Rodrigo Duterte

Las elecciones presidenciales celebradas en Filipinas en mayo de 2016 han tenido como vencedor a Rodrigo Duterte, un político de 71 años que rompe moldes por su discurso inquietante y de insólita crudeza: promete erradicar por las bravas, literalmente a tiro limpio, matando a los criminales en las calles, la delincuencia que azota el país asiático.

Como alcalde de la gran ciudad de Davao, en la sureña Mindanao, durante más de dos décadas, Duterte, comparado por los medios con el personaje cinematográfico de Harry el Sucio y con Donald Trump, ha tenido a su servicio unos verdaderos escuadrones de la muerte que según las ONG son responsables de cientos de ejecuciones extrajudiciales de narcotraficantes y todo tipo de delincuentes. Una campaña de exterminio de presuntos malhechores que ha gozado de total impunidad pero también del aplauso de los vecinos, y de la que el candidato a la Presidencia no ha dudado en alardear, hasta el punto de hacer de la misma el virtual monotema de un programa minimalista centrado en las cuestiones de la inseguridad y la corrupción. Empleando un lenguaje barriobajero, irreverente e incendiario que hace la más descarada apología de la negación de los Derechos Humanos de los "tipos malos" de la sociedad, Duterte, amigo de fotografiarse con armas automáticas, se presenta como un "dictador contra las fuerzas del mal" al que no le temblará el pulso a la hora de liquidar a "100.000" facinerosos en el plazo de seis meses. Como alcalde de Davao, dice, ya mató a "más de 1.700".

Ni siquiera ha tenido Duterte, miembro del partido, el PDP-Laban del que fue miembro la icónica Cory Aquino, que explicar cuál va a ser su política social y económica para enfrentar los lastres de subdesarrollo que todavía arrastra este archipiélago de más de 100 millones de habitantes y cuyas potentes tasas de crecimiento económico no le están acercando a países más avanzados de la región como Malasia o Tailandia, por no hablar de Corea del Sur o Taiwán; de hecho, en cuanto a desarrollo humano, Filipinas anda a la par que la comunista Vietnam. Está por ver hasta qué punto el nuevo mandatario, presentado por sus adversarios derrotados en las urnas y por el presidente saliente, el liberal Benigno Aquino, como un peligro para la democracia, va a realizar lo que proclama en sus virulentos exabruptos, pronunciados -lo que hace su estilo más chocante aún- de manera relajada y socarrona.

Los observadores explican el triunfo de este aspirante de marcada heterodoxia por el hartazgo de la gran mayoría de los filipinos, que ven pasar gobiernos de políticos salidos de los linajes oligárquicos que señorean el sistema sin apreciar progresos materiales en sus vidas y en la lucha contra la corrupción, así que están dispuestos a dar una oportunidad al que evoca la figura de un jefe autoritario que viene a solucionar problemas cotidianos con métodos expeditivos. Entre 1998 y 2001 Filipinas ya conoció la experiencia populista de Joseph Estrada, presidente que terminó siendo expulsado por corrupto.

Los mensajes de Digong Duterte, quien se considera cristiano, están saturados de violencia incompatible con el Estado de derecho y de sexismo, pero también incluyen tics anticlericales y palabras favorables al control de natalidad y a los derechos del colectivo LGBT, todo ello para irritación de la muy conservadora jerarquía episcopal, en un país profundamente católico. Asimismo, se muestra partidario de una reorganización federal de Filipinas, lo que resulta atractivo para parte de los soberanistas musulmanes de Mindanao. En este ámbito, el Gobierno de Manila tiene pendientes de aplicar los acuerdos suscritos por Aquino con el Frente Moro de Liberación Islámica, que aceptó terminar con su subversión armada a cambio de la puesta en marcha de una entidad autonómica llamada Bangsamoro. Con respecto al terrorismo jihadista de la banda Abu Sayyaf, leal al Califato del Estado Islámico, Duterte se ha limitado a decir que las decapitaciones de secuestrados "tienen que terminar".

En cuanto a la política exterior, ha enseñado un rostro nacionalista que recela del convenio de defensa con Estados Unidos y que emplaza a China a negociar cara a cara, sin intermediarios, una solución para el agudo conflicto territorial por la soberanía de varias islas del mar de la China Meridional, principalmente las Spratly, reclamadas por seis naciones ribereñas.


