Yasser Arafat

La muerte en París el 11 de noviembre de 2004 del histórico dirigente palestino Yasser Arafat aconteció cuando se cumplían cuatro años desde el colapso del proceso de paz iniciado con Israel en 1993, tiempo en el cual imperó en Palestina un dramático estado de guerra y asedio que le mantuvo confinado en su destrozado cuartel de Ramallah. Guerrillero y terrorista. Líder y símbolo nacional idolatrado, pero autoritario, tolerante con la corrupción y lleno de enemigos. Huésped incómodo de estados árabes. Negociador tortuoso y embajador volante de su pueblo. Político de presencia paramilitar y estadista in péctore. Superviviente por antonomasia. El fundador de Fatah, jefe indisicutible de la OLP, Premio Nobel de la Paz y presidente de la Autoridad Palestina desde 1994 sucumbió a una misteriosa enfermedad a los 75 años de edad y no llegó a ver la creación de un Estado palestino con capital en Jerusalén, meta de toda una vida de luchas desarrolladas en muchos frentes y con distintos medios.

1. Prolegómenos egipcios y creación de Al Fatah
2. Años sesenta: hacia el liderazgo de la OLP
3. La consagración del guerrillero y el Septiembre Negro jordano de 1970
4. Años setenta: la vía terrorista y los éxitos diplomáticos en pro del Estado palestino
5. Intromisión en el conflicto de Líbano y el impacto de los Acuerdos de Camp David
6. Años ochenta: las dos expulsiones de Líbano y los choques con las facciones palestinas radicales
7. Del estallido de la Intifada al viraje posibilista de 1988
8. Comienza el proceso de paz: la Conferencia de Madrid de 1991 y los Acuerdos de Oslo de 1993
9. Los hitos y los retrocesos de los tres primeros años de la Autonomía Palestina
10. Aumentan los desencuentros con Israel y las críticas internas a la gestión del rais
11. La parálisis del proceso de Oslo y la disputa de Jerusalén
12. El colapso de 2000: segunda Intifada e imposición de los extremismos
13. Violencia sin cuartel al ritmo del terrorismo palestino y el contraterrorismo israelí
14. Una guerra asimétrica y no declarada con el Gobierno de Ariel Sharon
15. La destrucción de la infraestructura de la ANP y el acorralamiento de Arafat
16. Delegación parcial de poderes a un primer ministro por prescripción de la Hoja de Ruta
17. Impugnación del liderazgo y amenazas israelíes como antesala del ocaso vital
18. Una muerte rodeada de confusión e incertidumbre


1. Prolegómenos egipcios y creación de Al Fatah

Aunque algunas fuentes palestinas hablan de Khan Younis, en Gaza, y a pesar de que él mismo siempre insistió, con escasa credibilidad, en ser oriundo de Jerusalén, la mayoría de las biografías sitúan el nacimiento de Muhammad Abdel Raouf al-Qudwa al-Husseini, que tal era su verdadero nombre, en El Cairo, el 24 de agosto de 1929, en el seno de una acomodada familia palestina de ilustre linaje y musulmana sunní, como el quinto de siete hermanos. La madre, Hamida Khalifa al-Husseini, fallecida cuando él tenía cuatro años, hacía remontar su ascendencia a Fátima, la hija del Profeta Mahoma, y, según parece, era prima carnal del Gran Muftí de Jerusalén, Muhammad Amín al-Husseini, virulento paladín del nacionalismo árabe-palestino que en la Segunda Guerra Mundial estableció con Hitler una alianza antibritánica y antijudía para proclamar el Estado árabe en Palestina. El padre, Abdel Raouf al-Qudwa, comerciante de textiles vinculado al partido de los Hermanos Musulmanes, pertenecía a una rica familia de mercaderes y terratenientes que en parte era egipcia.

Es muy probable que los padres de Arafat naciesen en Palestina y se instalasen en Egipto unos años antes de nacer él. Hay que advertir que la genealogía y las circunstancias que rodearon los años mozos del personaje nunca han sido suficientemente esclarecidas, y que quienes han intentado un ejercicio biográfico no tendencioso han solido topar con dificultades para separar el dato objetivo de la mera propaganda panegirista o denigratoria, divulgada durante décadas por partidarios y enemigos. En vida, como se apuntó arriba, Arafat gustó de alimentar su leyenda, así que tampoco facilitó las cosas a los historiadores. El joven adoptó como nombre propio Yasser, término que en árabe viene a significar sencillo o libre de complicaciones, y más tarde el apellido Arafat, que es como se llama una colina próxima a La Meca incluida en el recorrido ritual de los peregrinos que realizan el Hadj.

Su infancia discurrió en El Cairo, Jerusalén y Gaza. En la Ciudad Santa pudo tener como preceptor religioso y político a su famoso pariente materno, al menos hasta 1937, cuando Husseini huyó a Líbano en medio de la revuelta popular que él mismo había lanzado el año anterior contra el mandato británico. Las informaciones al respecto son fragmentarias y algunas fuentes ni siquiera aceptan que Husseini y Arafat tuvieran parentesco. Sea como fuere, el muchacho fue instruido en los preceptos coránicos y desde edad muy temprana tomó parte en los movimientos de resistencia contra la colonización judía y la ocupación británica, primero en los Hermanos Musulmanes y luego en el Partido Árabe de Palestina que dirigía el Gran Muftí desde el exilio.

Durante la primera guerra árabe-israelí, entre 1948 y 1949, Arafat estuvo movilizado en la Futuwah (Vanguardia de la Juventud), una brigada de combatientes palestinos organizada por Husseini a modo de brazo armado de su partido, y desempeñó tareas logísticas en las filas del Ejército egipcio. Con la derrota de los países árabes y el engrandecimiento territorial del recién nacido Estado de Israel a costa del Neguev, Galilea occidental y Jerusalén occidental, más Beer-Sheva, Ramle, Lidda y otras áreas de la Palestina central, territorios todos que habían sido adjudicados por la ONU a un, ahora inviable, Estado árabe en su plan de partición de 1947, la familia de Arafat se sumó al éxodo de refugiados palestinos (750.000 en total) que se desperdigaron por los países árabes de la región, mientras que él retornó a la capital egipcia. Atrás quedaban unas relaciones tormentosas con los partidarios del Gran Muftí, el cual había proclamado en Gaza un Estado palestino independiente que jamás vio la luz.

Hacia 1950 Arafat comenzó estudios de Ingeniería Civil en la Universidad cairota Rey Fuad, donde se reveló como un dirigente nato. En 1952, el año del golpe militar revolucionario que derrocó a la monarquía conservadora y probritánica del rey Faruk I, Arafat se afilió a la Federación de Estudiantes Palestinos (FEP), de cuya sección paramilitar se erigió en líder, y tras ser expulsado de la misma en 1953 fundó su propia organización, la Unión General de Estudiantes Palestinos (UGEP), que se vinculó a los Hermanos Musulmanes e incorporó a elementos sirios. Con el permiso del coronel Gamal Abdel Nasser, que acababa de desembarazarse del ala moderada del Consejo del Mando Revolucionario y asumido todo el poder en la flamante República de Egipto, Arafat creó células de fedayin (combatientes) y planificó ataques de tipo guerrillero y terrorista contra Israel desde la franja de Gaza, incorporada a la administración egipcia en 1949. En 1955 un hermano mayor, Badir, murió en una represalia militar israelí contra el campo de refugiados de Khan Younis.

