Vladímir Putin

(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada el 5/3/2012. Conforme a lo previsto, Vladímir Putin recibió de Dmitri Medvédev la Presidencia de la Federación Rusa el 7/5/2012, iniciando así su tercer mandato no consecutivo y, en virtud de las enmiendas constitucionales no retroactivas promulgadas el 31/12/2008, de seis años de duración. Putin fue reelegido para un segundo ejercicio sexenal, cuarto en el cómputo total de mandatos, en las elecciones del 18/3/2018 con el 77.53% de los votos. Posteriormente, Putin propuso un segundo paquete de enmiendas constitucionales que, entre otros cambios, dejaría a cero su contador de mandatos presidenciales. La reforma fue aprobada con el 78.56% de los votos en un referéndum celebrado del 25/6 al 1/7/2020, y fue firmada por Putin para su entrada en vigor el 3/7/2020. Con este nuevo marco legal, Putin podía optar a un quinto mandato en las elecciones de 2024 y a un sexto en las de 2030. Para mas información, pueden consultarse las biografías CIDOB de Mijaíl Mishustin, primer ministro desde 2020, y Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores desde 2004).

Las elecciones del 4 de marzo de 2012, en las que se proclamó ganador sin necesidad de una segunda vuelta con el 64,35% de los votos, traen de vuelta a la Presidencia de la Federación Rusa a Vladímir Putin, cuatro años después de tener que dejarla por imperativo constitucional. Culmina así la más notable operación de ingeniería política personalista de la escena internacional, cuya legalidad formal no disipa las dudas sobre su legitimidad por cuanto acontece en un marco de serias limitaciones democráticas.

La mudanza institucional, a efectuar el 7 de mayo, es la representación de una transferencia de poderes que requiere de un actor secundario y dócil: Dmitri Medvédev, el colaborador de confianza al que en 2008 Putin dejó el cargo en depósito a cambio de ser nombrado por él primer ministro y de asumir la jefatura del partido del oficialismo, Rusia Unida, puestos desde los que seguir rigiendo como el verdadero mandamás. Ahora, el conductor principal de este singular tándem se dispone a intercambiar con Medvédev unos papeles que en su caso apuntan al deseo de perpetuarse en un poder de tintes omnímodos; así, el nuevo mandato presidencial, tercero para él desde 2000, expirará en 2018 y llegado ese momento Putin, si nada tuerce el trayecto, podrá optar a la reelección por otros seis años más.


Las especulaciones, empíricamente insostenibles a esas alturas, sobre si el dúo dirigente establecido en Rusia en 2008 albergaba dos proyectos políticos bien compenetrados pero en el fondo divergentes —nacionalista e intransigente el uno, supuestamente más abierto y dialogante el otro— perdieron todo sentido en septiembre de 2011, cuando Medvédev reveló el programa de alternancia programada como una cosa de dos. Entonces, el primer ministro no tuvo ambages en confirmar que el itinerario había sido trazado cuatro años antes y el presidente reconoció ante la televisión su total subordinación al "político con más autoridad del país".

Las denuncias opositoras de fraude en las elecciones legislativas del 4 de diciembre, que erosionaron la hegemonía parlamentaria de Rusia Unida, dieron lugar al mayor movimiento de protesta en casi dos décadas. El primer desafío popular serio a un régimen que hasta entonces sólo había hecho frente a minúsculas manifestaciones de disidentes rápidamente disueltas por la Policía obligó al oficialismo a hacer alguna concesión apaciguadora y a tomarse en serio la campaña de unas presidenciales concebidas como plebiscito. De esta manera, el Ejecutivo envió a la Duma un paquete de reformas políticas que en parte revierten las restricciones electorales adoptadas años atrás, aunque no por ello se ha dejado de vetar candidaturas molestas, como la del liberal Yavlinski. En sus mítines, Putin ha movilizado con brío a sus numerosísimos seguidores y ha retomado las arengas contra Occidente, al que advierte, después de haber dado el brazo a torcer en Libia, que no intervenga para detener el baño de sangre en Siria.

ORIGENES Y ASCENSOEx oficial del KGB ducho en las labores de inteligencia y luego prohijado político del alcalde Anatoli Sobchak en su San Petersburgo natal, Putin desembarcó en la administración del Kremlin en 1996, poniéndose a las órdenes de Borís Yeltsin. El primer presidente de la Rusia independiente dispuso para él un ascenso vertiginoso en el escalafón, promoción tanto más fulgurante por tratarse de un virtual desconocido. En 1998 le puso a dirigir el Servicio Federal de Seguridad (FSB, la agencia sucesora del KGB) y en agosto de 1999 le nombró primer ministro.

Putin, lugarteniente de absoluta fidelidad y marcado sigilo, se convirtió de esta manera en el heredero presidencial, frente a otras opciones descartadas, de un Yeltsin provecto, enfermo y tendente a las decisiones erráticas. Los conciliábulos y las intrigas en la cúpula envolvieron la unción por Yeltsin de Putin, tan sorprendente en su momento. Todo indica que fue el fruto de un consenso entre La Familia, el clan de allegados que influía decisivamente en el mandatario, un grupo de jerarcas del aparato de seguridad y el círculo de reformistas liberales, todos los cuales salieron al paso de las posibilidades sucesorias de dirigentes como Yuri Luzhkov, el alcalde de Moscú, y el ex primer ministro Yevguieni Primákov.

En septiembre de 1999, las masacres terroristas —de autoría nada clara— en los bloques de apartamentos moscovitas y una incursión guerrillera en Daguestán brindaron la justificación para la invasión a sangre y fuego de la rebelde Chechenia, fulminante operación militar que debía impulsar las opciones electorales del delfín del Kremlin. El último día del año, Yeltsin, por sorpresa, presentó la dimisión y transmitió el mando en funciones a su jefe del Gobierno. En febrero de 2000 el Ejército reconquistó Grozny y en marzo siguiente Putin, aureolado como el reparador del orden federal tras la desastrosa primera guerra de Chechenia (1994-1996, saldada con la soberanía de facto de esta república), ganó la elección presidencial con el 53% de los votos. Las suposiciones de que con Putin, destacado exponente de los siloviki, los "hombres de fuerza" bregados en la época soviética, un nuevo estilo y hasta un nuevo régimen, más sólido y enérgico, se abrían paso en esa Rusia debilitada por la caótica transición y el reguero de humillaciones de los noventa no tardaron en confirmarse.

EL ESTRENO PRESIDENCIALEl accidente del submarino nuclear Kursk fue un revés efímero para el debutante, que, marcando el contraste con su predecesor, restauró algunos símbolos de la URSS, se deshizo de la camarilla yeltsinista, reforzó la autoridad central sobre los sujetos de la Federación —en adelante, el Kremlin nombró y cesó a presidentes y gobernadores regionales a su entera discreción— y formuló una doctrina de defensa nacional más proactiva. No menos importante, empezó a actuar contra los omnipresentes oligarcas, avispados negociantes enriquecidos en las corruptas privatizaciones de la anterior etapa y cuyas alas, económicas y políticas, Putin estaba resuelto a cortar.

Los magnates de la industria, las finanzas y las comunicaciones que osaban oponérsele o que simplemente no tenían cabida en su proyecto de monopolizar el poder fueron anulados a golpe de expropiación y procedimiento judicial. De manera sucesiva, Borís Berezovski, Vladímir Gusinski y Mijaíl Jodorkovski, los hombres más ricos del país, vieron arrebatados sus imperios empresariales y no tuvieron más opciones que el exilio (los dos primeros) o la prisión como reos de delitos económicos (el tercero, sometido a un régimen carcelario digno de los disidentes en la época del Gulag).

En 2003, la campaña de acoso y derribo contra Jodorkovski y la compañía petrolera de su propiedad, Yukos, en ese momento la primera empresa de Rusia, provocó la queja del primer ministro, Mijaíl Kasyánov, un gestor solvente alabado desde el exterior, responsable de éxitos macroeconómicos tales como el equilibrio presupuestario y la amortización de la deuda externa, así como artífice de la modernización de los códigos sectoriales, del impuesto único y no progresivo sobre la renta del 13% y de una amplia bajada del impuesto de sociedades. La reacción de Putin fue, a principios de 2004, destituirle. A partir de entonces, el presidente se aseguró de que sus primeros ministros, Mijaíl Fradkov y desde 2007 Víktor Zubkov, fueran tecnócratas sumisos y sin ambiciones políticas.

Simultáneamente, Putin se empeñó en aplastar los focos de resistencia insurgente en Chechenia, equiparando el secesionismo al puro terrorismo, al tiempo que devolvía el gobierno local a unas autoridades leales a la Federación. El trágico desenlace de la crisis de los rehenes del teatro Dubrovka en 2002 y el atentado suicida contra el metro de Moscú de febrero de 2004, perpetrados por sendos comandos chechenos, no empañaron, todo lo contrario, la imagen de Putin como un comandante inflexible que no negociaba con quienes debían elegir entre rendirse o ser aniquilados. En el verano de 2004, las voladuras de los dos aviones de pasajeros Túpolev y la horrible y confusa matanza en la escuela de Beslán reafirmaron a Putin en su guerra a muerte contra el terrorismo.

