the United States because it’s in their interest, not because they like us, not because they trust us, and not because they believe we can keep secrets. Many governments deal with us because they fear us, some because they respect us, most because they need us. We are still essentially, as has been said before, the indispensable nation. So other nations will continue to deal with us.”
Es una de las confirmaciones más claras y contundentes de que los principios del llamado realismo siguen dominando (y así será por mucho tiempo) las relaciones internacionales. Lo bueno es que sus fundamentos: la razón de Estado, la relación entre ser temido o ser respetado, etc., todo esto ya lo formuló con definitivo talento y actualidad un famoso intelectual de su tiempo: Niccolo Bernardo di Machiavelli. Internet crea pocas novedades, es sobre todo un enorme multiplicadorde cualquier cosa que pase ahí fuera.