En julio de 1956 Arafat obtuvo el título de ingeniero y fundó la Unión de Graduados Palestinos (UGP), de la que se autodesignó presidente y que le brindó la tapadera para sus actividades políticas y guerrilleras, desarrolladas en estrecha colaboración con el Ejército y los servicios de inteligencia egipcios. Profesionalmente, fue contratado por una empresa de la construcción de El Cairo. Al estallar en octubre de 1956 la segunda guerra árabe-israelí a raíz de la nacionalización por Nasser del Canal de Suez, Arafat se enroló como voluntario en el cuerpo de ingenieros del Ejército egipcio con la misión de desactivar bombas. Se asegura que tomó parte en los combates de Abukir y Port Said contra las fuerzas de invasión franco-británicas que intentaron apoderarse del Canal, y tras la contienda recibió el galón de teniente.

El debut internacional de Arafat se remonta a 1957, cuando asistió como delegado de la UGEP a una convención de estudiantes en Praga. Tras su experiencia en Checoslovaquia recaló en la ciudad alemana occidental de Stuttgart antes de afincarse en Kuwait. En el emirato del Golfo, que aún se hallaba bajo el protectorado británico, Arafat retomó sus actividades profesionales como ingeniero y pequeño empresario de la construcción. simismo, revisó su estrategia de lucha contra Israel, convencido de que la misma debían de librarla autónomamente los propios palestinos, los cuales no podían confiar en demasía en la solidaridad de los estados teóricamente aliados y no tenían otra salida que afirmar y diferenciar su especificidad nacional en el conjunto de los pueblos árabes. El problema palestino no iba a solucionarse a rebufo de la unificación política del mundo árabe, en aquellos días incierta y unos años después decididamente utópica. Arafat, además, estaba acumulando resentimiento contra Nasser porque el rais egipcio venía reprimiendo duramente a los Hermanos Musulmanes.

Consecuencia de estas conclusiones fue la creación en Kuwait en octubre de 1957, junto con sus colaboradores Jalil al-Wazir, Salah Jalaf, Jalid al-Hassan y Farouq al-Qaddumi, del movimiento Al Fatah, palabra que en árabe significa La Victoria -o La Conquista- a través de la Jihad, si bien el término es también un acrónimo invertido de la expresión Movimiento para la Liberación Nacional de Palestina (Harakat At Tahrir Al Watani Al Filastini). El programa de Fatah se resumía en tres puntos: la destrucción del Estado judío por la vía militar, el retorno a sus hogares de los refugiados de 1949 y el establecimiento de un Estado árabe en Palestina que incorporarse a Cisjordania, ahora bajo la tutela del reino hachemí de Jordania, y todo Jerusalén, su capital irrenunciable e indivisible.

Desde el principio, los rostros señeros de Fatah fueron Arafat, Wazir y Jalaf. Los tres adoptaron sendos noms de guerre compuestos con la partícula abu, que significa padre de, aunque fuera de este contexto político la fórmula es un sobrenombre tradicional árabe que toman los cabezas de familia cuando tienen a su primogénito: Arafat se hizo llamar Abu Ammar (Padre Constructor), Wazir Abu Jihad (Padre de la Jijad) y Jalaf Abu Iyad (en este caso, sí se refería al primer vástago varón). De los tres, sólo Arafat iba a sobrevivir a los numerosos atentados perpetrados por sus abundantes enemigos de dentro y fuera del campo palestino. Por otro lado, cabe señalar que su hermano menor, Fathi Arafat, pediatra de profesión, ingresó en la organización, donde alcanzaría puestos directivos al tiempo que el escaño en el Consejo Nacional Palestino antes de convertirse en presidente de la Sociedad Palestina de la Media Luna Roja.

Fatah celebró su congreso constitutivo en el Emirato el 10 de octubre de 1959 y ese mismo año Arafat viajó a Beirut para reunirse con su familia. En 1963 el partido abrió en Argel su primera oficina informativa en un país árabe. El Gobierno de Ahmed Ben Bella fue el primero en reconocer a Fatah, que hasta entonces había sido tachada de organización subversiva en Jordania, Siria y el mismo Egipto nasserista. También en 1963, Arafat se trasladó de Kuwait a Siria, donde el triunfante régimen militar-baazista del general Muhammad Amín al-Hafez le proporcionó de buena gana bases de retaguardia para las incursiones guerrilleras contra Israel. El 1 de enero de 1965 el brazo militar de Fatah, Al Asifah (La Tormenta), reivindicó su primera acción hostil contra el enemigo jurado, perpetrada en la frontera libanesa el día anterior.

Los líderes de Fatah no tardaron en percatarse del escaso fuste y de lo precario de sus valimientos internacionales. La mayoría de los gobiernos interlocutores se mostraban más interesados en hacerse publicidad anticolonial o antisionista a su costa que en empeñarse a fondo con una organización armada de liberación nacional que apenas podía picotear en la coraza de las formidables Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI), no se ubicaba bien en los esquemas geopolíticos de la Guerra Fría y no parecía dispuesta a servir de peón dócil en los tableros de ajedrez de las potencias no occidentales. Con los gobiernos de los países árabes vecinos de Israel, las relaciones iban a oscilar entre las proclamas más fraternas y las hostilidades más acérrimas.

Así, en marzo de 1964 Arafat y Abu Jihad viajaron a China Popular en busca de asistencia, pero la decepción fue grande: Mao Zedong y Zhou Enlai no se dignaron a recibirles, y el Gobierno de Beijing les dio largas sobre el dinero y las armas solicitadas. Wazir, llamado a convertirse en el cerebro de las operaciones armadas del grupo, aprovechó para empaparse de doctrina y tácticas de la guerra popular revolucionaria, y prolongó el periplo asiático en Vietnam del Norte. Luego, en febrero 1966, Arafat se encontraba en Siria cuando se produjo un violento cambio de guardia en el régimen del partido Baaz. Las nuevas autoridades baazistas adoptaron una línea radicalmente izquierdista y menos complaciente con Fatah. Así que no fue casual el estallido a los pocos días de una seria disensión en el Comité Central de Fatah con sede en Kuwait.

Un sector del partido contrario a Arafat intentó deponerle como responsable del mando militar y reemplazarle por Yussuf al-Urabi, al que los partidarios del anterior acusaban de ser un agente sirio. En mayo se produjo un enfrentamiento en el campo de refugiados a las afueras de Damasco donde tenía su cuartel la plana mayor del aparato militar de Fatah del que salió muerto Urabi, quien habría intentado dar un golpe interno. La Policía siria, siguiendo órdenes del Gobierno prosoviético de Nur ad-Din al-Atassi, arrestó y encarceló a Arafat y Wazir. En agosto, la intervención del entonces ministro de Defensa y comandante en jefe de las Fuerzas Aéreas sirias, Hafez al-Assad (irónico rescate, tratándose de un futuro mortal enemigo), devolvió la libertad a Arafat con vistas a una renovación de la alianza entre Damasco y Fatah.


2. Años sesenta: hacia el liderazgo de la OLP

En 1966 Fatah era sólo uno más entre los grupos y banderías de la resistencia palestina, y estaba lejos de prevalecer sobre los demás en cuanto a número de militantes y capacidad guerrillera, aunque sí llevaba cobrada una considerable popularidad entre las masas de refugiados. Dos años atrás, Arafat había observado con desdén la reunión en Jerusalén oriental del I Consejo Nacional Palestino (CNP), también llamado "Parlamento palestino en el exilio", del 28 de mayo al 2 de junio de 1964. La asamblea, dominada por nasseristas, comunistas y panarabistas del Movimiento Nacionalista Árabe (MNA), tenía el mandato de la Liga Árabe para fundar la primera plataforma común de los palestinos diseminados por todo Oriente Próximo y el Magreb, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), y proclamar una Ley Fundamental y una Carta Nacional Palestina, la cual declaraba ilegal el Estado de Israel y consideraba palestinos a todos los ciudadanos árabes que habían vivido en Palestina hasta 1947, así como los nacidos después de esa fecha de padre palestino, tanto dentro como fuera del país.