(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 13/5/2016. El mandato sexenal de Rodrigo Duterte como presidente de Filipinas comenzó el 30/6/2016 y concluyó el 30/6/2022. En esta última fecha, la Presidencia de la República fue asumida por el nuevo mandatario electo, Bongbong Marcos).

1. Un alcalde expeditivo
2. Agresiva plataforma populista y triunfo en las presidenciales de 2016

1. Un alcalde expeditivo

Nacido en la isla de Leyte en marzo de 1945 al poco de producirse el desembarco y reconquista de esta parte del archipiélago filipino, en manos japonesas, por el Ejército de Estados Unidos en la recta final de la Segunda Guerra Mundial, desde los cinco años vivió con sus padres, abogado él y profesora de escuela ella, en Davao, la principal ciudad de la isla de Mindanao.

Tras ser expulsado por mal comportamiento de varios centros escolares -en uno de los cuales, el Ateneo de Davao, fue objeto, denunció en 2015, de abusos sexuales por parte de un sacerdote jesuita llamado Mark Falvey-, el joven consiguió concluir la secundaria en la Academia de la Santa Cruz de Digos. En 1968 se diplomó en Ciencia Política por el Liceo de la Universidad de Filipinas en Manila y cuatro años después sumó a su currículum una licenciatura en Derecho obtenida en el Colegio San Beda, centro privado que la comunidad de monjes benedictinos regentaba en la capital del país. Algunas fuentes indican que en sus años lectivos se movió en los ambientes nacionalistas contrarios a la presencia militar estadounidense en el país.

Siendo alumno de la citada casa de estudios religiosa, Duterte protagonizó supuestamente un violento episodio del que hizo partícipes a sus incondicionales durante un mitin de su campaña para las elecciones presidenciales de 2016. Según él, le disparó a un compañero de aula dentro del recinto académico porque se trataba de un "matón" que no dejaba de acosarle y de despreciarle debido a su condición de bisayano, es decir, un miembro de la comunidad étnica y lingüística de las Bisayas, las islas del área central de Filipinas, con Luzón al norte y Mindanao al Sur. El político no dio más detalles de la agresión, salvo aclarar que el tiroteado salió con vida del trance y que él, pese al lío en que se había metido, se las arregló para graduarse. Aunque el tono jocoso con que Duterte narró esta historia puede hacer dudar de su veracidad, quienes están familiarizados con el turbulento personaje dan por sentado que realmente sucedió así.

Aquel mismo año, en 1972, Duterte superó el examen para colegiarse abogado y poco después contrajo matrimonio con Elizabeth Zimmerman, una azafata de vuelo de ascendencia germano-estadounidense con la que tuvo tres hijos, Paolo, Sara y Sebastián. En 1977 arrancó una etapa profesional de nueve años como funcionario de juzgados, fungiendo de asistente en la oficina de la Fiscalía de la Corte de la Ciudad de Davao. Esta experiencia en los tribunales le proporcionó un conocimiento preciso de las dimensiones que habían alcanzado el hampa organizada y la delincuencia común en Davao, conocida por entonces como la "capital del crimen" en Filipinas. Deseoso de atajar este estado de cosas y guiado por el recuerdo de su padre, Vicente Duterte, que hasta su fallecimiento en 1968 había sido alcalde de Danao, en Cebú, y luego gobernador provincial, el abogado se propuso ser alcalde de la ciudad donde había crecido y vivido desde niño.

La ocasión se planteó tras la llamada Revolución del Poder Popular o Revolución EDSA de febrero de 1986, el masivo movimiento de desobediencia civil que bajo el liderazgo carismático de Corazón (Cory) Aquino, viuda del asesinado líder opositor Benigno Aquino, consiguió derribar al dictador Ferdinand Marcos tras 21 años de régimen despótico y cleptocrático, y con unas fraudulentas elecciones presidenciales como detonante. En un primer momento, las nuevas autoridades democráticas le nombraron teniente de alcalde, posición que ostentó hasta noviembre de 1987, cuando renunció al cargo para preparar su campaña para primer edil en las elecciones municipales de enero de 1988.