La rebeldía chechena, últimamente dominada por la facción más extremista, quedó decapitada, pero la subversión antirrusa, impregnada de ideología wahhabí, extendió su radio de acción a toda la región norcaucásica, sumiendo en la violencia las repúblicas de Osetia del Norte, Daguestán, Ingushetia y Kabardino Balkaria, así como el krai de Stávropol. En 2007 el desafío armado a Moscú en el mediodía islamista de la Federación Rusa adoptó el nombre de Emirato del Cáucaso. En 2009 el Kremlin dio por concluida la "operación antiterrorista" en Chechenia, pero los atentados no desaparecieron.

La mano dura contra separatistas, terroristas y oligarcas díscolos, junto con el crecimiento económico sostenido, la estabilidad del rublo y la percepción por muchos ciudadanos de que su calidad de vida estaba mejorando, garantizaron a Putin el señorío electoral. En las legislativas de 2003 Rusia Unida, surgida en 2001 de la fusión de Unidad (el anterior partido del Kremlin) y Patria-Toda Rusia (el bloque de Primákov y Luzhkov), arrebató el primer puesto al Partido Comunista y rozó la mayoría absoluta, asegurada de todas maneras gracias al apoyo de los grupos parlamentarios acomodaticios, mientras que en las presidenciales de marzo de 2004 el aspirante a la reválida conquistó un apabullante 71% de los votos. En mayo siguiente, Putin inició su segundo mandato en el cénit del poder y listo para batir nuevos récords de popularidad.

LAS CLAVES INTERNAS DEL PUTINISMOEl cuatrienio 2004-2008 terminó de perfilar las características del que ha venido a llamarse putinismo. En el ordenamiento político, se desenvuelve sin controles un régimen semi o pseudodemocrático donde el Ejecutivo practica el centralismo autoritario, impone a la Duma su voluntad, ordena a magistrados y policías hostigar a los discrepantes, conculca Derechos Humanos y socava los espacios de independencia y pluralismo en la sociedad. El asesinato en 2006 de la periodista Anna Politkóvskaya, denunciante de las atrocidades en Chechenia, y el envenenamiento, semanas después, del agente refugiado en Londres Aleksander Litvinenko pusieron de relieve el alcance de la criminalidad político-mafiosa, con asomos de terrorismo de Estado, en la Rusia de Putin.

La corrupción institucionalizada, la opacidad de los dirigentes, la hipertrofia burocrática y la voracidad acaparadora de ese cuasi partido-Estado que es Rusia Unida son otros tantos rasgos de un sistema que además ha espoleado el extremismo y la xenofobia con su machacón discurso del orden por la fuerza, la patria grande y el rechazo orgulloso a las injerencias extranjeras.

En estos años, fastuosas ceremonias han conmemorado las efemérides de antaño, gestas de dos pasados, el zarista y el soviético, de los que Putin, de paso un devoto miembro de la Iglesia Ortodoxa, ha hecho nostálgicas evocaciones. El mandatario ha acuñado un vocabulario político propio, con expresiones como "democracia soberana" y "vertical del poder", que no ha ayudado mucho a quienes desde fuera intentan meter en una tipología o ponerle etiquetas ideológicas al modelo imperante en Rusia. Encarnando los valores estatales y nacionales que desea inculcar, Putin ha cultivado una imagen, difundida servilmente por medios públicos y privados con trazas de culto a la personalidad, de tipo duro e imperturbable, amante de los deportes y la vida sana, y jefe íntegro y sin vicios que igual se dirige a sus gobernados con tono protector que encandila a las mujeres con sus poses de macho. El dirigente ha ofrecido al mundo una estampa de ruso frío que en circunstancias normales se mueve con laconismo burocrático pero que llegado el caso se transmuta en expeditivo y viril hombre de acción, a pecho descubierto.

En la esfera económica funciona una suerte de capitalismo de Estado que abraza sin complejos el libre mercado pero que al mismo tiempo lo distorsiona con la promoción de los "campeones nacionales", grandes corporaciones dedicadas a hacer beneficios con vocación monopolista y a la vez "servir a los intereses de la nación", tras pasar por un proceso de desprivatización y retorno al control estatal.

El más emblemático es Gazprom, el gigante de la industria gasífera, primera compañía del país en facturación y el mayor extractor de gas del mundo, que excedió con creces su ámbito sectorial al adquirir varios medios de comunicación de línea crítica, como la televisión NTV de Media-Most, el desmantelado hólding de Gusinski, lo que se tradujo en un golpe mortal al pluralismo informativo. Hasta la fecha, Gazprom, a Putin, tanto le ha hecho el juego en casa como ha satisfecho sus apetencias geopolíticas. En el negocio del petróleo, igualmente boyante, Gazprom compró la compañía Sibneft a uno de los oligarcas bien avenidos con el presidente, Roman Abramóvich, mientras que la pública Rosneft pasó a liderar el ramo como la principal beneficiaria de la liquidación forzosa de Yukos. Lukoil, la petrolera privada de Vagit Alekpérov, no se ha apartado tampoco de la línea pro-Kremlin.

La vertiginosa escalada de los precios del crudo y la demanda al alza de gas hicieron de las exportaciones de hidrocarburos, junto con las de metales y otras materias primas, el pilar del fuerte crecimiento del PIB ruso entre 2000 y 2008, con una tasa media del 7%. La república ex soviética se recuperó de la recesión masiva, un derrumbe en toda regla, sufrida en la década anterior y del devastador crash financiero de 1998, aunque el recalentamiento de los precios situó la inflación anual en torno al 13%. La estabilización del rublo —moneda convertible desde 2006— en unos valores de cambio bajos, los pingües ingresos energéticos y la menor carga del servicio de la deuda elevaron los niveles de divisas, generaron superavits y permitieron crear sendos fondos federales de reserva, uno para la economía en caso de crisis y otro para la providencia social.

Las mejoras de salarios y pensiones, el retroceso de la pobreza y la expansión de la clase media con un poder adquisitivo creciente alimentaron un índice de satisfacción que se pronunció inapelablemente en las urnas, como ese 64% sacado en las legislativas de 2007, aunque no por ello los rusos se animaron a tener más hijos, en un país afectado por el declive demográfico, si bien esta tendencia tocó fondo en 2009 y la curva ahora es positiva. Las grandes disparidades regionales, la concentración de la riqueza en Moscú y San Petersburgo, caros escaparates de la sofisticación y el elitismo, y el triunfo de los valores del consumismo, el enriquecimiento rápido y la ostentación del nuevo rico fueron también la tónica en la era Putin.

La crisis financiera y económica de 2008-2009, que acarreó una contracción del PIB del 8% antes de volverse a la senda positiva, fue un sobresalto que recordó los puntos vulnerables del modelo de crecimiento ruso. Aunque las cifras del presente son elocuentes, pues Rusia ha sorteado bien los estragos de la Gran Recesión instalada en buena parte de Europa, la prosperidad económica fiada a la demanda externa de energía puede analizarse también como un estancamiento estructural que retarda la verdadera modernización. De la misma manera que la estabilidad política a ultranza ha devenido petrificación excluyente.

LA POLÍTICA REGIONALEl liderazgo de Putin ha dejado una huella no menos profunda en las relaciones exteriores de Rusia. Cuando tomó las riendas del país, el dirigente decidió que afianzar la supremacía en el ámbito ex soviético y recuperar el entendimiento con Occidente, deteriorado en los últimos años de Yeltsin, pero esta vez sin complejos ni supeditaciones, fundado en el respeto mutuo y la cooperación por el interés común, eran tan importantes como la estabilidad política interna y la integridad territorial de la Federación. A medida que las realizaciones se iban acumulando en lo doméstico y la confianza propia aumentaba, la política exterior y de seguridad rusa, enfocada al estatus de gran potencia en un mundo globalizado, fue haciéndose más audaz y agresiva. Al final, Putin, bien en solitario, bien formando el binomio asimétrico con Medvédev, ha obtenido un balance de resultados donde se mezclan ambiguamente los éxitos estratégicos, las tendencias fluctuantes y amplias dosis tanto de retórica nacionalista como de pragmatismo.

Putin, de viva voz o con los hechos, dejó claro que no buscaba recomponer un imperio neosoviético y que en lugar de apostar por el desarrollo mancomunado de la CEI ("se creó para el divorcio civilizado", dijo en 2005 de esta endeble organización sin caché supranacional) él prefería unos procesos de integración más reducidos, con grupos selectos de socios, luego más viables. Así, el alineamiento Rusia-Bielarús-Kazajstán-Kirguizistán-Tadzhikistán estableció en 2000 la Comunidad Económica Euro-Asiática (CEEA) y en 2010 rusos, kazajos y bielorrusos anunciaron una unión aduanera a tres, primer eslabón del denominado Espacio Económico Euro-Asiático, un verdadero mercado común con libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas. Aparte, la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) de 2002 incorporó a todos estos países más Armenia y Uzbekistán.