El abogado Ahmad ash-Shuqeiri, que había prestado servicios diplomáticos a varios gobiernos árabes, fue elegido primer presidente de la OLP el último día del I CNP, el 2 de junio, fecha que se considera el punto de partida de la organización. En agosto se estableció el Comité Ejecutivo de la OLP (CEOLP), de 14 miembros, y en septiembre la cumbre de líderes árabes de Alejandría validó a la OLP como la "depositaria de la voluntad del pueblo palestino". La OLP se dotó de una organización de masas, la Organización Popular Palestina, y de un brazo armado regular, el Ejército de Liberación Palestino (ELP), cuyos efectivos pasaron a ser reclutados y adiestrados por el Ejército sirio, en el que de hecho se encuadró como una unidad auxiliar.

Arafat consideraba que la OLP no era más que un instrumento de Nasser, cuyas ambiciones panarabistas habían incluido el manejo de los palestinos en provecho propio, y ni fue invitado a unirse ni él quiso solicitar el ingreso. Pero la Guerra de los Seis Días, o tercera guerra árabe-israelí, en junio de 1967, alteró drásticamente el status quo. Rompiendo por lo sano con los tomas y dacas de baja intensidad que se venían repitiendo desde la crisis de Suez y precaviéndose contra una hipotética agresión, Israel lanzó un ataque fulminante en tres frentes contra Egipto, Siria y Jordania, que se saldó en una espectacular victoria para sí y en un desastre para sus enemigos. El Ejército egipcio, mal adiestrado, pobremente armado y peor mandado, se hundió en el Sinaí y sufrió miles de bajas. En menos de una semana, las FDI, a las órdenes de los generales Yitzhak Rabin y Moshe Dayan, se apoderaron de Gaza y de toda la península hasta el Canal, amén de los Altos del Golán, arrebatados a Siria, y Cisjordania y Jerusalén oriental, evacuados por las fuerzas del rey Hussein. Arafat se encontraba entonces en Jerusalén, y cuando llegaron los soldados israelíes hubo de escapar a Jordania a la par que miles de sus connacionales.

Para los palestinos, la guerra de 1967 fue la segunda Nakba, la segunda catástrofe. Alrededor de 325.000 habitantes de Cisjordania, Jerusalén oriental y Gaza, muchos de los cuales ya eran refugiados de la oleada de 1949, esto es, aproximadamente un tercio del conjunto de la población árabe residente en los tres territorios –que quedaron bajo la administración marcial israelí-, huyeron inmediatamente a Jordania, Siria y Líbano, donde engrosaron los campos de refugiados ya existentes. Atrás dejaban unas propiedades que comenzaron a ser expropiadas por el Gobierno israelí.

Los regímenes de El Cairo, Damasco y Ammán habían fracasado estrepitosamente en su obligación de proteger a unos ciudadanos que pertenecían a su jurisdicción. El prestigio de Nasser, que hizo un dramático ofrecimiento de dimisión, quedó tocado irremisiblemente y Arafat supo que había llegado la hora de desasir la lucha de liberación de los palestinos, y por ende la OLP, de la tutela de los estadistas árabes. De ser necesario, los palestinos lucharían contra Israel en solitario y compensarían –quimérica pretensión- su apabullante inferioridad militar con la motivación del fedayín, su convicción de que luchaba por una causa justa, para expulsar a los judíos de una tierra que no les pertenecía y que habían ocupado ilegalmente.

La situación era propicia para el salto de Arafat al mando supremo de la resistencia palestina. Estremecida por una crisis de liderazgo y de estrategia, la OLP encajó la resignación de Shuqeiri, que el 24 de diciembre fue sustituido por Yahya Hammuda, y vio cómo se deshacía el otrora omnipresente MNA, demasiado vinculado al líder egipcio. El jefe de Fatah atizó la conmoción interna con duras críticas a la dirigencia de la OLP, en su mayoría profesionales liberales e intelectuales un tanto desconectados de la realidad que afligía a las masas palestinas, a los que acusó de haber desprestigiado el movimiento de liberación nacional e hipotecado su futuro echándose en brazos de Nasser.

Con todo, a Arafat le faltaba un gran golpe de efecto en el terreno de la acción directa que coronara la reputación combativa de su grupo y la suya en particular. Los israelíes, que ya hacía años que le tenían en el punto de mira en tanto que uno de sus máximos enemigos, se lo pusieron en bandeja. El 21 de marzo de 1968 la atención del público internacional, que hasta ahora había seguido el conflicto de Oriente Próximo como si éste consistiera únicamente en un antagonismo irreconciliable entre el Estado de Israel y los estados árabes (fundamentalmente, Egipto y Siria), fue captada por la que vino a llamarse la batalla de Al Karameh, un choque militar a campo abierto en esta localidad jordana, sede de un centro de mando de Fatah, entre las FDI y un grupo de 300 fedayines encabezados por Arafat.

Según cuentan las crónicas (no las israelíes, que pintan un cuadro de Karameh desprovisto de matices heroicos y en el que, al contrario, su protagonista no sale bien parado), Arafat y sus hombres resistieron el embate de una brigada blindada y la Aviación israelíes con la providencial ayuda de la artillería jordana, que a buen seguro impidió su aniquilación. En la furiosa refriega perecieron 28 soldados israelíes, 61 soldados jordanos y un centenar largo de combatientes de Fatah y el ELP, y, aunque la instalación de Karameh fue destruida, el grueso de la columna de Arafat salió con vida para ufanarse de las bajas infligidas al enemigo (seguramente, casi todas fueron provocadas por la artillería jordana) y cuestionar la invencibilidad de las FDI.

Los palestinos se convirtieron a los ojos del mundo en un actor de peso en el conflicto de Oriente Próximo, no ya sólo como refugiados o como tropa auxiliar de los ejércitos árabes, sino como fuerza guerrillera autónoma. En junio, Arafat realizó su primer viaje a Moscú como miembro de una delegación egipcia –su pasaporte era el de este país- y allí fue agasajado por los jerarcas del Partido Comunista. A diferencia de los chinos en 1964, los soviéticos, aunque seguían albergando dudas sobre la estrategia de Fatah, aceptaron concederle adiestramiento militar. El KGB se hizo cargo del entrenamiento de unidades especiales de fedayines en tácticas de comando.

El episodio de Karameh (término que, a mayor abundamiento, significa dignidad en árabe) puso a la OLP a los pies de Arafat y Fatah, que de la noche a la mañana vio multiplicarse su militancia por el reclutamiento masivo de jóvenes palestinos deseosos de combatir a Israel. El IV CNP, reunido en El Cairo del 10 al 17 de julio de 1968, tomó dos decisiones cruciales: el ingreso de Fatah y el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP, surgido el año anterior de las cenizas del MNA, cuyo componente panarabista reemplazó por un nacionalismo de tipo marxista revolucionario) que dirigía Georges Habash, y la revisión de la Carta Nacional, para afirmar el carácter central de la lucha armada, presentada como "la única manera de liberar Palestina", y la identidad separada del pueblo palestino, sin dejar por ello de creer en la unidad árabe, "complementaria" de la liberación nacional.

Fatah y el FPLP, el cual estaba a punto de sufrir dos escisiones de extrema izquierda (el FPLP-Comando General del prosirio Ahmad Jibril y el Frente Democrático Popular para la Liberación de Palestina –FDPLP-, luego Frente Democrático para la Liberación de Palestina –FDLP- del maoísta Najef Hawathme, alias Abu an-Nuf), recibieron la mitad de los asientos en el CNP y un rol de vanguardia en el movimiento de liberación y la revolución nacionales. El rápido ascenso de Arafat culminó en el V CNP, reunido de nuevo en El Cairo, del 1 al 4 de febrero de 1969, que le eligió, el 2 de febrero, presidente del CEOLP en sustitución de Hammuda. Antes de terminar el año, Arafat asistió a sus primeras cumbres de los jefes de Estado árabes como cabeza de la delegación palestina.