Su victoria en esta liza marcó el inicio de un primer período de diez años como alcalde de la tercera ciudad de Filipinas, una urbe costera de 800.000 habitantes que un cuarto de siglo después iba a duplicar su población, en paralelo a la veloz progresión demográfica del conjunto del país. Reelegido en 1992 para un segundo mandato donde tuvo de concejal en el consistorio a su hermano menor, Benjamín, y para un tercero en 1995, Rody Duterte, también conocido por el alias de Digong, se distinguió como un alcalde hiperactivo, obsesionado con mejorar los estándares de calidad de vida de sus paisanos y muy celoso en la aplicación de ordenanzas, con abundancia de restricciones y proscripciones, sobre el uso lúdico de los espacios públicos y las actividades comerciales.

Particular notoriedad tuvo el toque de queda que implantó para el consumo de alcohol, regulado desde 1994 por una rigurosa ley seca nocturna. Esta medida fue aplicada en una ciudad, la capital de facto de Mindanao, donde alrededor del 70% de la población era cristiana católica, porcentaje inferior al de la totalidad del país, y, aproximadamente, solo una quinta parte musulmana. Sin embargo, Duterte, bautizado en la fe católica pero no practicante y de hecho proclive a los comentarios anticlericales, decía guiarse no por consideraciones religiosas, sino únicamente por unos criterios tradicionales de ley y orden, para reducir la tasa de delitos y hacer que los residentes se sintieran más tranquilos. El caso fue que Davao empezó a ganar reconocimientos y certámenes, tanto nacionales como internacionales, como ciudad habitable, segura, con conciencia ecológica y atractiva para el turismo y los negocios.

Duterte no podía optar a un cuarto mandato municipal consecutivo por limitación legal, así que en 1998 optó por hacer el salto a la política nacional. En las elecciones generales de mayo de 1998 se presentó a un escaño de la Cámara de Representantes en representación del primer distrito de Davao. Utilizó como vehículo el Partido Democrático Filipino-Poder Popular (PDP-Laban), la formación de orientación centroizquierdista que con Cory Aquino de icónica abanderada había iniciado la revuelta poselectoral contra Marcos en 1986 y que tenía como líder a Aquilino Pimentel, un estrecho colaborador del difunto Benigno Aquino. Sin embargo, el PDP-Laban, menoscabado por la escisión años atrás del sector de José Peping Cojuangco (hermano de Cory Aquino), pasaba por unas horas muy bajas. Todo el mérito de su elección parlamentaria correspondió a Duterte, al que acompañaba una reputación de político local tan controvertido como popular.

Aquel mismo año, su relación conyugal con Elizabeth Zimmerman se vino abajo al pedir ella en un juzgado la nulidad del matrimonio. Posteriormente, Zimmerman iba a airear las constantes infidelidades de su esposo, aunque sin dejar de elogiar sus capacidades como político. Tanto ha sido así que en la elección presidencial de 2016 pudo vérsela tomando parte activa en la campaña de su ex marido, el cual no dejó en la misma de jactarse de su condición de mujeriego empedernido, alimentada con buenas dosis de Viagra de resultar necesario.

Al acercarse el final de la legislatura nacional en 2001, Duterte rehusó presentarse a la reelección en Manila y corrió a recuperar la alcaldía en Davao. Su pasión seguía siendo la política municipal. Solventado con comodidad el trámite de las urnas, el antiguo ayudante de fiscal inició un segundo ejercicio articulado por tres mandatos de tres años y en el que terminó de cimentar su fama de regidor puntilloso con el comportamiento cívico de los ciudadanos e intolerante frente a toda forma de delito, ya fuera cometido por simples rateros, mafiosos o funcionarios corruptos. El alcalde no se andaba por las ramas y tenía a su servicio grupos de vigilantes callejeros que realizaban actuaciones parapoliciales con abundantes dosis de brutalidad. Él mismo solía hacer inspecciones y recorridos de supervisión in situ, y, a tenor de algunas fotografías aparecidas en la prensa, no era raro verle encabezar en persona patrullas motorizadas de sus hombres armados, fusiles de asalto en ristre.

