Jiang Zemin
Secretario General del PCC (1989-2002) y presidente de la República (1993-2003)
En la República Popular China, la primera generación de dirigentes fue mandada por Mao Zedong, la segunda tuvo a Deng Xiaoping como líder supremo y la tercera, entre 1989 y 2003, presentó la figura señera de Jiang Zemin, secretario general del Partido Comunista y desde 1993 además presidente de la República. Discípulo y protegido de Deng, quien promovió inesperadamente su ascenso a la cúspide del régimen, Jiang, trayendo unas credenciales de tecnócrata reformista, encabezó las tareas de reanudar y acelerar la construcción de la economía de mercado socialista de características chinas, concebida por su mentor, y a la vez superar el ostracismo internacional a raíz de la histórica matanza de los estudiantes de Tiananmen. Se trató de una empresa gigantesca pródiga en logros y desequilibrios, cuyo balance exitoso admite multitud de acotaciones.
Jiang oficializó la doctrina del denguismo, a la cual añadió de su cosecha una Teoría de las Tres Representaciones que sería incorporada a las constituciones del Partido en 2002 y del Estado en 2004, y la plasmó en una serie de transformaciones radicales en el ámbito socioeconómico. Sin embargo, estos cambios de calado dejaron intacta la dictadura del partido único, fuertemente autoritaria, represiva y sobre el papel leal al marxismo-leninismo, del PCC. Las contradicciones abundaron bajo Jiang, un personaje rico en matices, al plantearse en la sociedad china complejas coexistencias: por un lado, el espectacular desarrollo industrial y financiero, espoleado por el sector privado y el comercio abierto dentro del ecosistema nacional del capitalismo de Estado, junto con la proliferación de abusos, corrupción y daños medioambientales; por otro lado, las oportunidades para el progreso material de los ciudadanos y la inundación de tecnología punta en paralelo a la censura informativa, la cerrazón política y la persecución de cualquier atisbo de disidencia.
Fue con Jiang, en los primeros años de su jefatura aún supervisado de cerca por el anciano Deng, cuando China gestó sus actuales condiciones de motor de la economía mundial, fábrica del mundo y primer banquero del planeta. La emergencia de China como potencia planetaria en ciernes. La apuesta a fondo por la liberalización comercial (OMC, APEC, ASEAN) y los intercambios internacionales convirtió al viajero Jiang, sin proponérselo, en uno de los grandes protagonistas de la globalización a caballo entre los dos siglos, casi a la par de unos Estados Unidos con los que tendió más al entendimiento que a la confrontación.
El fallecimiento de Jiang Zemin, enfermo de leucemia, a últimos de noviembre de 2022 a los 96 años de edad acontece mientras China, empoderada ya como superpotencia mundial en todos los órdenes, vive la mayor protesta popular desde la aplastada Primavera de Beijing. El enfado de los ciudadanos con los dirigentes del PCC aflora en los contextos de la draconiana política de la Covid cero, epítome del férreo control estatal, y la perpetuación del poder casi absoluto del secretario general desde hace una década, Xi Jinping.
(Texto actualizado a 30 noviembre 2022)
1. Trayectoria tecnocrática en el Partido Comunista
2. Dirigente ligado a las reformas capitalistas en Shanghai
3. Salto al liderazgo del PCC como heredero de Deng
4. La meta de superar el ostracismo internacional tras Tiananmen
5. Restauración de relaciones con Estados Unidos bajo la égida comercial
6. Consolidación en el poder y fidelidad al denguismo
7. Implicación en las dinámicas regionales
8. Cooperación estrecha con Rusia y aproximación a la Unión Europea
9. La cuestión taiwanesa como interferencia en los vínculos con Estados Unidos
10. Un dirigente internacional de carácter peculiar
11. Retos e incertidumbres de la reforma interna
12. Inopinado comedimiento con la administración Bush
13. Una despedida suave con legado doctrinal y sucesor prefijado
1. Trayectoria tecnocrática en el Partido Comunista
Nativo de Yangzhou y tercero de cinco hermanos, su padre, un electricista con incursiones en la docencia, accedió a que el niño fuera adoptado por la familia de su hermano, un miembro del Partido Comunista de China (PCC) que había muerto combatiendo al invasor japonés, a fin de que tuviera un descendiente varón. Sus tíos, exponentes del ambiente intelectual y cultural de la provincia costera de Jiangsu, le proporcionaron una educación esmerada, primero en una escuela regentada por misioneros estadounidenses y luego en la prestigiosa Universidad Jiaotong de la cercana Shanghai, por la que se licenció en Ingeniería Eléctrica en 1947.