En su esfera geopolítica, la Rusia de Putin ha combinado las tácticas de poder blando, preferentemente, y de poder duro, es decir, la fuerza militar sin remilgos, para hacer valer sus intereses. En el primer caso el arma favorita ha sido la llave energética, que involucra a las compañías arriba citadas y juega a fondo la Nueva Gran Partida, con sus ambiciosos proyectos de oleoductos y gasoductos, por la diversificación y el control del tránsito exportador hacia Europa de la inmensa riqueza hidrocarburífera de Azerbaidzhán y Asia Central. Los sucesivos episodios de la guerra del gas con Ucrania y Bielarús, teórico aliado, repercutieron seriamente en los suministros más al oeste.

En el Transcáucaso, la nacionalista Georgia fue la víctima propiciatoria, mediante la invasión y guerra de agosto de 2008, del talante más belicoso del Kremlin, el cual vio en el intento del presidente Saakashvili de reintegrar manu militari a las repúblicas separatistas prorrusas de Abjazia y Osetia del Sur una de las "líneas rojas" que los gobiernos vecinos no debían franquear. Moscú encajó con disgusto el triunfo de las revoluciones de color de Tbilisi en 2003, Kyiv en 2004 y Bishkek en 2005, aunque en los dos últimos casos el menoscabo estratégico para él no tuvo efectos duraderos.

LA POLÍTICA GLOBALLa crisis de Georgia, desatada a los pocos meses de llegar Medvédev a la Presidencia y con Putin en el puesto de primer ministro, significó el punto álgido de tensión en las oscilantes relaciones con Occidente, que encontró alarmante la nueva prepotencia de los rusos, después de insistir estos en que no les interesaba regresar a la confrontación de la Guerra Fría, aunque ahora alegaban que aquel no quería "una Rusia fuerte". En los ocho años anteriores, Putin, adalid de un mundo multipolar libre de la hegemonía de Estados Unidos y donde Rusia pueda ejercer su condición, benigna porque brinda seguridad global, de "superpotencia energética" (no en vano, ya es el primer productor y exportador mundial de petróleo y gas), tuvo con sus interlocutores del oeste varios episodios de fricción, pero también muchos de entendimiento y cooperación.

Las oposiciones a la guerra de Irak, a la independencia de Kosovo y al flanco europeo oriental del sistema de defensa nacional antimisiles (NMD), puesto en marcha por el Pentágono y al que Putin contrapuso un paraguas alternativo conjunto que incorporaba a su país, se solaparon a la solidaridad con Estados Unidos tras los ataques del 11-S, al aplauso de la invasión de Afganistán para derrocar a los talibán (enemigos comunes), a los esfuerzos de contención del desafío atómico norcoreano y a importantes avances en el control de armas nucleares.

Así, en 2000 Rusia ratificó los tratados CTBT de prohibición de ensayos y START II de reducción de arsenales estratégicos, con lo que adelantó a Estados Unidos en el propósito de desnuclearizar las relaciones internacionales. Sin embargo, la impugnación por la Administración Bush del viejo tratado ABM de antimisiles balísticos indujo a Moscú a desvincularse igualmente del START II. En 2002 Putin suscribió con George Bush, un homólogo con el que se llevó más bien que mal, el tratado SORT, sucesor del fallido START II y antecesor a su vez del más ambicioso Nuevo START (suscrito por Medvédev en 2010). También en 2002, inició su andadura el nuevo Consejo de cooperación OTAN-Rusia. Por otro lado, la ratificación rusa del Protocolo de Kyoto en 2004 permitió la entrada en vigor de este instrumento clave para la lucha contra el cambio climático.

Bajo la óptica occidental, Putin, desconcertante y con un punto enigmático, daba unas de cal y otras de arena. En 2002, inesperadamente, el presidente levantó sus objeciones al ingreso en la OTAN de siete países del antiguo bloque soviético, gesto realista que sin embargo tuvo bastante de transacción, pues a cambio se esperaba de la OTAN que no sermoneara sobre la situación en Chechenia. En la interminable porfía internacional con Irán, Putin no ocultó su preocupación por los progresos de Teherán en el enriquecimiento de uranio, capacidad alcanzada tras años de asistencia técnica rusa al desarrollo de una industria nuclear que oficialmente sólo perseguía usos civiles, e insistió en la vía negociada para impedir que la república islámica estuviera en condiciones de fabricar la bomba atómica.

En 2007, Rusia anunció una moratoria en la aplicación del Tratado CFE de reducción de fuerzas convencionales, decisión claramente ligada al aumento de su presencia militar en el Cáucaso norte. Putin exigía no intromisión en los asuntos internos de Rusia y advertía contra el "precedente" de Kosovo, pero al mismo tiempo se injería en la pelea política de Ucrania y reconocía las independencias unilaterales de abjazios y sudosetios.

La guerra de Georgia marcó un antes y un después en la posición internacional de Rusia, que, se jactaron sus dirigentes, salió fortalecida: tras la retirada desdeñosa de las tropas invasoras, la Unión Europea, muy dependiente de los abastecimientos rusos de gas, mantuvo por poco tiempo sus sanciones, la Alianza Atlántica metió en el congelador las solicitudes de ingreso de Georgia y Ucrania, el Consejo OTAN-Rusia reanudó sus reuniones y el nuevo presidente estadounidense, Obama, canceló los planes de instalar interceptores y radares antimisiles en Polonia y Chequia, para consternación de sus gobiernos. En 2010, en su cumbre de Lisboa, la OTAN accedió a cooperar con Rusia para el posible desarrollo de un sistema conjunto de defensa antimisiles, pero los recelos no desaparecieron.

Por lo demás, Putin, muy viajero por los cinco continentes, trabó unas buenas relaciones personales con el alemán Schröder y el italiano Berlusconi —curioso colega de complicidades—, ahondó la asociación estratégica con China, sentó las bases para el lanzamiento formal del grupo de los BRIC en 2009 y fue un interlocutor indispensable en el G8, la APEC y palestras intergubernamentales asiáticas como la OCS y la CICA. En suma, el líder ruso ha buscado con ahínco prestigio internacional para su país, aunque incluya elementos de temor a esa Rusia que emerge, y una influencia activa en los asuntos mundiales.

(Texto actualizado hasta marzo 2012)

1. De agente del KGB soviético a regidor municipal en San Petersburgo
2. Fulgurante carrera estatal al servicio de Borís Yeltsin
3. De la jefatura del Gobierno a la Presidencia de Rusia al calor de la segunda guerra de Chechenia
4. Un nuevo estilo en el Kremlin
5. Paulatina aclaración de incógnitas
6. Recuperar el entendimiento con Occidente y mantener la supremacía en el ámbito ex soviético


1. De agente del KGB soviético a regidor municipal en San Petersburgo

El futuro dirigente nació en Leningrado en 1952, en el hogar formado por Vladímir Spiridonovich Putin (1911-1999), un antiguo marino de la Armada soviética y mutilado de guerra condecorado por su actuación en la defensa de la ciudad durante el asedio nazi de 1941-1944, y Maria Ivanovna Putina (1911-1998), obrera fabril. El niño era el tercer retoño de la pareja, que antes de la guerra había alumbrado otros dos hijos prematuramente fallecidos: el uno murió a los pocos meses de nacer y el otro sucumbió a la difteria durante el cerco de los alemanes. Luego del conflicto bélico, Putin padre se ganó la vida como empleado de dacha al servicio del Comité del partido en Moscú, profesión que ya había ejercido su padre, quien había sido fámulo y cocinero de Lenin y Stalin.

Tras concluir su formación escolar, en 1970, el joven comenzó la carrera de Derecho en la Universidad Estatal de Leningrado, por la que en 1975 obtuvo la licenciatura con una tesina sobre Derecho Internacional. A esta época se remonta su alta como miembro del PCUS. A continuación, sin abandonar Leningrado, pasó a la Escuela 401 del Comité para la Seguridad del Estado, el KGB, donde realizó unas prácticas preparatorias que le abrieron las puertas de la todopoderosa organización.

Sus primeros cometidos dentro del KGB fueron en la sección local, concretamente en un departamento llamado Servicio Número Uno. Se trataba de un buró subsidiario, existente en cada ciudad importante de la URSS, y su cometido principal era la vigilancia de la población de su jurisdicción. Al principio, Putin fue adscrito al Segundo Directorio Principal del KGB, el encargado de la seguridad interior y el control policial en el ámbito civil, pero pronto pasó al Primer Directorio Principal (PGU), responsable de las operaciones de la inteligencia extranjera. Durante quince años, Putin fue un agente del KGB prototípico: reservado, eficiente y obediente a rajatabla.