3. La consagración del guerrillero y el Septiembre Negro jordano de 1970

El nuevo hombre fuerte de la OLP adquirió una fama mundial. Los medios informativos que simpatizaban con la causa palestina le retrataban como el más genuino resistente de su pueblo. Su singular estampa de guerrillero panzudo, de barba rala y rasgos faciales desproporcionados, luciendo a veces unas gafas ahumadas, en uniforme verde oliva, pistola al cinto o subfusil al hombro, formando el signo de la victoria con los dedos y tocado casi siempre con la kefiah, el paño de algodón blanquinegro a cuadros sacado de la indumentaria tradicional palestina y que él convirtió en un símbolo identificativo, tenía remembranzas de iconos revolucionarios como el Che Guevara o Fidel Castro (por cierto, un dirigente amigo con el que sostuvo varios encuentros), aunque con menos glamour y más controversia sobre la naturaleza de su lucha guerrillera: para los israelíes, los judíos de la diáspora y los numerosos amigos del sionismo en Occidente, Arafat, en el mejor de los casos, practicaba una violencia poco escrupulosa; en el peor, se trataba de un peligroso criminal del que había que deshacerse a toda costa.

Con todo, en 1969 Arafat era visto más como un guerrillero, con toda la legitimidad que aportaba esa condición arrogada o adjudicada, que como un terrorista, en una época en que el concepto de terrorismo, practicado por subversivos, revolucionarios o gobiernos (terrorismo de Estado), no se desligaba de las motivaciones políticas que servían para justificarlo. Un gran estadista israelí, Menahem Begin, primer ministro de 1977 a 1983, a la sazón, perseguidor implacable de Arafat y partidario recalcitrante del Eretz Yisrael (el Gran Israel, en sus fronteras bíblicas, ignorando sin más ni más la realidad palestina), había comenzado su carrera política colocando bombas contra intereses británicos y haciendo volar edificios enteros antes de la independencia, y, sin embargo, ello no iba a ser óbice para que recibiera el premio Nobel de la Paz por firmar con Egipto los acuerdos de Camp David.

Palestinos y judíos llevaban décadas acusándose mutuamente de perpetrar masacres contra población civil inerme y de todo tipo de tropelías. Los dos pueblos se consideraban maltratados por la historia y esgrimían sus derechos, al parecer mutuamente excluyentes: los palestinos, a tener su propia entidad política nacional y a recuperar sus hogares y sus tierras; los israelíes, a existir como Estado sin amenazas a su seguridad.

Para el Gobierno de Israel, los palestinos eran meramente árabes sin cualidad nacional concreta que podían, bien irse a vivir a los países del entorno, bien quedarse dentro de los límites del Estado como ciudadanos israelíes (aunque, en la práctica, de segunda fila) o en los Territorios Ocupados en 1967 (complicada perspectiva, ante el proceso de expropiaciones y más desde 1977, cuando Begin levantó las restricciones a la colonización judía de Cisjordania, también llamada Judea y Samaria). Los hechos sugerían más bien que el Estado de Israel apostaba por potenciar la demografía judía en todos los territorios bajo su control, no haciendo ascos a métodos propios de una limpieza étnica o de un apartheid legal.

Por su parte, La OLP proclamaba en la Carta Nacional -que en ningún momento hacía menciones al Islam o a Dios, luego se trataba de un documento estrictamente laico- los objetivos de "repeler la agresión sionista e imperialista contra la patria árabe" y "destruir la presencia sionista en Palestina", lo que implícitamente invocaba la eliminación del Estado de Israel, en tanto que "instrumento del sionismo". Por lo que se refiere a los habitantes judíos, y únicamente aquellos que habían "residido en Palestina hasta el comienzo de la invasión sionista", la Carta les negaba cualquier atributo nacional, ya que "el judaísmo, siendo una religión, no es una nacionalidad independiente", y, por ende, eran "palestinos" a efectos de ciudadanía, que no de etnia. Se deducía por tanto que, para la OLP, los judíos emigrados de Europa desde finales del siglo XIX no tenían derecho ni a vivir allí. Para los unos, no había pueblo palestino, sino árabes israelíes, jordanos, sirios o egipcios. Para los otros, no había israelíes, sino judíos palestinos o de cualquier otra nacionalidad. En resumidas cuentas, palestinos e israelíes se desaforaban mutuamente.

Con todo, ya antes de tomar Arafat al mando del CEOLP, Fatah había matizado las proclamas de la Carta Nacional. En octubre de 1968 Abu Iyad declaró que el grupo perseguía un "Estado democrático, progresista y no sectario en el que judíos, cristianos y musulmanes convivan en paz y gocen de los mismos derechos". La glosa era importante, ya que la Carta no se pronunciaba sobre la igualdad jurídica de los habitantes de Palestina; tan sólo, establecía el libre acceso a los Santos Lugares "sin discriminación de raza, color, idioma o religión". El propio CNP avanzó en por este terreno en su V plenario, cuando se propuso construir una "sociedad democrática" para los fieles de las tres religiones monoteístas, y en el VI, del 1 al 6 de septiembre de 1969, cuando acuñó el concepto del Estado Democrático en Palestina, que era incompatible con el Estado de Israel.

Disquisiciones semánticas, que apuntaban al escenario posterior a la liberación nacional, aparte, Arafat y los suyos siguieron concentrados en golpear a Israel hasta hacerle claudicar. La OLP intensificó las operaciones de hostigamiento desde sus bastiones en la Jordania del rey Hussein y las nuevas bases adquiridas en Líbano, lo que provocaba destructivas represalias de las FDI contra ambos países, poniendo en una situación altamente comprometida a dos gobiernos que no estaba ni de lejos en condiciones de guerrear con Israel. La monarquía hachemí de Jordania, en particular, estaba resuelta a someter a su autoridad a los combatientes palestinos, unos huéspedes crecientemente díscolos e incómodos.

Antes de acoger con gran generosidad a los cientos de miles de refugiados que produjo la primera guerra árabe-israelí, la antigua Transjordania ya era el lugar de residencia permanente de un número significativo de palestinos, unos 340.000, venidos del otro lado del río Jordán hacía generaciones y que estaban perfectamente integrados en la sociedad jordana. Estos palestinos autóctonos eran unos súbditos no menos leales que los miembros de la mayoría árabe-beduina, y muchos de ellos ocupaban puestos cimeros en el servicio público y la actividad económica. Luego, en 1950, la anexión por el rey Abdallah I de Cisjordania y Jerusalén oriental incrementó la población palestina en casi un millón de personas. La Guerra de los Seis Días supuso la pérdida de ambos territorios, pero entre 250.000 y 300.000 de sus habitantes árabes huyeron a Jordania oriental.

Jordania había sido el único país árabe en otorgar la ciudadanía a todo refugiado palestino que la quisiera y el Gobierno venía esforzándose en integrar en la sociedad a este colectivo desarraigado, asimilándolo al carácter jordano, en una palabra, despalestinizándolo. En realidad, el rey Hussein no quería saber nada de un Estado palestino pegado a la frontera y sus relaciones con la OLP desde 1964 habían estado presididas por la desconfianza, cuando no por la hostilidad. Tras el desastre de junio de 1967, a su pesar, el reino se convirtió en el nuevo cuartel general de la OLP. En noviembre de 1968 huéspedes y anfitrión negociaron un acuerdo por el que los miembros de las organizaciones palestinas renunciaban a pasearse uniformados y armados, practicar controles viarios y reclutar jóvenes. El documento se convirtió en papel mojado nada más firmarse, y al despuntar 1970 la paciencia del monarca parecía a punto de agotarse.