Siendo estudiante, Jiang participó en acciones de protesta contra los ocupantes japoneses y en 1946, al año de acabar la Segunda Guerra Mundial, ingresó en el PCC, que bajo la dirección de Mao Zedong reanudó la guerra civil contra el Gobierno nacionalista del Kuomintang (KMT), presidido por Chiang Kai-shek. Jiang no participó en la contienda y después tampoco recibió ninguna instrucción militar. Tras el triunfo de la Revolución en octubre de 1949, empezó a trabajar como ingeniero en Shanghai, primero en la planta de procesado de alimentos Yimin-1 y luego en una fábrica de jabones. Aquel año se casó con Wang Yeping, una paisana de Yangzhou que era sobrina de su tía adoptiva. La pareja iba a tener dos hijos.
Durante un año, de 1955 a 1956, se adiestró en técnicas industriales en la fábrica de automóviles Stalin de Moscú, estancia que, según algunas fuentes, aprovechó para prestar una asesoría comercial a la embajada china. A esta época se remontaba también su buen conocimiento del idioma ruso. Entre 1957 y 1962 desempeñó diversos puestos dependientes del Ministerio de Maquinaria Industrial, como subdirector de la División de Suministro Eléctrico, segundo ingeniero jefe y director de una central eléctrica, y director de la planta de automóviles Changchun-1. En los 18 años siguientes Jiang prosiguió su carrera de alto funcionario técnico en el aparato industrial y sin ambiciones políticas aparentes, una suerte de anonimato que le permitió superar indemne los estragos de la Revolución Cultural (1966-1972), así como las luchas internas del PCC que precedieron y, por breve tiempo, sucedieron a la muerte de Mao en septiembre de 1976.
En este turbulento período, Jiang se ocupó de la subdirección del Instituto de Investigación de Equipos Eléctricos de Shanghai y de la dirección del Instituto de Investigación de Termodinámica Industrial de Wuhan. Trasladado a 1972 a Rumanía para perfeccionar sus conocimientos técnicos, en 1974 retornó a China para asumir la subdirección de la Oficina de Asuntos Exteriores del Ministerio de Maquinaria Industrial y en 1976 se convirtió en director general de la misma. En 1978 Jiang fue promocionado a instancias de Deng Xiaoping, el nuevo hombre fuerte del régimen tras imponerse en el Partido los elementos moderados y los antiguos represaliados de la Revolución Cultural sobre los líderes izquierdistas que dominaron la escena hasta el deceso de Mao.
En reconocimiento de su experiencia tecnocrática, Jiang fue reclutado por el presidente del PCC y primer ministro, Hua Guofeng, considerado un dirigente de transición entre el régimen maoísta y la era de las reformas económicas auspiciada por Deng, para que le asesorara en asuntos de maquinaria industrial. Entre 1980 y 1982 desempeñó los puestos de vicepresidente y secretario general, respectivamente, de las comisiones estatales de Importación-Exportación y de Inversión Exterior, con el rango de viceministro.
2. Dirigente ligado a las reformas capitalistas en Shanghai
A Jiang se le tenía aquellos años por uno de los principales promotores y planificadores de la Zona Económica Especial (ZEE) de Shenzhen, frente a Hong Kong, en la provincia de Guangdong. Creada en agosto de 1980, Shenzhen fue la primera, la más grande y la más exitosa de las llamadas "isla de rendimiento", verdaderos laboratorios del capitalismo liberal y escaparates de las reformas denguistas de mercado.
