Tony Blair

1. De la abogacía a la política
2. Un líder para la transformación del Partido Laborista
3. Arrolladora victoria electoral y llegada al Gobierno en 1997
4. El arranque del primer mandato: ponderación europea y proyección internacional
5. La formulación teórica de la Third Way
6. La concreción doméstica del New Labour
7. Papel en el proceso de paz de Irlanda del Norte
8. La histórica reelección de 2001
9. Unión de destinos con Bush: las guerras antiterrorista, afgana e irakí
10. Las tormentosas repercusiones de la campaña de Irak
11. Tercera victoria electoral y sucesión pactada con Brown


1. De la abogacía a la política

Su padre era el hijo ilegítimo de una pareja de artistas de vodevil que tomó el apellido Blair de la familia de trabajadores de Glasgow que lo adoptó. De pensamiento conservador y con un sentido de la moral, típicamente anglicana, fundado en la responsabilidad personal y la importancia de los valores familiares y comunales, Leo Blair, nacido en 1923, combatió en la Segunda Guerra Mundial con el grado de mayor y luego se acomodó a un estatus de profesional liberal de clase media como inspector fiscal, abogado y finalmente profesor de Derecho en la Universidad de Durham, en el norte de Inglaterra. Aunque militante comunista en su juventud, desde que formó su familia el padre del futuro primer ministro fue un miembro activo del Partido Conservador. La madre, Hazel Blair, apellidada de soltera Corscadden y fallecida en 1975 de un cáncer de tiroides, procedía de una familia de tenderos norirlandeses afincados en Glasgow.

El joven Tony, su hermano mayor William (convertido años después en juez de tribunal superior y en jurista especializado en banca internacional) y su hermana menor Sarah se criaron en la inglesa Durham, aunque el primero vino al mundo en Edimburgo, primera residencia de la familia, y antes los tres vivieron unos años en Adelaida, Australia, donde Leo Blair ejerció la docencia hasta finales de la década de los cincuenta. Tony fue educado en el Choristers School de Durham y desde 1966 en el Fettes College de Edimburgo, un centro de enseñanza privado. Esta circunstancia sería sacada a colación irónicamente décadas más tarde, ya que los dos primeros ministros conservadores que le precedieron en el 10 de Downing Street, Margaret Thatcher y John Major, son ex alumnos de colegios públicos.

Desde 1971 Blair recibió formación universitaria en el Saint John’s College de Oxford, para, siguiendo los pasos del padre y el hermano, quien estaba terminando la carrera de Derecho en el Balliol College, prepararse para abogado. Aunque tocó la guitarra y cantó en una banda de rock llamada The Ugly Rumours, donde, melenudo y desgarbado, lucía un aspecto inspirado por el su ídolo musical, Mick Jagger, Blair fue un estudiante convencional que no demostró tener grandes inquietudes políticas o querencia por la notoriedad, a pesar de que los activismos de izquierdas proliferaban en las aulas. En 1975 recibió la titulación en Jurisprudencia e, inopinadamente, teniendo en cuenta sus antecedentes familiares, se afilió al Partido Laborista, que en aquel período se hallaba nuevamente en el Gobierno de la mano de Harold Wilson.

Al año siguiente se colegió en el Lincoln’s Inn de Londres y empezó su adiestramiento profesional en el despacho del conocido abogado laborista Derry Irvine, especializándose en los derechos sindical y laboral. En el bufete conoció a una colega católica de Liverpool, Cheri Booth, titulada por la London School of Economics (LSE), con la que contrajo matrimonio en marzo de 1980. La pareja iba a tener cuatro hijos: Euan Anthony, Nicholas John, Kathryn Hazel y Leo George.

Cheri, junto con otros militantes del partido, convenció a su marido para que probara suerte en la política representativa. Blair se identificó desde el principio con el ala renovadora y más abiertamente socialdemócrata del laborismo, partidaria de aligerar la identificación sindical y obrerista del partido para disponer de un proyecto político con una base social más amplia. Desde 1979, cuando se sentaron en el Gobierno por última vez con James Callaghan, los laboristas británicos sobrellevaban una amarga travesía en la oposición, a la postre mucho más prolongada de lo que pudieron imaginar en un principio, que tenía como adversaria imbatible a la primera ministra y líder conservadora Margaret Thatcher, adalid de un profundo vuelco en la sociedad y la economía británicas bajo el signo de la derecha neoliberal.

En mayo de 1982, tras perseguir sin resultado una candidatura a concejal del municipio londinense de Hackney, Blair disputó en una elección parcial el escaño en la Cámara de los Comunes por Beaconsfield, un distrito tradicionalmente conservador del condado de Buckinghamshire, al noroeste de Londres; con sólo el 10% de los votos, fue abrumadoramente derrotado por sus contrincantes de los partidos Conservador y Liberal, pero su rendimiento en campaña captó la atención del izquierdista líder del partido desde 1980, Michael Foot, quien hizo lo necesario para favorecer las aspiraciones del inquieto veinteañero.

Miembro de las bancadas laboristas con Kinnock y Smith
La oportunidad le llegó a Blair en las elecciones generales de 1983 a través de la circunscripción de Sedgefield, en el condado de Durham, que había sido abolida en 1974 pero que ahora volvía a funcionar. Estaba considerado un escaño seguro para los laboristas, que desde 1935 lo habían titularizado a lo largo de cuatro décadas, pero Blair, que a fin de cuentas era un completo desconocido para las bases, hubo de bregar por la nominación frente a un rival del ala izquierda, Les Huckfield, un parlamentario con 16 años de experiencia en Westminster. Recurriendo a una ofensiva de encanto, el neófito consiguió que el consejo laborista local se decantara por él. Durante la campaña, Blair hizo proselitismo en Sedgefield montado en la plataforma oficial del partido elaborada por Foot, quien apostaba por un genuino socialismo británico, decididamente estatista, soberanista y pacifista.

El 9 de junio de 1983, mientras el partido encajaba los peores resultados de su historia y veía cómo los conservadores, en la cima del poder thatcherista, incrementaban su mayoría absoluta (desastre que motivó la renuncia de Foot y su sustitución por Neil Kinnock), Blair conquistó con el 47,6% de los votos un escaño que iba a renovar cinco veces consecutivas hasta 2007. Al estrenar su nueva responsabilidad política en los Comunes, Blair abandonó la práctica de la abogacía. Sólo tenía 30 años. En su maiden speech en los Comunes, se presentó como un abanderado del socialismo, profesión de fe que los hechos y los dichos se encargarían de matizar y aun de desmentir.

Durante los años en la oposición al Gobierno Thatcher, Blair desempeñó diversos puestos de importancia en el partido. Su ascenso puede considerarse rápido, pero sobre todo, lustroso, dada su todavía corta edad. En 1984 se introdujo en el opposition front bench (el grupo de diputados de área para las réplicas parlamentarias del principal partido de la oposición al Gobierno de turno y del que son miembros entre otros los ministros del shadow cabinet, o gobierno en la sombra, una figura no constitucional pero clásica del parlamentarismo británico) como asistente del portavoz de Asuntos Económicos y del Tesoro, Roy Hattersley. Blair aprovechó su portavocía auxiliar para adquirir su primera notoriedad como un duro fustigador de la política fiscal del Gobierno conservador.