La prensa filipina especuló durante años sobre el alcance de estas operaciones anticrimen, que con toda seguridad ampararon un número incierto de ejecuciones extrajudiciales de elementos considerados socialmente indeseables, como drogadictos, camellos, violadores, contrabandistas y miembros de bandas, sin que el Gobierno central, al parecer, tuviera nada que decir al respecto. Como mínimo, Digong toleró e incitó la comisión de desmanes sumarios del tipo justicia popular, una actitud por su parte que en 2009 fue denunciada en un informe oficial por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Human Rights Watch y Amnistía Internacional documentaron una serie de señalamientos del alcalde, con nombres y apellidos y desde los medios de difusión, contra algunos conocidos delincuentes locales que luego resultaron asesinados. Para las ONG, las partidas de vigilantes armados de Davao se comportaban como auténticos escuadrones de la muerte que sembraban el terror en los bajos fondos y gozaban de completa impunidad, aunque también arrancaban el aplauso de los vecinos. Human Rights Watch precisó que había que achacarles el asesinato o desaparición de varios cientos de personas.

Contrariamente a lo esperado, el político no hacía ningún esfuerzo por limpiar de tan negras sospechas su gestión municipal. Al contrario, daba a entender que, en efecto, tales crímenes se estaban produciendo con su aquiescencia en la jurisdicción urbana de Davao. Más aún, no tenía reparos en declararse partidario de que los narcotraficantes fueran liquidados por las bravas tan pronto como las autoridades les echasen el guante, tesis que iba a llegar a un clímax de brutal sinceridad al ser expresada además con un lenguaje insólitamente rudo en la antesala de las elecciones de 2016. Entonces, este fue el pronunciamiento más trasgresor de una fraseología incendiaria y altamente polémica que, a golpe de escándalo y vítor popular, condujo a Duterte en volandas a la victoria electoral para pasmo de observadores locales y foráneos. Contrastando con todo lo anterior, los seguidores del alcalde recordaban que el Ayuntamiento de Davao destinaba mucho dinero a labores de rehabilitación y tratamiento de drogadictos, y que de paso publicaba bandos contra la discriminación de las minorías étnicas y religiosas, daba voz a la comunidad musulmana y defendía los derechos del colectivo LGBT y de las mujeres.

Por supuesto, hasta el día de hoy, Duterte ha alardeado de que sus operativos de seguridad ciudadana hicieron descender drásticamente el número de delitos y convirtieron a Davao en una de las ciudades más seguras del país y de toda Asia, si no del mundo, afirmaciones que sin embargo no son respaldadas por algunas estadísticas sobre asesinatos y violaciones publicadas por la Policía Nacional de Filipinas.

En 2010, como le había sucedido en 1998, Rody Duterte agotó el máximo de mandatos seguidos que le permitía la ley y tuvo que interrumpir la alcaldía con un período en blanco. Esta vez, tiró de una fórmula mucho más satisfactoria que le permitía seguir ejerciendo el mando de primer edil en la trastienda del consistorio: se presentó a teniente de alcalde y cedió el puesto de alcalde a su propia hija, Sara, llamada afectivamente Inday, una joven de 32 años formada como abogado y casada con un compañero de profesión de nombre Manasés Carpio. Precisamente, Sara había sido la teniente de alcalde en el trienio comenzado en 2007.

Los electores refrendaron con el entusiasmo habitual este nuevo envite y el 30 de junio de 2010 padre e hija inauguraron otro mandato municipal en Davao, pero con los papeles intercambiados. Transcurridos los tres años de rigor, el progenitor ya estaba facultado para ser el alcalde por séptima vez. En esta ocasión, la vicealcaldía recayó en otro de los hijos de la familia, Paolo, alias Pulong, por lo que resultaron inevitables las acusaciones de nepotismo descarado, práctica por lo demás habitual en un sistema caracterizado por su dinamismo democrático pero también por la preponderancia abusiva de todo un repertorio de famosas dinastías políticas, siete de ellas (los Cojuangco-Aquino, los Marcos, los Macapagal-Arroyo, los Osmeña, los Roxas, los Ejército-Estrada y los Magsaysay) con al menos un presidente en su árbol genealógico y todas con varias décadas de recorrido, que en algunos casos se remontaba a la guerra de independencia contra España a finales del siglo XIX. Para entonces, Duterte, aunque permanecía soltero, hacía vida marital con la enfermera Cieleto Honeylet Avanceña, quien le había dado su cuarto vástago, una chica llamada Verónica (Kitty).


