Óscar Berger Perdomo

Nieto de inmigrantes belgas por parte del padre, Óscar Berger Reyes, y el único varón entre cinco hermanos nacidos en el seno de una familia de la alta burguesía cafetalera y azucarera, recibió la esmerada educación reservada a los hijos de los potentados de ascendencia europea en el país centroamericano. Cursó el bachillerato en el Liceo Javier y luego la carrera de Ciencias Jurídicas en otra reputada casa de estudios privada de la capital, la Universidad Rafael Landívar (URL), regida por los jesuitas, de la que egresó con las titulaciones de abogado y notario. En los años setenta y la primera mitad de los ochenta su actividad profesional se ciñó al ámbito privado, básicamente como gerente de una concurrida sala de boliche, juego de bolos muy popular en el país y toda la región centroamericana, un limitado bagaje empresarial que años más tarde iba a serle echado en cara por sus contrincantes políticos. En 1967 contrajo matrimonio con Wendy Widmann Lagarde, otra retoño de familia pudiente con linaje europeo, con la que tuvo cinco hijos.

Su debut en la militancia partidaria arranca en 1985, por la época en que Guatemala retornaba al orden constitucional a instancias del último dictador militar, el general Óscar Humberto Mejía Víctores. Entonces, Berger secundó al empresario Álvaro Enrique Arzú Yrigoyen, de su misma edad y compañero de clases en la URL, en la puesta en marcha del llamado Comité Cívico Plan de Avanzada Nacional, una organización de derecha liberal que se trazó el objetivo de llevar a aquel a la alcaldía de Guatemala; en efecto, en las elecciones generales de noviembre de aquel año, Arzú se hizo con el importante mandato representativo, mientras que el líder democristiano Marco Vinicio Cerezo Arévalo ganaba la Presidencia de la República.

En dichos comicios Berger ganó una concejalía en el consistorio capitalino, de la que tomó posesión el 15 de enero de 1986, a la vez que los demás cargos electos en los distintos niveles institucionales del Estado. En el quinquenio siguiente Berger, en distintos períodos, formó parte de las comisiones municipales de Deportes, de Abastos y Salud Pública, de Agricultura, Ganadería y Alimentación, y de Asuntos Específicos de la Empresa Municipal de Agua (EMPAGUA), además de dirigir el Club Social y Deportivo.

El 11 de mayo de 1989, antes de expirar sus respectivos mandatos, Berger y Arzú registraron el Partido de Avanzada Nacional (PAN) con la intención de procurarse un hueco en un panorama político monopolizado por los partidos conservadores y de extrema derecha. El PAN se presentó como una fuerza de derecha moderada y responsable, capaz de integrar en su discurso cuestiones del momento como la defensa de los Derechos Humanos y la consolidación de las instituciones democráticas sin renunciar a los postulados tradicionales de patria, ley y orden. Desde el primer momento se identificó al PAN como la agrupación más propicia a los intereses de una nueva generación de empresarios y hombres de negocios, de mentalidad abierta ante las modernas tendencias del capitalismo de mercado, si bien la gran mayoría procedían de los poderes económicos tradicionales.

Convertido en la mano derecha de Arzú, Berger aceptó ser el candidato a alcalde metropolitano en las elecciones del 11 de noviembre de 1990, mientras aquel renunciaba a la reelección al frente del consistorio para postularse a la Presidencia de la República. Los comicios no sonrieron al primero, pues quedó en un discretísimo cuarto lugar -el ganador fue Jorge Antonio Serrano Elías, del también conservador Movimiento al Socialismo (MAS)-, pero sí al segundo, quien se posesionó de la oficina del primer edil el 15 de enero de 1991. Berger continuó la política de Arzú y, dentro del Plan de Desarrollo Metrópoli 2010, construyó viaductos a desnivel para reducir la creciente congestión de tráfico en la capital, con una población superior a los dos millones, e intentó mejorar el servicio de autobuses urbanos con la adquisición en 1998, ya en su segundo mandato, de 800 vehículos modernos, una contrata realizada por la Empresa Metropolitana Reguladora de Transporte y Tránsito (EMETRA) que fue cuestionada por presuntas irregularidades.