Tras las elecciones del 11 de junio de 1987, que apenas modificaron el equilibrio de fuerzas parlamentario (los laboristas ganaron la veintena de escaños perdida por los conservadores), Kinnock trasladó a Blair al área de Comercio Exterior e Industria, donde pasó a secundar al shadow minister Bryan Gould como portavoz de las cuestiones relacionadas con la competitividad, el consumo y la City de Londres. En noviembre de 1988 el diputado por Sedgefield fue promovido en votación interna a miembro del shadow cabinet como responsable de Energía, sustituyendo a John Prescott, y al cabo de un año, en noviembre de 1989, cesó en esa portavocía para convertirse en el secretario de Estado de Empleo laborista. Desde ambos puestos, que le situaron como un firme candidato a ministro en un futuro gobierno de su partido, Blair criticó el plan de los ejecutivos de Thatcher y (desde noviembre de 1990) John Major de privatizar la industria eléctrica y propugnó una política de inversiones públicas para alcanzar el pleno empleo.

Blair reforzó su posición interna a raíz de la elección, el 18 de julio de 1992, de John Smith como nuevo líder del partido. Antiguo ministro con Callaghan y últimamente el canciller del Exchequer en la sombra, Smith tomó el relevo a Kinnock, que pagó con la dimisión por la inesperada derrota de los laboristas en las generales del 9 de abril. La subida al 34,4% de los votos (3,6 puntos más que en 1987) y los 271 escaños (42 más) fue de todo punto insuficiente para desbancar a Major y los conservadores, que aguantaron sorprendentemente bien el desgaste y retuvieron una mayoría absoluta de 336 escaños.

Smith se mostró decidido a llevar a cabo una revisión en profundidad del programa político y la estrategia electoral del Partido Laborista, más allá del diagnóstico hecho por Kinnock, que sólo había insinuado una reforma tímida. Blair se convirtió en la mano derecha de Smith en el partido parlamentario, como secretario de Estado del Interior en la sombra, y en el partido orgánico, como miembro, desde el 28 de septiembre, por decisión de la Conferencia anual laborista en Blackpool, del Comité Ejecutivo Nacional, donde condujo la Comisión de Reforma Constitucional e hizo gala de un enfoque positivo de la nueva Unión Europea (UE).


2. Un líder para la transformación del Partido Laborista

El 12 de mayo de 1994 Smith murió inesperadamente víctima de un fulminante ataque al corazón. El 9 de junio tuvieron lugar las elecciones al Parlamento Europeo y el partido las ganó con el 44% de los votos. Las elecciones internas quedaron fijadas para el 21 julio y a las mismas fueron llamados a votar los militantes de base, los grupos afiliados (sindicatos, mayormente), los representantes de las secciones locales y los miembros del Parlamento. Blair, que partía con la ventaja de su nombradía como el ahijado político de Smith, se vio las caras con dos conmilitones con más recorrido que él: John Prescott, miembro de los Comunes desde 1970, dirigente procedente del sindicalismo y perfecto exponente del laborismo clásico, que presumía de credenciales trabajadoras, y Margaret Beckett, parlamentaria desde 1974, vicelíder del partido desde 1992 y ahora mismo su líder en funciones.

Sin mucha sorpresa, Blair ganó la votación con el 57% de los votos. Como premio de consolación, Prescott fue elegido vicelíder, mientras que Beckett, cuyo pasado nítidamente izquierdista no le impedía simpatizar más con Blair, tuvo que conformarse con un puesto en el gabinete en la sombra. En tanto que nuevo líder de la oposición, Blair fue nombrado por el Palacio de Buckingham miembro del Privy Council, el Consejo Privado de la reina Isabel II.

El pacto con Brown y la des-izquierdización de los estatutos
En este envite, Blair contó con el respaldo de otra estrella ascendente del partido, Gordon Brown, paisano y diputado escocés, debutante en Westminster también en 1983, quien procedía de la academia (era doctor en Historia) y el periodismo, pero que en política había cimentado una especialidad económica, tratándose del sucesor de Smith como canciller del Exchequer en la sombra. En el mediático Blair, con su sonrisa electrizante y su hablar vivo, casi nervioso, y Brown, siempre aplomado y cerebral, los observadores apreciaban una pareja dinámica de caracteres complementarios capaz de formar un robusto tándem de poder si los laboristas alcanzaban el Gobierno, pero esta camaradería estaba matizada por unos asomos de rivalidad que iban a expresarse más claramente a partir de ahora. Además, Brown parecía menos incómodo que Blair con los postulados clásicos de la socialdemocracia.

Ya en aquel entonces se habló de una suerte de transacción secreta entre los dos amigos que habría dado satisfacción a sus respectivas ambiciones, al menos a medio plazo. Este pacto entre caballeros, puramente verbal, que con los años la opinión pública iba a dar ampliamente por cierto –a falta únicamente de la confirmación oficial por sus dos protagonistas-, llamado a veces el Pacto de Granita por el nombre del restaurante londinense donde se adoptó o conocido simplemente como el Acuerdo (the Deal), tenía el siguiente contenido: Brown se comprometía a no contender por el liderazgo con Blair y éste, a cambio, si se convertía en el primer ministro tras las elecciones de 1997, le daría pleno control sobre la política económica y financiera del Ejecutivo y además se avendría a negociar la limitación de su ejercicio a un período, quizá hasta el ecuador de un segundo mandato, a cuyo término el puesto de premier y el liderazgo del partido pasarían a Brown.

La promoción del reformista, pragmático y proeuropeo Blair apuntaba a la conclusión de la empresa renovadora apenas iniciada por su infortunado mentor, pero las propuestas del joven y ambicioso líder iban más allá. En la Conferencia partidaria de octubre de 1994, el flamante líder llamó a abandonar el manifiesto en favor de las nacionalizaciones, a revisar el concepto del Welfare State (ya socavado durante la égida thatcherista), a suprimir las prerrogativas de los sindicatos en los procesos internos del partido, a actuar con dureza contra la criminalidad común, a adquirir un compromiso sólido en la defensa del Atlántico Norte y a recomponer las relaciones con la UE

Estos planteamientos suponían un giro copernicano con respecto al programa ultraizquierdista elaborado por Foot para las elecciones de 1983, cuyos platos fuertes habían sido la retirada del Reino Unido de la entonces Comunidad Económica Europea, el desarme nuclear unilateral y una política económica intervencionista que evocaba el modelo de economía mixta aplicado tras la Segunda Guerra Mundial por el líder laborista de la época, el primer ministro Clement Attlee. Aunque el laborismo británico nunca había sido marxista y revolucionario (si bien algunos de sus miembros sí se adherían al socialismo democrático filomarxista), con Foot, la inspiración en el viejo socialismo fabiano, comprometido con las metas de la socialdemocracia por la vía de las reformas gradualistas, había alcanzado sus cotas más radicales (La venerable Sociedad Fabiana, aunque ya no era el motor doctrinal de antaño, seguía ejerciendo una influencia significativa en el trabajo intelectual del partido, y el propio Blair figuraba entre sus miembros y publicó tres artículos largos con su sello editorial).