En 1983 Putin contrajo matrimonio con Lyudmila Shkrebneva, antigua azafata de Aeroflot y actualmente estudiante de Filología Hispánica en la Universidad de Leningrado, luego convertida en una especialista en idiomas. La pareja iba a tener dos hijas, Maria y Yekaterina. Al año siguiente, el recién casado asistió a un cursillo en el moscovita Instituto de Inteligencia Bandera Roja (hoy, Academia de Inteligencia Extranjera), donde adquirió los conocimientos necesarios del idioma alemán, además de rudimentos de español, francés e inglés, para servir en la RDA. En 1985 estuvo listo y partió a la Alemania del Este.

En el cuartel general del KGB en Karlshorst, Berlín Oriental, el agente soviético adquirió experiencia en la recogida y análisis de información. Quienes han tratado de arrojar luz a esta etapa poco conocida de la trayectoria de Putin no se ponen de acuerdo sobre qué tipo de información podía ser aquella, aunque lo más probable es que se tratara de expedientes políticos de ciudadanos de la RDA y de informes suministrados por los agentes del espionaje industrial. Al parecer, Putin realizó también labores de enlace entre el KGB y el servicio de seguridad germanooriental, la Stasi, y de reclutamiento de agentes. En ese caso, Putin, o bien no adquirió responsabilidades especialmente importantes o bien su anonimato fue completo, ya que cuando el dirigente ruso saltó al primer plano de la actualidad el célebre Markus Wolf aseguró no haber oído hablar de él en todos los años que estuvo al frente del espionaje de la RDA.

En 1990, al poco de ser transferido del PGU al mucho menos prestigioso Departamento de Personal y ostentando el rango de coronel, Putin abandonó el servicio activo en el KGB y retornó a Leningrado, donde fue contratado por su antigua Universidad como adjunto al vicerrector responsable de las relaciones internacionales y los programas de intercambio académicos. Hecho decisivo para su posterior recorrido, entró en el círculo de colaboradores y asesores de Anatoli Sobchak, su antiguo profesor de Derecho Mercantil y, como diputado en el Congreso Popular de la URSS, uno de los más preclaros partidarios de la Perestroika de Mijaíl Gorbachov.

El 20 de agosto de 1991, con Sobchak convertido ya en alcalde de Leningrado y en plena incertidumbre por el golpe de Estado dado en la víspera por el ala antirreformista del PCUS en Moscú, Putin se dio de baja de la reserva del KGB y pasó a dirigir el Comité de Relaciones Internacionales del Ayuntamiento leningradense. Políticos locales señalaron en su momento que pese a no ser ya miembro del KGB, Putin pudo haber seguido rindiendo cuentas a su antigua organización, por ejemplo mandándole expedientes informativos de alumnos vigilados en la Universidad, hasta su supresión en octubre de 1991 a caballo entre la disolución del PCUS y la extinción de la URSS.

A partir de marzo de 1994, en el cuarto año de andadura de Rusia como Estado independiente, Putin ejerció de primer teniente de alcalde de la rebautizada San Petersburgo, un puesto con un rango de competencias que incluían la seguridad ciudadana, en tanto que director del comité de emergencias y supervisor de las fuerzas del orden público, y la sustitución de Sobchak cuando el reputado político demócrata realizaba sus frecuentes viajes al exterior, además de la dimensión económica del Comité de Relaciones Internacionales.

La gestión de Putin en la antigua ciudad de los zares ha sido valorada positivamente por los comentaristas, ya que, moviendo los contactos de su época como espía, contribuyó a que importantes firmas alemanas hicieran inversiones en infraestructuras y participaran en joint ventures con el consistorio, si bien encajó abundantes denuncias de presuntas irregularidades en la concesión de licencias de exportación de metales a productores locales, las cuales fueron investigadas por el Consejo de Diputados Populares de la ciudad.


2. Fulgurante carrera estatal al servicio de Borís Yeltsin

Las dotes de Putin para la organización y el análisis no pasaron desapercibidas en Moscú. En septiembre de 1995 el edil petersburgués fue elegido para encabezar la sección local de Nuestra Casa es Rusia (NDR), partido centrista organizado por el entonces primer ministro, Víktor Chernomyrdin, y que brindaba soporte político al presidente de la Federación, Borís Yeltsin. Cuando Sobchak, que había caído en el descrédito a golpe de escándalos de corrupción y acusaciones de mala gestión, perdió las elecciones locales de junio de 1996 frente al candidato unitario de la oposición, Vladímir Yakovlev, Putin, que había dirigido la campaña de su jefe, terminó también su trabajo como regidor municipal.

Putin siguió fiel al hombre, fallecido en febrero de 2000, que le había abierto las puertas de la política. Así, no dejó de ayudarle durante su estancia en Francia para recibir tratamiento médico y para resguardarse del acoso judicial por los presuntos delitos de abuso de poder y malversación que se le imputaban. Sin embargo, el funcionario entró en la órbita de un jefe más poderoso: Yeltsin. Instalado en Moscú en junio de 1996, Putin se introdujo con agilidad en los resortes del poder del Kremlin, aunque todavía de espaldas al público, lo que sin embargo facilitó su progresión meteórica.

De adjunto de Pável Borodin, el jefe del Departamento de Gestión de Propiedades de la Administración Presidencial —dirigida a su vez por Anatoli Chubáis y luego por Valentin Yumáshev—, y encargado entre otros menesteres burocráticos de adjudicar las residencias y vehículos oficiales a los altos funcionarios del Kremlin, Putin pasó, el 26 de marzo de 1997, a jefe del Directorio de Control Principal, que supervisaba a todos los demás departamentos de la Administración Presidencial, y un año más tarde, el 25 de mayo de 1998, a primer vicejefe de la propia Administración, tomando a su cargo las relaciones con los entes territoriales de la Federación y la comisión que venía negociando la delimitación de competencias entre las autoridades federales y regionales. Entre medio, en junio de 1997, Putin defendió su aspiración a candidato de Ciencias en el Instituto Minero de San Petersburgo con una disertación académica titulada La planificación estratégica de los recursos regionales bajo la formación de las relaciones de mercado.

Su posición como número dos de la Administración Presidencial le duró a Putin tan sólo dos meses, ya que Yeltsin volvió a ascenderle. El 25 de julio de 1998, en uno de sus típicos recambios fulminantes, el presidente le nombró director del Servicio Federal de Seguridad (FSB), puesto con rango ministerial, en sustitución de Nikolai Kovalyov. El FSB, que empleaba a 75.000 personas, había sido constituido el 12 de abril de 1995 mediante un decreto-ley de Yeltsin para reemplazar al Servicio Federal de Inteligencia (FSK), a su vez la agencia que a últimos de 1991 había tomado el relevo al KGB.

El FSB sumaba a las competencias del FSK, esto es, las operaciones de inteligencia en el extranjero, las tareas de la seguridad interior en el pasado asumidas por el KGB, como la lucha contra el crimen organizado y el terrorismo, así como la vigilancia de todo lo referente a la seguridad nuclear, el transporte de hidrocarburos y la producción de minerales estratégicos. La concentración de este elenco de atribuciones revestía una gran importancia en un momento de debilitamiento general de la autoridad y el imperio de ley, secuela visible del gran desorden político y económico que había caracterizado el turbulento trienio 1991-1993.

Cuando informó de esta promoción, la prensa rusa se preguntó ante sus lectores: "¿Quién es Vladímir Putin?". En efecto, el flamante director del FSB era un perfecto desconocido para el público ruso y sobre su vertiginoso ascenso no se pusieron de acuerdo los observadores. Para unos, obedecía a la necesidad de poner al frente de un servicio reorganizado y reforzado en sus funciones siguiendo la pauta del KGB a un competente ex oficial familiarizado con las cuestiones de seguridad e inteligencia; otros, sin embargo, hablaron de nombramiento "político" y establecieron su lealtad a toda prueba y su aversión a robar protagonismo a sus jefes como las verdaderas cualidades por las que Putin había sido escogido por Yeltsin.


3. De la jefatura del Gobierno a la Presidencia de Rusia al calor de la segunda guerra de Chechenia

Mientras el desfile de primeros ministros seguía su curso, con cuatro cambios de titular entre marzo de 1998 y mayo de 1999 (por este orden, Chernomyrdin, Serguéi Kirienko, Yevguieni Primákov y Serguéi Stepashin), y Yeltsin, muy mermado de salud y cada vez más criticado por los partidos ajenos a las intrigas del Kremlin (a causa de su estilo de mando errático e impulsivo y su incapacidad, opinaba la oposición, para dirigir un país abrumado por todo tipo de problemas), parecía no hallar a la persona idónea para sucederle, la trayectoria de Putin subía imparable y con el sigilo habitual.