Verdaderos contratiempos para su gestión fueron el brote de cólera del verano de 1992, que puso sobre el tapete la pésima calidad del servicio proporcionado a los usuarios por la Empresa Municipal de Agua (EMPAGUA) y, en general, el mal estado de la red de saneamiento metropolitana. En octubre del mismo año Berger se vio obligado a cancelar su plan de privatizar los mercados de abastos ante la avalancha de protestas populares, que evocaban el temor a un encarecimiento de la cesta de la compra como resultado de la medida.

En noviembre de 1994, ocupando la Presidencia de la República Ramiro de León Carpio, estalló un violento conflicto por la decisión unilateral de los propietarios de los autobuses urbanos de encarecer el precio del billete hasta en un 50%; la medida fue boicoteada por los estudiantes con la quema de vehículos, y los empresarios, como protesta, cerraron sus cocheras, obligando a Berger a poner en circulación nada menos que camiones de mercancías para suplir la huelga del servicio. La militarización de las calles por decisión del Gobierno de Carpio, quien respaldó a Berger en todo momento, facilitó un acuerdo entre el alcalde y los propietarios de los autobuses, por el que éstos renunciaron a las subidas abusivas y reanudaron el servicio a cambio de exenciones de tasas municipales. Precisamente, la renovación total del parque de autobuses urbanos decidida en 1998 respondió a la necesidad de proveer un sistema de transporte de bajo costo y verdaderamente público. En diciembre de 1996 otra huelga de propietarios para exigir a Berger que les permitiera subir sus tarifas volvió a sumir a la urbe en el caos.

La larga pugna sostenida por Berger con los empresarios del transporte urbano le proyectó como un servidor público sensible a las necesidades de los ciudadanos, lo que se tradujo en su reelección por amplia mayoría para un segundo mandato, cuatrienal, en los comicios del 12 de noviembre de 1995. En la misma jornada, Arzú, que salía de desempeñar la Secretaría General del PAN, pasó a la segunda ronda en la votación para la Presidencia de la República y se hizo con la misma el 7 de enero de 1996. En las legislativas, el partido, con el 34% de los sufragios, alcanzó la mayoría absoluta de escaños y por primera vez se situó como la primera fuerza del Congreso.

Berger, apodado Conejo desde su infancia por el supuesto aire roedor de sus rasgos faciales, desveló su aspiración de suceder a Arzú, que no podía presentarse a la reelección en 1999 por imperativo constitucional, y por de pronto entró en pugna con el ministro de la Gobernación, Rodolfo Mendoza Rosales, por el codiciado puesto de secretario general del partido, un excelente trampolín para la postulación presidencial. El 12 de octubre de 1997 la Asamblea General del PAN zanjó la disputa nombrando secretario general a Héctor Cifuentes Aguirre, entonces ministro de Trabajo, si bien tomó nota de que las bases deseaban que se proclamara candidato presidencial a Berger, quien en la estructura orgánica del partido tuvo que conformarse con la presidencia del Consejo de Desarrollo.

El momento para la plasmación de las ambiciones de Berger llegó el 27 de junio de 1999, cuando la convención del PAN le nominó su postulante oficial. Tres días después cesó como alcalde, poniendo final a una gestión de más de ocho años en la que también fungió como presidente de la Asociación Nacional de Municipalidades (ANAM), la Federación de Municipios del Istmo Centroamericano (FEMICA) y la Federación de Municipios de Centroamérica y Panamá (FEMUCAP).