En la conferencia extraordinaria celebrada en abril de 1995, Blair consiguió, con el 65,2% de los votos, la reescritura de la famosa Cláusula Cuarta de los estatutos del partido (redactados en 1918, casi dos décadas después de su fundación) para eliminar la referencia al compromiso con la propiedad común de los medios de producción, que la plataforma oficialista consideraba el último vestigio de la doctrina socialista clásica. Asimismo, Blair liquidó el poder decisorio de los sindicatos en el seno del partido, que hasta entonces se había expresado en las votaciones internas y en la capacidad de promover candidaturas para determinadas circunscripciones electorales. En este espinoso envite el líder obtuvo la valiosa ayuda de George Robertson, dirigente del laborismo escocés, miembro del shadow cabinet y personaje muy influyente en el sindicalismo del país.

En parte, Blair fue capaz de quebrar la influencia de los sindicatos por el desprestigio que habían adquirido desde las huelgas salvajes de los años setenta (que pusieron en jaque a gobiernos conservadores y laboristas por igual), cuando se mostraron como una implacable corporación de clase, y luego por la severa derrota infligida por Thatcher durante las huelgas del carbón en los años 1984 y 1985, convertidas por la Dama de Hierro en un pulso personal. Blair declaró que las trade unions debían limitarse a su función sindical y dejar la política a los políticos, cuando más no interferir en el programa de gobierno.

En opinión de los comentaristas, con estos mimbres, el Nuevo Laborismo de Blair se convertía en una alternativa real de poder, máxime porque entre tanto, el Partido Conservador, presa de las pendencias internas y del gris liderazgo de Major, agotaba su credibilidad. Blair, que gustaba definirse como un "reformista radical" o un "socialista de valores", no tuvo complejos en tomar lo más conveniente de los repertorios laborista y conservador para construir un discurso y una imagen centristas, (desde fuera se usó el término clintoniano), capaces de atraer a los electores de clase media descontentos con la gestión de los conservadores, aunque el líder laborista miraba más allá de la coyuntura propicia y aspiraba a fidelizar estos segmentos como votantes de su partido.

Para la marginada ala socialdemócrata del partido -y para el conjunto de la izquierda británica, sobre todo la de la vertiente libertaria, que tendía a demonizarlo-, Blair no era un renovador, sino un liquidador del laborismo tal como se había entendido a lo largo de su casi centenaria existencia, ya que lo había desarraigado de sus tradiciones y había desdibujado sus señas de identidad, lo que más y mejor le diferenciaba de los tories y de los Liberales Demócratas (surgidos en 1988 de la fusión del vetusto Partido Liberal y el Partido Social Demócrata, a su vez fundado en 1982 por un grupo de laboristas moderados disidentes del socialismo de Foot).

Para varios observadores ajenos al debate doctrinal, la operación de Blair tenía un calado revolucionario, ya que, más allá de las tendencias en su seno -del socialismo avanzado al reformismo cauteloso- y del mayor o menor radicalismo de sus anteriores líderes, el partido siempre había sido fiel a sus símbolos tradicionales, incluso con un apego sentimental. Se aducía que frases suyas del tipo "una sociedad fuerte no debería ser confundida con un Estado fuerte", "el deber es la piedra angular de toda sociedad decente" o "el país necesita más gente capaz de hacerse rica a través del dinero que pueda ganar", podría haberlas dicho un thatcherista furibundo. Las concomitancias con Thatcher, seguían opinando, excedían el aporte de ideas, ya que la líder conservadora también había roto con tradiciones de su partido tenidas por intocables desde el final de la guerra, como la creencia en las bondades de las concesiones paulatinas. Tanto Thatcher como Blair exhibían una convicción plena, hasta el punto de parecer arrogantes, en la verdad de sus fundamentos y en el error del contrario.

De hecho, Blair era un admirador confeso de la ex primera ministra, de su estilo y su personalidad, cuyos radicalismo, energía y enfoque visionario él querría hacer suyos. En 1995 las dos personalidades se dedicaron a intercambiar piropos, haciendo elevar muchas cejas, y no precisamente de agrado, en sus respectivos partidos. Para Blair, Thatcher era la artífice de una "revolución social y conservadora" que sólo un gobierno laborista podía "completar", además de parecerle "correcto" su "énfasis en la empresa". La retirada Dama de Hierro no se quedó atrás, y, en unas declaraciones destinadas a zaherir a Major, su indeseado sucesor en el golpe de gabinete de 1990, alabó al joven jefe opositor como un "hombre de convicciones" que era "probablemente el más formidable" líder laborista desde Hugh Gaitskell (1955–1963).


3. Arrolladora victoria electoral y llegada al Gobierno en 1997

De cara a las elecciones parlamentarias del 1 de mayo de 1997, el equipo de Blair elaboró un programa desideologizado, alejado de la socialdemocracia y más cercano al capitalismo social, que se basaba en los conceptos de equidad, gestión eficaz, cercanía al ciudadano, descentralización política y participación internacional. El director de la campaña del partido fue Peter Mandelson, un experto en comunicación y diputado muy próximo a Blair, al que asesoraba, y junto con Brown el tercer arquitecto del New Labour. Hábil en el uso electoral de los medios audiovisuales y empleando una elocuencia que rebosaba entusiasmo y autoconfianza, Blair se comprometió con la reforma del Estado del Bienestar, la dotación de instituciones autonómicas a Gales y Escocia, la elegibilidad por sufragio universal de la Cámara de los Lores, la mejora del sistema educativo y la adopción de políticas activas para mantener el crecimiento económico y crear empleo, empezando por una bajada de los impuestos, acompañada de una reducción del gasto público, por citar los puntos más representativos de una pléyade de propuestas.

En el capítulo europeo, se mostró más ambiguo y no presentó una postura nítida sobre el ingreso del Reino Unido en la Unión Económica y Monetaria (UEM), aunque sí abogó por la adhesión a la Carta Comunitaria de los Derechos Sociales Fundamentales de los Trabajadores, adoptada por el Consejo Europeo en diciembre de 1989 y vinculada al primer Tratado de la Unión Europea (TUE), el de Maastricht, en 1992 mediante un protocolo anexo sobre la política social, del que el Reino Unido se había desvinculado. A Blair, el TUE y la Carta Social le merecían una opinión positiva en tanto sirvieran a los intereses británicos. El aspirante hilvanó un texto extenso con todas sus ideas y propuestas en el ensayo New Britain: My Vision Of A Young Country, sacado al comercio en febrero de 1997.

El electorado premió estos enunciados con el 43,2% de los votos (8,8 puntos más que en 1992) y 418 escaños (147 más), esto es, una mayoría absoluta de 88 actas en los Comunes. Se trató del mejor resultado obtenido por el Partido Laborista desde la triunfal reelección de Harold Wilson en 1966 y de su primera victoria desde 1974, cuando Wilson volvió a imponerse al conservador Edward Heath. Por lo que respectaba a los tories, tocaron a su fin 18 años de dominio ininterrumpido y retornaron a la oposición con la cuota parlamentaria más exigua desde 1906. Los analistas apreciaron un deslizamiento general las clases medias, incluso las media-altas, a favor del nuevo laborismo blairista, anulando el voto interclasista que el Partido Conservador había construido gracias al capitalismo popular de Thatcher.