El 1 de octubre de 1998 Putin entró como miembro permanente en el Consejo de Seguridad de la Federación Rusa (SBRF), órgano con un ámbito de autoridad de alcance difuso y que junto con el aparato presidencial representaba una estructura paralela del poder federal, fuera del control de la Duma Estatal, pese a ser más decisivo que el Gobierno Federal. El 29 de marzo de 1999, sin cesar en la dirección del FSB, Putin se convirtió en el secretario del SBRF, reemplazando a Nikolai Bordyuzha.

El 9 de agosto de 1999, finalmente, Yeltsin cesó a Serguéi Stepashin como primer ministro y nombró a Putin primer viceprimer ministro (en el Gabinete ya había, desde mayo, otros dos primeros viceprimeros ministros, Nikolai Aksyonenko y Viktor Jristenko) así como primer ministro en funciones por tratarse de "la persona capaz de consolidar la sociedad y obtener los apoyos necesarios para asegurar la continuidad de las reformas". Por si quedaba alguna duda de lo que se estaba cociendo en el Kremlin, Yeltsin afirmó que le gustaría que Putin fuera su sucesor tras las elecciones presidenciales del año siguiente y el premiado respondió al punto que, en efecto, él se presentaría a las mismas.

Cabeceras de la prensa rusa aventuraron la hipótesis, pronto iba a verse que infundada, de la colocación por Yeltsin en la jefatura del Gobierno de un colaborador dócil para, poniendo como pretexto la desestabilización de la república norcaucásica de Daguestán por guerrilleros chechenos, declarar el estado de emergencia en toda la Federación y suspender las cercanas elecciones legislativas y presidenciales. Lo cierto era que las votaciones, en plena recomposición del campo opositor y con el Kremlin tocado por la devaluación del rublo (en la grave crisis financiera del año anterior) y la espiral inflacionaria, la derrota en toda regla de las fuerzas federales en la sangrienta guerra de Chechenia (1994-1996) y la sensación de caos en el trasiego de ministros, no pintaban nada bien para el oficialismo. Siguiendo con las especulaciones, se adujo que en contra de ese supuesto plan autoritario se habría posicionado Stepashin, quien junto con su sucesor en el cargo, Putin, y su predecesor en el mismo, Primákov, integraba el trío de primeros ministros de Yeltsin salidos de los servicios secretos y el aparato de seguridad.

La mayoría de partidos y facciones de la Duma acogieron positivamente el nombramiento de Putin, aunque con diferentes grados de prudencia y escepticismo, ya que lo identificaban como el último favorito de La Familia. Este término aludía a la camarilla de colaboradores íntimos de Yeltsin, cuya capacidad de influir en la alta política, se apreciaba, había aumentado extraordinariamente en los últimos años a medida que la salud de Yeltsin declinaba. Ahora, con las explosivas filtraciones sobre una corrupción desaforada en el entorno presidencial y la posibilidad, apuntada por los sondeos, de que un candidato no del Kremlin —como el popular alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, quien sin embargo no se ubicaba en la oposición— ganara las elecciones, La Familia se arriesgaba a perder el poder y los privilegios.

El 16 de agosto Putin fue confirmado en la Duma con 233 votos a favor, siete más de los necesarios, 84 en contra y 17 abstenciones, y tomó posesión como primer ministro, el quinto en 17 meses. La mayoría de los miembros de NDR, el grupo de diputados regionales y el Partido Liberal Democrático (LDPR) del ultranacionalista Vladímir Zhirinovski votaron a favor, mientras que los del Partido Comunista (KPRF) de Guennadi Zyugánov, que conformaban el grupo más nutrido de la Cámara, y los reformistas liberales del Yábloko, liderado por Grigori Yavlinski, mostraron un voto mucho más fraccionado.

El debut expeditivo del primer ministro: orden de aplastar la secesión chechena
Abundando en su ya ganada fama de duro e imperturbable, como el profesional del espionaje que había sido, Putin, siempre con el beneplácito de Yeltsin, elaboró la estrategia para hacer frente a la reactivación del conflicto checheno, que ahora tomaba un alarmante cariz expansionista con el fomento desde Grozny del secesionismo daguestaní y religioso con la divulgación por los comandantes rebeldes del wahhabismo, credo fundamentalista sunní extraño a la tradición musulmana de los pueblos del Cáucaso norte. Desde los acuerdos de paz de agosto de 1996, que habían supuesto la retirada de las tropas rusas y la reposición de las autoridades separatistas con la garantía por su parte de mantener aparcada pero sin renunciar a la misma— la meta de una independencia de iure, la autoproclamada República Chechena de Ichkeria venía funcionando como una entidad soberana de hecho, aunque la pugna interna entre los moderados, partidarios del modus vivendi con Rusia, y los radicales, deseosos de extender la subversión a todo el Cáucaso norte, verdadero dédalo de etnias, lenguas y cultos, parecía haber alcanzado un punto de no retorno.

La decisión de cortar la desestabilización regional de raíz, mediante la invasión y ocupación de Chechenia, la república rebelde perdida por la Federación en la desastrosa guerra de 1994-1996 y el foco del contagio secesionista en una región del máximo valor estratégico, la adoptó Putin en el seno del SBRF, donde se desprendió de la secretaría pero continuó ocupando una posición bien prominente en tanto que primer ministro. El nuevo secretario del SBRF pasó a ser, el 15 de noviembre, Serguéi Ivánov. Al igual que el nuevo director del FSB, Nikolai Patrúshev, Ivánov era un paisano de San Petersburgo y un ex oficial del KGB. Con estos dos nombramientos, oficialmente decididos por Yeltsin, quedó meridianamente claro que el primer ministro y delfín oficioso del régimen se estaba rodeando de colaboradores de la máxima confianza, de su generación y cortados por su mismo patrón.

En septiembre, los sangrientos atentados en la ciudad daguestaní de Buynaksk y en el mismo Moscú, donde los días 9 y 13 dos enormes explosiones en las plantas bajas de unos bloques de apartamentos mataron a 213 personas, junto con la nueva y violenta incursión de extremistas chechenos wahhabíes en Daguestán, empujaron a la opinión pública rusa, horrorizada por estos ataques indiscriminados sin precedentes, a reclamar un castigo contundente a Chechenia. Ello, a pesar de que la conexión establecida por Putin con las autoridades de Grozny, a las que acusó, como poco, de no haber impedido los atentados, e incluso la autoría material de las masacres, adjudicada inmediatamente a rebeldes checheno-daguestaníes, no llegaron a ser demostradas.

Las características de las explosiones de Moscú, Buynaksk y Volgodonsk, que segaron la vida a casi 300 personas en total, junto con las noticias de la desactivación a tiempo de otras bombas en diferentes puntos de la capital rusa y una serie de incidentes sospechosos conexos, alimentaron desde el primer momento la sospecha de una implicación del FSB en esta cadena de atentados. En los años siguientes, las teorías conspirativas y la hipótesis de una operación de falsa bandera, sostenidas por destacados críticos de Putin, iban a mantener encendida una áspera polémica que a día de hoy sigue abierta. Pero en aquellos traumáticos días, lo único que contó fue la tremenda sensación de inseguridad que experimentaron los ciudadanos rusos. Con la inmensa mayoría de la población de su parte, el Kremlin dio luz verde a una operación bélica a gran escala y extremadamente arriesgada. Sin embargo, Yeltsin y Putin no estaban dispuestos a repetir errores del pasado, por lo que no escatimarían medios.

La segunda campaña del Ejército ruso en Chechenia, iniciada con el ataque terrestre del 30 de septiembre a partir de las posiciones federales en Daguestán y Stavropol, y prologada por una alfombra de bombardeos aéreos desde el día 5, fue presentada inicialmente por el Gobierno de Putin como una operación antiterrorista limitada a la destrucción de los campamentos guerrilleros dentro del territorio checheno. Pero con los progresos sobre el terreno, lentos y penosos por la encarnizada resistencia que encontró, la invasión reveló su verdadero objetivo: aplastar para siempre el independentismo checheno, liquidar un peligroso foco de perturbación para toda Rusia y levantar un obstáculo para la aceptación por Azerbaidzhán, Kazajstán y Turkmenistán del paso por la red de oleoductos rusos, ya en servicio o bien en construcción, de sus futuros suministros de gas y petróleo a Europa.

Putin, que deseaba consolidar su imagen de estadista implacable y decidido a restaurar el orden y la disciplina en todo el territorio federal costara lo que costara, se guardó de caer en los errores de la anterior contienda, cuando el poder federal pagó un elevado precio en vidas y pertrechos para finalmente plegarse a un acuerdo de cese de hostilidades ampliamente desfavorable. El concepto de guerra total dio lugar a masivas violaciones de los Derechos Humanos, hasta el punto de ser acusadas las fuerzas federales de ensañarse con la población civil y de prácticas genocidas. Putin, que tenía toda la confianza de Yeltsin y tomaba nota de cómo la mano dura en Chechenia elevaba vertiginosamente su popularidad (un periódico llegó a llamarle el "Bruce Willis ruso"), dio instrucciones a los generales para que intensificaran la ofensiva, hasta destruir todo foco de resistencia chechena.

