Ambición institucional y política para la nueva Comisión Juncker

Opinion CIDOB 264
Data de publicació: 09/2014
Autor:
Elina Viilup, investigadora principal y Carme Colomina, investigadora asociada, CIDOB
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Elina Viilup, investigadora principal y

Carme Colomina, investigadora asociada, CIDOB

22 de Septiembre 2014 / Opinión CIDOB, nº. 264

Un nuevo ciclo político se abre en Bruselas y Jean-Claude Juncker ha decido que la Comisión Europea debe recuperar su papel central en la iniciativa política y en la defensa de un modelo -el carácter social europeo y el espíritu comunitario- maltrecho por la crisis y la imposición de la hegemonía del Consejo Europeo. El nuevo presidente comunitario se estrena con una revolución, de entrada en el diseño institucional. La nueva Comisión presenta, por primera vez, una estructura menos horizontal y más política. Juncker ha diseñado un ejecutivo con seis vicepresidentes -más la Alta Representante de la Política Exterior europea- que dirigirán grandes áreas temáticas y equipos de comisarios responsables de políticas concretas. Los vicepresidentes tendrán galones suficientes para supervisar el trabajo de sus colegas. Se erigen como las figuras políticamente más fuertes de la nueva Comisión, que deberán gestionar, además, los problemas de solapamiento entre carteras que pueda provocar la nueva distribución.

El luxemburgués se enfrenta así al riesgo de dirigir un órgano colegiado -que debe garantizar la presencia y capacidad de influencia política de los comisarios de cada uno de los estados miembros en pie de igualdad- convertido en un equipo menos colegiado (porqué establece comisarios de primera y de segunda fila) y más vertical. El atrevimiento de Juncker entronca con una idea que lleva años en discusión en cada reforma institucional: la Comisión debe empequeñecer en número para crecer en eficacia. Porque el verdadero reto de esta nueva distribución es servir a la ambición política que se requiere para recuperar capacidad de iniciativa legislativa y dar respuestas concretas a la necesidades más urgentes de la Unión.

Para ello, Juncker cumple con la promesa pronunciada en campaña electoral de “poner las políticas de crecimiento y creación de empleo en el centro de la agenda política de la nueva Comisión”, como se deduce de la anunciada distribución de carteras, con un importante foco en las políticas económicas y sociales. El nuevo jefe del ejecutivo comunitario se compromete a completar el mercado interno, mediante la eliminación de las barreras restantes, y a romper los silos nacionales en áreas tan polémicas como las telecomunicaciones, los derechos de autor, la protección de datos y el derecho de la competencia. Con el nombramiento de un vicepresidente para el mercado único digital, se eleva por primera vez la agenda digital en la lista de prioridades comunitarias. Además, Juncker está decidido a situar la energía -más concretamente la necesidad de crear una unión energética- como uno de los retos más importantes del nuevo ejecutivo. Completar el mercado interior de la energía y conseguir una mayor diversificación de las fuentes de suministro energético de la Unión formaba ya parte de la agenda política comunitaria desde que, en 2006, Rusia corto el suministro de gas a Ucrania y provocó una crisis que afectó a varios estados miembros de la UE. Sin embargo, en estos años no se han logrado grandes progresos y el compromiso de Juncker llega en un momento crucial, teniendo en cuenta que la situación geopolítica ha empeorado y continúa la fuerte dependencia energética de algunos estados miembros de la UE con Rusia.

Para este nuevo ciclo, el veterano político luxemburgués aporta su propio bagaje personal, que entronca con la tradición y los valores de la democracia cristiana clásica y su compromiso con el modelo social europeo, que algunos líderes de la Unión declararon insostenible en el momento más duro de la crisis. También aspira a reforzar su papel y su capacidad de liderazgo en la Unión Monetaria, con la intención de reformarla “teniendo siempre en mente la dimensión social de Europa", como él mismo anunció en sus prioridades de campaña. El nuevo presidente de la Comisión no esconde su intención de relajar las políticas de austeridad, tener mucho más en cuenta el impacto social de las reformas estructurales que se exijan a los estados miembros, e intensificar las políticas de creación de empleo. El paro es uno de los problemas más acuciantes de esta Unión, percibida por los ciudadanos como incapaz de revertir los costes sociales de la crisis económica.

Pero son la relaciones exteriores las grandes damnificadas de la nueva distribución política e institucional. Federica Mogherini, vicepresidenta de la Comisión y el Alta Representante de la PESC tiene aún menos experiencia que su predecesora en el cargo, Catherine Ashton, y está por ver si podrá aportar la tan necesaria visión y audacia que requiere la política exterior de la UE en este momento. La ampliación de la Unión se desdibuja y pierde peso en el nuevo reparto de carteras, y Juncker ya ha dejado claro en su encargo al comisario designado, Johannes Hahn, que no habrá ampliación durante el mandato de esta Comisión. La atención se centrará más bien en la consolidación y el fortalecimiento de los lazos con los vecinos del Sur y del Este, una misión que también dependerá de Hahn. En definitiva, el ejecutivo prioriza la recuperación económica y social, y es menos ambicioso en el terreno del liderazgo global que reclama para sí la Unión Europea, incluso si el contexto político que se vive en sus fronteras -la desestabilización en Ucrania, la llegada continua de inmigrantes y refugiados a través del Mediterráneo, o la amenaza del yihadismo en Siria e Irak- exige una mayor colaboración por parte de los Veintiocho.

A pesar del riesgo de convertirse en una Comisión más introspectiva, el comienzo es esperanzador. Juncker arranca con un golpe de timón, con la voluntad de ejercer la autoridad que corresponde y merece la Comisión Europea y con un programa político y legislativo concreto, reajustado a las necesidades de una UE que debe sanar las cicatrices de la crisis y adaptar la economía a la nueva realidad. La presencia de 18 antiguos ministros o primeros ministros en el equipo de Juncker augura también un peso político sin precedentes, necesario para el ansiado reequilibrio institucional. La propia fortaleza de Juncker y su larga experiencia en Bruselas no deberían subestimarse porqué -como ya demostró durante las tensas negociaciones con los jefes de Estado y de Gobierno previas a su nombramiento- no dudará en desafiar al Consejo Europeo cada vez que lo considere necesario.