El 2 de mayo Major dimitió y Blair, con 43 años (a punto de cumplir los 44), se convirtió en el premier más joven desde Lord Liverpool, en 1812. En el Gabinete laborista, Blair, que, siguiendo con la costumbre, tomó los puestos adicionales de Primer Lord del Tesoro y ministro del Servicio Civil, se rodeó de sus principales lugartenientes: Prescott fue hecho viceprimer ministro; Brown, canciller del Exchequer (ministro de Hacienda), nombramiento que cabía enmarcar en el famoso Pacto; Robertson, secretario de Defensa; Robin Cook, secretario del Foreign Office (ministro de Exteriores); Jack Straw, secretario del Interior; el invidente David Blunkett, secretario de Educación y Empleo; y Beckett, secretaria de Comercio e Industria.

Derry Irvine, el antiguo jefe de Blair en el despacho de abogados, se convirtió en el Lord Canciller, cargo de resonancias tradicionalistas con jurisdicción sobre los órganos de justicia y la Cámara de los Lores. Y Peter Mandelson, quien iba a ganarse los motes de Príncipe de las Tinieblas y Lord Oscuro por su manejo de las relaciones públicas de Blair entre bambalinas y su perfil sutil e intrigante, fue nombrado ministro sin cartera (un año más tarde sería ascendido a secretario de Industria y Comercio).


4. El arranque del primer mandato: ponderación europea y proyección internacional

Nada más posesionarse del número 10 de Downing Street, con el país agitado por una ola de optimismo desconocida en muchos años, Blair anunció el regreso del Reino Unido a la UNESCO -de la que Thatcher se había desentendido en 1985- y dejó abierta la puerta al ingreso en la UEM, siempre que el país no saliera perdiendo con la renuncia a la libra, cuestión que podría ser sometida a referéndum en la próxima legislatura. El nuevo talante europeo del Ejecutivo laborista se estrenó en Bruselas el 5 de mayo, en la Conferencia Intergubernamental que elaboraba el nuevo TUE. Los representantes británicos prometieron una mayor colaboración de su país en la construcción europea y declararon que Europa era "una oportunidad, no una amenaza". El mismo día, Cook anunció la aceptación británica de la Carta Social, que el nuevo TUE citaba expresamente, dándole fuerza vinculante, en su enmienda del articulado del Tratado de la Comunidad Europea

Las posibilidades y los límites del nuevo enfoque de la UE
En su primer Consejo Europeo, el celebrado en la ciudad holandesa de Noordwijk el 23 de mayo, Blair manifestó su voluntad de "abordar el proceso de la construcción europea desde una óptica positiva". Transcurridas tres semanas desde el cambio de guardia en Londres, los socios europeos daban por hecho el final de la voluntaria marginación de las cuestiones comunitarias practicada por los gobiernos conservadores. Ahora bien, en el capítulo de la seguridad y la defensa, el primer ministro dejó clara su negativa a la absorción del rol defensivo de la Unión Europea Occidental (UEO) por el segundo pilar de la UE, la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), y como mucho estaría dispuesto a explorar la ejecución por la UE de operaciones de pacificación e interposición hasta ahora asignadas exclusivamente a la UEO. En efecto, en la lectura definitiva del TUE, aprobado por el Consejo Europeo de Ámsterdam el 17 junio de 1997 y firmado por el Consejo de la UE el 2 de octubre siguiente, la UEO siguió existiendo como organización autónoma.

El gobernante insular opinaba que la UEO debía ser relegada a cometidos subsidiarios, reservando los aspectos militares de entidad al pilar europeo de la OTAN y los políticos a la PESC. Blair afirmó que su objetivo no era otro que concretar el concepto, bastante etéreo de hecho y que tendía a equipararse al citado pilar europeo, de la Identidad Europea de Seguridad y Defensa (IESD), lanzado por la Alianza Atlántica en 1994 para fundamentar la posible cesión de medios propios en operaciones desarrolladas sólo por países europeos en el marco de la UEO.

Sus posteriores actuaciones en los consejos europeos fueron perfilando el concepto que del europeísmo tenía Blair, que admitía varias matizaciones y reservas: sí a la asunción por Europa de mayores responsabilidades en la seguridad y la defensa del continente, pero sin menoscabo de la alianza con Estados Unidos (establecida por once de los quince estados de la UE en el marco de la OTAN) ni a espaldas de la UEO; y sí a una mayor cooperación intergubernamental en el seno del Consejo, pero no a la integración política mediante el refuerzo de los poderes de la Comisión, un órgano supranacional. Blair aseguró que las dudas de su país respecto a la UEM habían sido un "error", ya que no podía soslayarse el grado de dependencia de la economía británica del Mercado Común, el cual ahora iba a perfeccionarse con la puesta en circulación de una única unidad de cambio.

Sin asumirlo explícitamente, Blair se sentía cómodo en una UE de geometría variable, en la que el Reino Unido pudiera decidir con qué comprometerse y de qué excluirse. El primer ministro expresó su desacuerdo con el concepto del grupo pionero, primero preconizado por el presidente francés, Jacques Chirac, y luego asumido por el canciller alemán, Gerhard Schröder, al que veía como la resurrección de la Europa de varias velocidades. Según el británico, antes de acelerar su integración política y económica a un ritmo que no todos los estados podían o querían seguir, la UE debía abrir un debate sobre su construcción futura, definiendo ámbitos no excluyentes.

En el debate sobre la reforma de las instituciones, prolongado durante todo 2000, Blair se mostró sumamente receloso de la eliminación del derecho de veto en el Consejo y la extensión del voto por mayoría cualificada, opinando que las denominadas cooperaciones reforzadas deberían adoptarse como último recurso y siempre que no perturbaran el acervo comunitario. En el Consejo Europeo de Niza de diciembre de 2000, que aprobó el Tratado al que dio nombre en un clima de prelaciones nacionalistas, los británicos conservaron el veto sobre fiscalidad y políticas sociales, y de paso se salieron con la suya en el freno a las expectativas creadas en torno a la defensa común europea y la Fuerza de Reacción Rápida, contemplada por el Consejo de Helsinki en diciembre de 1999.

En la polémica sobre el grupo pionero, el mandatario británico encontró un aliado destacado en el presidente del Gobierno español, el conservador José María Aznar, al que visitó por primera vez en Madrid en junio de 1998, aunque en su caso no se trataba tanto de frenar el avance del elemento supranacional en la Unión como de defender el peso específico de España llegado el momento de la reforma institucional.

Un asunto extracomunitario, pero de tremenda trascendencia internacional, la detención en Londres en octubre de 1998 del ex dictador militar y entonces senador chileno Augusto Pinochet a requerimiento del juez español Baltasar Garzón, quien quería procesarle como presunto violador de los Derechos Humanos, sirvió para estrechar los contactos políticos entre los dos gobiernos al margen de las diligencias judiciales. Blair, que debía afrontar la espinosa peripecia del general de una manera que no pusiese en solfa su pregonado progresismo (en casa, Pinochet ya contaba con la solidaridad de Thatcher, quien no olvidaba la actitud favorable de Santiago cuando la guerra contra Argentina por las Malvinas), prefirió situarse en un discreto segundo plano y descargar la responsabilidad política en su ministro del Interior, Straw, quien finalmente, en enero de 2000, tomó la polémica decisión de eludir la demanda de extradición española y levantar el arresto a Pinochet en atención a su salud, la cual, supuestamente, no le permitía afrontar un juicio en España.