Con Yeltsin hospitalizado o en reposo por prescripción médica la mayor parte del tiempo, Putin tomó las riendas efectivas del Estado y confirmó que era aspirante a la Presidencia. El 23 de septiembre, de cara a las elecciones legislativas del 19 de diciembre, decisivas, en una atmósfera de final de reinado, para la clarificación del balance de fuerzas políticas y de las posibilidades de los diferentes presidenciables, un grupo de dirigentes regionales y del entorno del Kremlin lanzó el bloque electoral Unidad (Yedinstvo) con el objeto de arañar el mayor número posible de escaños al partido de Zyugánov y de favorecer las aspiraciones de Putin, quien al día siguiente expresó el apoyo del Gobierno a la iniciativa, ya que podía "ayudar a estabilizar la situación política en Rusia".

En los comicios, Yedinstvo, identificado por la población como "el partido de Putin", obtuvo el 23,3% de los votos y 72 escaños, un resultado bastante más positivo que el 10,1% y los 51 parlamentarios sacados por NDR en 1995. El KPRF perdió una cincuentena de escaños, aunque conservó la condición de primer partido del país. La mayoría propresidencial en la Duma quedó garantizada al situarse la alianza centroizquierdista Patria-Toda Rusia (OVR) de Luzhkov, Primákov y destacados dirigentes regionales, la Unión de Fuerzas Derechistas (SPS) de los reformistas liberal-conservadores Yégor Gaidar, Borís Nemtsov y Serguéi Kirienko, y el Bloque Zhirinovski, como las fuerzas tercera, cuarta y quinta más representadas, respectivamente.

Todos estos líderes, así como Chernomyrdin y otros políticos, expresaron entonces o en las semanas sucesivas su apoyo a la candidatura presidencial de Putin, al que valoraron como un hombre "capaz", "decente" y no constitutivo (en palabras de Gorbachov), de "ningún peligro para la democracia". Validado en las urnas y respaldado por buena parte de la clase política, a Yeltsin ya no podían quedarle dudas de que su extremadamente leal colaborador era el hombre idóneo para sucederle y asegurarle un retiro sin contratiempos.

El último día de 1999 el primer presidente de la Rusia independiente anunció su dimisión y el decreto por el que Putin, conforme a la Constitución, asumía la jefatura del Estado como presidente en funciones, hasta la celebración de las elecciones. Entre tanto, la guerra de Chechenia seguía su curso con combates de extrema ferocidad. Las fuerzas federales ya habían conquistado la mayoría de las ciudades importantes y desde el 22 de diciembre libraban la batalla decisiva en las calles de Grozny.


4. Un nuevo estilo en el Kremlin

Entre sus primeras disposiciones, el mismo 31 de diciembre, Putin firmó un decreto por el que se concedía a Yeltsin plena inmunidad frente a cualquier persecución, arresto o interrogatorio judicial. Al ex presidente le correspondió también una renta mensual equivalente al 75% de su anterior salario más garantías, como a los demás miembros de su familia, de protección por la seguridad del Estado y de un tratamiento con privilegios especiales.

La asunción de Putin fue acogida positivamente en las capitales occidentales, que veían en él a un estadista más predecible y sólido que el tornadizo Yeltsin. No obstante su aparatosa exhibición de músculo militar en Chechenia, de Putin se esperaba una actitud más razonable que su predecesor a la hora de reparar las serias grietas abiertas en cooperación Rusia-OTAN, eje de la arquitectura de seguridad europea, a raíz de la guerra de Kosovo. Pero, por otro lado, el nuevo líder ruso suscitaba grandes interrogantes e inquietud por su propensión a los mensajes nacionalistas y de construcción de una Rusia fuerte. En los meses que siguieron a su toma de las riendas del país, Putin, con sus disposiciones iniciales (restablecimiento de la enseñanza militar en las escuelas, recuperación de la institución del comisario político en los cuarteles), dio indicios que apuntaban a una militarización de la sociedad y al aumento de los controles estatales, sin excluir el uso de los servicios de inteligencia para labores en principio no contempladas en sus estatutos.

El KGB, pese a sus ominosas actuaciones como el guardián del totalitarismo soviético, recuperó en estos días de mudanza política una aureola de respetabilidad, a modo de reivindicación póstuma. Ahora, muchos rusos veían a la agencia en que había medrado Putin como el único cuerpo de la antigua URSS que se había mantenido al margen de la corrupción y la decadencia, a diferencia sobre todo de la nomenklatura del Partido. A sus gobernados Putin podía recordarles la figura del antepenúltimo (1982-1984) secretario general del PCUS, Yuri Andrópov, quien, como antiguo director del KGB, había hecho un diagnóstico sinceramente crítico de la situación del país y había intentado una tímida reforma para disciplinar los malos hábitos florecidos durante la etapa de Leonid Brezhnev.

Al comenzar 2000, para una parte mayoritaria de la sociedad rusa era perentorio un liderazgo enérgico que metiera en cintura a un país desvertebrado y falto de autoridad, sin importar la suerte que corrieran los elementos responsables de la burla sistemática del imperio de la ley, ya fueran las minorías étnicas con tendencias subversivas, las mafias del crimen organizado o los llamados oligarcas, amos de vastos imperios corporativos y beneficiarios de una caótica transición al capitalismo de mercado cuya principal característica había sido la adjudicación a dedo, disfrazada de privatización legal, de sucesivas parcelas del patrimonio del Estado a un reducido grupo de nuevos empresarios que pagaban generosamente los favores políticos. Lo que opinaran las potencias occidentales no debía impedir las medidas encaminadas a acabar con la impunidad sangrante de los colectivos citados.

Sobre el modelo económico, algunos observadores aseguraron que Putin se decantaría por las reformas radicales, que, con severos altibajos, habían sido aplicadas por los sucesivos gobiernos de Yeltsin, pero esta vez sustentadas en un régimen político autoritario, es decir, conformando una suerte de capitalismo de estado. Otros vislumbraron un modelo socialdemócrata clásico o mixto, con la retención y reasunción por el Estado de determinados sectores estratégicos y quizá hasta una vuelta a la planificación. Los interlocutores e inversores internacionales veían a Putin como un dirigente capaz de aportar previsibilidad y confianza en una coyuntura de recuperación de la producción y de estabilización monetaria, iniciada tras la devaluación del rublo en la crisis de 1998.

Particular expectación levantaba el estatus bajo el nuevo presidente de los omnipresentes oligarcas, en particular los que habían acumulado un enorme poder fáctico gracias a las prebendas y el intercambio de favores con Yeltsin, su camarilla del Kremlin y los hombres fuertes del Gobierno. Putin daba a entender que no iba a tolerar el arraigo de núcleos de poder político-corporativo fuera de la institución que él encabezaba, así que algunos notorios magnates encaraban un futuro bien poco halagüeño.

En especial, se tenía en mente a Borís Berezovski, hasta marzo de 1999 el secretario ejecutivo de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), propietario de un imperio de la comunicación (que incluía la mitad de las acciones de la televisión ORT y periódicos de gran tirada como Nezavisimaya gazeta y Kommersant) y preboste estrechamente vinculado a La Familia. El poder y la influencia del ambicioso Berezovski, que había pagado de su bolsillo la creación del Yedinstvo en la creencia de que servía a sus intereses, ya estaban declinando a ojos vista coincidiendo con el ascenso a la cumbre política de Putin, paradójicamente, el hombre por el que había apostado frente a la otra alternativa sucesoria, la de Primákov.


5. Paulatina aclaración de incógnitas

La prosecución sin descanso de la operación de reconquista militar de Chechenia, desoyendo todos los llamamientos foráneos a detener las muertes masivas de civiles y a sentarse a negociar con el presidente Aslán Masjádov (a quien Yeltsin había recibido en el Kremlin en 1997 para la firma solemne de un tratado de paz y buena vecindad), abonó la hipótesis de que el sometimiento de las fuerzas centrífugas de la Federación tenía prioridad sobre las buenas relaciones con Occidente o el refuerzo de los espacios de democracia y libertad de los ciudadanos. Putin negó el derecho de otros países a inmiscuirse en lo que consideraba una cuestión estrictamente soberana de Rusia, que protegía su integridad territorial, e insistió en presentar la guerra como un vasto operativo antiterrorista.

En febrero de 2000 las tropas federales completaron la conquista de Grozny, poniendo a la fuga a Masjádov y su estado mayor, y tomaron los últimos núcleos urbanos chechenos, pero quedaron expuestas a una presumiblemente larga guerra de guerrillas, cuyos primeros y mortíferos episodios de emboscadas a manos de partisanos bajados de las montañas o infiltrados tras las líneas rusas demostraron que, a pesar de las seguridades triunfalistas del presidente, el conflicto checheno estaba lejos de solucionarse. El 8 de junio Putin impuso la Administración Presidencial directa en la república y empezó a transferir responsabilidades a un administrador local provisional, el checheno Ajmad Kadyrov. Se puso en marcha así una estrategia de chechenización del conflicto que perseguía situar al frente de la república a unas autoridades colaboracionistas con ropajes de legitimidad, las cuales irían asumiendo progresivamente el peso de la lucha contra las fuerzas supervivientes de la República Chechena de Ichkeria.