Haciendo gala de su estilo bonancible, Berger puso un pie en el terreno populista y prometió luchar contra la pobreza, subir los salarios de los guatemaltecos y mejorar la seguridad ciudadana, esto es, tres lacras crónicas o rampantes (la tercera) que castigaban a la población y que habían experimentado escaso o nulo alivio en los cinco años de Gobierno de Arzú, un reformista neoliberal cuyo mérito principal había sido culminar las tortuosas negociaciones de paz con la coordinadora de guerrillas izquierdistas Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), las cuales pusieron final a 36 años de guerra interna con el balance estremecedor de 250.000 muertos y desaparecidos, la inmensa mayoría indígenas y campesinos exterminados por los sucesivos regímenes represivos, esto es, un genocidio en toda regla y sin parangón en la historia contemporánea del continente americano.

A lo largo de la campaña electoral, Berger halló dificultades para contrarrestar el discurso fieramente populista de su principal contrincante, Alfonso Antonio Portillo Cabrera, autoproclamado socialdemócrata que sustituía en la postulación del muy derechista Frente Republicano Guatemalteco (FRG) al ex dictador militar (1982-1983) José Efraín Ríos Montt, bajo cuyo Gobierno de facto tuvieron lugar las peores masacres de indígenas al socaire de la guerra interna. El Tribunal Supremo Electoral tenía vetada a Ríos Montt la participación en la liza por la Presidencia por su pasado dictatorial; lo mismo había sucedido en 1995, y ya entonces Portillo había sido la solución de recambio del FRG, adjudicándose el mérito de forzar a Arzú a acudir a la segunda vuelta.

Berger y Portillo no se cansaron de proclamar que sus bandera eran la defensa de los más desfavorecidos, la lucha contra la corrupción y la mano dura contra el crimen organizado, pero Portillo le ganó en desparpajo a Berger, del que se presumían buenas intenciones pero que no pudo o no supo deshacerse de su imagen de figura blanda, sin claras dotes de liderazgo, de perfil poco definido o acomodaticio a los intereses de las élites blancas tradicionales.

Siempre por detrás en los sondeos de opinión, al ex alcalde capitalino tampoco le resultó suficiente el distanciarse de Arzú, al que durante la precampaña, en julio, reprochó que nombrara ministro de Defensa al general Marco Tulio Espinoza Contreras, que acababa de ser incluido por un juez de ejecución en la lista de presuntos implicados en el asesinato, cometido en abril de 1998, de monseñor Juan José Gerardi Conedera, obispo auxiliar de Guatemala y director de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado (ODHAG). Los demás militares incriminados eran altos oficiales del Estado Mayor Presidencial (EMP), con su entonces jefe, el coronel Rudy Pozuelos Alegría, a la cabeza. Sobre el particular, Berger aseguró que si llegaba a la Presidencia disolvería el EMP y nombraría a un titular civil en Defensa.

Así las cosas, el 7 de noviembre de 1999 Berger, con el 30,3% de los votos, fue superado en más de 17 puntos por Portillo, y en la segunda y definitiva vuelta del 26 de diciembre el factótum de Ríos Montt le avasalló con el 68,3%: en mes y medio, el panista sólo había sido capaz de arrancar un punto largo porcentual de voto. El caudal de apoyos de Berger tenía su baluarte incontestable, aunque insuficiente, en la capital, donde sí superó a Portillo. En las legislativas, el partido del oficialismo también fue castigado, aunque más suavemente que en las presidenciales, y cayó a los 37 escaños.

Después de este fracaso Berger anunció que se retiraba de la vida política para dedicarse a sus negocios privados en los sectores agropecuario y turístico, montados por su cuenta, heredados de la familia o a través de su esposa. En estos momentos su patrimonio empresarial incluía una lechería, una agencia de viajes y varias fincas de explotación agroindustrial. En 2000 fue testigo silencioso del goteo de defecciones que sufrió el PAN (conformando una primera escisión formal en el grupo parlamentario que iba a dar lugar al Partido Unionista, al que luego se apuntó el propio Arzú con el objetivo de retornar a la alcaldía metropolitana), para el que su andadura en la oposición iba a resultar muy onerosa.

