Mijaíl Kasyánov

En 1978, terminado el servicio militar en el Ejército soviético, fue contratado como mecánico por el Instituto de Proyectos e Investigación de Transportes Industriales, dependiente del Comité de Planificación Estatal (Gosplan). En 1983 se graduó por el Instituto de Automoción de Moscú y en los siete años siguientes, que coincidieron con la crisis del sistema de producción soviético que la perestroika de Mijaíl Gorbachov trató de atajar con efectos más ruinosos aún, desarrolló su carrera en el aparato económico de la URSS como ingeniero, economista, subjefe de sección y finalmente, en 1990 y en el seno ya del Comité Estatal de Economía de la República Socialista Federativa Soviética Rusa, jefe de la sección de Relaciones Económicas Exteriores.

En 1991 Kasyánov consolidó su posición en la administración republicana de la Federación Rusa, que, tras la fallida involución comunista del 19 de agosto en Moscú y bajo el liderazgo de Borís Yeltsin, emprendió su andadura como Estado independiente. Así, fue puesto al frente del Departamento de Relaciones Comerciales del Ministerio de Economía, trabajando a las órdenes del liberal Yégor Gaidar, artífice de la terapia de choque que intentó una drástica transformación desde el sistema de economía planificada al capitalismo de mercado. En enero de 1993 Kasyánov fue colocado al frente del Departamento de Deuda y Crédito Exteriores del Ministerio de Finanzas y allí continuó en el bienio siguiente a pesar del trasiego de responsables del ministerio, dirigido sucesivamente por Vasili Barchuk, Borís Fyodorov, Serguéi Dubinin, Andrei Valilov y Vladímir Panskov.

El 16 de octubre de 1995 el primer ministro, Víktor Chernomyrdin, le nombró viceministro de Finanzas, luego adjunto a Panskov. Los ministros que sucedieron a este último a partir de agosto de 1996, Aleksandr Livshits, Anatoli Chubáis y Mijaíl Zadórnov, le retuvieron en sus plantillas de colaboradores, un reflejo de la confianza de la cúspide gubernamental en su labor, la misma que le mantuvo a flote en el agitado período que comenzó en marzo de 1998 con la destitución de Chernomyrdin por Yeltsin y continuó con los gobiernos efímeros de Serguéi Kirienko (hasta agosto de 1998), Chernomyrdin de nuevo (hasta septiembre de 1998) y Yevguieni Primakov.

La responsabilidad de Kasyánov en el Ministerio de Finanzas era tan precisa como decisiva: conducir las complejas negociaciones con los clubes de Londres y de París para la reestructuración de la deuda contraída por Rusia con sus donantes occidentales, labor que se tornó especialmente sensible a raíz de la gran crisis sufrida por el rublo en el verano de 1998, cuando el FMI accedió a acudir al rescate a condición de que el Kremlin aplicara un plan económico de emergencia y no se desentendiera del servicio de la deuda. En diciembre de 1996, además, Kasyánov fue designado para integrar la Comisión Intergubernamental sobre el Consejo de Europa, cuya membresía el país había visto realizarse meses atrás. El 17 de febrero de 1999 Kasyánov se asentó como el segundo oficial del Ministerio con el rango de viceministro primero.

El nuevo primer ministro, Serguéi Stepashin, le ascendió a la titularidad del Ministerio en el equipo que elaboró a finales de mayo de 1999, produciéndose el nombramiento oficial el día 25 de dicho mes. Con ello, Kasyánov se convirtió en miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa (SBRF), órgano que asiste al presidente de la Federación en la toma de decisiones de alto calado. Para entonces, Kasyánov estaba reconocido como un oficial del régimen yeltsinista estrechamente vinculado con la élite empresarial y financiera más próxima al oficialismo. A pesar de encabezar este elenco de contactos el polémico magnate Boris Berezovski, Kasyánov negó categóricamente estar teleguiado o tener lazos de interés con ningún oligarca o grupo de presión, de los muchos que pululaban tras las bambalinas del Kremlin, pugnando por ejercer su influencia en las altas decisiones políticas del Estado.