El 26 de marzo de 2000 tuvieron lugar las elecciones presidenciales en Rusia y Putin conquistó la titularidad con un incontestable 52,9% de los votos. Sus dos adversarios más destacados, el comunista Zyugánov y el líder de Yábloko, Yavlinski, obtuvieron el 29,2% y el 5,8%, respectivamente. El 7 de mayo Putin inauguró su mandato constitucional de cuatro años renovables y nombró primer ministro a Mijaíl Kasyánov, un antiguo planificador y economista de bajo perfil político que desde mayo de 1999 dirigía el Ministerio de Finanzas y al que el 10 de enero había situado a su diestra con el rango de primer viceprimer ministro.

El 17 de mayo Kasyánov obtuvo el plácet de la Duma con el voto afirmativo de todas las facciones parlamentarias. En el nuevo Gabinete, carente de primeros viceprimeros ministros y con cinco viceprimeros ministros sin más preeminencia, renovaron servidores de la etapa yeltsinista como Igor Ivánov en Exteriores, el general Igor Serguéyev, uno de los más destacados halcones de la guerra de Chechenia, en Defensa y Vladímir Rushaylo en Interior. Los putinistas Nikolai Patrúshev y Serguéi Ivánov, como era de esperar, continuaron al frente respectivamente del FSB y el Consejo de Seguridad. Para suplir a Kasyánov en Finanzas, el presidente escogió a un petersburgués de su círculo de allegados, otro más, Aléksei Kudrin, con quien trabajara codo con codo cuando ambos fueron tenientes de alcalde a las órdenes de Sobchak

Hasta el jefe de la Administración Presidencial nombrado por Yeltsin en marzo de 1999, Aleksandr Voloshin, se mantuvo en el sillón. Por lo que se veía, Putin no consideraba que el nuevo orden de autoridad requiriera recambios en los principales despachos del poder ejecutivo, más que nada porque ya había colocado a los lugartenientes clave en los meses que había fungido de primer ministro. Pero con la La Familia y la vieja camarilla yeltsinista el continuismo no era posible. El 3 de enero Putin pareció poner en marcha una profunda depuración en la Administración Presidencial al despedir a la hija de Yeltsin, Tatyana Dyachenko, que se movía libremente por el Kremlin con el cargo de asesora presidencial, y destituir a otros altos funcionarios colocados por su padre.

La mudanza de rostros no fue a más, limitándose las remociones a los confidentes y cortesanos más asociados a las intrigas, el arribismo y el favoritismo que tanto habían dañado la imagen de Yeltsin en los últimos tiempos. Algunos destacados capitostes, empezando por Voloshin, se apresuraron a transmitir sus mejores mensajes de lealtad al nuevo jefe, asegurándose así la continuidad. Otros oficiales fueron simplemente trasladados de puesto dentro de organigrama del Kremlin.

Con todo, podía hablarse de un rotundo cambio de estilo y de mentalidad. Las palancas decisivas quedaron en manos de una cohorte de fieles putinistas, algunos, los más, de antes y otros de ahora, que podían ubicarse en dos grupos: el más prominente, el de los oficiales procedentes del KGB y los aparatos de seguridad, a los que el público dio en llamar los siloviki, u "hombres de fuerza"; el otro lo integraban paisanos y conocidos bregados en el servicio civil y en el mundo de los negocios de San Petersburgo. En los siloviki cabía detectar una serie de enfoques políticos duros, con matices promilitares, nacionalistas y filosoviéticos, propios de antiguos uniformados amantes de la disciplina y el control social del Estado. Los segundos, en cambio, ofrecían un perfil más tecnocrático y pragmático que les haría interesarse sobre todo por los aspectos administrativos, económicos y puramente civiles de la cosa pública, dando pie a posicionamientos reformistas y liberales.

El 27 de mayo el Yedinstvo, que el 28 de diciembre había empezado a funcionar como movimiento, se constituyó formalmente en partido político. Su líder, Serguéi Shoigu, reclamó para el Yedinstvo una ideología de centro y proclamó sin ambages su condición de instrumento político al servicio de Putin. De hecho, los unionistas citaron el modelo de partido fundado en 1958 por los seguidores de Charles de Gaulle para auparle a la presidencia de Francia primero y asegurarle una mayoría parlamentaria después. Por el momento, Putin no se convirtió en miembro del Yedinstvo y continuó como mero "simpatizante" del mismo.

A partir de las elecciones de marzo, Putin fue descorriendo los numerosos velos que le habían envuelto desde su llegada al Kremlin, y en un sentido confirmatorio de muchas de las expectativas —y aprensiones— suscitadas. En primer lugar, en abril, fue presentada la nueva Doctrina de Defensa, que suponía un desarrollo de la doctrina aprobada en 1993. Entre sus puntos más señalados, autorizaba la intervención del Ejército en conflictos armados dentro de la Federación (lo que ya venía produciéndose con prodigalidad), mientras que en la defensa clásica invocaba el derecho a usar el arma atómica sin mediar agresión; el presidente podría activar el botón nuclear contra un adversario extranjero si tenía evidencias de que un peligro grave e inminente se cernía sobre la seguridad nacional.

El 11 de mayo se produjo un episodio bastante esclarecedor del futuro que aguardaba a los oligarcas, por lo menos aquellos que no se plegaran a los deseos del nuevo inquilino del Kremlin: el aparatoso asalto por el FSB (que no por la Policía) de las oficinas de Media-Most, el conglomerado empresarial propiedad del magnate de la comunicación Vladímir Gusinski y del que formaban parte la cadena de televisión NTV, el periódico Segodnya y la popular emisora de radio Eco de Moscú. En los pasados comicios, Gusinski se había atrevido a criticar a Putin y a expresar sus preferencias por Luzhkov o Primákov como los candidatos más idóneos para la sucesión de Yeltsin.

Un mes más tarde, el 13 de junio, la Fiscalía General, presuntamente haciendo caso omiso de los "consejos" del Kremlin (Putin, de visita en Madrid, dijo sentirse "sorprendido" al conocer la noticia), emprendió una operación judicial contra Media-Most que incluyó la detención por unos días del propio Gusinski, acusado de fraude al Estado. El empresario rechazó la imputación y afirmó ser víctima de un chantaje intimidatorio del poder para que cambiara la línea editorial de sus empresas informativas. Se confirmó igualmente la ruptura con Berezovski, quien en julio dimitió de su escaño en la Duma con la idea de crear su propio partido político, después de denunciar las políticas "autoritarias" de Putin y de que la justicia empezara a investigarle por presunta corrupción.

El 13 de mayo Putin, tras exponer la necesidad de un "nuevo federalismo" y el final del "caos legal" existente en las regiones, reorganizó por decreto el sistema de emisarios del Kremlin en los sujetos de la Federación: en vez de haber un delegado por cada entidad subestatal (89 en total, entre sujetos nacionales, es decir, repúblicas y distritos, y sujetos administrativos territoriales, esto es, territorios, regiones y ciudades federales), el presidente contaría con sólo siete representantes, situados al frente de otros tantos "distritos federales" de nueva creación. Se observó que la finalidad última de esta medida era reforzar el poder del centro sobre las regiones y controlar mejor a dirigentes locales díscolos, aunque algunos iban más allá y entreveían una eventual reordenación del propio puzzle federal.

Nuevas decisiones reveladoras de los planes de Putin fueron la creación, vía decreto el 1 de septiembre, del Consejo de Estado de la Federación Rusa, un órgano consultivo formado por los jefes de los ejecutivos regionales y presidido por el jefe del Estado. El Consejo de Estado parecía una compensación a los presidentes republicanos y los gobernadores por la pérdida de sus escaños ex officio en el Consejo de la Federación o Cámara Alta de la Asamblea Federal y por la nueva prerrogativa del presidente de la Federación, como la primera reforma, dada a conocer por Putin el 19 de mayo, de cesarlos en sus puestos si lo consideraba oportuno.

De acuerdo con la reforma aprobada por el propio Consejo de la Federación el 26 de julio, esta institución legislativa pasaba a estar integrada por representantes permanentes designados por los poderes ejecutivo y legislativo de cada sujeto de la Federación, si bien hasta el 1 de enero de 2002 iban a seguir en sus funciones los actuales 178 senadores, esto es, los jefes de los ejecutivos y legislativos de los 89 entes territoriales. Asimismo, el 9 de septiembre Putin firmó la nueva Doctrina de Información elaborada por el SBRF, que provocó nuevos revuelos entre los medios de comunicación por parecerles notoriamente restrictiva.