Definitivamente ganado para la dirección política, en 1982 Jiang fue nombrado viceministro y al año siguiente ministro de la Industria Electrónica. Su progresión en la jerarquía del PCC registró el paso decisivo de la elección como miembro del Comité Central en el XII Congreso del Partido, celebrado en septiembre de 1982. En 1985 cesó en el Gobierno para hacerse cargo de la alcaldía y la secretaria del Comité Municipal del Partido en Shanghai, oficinas para las que fue recomendado por el titular saliente, Wang Daohan, y que Jiang ocupó durante tres años. En tanto que responsable de la urbe más populosa y cosmopolita del país, Jiang se acreditó como un gestor eficaz, encargado de aplicar el programa de reformas económicas de Deng y de combatir la corrupción administrativa, así como de impulsar proyectos decisivos para el desarrollo urbanístico. Asimismo, tuvo la oportunidad de relacionarse con multinacionales de Europa y Estados Unidos, llegadas para invertir y abrir negocios en esta ciudad de las oportunidades.
Más viajado y cultivado que la mayoría de los dirigentes del Partido, Jiang podía departir sin necesidad de intérpretes con sus interlocutores anglosajones, rusos o rumanos, así como leer documentos redactados en francés o en japonés. Shanghai, afamada en los años veinte y treinta como la metrópoli más europeizada y bulliciosa de Oriente, se convirtió en el reflejo de los cambios que con Deng a la batuta y a toda velocidad estaban transformando China. Así, la primera bolsa de valores del país se inauguró aquí en septiembre de 1986.
Cuando en diciembre de 1986 miles de estudiantes se lanzaron a las calles de Shanghai demandando reformas de más calado, Jiang atendió algunas de las reivindicaciones que se le plantearon, pero rechazó las que implicaban la liberalización política, como la de una mayor transparencia en el proceso de selección de candidatos para las elecciones a las asambleas provinciales. Para poner fin a las manifestaciones, Jiang no lanzó a las fuerzas de seguridad, sino que levantó una cortina informativa, esperando a que la protesta se desinflara por cansancio.
Habría cabido esperar su destitución por no haber evitado las algaradas (que salpicaron a Beijing), pero el represaliado fue el mismo secretario general del Partido desde febrero de 1980, Hu Yaobang, obligado a dimitir en enero de 1987 por los conservadores, que le acusaron de no haber sido capaz, a su juicio, de desarrollar la reforma económica sin cerrar las puertas a una excesiva e indeseada liberalización "burguesa". De hecho, Jiang fue ascendido de manera espectacular, dejando claro que su protector en última instancia no era el ahora arruinado Hu, sino el astuto supremo dirigente de facto, Deng: así, en el XIII Congreso del PCC, celebrado entre octubre y noviembre de 1987, Jiang resultó elegido para integrar el exclusivo Buró Político del Comité Central, de 18 miembros, convirtiéndose en el sexto mandamás en la jerarquía del Partido.
3. Salto al liderazgo del PCC como heredero de Deng
Hay indicios de que en los primeros momentos de la gran protesta de la primavera de 1989, iniciada en Beijing y contagiada a Shanghai y otras ciudades, Jiang fue proclive a algún tipo de diálogo con los estudiantes en la línea de lo sondeado por el secretario general, Zhao Ziyang, un reformista con un perfil bastante similar al del malhadado Hu, fallecido en abril. Según este análisis, ante la decisión de la solución represiva por el Buró Político, indicativa de que Deng se había decantado por los partidarios de la línea dura o que él mismo había impuesto ese desenlace, Jiang se habría echado atrás y habría abrazado las tesis del grupo de los intransigentes, con el primer ministro Li Peng a la cabeza. Como responsable del Partido en Shanghai, Jiang se encargó de frustrar el traslado a la ciudad costera de los campamentos y las arengas de los estudiantes de Beijing, para lo cual recurrió a un fuerte despliegue policial y a un férreo bloqueo informativo que incluyó el cierre del periódico más liberal del país, el Diario del Mundo Económico.
En los días de incertidumbre que siguieron a la histórica matanza del 3 y el 4 de junio de 1989 en la plaza pekinesa de Tiananmen, con la derecha del PCC crecida y dispuesta a detener unas reformas económicas que habían degenerado en reclamaciones políticas, Deng sorprendió a todos escogiendo al muy poco conocido Jiang, que ni siquiera formaba parte del Comité Permanente del Buró Político —el restringido sanedrín del poder comunista—, para sustituir el 24 de junio en la Secretaría General a Zhao, fulminantemente destituido al igual que el número cuatro de la jerarquía, Hu Qili, durante el cuarto plenario del XIII Comité Central.