Temeroso de las furibundas réplicas israelíes y más inquieto aún por la consolidación dentro de Jordania de un verdadero protoestado palestino, con fuerzas armadas, administración civil y liderazgo autónomos, Hussein se aprestó a desarticular las estructuras de la OLP en el reino. En febrero de 1970 comenzaron a registrarse choques entre fedayines y fuerzas del Gobierno que dejaron 300 muertos sólo en Ammán. En junio, Hussein llegó a ofrecer a Arafat nada menos que el puesto de primer ministro con tal de que renunciara a sus veleidades sediciosas, pero la propuesta parecía una finta y Arafat dijo que no.

El movimiento de liberación palestino se radicalizaba de día en día y Fatah veía cómo el FPLP –grupo obsesionado con derrocar a todo régimen árabe considerado derrotista o contemporizador con Israel, una lista negra que encabezaba la monarquía jordana-, el FDPLP y el FPLP-CG libraban una guerra por su cuenta. En 1968 el grupo de Habash, pequeño pero extremadamente agresivo, había inaugurado una táctica puramente terrorista y de enorme impacto propagandístico: el secuestro de aviones de línea, preferentemente aquellos cuyos pasajes incluían a ciudadanos israelíes o judíos europeos y estadounidenses. Además de la piratería aérea con reivindicaciones –típicamente, el canje de los rehenes por prisioneros-, el extremismo palestino se lanzó a cometer atentados con bomba contra aeropuertos de Israel y Europa occidental.

El 6 de septiembre de 1970, al cabo de varias semanas de refriegas que un precario alto el fuego había conseguido detener y cinco días después de salir con vida Hussein de un intento de magnicidio perpetrado por asaltantes no identificados, el secuestro de tres aviones occidentales por comandos del FPLP y su desvío al aeropuerto de Zarqa, al nordeste de Ammán, en pleno desierto, desató el pandemónium. Arafat protestó enérgicamente por la clara provocación de Habash y exigió la suspensión del FPLP en la OLP. Pero el día 16 Hussein decretó la ley marcial, nombró un Gobierno militar y ordenó al Ejército Real que aplastara sin contemplaciones a las fuerzas de Fatah, el ELP y el FPLP, dando lugar a choques de envergadura en Ammán y los campos de refugiados. Era el estallido del Septiembre Negro, de infausto recuerdo entre los palestinos.

Arafat fue nombrado por el CEOLP "general en jefe de las fuerzas de la revolución palestina" y unió sus fuerzas a las del FPLP para repeler la embestida del Ejército jordano, que no escatimó el empleo de artillería pesada para reducir a escombros barriadas enteras. Los combates fueron extraordinariamente cruentos y provocaron miles de víctimas, fundamentalmente entre los combatientes y los civiles palestinos, bando en el que pudieron morir hasta 10.000 personas. Para la OLP, el Septiembre Negro de 1970 fue su golpe más rudo entre la Guerra de los Seis Días y la crisis de Beirut de 1982.

La situación se complicó cuando el Ejército sirio penetró en Jordania con la intención de auxiliar a los palestinos, pero la advertencia de Israel de que estaba listo para destruir la columna blindada desde el aire empujó al mando de Damasco a ordenar la retirada (el episodio tuvo profundas repercusiones políticas para el régimen baazista sirio, y de hecho estuvo directamente relacionado con el golpe de Estado dado en noviembre por Hafez al-Assad, que había sido arrastrado a la aventura jordana contra su voluntad antes de negar el apoyo aéreo al cuerpo expedicionario de tierra).

La oportuna mediación de Nasser, alarmado ante esta verdadera guerra civil entre dos pueblos árabes hermanos que, de paso, hacía frotarse las manos de contento a Israel, consiguió traer a Arafat y a Hussein a una cumbre urgente de líderes árabes el 27 de septiembre en El Cairo, donde los dos firmaron el cese de las hostilidades y un acuerdo de principios sobre un modus vivendi básico entre jordanos y palestinos. Este último y agotador activismo hizo sucumbir al presidente egipcio, fulminado por un ataque cardíaco pocas horas después de estrechar la mano a dos dirigentes que nunca habían sido acomodaticios con sus ambiciones.

El 13 de octubre Arafat se plegó en Ammán a un documento, similar al de 1968, que precisaba las condiciones de la tenencia por la OLP de su cuartel general en Jordania: los refugiados palestinos y sus dirigentes debían acatar las disposiciones del Gobierno, desmantelar sus estructuras paralelas y no portar armas ni vestir uniformes en las áreas públicas del reino. Sin embargo, el FPLP y el FDPLP rechazaron el acuerdo e hicieron una contrapropuesta que a las autoridades de Ammán les pareció un dislate: la constitución de un Estado palestino en lugar de los estados israelí y jordano. La tregua empezó a resquebrajarse y en enero de 1971 el estado de guerra era un hecho de nuevo. En marzo, Arafat fue puesto por el VIII CNP al frente del nuevo Mando General Unificado de las Fuerzas de la Revolución Palestina, y luego, en junio, emitió por Radio Bagdad una proclama abiertamente subversiva: Hussein debía ser derrocado "para prevenir un acuerdo de paz entre Jordania e Israel".

Esto era más de lo que el monarca estaba dispuesta a tolerar, así que ordenó a su ejército que liquidara toda forma de resistencia palestina. Por otra parte, el nuevo hombre fuerte de Egipto, Anwar as-Sadat, carecía del liderazgo y la autoridad panárabes de su predecesor, así que el Gobierno de El Cairo perdió capacidad de moderación e intermediación. En julio, mientras la plana mayor de la OLP asistía en El Cairo al IX CNP, las fuerzas jordanas asaltaron las últimas posiciones del ELP y los fedayines supervivientes se desbandaron por Siria, Líbano e incluso Israel.

Derrotado y humillado, Arafat acusó al monarca hachemí de haber pactado con Israel y Estados Unidos -cuyo Plan Rogers sobre el establecimiento de un alto el fuego en firme entre árabes e israelíes seguido de la restitución de los Territorios Ocupados y la paz duradera había sido rechazado por el Gobierno laborista de Golda Meir- la liquidación de la OLP en el reino a cambio de la devolución de Cisjordania.

En su continuo peregrinar, Arafat y sus diezmadas huestes se trasladaron a Líbano, concretamente a Nabatiyé, al sur del valle de la Békaa. Esta república asomada al Mediterráneo, conocida como la Suiza de Oriente por su prosperidad comercial y el cosmopolitismo de sus clases urbanas, mantenía un delicado equilibrio interconfesional. Antes de la expulsión de Jordania ya se habían producido serios enfrentamientos armados entre fedayines y milicianos de dos partidos cristianos maronitas, el Kataeb o la Falange, de Pierre Gemayel, y el Nacional Liberal, que dirigía el ex presidente Camille Chamoun. Estas fuerzas de la extrema derecha nacionalista, antipalestina y antisiria temían que la comunidad cristiana perdiera cuotas de poder político e influencia social si la comunidad musulmana sunní admitía en su seno a los extranjeros palestinos. Otra vez, la OLP era causa de graves perturbaciones internas en un país oficialmente solidario con su causa. En Líbano, la cuestión palestina estimulaba los odios interconfesionales e iba a terminar siendo decisiva para el desencadenamiento de la guerra civil general en abril de 1975.