El sustituto de Stepashin desde el 9 de agosto de 1999, Vladímir Putin, le mantuvo en su oficina, y ésta pudo haber sido la máxima cota en su currículum de sirviente público de no haberse convertido su jefe directo en el favorito de Yeltsin para sustituirle en la jefatura del Estado cuando llegara el momento. La circunstancia se aparejó el 31 de diciembre con la dimisión del susodicho y el nombramiento de Putin como presidente en funciones y candidato a las elecciones presidenciales programadas para el 26 de marzo de 2000. El urbanita y anglófono Kasyánov, considerado por sus interlocutores internacionales un negociador inteligente, tenaz y concienzudo, y por superiores en Moscú un profesional del todo indiferente a las intrigas y ambiciones políticas tan características en las altas esferas del poder ruso, luego un dignatario exclusivamente dedicado a sus funciones técnicas, se perfiló de inmediato como un hombre de la confianza de Putin, quien dispuso para él nuevas promociones.

El 10 de enero de 2000 Putin le nombró primer viceprimer ministro, esto es, número dos del Consejo de Ministros. Nueve días después le puso al mando de la Comisión de Operaciones del Gobierno y el 22 de febrero le integró en la Comisión Federal que supervisa los asuntos del complejo militar-industrial en calidad de vicepresidente, conservando en todo momento la titularidad del Ministerio de Finanzas. Para entonces, Kasyánov ya había arreglado un acuerdo favorable con los acreedores privados del Club de Londres por el que Rusia obtenía el recorte del 36% de sus deudas y el reescalonamiento del reembolso del monto restante a un plazo de 30 años.

Ganadas las elecciones presidenciales, Putin tomó posesión oficial de su despacho en el Kremlin el 7 de mayo y acto seguido nombró a Kasyánov para reemplazarle al frente del Gobierno en funciones. El día 10 firmó el documento oficial del nombramiento y la Duma, o Cámara baja de la Asamblea Federal, le dio el visto bueno el 17 de mayo con 325 votos a favor, luego 99 más de los necesarios, 55 en contra y 15 abstenciones. Ninguna facción parlamentaria solicitó a sus miembros el voto en contra, y las tres principales, las formadas por los partidos Comunista de la Federación Rusa (KPRF), Unidad (creado por el Kremlin para asistir a Putin) y el centroizquierdista Patria-Toda Rusia (OVR), ya habían expresado su plácet a Kasyánov en mayor o menor grado ante la evidencia de que el arranque de su cometido gubernamental coincidía con una coyuntura esperanzadora en la que, por primera vez desde la disolución de la URSS, se daban la mano una inflación en retroceso, una moneda estable y una tendencia al crecimiento: si la economía había registrado en 1998 una recesión del 4,8% del PIB, 1999 había terminado con una tasa positiva del 3,2%.

El flamante primer ministro, el octavo desde el acceso de Rusia a la independencia, explicitó que sus objetivos prioritarios iban a ser el vencimiento de la desconfianza internacional hacia Rusia, que aún coleaba desde la grave crisis monetaria de 1998, y la apertura de nuevos canales de crédito necesarios para estimular el despegue económico. Con el objeto de incentivar las inversiones privadas nacionales y extranjeras, Kasyánov propuso una reforma fiscal basada en un tipo de impuesto fijo sobre la renta de las personas del 13% y la eliminación de gravámenes que pesaban sobre las actividades económicas, lo que de paso debería conducir a unos presupuestos del Estado de déficit cero, así como la elaboración de un nuevo Código de la Tierra que pusiera fin al último vestigio del modelo soviético y permitiera la libre compraventa de los terrenos edificables y, eventualmente, las parcelas agrarias. Asimismo, expresó su determinación de cerrar en breve plazo las negociaciones para la reestructuración del total de las deudas adquiridas con los clubes de Londres y París, amén de prevenir un fortalecimiento exagerado del rublo que perjudicase la capacidad exportadora nacional.