El 22 de mayo de 2002, cuando arreciaba la crisis interna en el PAN, Berger volvió al proscenio con el anuncio de que se iba a presentar a las primarias del partido, las primeras en su historia, para la elección presidencial de 2003 y de que se ponía desde ya al servicio de los panistas en aras de la "concordia del partido". Sin pérdida de tiempo, Berger emprendió una campaña de proselitismo nacional que encontró vientos favorables a causa del descrédito acumulado por el Gobierno eferregista, altamente impopular, según las encuestas, por su incapacidad para poner coto a la pobreza galopante, la penuria alimentaria -que estaba provocando episodios de hambruna de reminiscencias africanas en algunos puntos del país- y la inseguridad ciudadana y la criminalidad generadas por el narcotráfico y las nuevas bandas de sicarios relacionadas con los escuadrones de la muerte de antaño, aupadas a unos niveles prácticamente insoportables. Además, el equipo de Portillo y él mismo tenían manchada la reputación con innumerables denuncias y escándalos de corrupción, despilfarro de los recursos públicos y abuso de poder.

Con todo, el FRG, aun en el supuesto de que su candidato fuera Ríos Montt, que salía de superar un proceso de desafuero como presidente del Congreso para entrar en otro, y que estaba resuelto a presentarse a las presidenciales no obstante el impedimento constitucional que pesaba en su contra, tenía una oportunidad de reválida al consolidarse el fraccionamiento del campo opositor, desde la derecha liberal hasta la izquierda, nuevamente relegada a la marginalidad tras el efímero auge experimentado en las elecciones de 1999.

El PAN aparecía como la única fuerza capaz de desbancar al FRG, y las primarias que celebró el 17 de noviembre con un cuerpo electoral de 238.000 guatemaltecos parecieron proyectar la deseada imagen de fortaleza y unidad. Sin sorpresas, Berger arrebató la nominación presidencial con el 67% de los votos al actual secretario general de la formación, Leonel López Rodas, pero los amargos intercambios de insultos y reproches terminaron pasando factura.

Las diferencias sobre la designación de los candidatos a diputados y, en particular, al puesto de vicepresidente –López Rodas exigía esta candidatura, pero Berger insistía en tener manos libres en la elección de su compañero de fórmula-, más los planes del ex munícipe de formar una coalición de fuerzas del centro y la derecha para cerrarle el paso a Ríos Montt, indujeron a Berger a actuar por libre para construirse una plataforma presidencial a su gusto y medida, aprovechando su activo político personal y su red de contactos con personalidades de la sociedad civil, preferentemente del ámbito empresarial, que compartían su discurso de regeneración.

El 27 de abril de 2003 los esfuerzos de Berger cristalizaron en la Gran Alianza Nacional (GANA), coalición integrada por dos agrupaciones conservadoras ampliamente minoritarias, el Partido Patriota (PP), fundado en 2001 por el general retirado Otto Pérez Molina, y el más antiguo Movimiento Reformador (MR), fundado en 1995 y dirigido por Alfredo Skinner-Klee Arenales y Jorge Briz Abularach. Berger, naturalmente, era aceptado como el candidato presidencial del GANA, y el empresario manifestó su deseo de que el PAN se sumara a la alianza. La respuesta del aparato del que todavía era su partido no se hizo esperar y el 30 de abril López Rodas anunció la expulsión de Berger del Comité Ejecutivo panista y la anulación de su candidatura presidencial, que quedaba vacante, por haber aceptado la nominación propuesta por otra lista electoral.

Liberado de esas alforjas, Berger seleccionó a un hombre de su confianza, el ministro de Exteriores con Arzú, Eduardo Stein Barillas, amigo desde la infancia, para completar la fórmula presidencial y de paso reforzó el GANA con la adición del grupúsculo Partido Solidaridad Nacional (PSN) que animaba Jorge Francisco Gallardo Flores. El 27 de julio el GANA celebró una convención que proclamó formalmente candidato a Berger, cuyo posible punto débil, el presentarse sin un partido propio, se antojaba sobradamente compensado por la clara condición de favorito que otorgaban los sondeos. Entre tanto, un buen número de alcaldes, diputados y militantes panistas respondieron positivamente al llamamiento del político.