2. Agresiva plataforma populista y triunfo en las presidenciales de 2016

De acuerdo con la prensa filipina, a Duterte le ofrecieron ser el secretario del Interior del Gobierno todos los presidentes posteriores a Cory Aquino, no obstante representar diferentes opciones políticas: Fidel Ramos (1992-1998), Joseph Estrada (1998-2001), Gloria Macapagal-Arroyo (2001-2010) y últimamente Benigno Aquino III, hijo de Cory y ganador de las elecciones de 2010. A todos les dijo que no, al igual que rechazó varios premios a su labor como alcalde. En abril de 2014 se permitió declinar ser nominado para el prestigioso certamen bienal World Mayor, galardón que en esta edición la City Mayors Foundation acabó concediendo al alcalde de la ciudad canadiense de Calgary. Según el munícipe filipino, quien se comparó con el actor Marlon Brando cuando rechazó recoger el Óscar en 1973, él "no necesitaba" tales premios porque se limitaba "a hacer mi trabajo".

Similar desdén mostró Duterte frente a las invitaciones por sus partidarios a que diera el paso de lanzarse a la lid presidencial de 2016. En este tema, su actitud empezó a dar signos de cambio al comenzar 2015, año en que se hizo septuagenario. Duterte mantuvo su ambigüedad durante meses, alternando las sugerencias de que se disponía a dar el paso y las declaraciones tajantes sobre que no disponía de los fondos económicos ni de la maquinaria proselitista necesarios para sostener una apuesta de ese calibre. En octubre de 2015 su hija Sara, en un movimiento de lo más teatral, se mostró en la red social Instagram con la cabeza rapada al tiempo que instaba a su padre a que venciera sus reticencias y se subiera a la competición por la sucesión de Noynoy Aquino.

Durante unas semanas más, Duterte insistió en que no albergaba ninguna ambición presidencial y llegó a mostrar una carta personal de su hija en la que esta, al contrario de lo que expresaba en público, le imploraba que no fuera candidato. En el PDP-Laban, del que Duterte era vicepresidente supeditado a la jefatura orgánica del senador Aquilino Koko Pimentel III, único representante del partido en el Congreso bicameral de Filipinas, se produjeron una serie de maniobras inequívocas, como designar al alcalde candidato presidencial suplente por si el nominado inicial para la empresa, Martin Diño, era descalificado por la Comisión de Elecciones (COMELEC) o se retiraba motu proprio. Esto último fue lo que sucedió, el 29 de octubre. Todo apuntaba a una puesta en escena para provocar expectación.

Este suspense calculado lo mantuvo Duterte hasta el 21 de noviembre, fecha en que, durante un encuentro de antiguos alumnos del Colegio San Beda de Derecho, anunció que aceptaba ser el candidato del PDP-Laban en las elecciones presidenciales del 9 de mayo de 2016. Alan Peter Cayetano, senador y secretario general del conservador Partido Nacionalista, la formación política con más solera del país, cuna de cinco presidentes e identificado sobre todo con el clan Marcos, sería su compañero de fórmula como aspirante a vicepresidente, cargo que, como aspecto peculiar del sistema electoral filipino, se elegía por separado, de manera que bien podía suceder -de hecho era lo más probable- que si uno ganara el otro perdiera.

Se daba la circunstancia de que uno de los dirigentes más conocidos del PN, Ferdinand Bongbong Marcos, el hijo tocayo del dictador fallecido en el exilio hawaiano en 1989, se presentaba a vicepresidente por su cuenta, sin el respaldo oficial de su agrupación. Los observadores indicaron que Duterte y Marcos, aunque no formaban tándem, tenían varios puntos en común. Para empezar, compartían electorado, el de las clases populares que encontraban atractiva la figura de un presidente fuerte y autoritario, presto a solucionar problemas de la gente corriente sin detenerse en exquisiteces democráticas o ante barreras legalistas. Por lo que se refería a Davao, la alcaldía quedaría en las seguras manos de Sara Duterte, como en 2010-2013. La candidatura presidencial de Duterte fue oficialmente lanzada el 30 de noviembre y la COMELEC la aprobó el 17 de diciembre.

