Shinzo Abe

(Texto publicado en octubre de 2017. Véase nota de actualización)

No sin los típicos vaivenes de la política doméstica, en la segunda década del siglo XXI Japón ha vuelto a saber lo que es una dirección de gobierno duradera y razonablemente sólida gracias a Shinzo Abe, un primer ministro con ideas y capaz de aprender de sus propios errores para dar respuestas funcionales a las grandes cuestiones de su país. El 22 de octubre de 2017, a punto de cumplir un lustro de ejercicio, Abe, ave fénix calculador que bascula entre la obstinación y el posibilismo, busca ganar sus terceras elecciones legislativas consecutivas por mayoría absoluta. Es algo que ningún otro cabeza de lista ha conseguido en los 71 años de esta democracia nacida de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial.

LA SEGUNDA OPORTUNIDAD DE UN POLÍTICO DE CASTAA últimos de 2012, un intenso corrimiento electoral a la derecha devolvió a la jefatura del Gobierno de Japón a Shinzo Abe, nuevamente al mando del Partido Liberal Democrático (Jiminto) y resuelto a hacerlo mejor que en su fallido primer mandato, cuando a la nación asiática le acuciaba un tropel de problemas que seis años después se habían recrudecido. En septiembre de 2006, este retoño de una insigne familia de estadistas había sido investido por la Dieta como el primer gobernante japonés nacido después de la guerra y, a sus 52 años, el más joven hasta la fecha. Miembro del ala más conservadora de los liberaldemócratas y considerado un halcón nacionalista por sus lecturas revisionistas, negacionistas incluso, de los crímenes de guerra nipones y por su postura de firmeza frente a Corea del Norte, Abe sustituyó al carismático Junichiro Koizumi con dos objetivos de impacto internacional: suprimir las restricciones constitucionales a la defensa militar del país y mejorar las relaciones con China y Corea del Sur, dañadas por las visitas de su predecesor al santuario shintoísta de Yasukuni. Esta última disposición añadía unos matices de pragmatismo a su reputación de duro.

Sin embargo, un rosario de pasos en falso y escándalos ministeriales por acusaciones de corrupción saldados en dimisiones y suicidios, el olvido de las políticas sociales, la humillante derrota en las elecciones parciales a la Cámara alta y ciertos problemas personales de salud derrumbaron la credibilidad del primer Gabinete Abe en un tiempo récord y condujeron a la dimisión del político justo al año de tomar posesión. Su marcha en septiembre de 2007 fue el comienzo de un período de extrema fragilidad gubernamental por la falta de líderes solventes en la clase política japonesa, sin distingos de filiaciones. Así, Abe tuvo cinco efímeros sucesores, como él consumidos prematuramente al ritmo de uno por año. Los tres últimos, pertenecientes al Partido Democrático (Minshuto), la alternativa del centro-izquierda que en 2009 noqueó en las urnas al desacreditado Jiminto tras una hegemonía de más de medio siglo pero que un trienio después, en los comicios anticipados de diciembre de 2012, sucumbió a su vez y de una manera más estrepitosa aún.

Catapultado por el fracaso total del Minshuto y cerrando este excepcional paréntesis opositor de tres años, Abe trajo a su partido de vuelta al poder con recetas concretas para solucionar la aguda crisis económica que padecía Japón, sumido en su tercera recesión desde 2008. Ello, mientras persistían las secuelas del catastrófico terremoto y tsunami de 2011, y se hacían más patentes los hándicaps del declive demográfico. Asimismo, entonaba mensajes reivindicativos del orgullo nacional en un contexto regional revuelto. Ahora bien, el triunfal retorno de su formación no obedecía tanto a las simpatías del electorado hacia su plataforma de reafirmación de lo japonés como al tremendo voto de castigo a los demócratas por su pobre gestión.

El segundo Gobierno Abe, apoyado en una confortable mayoría absoluta que alcanzaba los dos tercios de la Cámara baja de la Dieta gracias al apoyo del Komeito, tradicional aliado, se estrenó el 26 de diciembre de 2012 con la determinación de atajar las patologías de la economía nacional, lastrada por un estancamiento que acababa de completar su segunda década. Frente a la deflación, que detraía el consumo, y la fortaleza del yen, que dañaba las exportaciones, el Ejecutivo debutante apostaba por una política monetaria muy agresiva del Banco de Japón (masivas inyecciones de liquidez con tipos de interés apenas despegados de cero e incluso negativos, junto con compras de bonos) y por el aumento del gasto público en medidas de estímulo de la demanda interna. La reactivación económica fiada a unas políticas expansionistas contrarias a la austeridad perseguida hasta entonces para combatir los desorbitados déficit y deuda públicos, y conjugada con la confianza en la energía nuclear a pesar del desastre de Fukushima y reformas estructurales como las desregulaciones sectoriales y el empoderamiento económico de las mujeres, era solo uno de los pilares de la "reconstrucción del nuevo Japón" que el primer ministro preconizaba.

Retomando las consignas y propuestas que le dieron polémica fama cuando su primer mandato, y combinando retórica y realpolitik, Abe propugnaba además una reforma educativa para inculcar nociones de patriotismo en las escuelas. Igualmente, insistía en que la Constitución de espíritu pacifista debía ser enmendada para hacer de las Fuerzas de Autodefensa (FAD) unos ejércitos plenamente operativos en la protección del archipiélago. Y anunciaba una política exterior y de seguridad más asertiva en plena escalada de tensiones con los países vecinos, dos fundamentalmente: Corea del Norte, que venía testando bombas atómicas y haciendo volar misiles de corto alcance que caían al mar al oeste de las costas niponas; y China, con la que había abierta una acerba disputa marítima por la soberanía de las islas Senkaku, conflicto con posibles repercusiones comerciales de las que Tokyo era plenamente consciente.

BATERÍA DE REFORMAS CON BALANCE INCONCLUSOEn su segundo Gobierno, de un bienio de duración, Abe disparó a quemarropa dos de las "tres flechas" que municionan su ambicioso carcaj económico, universalmente conocido como Abenomics, a saber, la laxitud monetaria y el acicate fiscal, y colocó en trayectoria la tercera flecha, la reforma estructural dinamizadora de la competitividad, todo ello con resultados mediocres. En 2014 el país experimentó una minirrecesión de dos trimestres que aguó las perspectivas de crecimiento. Y si se logró el objetivo de una inflación anual, bien que pasajera, del 2% fue porque la subida del impuesto a las compras de bienes, concebida por el Gobierno con fines recaudatorios, para podar déficit sin descuidar los costes de la reconstrucción material de las áreas devastadas por el tsunami y la inversión social, vino de rebote a encarecer los precios. 

Unos resultados más visibles, aunque espinosos para la recomposición de las relaciones con chinos y surcoreanos, airados además porque Abe volvió a dejar aflorar (visita particular a Yasukuni incluida) su frialdad frente a los horrores del pasado imperial japonés, rindió la estrategia nacional de remilitarización. Fue en virtud del programa de rearme de las FAD y de una nueva doctrina de autodefensa colectiva lejana que hacía "reinterpretación" del restrictivo artículo 9 de la Carta Magna. Para Tokyo, urgía contener la expansión naval de Beijing y plantar cara también a las amenazas de Pyongyang. En el otoño de 2014, la escéptica acogida por la opinión pública de la nuevas directrices de defensa y del encendido de algunas plantas nucleares para no depender tanto de las costosas importaciones de energías fósiles, las dudas sobre la eficacia de las Abenomics y una remodelación gubernamental frustrada llevaron al primer ministro a convocar unas elecciones anticipadas que el Jiminto volvió a ganar con holgura.

El tercer Gobierno Abe, echado a andar el 24 de diciembre de 2014, se apoyó en la potente expresión de confianza emitida por las urnas para perseverar en su experimento económico y en su agenda diplomática de profundización de los vínculos comerciales con Estados Unidos, la UE y la ASEAN, y de encauzamiento de las relaciones con China y Corea del Sur. Si embargo, el primer ministro no se ha atrevido a introducir una enmienda constitucional en toda regla por la complejidad del procedimiento legal, que incluye un referéndum sancionatorio difícil de ganar. A cambio, ha insistido en la vía indirecta de soslayar el articulado de la norma suprema para que el país disponga de mayores capacidades militares y pueda ser un actor "más proactivo" en materia de seguridad. Así, en 2015 la Dieta aprobó una ley que faculta a las FAD para actuar en operaciones eventualmente bélicas en el extranjero.

Aquel mismo año, Abe aprovechó los aniversarios de la rendición de 1945 y el ataque a Pearl Harbour para formular sus más claras palabra de perdón y pesar por las víctimas infligidas en la guerra. Al terminar 2015, Abe, presionado por las necesidades comerciales de una economía al borde de la quinta recesión, quitó hierro a los tratos con China y cerró con Corea del Sur las viejas heridas por el crimen de las comfort women.

Desde principios de 2017, Abe ha tenido que bregar con las dificultades derivadas de la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, presidente heterodoxo que ha trastocado el paradigma de las relaciones Japón-Estados Unidos, óptimas bajo Obama. El cambio de tono en Washington coincide con el delirio armamentista del dictador norcoreano Kim Jong Un, quien en agosto y septiembre de 2017 lanzó misiles de alcance medio con trayectoria balística sobre los cielos de Hokkaido y amenazó con "hundir" las islas del sol naciente al menor gesto hostil. Aunque lamenta su decisión de abandonar el TPP, el área de libre comercio transpacífico laboriosamente acordada en 2015, Abe se apresura a apoyar que Trump mantenga "todas las opciones abiertas" ante Pyongyang en el convencimiento de que el paraguas de seguridad de Washington es hoy más vital que nunca.

