Burkina Faso y Mali expulsan a Francia: el rol del sentimiento antifrancés en el giro pro-ruso

Opinion CIDOB 763
Data de publicació: 04/2023
Autor:
Viviane Ogou Corbi, investigadora visitante junior, CIDOB
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Francia ha completado la retirada de tropas de Burkina Faso después de que el pasado 18 de enero Uagadugú decretara el final de los acuerdos de defensa suscritos por ambos países. Un episodio similar  se dio en Mali, en mayo de 2022, cuando el gobierno anuló los acuerdos de defensa con Francia denunciando “atentados flagrantes contra su soberanía nacional”. Ante la pérdida de influencia regional, Emmanuel Macron intenta un giro político para transformar las relaciones con el continente, que se traduce en un cambio de paradigma militar. 

Los golpes de Estado vividos en Mali y Burkina Faso desde 2020 han llevado a la constitución de juntas militares de tendencia antifrancesa ­­-es decir, de cuestionamiento de la política del gobierno francés en África- que ha desafiado la tradicional alianza occidental para reforzar, en cambio, sus relaciones con Rusia. En un primer momento, analistas y observadores, sobre todo en espacios de reflexión occidentales, interpretaron este giro como el resultado de la estrategia rusa de zona gris, que, a través de campañas de desinformación contra Francia y con el apoyo a los considerados nuevos hombres fuertes en estos países frágiles, buscaba combatir la influencia occidental y alimentar la inestabilidad que afecta directamente a las fronteras europeas. Sin embargo, los discursos oficiales de los nuevos gobiernos que han tomado el poder, así como el debate público, enmarcan este giro en un proceso de autonomía africana, que se traduciría en poner fin a la percibida injerencia francesa, cambiar de estrategia y reforzar alianzas con un actor que se presenta a sí mismo como capaz de ofrecer una voz alternativa para África en el escenario internacional. 

El sentimiento antifrancés resurgió en medio de la crisis multidimensional que vive el Sahel desde 2012. En todo este tiempo, las intervenciones coordinadas entre las fuerzas armadas locales y las misiones internacionales no han sido capaces de frenar el crecimiento del terrorismo yihadista y las redes de tráfico ilícito, lo que ha derivado en la perdida de territorio, el deterioro de las condiciones de vida, y el incremento del desplazamiento forzado de población. Todo ello ha resultado en movilizaciones ciudadanas que señalan como culpables a los militares franceses, a la par que a los mandatarios africanos incapaces de desplegar estructuras de gobernanza que dieran respuesta a las necesidades de la población. 

En este contexto de malestar social y manifestaciones en las calles, sectores militares, tanto en Mali como en Burkina Faso, perpetraron sendos golpes de Estado que consiguieron movilizar apoyo popular al presentarse como alternativa a la incapacidad de los gobiernos precedentes, con promesas de estabilización del país para luego dar paso a una transición hacia un gobierno civil. Sin embargo, en ambos casos se ha dado un segundo golpe de Estado por parte de otros sectores militares pro-rusos, que han institucionalizado un discurso antifrancés y han reforzado la colaboración con el Kremlin, no solo a través de estrechar relaciones bilaterales sino también contratando al polémico grupo paramilitar Wagner. 

En el caso concreto de Mali, la asociación con Rusia también tiene su origen en las crecientes tensiones entre la junta de Assimi Goïta y el Elíseo, a quienes los gobernantes africanos acusan de paternalismo y de unilateralidad en la toma de decisiones estratégicas, y con quien las Fuerzas Armadas Malienses han encontrado una compleja coordinación. Tras confirmarse la presencia del grupo paramilitar ruso Wagner en el territorio, Emmanuel Macron denunció la incompatibilidad en la presencia de ambos. Pero la junta maliense decidió no retractarse, derivando en un episodio de culpabilización mutua que terminó con la ruptura de las relaciones diplomáticas

En Burkina Faso, en cambio, no se había producido un incremento de las tensiones con el Elíseo que justificaran la terminación de los acuerdos bilaterales. En este caso, entre las motivaciones que explicarían el giro prorruso, está el interés de Ibrahim Traoré de garantizarse apoyos después del golpe militar que sustenten su gobierno, así como un cambio de estrategia de seguridad en el país que implica el reclutamiento de 50.000 personas para reforzar la lucha antiterrorista, y la vindicación de la soberanía nacional, aplaudida por los sectores populares. 