Kasyánov iba a servir como primer ministro de Rusia durante casi cuatro años y puede decirse que, en efecto, cumplió casi todos los objetivos que se trazó, protagonizando una gestión solvente y honesta que fue alabada por doquier dentro y fuera de del país. Por imperativo de las reglas del juego trazadas por el mandamás del Kremlin -quien, en virtud de un esquema vertical con fuertes acentos dirigistas y algunos ramalazos de culto a la personalidad, fue consolidando su poder en las distintas esferas de la Federación hasta adquirir características omnímodas- y por la propia voluntad de quien no estaba interesado en el activismo político, Kasyánov estuvo circunscrito al trabajo técnico diario del gabinete, a las decisiones de economía doméstica y a los aspectos financieros y comerciales de la política exterior.

El primer ministro elaboró, coordinó y ejecutó un nutrido elenco de reformas normativas llamadas a transformar diversos aspectos estructurales del sistema ruso y a producir unos resultados macroeconómicos muy positivos. Cuando se salió del guión establecido y elevó su voz para discrepar de determinadas actuaciones arbitrarias de Putin que afectaban a su área de responsabilidades, Kasyánov se convirtió en candidato cierto a la destitución. Su Gobierno elaboró unos presupuestos generales del Estado de 2001 que, por primera vez, eran equilibrados, poniendo fin a la rutina de los déficits abultados (por ejemplo, el ejercicio actual presentaba un descubierto del 5%) y prologando una época de balances con superávit. Aprobado el 14 de diciembre de 2000 por la Duma, el nuevo presupuesto anual establecía unos gastos y unos ingresos igualados en los 1,19 billones de rublos (39.700 millones de dólares al tipo de cambio de 30 rublos por dólar), así como una previsión de inflación para los doce meses del 12%.

Este cálculo, empero, resultó ser demasiado optimista y en 2001 los precios al consumo iban a crecer un 21,5%, unas décimas más que en 2000, año que para la actividad económica, eso sí, terminó siendo fausto, ya que la tasa de crecimiento global alcanzó el 9%, el saldo de las cuentas corrientes (balanzas comercial y de servicios) arrojó un resultado igualmente positivo, equivalente a casi el 18% del PIB, y la inversión extranjera directa sumó los 4.400 millones de dólares (con todo, un valor inferior al récord de 1997, cuando entraron en el país inversiones de esta naturaleza por valor de 5.300 millones), concentrando la región de Moscú la tercera parte de los flujos.

El 28 de junio de 2000 el Consejo de Ministros definió los ejes principales de un programa socioeconómico a diez años vista y aprobó otro plan, éste específicamente económico, para implementarlo en los próximos 18 meses. El primer proyecto, elaborado por el ministro de Desarrollo Económico y Comercio, German Gref, incidía en la elevación de los maltrechos estándares de vida de buena parte de la población y en la redistribución de la riqueza nacional, acercando a los rusos de rentas más altas y más bajas, objetivos que quedaban ligados a la obtención de un crecimiento anual mínimo del PIB del 5%. El plan a corto plazo, calificado de "liberal" por analistas occidentales, estipulaba la disciplina presupuestaria y la promulgación de los nuevos códigos tributario, laboral y agrario.

En efecto, a principios de julio, la Duma aprobó nuevos gravámenes al alza sobre los combustibles, el alcohol y el tabaco, y unos días más tarde hizo lo propio con la segunda parte del Código Fiscal, que introducía el impuesto único y no progresivo sobre la renta del 13%, reducía el tipo aplicado a los beneficios de las empresas del 35% al 24% y unificaba la retención básica del llamado impuesto social. Una vez recibida la preceptiva luz verde del Consejo de la Federación o Cámara alta del Parlamento, Putin estampó su firma el 6 de agosto y convirtió en ley una norma que perseguía disciplinar a los contribuyentes, en un país con unos altos porcentajes de fraude y evasión, mejorar los ingresos fiscales del Estado, incentivar al sector productivo y, junto con las enmiendas que hicieran falta, allanar el camino para el ingreso de Rusia en la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Más problemas legislativos encontró el Código de la Tierra, que suscitó acalorados debates entre los diputados izquierdistas porque entrañaba una liberalización considerable de la estructura de la propiedad del suelo y liquidaba la última herencia del estatalismo soviético; para comunistas y agrarios, vender la tierra significaba "vender la patria". El 16 de junio de 2001, en medio de una fenomenal trifulca en las bancadas opositoras, el oficialismo hizo valer en la Duma la mayoría favorable a las reformas, salida de las elecciones de diciembre de 1999 y nucleada en torno al partido del Kremlin, Unidad (Yedinstvo), y sacó adelante el borrador de la reforma normativa en su primera lectura.