Con estas consideraciones sobre la mesa, a las que se suma el pésimo impacto en los sondeos de la caída de su ministra de Defensa, Tomomi Inada, acusada de prevaricación, y de las salpicaduras a su misma persona de otro escándalo político, un supuesto caso de amiguismo y tráfico de influencias, Abe, el 25 de septiembre, luego de apartar del Gobierno al ministro de Exteriores, Fumio Kishida, potencial adversario interno, optó por dar carpetazo a la legislatura que en principio terminaba en 2018. Otra vez, se apela al crédito electoral de una población profundamente inquieta por la deriva belicosa de Corea del Norte.

A su favor cuenta el caos instalado en las filas opositoras, puestas patas arriba por la crisis terminal de los demócratas del Minshinto (sucesor del Minshuto en 2016), partido que ha acabado por desintegrarse precisamente ahora, y, en menor medida, una economía en compás de espera, con datos que pintan una situación de ambigüedad: la producción avanza, pero a un ritmo decepcionante; el fantasma de la deflación se resiste a desvanecerse pese a que los tipos de interés están al 0%; el paro ha vuelto a sus niveles más bajos; el déficit, que el Gobierno cree poder erradicar a unos años vista, aunque todavía alto, ha encogido notablemente; y la deuda pública, sin parangón en la OCDE, permanece enrocada en un monstruoso 250% del PIB.

Nota de actualización: esta versión de la biografía fue publicada el 17/10/2017.

El 1/11/2017, como resultado de la nueva victoria de su partido en las elecciones generales, Shinzo Abe fue reelegido por la Dieta primer ministro de Japón. El 28/8/2020 Abe anunció su dimisión por motivos de salud. La renuncia en la jefatura del Gobierno se hizo efectiva el 16/9/2020 con la investidura de Yoshihide Suga como nuevo primer ministro. El 8/7/2022 el ex primer ministro participaba en un acto electoral en la ciudad de Nara cuando fue tiroteado por un atacante que le disparó a quemarropa con un arma de fabricación artesanal y que fue inmediatamente detenido. Abe, de 67 años, resultó críticamente herido con parada cardiorrespiratoria; trasladado a un hospital, falleció pocas horas después. El magnicidio del primer ministro más duradero en la historia de Japón, el primero nacido después de 1945 y el más joven en llegar al poder ha generado consternación internacional.

1. Vástago de una familia de estadistas de tradición conservadora
2. Colaborador de Junichiro Koizumi y definición de un perfil nacionalista
3. Líder del partido y el Ejecutivo con una agenda centrada en la seguridad y la defensa
4. El fallido primer mandato gubernamental (2006-2007): contratiempos en cascada y dimisión prematura
5. Un lustro apartado del primer plano; la agitada actualidad japonesa
6. Triunfal regreso al poder en 2012: presidente del Jiminto, barrida electoral e investidura como primer ministro
7. El segundo Gobierno Abe (2012-2014): la remilitarización de Japón, los límites de las Abenomics y potente reválida en los comicios adelantados
8. El tercer Gobierno Abe (2014-2017): pronunciamientos conciliadores en los aniversarios bélicos, reactivación de la producción nuclear, la distorsión de Trump y amenazas directas de Corea del Norte


1. Vástago de una familia de estadistas de tradición conservadora

Shinzo Abe representa la tercera generación de una de las más descollantes dinastías políticas del archipiélago asiático. Su padre, Shintaro Abe (1924-1991), ejerció de ministro de Agricultura, Bosques y Pesca, de Comercio Exterior y luego, en 1982-1986, de Asuntos Exteriores. Su abuelo materno, Nobusuke Kishi (1896-1987), fue el primer ministro del país entre 1957 y 1960 después de fungir de ministro de Comercio e Industria durante la Segunda Guerra Mundial y de Asuntos Exteriores con posterioridad a la misma. Un tío abuelo materno, Eisaku Sato (1901-1975, hermano del anterior, quien portó el apellido de su familia adoptiva, los Kishi), fue asimismo primer ministro entre 1964 y 1972 tras dirigir el Ministerio de Finanzas y antes de recibir en 1974 el Premio Nobel de la Paz en reconocimiento a sus aportaciones a la no proliferación nuclear. Y el abuelo paterno, Kan Abe (1894-1946), fue un popular diputado de la Dieta en los años anteriores al final de la guerra.

Los Abe, los Kishi y los Sato se encontraban entre las familias más influyentes de Yamaguchi, prefectura de la región de Chugoku, en el extremo meridional de la isla de Honshu, y sus vínculos con la alta política y el poder estatal comprendieron tanto el período de dictadura de partido único, en el que fueron colaboradores del primer ministro, general y dictador de facto Hideki Tojo (en particular Nobusuke Kishi, quien supervisó la industrialización de Manchukuo, el Estado títere establecido en 1932 en la Manchuria arrebatada a China), como la etapa posbélica de democracia parlamentaria, una parte considerable de al cual está escrita con sus apellidos. Profundamente conservadores, nacionalistas y anticomunistas, pero al mismo tiempo firmes defensores de la alianza defensiva con Estados Unidos, a partir de 1955 estas estirpes de notables canalizaron su actividad política en el Partido Liberal Democrático (Jiyu Minshuto o Jiminto), fuerza predominante que desde aquel año y hasta 2009 pilotó todos los gobiernos nipones salvo en el trienio de 1993 a 1996.

Nobusuke Kishi, quien fue uno de los artífices del Jiminto, y su hermano Eisaku Sato presidieron el partido los años en que desempeñaron la jefatura del Gobierno. En cuanto a Shintaro Abe, que durante la guerra había servido en la Armada Imperial (la contienda terminó antes de poder convertirse en piloto kamikaze, cual era su mayor ilusión) y luego adquirido adiestramiento político como secretario particular de su suegro primer ministro, fue secretario general del partido entre 1987 y 1989, cuando ya llevaba años portando el apelativo de Príncipe de la política. Shinzo Abe, el continuador de este linaje aristocrático y derechista, no iba a llegar menos alto que sus ilustres ascendientes.

El joven estudió Ciencias Políticas en la Facultad de Derecho de la Universidad Seikei de Tokyo, por la que se graduó en 1977, y luego en Estados Unidos, en la Universidad del Sur de California (USC). De regreso a Japón en 1979 entró a trabajar en el sector privado, en la compañía siderúrgica Kobe Steel, o Kobelco, donde se supone que desempeñó funciones ejecutivas. En 1982 puso un primer pie en la práctica de su formación académica y en la realización de las ambiciones políticas que con seguridad albergaba al ser reclutado por el Ministerio de Asuntos Exteriores como asistente personal del titular de la cartera, que no era otro sino su mismo padre, el cual acababa de ser promocionado para el puesto por el nuevo jefe del Gobierno, Yasuhiro Nakasone.

En julio de 1986, tras las elecciones generales que dieron al Jiminto la enésima victoria apabullante frente a su adversario tradicional, el Partido Socialista, y en las que él obtuvo su undécimo mandato de diputado desde 1958, Shintaro Abe cesó en el Gobierno Nakasone para hacerse cargo de dos cometidos cimeros en el partido: el liderazgo de la segunda facción interna más poderosa, la que hasta ahora había conducido el octogenario ex primer ministro Takeo Fukuda —a su vez el heredero político de Kishi— y la presidencia del órgano ejecutivo conocido como el Consejo General.

Shinzo continuó asistiendo a su padre en calidad de secretario particular, y esta función no varió cuando en noviembre de 1987 el cónclave liberaldemócrata eligió al progenitor secretario general del partido en sustitución del ex ministro de Finanzas Noboru Takeshita, quien lideraba la principal facción del Jiminto, la que anteriormente había encabezado el también ex primer ministro Kakuei Tanaka y antes que él Sato. Sobre las célebres facciones (habatsu) del Jiminto es necesario precisar que no consistían en corrientes ideológicas en el sentido europeo del término, sino en camarillas apadrinadas por veteranos barones del partido, el cual, a través de esta dialéctica de corte oligárquico, conformando un especie de liderazgo colegiado, iba resolviendo contradicciones internas y renovándose relativamente cada cierto tiempo.

La Secretaría General del Jiminto fue para Shintaro Abe un cargo de consolación y compromiso toda vez que arrojó la toalla frente a Takeshita en la liza por la sucesión de Nakasone en la presidencia del partido, lo que equivalía a decir en la jefatura del Gobierno. No era la primera vez que este barón del Jiminto había contendido por el puesto principal: ya lo había intentado en 1982 para suceder a Zenko Suzuki, solo que aquella vez el vencedor fue Nakasone. Esta historia de ambiciones truncadas la había iniciado el patriarca de la familia, Kan Abe, que en 1946 tenía todo dispuesto para disputar, y posiblemente ganar, el cargo de primer ministro cuando una enfermedad la segó la vida a los 52 años.