4. Años setenta: la vía terrorista y los éxitos diplomáticos en pro del Estado palestino

La amarga experiencia jordana, en que un gobierno árabe había descargado toda su furia contra la OLP ante la pasividad de la Liga Árabe y el resto del mundo, empujó a Arafat y sus comandantes a cambiar de táctica. Descrita por algunos comentaristas del momento como una decisión desesperada para impedir que la voz de los palestinos cayera en el vacío, Fatah se decantó por las acciones terroristas espectaculares, al estilo de las practicadas por el FPLP, para propagar su causa por el mundo y arrancar del público internacional un estado de opinión sensible con los padecimientos del pueblo palestino.

A tal fin, el partido de Arafat, que contaba con 25.000 militantes en situación de empuñar las armas, reestructuró sus fuerzas armadas en dos grupos: los fedayines propiamente dichos, varios miles de hombres encargados de librar la lucha de guerrillas en Palestina y encuadrados en Asifah, y la Organización Septiembre Negro (OSN), mandada por Abu Iyad y especializada en los atentados y los secuestros terroristas. La OSN, más conocida como simplemente Septiembre Negro, se trataba de una suborganización secreta y Arafat y sus lugartenientes negaron una y otra vez que tuviesen que ver con ella, haciendo suponer a muchos analistas que sus integrantes eran disidentes descontrolados.

Sin embargo, el Gobierno israelí, alarmado con este viraje, tenía muy claro que los activistas de la OSN no hacían más que seguir las órdenes de la plana mayor de Fatah, luego decidió recurrir a la guerra sucia. La ley del talión se aplicaría a rajatabla –en realidad, multiplicada y en brutal desproporción- y el terrorismo subversivo sería respondido por el terrorismo de Estado. En 1972 los agentes del Mossad empezaron a asesinar a representantes de la OLP en Europa y Oriente Próximo a la vez que unidades de operaciones especiales del Ejército se dedicaban a lanzar mortíferas incursiones contra campos de refugiados e instalaciones de los partidos palestinos en Líbano y Siria.

La víctima más notoria de la OSN, y de paso el objeto de su debut criminal, no fue, empero, israelí, sino árabe: el primer ministro jordano, Wasfi at-Tall, asesinado en El Cairo el 28 de noviembre de 1971 como venganza por los dramáticos sucesos de meses atrás. Para el mundo, la acción más espectacular y sangrienta de la OSN, que provocó conmoción e ira en el Estado judío, fue la toma el 5 de septiembre de 1972 por un comando de encapuchados de la villa olímpica de Munich, en plena celebración de los XX Juegos. Los ocho asaltantes mataron a dos deportistas israelíes y apresaron a otros nueve con la pretensión de intercambiarlos en Egipto por 234 correligionarios encarcelados en Israel. Terroristas y rehenes fueron trasladados en helicópteros al aeropuerto militar de Fürstenfeldbruck y allí se produjo un intento de la Policía alemana de liberar a los atletas, que acabó en tragedia: entablado el tiroteo, los palestinos detonaron una granada y dispararon a bocajarro contra los deportistas, matándoles a todos. Cinco terroristas y un policía también perecieron.

Como venganza, Israel bombardeó reductos de la OLP en Líbano y Siria, causando muchas decenas de muertos. Aunque no hizo una condena explícita, Arafat, atribulado por la cascada internacional de reacciones negativas, intentó desmarcarse del atentado de Munich declarando que "los combatientes palestinos han tomado las armas para defender su civilización, su cultura y su tierra, no para causar baños de sangre". Nunca quedó aclarado el grado de responsabilidad de Arafat en el asalto de Munich, si lo ordenó él en persona o si fue cosa de Abu Iyad, aunque cuesta creer que no estuviera al tanto de una operación que, a la postre, no le reportó ningún beneficio a la causa palestina.

El sangriento rosario de secuestros aéreos, asaltos a embajadas y atentados contra objetivos, preferentemente judíos, en diversos lugares de Oriente Próximo, África y Europa, tuvo consecuencias diversas. Por una parte, hizo que el ciudadano medio de los países occidentales identificara la lucha nacional palestina con el terrorismo puro y simple a cargo de organizaciones confusamente envueltas en fraseología marxista, algunas tan dudosamente palestinas como el misterioso y ultrarradical Ejército de la Estrella Roja, formado por japoneses y habitualmente reclutado por el FPLP para sus brutales golpes. Por otra parte, al presentarse la OSN como una entidad ambiguamente desligada de Fatah, Arafat estuvo en condiciones de recabar apoyos y reconocimientos de gobiernos y organizaciones a su estructura político-militar, que, aseguraba, luchaba honorablemente contra el enemigo sionista en la línea de los movimientos de liberación nacional que se arrogaban un papel de vanguardia en los procesos de descolonización.

Por de pronto, la decisión de Sadat en 1972 de reducir progresivamente la cooperación militar con la URSS y de aproximarse a Estados Unidos hizo que la superpotencia comunista se fijara cada vez más en países como Siria e Irak, así como en la OLP, para basar en ellos su influencia en la región. En diciembre de 1970 el primer ministro soviético, Aléksei Kosygin, había reconocido a la OLP como movimiento de liberación nacional y a los palestinos como nación. En julio de 1972 Arafat viajó a Moscú y allí se le comunicó el inicio inmediato de suministros de armas a la OLP a través de Siria.

Ahora bien, al tiempo que mantenía abiertas todas sus opciones de lucha armada, Arafat evolucionó sutilmente en el grado de exigencia de una patria palestina desde la acepción maximalista original. Como se recordará, el pronunciamiento de Fatah en 1968 y los plenarios del CNP en 1969 habían formulado la noción del Estado democrático, laico y multiconfesional en Palestina. En apariencia, esto suponía aparcar la promesa demagógica de "echar a los judíos al mar", pero, por el momento, el nuevo enfoque no les resultaba muy convincente a quienes, mayormente fuera del mundo árabe, consideraban que la extinción del Estado de Israel era una utopía.

Siendo fundamentalmente un hombre de armas, Arafat empezó a prestarle atención también a la interlocución política. El XI CNP, del 1 al 12 de enero de 1973, enfatizó la movilización de los palestinos en los Territorios Ocupados y decidió lanzar un Frente Nacional Palestino en Cisjordania y Gaza, y de paso nombró a Arafat jefe del Departamento Político de la OLP, luego puso en sus manos la gestión de los asuntos internacionales de la organización. Antes de terminar el año, la Guerra del Yom Kippur o cuarta contienda árabe-israelí, que básicamente fue un arriesgado –y, desde el punto de vista político, que no militar, exitoso- órdago de Sadat para obligar a Israel a negociar la reversión de las usurpaciones territoriales de 1967 y una paz global, no tuvo un impacto inmediato en la OLP, ya que no se produjeron movimientos de refugiados.

El 22 de octubre el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 338, que instaba a Israel, Egipto y Siria a cesar en las hostilidades y a implementar la resolución 242 del 22 de noviembre de 1967, el cual era un pronunciamiento extraordinariamente controvertido sobre los resultados de la Guerra de los Seis Días. Texto fundamental para los debates en torno al conflicto de Oriente Próximo, la resolución 242, en su versión en inglés, exigía a Israel la "retirada de territorios conquistados", frase que iba a hacer correr ríos de tinta polemista en los años siguientes. Así, Israel y Estados Unidos opinaron que la gramaticalidad no era ambigua y dieron por sentado que el Consejo no obligaba a la restitución del status quo previo a junio de 1967. De acuerdo con esta interpretación del mandato, Israel debía acometer "ajustes fronterizos menores", no más.

En cambio, los países árabes y la OLP insistieron en que el Consejo había ordenado sin lugar a dudas la retirada completa y sin excepciones, y que el determinativo los (el the que no aparecía en el documento en inglés) para referirse a los Territorios Ocupados estaba implícito en la redacción y, en cualquier caso, explícito en las versiones elaboradas en francés, español, ruso y chino.