Blair ocupó la presidencia de turno del Consejo Europeo en el primer semestre de 1998, cuando se decidió, en Bruselas el 2 de mayo, qué países iban a acceder a la tercera etapa de la UEM a partir del 1 de enero de 1999. Aunque el Reino Unido cumplía holgadamente los cuatro criterios de convergencia al euro (en déficit público, deuda pública, inflación y tipos de interés), Blair ya había dejado claro que el país se atendría por el momento a la cláusula de exclusión (opt-out) que el Gobierno de Major había logrado incluir como protocolo en el Tratado de Maastricht.

En el Consejo Europeo de Cardiff, en junio de 1998, Blair hizo una inopinada profesión de fe en el euro al presentar la moneda única como un "polo de estabilidad para la economía europea", en un momento en que los efectos de la crisis asiática se hacían notar. Antes, el 12 de marzo, se dieron cita en Londres los jefes de Estado y de Gobierno de los quince estados miembros y los once estados incluidos en la estrategia de preadhesión de la UE para inaugurar la Conferencia Europea. Los seis candidatos aceptados en la primera ola de ampliaciones comenzaron las negociaciones de adhesión el 31 de marzo.

La primacía del vínculo transatlántico y el nuevo intervencionismo exterior
Blair dejó claro que la relación especial con Estados Unidos seguía siendo un puntal de la política exterior británica. Además de subrayar el carácter esencial de la potencia militar estadounidense en la defensa de Europa, Blair no cuestionaba la primacía de Washington en el patrocinio del proceso de paz de Oriente Próximo. Aunque Londres había sido uno de los escenarios para el encuentro entre el presidente autonómico palestino, Yasser Arafat, y el primer ministro israelí, Ehud Barak, el Gobierno británico (a diferencia de los auspicios de Chirac) venía confiriendo a estas reuniones un trasfondo norteamericano, recordando que el papel mediador de la UE, aunque importante, era "complementario" del de Estados Unidos.

Fiel a su visión de una mayor presencia británica en el mundo y de un nuevo internacionalismo que no escatimara las intervenciones allí donde los Derechos Humanos fueran masivamente vulnerados, Blair se señaló como el más encendido defensor del ataque militar de la OTAN contra Serbia en 1999 por su negativa a acatar los acuerdos de Rambouillet sobre el conflicto de Kosovo, operación que los aliados emprendieron sin el permiso del Consejo de Seguridad de la ONU debido a la oposición de Rusia y China. Una vez doblegado el Gobierno de Belgrado con la campaña de bombardeos aéreos, el contingente británico, de 13.000 hombres, fue con diferencia el más numeroso de los desplegados en el seno de la Fuerza de Kosovo (KFOR), que, bajo el mando de la OTAN y con la autorización de la ONU, activó su misión de pacificación el 12 de junio. Dichas fuerzas se sumaron a los 5.500 efectivos que desde diciembre de 1996 venían operando en Bosnia-Herzegovina como parte de la Fuerza de Estabilización (SFOR), también comandada por la OTAN.

La beligerancia y el compromiso de Londres en la pacificación forzada de Kosovo fueron incluso superiores a los exhibidos por la Administración demócrata de Bill Clinton, que en los meses previos al inicio en marzo de 1999 de la Operación Fuerza Aliada dejó traslucir algunas dudas. Así, Blair y Robertson plantearon abiertamente la posibilidad de la participación del Ejército británico en una masiva invasión terrestre en el caso de que la campaña aérea por sí sola no consiguiera poner en fuga a las tropas serbias de Kosovo. La elección de Robertson como secretario general de la OTAN el 4 de agosto siguiente (Geoff Hoon le sustituyó en el Ministerio de Defensa) reforzó la percepción de una estrechez máxima en las relaciones anglo-estadounidenses.

Contando también aquí con una opinión pública mayoritariamente favorable, Blair cooperó con Clinton en el acoso militar al régimen irakí de Saddam Hussein, cuyo episodio más ruidoso en la primera legislatura laborista fueron los bombardeos realizados en diciembre de 1998, la Operación Zorro del Desierto, en represalia por el boicot de Bagdad al programa de inspecciones militares de la ONU. Se hizo notar aquí otra disonancia en la PESC, pues Francia (como Rusia), era partidaria de levantar las sanciones económicas, vigentes desde la Guerra del Golfo, y de cambiar la estrategia sobre Irak. Tal era la incondicionalidad de Blair que cuando Estados Unidos presentó el proyecto de la Defensa Nacional Antimisiles (NMD), destinado a protegerse de ataques nucleares de estados "incontrolados" provistos de esa capacidad armamentística de destrucción masiva, el británico fue el único mandatario europeo de la OTAN que salió a expresar su aprobación. Así se lo confirmó al nuevo presidente desde enero de 2001, el republicano George Bush, en su primer encuentro de presentación, en Camp David el 23 de febrero.

Cuando los laboristas empezaron a gobernar, sólo había un punto de fricción entre el Reino Unido y Estados Unidos, la legislación de este país que castigaba con sanciones las inversiones internacionales en Cuba, Libia e Irán, sin exceptuar las británicas y las europeas. El conflicto quedó zanjado el 18 de mayo de 1998 merced a un acuerdo tripartito en Londres entre Clinton, Blair y el presidente de la Comisión Europea, Jacques Santer, que supuso una cesión estadounidense.

Las relaciones del Reino Unido con Libia e Irán experimentaron ese año una sensible mejoría; en el primer caso, en virtud del acuerdo con el régimen del coronel Muammar al-Gaddafi para la entrega y juicio por un tribunal escocés de los dos ciudadanos libios acusados de cometer el atentado aéreo de Lockerbie en 1988; en el segundo caso, por la retirada del apoyo del Gobierno de Teherán a la fatwa (la declaración de blasfemo y la condena a muerte dictadas por el ayatollah Jomeini en 1989) que pesaba sobre el escritor naturalizado británico Salman Rushdie, autor de Los Versos Satánicos. El 24 de septiembre de 1998 Londres restauró con Teherán las relaciones diplomáticas al nivel de embajadores tras nueve años de ruptura y el 7 de julio de 1999 reanudó asimismo las relaciones con Trípoli al cabo de quince años de interrupción.

En un ámbito bien distinto, en diciembre de 1998 y de nuevo en mayo de 2000, tropas británicas condujeron sendas operaciones de evacuación de súbditos nacionales y de otros países de Sierra Leona, en diferentes etapas de la guerra civil que asolaba este país de África Occidental. En la segunda ocasión, la fuerza de 700 paracaidistas y elementos de cuerpos especiales enviada por el Ministerio de Defensa asumió de hecho el mando provisional de la misión de cascos azules de las Naciones Unidas, UNAMSIL, con el objeto de frenar el avance de la guerrilla del Frente Revolucionario Unido (FRU) sobre la capital, Freetown.