Con 62 años, Jiang se adelantó a los números dos y tres del Partido, respectivamente Li Peng y Qiao Shi, el responsable de la seguridad del Estado. Este último, era, en opinión de los sinólogos, el gran favorito para la sucesión por sus buenas relaciones con la gerontocracia ultraconservadora, representada por los octogenarios Peng Zhen y Chen Yun, dos de los "Ocho Inmortales" de la Revolución (Deng era otro integrante de este grupo) cuyas salidas del Buró Político en 1987 no habían sido óbice para conservar una fuerte influencia y seguir fiscalizando críticamente las actuaciones de Deng.
La designación de Jiang fue vista como una solución de compromiso, incluso como una tregua en la lucha de facciones, que alcanzó cotas de gran tensión en el apogeo de la protesta estudiantil, al reunir en su figura la identificación con las reformas, pero sin excesos liberales, y la fidelidad a la línea ideológica, igualmente matizada por no ubicársele nítidamente entre los partidarios de la represión violenta sin contemplaciones. Cuando el 9 de junio Deng felicitó a los militares por el "glorioso aplastamiento de la rebelión contrarrevolucionaria", añadió un llamamiento a continuar la política de reformas, la Gaige, y apertura exterior, la Kaifeng. Ello se interpretó como un mandato para Jiang, quien por de pronto intensificó la purga masiva de periodistas, responsables de medios de comunicación y autoridades académicas.
En noviembre de 1989, durante el quinto plenario, a Jiang le fue conferida la presidencia de la Comisión Militar del Comité Central, desocupada por Deng. Esta instancia del Partido era decisiva para el control de las Fuerzas Armadas, y su adjudicación a un hombre sin experiencia de lucha revolucionaria fue posible en parte por la presión de Deng, pero también porque Jiang había cultivado las relaciones personales con los militares y los veteranos de la vieja guardia. En marzo de 1990, en el tercer período de sesiones de de la VII Asamblea Popular Nacional (APN, Parlamento), Jiang asumió también la Comisión Militar del Comité Estatal y en el XIV Congreso del PCC, celebrado en octubre de 1992, fue confirmado como secretario general y miembro del Comité Permanente del Buró Político. Más que un triunfo personal de Jiang, este congreso se valoró como la consagración de la era de las reformas económicas pilotada por el provecto Deng, quien a partir de entonces fue eclipsándose políticamente en paralelo a su deterioro físico.
A las jefaturas del Partido y del Ejército Popular de Liberación (EPL), Jiang añadió la del Estado cuando el 27 de marzo de 1993 la VIII APN, en su sesión inaugural, le eligió presidente de la República. Jiang sustituía al octogenario general Yang Shangkun, notorio adversario de las reformas y que había sido jubilado del Buró Político en el XIV Congreso. Con la asunción de este puesto, Jiang reunió en su persona la mayor concentración de atribuciones desde Mao. Así convertido en el tercer delfín de Deng, quien le calificó de "núcleo de una tercera generación de líderes" (tras Mao y él mismo), Jiang, a diferencia de los defenestrados Hu Jintao y Zhao Ziyang, sí pareció entender perfectamente la enseñanza del Pequeño Timonel, sintetizada en la fórmula de una amplia reestructuración y liberalización económica sin el menor menoscabo de la ortodoxia política.
4. La meta de superar el ostracismo internacional tras Tiananmen
Jiang se erigió en el actor principal de la política exterior china, con los objetivos de superar el aislamiento, vigorizar las inversiones y recuperar los intercambios comerciales. En el comienzo de la década de los noventa China necesitaba imperiosamente relanzar sus transacciones con el exterior porque la tasa de crecimiento anual había descendido por debajo del 4% como consecuencia de las medidas contra el recalentamiento económico (las alzas de los precios), aplicadas ya antes del fatídico junio de 1989.