Ciertamente, en la versión francesa aparecía el articulo, des, y puesto que el francés comparte con el inglés la cooficialidad como idiomas de trabajo en la ONU, los defensores de la segunda acepción no entendían porqué la israelo-estadounidense valía y ésta otra no. La polémica arreció cuando se supo que la frase en inglés había sido cuidadosamente escogida por Estados Unidos, que impuso esta imprecisión semántica para no perjudicar a su protegido en Oriente Próximo. La resolución 242 demandaba también que se garantizase "la inviolabilidad territorial y la independencia política de todos los estados de la zona", y no recordaba a los palestinos mas que de soslayo y sin citarlos, cuando expresaba la necesidad de "alcanzar un arreglo justo del problema de los refugiados". La OLP se quejó amargamente por esta omisión.

Mientras Egipto e Israel se disponían a negociar un acuerdo sobre la separación de tropas en el Canal, y a pesar del silencio de la resolución 338 sobre el problema palestino, Arafat y los suyos emprendían una impresionante secuencia de éxitos diplomáticos. El 28 de noviembre de 1973, en Argel, la VII Cumbre de la Liga Árabe reconoció a la OLP como la única representante del pueblo palestino, con la abstención, eso sí, de Jordania. El 22 de febrero de 1974 tomó la misma decisión la Organización de la Conferencia Islámica (OCI) con motivo de su II Cumbre, en Lahore, por iniciativa del primer ministro pakistaní, Zulfiqar Ali Bhutto.

En la VIII Cumbre de la Liga Árabe, celebrada en Rabat del 26 al 29 de octubre de 1974, el rey Hussein dio la sorpresa al aceptar el derecho del pueblo palestino a dotarse de un "poder nacional independiente bajo la dirección de la OLP, su único representante legítimo". Con este reconocimiento, el monarca jordano daba carpetazo a su propuesta del 15 de marzo de 1972, ignorada por todos los miembros de la Liga, sobre un "reino árabe panjordano" que habría integrado a Cisjordania como "provincia palestina autónoma" en un marco federal. Era el principio de la reconciliación con Arafat, aunque la superación de los resquemores mutuos iba a costar una década.

Poco antes de la cita de Rabat, la OLP, en el XII CNP, celebrado en El Cairo del 1 al 9 de junio de 1974, había insinuado la admisión de la existencia del Estado de Israel en las fronteras del plan de partición de 1947. Es lo que parecía desprenderse del programa de diez puntos aprobado en la capital egipcia, el cual contemplaba poner en marcha una "autoridad nacional palestina en cualquier parte de la Palestina liberada o que Israel evacue". Ahora bien, la OLP no renunciaba al "objetivo estratégico" de fundar el Estado democrático de Palestina a través de una "guerra de liberación".

El FPLP interpretó que Fatah y la OLP estaban dispuestos a tolerar el Estado judío tal como había sido en 1948, antes de las primeras adquisiciones territoriales, a conformarse con un "mini Estado" palestino que se iría construyendo paulatinamente y a no hacer "total" esa guerra de liberación de Palestina. Enfurecido, Habash tachó a Arafat de "traidor", sacó al FPLP del CEOLP y formó un Frente del Rechazo Palestino con el FPLP-CG bajo el paraguas protector del Irak de Hassan al-Bakr y la Libia de Muammar al-Gaddafi. En agosto, Arafat recaló en Moscú y, por primera vez, sostuvo conversaciones de carácter oficial con el Gobierno soviético. Kosygin le anunció que la URSS veía con buenos ojos el Estado palestino y que la OLP podía abrir una oficina en la capital (esto último se materializó en 1976).

Todo en un año, la potestad de los palestinos para adquirir la autodeterminación y ser representados por la OLP fue asumida sucesivamente por la Organización para la Unidad Africana (OUA) en junio, la UNESCO en octubre y, con especial significación, la Asamblea General de la ONU, que en su resolución 2535 del 10 de diciembre de 1969 ya había reafirmado los "derechos inalienables" del pueblo palestino. Semanas después de reponer, tras 22 años de omisión, la cuestión de Palestina en su agenda, el 14 de octubre de 1974 la Asamblea General reunida en su XXIX sesión aprobó la resolución 3210, por la que reconocía a la OLP como la representante legítima del pueblo palestino y le invitaba a participar en las deliberaciones sobre aquel punto.

Al cabo de un mes, el 13 de noviembre, Arafat, en su consagración internacional y protagonizando lo que habría parecido impensable hasta hacía bien poco, se dirigió al pleno de la Asamblea, uniformado y tras haber dejado en la entrada su pistola -que no la funda ni el cinturón-, e hizo la alocución más famosa de su carrera: "Vengo con el fusil del combatiente de la libertad en una mano y la rama de olivo en la otra. No dejen que la rama de olivo caiga de mi mano. Repito: no dejen que la rama de olivo caiga de mi mano". También, pidió que no se calificara de terroristas a aquellos que "luchan por la liberación de su tierra de los invasores y los colonialistas", término aquel que, al contrario, relacionó con el sionismo.

El 22 de noviembre, mediante las resoluciones 3236 y 3237, la Asamblea General, respectivamente, reconoció los derechos del pueblo palestino a la autodeterminación, la independencia y la soberanía nacionales, y al retorno de su población refugiada, y admitió a la OLP con el estatus de observador permanente. Como miembro de pleno derecho, la OLP fue admitida en la OCI el 22 de febrero de 1974, en el Movimiento de países No Alineados el 17 de agosto de 1976 y en la Liga Árabe –no dejó de causar perplejidad esta tardanza de los países supuestamente más comprensivos con las aspiraciones de los palestinos- el 9 de septiembre de 1976. Por otro lado, el 10 de noviembre de 1975 la Asamblea General resolvió que el sionismo era "una forma de racismo y de discriminación racial" y estableció el Comité sobre el Ejercicio de los Derechos Inalienables del Pueblo Palestino. Israel, Estados Unidos y otros países expresaron su consternación, pero, sin duda, se trataba de otro gran triunfo de la OLP, que tenía de su parte a los países del bloque comunista y los no alineados de África y Asia.

Aparte de los éxitos internacionales de la OLP como organización, Arafat acertó en su nueva faceta diplomática de embajador volante en el terreno intergubernamental y comenzó a ser recibido por los líderes europeos, como el canciller socialista austríaco Bruno Kreisky, con motivo de la reunión en Viena de la Internacional Socialista, el 7 de julio de 1979, o el presidente del Gobierno español Adolfo Suárez, respondiendo a la primera invitación oficial de una capital occidental, Madrid, el 13 de septiembre de 1979. Con el sueco Olof Palme tuvo un encuentro pionero en Argel el 12 de noviembre de 1973, aprovechando una escala de camino a Nueva York.

Dicho sea de paso que el de España, uno de los países más proárabes de la Europa no comunista, fue el primer gobierno occidental del continente que otorgó a la OLP el estatus diplomático, en lo que fue secundado por los gobiernos de Portugal, Austria, Francia, Italia y Grecia. Hacia mediados de 1976, la OLP había sido reconocida ya por un centenar de países, obligando a Fatah a desvincularse de las actuaciones terroristas más denigradas por la opinión pública internacional. De hecho, la OSN fue disuelta como "unidad auxiliar" en diciembre de 1974, si bien grupos de radicales ajenos a Fatah continuaron cometiendo atentados al amparo de esa etiqueta. El 17 de febrero de 1979 Arafat viajó también a Teherán, donde un triunfante ayatollah Jomeini le comunicó que el nuevo Gobierno revolucionario aupado sobre los escombros de la dictadura del sha rompía cualquier relación con Israel y brindaba un apoyo total a la causa palestina.