Esta batería de medidas terminó de asentar la imagen de un Putin enérgico y con iniciativa. Sin embargo, en agosto, la tragedia, rodeada de misterio, del hundimiento del submarino nuclear Kursk en el mar de Barents concitó contra el presidente una avalancha de críticas, sin precedentes en Rusia, por su actitud excesivamente fría y distante en los primeros días de la crisis. La sensación de pasividad de Putin fue un elemento más, aunque muy llamativo, en el secretismo general y el desacierto con que los militares y el Kremlin manejaron todo lo relacionado con el desastre del Kursk. La opinión pública censuró con dureza el rechazo inicial por las autoridades a una ayuda internacional que, de haberse aplicado a tiempo, tal vez habría podido salvar con vida a alguno de los 118 tripulantes del submarino.

Aunque Putin perdió puntos ante los medios de comunicación y en la opinión pública, conmocionada por la más cruda manifestación de la incuria imperante en las Fuerzas Armadas —situación que los más pesimistas extendían al conjunto del Estado—, los sentimientos amagaron con desencadenar una catarsis nacional, la popularidad de Putin sólo se resintió sensiblemente y no tardó en restablecer sus elevadas notas, indicaron las encuestas de opinión.


6. Recuperar el entendimiento con Occidente y mantener la supremacía en el ámbito ex soviético

Sin estridencias pero con firmeza, Putin empezó a defender las posiciones de Rusia en las relaciones con Estados Unidos, ahora mismo mediatizadas por la pretensión norteamericana de dotarse de un sistema de Defensa Nacional Antimisiles (NMD) para protegerse de eventuales ataques nucleares de los denominados rogue states, pero que Rusia veía como dirigido contra ella.

En su primera cumbre presidencial con Bill Clinton, en Moscú el 4 de junio de 2000, Putin recalcó que la NMD violaba el Tratado ABM de 1972, el cual establecía en un centenar el tope de lanzaderas de vectores antimisiles por ambas partes, si bien admitió que este hito de los acuerdos de limitación y desarme de la Guerra Fría se había quedado anticuado y procedía su revisión ante las, en efecto, andanzas fuera de las garantías de la no proliferación nuclear de ciertos "países imprevisibles". No obstante, propuso a su homólogo desarrollar un sistema antimisiles conjunto y extensible a los países europeos (si bien limitado a la defensa no estratégica), lo que Clinton aceptó tomar en consideración.

Los dos mandatarios volvieron a reunirse en cumbre del G-8 en Okinawa, el 21 de julio, y en la denominada Cumbre del Milenio en la Asamblea General de Naciones Unidas, el 6 de septiembre. El primero de los encuentros estuvo dominado por la propuesta hecha a Putin por el dictador de Corea del Norte, Kim Jong Il, en su cumbre en Pyongyang dos días atrás de renunciar a su arsenal de misiles con finalidad bélica a cambio de ayuda para desarrollar un "programa espacial civil", propuesta que el ruso consideró digna de tener en cuenta. En el segundo encuentro con Clinton, en Nueva York, los dirigentes suscribieron una declaración favorable a avanzar en la reducción de los arsenales nucleares estratégicos, con un ánimo de preservar el ABM y de afrontar juntos los nuevos retos a la seguridad internacional.

En este sentido, Putin se mostraba partidario de iniciar conversaciones para un Tratado de Reducción de Armas Estratégicas START-III, toda vez que uno de los principales obstáculos, la ratificación por la Duma del START-II, pendiente desde la firma del tratado por Yeltsin y George Bush padre en enero de 1993, quedó removido conforme a los deseos del presidente el 14 de abril. Siete días después, los parlamentarios hicieron lo mismo con el Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares (CTBT) firmado en la ONU en septiembre 1996, con lo que Rusia se puso por delante de Estados Unidos en los esfuerzos de desnuclearización de las relaciones internacionales.

Para Rusia, el START-II entrañaba el recorte de su arsenal nuclear estratégico hasta las 3.000 cabezas operativas, en un proceso que debía completarse en 2007. Pero Putin iba más allá y consideraba que la defensa nacional podía garantizarse con sólo 1.500 cabezas (en el momento de la firma del START-I, en 1991, la URSS disponía de 11.000 cabezas), una drástica reducción que planteó en la reunión del SBRF del 11 de septiembre de 2000. Entonces se impuso su propuesta de transferir el Mando de Misiles Estratégicos a la Fuerza Aérea en 2002 como parte de un ambicioso programa de reducción y al mismo tiempo modernización de las Fuerzas Armadas. El presidente reconoció abiertamente que el Ejército de Tierra presentaba graves déficits materiales y humanos, y que la capacidad para el combate de muchas unidades, puesta en evidencia por el enorme número de bajas en Chechenia (entre 10.000 y 20.000 soldados muertos en las dos guerras), dejaba mucho que desear.

Como presidente de Rusia, Putin realizó en 2000 sus primeras visitas a capitales occidentales en Londres (17 de abril), Roma (5 y 6 de junio, junto con una audiencia papal en el Vaticano), Madrid (13 y 14 de junio), Berlín (15 y 16 de junio) y Tokyo (4 y 5 de septiembre). En la capital nipona no despejó con el primer ministro Yoshiro Mori el tradicional desencuentro por la soberanía rusa de las islas Kuriles, que ha impedido la firma de un tratado de paz bilateral desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

El 29 de mayo Putin protagonizó en Moscú junto con Romano Prodi y Javier Solana su primera cumbre Rusia-Unión Europea, que fue valorada por las partes como "muy constructiva" y como el comienzo de "una nueva era de cooperación". En su debut en el G-8 en Okinawa, donde no se habló una sola palabra de Chechenia, el canciller Gerhard Schröder le anunció el reescalonamiento de parte de la deuda contraída por Rusia con Alemania.

La nueva amistad germano-rusa (por el contrario, las relaciones con Francia se enfriaron por las fuertes críticas galas a la guerra de Chechenia) quedó sellada en la cumbre de junio de 2000 en Berlín, cuando se adoptaron sendos acuerdos sobre la liberalización de créditos para garantizar las exportaciones alemanas a Rusia y para estimular las inversiones de empresas germanas en los negocios de extracción de gas. En aquella ocasión, además, Schröder respaldó la oferta de Putin de desarrollar un programa paneuropeo de defensa antimisiles abierto a la participación de Estados Unidos.

Putin realizó su primera visita a China el 18 de julio de 2000. En Beijing, coincidió con el presidente anfitrión, Jiang Zemin, en rechazar la NMD y la posición hegemónica Estados Unidos, por lo que estimaron necesario profundizar la "cooperación estratégica" chino-rusa. Un vínculo similar quedó definido con India en el desplazamiento del mandatario a Nueva Delhi el 3 de octubre.

Otro elemento de inercia en las relaciones exteriores rusas salió a relucir a la hora de evaluar las elecciones presidenciales en Yugoslavia, el 24 de septiembre de 2000, ya que Moscú no reconoció la victoria en las urnas del candidato de la oposición, Vojislav Kostunica, hasta que la insurrección popular en Belgrado derribó a Slobodan Milosevic. Estas reticencias a la derrota final de quien había sido el único aliado de Moscú (aunque el autócrata serbio nunca dio facilidades a la diplomacia rusa con sus desplantes) en una región dominada por los gobiernos prooccidentales, no fueron óbice para que el ministro de Exteriores, Ivánov, se apuntara la primicia de felicitar a Kostunica en Belgrado.

El 25 de enero de 2000 Putin celebró en Moscú su primera cumbre de jefes de Estado de la CEI, entidad que no terminaba de cuajar como un pálido sucedáneo de la Unión Soviética, ni siquiera en sus aspectos de integración más elementales, por la dispersión de los intereses nacionales y el establecimiento de alineamientos de países miembros con similares prioridades en la cooperación subregional e internacional. Aunque los mandatarios elogiaron a Putin por su intención de parar el avance de las dinámicas "separatistas y terroristas" en la CEI y por su profesión de fe en el futuro de la organización, varios de ellos contemplaban con profunda inquietud la proliferación de discursos nacionalistas en Moscú, que podría dar rienda suelta a sus pulsiones neoimperiales.

En la relación especial con Bielarús, que desde 1996 había establecido con Rusia varios tratados de unión muy ambiciosos, Putin empezó exhibiendo una mayor cautela que su predecesor. En su visita a Minsk de abril de 2000, el dirigente ruso pidió la "sincronización" de los planes de integración, cuya profusión y calado excedía las posibilidades de aplicación a corto plazo, y añadió que los aspectos políticos y de seguridad no podían cimentarse "en una económica débil", por lo que de momento convenía concentrarse en la armonización de las políticas fiscales y tarifarias, a fin de conseguir una unión aduanera efectiva. Por el contrario, las relaciones con Ucrania atravesaban un momento pródigo en desavenencias.

(Cobertura informativa hasta 1/1/2001)