Berger finalmente iba a batirse con Ríos Montt, quien seguía dirigiendo el FRG con mano caudillista a pesar de encontrarse el Gobierno de Portillo a la deriva: el 14 de julio, después de ignorar los sucesivos pronunciamientos en su contra del Tribunal Supremo Electoral y la Corte Suprema de Justicia, el general retirado se apuntó el fallo favorable e inapelable –aunque insólito, ya que pasaba por alto la prohibición expresa contenida en la Carta Magna- de la Corte de Constitucionalidad, tal que el 30 de julio culminó con éxito muchos años de lucha personal con la inscripción de su nombre por el Registro de Ciudadanos.

Ahora bien, la decisión fue considerada escandalosa por las organizaciones sociales y además estuvo precedida por unos graves disturbios protagonizados por los agresivos partidarios del ex dictador, quien habría querido crear un clima de miedo e intimidación favorable a sus pretensiones. Sin embargo, los desmanes de los riosmonttistas en la capital sólo tuvieron la virtud de recortar aún más las posibilidades en las urnas del interesado y de aglutinar a ONG, partidos, sindicatos y empresarios, los cuales, en una rara muestra de unidad de criterio, cerraron filas en contra de esta cadena de sucesos que presentaba una inquietante catadura antidemocrática o involucionista.

En este clima de rechazo general a Ríos Montt, cuya fuerza quedaba constreñida a las circunscripciones rurales, la oferta electoral de Berger sólo podía recabar nuevas adhesiones. Su verdadero rival iba a ser un líder emergente del centro progresista, el empresario textil Álvaro Colom Caballeros, tercero en la liza de 1999, entonces por cuenta de la centroizquierdista Alianza Nueva Nación (ANN, cuyo principal componente era la antigua guerrilla de la URNG, transformada en partido), y que ahora se presentaba por la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), partido propio de reciente constitución y con una definición socialdemócrata. Los partidarios de Berger experimentaron un sobresalto el 1 de septiembre cuando el candidato hubo de ser hospitalizado en el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York para extirpársele un tumor maligno de la próstata; tras una breve convalecencia, el 7 de septiembre Berger ya estaba de vuelta para participar en la campaña electoral.

Berger ha propuesto para Guatemala, donde las tónicas han sido siempre la ausencia de proyectos de Estado nacional capaces de integrar socialmente a la masa de población indígena (el 41% de la población) y la pervivencia de las más flagrantes desigualdades socioeconómicas, un Gobierno "incluyente" caracterizado por la "probidad, la austeridad y el consenso", capaz de sacar al país de su actual marasmo, desastroso en todas las áreas salvo, quizá, en algunos capítulos macroeconómicos.

Así, entre el 60 y el 80% de los 12 millones de guatemaltecos sufren o están expuestos a sufrir alguna forma de pobreza, de carácter extremo (cuando la renta diaria es igual o inferior a un dólar) en el 40% de los casos; 2003 ha terminado como el tercer año consecutivo con un crecimiento del PIB, en torno al 2%, inferior a la tasa de crecimiento demográfico; los índices de desarrollo humano y los salarios continúan siendo los más bajos del continente después de Haití; se crea muy poco empleo, el subempleo está generalizado, la inversión productiva privada escasea y el gasto social languidece (sólo el 3% del PIB se destina a programas de desarrollo, cuando el Banco Mundial recomienda como mínimo el 8%) debido al desvío de partidas presupuestarias al mantenimiento de las Fuerzas Armadas y al fracaso del Gobierno portillista en lanzar una reforma del sistema fiscal (a la sazón exhortada por el FMI, con el que hay abierto un programa de contingencia) que permita al Estado multiplicar sus recaudaciones y recortar un déficit que se le va de las manos. Y a mayor abundamiento, la principal preocupación de la gente: el clima de absoluta impunidad de que gozan corruptos, contrabandistas, narcotraficantes y criminales de toda laya, cuyas fechorías intimidan tanto al viandante anónimo como al campesino maya o al activista en pro de los Derechos Humanos.