Obviamente, Shinzo Abe se ubicó en la facción liderada por su padre, distinguida por su conservadurismo ideológico y su ortodoxia liberal en cuestiones de economía, y que oficialmente recibía el nombre de Grupo de Investigaciones Políticas Seiwa (Seiwa Seisaku Kenkyukai). Sin embargo, el joven treintañero no disponía todavía de un caché político propio; por el momento, no era más que un burócrata del partido a tiempo completo al que el apellido ilustre no le garantizaba un ascenso a las alturas sin invertir considerables esfuerzos. 1987 fue también el año en que Shinzo contrajo matrimonio con Akie Matsuzaki, ocho años menor que él e hija del empresario Akio Matsuzaki, propietario de Morinaga, uno de los mayores fabricantes de productos de confitería de Japón. La pareja no iba a tener descendencia debido a la infertilidad de ella. Dos décadas después de la boda, Akie Abe, tras ejercer durante unos años como disc jockey en una radio de Shimonoseki, la ciudad de Yamaguchi donde los cónyuges tenían su residencia, iba a adquirir mucha notoriedad por su papel mediático como primera dama de Japón.

En 1988 Abe fue testigo muy directo, gracias al doble vínculo de intimidad, familiar y profesional, de la caída en desgracia de su padre, uno entre los numerosos dirigentes del Jiminto, con Takeshita en primer lugar y sin faltar tampoco el cabeza de la tercera facción en número de diputados, Kiichi Miyazawa (a la sazón ministro de Finanzas y otro aspirante a suceder a Nakasone en la lid del año anterior). Todos tuvieron que renunciar a sus cargos en el partido y el Gobierno por su implicación en el escándalo Recruit, un entramado de gratificaciones empresariales y bursátiles a cambio de favores políticos que convulsionó al país y que puso de relieve los cimientos corruptos de la larga hegemonía del Jiminto.

En diciembre de 1988 Shintaro Abe cesó como secretario general del partido y transcurridos unos meses su ascendiente interno pareció cobrar vuelo de nuevo. Sin embargo, era un hombre enfermo y en mayo de 1991 falleció a los 67 años de edad víctima de un cáncer hepático. La defunción del mayor de los Abe se produjo siendo el primer ministro Toshiki Kaifu, el recambio buscado por el Jiminto para intentar superar la crisis de credibilidad generada por el escándalo Recruit. Abe hijo subsanó su orfandad política colocándose bajo la protección del nuevo jefe de la facción Seiwa, Hiroshi Mitsuzuka, ministro de Exteriores por unos meses en 1989 y que en octubre de 1991 pugnó infructuosamente por la presidencia del partido en reemplazo del dimitido Kaifu y contra el veterano Miyazawa, convertido por tanto en el nuevo primer ministro. Cumplida una década de adiestramiento en las tareas burocráticas y de familiarización con los entresijos de una formación resuelta a perpetuarse en el poder, Abe, próximo a cumplir la cuarentena de edad, tenía pendiente la consecución de un mandato electoral en la Cámara de Representantes de la Dieta, sin el cual no podía aspirar a construir una verdadera carrera como político profesional.

La ocasión le llegó con motivo de las elecciones generales anticipadas del 18 de julio de 1993, a las que el Jiminto llegó tocado por la proliferación de escándalos de corrupción y las defecciones de quienes pedían a gritos una profunda regeneración y una nueva manera de hacer política, más honesta con los ciudadanos y libre de las perniciosas colusiones entre el partido, la burocracia estatal y los emporios empresariales y financieros del sector privado.

Abe se presentó por el distrito uninominal de Yamaguchi 4, la circunscripción de la familia, y salió elegido. El suyo fue uno de los 223 escaños que obtuvieron los liberaldemócratas, 52 menos que en los comicios de 1990; en otras palabras, perdieron la mayoría absoluta. Así que, por primera vez desde 1955, el Jiminto fue descabalgado del Ejecutivo por una heterogénea alianza de siete partidos entre los que se incluían dos agrupaciones nuevas, surgidas de sendas escisiones del oficialismo, el Nihon Shinto y el Shinseito, más los socialistas y los budistas del Partido del Gobierno Limpio (Komeito). Abe debutó en las tareas legislativas como miembro de la bancada opositora al frágil Gobierno de Morihiro Hosokawa, al que sucedió el todavía más efímero ejecutivo de Tsutomu Hata, los dos antiguos disidentes del partido y líderes respectivamente del Nihon Shinto (Nuevo Partido de Japón) y el Shinseito (Partido de la Renovación de Japón)

En junio de 1994 el Jiminto, con Yohei Kono de presidente y Yoshiro Mori de secretario general, empezó a recomponer la vieja supremacía al pactar con los socialistas (desde 1996, autodenominados socialdemócratas) de Tomiichi Murayama su retorno al Gobierno. En enero de 1996 los liberaldemócratas, bajo la presidencia ahora de Ryutaro Hashimoto, un barón de la facción Takeshita, ya estaban lo suficientemente fortalecidos como para volver a encabezar el Ejecutivo, que fue de coalición hasta las elecciones anticipadas del 20 de octubre, en las que el Jiminto enjuagó el mal sabor que había dejado el histórico varapalo de 1993 con una remontada hasta los 239 escaños. Para Abe, vencedor de nuevo con el 54,3% de los votos, fue la primera de sus cuatro reelecciones consecutivas hasta 2005. Aunque no se trataba de la codiciada mayoría absoluta, Hashimoto pudo continuar gobernando al frente de un Gabinete monocolor.


2. Colaborador de Junichiro Koizumi y definición de un perfil nacionalista

La reputación de Abe como político nacionalista, reacio a los gestos de compunción del Estado japonés por todo el daño que el Ejército Imperial había causado en Asia entre 1910 y 1945, tuvo uno de sus primeros asideros en la actuación del político como responsable de un panel de diputados dedicado a analizar la reforma de la asignatura de Historia que estudiaban los escolares nipones. Este comité parlamentario, creado en 1997, avaló un manual de historia para los alumnos de secundaria elaborado por la asociación de intelectuales conservadores Tsukurukai, que en 2001, tras ser aprobado por el Ministerio de Educación, iba a provocar mucha indignación en Corea del Sur y China debido a su cariz revisionista, ya que restaba magnitud a las atrocidades cometidas por las tropas japonesas de ocupación.

En 1999, tras un sexenio sin mucho lustre en el seno de la nutrida bancada parlamentaria del Jiminto, la parsimoniosa carrera política de Abe empezó a moverse hacia arriba. En la Cámara de Representantes fue nombrado responsable del Comité de Salud y Bienestar Social, y en el partido le fue encomendada la dirección de la División de Asuntos Sociales. Su salto al Gobierno se produjo al año siguiente, después de que Mori, actual cabeza de la facción Seiwa, sucediera como jefe del partido y primer ministro a Keizo Obuchi, el grisáceo líder de la facción Takeshita, el cual quedó incapacitado para el desempeño de sus funciones tras sufrir un ataque cardíaco que le sumió en un coma fatal. Tras ser investido en abril de 2000, Mori se rodeó de un equipo de colaboradores más jóvenes entre los que estuvo Abe, quien fue incorporado con el cargo de subsecretario jefe del Gabinete a un Gobierno mayoritario y de coalición con el Nuevo Komeito y el Partido Conservador (Hoshuto). En junio siguiente tocaron las elecciones generales y Abe renovó su escaño por Yamaguchi, donde solamente salió a retarle un candidato comunista, con el 71,7% de los votos

El politólogo fue confirmado en su puesto gubernamental por el reemplazo del impopular Mori desde el 26 de abril de 2001, Junichiro Koizumi. Número dos de la facción Seiwa, Koizumi llegó al poder con unas credenciales de reformista enérgico y heterodoxo, hostil a la vieja guardia liberaldemócrata y a las corruptelas tradicionales, así como de líder capaz de invertir la nueva tendencia electoral negativa del Jiminto, expuesta con una pérdida de 38 escaños en las generales del 25 de junio, donde la sensación fue el nuevo partido principal de la oposición, el Democrático o Minshuto, orientado al centroizquierda. Koizumi, inmensamente popular desde el primer momento por su estética transgresora y sus ademanes juveniles, quería también lanzar las transformaciones estructurales que la economía nacional, sumida en una aguda crisis de producción, deflación y deuda financiera, precisaba con urgencia.

Por cierto que en estas fechas resonaban con fuerza los ecos de la polémica suscitada por el libro de texto acusado de revisar en sentido indulgente los crímenes de guerra japoneses, un asunto que avinagró las relaciones con el Gobierno de Seúl. Abe sostenía la opinión, contraria a toda evidencia histórica, de que el Ejército Imperial no había obligado a decenas de miles de mujeres coreanas a prostituirse con sus soldados en los años de la ocupación colonial de la península vecina. También creía que el Estado, por boca de los gobernantes habidos desde los años ochenta, ya había emitido suficientes declaraciones de pesar y contrición, e incluso cuestionaba la legitimidad de los juicios que los aliados aplicaron al general Tojo y otros criminales de guerra, los cuales se saldaron en 1948 con varias condenas a muerte y a cadena perpetua.