Fue el comienzo de una tensa campaña electoral en la que Duterte, con su torrente de exabruptos y afirmaciones de una crudeza sin precedentes pero siempre salido de sus labios sin levantar la voz y sin gesticular, en una chocante escenografía monocorde donde al parecer solo contaban la llana franqueza, el cinismo a raudales y los toques socarrones, robó el protagonismo a todos sus contrincantes. En una formidable galopada, el alcalde de Davao terminó arrebatando en los sondeos de intención de voto la primacía que durante meses se habían disputado Jejomar Binay, el vicepresidente de la República con Aquino y cabeza de la Alianza Nacionalista Unida (UNA, forjada con el PMP de Estrada y el Lakas-CMD de Gloria Macapagal luego de separarse Binay del PDP-Laban), y la empresaria y senadora independiente Grace Poe. En abril, a un mes de la cita con las urnas, la competición real se redujo a un duelo entre Duterte y Manuel Mar Roxas II, nieto del presidente (1946-1948) Manuel Roxas, miembro del gubernamental Partido Liberal (PL) y protegido del presidente Aquino.

El discurso, pretendidamente programático, del que Duterte se valió en sus mítines para encandilar a un electorado frustrado por la ausencia de mejoras en sus bolsillos (con una cuarta parte de la población bajo el umbral de la pobreza) pese a las sobresalientes cifras del crecimiento económico (un 6% de media en el sexenio presidencial de Aquino), y por la percepción de que el Gobierno actual, como todos los que le habían precedido, salidos siempre de la oligarquía dominante, no estaba haciendo gran cosa para combatir el cáncer de la corrupción, alcanzó unos niveles de virulencia pocas veces vistos en los procesos electorales contemporáneos de todo el mundo. De esta manera, Duterte, amigo de dejarse fotografiar manipulando armas automáticas y capaz de hacer apología de la atrocidad sin inmutarse, se retrató como un populista desaforado que, si era sincero en lo que decía, pugnaba con los más elementales principios del Estado de derecho y la observancia de los Derechos Humanos.

Duterte dio la nota ya en septiembre de 2015 al protagonizar un incidente desagradable en la ciudad de la que seguía siendo el alcalde. Avisado por el dueño de un bar de que un cliente, un turista nacional, se negaba a acatar la ordenanza municipal que prohibía fumar en los locales de alterne, Duterte se presentó en el establecimiento y a punta de revólver obligó al infractor a comerse el cigarrillo. La noticia fue divulgada por un periodista local en su cuenta de Facebook y un portavoz del político salió al paso para aclarar que el suceso no era de ahora, sino de "tiempo atrás", y que Duterte no había desenfundado ningún arma. En octubre, en una entrevista televisiva, el aún no candidato, aunque con un evidente aire de presidenciable, explicó que como alcalde él no reparaba en medios para asegurar la paz y el orden en las calles de Davao. "Cuando digo que voy a parar la criminalidad, paro la criminalidad. Si tengo que matarte, te mato. En persona", explicó a su entrevistadora.

Luego, el 30 de noviembre, en la proclamación oficial de su candidatura, Duterte se quejó con tono de guasa de que la visita realizada por el papa Francisco a Filipinas el mes de enero anterior hubiera causado embotellamientos de tráfico en Manila, habiendo sufrido él mismo un monumental atasco que mantuvo su vehículo inmovilizado durante horas. Con su ruda espontaneidad habitual, el candidato exclamó que "me habría gustado decirle: Papa, hijo de puta, vete a tu casa, no nos visites de nuevo". El soez improperio indignó a la influyente Conferencia de Obispos Católicos de Filipinas y generó el previsible revuelo, obligando al lenguaraz político a anunciar que escribiría una misiva al Vaticano pidiendo disculpas al papa, cosa que en efecto hizo (de hecho, recibió respuesta de Roma, un acuse de recibo que apreciaba su gesto y donde se le decía que el Santo Padre le ofrecía sus bendiciones y prometía rezar por él).