La oferta programática del candidato del GANA, todo un elenco de declaraciones y propuestas generales que virtualmente no dejan nada sin tocar pero que es reacia a descender al terreno de los compromisos tangibles, ha sido sintetizada en un cuadro sinóptico en forma de casa cuya construcción se persigue: en el primer nivel ("las bases y los cimientos"), Berger establece la reforma política y del Estado, la descentralización administrativa y la participación ciudadana, y fórmulas de solidaridad e inclusión sociales, con la mirada puesta en ese 42% de la población que pertenece a alguna de las 22 etnias amerindias, explotadas y marginadas (cuando no, hasta hace unos años, directamente exterminadas) multisecularmente. Sobre este particular, un torpe comentario de campaña sobre que daría empleo a mujeres indígenas en la Casa Presidencial "para que cocinen y reciban a los embajadores" vino a estropear la credibilidad de Berger en tan sensible punto, e incluso le concitó las acusaciones de racista y clasista.

Su hilado es algo más fino en el deseo de reforma política, que, según se desprende de lo dicho en mítines, contempla enmiendas a la Constitución para permitir el referéndum revocatorio o confirmatorio del jefe del Estado y los congresistas si han alcanzado el ecuador de sus períodos de mandato, así como para retirar al presidente de la República la potestad de nombrar o influir en las designaciones del superintendente de la Administración Tributaria y de los magistrados de las cortes de Constitucionalidad y Suprema de Justicia, un medida de perfeccionamiento democrático que tiene presente el caso de Ríos Montt, cuya autorización por la Corte de Constitucionalidad a concurrir a las elecciones obedeció a la presencia de magistrados colocados por el Ejecutivo eferregista.

En el segundo nivel ("los pilares") de su didáctico organigrama, Berger traza cuatro estancias: inversión social en el desarrollo humano; condiciones productivas (que generen "crecimiento acelerado", den empleo "debidamente remunerado", estimulen las inversiones y permitan competir a grandes, medianos y pequeños productores en los mercados nacionales e internacionales); sostenibilidad ambiental; y, seguridad integral de personas y bienes, a través del fortalecimiento de la justicia y el combate a fondo a la violencia y la corrupción. Coronando la estructura, un tejado retórico ("el gran reto") que deberá proporcionar "empleo y bienestar" a los ciudadanos en un futuro incierto. En resumidas cuentas, el plan de Berger subsume la agenda de mejoras socioeconómicas que es parte inseparable de los acuerdos de paz Gobierno-URNG adoptados en los años noventa del pasado siglo y que en sus aspectos fundamentales continúa siendo papel mojado.

Contando con el respaldo de la oligarquía agropecuaria tradicional, que habría preferido un candidato unitario de la derecha (fraccionada entre el GANA, el PAN y los Unionistas) para asegurar la derrota del mesiánico e impredecible Ríos Montt, y con las simpatías nada disimuladas del Gobierno de Estados Unidos, quien mantenía en la picota a Portillo (entre enero y septiembre del año en curso le había retirado la certificación en materia de lucha contra el tráfico de drogas) y que ya había deslizado su rechazo frontal a la hipotética investidura presidencial del ex dictador, Berger terminó la campaña, inquietantemente violenta (29 asesinatos), con el aura de vencedor, aunque no tanto como para batir a Colom en la primera ronda, es decir, con más del 50% de los votos.

La jornada del 9 de noviembre se desarrolló sin incidentes y en general confirmó los sondeos preelectorales, si bien la ventaja de Berger fue menos acusada de lo vaticinado: obtuvo el 34,3% de los votos, frente al 26,4% de Colom y el 19,3% de Ríos Montt. Los comicios legislativos produjeron un Congreso sin grupos dominantes: el GANA se puso el primero con 49 diputados, pero el FRG no sufrió un desgaste catastrófico y retuvo 42 escaños; la UNE capturó 33 actas y el PAN 16, mientras que las opciones de izquierda y centroizquierda de hundieron y pasaron al ámbito extraparlamentario.