En su caso, la aproximación a los juicios de posguerra parecía tener un trasfondo emocional, ya que su abuelo, el primer ministro Kishi, fue detenido por Estados Unidos y encarcelado durante tres años como sospechoso de crímenes de la clase A, es decir, crímenes contra la paz, por sus actividades en Manchuria, antes de ser puesto en libertad sin cargos. El nombre del nieto no estuvo ausente de la controversia suscitada en 2001 por el libro escolar. Un lustro más tarde, en vísperas de su elección como primer ministro, Abe iba a ser acusado por un colectivo de educadores y padres de alumnos de haber presionado, junto con otros colegas del partido y el Gobierno, al Ministerio de Educación para que diera luz verde al uso lectivo de un manual que, a fin de cuentas, fue adquirido por un número mínimo de centros de enseñanza.

Abe empezó a adquirir notoriedad pública en 2002 como coordinador y asesor de las negociaciones con el Gobierno de Corea del Norte sobre la repatriación temporal de los cinco ciudadanos japoneses que quedaban vivos del grupo de compatriotas raptados por agentes norcoreanos en las décadas de los setenta y ochenta. En septiembre de aquel año Abe acompañó a Koizumi en su histórica visita a Pyongyang para entrevistarse con el dictador comunista Kim Jong Il. Después, fue corresponsable y vocero de la decisión del Gobierno de Tokyo de impedir el retorno de los antiguos secuestrados a Corea del Norte, donde tenían familia. El reconocimiento por el régimen norcoreano de que mantenía un programa nuclear secreto, en violación del acuerdo suscrito con Estados Unidos en 1994, el inicio de una escalada de provocaciones centradas en la reanudación de las actividades atómicas y a continuación, en febrero y marzo de 2003, los ejercicios con misiles de corto alcance sobre el mar del Japón, municionaron las tesis de firmeza frente a Pyongyang que auspiciaban Abe y otros miembros del Gobierno.

Un conjunto de manifestaciones y actuaciones del político que, unido a sus estrechas relaciones con círculos neoconservadores del Jiminto y el mundo académico que demandaban la inculcación social de la noción de patriotismo, la conversión de Japón en un "país normal" en las materias de seguridad y de defensa, y la reposición en un primer plano de determinados valores del tradicionalismo shintoísta, fueron convirtiendo a Abe, a los ojos de la opinión pública, en un nacionalista duro y rebosante de derechismo. Al haber nacido después de la capitulación de 1945 y del tratado de paz de 1951, que puso término a la ocupación estadounidense del país, Abe, pensaban muchos, carecía del sentimiento de culpa o embarazo que había pesado en la actitud de los sucesivos primeros ministros habidos desde entonces.

Abe, al igual que su jefe, Koizumi, aunque obviamente con una repercusión mediática mucho menor habida cuenta de su posición subalterna, realizó varias visitas al santuario shintoísta de Yasukuni, en Tokyo, donde se rinde tributo a los caídos en todos los conflictos armados que han envuelto a Japón entre 1867 y 1945, y que acoge también los kamis o espíritus de los 14 jerarcas militares y civiles que tras la última contienda fueron condenados por crímenes de guerra y contra la paz. Las visitas anuales a Yasukuni del primer ministro levantaron fuertes recelos y protestas en China y Corea del Sur, que consideraban este recinto un símbolo del pasado imperialista y agresor de Japón. Koizumi daba alas a un enfoque nacionalista de la política exterior nipona firmemente asida a la alianza militar con Estados Unidos, como atestiguó el despacho en enero de 2004 de un millar largo de soldados a Irak en misión de asistencia humanitaria y logística. Su colaborador iba más allá y exponía unos puntos de vista que podían calificarse de chovinistas, imposibles de aceptar por los vecinos asiáticos y desde luego por muchos japoneses. Sin embargo, Abe, que se ganó el apelativo de Príncipe de los halcones, con su línea de plantar cara a Corea del Norte, era un político popular, según los sondeos.

Por otro lado, el subsecretario jefe del Gabinete apoyaba sin reservas, si no con ardor, el proyecto, por el momento inviable al carecer el Jiminto de la mayoría parlamentaria de dos tercios y en cualquier caso muy espinoso por no tener resuelto ese debate la pacifista sociedad japonesa, de enmendar el artículo 9 de la Constitución de 1947 con el objeto de convertir a las Fuerzas de Autodefensa (FAD), el sucedáneo de Ejército nacional impuesto por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, en unas Fuerzas Armadas propiamente dichas capaces de participar en misiones de paz en el extranjero, dejando atrás la exclusividad del estatus defensivo.

La superación del gran tabú de la posguerra la justificaba Koizumi por las nuevas necesidades y riesgos de la seguridad nacional en el inquietante escenario abierto por los atentados del 11 de septiembre de 2001, donde convergían la guerra global al terrorismo islamista, las operaciones militares en Afganistán e Irak, la amenaza ciertamente verosímil que representaba el imprevisible régimen de Corea del Norte y hasta una posible amenaza por parte de China. Igualmente, Abe era firme partidario de cobijar a Japón bajo un escudo defensivo basado en sistemas antimisiles adquiridos a Estados Unidos. La lealtad de Abe a Koizumi, que se había ganado a pulso la imagen de un paladín solitario enfrentado a las principales facciones del partido por su determinación a acometer reformas estructurales de la envergadura de la segmentación y privatización de la Agencia de Correos (corporación pública que poseía una gigantesca red de cajas de ahorros postales, a través de la cual gestionaba el mayor fondo nacional de depósitos y seguros), le fue recompensada por su jefe el 21 de septiembre de 2003 con el nombramiento para un puesto de alto relieve político, la Secretaría General del partido, en la que reemplazó a Taku Yamasaki.

La promoción de Abe se produjo al día siguiente de ganar Koizumi frente a tres rivales internos la reelección como presidente del partido para el próximo trienio. Abe fue secretario general del partido hasta octubre de 2004, cuando Koizumi nombró para el puesto a Tsutomu Takebe, pero siguió involucrado en la reforma orgánica del Jiminto. Una vez salido airoso de su enésimo envite, tras más de dos años cuajados de malos tragos (pertinacia de la anemia económica, paro en torno al 5% de la población activa —una tasa traumáticamente alta para los estándares nipones—, crecimiento de las deudas del Estado, estancamiento de reformas clave por la oposición de los propios conmilitones, nuevos escándalos de corrupción en las filas liberaldemócratas, movimiento general de repudio a la participación con tropas en la posguerra irakí), el primer ministro puso a prueba el carisma que seguía conservando entre los japoneses disolviendo la Cámara de Representantes y adelantando al 9 de noviembre de 2003 las elecciones generales.

En los comicios de 2003 el Jiminto vio confirmada su primacía con el 43,8% de los sufragios y 237 diputados, cuatro más que en la edición de 2000, pero otros tantos por debajo de la mayoría absoluta, luego el Nuevo Komeito volvió a ser requerido como socio del Gobierno (el tercer aliado, el Nuevo Partido Conservador, heredero del Hoshuto, aceptó ser absorbido por el Jiminto). Esta vez, Abe fue reelegido en su circunscripción con el 79,7% de los votos. En agosto de 2005, no se habían cumplido dos años desde esas elecciones cuando Koizumi perdió, por culpa de la postura contraria de un grupo de legisladores de su propio partido, la crucial votación en la Cámara de Consejeros o Senado que debía alumbrar la privatización del sistema postal. Tal como había avisado en previsión de esta derrota, el primer ministro llamó a renovar la Cámara baja de la Dieta y de paso anunció que abandonaría el cargo al final del mandato para el que fue investido por el partido en 2003, es decir, en septiembre de 2006, independientemente del veredicto de las urnas.

El resultado de las votaciones del 11 de septiembre de 2005 superó todas las expectativas halagüeñas de los liberaldemócratas: con 296 escaños, uno de ellos, por quinta vez consecutiva, para Abe (reelegido con el 73,6%), el Jiminto recobró una holgada mayoría absoluta, sin precedentes desde 1986, y con la suma de los 31 puestos del Nuevo Komeito el oficialismo superaba la mayoría de los dos tercios, necesaria para puentear el veto de la Cámara alta a los proyectos de ley. Esta espectacular victoria desatascaba la aprobación de la reforma de los Correos y abría la puerta a la modificación del tan traído y llevado artículo 9 de la Constitución, que renunciaba expresamente a la guerra como "derecho soberano de la nación" y a la amenaza o el uso de la fuerza como "medios para resolver disputas internacionales", no reconocía el "derecho del Estado a la beligerancia" y abolía las Fuerzas Armadas de carácter permanente.


3. Líder del partido y el Ejecutivo con una agenda centrada en la seguridad y la defensa

El 21 de septiembre de 2005 Koizumi fue investido por tercera y última vez primer ministro de Japón por la Dieta. El 31 de octubre nombró el nuevo Gabinete, en el que destacaban cuatro figuras: Abe, ascendido a secretario jefe, puesto de rango ministerial, muy conspicuo, que incluía la función de portavoz del Gobierno y en el que relevaba a Hiroyuki Hosoda, hasta ahora su directo superior; Taro Aso, nuevo ministro de Asuntos Exteriores y nieto del ex primer ministro Shigeru Yoshida; Heizo Takenaka, máximo ejecutor del programa de reformas domésticas, que pasaba del Ministerio de Políticas Económica y Fiscal al de Asuntos Internos y Comunicaciones (desocupado por Aso), pero conservando la oficina de Privatización del Sistema Postal; y Sadakazu Tanigaki, titular de Finanzas desde 2003, miembro de la facción Kochikai y partidario de elevar la presión fiscal.