La izquierda insistió en que el nuevo Código abría la puerta a la venta de todas las tierras, incluidas las de cultivo, pero el Gobierno dejó claro que su proyecto se refería exclusivamente a la libre enajenación de los suelos industriales y urbanos, lo que era el caso de no más del 3% de la superficie nacional. El bloque centroizquierdista Patria-Toda Rusia (OVR), próximo a Putin, y los partidos liberales Unión de Fuerzas Derechistas (SPS) y Yábloko acogieron la trascendental reforma con satisfacción. Admitidas una serie de enmiendas de los grupos progubernamentales, el segundo borrador del proyecto de ley fue sometido a los diputados y el 14 de julio volvió a ser aprobado, por 253 votos contra 152. El cambio más importante en el texto con respecto a la versión de junio tocaba directamente el aspecto más sensible de la intangibilidad de la estructura de la propiedad de la tierra, tal como la defendían comunistas y agrarios: ahora, los extranjeros tenían los mismos derechos de compraventa que los ciudadanos rusos, salvo en unas zonas especiales, aún por delimitar, a lo largo de las fronteras exteriores de Rusia.

El 28 de septiembre siguiente la Duma dio luz verde a la tercera y definitiva lectura del proyecto de Código, que no introdujo cambios significativos con respecto a julio. El 26 de octubre Putin firmó el documento y el Código de la Tierra fue promulgado. Para más tarde quedaba una legislación específica que debía extender la privatización a los terrenos agrícolas. La reforma ad hoc se elaboró sin tardanza y el 26 de junio de 2002 la Duma dio luz verde en tercera y definitiva lectura a una mudanza histórica que ponía fin a un régimen de propiedad favorable a la titularidad federal o municipal y que no se había tocado desde la revolución bolchevique de 1917.

El 1 de febrero de 2002 entró en vigor también el nuevo Código del Trabajo, que sustituía al instrumento vigente desde 1972, en la época soviética de Brezhnev, e incidía en la flexibilización de las relaciones laborales. El 1 de julio de 2002 sucedió lo propio con el nuevo Código Administrativo y el 28 de mayo de 2003 fue promulgado el nuevo Código Aduanero. El Gobierno de Kasyánov trabajo con más parsimonia en lo referente a la fiscalización de los grandes monopolios estatales en el sector energético y el transporte, amén de la reestructuración del todavía débil sector bancario nacional, que no cubría las necesidades crediticias del sector productivo. Por el contrario, las negociaciones con los acreedores internacionales para el reescalonamiento y la liquidación de tramos de deuda produjo resultados sobresalientes: si en 2000 el monto de la deuda exterior rusa alcanzaba los 170.000 millones de dólares, cuatro años más tarde este dogal se había aflojado hasta algo más de los 120.000 millones, permitiendo decir a Kasyánov que la deuda externa "ya no constituye un problema".

A principios de 2004 Kasyánov, sus ministros y el Banco Central de Rusia desgranaron una retahíla de datos positivos, y no sólo macroeconómicos: el PIB había crecido un más que respetable 7,2% el año anterior; la inflación había sido domeñada al 13% anual; el paro oficial oscilaba en torno al 8%, lo que significaba un descenso sensible con respecto al lustro anterior, aunque existían repuntes alcistas en algunas regiones; la estabilidad del rublo en unos valores de cambio bajos y los fuertes ingresos petroleros, unido a la menor carga del servicio de la deuda, habían permitido acrecentar las reservas internacionales de divisas desde los 53.000 millones de dólares en febrero de 2003 a los 86.000 millones en febrero de 2004, así como generar a fecha de enero un superávit en el balance de cuentas federal de más de 55.000 millones de rublos, cantidad equivalente al 5,3% del PIB.