Si bien se ha atribuido a las campañas de desinformación rusas el crecimiento del sentimiento antifrancés, según diferentes estudios, ni los gobiernos, ni la sociedad civil del Sahel responden a ello en exclusiva, sino que hay otros factores influyentes. Por una parte, debe contemplarse la movilización de una sociedad civil cada vez más frustrada con la presencia francesa, a la que culpan no solo del incremento de la inseguridad sino también de mantener relaciones neocoloniales con los mandatarios locales, enriqueciéndose a costa de la población. Por otra, el impacto de la narrativa antioccidental que los grupos yihadistas usan para justificar sus acciones también ha calado en la región. 

Para confrontar esta pérdida de legitimidad, Emmanuel Macron ha desplegado una estrategia basada en el reconocimiento de episodios críticos en la historia africana, como la co-responsabilidad francesa en el genocidio de Ruanda o la masacre de los pieds-noirs en Argelia, así como el impacto que provoca el control directo de la moneda de sus excolonias. La estrategia diplomática que ha emprendido el Elíseo pasa por un compromiso para erradicar estos efectos y, entre las primeras medidas adoptadas, figura la decisión de París de apartarse de la toma de decisiones del Franco CFA – la moneda de los países del África Occidental -. Además, París también ha informado de un cambio en la estrategia militar que implicará una reducción de los efectivos desplegados en las diferentes bases militares que tiene en África, ya que la presencia de tropas es percibida como un instrumento de control, lo que acentúa el rechazo a las relaciones con Francia. 

La reemergencia de África en el escenario geopolítico internacional 

La institucionalización del movimiento antifrancés se da en un contexto muy particular: la competición global entre potencias y la invasión rusa de Ucrania. ¿Podrían Mali y Burkina Faso alejarse de Francia y la Unión Europea si no hubiese un cambio político en curso en las hegemonías de poder global? Probablemente no. 

La política de los países está condicionada por factores internos e internacionales, y en el caso de estados frágiles con una fuerte dependencia en la ayuda externa esta cuestión se magnifica, puesto que gran parte de los proyectos gubernamentales requieren de inversiones y soporte internacional. En consecuencia, sus acciones se ven condicionadas por los intereses de los financiadores, lo que a veces hace primar las prioridades extranjeras sobre las necesidades locales. 

La entrada de nuevos actores internacionales, en especial de China y Rusia, amplía las opciones disponibles para los distintos gobiernos de la región, y reduce la necesidad de seguir una hoja de ruta liberal. En el Sahel, el repliegue de Estados Unidos en el continente ha coincidido con la emergencia de potencias medio-orientales como Turquía o Arabia Saudí, y otras potencias regionales como Argelia, Nigeria e incluso Ruanda, que han incrementado inversiones o apoyo técnico tanto de forma bilateral como en los proyectos de seguridad colectiva, en especial al Sahel G5. 

En este nuevo contexto, Rusia emerge como un aliado propicio para los líderes del Sahel, que se sienten atraídos por un actor internacional que prima la unidad y estabilidad de poder frente a la democracia, y que se muestra favorable a una estrategia militar mucho más ofensiva. Además, ofrece alternativas de colaboración en diferentes sectores, no solo en el Sahel sino en países de toda África, algo aclamado por la ciudadanía, intelectuales y gobiernos debido a las asimetrías en las relaciones y los vestigios del colonialismo. En conjunto, la entrada de Rusia refuerza a las juntas militares, que justifican su modelo como necesario en medio de una gran crisis de seguridad nacional en la que peligra la supervivencia del Estado ante una colonización yihadista que se extiende a lo largo y ancho de los territorios de Mali y Burkina Faso. Sin embargo, la estrategia con Wagner en la región sigue facilitando la radicalización, y, por tanto, contribuyendo al ciclo de inestabilidad; además de no solventar el pilar de gobernanza necesario para la pacificación. 

Es en este contexto que las juntas militares de Mali y Burkina Faso se han aprovechado de una triple oportunidad: la posibilidad de cambiar de estrategia de seguridad, sortear la condicionalidad al encontrar fuentes de financiación alternativas, y mantener el apoyo de los sectores populares, que viven con frustración la presencia francesa y ven, en cambio, la asociación con Rusia como un movimiento emancipador. Por todo ello cabe cuestionarse si la estrategia de reconciliación de Emmanuel Macron será suficiente para frenar el avance del sentimiento antifrancés, y si Mali y Burkina Faso son los últimos países en sumarse al giro prorruso o, si, por el contrario, las relaciones prioritarias entre África y la Unión Europea pasarán progresivamente a ser historia.

Palabras clave: Burkina Faso, Mali, Rusia, Francia, Sahel, África, hegemonía, yihadismo, desinformación, colonización, golpe de Estado