Desde ya podía asegurarse que el sucesor de Koizumi en el plazo de un año iba a salir de este cuarteto de altos oficiales, con la adición de un quinto: Yasuo Fukuda, hijo de Takeo Fukuda y secretario jefe del Gabinete entre 2000 y 2004, una de cuyas señas de identidad era el rechazo a las polémicas visitas del primer ministro a Yasukuni. Aunque Koizumi se guardó, a diferencia de sus predecesores, de señalar a un delfín o favorito personal, Abe aparecía como el aspirante más adelantado. Sus posibilidades se incrementaron el 21 julio de 2006 al anunciar Fukuda, con 70 años recién cumplidos, que se retiraba de la competición. Esta autoeliminación empujó a la facción Seiwa, ahora mismo, con 86 parlamentarios, la más potente del partido y dentro de poco encabezada por el ex ministro de Exteriores (2004-2005) Nobutaka Machimura, a brindar su respaldo a Abe.

De hecho, así lo hicieron la mayoría de las nueve facciones que funcionaban en ese momento, lo que convertía al secretario jefe del Gabinete en un ganador prácticamente seguro. A mayor abundamiento, los sondeos periodísticos coincidían en señalarle como el primer ministro que querían las japoneses ahora que Koizumi decía adiós. El 4 de agosto la prensa doméstica publicó que Abe había visitado Yasukuni en abril anterior. El secretario jefe del Gabinete confirmó ese desplazamiento, pero lo revistió de un carácter estrictamente personal.

El 1 de septiembre de 2006 Abe lanzó oficialmente su candidatura a la jefatura del partido con un abanico de propuestas que podían considerarse continuadoras de las políticas y visiones de Koizumi. Su principal objetivo era hacer de Japón un país "fuerte y confiable", y para ello aplicaría una "diplomacia asertiva" que priorizara los intereses nacionales y, yendo hombro con hombro al lado de Estados Unidos, fuera enérgica frente a los últimos gestos belicosos de Corea del Norte (disparo el 5 de julio de siete misiles balísticos sobre el mar del Japón, a lo que Koizumi iba a responder de aquí a unos días con un paquete de sanciones económicas), país con el que no habría relaciones diplomáticas hasta que se arreglara la disputa sobre los ocho ciudadanos japoneses raptados y entrenados para servir de espías que Pyongyang daba por muertos pero que Tokyo creía vivos.

Con el objeto de que Japón pudiera ejercer sin ataduras su derecho a la autodefensa colectiva en un ámbito global y situar su peso político en la escena mundial al nivel de su influencia económica, la Constitución pacifista del país tendría que ser revisada y corregida por la Dieta, sobre la base de un borrador de texto enmendado que ya había elaborado el Jiminto. "Ha llegado la hora para nuestra generación, que no ha vivido la guerra, de asumir la responsabilidad de liderar el país", afirmó Abe. Él veía a Japón como "una nación bonita", expresión contenida en el título de un libro de reflexiones publicado en el mes de julio con gran éxito de ventas. En Hacia una nación bonita (Utsukushii Kuni e), el político sostenía que Japón podía estar orgulloso de sus tradiciones, su cultura y su historia, y, lejos de retractarse de sus polémicas opiniones sobre el pasado más ominoso del país, insistía en la tesis de que los reos de la clase A juzgados por el Tribunal de Tokyo en 1948 no eran criminales de ninguna índole de acuerdo con el derecho nacional de la época.

Por otro lado, con Abe al timón, el camino de las reformas económicas y estructurales emprendido por Koizumi, que buscaba el saneamiento financiero y el achicamiento del Estado, continuaría su curso. Se mantenía en pie el objetivo de obtener el equilibrio presupuestario en 2011. Para alcanzar esta meta, Abe era partidario de una receta conservadora clásica: recortar el gasto. El aspirante agregó que si era elegido presidente del Jiminto con mandato hasta 2009, abandonaría la facción Mori y adoptaría un estatus "independiente", tal como había hecho su predecesor, y que a la hora de nombrar a los miembros del Gobierno no se sometería a las recomendaciones de facción alguna. El único punto destacado donde Abe discrepaba con Koizumi era el de la controversia sobre la sucesión en el trono imperial; aquí, el secretario jefe del Gabinete no era partidario de abolir la ley sálica y permitir así a las mujeres ser emperatrices de Japón.

El 9 de septiembre (tres días después de nacer el príncipe Hisahito, cuya condición de varón y por ende tercero en la línea de sucesión al trono congeló el plan de reforma gubernamental que habría convertido a su prima cinco años mayor, la princesa Aiko, hija de príncipe heredero Naruhito, en la garante de la continuidad dinástica) el primer ministro saliente rompió su silenciosa neutralidad al anunciar que su voto iba a ser para Abe. La votación efectuada el 20 de septiembre por una asamblea liberaldemócrata integrada por los 403 parlamentarios de las dos cámaras de la Dieta y 300 representantes de las prefecturas no deparó sorpresas: Abe, en la víspera de su 52 cumpleaños, arrolló con 464 votos a sus dos contrincantes, los ministros sexagenarios Aso y Tanigaki, que reunieron 136 y 102 votos, respectivamente. Un voto fue computado como inválido. Seis días más tarde, la Cámara de Representantes investía a Abe primer ministro con 339 votos frente a los 115 emitidos a favor del jefe de la oposición, Ichiro Ozawa, presidente del Minshuto. En la votación realizada por la Cámara de Consejeros, meramente protocolaria, el resultado fue de 136 y 85 votos.

Acto seguido, Abe tomó posesión de la jefatura del Gobierno y presentó a sus 17 ministros, 11 de los cuales, eran debutantes. Únicamente Taro Aso, en Exteriores, retenía la cartera. Obtenían representación las siete facciones del partido que le habían respaldado y se quedaba sin cuota la facción liderada por Tanigaki, su otro contrincante en la elección interna. El Komeito siguió teniendo un ministerio, el de Tierras, Infraestructuras y Transportes. Además, Abe nombró a cinco asesores con rango ministerial. La más relevante de estas asesorías, la de Seguridad Nacional, fue para la diputada Yuriko Koike, hasta ahora ministra de Medio Ambiente.

El flamante primer ministro, el más joven de los habidos en Japón desde 1941, reiteró que la alianza con Estados Unidos era un pivote esencial de la seguridad y la política exterior japonesas, y que urgía reformar la Constitución pacifista para fortalecer la defensa nacional. Asimismo, anunció que su gobierno iba a continuar por la senda del relanzamiento económico y la austeridad presupuestaria, a perseguir la obtención del asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU y a volcarse en la sutura de las heridas abiertas en los tratos con Corea del Sur y China, tras un lustro de desencuentros por las polémicas en torno a los manuales escolares y las visitas al Santuario Yasukuni.


4. El fallido primer mandato gubernamental (2006-2007): contratiempos en cascada y dimisión prematura

Abe arrancó su mandato como residente oficial del edificio Kantei prodigando gestos voluntariosos y disfrutando de unas altas cotas de popularidad. Ahora bien, el ambiente inaugural no permitía sospechar que justo un año más tarde el primer ministro iba a sucumbir arrollado por una fenomenal catarata de reveses, poniendo colofón a uno de los gobiernos más breves y decepcionantes de la posguerra en Japón. Incluso sus primeros y prometedores pasos de política exterior se vieron ensombrecidos por circunstancias ajenas a su voluntad. El 3 de octubre, luego de anunciarse sendas visitas del gobernante a China (la primera de un dirigente nipón al gigante asiático desde 2001, amén de que nunca antes un primer ministro debutante había escogido este destino para su primera salida al extranjero) y a Corea del Sur para normalizar las relaciones bilaterales, el régimen norcoreano informó al mundo de que en breve realizaría un ensayo nuclear subterráneo.

El 8 de octubre Abe sostuvo un cordial encuentro con los dirigentes chinos en Beijing, al cabo del cual las dos partes abundaron en las expresiones optimistas sobre el nuevo curso de las relaciones sino-japonesas y manifestaron su "profunda preocupación" por el programa nuclear de Corea del Norte. En la jornada siguiente, Abe volaba hacia Seúl para entrevistarse con el presidente Roh Moo Hyun cuando le sorprendió la noticia de que Pyongyang acababa de realizar su primer test nuclear. La reacción del líder japonés ante este perturbador hecho, golpe demoledor a los esfuerzos internacionales para frenar la proliferación nuclear, fue, como en la mayoría de los gobiernos mundiales, de consternación, pero él además fustigó duramente a Pyongyang por un ejercicio militar "imperdonable" que arrastraba a la región "a una nueva y peligrosa era nuclear".

También, urgió al Consejo de Seguridad de la ONU a que tomara "acciones valientes" contra Corea del Norte y subrayó la necesidad de profundizar la cooperación con Estados Unidos para el desarrollo conjunto, iniciado en 1998, de un sistema antimisiles balísticos con interceptores tierra-aire y mar-aire. Una vez en casa, donde la población no escatimaba las muestras de preocupación y repudio al desafío norcoreano, Abe ordenó la imposición de sanciones comerciales y marítimas a Pyongyang, medida unilateral que iba más allá del embargo armamentístico, el embargo de productos de lujo y la congelación de activos financieros aprobados por el Consejo de Seguridad de la ONU pocos días después.