En cuanto a las familias, la desescalada en los precios y la bonanza económica general había permitido elevar los ingresos reales en un 16% sólo en los últimos doce meses, con su consiguiente impacto positivo en la capacidad de ahorro y el poder adquisitivo, animando al consumo. Muchas pensiones y salarios habían dejado de pagarse con retraso y las cuantías de ambas retribuciones mensuales habían experimentado una subida media del 14,8% y el 8,2%, respectivamente. Ahora bien, causó preocupación el brusco descenso en 2003, 3.500 millones de dólares menos, de las inversiones extranjeras directas en los sectores productivos, siendo así que ese año las entradas de capital no financiero -que en cualquier coyuntura sigue representando una parte diminuta del conjunto de las importaciones de capital- habían marcado su nivel más bajo desde mitad de la década de los noventa, algo más del 1% del PIB, lo que convertía a Rusia en el país menos atractivo de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) en este aspecto tras Uzbekistán.

Además, dichas inversiones tendían a concentrarse en la industria energética, reduciendo su diversificación sectorial y restando incentivos a otras áreas productivas. Asimismo, multitud de observadores alertaban contra la dependencia excesiva de las exportaciones petroleras, con las que el Estado obtenía beneficios fáciles en un mercado donde la continuada escalada en los precios del barril de crudo no era una salvaguardia frente a la volatilidad a medio o largo plazo, al tiempo que la inundación de petrodólares alimentaba los trasiegos del capital financiero a costa de las inyecciones en multitud de industrias a las que les urgía una reestructuración, así como en proyectos de investigación y desarrollo. Por lo demás, Rusia se estaba perfilando como un país típicamente vendedor de materias primas, con los hidrocarburos, los metales y la madera suponiendo el 80% de las exportaciones, y donde la bonanza tendía a ceñirse en las industrias extractivas.

A la hora de explicar el bajón en 2003 en la entrada de capital de empresa, que ponía en cuestión los atribuidos avances en la creación de un clima atractivo para las inversiones en Rusia, los analistas explicaron que los empresarios rusos estaban pidiendo prestado a los bancos de casa y creando sociedades capitalistas entre ellos con más confianza que en el pasado, luego requiriendo en menor medida a los proveedores extranjeros, pero también señalaron el posible efecto disuasorio que sobre los inversores foráneos habría producido la agresiva política del Kremlin contra el gigante petrolero Yukos, responsable de extraer el 16% del crudo del país, empleadora de más de 100.000 trabajadores y metido en un proceso de fusión con otra empresa del ramo, Sibneft, propiedad de otro oligarca, Roman Abramóvich.

A los ojos de muchos responsables económicos de dentro y fuera de Rusia, las interdicciones sobre Yukos estarían distorsionando seriamente el marco de la economía de libre mercado con preeminencia del sector privado. Precisamente, la ofensiva lanzada por Putin contra Yukos y su patrón, el magnate Mijaíl Jodorkovski, considerado el hombre más rico de Rusia, coronó una serie de divergencias que ya venían dificultando las relaciones entre el presidente y su primer ministro, todo lo cual preludió el cese de Kasyánov. De hecho uno de los últimos dignatarios heredados de la época de Yeltsin, Kasyánov disentía de Putin en propuestas tan fundamentales como el incremento de las tasas fiscales de los combustibles fósiles y la introducción de un mercado hipotecario en Rusia.

Entendido por la opinión pública como un escarmiento de lo más destemplado por los coqueteos del oligarca con la oposición parlamentaria (presunta financiación del Yábloko, la SPS y el mismo KPRF) y como un aviso a navegantes de que el amo del Kremlin no iba a tolerar la intromisión en política ni nuevos retos a su autoridad por parte de un grupo de altos prebostes de la industria, las finanzas y los medios de comunicación que habían amasado sus fortunas y tejido sus redes de influencia en los años del yeltsinismo, la operación de acoso y derribo de Jodorkovski desatada en el verano de 2003 involucró al Servicio Federal de Seguridad (FSB) y a la Fiscalía General, y culminó con dos actuaciones expeditivas a finales de octubre: el día 25 el FSB detuvo al empresario bajo la acusación de evasión fiscal y desfalco, y el 30 la Fiscalía decretó la congelación del 44% del capital en bolsa de Yukos con la explicación de que era necesario impedir una excesiva concentración de acciones en manos de un grupo de propietarios que rendían cuentas a Jodorkovski.