Aunque el Foreign Office aclaró que estas unidades, y los 600 comandos de los Royal Marines que las sustituyeron a finales de mes, cumplían sólo tareas de apoyo al Ejército sierraleonés leal al presidente legítimo, Ahmad Tejan Kabbah, y a los 15.000 soldados del cuerpo de pacificación africano (Ecomog), lo cierto fue que se implicaron en los combates y jugaron un papel decisivo en el rechazo y derrota del FRU, cuyo líder, Foday Sankoh, fue capturado. También, efectivos británicos conformaron, junto con destacamentos australianos, neozelandeses y tailandeses, la avanzada de la Fuerza Internacional (INTERFET) que el 20 de septiembre de 1999 arribó a Timor Oriental, territorio del sudeste asiático ocupado por Indonesia, para acabar con las matanzas de timoreses independentistas a manos de las milicias proindonesias.

En su primer período como gobernante, Blair fue el anfitrión de la XXXIII Reunión de Jefes de Gobierno de la Commonwealth, en Edimburgo en octubre de 1997; del II Encuentro Asia-Unión Europea (ASEM), en Londres en abril de 1998; y de la XXIV Cumbre del G8, amén de la primera Cumbre Rusia-UE, en Birmingham en mayo de 1998. El 30 de junio de 1997 asistió a la histórica ceremonia de restitución de la colonia de Hong Kong a China, cumpliendo con la Declaración Conjunta Thatcher-Zhao Ziyang de 1984. En octubre de 1998 realizó un viaje oficial a China y, de nuevo, a Hong Kong, confirmando el comienzo de una nueva era en las relaciones sino-británicas.

El primer ministro sostuvo sus primeros encuentros bilaterales con Clinton en Londres el 29 de mayo de 1997 (realizó a su vez su primer viaje a Estados Unidos el 20 de junio siguiente, con motivo de la cumbre del G8 en Denver); con el canciller alemán Helmut Kohl en Bonn el 6 de junio de 1997 y con el nuevo canciller Schröder en Londres el 2 de noviembre de 1998; con el presidente francés Chirac y el primer ministro Lionel Jospin en París el 12 de junio de 1997; con el presidente ruso Borís Yeltsin en Moscú el 5 de octubre de 1997 y con su sucesor, Vladímir Putin, en San Petersburgo el 11 de marzo de 2000; y con el primer ministro japonés Ryutaro Hashimoto en Tokyo el 10 de enero de 1998.


5. La formulación teórica de la Third Way

La llegada en octubre de 1998 a la Cancillería en Bonn del socialdemócrata Schröder suscitó especulaciones sobre la aparición de una alianza anglo-alemana en detrimento del eje franco-alemán, muy afectado por la marcha de Kohl, las aspiraciones nacionalistas de Chirac y la orientación social que deseaba imprimir el Gobierno socialista de Jospin. Las afinidades eran de tipo personal e ideológico, al tomar el alemán varios aspectos de programa de Blair.

Aquel año, el primer ministro acabó de articular su lectura del laborismo con el concepto de la Tercera Vía (Third Way), que divulgó al gran público en un libro homónimo, The Third Way: New Politics for the New Century, editado por la Sociedad Fabiana. Lejos de inventarla Blair, esta expresión la estaba manejando en ese mismo momento el prestigioso sociólogo y politólogo Anthony Giddens, director de LSE. El texto de Blair apareció en las librerías el 21 de septiembre, mientras el autor se explayaba sobre su pensamiento en un seminario internacional en la Universidad de Nueva York con Clinton a su lado. Apenas unos días atrás, no por casualidad, Giddens había publicado en Cambridge University Press su propio y comentadísimo ensayo, cuyo título, The Third Way: The Renewal of Social Democracy, sonaba casi idéntico. Se trataba de una colaboración político-académica sin disimulos: Giddens era el intelectual favorito del primer ministro, mientras que el sociólogo actuaba como un apologista de las propuestas de Blair.

En sentido estricto, Blair y Giddens enarbolaban, bien que con propósitos radicalmente diferentes, un revival de la terminología, ya que nada menos que Benito Mussolini se había referido a una tercera vía para definir su proyecto fascista, ni capitalista liberal ni marxista, para la Italia de entreguerras. El tercerismo también había conceptualizado diversas experiencias políticas y regímenes de gobierno en América Latina, a veces bastante dispares entre sí, como el modelo de Perón en Argentina.

Con prurito intelectual, Blair advocaba una manera de hacer política sustancialmente distinta de las practicadas por el liberalismo clásico o el neoliberalismo, y por la socialdemocracia tradicional. Según él, la izquierda democrática occidental había caído en el conservadurismo por aferrarse al pasado y rehuir la reflexión y los replanteamientos que la caída del Muro de Berlín y el desplome del comunismo en la Europa del este le imponían. En la misma línea, Giddens argüía que su Tercera Vía, si bien se enmarcaba en la "tradición" de la socialdemocracia europea y el liberalismo americano, en realidad trascendía la socialdemocracia al "viejo estilo" y su fe en el keynesianismo económico, al tiempo que se mantenía apartada de la "nueva derecha" y su "fundamentalismo de mercado".

El New Labour, proseguía Blair, se diferenciaba del thatcherismo y del laborismo clásico en su común obsesión con el aspecto puramente fiscal del gasto público (pretensión de recortes de entrada en el primer caso, propensión a su incremento per se, como signo distintivo de preocupación social, en el segundo): sólo ahora el Gobierno exigía "responsabilidad individual" al destinatario de las partidas. Blair subrayaba la importancia también de la familia, las instituciones cívicas y comunitarias, el voluntariado social y la dotación de oportunidades, y aquí el Estado tenía mucho que decir, para la autorrealización personal. En cuanto al conflicto social, lo rechazaba como el acicate que podía conducir a una democracia avanzada. "La Tercera Vía no es un intento de diluir la diferencia entre derecha e izquierda. Se refiere a valores tradicionales en un mundo cambiante", apostillaba Blair, quien advertía en su formulación teórica un correcto equilibrio entre "valores", "innovación" y "pragmatismo".

En febrero de 1998, aprovechando su primera visita oficial a Estados Unidos, Blair explicó que su doctrina se sustentaba en cinco principios: estabilidad y prudencia frente a los avatares de la economía mundial; énfasis del Gobierno en los aspectos educativos y formativos, así como en las infraestructuras públicas; reforma del Estado del Bienestar, "para evitar que la derecha lo termine desmantelando"; "reinvención" del Estado en su conjunto, en unos sentidos de descentralización y eficacia; e internacionalismo y oposición al "aislacionismo de derecha".

En su reunión del 8 de junio de 1999 en Londres, Blair y Schröder publicaron el manifiesto Europa, la Tercera Vía, el Nuevo Centro (la segunda expresión era un concepto formulado por el canciller), en el que abogaban por la modernización de la izquierda o el centro-izquierda con la supresión de viejos dogmas y la asunción sin complejos de la desregulación empresarial, la flexibilidad laboral, la rebaja de la presión fiscal y la reducción del papel del Estado en la gran economía. El documento hizo suya una afirmación aclaratoria cuya paternidad correspondía al francés Jospin, quien había declinado integrarse en la entente ideológica anglo-germana: "Apoyamos la economía de mercado, pero no la sociedad de mercado".