Represalias económicas aparte, la amenazadora escalada de los norcoreanos fue aprovechada por Abe para poner en marcha con un sólido respaldo popular, mientras duraban la indignación y el desasosiego de la opinión pública, su plan de reorganizar la Defensa nacional como paso previo a la reescritura de la Carta Magna. El objetivo declarado era dejar atrás el "pacifismo defensivo" al que Japón se había visto abocado tras perder la guerra en 1945. La prueba nuclear del 9 de octubre, unida al arsenal de misiles de diverso alcance con que ya contaba Corea del Norte, ponía crudamente de relieve los peligros militares a que Japón, un país que con las actuales leyes no podía dotarse de misiles de largo alcance, portaaviones, unidades anfibias, bombarderos estratégicos y fuerzas aerotransportadas en número significativo (es decir, no estaba equipado para ejercer una defensa de carácter preventivo y menos emprender acciones ofensivas), hacía frente en su entorno más cercano.

Abe se mantuvo algo ambiguo sobre el alcance preciso de la reforma militar en marcha, aunque, saliendo al paso de unas palabras del ministro Aso sobre la posibilidad de abrir este delicado debate nacional, descartó expresamente que Japón pudiera dotarse algún día de armamento nuclear propio; no había necesidad, pues el compromiso de Estados Unidos con la defensa estratégica de las islas, contenido en el Tratado de 1960 y ahora expandido con el desarrollo conjunto del sistema de antimisiles PAC-3 y SM-3 instalados en lanzaderas terrestres móviles y a bordo de buques, era más firme que nunca.

El 30 de noviembre, días después de asistir Abe a la Cumbre de la APEC en Hanoi, donde sostuvo una reunión trilateral con los presidentes Roh de Corea del Sur y George Bush de Estados Unidos, la Cámara de Representantes dio alcance legislativo a los deseos del primer ministro al aprobar la transformación de la Agencia de Defensa de Japón, que era un órgano gubernamental, en un auténtico Ministerio de Defensa. Como resultado, el 9 de enero de 2007 el director general de la Agencia de Defensa con rango de ministro de Estado, Fumio Kyuma, se convirtió en ministro de Defensa, el primero en 61 años. Ahora bien, las Fuerzas de Autodefensa iban a conservar su denominación, pues cualquier cambio de nombre encaminado a superar el carácter autodefensivo de las tropas japonesas sería percibido en China y otros estados de Asia como un signo hostil, de renacimiento del militarismo nipón.

Días después, en el curso de una histórica visita al cuartel general de la OTAN en Bruselas, Abe aseguró a los aliados occidentales que su país ya no se sentía coartado para enviar soldados fuera del país en misiones internacionales de paz. "Japón va a reforzar su cooperación con la OTAN frente a las amenazas globales y contribuirá de forma significativa no solo con la OTAN, sino en el resto del mundo", declaró el primer ministro en la capital europea. Sin embargo, incluso antes de estas muestras de dinamismo en la esfera de la seguridad y la defensa, Abe comenzó a encajar serios contratiempos de política doméstica. A la vez, vio desplomarse su popularidad, que había alcanzado el 70% cuando la toma de posesión, a una velocidad pasmosa.

En diciembre, el Minshuto y otros tres partidos presentaron en la Dieta sendas mociones de censura contra él y Aso al calor del escándalo desatado a raíz de saberse que desde 2001 el Ejecutivo había mantenido un montaje de adhesión ciudadana al plan de reforma educativa que perseguía inculcar en los estudiantes los valores del "amor al país" y el "espíritu público" (así, funcionarios del Gobierno habían pagado a personas para que formularan preguntas a los oradores en el curso de las giras de explicación de la reforma en las prefecturas, o bien ellos mismos se habían hecho pasar por paisanos interesados en aquella), y también de la polémica desatada por el ministro de Exteriores al sugerir que Japón, disponiendo de esa capacidad, podría plantearse adquirir una fuerza de disuasión nuclear.

Las públicas disculpas de Abe, quien reconoció el burdo operativo de relaciones públicas para vender la reforma educativa en aras de un nuevo patriotismo en la escuela (el primer ministro, contrito y sonrojado, anunció que él y otros cuatro miembros del Gabinete dejarían de percibir sus salarios durante tres meses a modo de sanción), y la rápida corrección de Aso, quien se desdijo de sus insinuaciones pronucleares, no aplacaron a la oposición, que lanzó sus mociones a sabiendas de que no tenía ninguna posibilidad de ganarlas, pero consciente de su daño erosivo. El 15 de diciembre el oficialismo derrotó las mociones a la vez que la Cámara de Consejeros daba luz verde a la reforma educativa y de paso a la transformación de la Agencia de Defensa.

2006 no terminó sin nuevos sobresaltos, las dimisiones seguidas de un alto funcionario tributario del Gobierno, Masaaki Homma, por haber alojado a una amante en un apartamento oficial para uso exclusivo de él, y del ministro de Reforma Administrativa, Genichiro Sata, tras saberse que un grupo de apoyo a su campaña para la obtención del escaño en la Dieta estaba envuelto en prácticas de contabilidad fraudulenta. Al empezar 2007, el que dio la nota fue el titular de Sanidad, Hakuo Yanagisawa, quien enfureció a las japonesas al referirse a sus paisanas como "máquinas de parir" que estaban obligadas a "hacer todo lo posible" para frenar la declinante tasa de natalidad del país.

A principios de marzo de 2007 Abe mismo protagonizó una torpe controversia en relación con los viejos crímenes del Ejército Imperial Japonés que dañó su credibilidad. A vueltas con el triste capítulo histórico de las aproximadamente 200.000 mujeres coreanas, chinas y de otras nacionalidades forzadas a prostituirse en burdeles militares y tratadas como esclavas sexuales por las tropas japonesas en la Asia ocupada en las décadas de los treinta y cuarenta del pasado siglo (decenas de las cuales seguían vivas y daban periódica cuenta de sus estremecedores testimonios), puesto ahora sobre el tapete por un comité de audiencias del Congreso de Estados Unidos, el primer ministro salió al paso para asegurar que no existía "ninguna prueba" de semejante coerción en masa y que su Gobierno no haría una petición especial de perdón.

El mentís de Abe era coherente con su postura sobre el particular, bien conocida, pero chocaba con una declaración de reconocimiento y disculpa ya emitida por el Gobierno japonés en 1993 a través del jefe del Gabinete en aquel momento, Yohei Kono. Además, en el actual proceso de mejora de relaciones diplomáticas con Corea del Sur y China, el negacionismo del primer ministro, dirigido al Congreso estadounidense, resultaba claramente contraproducente. Por si fuera poco, Abe realizó sus afirmaciones a las pocas horas de declarar el presidente Roh desde Seúl día de celebración nacional el aniversario del alzamiento coreano de 1919 contra la dominación colonial nipona. El mandatario surcoreano indicó que Tokyo, por mucho que quisiera ocultar el pasado, no tenía más remedio que asumir la verdad de las atrocidades cometidas contra el pueblo coreano en la primera mitad del siglo XX. Vista la polvareda levantada, el 11 de marzo Abe rectificó sus polémicos comentarios declarando su adhesión a la declaración de arrepentimiento de 1993. "Hemos estado pidiendo nuestras más sinceras disculpas a las llamadas mujeres de consuelo, que sufrieron profundos daños emocionales y soportaron dificultades extremas", dijo el primer ministro.

En abril, con los niveles de aceptación popular muy deteriorados, Abe disfrutó de un respiro con los buenos resultados obtenidos por su partido en las elecciones a gobernadores, asambleas de prefectura y alcaldes. El 11 de abril, entre vuelta y vuelta de los comicios locales, el primer ministro chino, Wen Jiabao, devolvió a su par japonés la visita prestada en octubre. El primer desplazamiento a Tokyo de un máximo dirigente chino en siete años confirmó que las fricciones generadas por las reiteradas visitas de Koizumi a Yasukuni estaban superadas. A partir de aquí, todo fueron malas noticias para Abe, que este mismo mes compartió la conmoción general por el asesinato, a manos al parecer de un sicario mafioso, del alcalde de Nagasaki, Iccho Ito, cuando hacía campaña para su cuarto mandato. El magnicidio de Ito, perteneciente al ala más liberal y antimilitarista del Jiminto, fue calificado por su jefe de filas como un "desafío a la democracia".

Semanas después, a finales de mayo, una doble tragedia mortal volvió a estremecer la política nacional al producirse, con horas de diferencia entre sí, los suicidios del ministro de Agricultura, Bosques y Pesca, Toshikatsu Matsuoka, y del ex director de la Agencia de Recursos Verdes, dependiente de ese departamento, Shinichi Yamazaki. Matsuoka, sobre el que desde hacía meses se cernía la sombra de la corrupción y que ahora mismo era blanco de unas acusaciones de malversación de fondos, se quitó la vida por ahorcamiento cuando debía comparecer ante una comisión parlamentaria para dar cuenta de unas abultadas facturas, endosadas al Estado, por unos gastos de acondicionamiento en su pequeña oficina de trabajo en Tokyo. El suicidio de Matsuoka fue un duro golpe para Abe porque él lo había nombrado y lo había defendido en la Dieta de las acusaciones de corrupto aventadas por la oposición. En cuanto a Yamazaki, este se tiró desde un balcón justo después de ser interrogado por su implicación en otro escándalo, que afectaba también a Matsuoka, sobre una presunta licitación amañada para la construcción de una carretera.