En la segunda mitad de la década de los setenta Arafat continuó dosificando el aperturismo programático de la OLP, aunque a costa de generar fortísimas tensiones con los sectores maximalistas. En el XIII CNP, reunido del 12 al 22 de marzo de 1977 en El Cairo, Arafat fue reelegido al frente del CEOLP y consiguió la aprobación de un plan de quince puntos que ya no otorgaba a los palestinos el monopolio del proceso de constitución del futuro Estado, toda vez que afirmaba la necesidad de trabajar conjuntamente con los israelíes que fuesen contrarios a la ocupación militar de los Territorios Ocupados y receptivos a las demandas de autodeterminación de los palestinos. Haciendo encaje de bolillos discursivo, el CNP se ratificó en el objetivo del "Estado laico y democrático en todo el territorio de Palestina", pero apostilló que se mostraría "flexible" con la formación inicial de un Estado reducido en Cisjordania y Gaza. Se trataba de un nuevo paso hacia la asunción, resignada pero realista, del hecho histórico del Estado de Israel, incluso en las fronteras existentes entre 1949 y 1967.

En enero de 1976 el representante de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU vetó un borrador de resolución avalado por la URSS y los países árabes que instaba a la creación de un Estado palestino sin menoscabo de soberanía para los países vecinos. De acuerdo con esta fórmula, la entidad palestina conviviría al lado de Israel. Al apoyar Arafat la propuesta, volvía a aceptar implícitamente la existencia del Estado judío. El 16 de marzo del año siguiente, coincidiendo con el XIII CNP, el presidente Jimmy Carter sentó un precedente en la política de Estados Unidos para Oriente Próximo al abogar por la creación de una "patria palestina", con o sin marco federal jordano, anuncio que provocó conmoción en Israel. En junio, la Comunidad Económica Europea (CEE) hizo suyo ese objetivo y el Departamento de Estado demandó la evacuación por Israel de los Territorios Ocupados.


5. Intromisión en el conflicto de Líbano y el impacto de los Acuerdos de Camp David

De todas maneras, entre los aperturismos propios y los éxitos diplomáticos por un lado, y la obtención de resultados materiales por el otro, existía un foso. La histórica visita de Sadat a Jerusalén, donde se reunió con Begin y habló ante la Knesset o Parlamento israelí, en noviembre de 1977 fue un elemento de distorsión que hizo saltar por los aires la pretendida unidad de criterio en la Liga Árabe y ajó las expectativas estatalistas de la OLP.

Desde la Guerra del Yom Kippur, el presidente egipcio venía negociando con Israel la desmilitarización del conflicto (separación de tropas, reapertura del Canal de Suez, devolución de algunas áreas del Sinaí) al tiempo que sustituía a la URSS por Estados Unidos como la superpotencia en que basar una clientela, pero, acuciado por los problemas económicos internos, optó por pasar a la negociación política de manera unilateral, sin los lastres de la Liga Árabe. Sus objetivos: recuperar el Sinaí y poner fin a un estado de guerra que resultaba ruinoso para las maltrechas finanzas nacionales; a cambio de la paz, Israel obtendría de Egipto garantías de seguridad y el reconocimiento diplomático. La estrategia antiisraelí perseguida en los últimos 30 años por la Liga Árabe era impugnada ahora precisamente por el país que había liderado e impulsado el concierto de los estados árabes, así que la audaz y arriesgadísima jugada de Sadat fue sentida en la región como un terremoto.

Poco antes del impactante viaje de Sadat a Jerusalén, Arafat se había pronunciado a favor de mantener una puerta abierta a "una solución en Oriente Próximo en la que sean reconocidos nuestros derechos". El jefe de la OLP no quería arreglos de alcance con Israel, ni multilaterales ni bilaterales, que fuesen impuestos "a expensas" de los palestinos. Esto era precisamente lo que parecía plantear la iniciativa de Sadat, cuya propuesta a Israel de otorgar una autonomía a los palestinos en los Territorios Ocupados fue rechazada automáticamente por la OLP.

La OLP se unió a Libia, Siria, Argelia y Yemen del Sur en el llamado Frente del rechazo o Frente de la Firmeza, anunciado por iniciativa de Gaddafi –el paladín de la acrimonia antiisraelí en aquellos años- en una conferencia de emergencia celebrada en Trípoli del 2 al 5 de diciembre. A Arafat, la declaración de hostilidades a Egipto y su pretensión de negociar con Israel la paz por separado le acarreó la ruptura de los contactos con la administración de Estados Unidos, pero también la disolución del Frente del Rechazo Palestino formado un trienio atrás, toda vez que el FPLP se avinó a suscribir un "documento de unidad" con las principales formaciones palestinas, y la reversión de la animosidad de Siria contra sus fuerzas en Líbano. En opinión de muchos observadores del momento, el giro hacia la moderación dado por Arafat en 1977 respondió a las presiones conjuntas de Egipto, Siria y Arabia Saudí –el principal aportador de fondos a la OLP- tras la dinámica desmilitarizadora que siguió a la Guerra del Yom Kippur y las derrotas sufridas por los fedayines en la guerra civil libanesa.

Líbano se sumergió el 13 de abril de 1975 en una conflagración a gran escala que empezó como un enfrentamiento entre milicias de, por un lado, los partidos cristianos maronitas de extrema derecha y, por el otro, las formaciones palestinas extremistas (FPLP-CG, FDLP y Saika, siendo ésta última en realidad un instrumento del partido Baaz de Siria) y sus aliados libaneses, principalmente los drusos del Partido Socialista Progresista (PSP), que lideraron Kamal Jumblatt hasta su asesinato en 1977 y luego su hijo, Walid Jumblatt, y los populares nasseristas de Mustafa Maarouf Saad. Los gobernantes civiles, el presidente cristiano Soleiman Franjieh, moderado y prosirio, y el pequeño Ejército nacional, abocado a la instrumentación sectaria y a la desintegración, se vieron incapaces de sofocar el incendio.

Fatah se involucró en la guerra a principios de 1976, después de suscribir sendas alianzas con el PSP y Amal, el partido de los shiíes prosirios que dirigía Nabih Berri. La conversión de Arafat y sus fedayines en un actor bélico inclinó ostensiblemente la balanza a favor del bando palestino-musulmán-izquierdista, pero en abril de 1976, cuando la derrota de los cristianos falangistas parecía inminente, el Ejército sirio, con el visto bueno de Franjieh, entró en tromba en el país e invirtió las tornas. Se conformó entonces la paradoja de una OLP triplemente acosada por los árabes cristianos libaneses, los árabes musulmanes sirios y el Ejército israelí.

Esta inopinada alianza era tácita y se sometía al dicho de "el enemigo de mi enemigo es mi amigo". Para Assad, guiado por sus propios intereses y ambiciones estratégicos, lo prioritario era mantener y afianzar la tutela de Siria sobre Líbano, con arreglo a una fachada de comandita interconfesional –un presidente cristiano maronita, un primer ministro musulmán sunní y un presidente parlamentario musulmán shií- y sin permitir que facción armada alguna, ya fuera palestina o falangista, adquiriera demasiado poder y trastocara el equilibrio de fuerzas.

El resto de 1976 y durante 1977, Fatah, instalado con su estado mayor alternativamente en las ciudades costeras de Sidón y Tiro, y la OLP sufrieron gravísimos quebrantos en Líbano, siendo los más mortificados los habitantes de los campos de refugiados, que, con la cobertura militar de Israel y Siria, quedaron prácticamente a merced de las milicias cristianas. En estos ataques perecieron muchos cientos de palestinos inermes. Las cosas