La vía tercerista de Blair, que desde septiembre de 1996 era vicepresidente de la Internacional Socialista, recibió, paradójicamente, apoyos más cálidos desde los campos centrista y conservador que en el socialdemócrata. Muchos izquierdistas europeos, y no necesariamente adscritos al socialismo avanzado o al comunismo, no ocultaron su desagrado por la innovación blairista. Los más hostiles la veían como una especie de caballo de Troya del liberalismo. Para algunos, dicha concepción no sería otra cosa que un "thatcherismo con rostro humano", lo que entrañaba un esfuerzo de reconstrucción ideológica genuino, aunque avieso; otros, más benignos, creían que se trataba más bien de mera retórica electoralista, sin verdadera sustancia, más allá del ardor visionario de que Blair hacía gala.


6. La concreción doméstica del New Labour

Al cumplir su primer año de mandato, la popularidad de Blair era más elevada que nunca y el balance de lo realizado hasta entonces se consideraba satisfactorio. Por un lado, el Gobierno había cumplido muchas de sus promesas electorales en los capítulos sociales, pues había adoptado vigorosas medidas en favor de la educación y el empleo juvenil, aunque la reducción de las listas de espera en el Servicio Nacional de Salud (NHS) seguía en el aire. La economía marchaba aceptablemente bien y el tesoro estaba consolidado. A todo ello se añadían la imagen de dinamismo y protagonismo proyectada por el Reino Unido en los asuntos internacionales, como consecuencia de una frenética agenda diplomática y del carisma del primer ministro, más la situación en Irlanda del Norte, que parecía encarrilarse a una paz definitiva.

Devolución de poder a los entes subestatales y la reforma de los Lores
Conservando intactos su magnetismo mediático y su entusiasmo contagioso, Blair procedió a activar la vasta reforma constitucional anunciada en la campaña, que iba a alterar instituciones y ordenamientos vigentes desde hacía siglos.

Primero, arrancaron los procesos autonómicos en Escocia y Gales, llamados en la terminología local devoluciones. Sendos referendos celebrados el 11 y el 18 de septiembre de 1997 aprobaron la creación del Parlamento Escocés y de la Asamblea Nacional Galesa, que en el primer caso incluía una capacidad normativa en materia fiscal. En respuesta al deseo ciudadano, el Parlamento de Westminster aprobó la Scotland Act 1998 y la Government of Wales Act 1998. Las elecciones autonómicas tuvieron lugar el 6 de mayo de 1999 y fueron ganadas por los laboristas; quedaron segundos los respectivos partidos nacionalistas, que vieron satisfecha así una reivindicación histórica, aunque tanto el Partido Nacional Escocés (SNP) como el Plaid Cymru propugnaban abiertamente la independencia de ambos países. En mayo de 1999 se constituyeron los ejecutivos autonómicos de Escocia y Gales, a cuyo frente se pusieron los hasta ahora secretarios de Estado territoriales en el Gabinete Blair, Donald Dewar y Alun Michael, respectivamente.

En segundo lugar, el 7 de mayo de 1998 los londinenses, con el 72% de los votos, aprobaron en referéndum la propuesta de restituir la institución municipal de la capital, suprimida por el Gobierno Thatcher en 1986 (entonces funcionaba como el Greater London Council), y su elección directa por los ciudadanos. En noviembre de 1999 el Parlamento aprobó la Greater London Authority Act, que estableció la Greater London Authority, la Asamblea de Londres y la Alcaldía de Londres. Blair intentó bloquear la candidatura por su partido al puesto de alcalde de Ken Livingstone, quien no obstante disputó y ganó la elección del 4 de mayo de 2000 a título de independiente.

Por último, el 24 de noviembre de 1998, el Gobierno, por boca de la reina en su discurso de la ceremonia de apertura del período anual de sesiones del Parlamento, anunció la puesta en marcha de la reforma que democratizaba la Cámara de los Lores, compuesta entonces de 1.191 pares del Reino, entre los llamados lores temporales (la práctica totalidad) y los lores espirituales (los 26 obispos y arzobispos de la Iglesia de Inglaterra), ninguno de los cuales había sido elegido por sufragio. En una primera etapa, se derogaría el derecho hereditario al escaño, lo que iba a afectar a 759 aristócratas con voz y voto (los restantes miembros eran pares vitalicios creados por el monarca en agradecimiento por la prestación de un servicio destacado). Más adelante, se renovaría la totalidad de la cámara mediante el sufragio universal, lo que equipararía a los lores con los comunes en elegibilidad.

Con la rebelión abierta de algunos de los alcanzados por la reforma, el 26 de octubre de 1999 la Cámara, por 221 votos contra 81, aprobó el proyecto de ley del Gobierno, la House of Lords Act 1999, si bien el Ejecutivo, para apaciguar los ánimos, transigió en que 92 pares con derechos de sangre permanecieran en la denominada Cámara de Transición, que funcionaría hasta que se constituyese la cámara definitiva. El 11 de noviembre se rubricó la partida de los otros 667 pares hereditarios, convirtiendo a los Comunes en una cámara legislativa predominantemente nombrada. Sin embargo, la reforma laborista se quedó aquí, a medio camino, ya que el aspecto más espinoso, la elegibilidad de los lores, quedó atascado en un interminable debate interno.

Una política económica social-liberal y las dudas sobre el euro
La política económica de la pareja Blair-Brown aunó en la legislatura 1997-2001 características tanto sociales como liberales, un modelo mixto que se ajustaba bien a los postulados de la Tercera Vía.

El canciller del Exchequer se acreditó como un gestor riguroso y competente que aplicó con mano firme uno de los estandartes del programa electoral laborista, la no subida del impuesto sobre la renta, a la vez que se respetaba el tope de gasto presupuestario establecido por el Gobierno Major. De hecho, el Gobierno introdujo una política tributaria que estaba en las antípodas de la practicada o proclamada por anteriores administraciones laboristas. Así, rebajó del 20% al 10% el tipo de retención a las rentas más bajas, del 23% al 22% el tipo medio o básico, y del 33% al 30% el impuesto de sociedades a las empresas. En 1998, el cuidadoso cálculo de gastos e ingresos produjo un balance superavitario en las cuentas del Estado tras siete años de déficit. No sólo se apostaba por la moderación fiscal; además, se aceptaba flexibilizar el mercado del trabajo y recortar algunas prestaciones públicas.

La consolidación del crecimiento económico y fiscal, y la generación de empleo eran dos objetivos fundamentales, pero Blair estaba personalmente comprometido con la modernización del NHS, muy criticado por su ineficiencia y carencias, tras años de desatención por los gobiernos conservadores, y en particular por sus insufribles listas de espera. Las actuaciones sociales con un trasfondo nítidamente liberal ofrecían aparentes contrasentidos, como la simultaneidad del endurecimiento del acceso a los subsidios y ayudas del Estado y la fijación por ley del salario mínimo interprofesional, una conquista social consolidada en otros países de Europa pero que en el Reino Unido era una absoluta novedad. Ahora bien, para Blair todo era coherente con su concepción de la responsabilidad y la eficacia, enemiga de toda inercia o rémora que frustrara las posibilidades del progreso individual y nacional.