Julio de 2007 fue un mes verdaderamente funesto para Abe. Primero, el día 4, el ministro de Defensa, Fumio Kyuma, se vio obligado a renunciar a causa de un comentario en el que parecía justificar ("eran inevitables") los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki en 1945, lo que motivó la reacción airada de víctimas y familiares. Abe colocó en su lugar a Yuriko Koike, primera mujer al frente del departamento de Defensa. Sin solución de continuidad, estalló un escándalo de mucha mayor magnitud, inconcebible para el rigor y la tecnificación japoneses: resultaba que la Seguridad Social había "perdido", debido a un error de codificación informático, nada menos que 50 millones de expedientes de cotizantes al sistema público de pensiones. Aunque el desaguisado burocrático venía de muy atrás y Abe no era responsable del mismo, el daño para el Gobierno ya estaba hecho.

Con este reguero de escándalos y meteduras de pata, más la percepción por el electorado de la escasa sensibilidad social del reformismo que tanto pregonaban los liberaldemócratas, el Jiminto se temió lo peor en las elecciones parciales del 29 de julio a la Cámara de Consejeros, la Cámara alta de la Dieta. En efecto, el partido en el poder retrocedió a los 83 escaños sobre 247 y, por primera vez, quedó en minoría frente a la oposición encabezada por el Minshuto, que se colocó en primer lugar con 109 escaños.

La humillante debacle electoral arrojó directamente a la cuerda floja a Abe, que se reconoció como el "único responsable de la estrepitosa derrota", pero eludió la opción dimisionaria, planteada por no pocos miembros desolados del partido. Sí tomó ese paso Hidenao Nakagawa, el secretario general del Jiminto. Nakagawa había sido nombrado para el cargo orgánico por Abe nada más ser elegido este presidente de la formación en septiembre de 2006. Estaba considerado un lugarteniente de la máxima confianza, la mano derecha de primer ministro. "He decidido quedarme porque no podemos permitirnos crear un vacío político y para seguir adelante con las reformas que garanticen la recuperación económica", explicó Abe, quien también rechazó la posibilidad de convocar elecciones anticipadas a la Cámara baja, como ya le pedían desde las bancadas opositoras y desde diversos medios de comunicación. Pese a su declaración de intenciones, lo cierto era que el dirigente conservador estaba irremisiblemente tocado, y en el partido ya empezaron a detectarse movimientos que auguraban una pugna por el liderazgo.

La presión sobre Abe se acentuó el 1 de agosto con la dimisión de Norihiko Akagi, el ministro de Agricultura que solo llevaba dos meses en el puesto. Al igual que su malhadado predecesor, Matsuoka, Akagi había sido elevado a la picota por unos gastos oficiales desmesurados que se mostraba incapaz de justificar. El 27 de agosto, en un intento aparente de recobrar la iniciativa política y la confianza popular, Abe acometió una remodelación gubernamental que la opinión pública percibió más bien como una maniobra desesperada de supervivencia, atrincherándose tras un grupo de escuderos, pues los nuevos ministros eran veteranos de la vieja guardia que, al menos de puertas hacia fuera, hacían piña con el atribulado primer ministro. Ahora mismo, solo el 22% de los encuestados aprobaba la gestión del Ejecutivo.

En el Ministerio de Exteriores fue recuperado Nobutaka Machimura, el nuevo jefe de la facción Seiwa. Aso se marchó del Gobierno para asumir la Secretaría General del partido con la misión de remover la inquietud y el desconcierto generados por la histórica pérdida de la mayoría en la Cámara de Consejeros, aunque esta mudanza también daba a entender que Aso se preparaba para una sucesión inminente en el liderazgo del partido. En Defensa, Masahiko Komura, asimismo un antiguo titular de Exteriores, tomó el relevo a la brevísima Yuriko Koike. En Finanzas, Fukushiro Nukaga, un oficial con un historial de imputaciones de sobornos, hizo lo propio con Koji Omi. El veterano Yoshihide Suga fue reemplazado por Hiroya Masuda en Interior. Y como secretario jefe del Gabinete se estrenó Kaoru Yosano en lugar de Yasuhisa Shiozaki.

El baile de rostros en el Gobierno no sirvió de nada, ya que interminable secuencia de escándalos saldados en dimisiones sumó y siguió con ímpetu redoblado. El 1 de septiembre, el cuarto ministro de Agricultura habido en los 11 meses de vida del Gabinete Abe, Takehiko Endo, nombrado tan solo cinco días atrás en sustitución de Masatoshi Wakabayashi (a su vez el sucesor interino de Norihiko Akagi), admitió que en 1999 había exagerado los daños sufridos en una inclemencia meteorológica por una cooperativa agrícola que regentaba para cobrar más indemnizaciones del Gobierno. El 3 de septiembre Abe ya tuvo sobre la mesa la primera carta de renuncia de su Gobierno recién remodelado. Wakabayashi volvió para cubrir la baja del ministro de más corto recorrido del que se tenía memoria. La situación se tornó más grotesca si cabe cuando el propio Wakabayashi, a las primeras de cambio, tuvo que salir a desmentir unos informes periodísticos que le señalaban como sospechoso de recibir financiación ilegal de un amigo dueño de una asociación de pescadores que recibía subsidios del Estado.

Por si esto no fuera suficiente, la nueva viceministra de Exteriores, Yukiko Sakamoto, resignó también porque su equipo de campaña había colado facturas falsas a los informes de gastos electorales facilitados en 2004 y 2005. Y el recién estrenado ministro del Interior, Masuda, responsable de supervisar los partes financieros de los partidos y los candidatos electorales, confesó que él mismo había dejado de declarar una donación de un millón de yenes recibida en 2003 cuando era gobernador de la prefectura de Iwate.Desde la oposición, Ozawa y los demócratas se desgañitaban en la demanda de elecciones generales anticipadas. Más aún, el Minshuto, haciendo valer su nuevo control sobre la Cámara de Consejeros, se negaba a apoyar la enésima prórroga de la Ley Especial de Medidas Antiterroristas que daba cobertura a la misión de la Fuerza de Autodefensa Marítima en el océano Índico, donde una flotilla de buques nipones venía prestando asistencia logística a las fuerzas de Estados Unidos y la OTAN desplegadas en Afganistán desde los atentados del 11-S. El plazo de operatividad de esta misión expiraba el 1 de noviembre.

Llegado este punto de caos gubernamental y parálisis legislativa, Abe se rindió, de manera abrupta. El 12 de septiembre de 2007, faltando 14 días para cumplir su primer año en el poder, el primer ministro, con semblante grave, compareció en rueda de prensa para anunciar que dimitía ante la "falta de confianza de la opinión pública" en su gestión y por la derrota electoral de julio y los obstáculos a la renovación de la misión naval en el Índico. Asimismo, el cesante pidió a su partido que buscara "lo antes posible" un sucesor y evitar así "un vacío de poder". El proceso de elección del nuevo presidente del Jiminto y por tanto del nuevo primer ministro de Japón se puso en marcha; Taro Aso, bien identificado con las políticas derechistas de Abe, era el claro favorito.

A Abe, jefe del Gobierno por unos días más, le pasó factura física la tensión vivida en los últimos meses, tal que en la jornada posterior al anuncio de su partida tuvo que ingresar en un hospital de Tokyo con un cuadro médico de agotamiento extremo, estrés y trastorno digestivo. En realidad, Abe padecía una colitis crónica que durante largos períodos de tiempo podía sobrellevar sin muchas molestias llevando el tratamiento adecuado, pero que a veces rebrotaba con cuadros sintomáticos agudos. Esta era una de esas ocasiones.

El 24 de septiembre, desde el hospital, el convaleciente, al más puro estilo japonés, pidió disculpas a todos los ciudadanos por "no haber podido colmar las expectativas del pueblo" y por el mal momento elegido para dimitir, dos días después de pronunciar en la Dieta su discurso sobre política general con motivo del nuevo período parlamentario de sesiones. Había sido un movimiento intempestivo, pero urgido por sus problemas de salud, se excusó. El 25 de septiembre la dimisión de Abe fue efectiva y la Cámara de Representantes invistió primer ministro al moderado y provecto (71 años) Yasuo Fukuda, inesperado ganador sobre Aso de la elección interna celebrada por el Jiminto el 23 de septiembre después de asegurarse el apoyo de las principales facciones del partido. El relevo oficial tuvo lugar el 26 de septiembre, al año exacto de la asunción de mando en Kantei.


5. Un lustro apartado del primer plano; la agitada actualidad japonesa

Shinzo Abe, en adelante circunscrito a la condición de diputado, se mantuvo alejado del proscenio durante un lustro. En todo este tiempo, el ex primer ministro asistió circunspecto a los turbulentos avatares, políticos, económicos, financieros y hasta medioambientales (la devastación sísmica de 2011 y el subsiguiente desastre nuclear de Fukushima) experimentados por Japón, una potencia con signos de declive atrapada por un buen número de inercias perniciosas y sumida en una crisis de características generales. En estos cinco años el país registró una fragilidad gubernamental sin precedentes y mediada, pero ni muchísimo menos atajada, por el histórico cambio electoral de guardia de 2009, mientras la economía languidecía presa de la inflación negativa, la población envejecía rápidamente y la deuda pública alcanzaba unos niveles astronómicos, los mayores del mundo.