El encarcelamiento de Jodorkovski, que seguía así el destino sufrido temporalmente en 2001 por el ex magnate de la comunicación Vladímir Gusinski antes de convertirse en prófugo de la justicia rusa, y la intervención contra Yukos cayeron como una bomba en el Gobierno ruso y entre los miembros del aparato del Kremlin no ubicados en el círculo más próximo al presidente, una camarilla llamada informalmente de los petersburgueses, por ser paisanos de San Petersburgo o haber desarrollado sus carreras en la ciudad báltica.

Putin despidió al punto al jefe de su administración, Aleksandr Voloshin, conocido por su distanciamiento de la línea dura del oficialismo y su proximidad a los intereses empresariales, a la vez que el mismo Kasyánov contestaba la orden de silencio impuesta por el presidente; pese a asegurar que se "contenía" a la hora de hacer "cualquier valoración", el primer ministro no se mordió la lengua sobre lo sucedido. Con sus formas calmosas habituales, Kasyánov acudió a medios informativos primero para tachar de "excesivo" el dictado de prisión preventiva para personas acusadas de delitos económicos y a continuación para expresar su "gran preocupación" por los recientes acontecimientos que afectaban a Yukos y comentar que "el embargo de las acciones de una sociedad que comercia en la Bolsa es un fenómeno nuevo y sus consecuencias son difíciles de predecir, dado que se trata de una nueva forma de presión".

El primer ministro hizo así una portavocía oficiosa de las aprensiones suscitadas en la élite empresarial y los operadores mercantiles. Pero Putin se aprestaba a imponer una estrategia política que pasaba por un lavado de cara en el Ejecutivo como acto de autoridad y con el objeto de arrojar interés a la campaña de las elecciones presidenciales del 14 de marzo, que se presentaban muy devaluadas por la certeza general sobre su resultado: retado por cinco aspirantes opositores de más que escaso gancho popular, Putin tenía garantizada la reelección por otros cuatro años con una mayoría aplastante, pero para que las elecciones fueran válidas debía ejercer el voto el 50% del censo.

La preocupación de Putin por galvanizar el interés de un electorado apático tomaba lectura de lo sucedido en las legislativas del 7 de diciembre, cuando el nuevo partido oficialista, Rusia Unida (ER), obtuvo un contundente 37,6% de los votos y 222 escaños, casi la mayoría absoluta, pero con una participación de sólo el 55,8%, lo que, unido al control prácticamente total de los medios de comunicación y el descarado partidismo de los medios estatales, ponía sobre el tapete la calidad de la democracia rusa.

Así, el 24 de febrero Putin firmó un decreto por el que destituía al Gobierno en pleno y nombraba primer ministro en funciones al viceprimer ministro, Víktor Jristenko. El presidente se apresuró a aclarar que la salida de Kasyánov no se debía a su gestión, que, antes al contrario, calificó de "satisfactoria", sino que obedecía a "mi deseo de establecer mi posición sobre la política de desarrollo del país después del 14 de marzo". El 1 de marzo Putin designó primer ministro al tecnócrata Mijaíl Fradkov, quien fue ratificado por la Duma.

Medios rusos especularon con que Putin había "perdido la paciencia" con Kasyánov escasos días antes de la remoción por su negativa a rebajar las cotizaciones sociales de los trabajadores que en parte sufragan las empresas y a reformar también el impuesto sobre el valor añadido. De hecho, a finales de marzo, una vez celebradas las presidenciales con el resultado cantado de antemano, Putin reconoció que el Gobierno de Kasyánov le había terminado por producir insatisfacción. Tras unos meses de silencio, a finales de junio Kasyánov emergió a la palestra para anunciar su próximo retorno a la "alta política" y su proyecto de fundar un banco internacional dedicado a financiar las exportaciones de hidrocarburos de Rusia y las repúblicas centroasiáticas. Por el momento, declinó hacer comentarios sobre su posible salto a la política partidista en las filas de la SPS, cuyo liderazgo colectivo había dimitido de resultas de los sucesivos batacazos electorales encajados por la formación liberal-conservadora.

(Cobertura informativa hasta 1/8/2004)