Bielarús y Kirguizstán: dos caras de una misma moneda

Opinion CIDOB 98
Data de publicació: 12/2010
Autor:
Nicolás de Pedro, Investigador CIDOB
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Nicolás de Pedro,
Investigador CIDOB

24 de diciembre de 2010 / Opinión CIDOB, n.º 98

¿Qué estará pensando estos días el ex presidente de Kirguizstán, Kurmanbek Bakíyev? Resulta tentador imaginarlo en alguna ventana del palacio presidencial de Minsk, contemplando, acaso con nostálgica envidia, cómo su amigo y anfitrión, el presidente Lukashenko, aplasta enérgicamente las protestas contra su enésima falsificación electoral. A Bakíyev, unas protestas similares en Bishkek, le obligaron a abandonar el poder en marzo y refugiarse en Minsk, bajo la protección personal del presidente bielorruso.

En estos ocho meses, Lukashenko, por razones que se intuyen evidentes, no ha cejado en su denuncia sobre el que considera ilegítimo derrocamiento de su colega kirguiz y la connivencia internacional con las nuevas autoridades en aquel país. Pero en esta historia no sólo se cruza el destino de ambos, sino también el de las dos repúblicas exsoviéticas. Así, mientras se producían los disturbios en Minsk, se anunciaba la formación de un nuevo Gobierno en Bishkek como resultado del acuerdo, tras más de dos meses de discusiones, de tres de los cinco partidos que cuentan con representación en el nuevo Parlamento.

Bielarús y Kirguizstán son dos caras de una misma moneda. Dos aparentes extremos de un mismo contexto: el de la renqueante apertura política y la fallida democratización del espacio exsoviético. Bielarús, pese a sus altos niveles de desarrollo relativo, ha permanecido como un bastión del autoritarismo, mientras que Kirguizstán, una república remota en los confines de Eurasia, ha apostado por instaurar un régimen parlamentario, si bien en un proceso con muchas más sombras que luces.

Probablemente, la estabilidad y aparente fortaleza de Bielarús es envidada ahora por muchos en Kirguizstán, especialmente por aquellos que lo han perdido todo en el reciente ciclo de violencia interétnica en el sur y que no encuentran, pese a buscarlas, razones en las que sustentar una débil esperanza en un futuro algo mejor. Por su parte, probablemente habrá muchos entre los heridos y detenidos en Minsk que envidien la facilidad con la que se derriban los gobiernos en Bishkek y la libertad de movimientos de la que disfrutan las organizaciones ciudadanas y los partidos políticos en Kirguizstán.

Ambos países discurren aparentemente, pues, por sendas diferentes. Pero lo cierto, es que las incertidumbres que les acechan se antojan semejantes. La debilidad institucional, el nepotismo y la corrupción son lacras profundamente enraizadas en las entrañas de ambas repúblicas. El malestar de la ciudadanía y la falta de expectativas son síndromes compartidos. Así las cosas, resulta aventurado hacer proyecciones sobre el futuro de ambos. No obstante, es dudoso que Lukashenko, pese a su determinación, pueda seguir monopolizando el poder sine díe y que el nuevo Gobierno kirguiz, formado en buena parte por políticos de dudoso pasado y escasa competencia, sea capaz de reencauzar el rumbo del país.

 Por ello, y pese a las aparentes distancias entre el devenir de una y otra, tal vez no sea casual que Kirguizstán sea la única república exsoviética en la que ha repicado con cierta intensidad el eco de los disturbios en Bielarús. Desde hace unos días, un pequeño grupo de aguerridos activistas prodemocráticos se concentran frente a la embajada bielorrusa en Bishkek. Son conscientes, quizás, de que ambos procesos, aun discurriendo en paralelo, acabarán convergiendo en algún punto que marcará un avance o un retroceso en las posibilidades de éxito de un futuro democrático.

Nicolás de Pedro,
 Investigador CIDOB