Ni Abe ni nadie lo sospechaba entonces, pero su brusca dimisión en septiembre de 2007 marcó el inicio de un período de inestabilidad política sin parangón en el que los primeros ministros, primero los liberaldemócratas y luego los demócratas, fueron consumiéndose al ritmo de uno por año. El septuagenario Fukuda, pese a una serie de logros primerizos en las políticas doméstica y exterior, pagó su nulo carisma y el torrente de críticas a su falta de ideas para parar la aguda recesión económica que se le vino encima a Japón con la renuncia al cargo en septiembre de 2008. Los liberaldemócratas, preocupadísimos por lo que pudiera sucederles en las elecciones generales de 2009, depositaron sus esperanzas en Aso, pero este veterano conservador con fama de enérgico demostró ser tan inhábil como su predecesor.

Al comenzar 2009 el Jiminto estaba hundido en el descrédito tras demasiados años de escándalos de corrupción, prácticas opacas, endogamia, nepotismo y, evidente desde la marcha de Koizumi, falta de reflejos, eficacia y liderazgo a la hora de lidiar con la tremenda crisis económica (el año iba a terminar con una contracción del 5,5% del PIB), el descontrol del déficit (rumbo al 8% anual) y la deuda (camino del 200%) públicos, y el aumento del paro, que se aproximaba al 6%, una tasa que a los japoneses, acostumbrados al pleno empleo, les parecía una abominación. El electorado estaba enfadado y angustiado porque nada parecía marchar bien en el país.

Todo estaba listo para que el 30 de agosto de 2009 el Jiminto sufriera un descalabro histórico, mucho peor que el de 1993 (cuando a fin de cuentas solo perdió la mayoría absoluta) tras 54 años de dominio casi sin interrupción. Aquel día, el Minshuto llevó a su redil las ansias de cambio y renovación de los japoneses y cosechó una mayoría absoluta de 308 representantes. Abe, que iba para su sexto mandato en la Dieta, fue uno de los 119 candidatos liberaldemócratas que se salvó de la quema, y lo hizo con un resultado sobresaliente en su feudo de Yamaguchi, con un 64,3% de los votos que más que duplicó las papeletas recogidas por su adversaria centrista, Takako Tokura. No tuvieron igual suerte 180 compañeros de lista, barridos fundamentalmente en los distritos uninominales. El 16 de septiembre el líder de los demócratas, Yukio Hatoyama, fue investido primer ministro en coalición con los socialdemócratas del Shaminto.

Abe se mantuvo al margen de la competición interna para elegir al sucesor de Aso, el líder bajo cuyo mando el partido había sido condenado a la oposición por toda una legislatura, como presidente del Jiminto. El vencedor de la contienda fue, el 28 de septiembre, Sadakazu Tanigaki, el antiguo ministro de Finanzas con Koizumi que en 2006 había rivalizado con Abe y que posteriormente había sido repescado para el Gabinete por Fukuda.

Lo que a continuación sucedió con el Minshuto, para desolación de millones de electores que le habían votado y forzado la alternancia en el Gobierno, fue como un calco de los tres últimos años de oficialismo liberaldemócrata, a saber: marasmo económico y financiero, escándalos de corrupción, pasos en falso, promesas incumplidas, sensación de inepcia y, sobre todo, una alarmante falta de liderazgo nacional. Hatoyama, incapaz de plasmar algunas de sus promesas de alivio social y estímulo fiscal bajo la presión del déficit y la deuda, y abrumado por las críticas tras aceptar mantener la presencia militar estadounidense en Okinawa, hizo mutis en junio de 2010. Su sucesor, Naoto Kan, aguantó hasta agosto de 2011, después de imponer una impopular disciplina fiscal que rehuía la emisión de bonos del tesoro, perder las elecciones a la Cámara alta y tener que bregar con la inmensa catástrofe del terremoto y tsunami del 11 de marzo de 2011, a cuyo aterrador balance de daños directos hubo de sumarse la cadena de accidentes nucleares, con contaminación radioactiva de alcance incierto, en la planta de Fukushima.

Como Hatoyama, Kan fue abrasado por las críticas, en su caso centradas en la gestión de la crisis nuclear. El tercer primer ministro consecutivo de los demócratas fue Yoshihiko Noda, quien tomó el testigo en un clima nada propicio para concebir ilusiones. Con Tanigaki, el Jiminto comenzó un renacer que no se nutría del atractivo del nuevo liderazgo opositor sino del imparable desgaste del Gobierno del Minshuto. En las elecciones parciales de julio de 2010 a la Cámara de Consejeros los liberaldemócratas ganaron el mayor número de escaños (51 de los 121 renovados ahora, aunque en el cómputo global no recobraron la mayoría). En junio de 2011, animados por las divisiones internas en el Minshuto, intentaron tumbar a Kan con una moción de censura, sin resultado. En enero de 2012 los sondeos de intención de voto ya pusieron por delante al Jiminto sobre su adversario.

En junio de 2012 Tanigaki tendió una rama de olivo a Noda, apurado por la rebeldía de la facción demócrata de Ozawa, en aras de un consenso básico: la principal fuerza de la oposición apoyaría la subida progresiva del IVA del 5% al 10% hasta 2015, justificada por Noda para asegurar las prestaciones sociales en mitad de la reconstrucción tras el tsunami, a condición de que tan pronto como la Dieta aprobara la reforma fiscal el Ejecutivo convocase el adelanto para el otoño de las elecciones generales que en principio debían celebrarse en 2013. El 10 de agosto, luego de hacerlo la Cámara baja, la Cámara alta aprobó la subida del IVA gracias al voto del Jiminto, que en la víspera auxilió también a Noda al frustrar una moción de censura en la Cámara de Representantes lanzada por un colectivo de pequeños partidos opositores y por la facción cismática de Ozawa. Ahora, sin embargo, Noda, presionado por dirigentes de su partido temerosos del veredicto de las urnas, se echó atrás en su vaga promesa de anticipar los comicios de manera inmediata, lo que enfureció a los liberaldemócratas, que declararon un boicot legislativo en la Cámara de Representantes.


6. Triunfal regreso al poder en 2012: presidente del Jiminto, barrida electoral e investidura como primer ministro

Tanigaki pensaba que iba a ser reelegido sin oposición en la elección interna, obligada cada tres años y a celebrar en septiembre, como presidente del Jiminto, pero se topó con un pelotón de contrincantes, el más destacado de los cuales, por tratarse del único que tenía experiencia como primer ministro, era Abe. En los últimos meses, el ex gobernante venía destapando sus ambiciones y poniendo sus viejas cartas nacionalistas sobre la mesa al exigir a Noda que se mantuviera muy firme en la nueva disputa abierta con China por la titularidad de las islas Senkaku (llamadas Diaoyu por los chinos), un minúsculo archipiélago de peñascos deshabitados al sudoeste de las islas Ryukyu, no lejos del continente y de Taiwán, en el mar de la China Oriental. Las Senkaku, con reservas petroleras submarinas en sus inmediaciones, estaban efectivamente controladas por Japón, pero tanto la República Popular de China como Taiwán las reclamaban como parte de sus territorios.

A principios de septiembre, para reafirmar la soberanía nipona sobre el archipiélago, que administrativamente pertenecía a la prefectura de Okinawa, el Gobierno Noda anunció que se disponía a cerrar la compra de los islotes para el Estado a su dueño privado, la familia Kurihara. Este hecho, junto con el anterior desembarco, en agosto, de activistas japoneses portando banderas nacionales (en respuesta a una acción idéntica por parte de nacionalistas chinos y hongkoneses), motivó la enérgica protesta de las autoridades comunistas de Beijing, que intensificaron las maniobras navales en la zona, y enardeció a la opinión pública de China, escenario desde hacía meses de ruidosas manifestaciones antiniponas.

Por si no había suficiente marejada regional, Tokyo tenía enfadado al Gobierno de Seúl por otra disputa de soberanía marítima, la de las rocas Liancourt, llamadas Takeshima por Japón y Dokdo por Corea del Sur, situadas en el mar del Japón (mar del Este para los coreanos). Y, en añadidura, seguía intacta la percepción de la amenaza que representaban los disparos norcoreanos de misiles de alcance medio y la capacidad nuclear adquirida por el régimen de Pyongyang, vuelta a demostrar por el test de 2009. Las resistencias de Noda a adelantar las elecciones a cambio del apoyo opositor a la subida del IVA, la inminente recaída en la tercera recesión económica en cuatro años (el dato fue oficial en diciembre, cuando se confirmó que el PIB había retrocedido dos trimestres consecutivos entre abril y septiembre) y la escalada de tensiones con los países vecinos ponían el inquietante telón de fondo para las elecciones a presidente del Jiminto, que veía abiertas de par en par las puertas de su retorno al poder. Quien ganara la interna liberaldemócrata, casi con toda seguridad, sería el próximo primer ministro de Japón.

Abe demoró el anuncio formal de su candidatura hasta el 12 de septiembre, dos días después de cancelar la suya Tanigaki, quien expresó su desaliento por la multiplicidad de retadores y la falta de apoyos, y dos días antes de arrancar el proceso electoral. El ex primer ministro tenía delante tenía a cuatro contrincan