1999 acabó con un excelente rendimiento en las principales variables: el crecimiento del PIB fue del 2%; la inflación cayó al 1,5% anual, el índice más bajo desde hacía 39 años y menos de la mitad del registrado en el ejercicio anterior; y el presupuesto presentaba sobrantes por valor de 7.000 millones de libras, lo que animaba al Gobierno a bajar los impuestos y a gastar más –pero siempre con cautela- en la sanidad y otras partidas sociales. Para redondear el cuadro, el paro se había moderado hasta el 4%, tasa sin precedentes desde hacía dos décadas y que dibujaba un escenario técnico de pleno empleo.

Con la economía boyante, las cuentas públicas saneadas y la reforma política a toda máquina, Blair y sus conmilitones habrían podido aguardar un resultado fausto en las elecciones al Parlamento Europeo del 10 de junio de 1999, comicios que estrenaron en el Reino Unido el sistema de representación proporcional con listas cerradas. Sin embargo, los laboristas sufrieron una estrepitosa derrota, cayendo al 28% de los votos y perdiendo nada menos que 33 de los 62 eurodiputados con que contaban, a manos de los conservadores liderados por William Hague, que ascendieron al 35,8%.

En los medios de comunicación y en el propio partido empezó a acusarse a Blair de arrogante y de confundir sus visiones modernizadoras (incluida la proscripción de la afamada caza del zorro, tan arraigada en los ambientes aristocráticos) con las verdaderas necesidades y sensibilidades del país. Un análisis recurrente fue que el primer ministro había minusvalorado la fuerza del euroescepticismo británico, hábilmente canalizado en su beneficio por Hague y los conservadores. En este sentido, la falta en el Gobierno de una opinión terminante sobre el euro, puesto en marcha el primer día del año sin la participación británica, y la inconcreción de la fecha en que tendría lugar el comentado referéndum sobre la moneda única europea perjudicaron sin duda las opciones electorales del partido.

La opinión pública venía detectando que Brown, satisfecho con la fortaleza de la libra, no compartía la postura de Blair favorable en principio a la adopción del euro a medio plazo. Al parecer, el canciller del Exchequer, que había concedido al Banco de Inglaterra plena autonomía para decidir la política cambiaria y de tipos de interés, no venía nada claro el provecho que podría derivarse de tan trascendental mudanza monetaria, y la actitud del Gobierno se enfrió aún más tras rechazar Dinamarca el ingreso en la UEM en su referéndum nacional del 28 de septiembre de 2000.

Para entonces, Blair ya había atemperado su particular europeísmo inicial, poniendo pegas a la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE, terminada de elaborar por la Convención Europea en octubre de 2000 y proclamada –pero desprovista de fuerza legal por el momento- en diciembre siguiente, y distanciándose de la batalla entablada por franceses, alemanes, italianos y españoles a propósito de la reforma de las instituciones y el reparto de los fondos comunitarios, cuestiones de las que se encargó el Tratado de Niza. En los debates sobre el nuevo tratado, el primer ministro británico incidió sobre todo en el fortalecimiento del Consejo y de los mecanismos de cooperación intergubernamental entre los estados, así como en la ampliación, generosa y sin trabas, de la Unión a los países de la Europa central y oriental, entre otras razones de conveniencia para fagocitar las amenazas a la seguridad del continente en las formas de conflictos armados y crisis de refugiados. Para los federalistas europeos, la defensa por Blair de las bondades de la ampliación escondía más bien un intento de torpedear la integración política a corto plazo.

Tras el disgusto electoral en las europeas de junio de 1999, Blair salió al paso en la Conferencia de otoño en Bournemouth, donde instó a los laboristas a no desfallecer con el programa de modernizaciones y a consolidarse en el poder. Con su arresto habitual, Blair invocó un "nuevo radicalismo" para superar las polémicas ideológicas tradicionales y describió un Reino Unido progresista, próspero y seguro de sí, libre de los privilegios de clase y de los "viejos prejuicios" caros a las "élites" los "establishments", el partido tory y demás "fuerzas del conservadurismo".

La merma en la popularidad de Blair se mantuvo con altibajos durante 2000, cuando una sucesión de pasos en falso conformó una imagen de inflexibilidad e improvisación, que fue ácidamente comentada por los críticos del "sabelotodo" (know-all) primer ministro. En las elecciones londinenses de mayo, el candidato del oficialismo laborista favorecido por Blair, el ex ministro de Sanidad Frank Dobson, fue humillantemente batido por el izquierdista Livingstone, recién expulsado del partido por presentar su candidatura independiente, y por el conservador Steven Norris. Para Blair, se trató de una derrota personal, toda vez que había intentado abortar la candidatura de Livingstone por todos los medios. También, su negativa tajante a bajar los impuestos de los combustibles durante la escalada en el precio del petróleo enojó a las organizaciones de consumidores. Cuando se produjeron las protestas de los transportistas, el Gobierno fue acusado de imprevisión por el desabastecimiento de gasolineras y supermercados.

En el segundo semestre de 2000, la apreciación de la libra con respecto al euro se tradujo en un crecimiento del déficit comercial, pero las exportaciones, cuantitativamente, no se resintieron, contribuyendo, junto con factores internos como la fiebre inmobiliaria y de los negocios de la City, a que el crecimiento interanual superase el 3% del PIB. El paro, de paso, había caído hasta el 3,6%, la tasa más baja en el último cuarto de siglo. Aunque había una aceptación general de que la gestión laborista era altamente competente y de que la economía iba viento en popa, la persistencia de los problemas de popularidad de Blair parecía deberse a la irritación de muchos colectivos, que se sentían agraviados por alguna de sus múltiples disposiciones reformistas.

En septiembre de 2000, durante la conferencia anual en Brighton, Blair reconoció la comisión de algunos errores recientes y animó a afrontar con optimismo las próximas elecciones generales, que por ley no estaba obligado a convocar hasta 2002. Haciendo el enésimo alarde de autoconfianza, el líder laborista calificó su mandato de "misión" y de "batalla por el futuro, el corazón y el alma de nuestro país", y expresó su convicción de "avanzar por el camino correcto". El gran reto en el inicio del próximo siglo iba a ser la reforma de la sanidad pública. Para Blair, el nuevo NHS, con un coste previsto de 20.000 millones de libras durante una década, iba a suponer un aumento espectacular del número de camas y médicos de la red estatal, y mejoras en el cuidado de los ancianos y en la dieta infantil.


7. Papel en el proceso de paz de Irlanda del Norte



8. La histórica reelección de 2001



9. Unión de destinos con Bush: las guerras antiterrorista, afgana e irakí



10. Las tormentosas repercusiones de la campaña de Irak



11. Tercera victoria electoral y sucesión pactada con Brown


(Nota de edición: esta biografía fue publicada originalmente en 12/2000. Tony Blair formó formó en el Reino Unido sus gobiernos segundo y tercero tras las elecciones de 2001 y 2005, respectivamente. El 24/6/2007 Blair cedió el liderazgo laborista a Gordon Brown, quien tres días después asumió también el puesto de primer ministro).