Llegado diciembre, con motivo de la inscripción de su candidatura ante la COMELEC, Duterte levantó otra polvareda en relación con las denuncias sobre la existencia en Davao de escuadrones de la muerte, los infames DDS (Davao Death Squads), dedicados a perpetrar ejecuciones extrajudiciales de presuntos delincuentes. Preguntado por los periodistas ante las cámaras si, tal como aseguraba Amnistía Internacional, él había "hecho matar a 700 personas" solo entre 2005 y 2008, el alcalde, mascando chicle y con toda naturalidad, respondió: "¿Que dicen que he matado a 700? Han calculado mal. Son más de 1.700".

El alcalde de Davao incidió una y otra vez en el que al final se convirtió en el cuasi monotema de su campaña: la erradicación del crimen en Filipinas sin miramientos de ninguna especie. Según él, tenía un "plan" para acabar con la delincuencia "en seis meses", tiempo en el cual la Policía y el Ejército dispondrían de carta blanca para "buscar a esa gente y matarlos a todos". 100.000, ni más ni menos, serían en números redondos los asesinos, ladrones, narcotraficantes y violadores a exterminar por su Gobierno, el cual ya se encargaría de "llenar las funerarias" y de "poner gordos" a los peces de la bahía de Manila, cebados con los cadáveres arrojados al mar. No parecía que el candidato estuviera meramente bromeando, pues poco más era lo que venía a prometer a los votantes, cortejados en añadidura con vagos compromisos con la creación de empleo y la reducción de la pobreza.

Sus planteamientos sobre economía eran una incógnita. La plataforma de Duterte, quien aspiraba a la Presidencia sin traer un programa escrito más allá del desgalichado manifiesto publicado por su partido en Internet, el cual únicamente hablaba de declarar una "guerra total al crimen, la corrupción y las drogas ilegales", y sin hilar un discurso de contenidos mínimamente articulado, era esquemática y rudimentaria hasta extremos difícilmente superables. Y sin embargo, cada vez que decía una barbaridad, su posición en las encuestas se hacía más fuerte.

No contento con sobrecalentar la campaña con estas perturbadoras afirmaciones sobre los 100.000 criminales que pensaba ejecutar, Duterte, a mediados de abril, añadió más fuego con un comentario de pésimo gusto alusivo a la toma de rehenes en 1989 en Davao por un grupo de fanáticos de una iglesia protestante que intentaban evadirse de la prisión donde estaban recluidos, crisis que terminó con la muerte de 21 personas entre presos y secuestrados. Arrancando las risas de su comitiva, el candidato se refirió a una misionera australiana que fue violada y asesinada en aquel motín con estas palabras: "Violaron a todas las mujeres, así que en el primer ataque usaron sus cuerpos como escudo. Uno de los cuerpos era el cadáver de una predicadora australiana. Cuando sacaron los cuerpos, estaban tapados. Miré su cara... ¡qué hijos de puta!, se parecía a una guapa actriz americana. Hijos de puta, qué desperdicio. Solo se les ocurrió violarla. Yo estaba enfadado porque la violaron, eso es un hecho. Pero, ¡era tan guapa!... el alcalde debió haber sido el primero [en violarla]".

Las reacciones de estupor e indignación de algunos de los contrincantes en la elección presidencial no se hicieron esperar. El vicepresidente Binay tachó a su rival de "maníaco enloquecido que no respeta a las mujeres y no merece ser presidente", mientras que la senadora Poe habló de declaraciones "repugnantes e inaceptables" y Mar Roxas espetó que las violaciones de mujeres "no pueden ser objeto de risa, eso es propio de animales". Además de las asociaciones de mujeres, también expresaron su consternación los portavoces del Gobierno y el embajador de Australia en Manila. Como ya había hecho antes cuando el insulto al papa, Duterte no tuvo inconveniente en pedir excusas por el desliz verbal. Antes de terminar el mes, en un debate de campaña, manifestó que no dudaría en matar a sus propios hijos si se enteraba de que tomaban drogas.