Queriendo ofrecer una imagen de normalidad democrática y de fair play, Berger y Colom se comprometieron a librar una pugna honorable para la segunda vuelta, y coincidieron en condenar las "campañas negras" atisbadas durante el primer tramo de la campaña y en no aceptar "ningún tipo de apoyo", ni ahora ni después, del FRG y sus dirigentes; más aún, uno y otro anunciaron que si llegaban a la Presidencia levantarían impedimentos a la persecución judicial de Ríos Montt. Ahora bien, Colom rechazó la invitación de Berger de participar en un eventual gobierno suyo. El 28 de diciembre el aspirante del GANA se proclamó presidente con el 54,1% de los votos y quedó listo para tomar posesión el 14 de enero de 2004 con mandato hasta 2008.

Entre la primera y la segunda vueltas, el 17 de diciembre, Guatemala concluyó las negociaciones con El Salvador, Honduras, Nicaragua y Estados Unidos sobre el Tratado de Libre Comercio de Centroamérica (CAFTA, en su sigla en inglés), que afecta a los sectores agrícola, alimentario, de inversiones y de propiedad intelectual. El CAFTA, cuya firma es inminente, sustituirá al Sistema General de Preferencias Arancelarias (SGP), vigente desde 1984 gracias a un programa unilateral de Washington llamado Iniciativa para la Cuenca del Caribe (ICC), y debería, tales son las expectativas alumbradas en la plataforma de Berger y el conjunto de la clase política y empresarial del país (sindicatos y ONG son bastante más cautelosos, incluso críticos, en las valoraciones del tratado), generar un crecimiento anual del PIB superior al 3% ya en 2004 y miles de puestos de trabajo gracias a la exportación sin trabas al gigante norteamericano de productos tales como el azúcar.

Ahora bien, el acuerdo, después de firmarse, deberá pasar la ratificación de los parlamentos de los estados signatarios, y en el caso del estadounidense se barruntan dificultades porque varios congresistas podrían defender los intereses de los productores azucareros locales, que han puesto el grito en el cielo contra el CAFTA, ya que les hace poco competitivos frente a las exportaciones centroamericanas más baratas.

En vísperas de la toma de posesión el 14 de enero, Berger anunció su intención de renegociar con los organismos internacionales y la banca comercial el servicio correspondiende a los 3.000 millones de dólares de la deuda pública externa (el monto total de los débitos contraídos con el exterior por Guatemala ascendería ya a los 5.000 millones de dólares) para poder destinar esa misma cantidad a proyectos de salud, sanidad, seguridad y obras de infraestructura básica. La idea de Berger es refundir las obligaciones de pago en un nuevo crédito por aquella cantidad, pagadero a 20 años, con los cuatro primeros exentos de amortización y con un interés favorable. Por otro lado, prosperaron las negociaciones con el la UNE y el PAN para el reparto de los puestos directivos del Congreso entre las tres fuerzas parlamentarias. El FRG fue marginado del acuerdo.

En el día señalado, Berger recibió la banda presidencial y juró la Constitución en una ceremonia celebrada en el Gran Teatro Nacional Miguel Angel Asturias y a la que asistieron como invitados ocho jefes de Estado y de Gobierno de América Latina, entre ellos los cinco presidentes centroamericanos. En su discurso inaugural, Berger prometió un gobierno transparente que devuelva la confianza de los guatemaltecos en sus instituciones e investigue a los funcionarios corruptos de la administración saliente, se refirió al daño que había hecho al país "una gestión de gobierno sin valores morales y éticos", prometió fortalecer el Estado de Derecho y el sistema democrático poniendo fin a los "ámbitos de impunidad", y habló de dotar a los ciudadanos de mecanismos que les permitan fiscalizar a sus servidores públicos.

Óscar Berger posee la Orden de Leopoldo II de Reino de Bélgica (1992) y la Orden de la Legión de Honor de la República Francesa (2000).

(Cobertura informativa hasta 15/1/2004)