Y el 7 de mayo, en su último y multitudinario mitin en Manila, el candidato se despachó con otra sarta de anuncios erradicadores: "Olvidáos de los Derechos Humanos. Si me hago con el Palacio Presidencial, voy a hacer lo mismo que he hecho como alcalde. Vosotros, camellos, atracadores y vagos, haréis mejor en marcharos. Porque os voy a matar (...) Os voy a tirar a todos a la bahía de Manila para engordar a los peces (...) ¿Me habláis de asesinatos sumarios? Lo siento, pero los tipos malos mueren así ¿Y qué hay de la gente de la que han abusado? ¿Quién se preocupa de ellos?"

En la recta final de la campaña electoral quedó meridianamente claro que Duterte, de manera insospechada hasta hacía bien poco, había sido capaz de seducir a millones de filipinos, no todos necesariamente de extracción humilde, y captar las adhesiones de colectivos y personas tan dispares como los nostálgicos de la era Marcos, las asociaciones de gays y lesbianas, el exiliado subversivo maoísta José María Sisón, elementos de la insurrección musulmana de Mindanao identificados con la reordenación federal del archipiélago filipino que el alcalde decía apoyar y el notorio líder sectario Apollo Quiboloy, autoproclamado "Hijo nombrado por Dios".

También los sectores nacionalistas contrarios a la presencia militar de Estados Unidos, renovada por Aquino, encontraban atractivos los comentarios de Duterte sobre que buscaría resolver la grave disputa con Beijing por la soberanía de las islas Spratly y el bajío de Masinloc, en el mar de la China Meridional, mediante discusiones cara a cara, sin ninguna intervención de Washington. En 2013 el alcalde ya había rechazado una solicitud del Mando del Pacífico de instalar en Davao una base de operaciones de drones para combatir a la organización terrorista jihadista Abu Sayyaf, tributaria del Estado Islámico, y últimamente venía expresado sus reservas con el Acuerdo Reforzado de Cooperación en Defensa (EDCA), adoptado por el Gobierno con la Administración Obama en 2014.

En este sentido, no surtieron ningún efecto las advertencias, en algunos casos formuladas con aceptos dramáticos, por parte de muchos responsables políticos, sociales, culturales y religiosos de Filipinas sobre la peligrosidad que encerraba la posible entrada de Duterte en el Palacio de Malacañang. Los obispos católicos tomaron muy en serio el aviso del postulante del PDP-Laban de que el Estado debía aplicar políticas de control de la natalidad. El mandatario saliente, Aquino, fue muy explícito al predecir el retorno de la "dictadura", no dudando en evocar el caso de Hitler en la Alemania de 1932, si las urnas respaldaban a quien se había ganado a pulso los remoquetes de Dirty Duterte, The Punisher y, por las concomitancias de populismo agresivo, El Donald Trump filipino, si bien Duterte no admitía esta última analogía, pues el empresario estadounidense metido a candidato presidencial, opinaba, "es un intolerante y yo no".

La jornada electoral del 9 de mayo de 2016 transcurrió con algunos episodios de violencia que dejaron una decena de muertos en todo el país. Los primeros avances de resultados no oficiales apuntaron con toda claridad a Duterte como el ganador de la elección presidencial y al liberal Leni Robredo como el próximo vicepresidente. Los principales competidores del alcalde, Grace Poe y Mar Roxas, se apresuraron a reconocer su derrota. En sus primeras reacciones como virtual presidente electo, Duterte, tomando la palabra a Aquino, aseguró que, precisamente, tenía toda la intención de ser un dictador. "Voy a ser estricto. Voy a ser un dictador, de eso no hay duda. Pero solo contra las fuerzas del mal, la delincuencia, las drogas, la corrupción en el Gobierno. Mi mensaje a todos los empleados del Gobierno, policías, militares, cualquiera, incluidos secretarios del Gabinete, es: parad. Simplemente, parad". A renglón seguido, a la espera de conocerse los resultados oficiales de la COMELEC, portavoces de Duterte anunciaron que el Ejecutivo en ciernes impondría la prohibición de la venta y consumo de alcohol en los espacios públicos en las horas de la madrugada así como un "toque de queda nacional para los menores no acompañados a partir de las 10 de la noche".

(Cobertura informativa hasta 15/5/2016)