Las secuelas internacionales de la matanza de Tiananmen en forma de sanciones y boicots empeoraron mucho la situación económica, desastre que amenazó con arruinar toda la política de reformas de Deng, la cual dependía vitalmente de la apertura al exterior. Así, la actuación de China en el Consejo de Seguridad de la ONU durante la crisis y guerra de Kuwait en 1990-1991, ni vetando ni apoyando las sucesivas resoluciones contra Irak, fue considerada "constructiva" por la coalición de países encabezada por Estados Unidos y permitió al Estado asiático ensayar el papel de potencia responsable en el concierto de naciones, a la vez que desembarazarse del repudio general del que todavía era objeto.
Para esta labor tenaz, a Jiang le facilitó el hecho el estar libre del estigma que, por ejemplo, pesaba sobre Li Peng (consolidado en 1998 como número dos del régimen desde su puesto en el Comité Permanente del Partido y su nuevo cargo institucional de presidente del Comité Permanente de la APN), ampliamente asociado por la opinión pública internacional al aplastamiento de la Primavera de Beijing. Trabajando con Li, que se dedicó preferentemente a los países asiáticos, menos fiscalizadores de su persona, Jiang basó la ambiciosa campaña diplomática en numerosos e importantes viajes.
Los esfuerzos desplegados por Jiang a partir de 1991-1992 contaron desde el primer momento con un discurso receptivo en determinados ambientes políticos y económicos de Occidente, habitualmente ligados a intereses empresariales y, en algunos casos, formando verdaderos lobbies prochinos para influir en sus gobiernos. Así, destacadas personalidades de Europa y Estados Unidos, a despecho del sentir mayoritario en sus respectivas opiniones públicas nacionales, sostenían que los embargos y otras medidas de fuerza no eran los medios más adecuados para inducir a los líderes chinos a que modificaran su mezquino concepto sobre los derechos de sus gobernados. En sus pronósticos optimistas, estas personas expresaban su confianza en que la evolución lenta de la sociedad china, su progresiva absorción de la cultura y los estándares internacionales, producirían a la larga los cambios deseados en el sistema político. Mientras tanto, concluían, no debían descuidarse las inmensas posibilidades comerciales que brindaba un mercado potencial de 1.200 millones de personas.
5. Restauración de relaciones con Estados Unidos bajo la égida comercial
Pendiente una cumbre oficial con Estados Unidos, para la que las partes no consideraron madura la situación hasta 1997, Jiang aprovechó las citas de mandatarios de la Cooperación Económica de Asia-Pacífico (APEC) para reunirse con el presidente Bill Clinton. Fue notable comparar las actitudes exhibidas por Jiang y Clinton en la I Cumbre de la APEC, en Seattle el 20 de noviembre de 1993, y en la IV, en Manila el 24 de noviembre de 1996: el chino, sonriente en ambos casos; y el norteamericano, de semblante grave en el primero, pero francamente distendido en el segundo. A esas alturas, la "cooperación constructiva" y la "asociación estratégica" chino-estadounidenses advocadas por Deng y asumidas por Clinton como una doctrina de su Administración, se presentaban plenamente recompuestas y reforzadas.
En esos tres años la evolución de la actitud estadounidense hacia China pareció coronar con éxito la estrategia del presidente chino: olvidar Tiananmen, mantener la boca cerrada en el tema de los derechos humanos en Tíbet y el conjunto de China, y obtener a cambio suculentas facilidades para la inversión y los negocios. Significativamente, la cláusula comercial de nación más favorecida no dejó de ser renovada puntualmente cada año desde 1990 a pesar de las censuras políticas y las sanciones de todo tipo. Y no obstante también la práctica por los chinos del dumping y la piratería de productos de consumo (de enorme magnitud en las ediciones de música y software informático), que provocaban pérdidas millonarias a las empresas estadounidenses.
Los golpes de efecto definitivos para la normalización de las relaciones con Estados Unidos fueron las dos visitas oficiales de los máximos responsables: la de Jiang del 26 de octubre al 3 de noviembre de 1997 (primera de un presidente chino desde 1985 y tercera estancia de Jiang en Estados Unidos tras asistir en Seattle a la Cumbre de la APEC y en Nueva York, en octubre de 1995, a la 50ª Asamblea General de la ONU), y la de Clinton del 24 de junio al 3 de julio de 1998 (a su vez, la primera de un mandatario estadounidense desde la realizada por George Bush tres meses antes de la matanza de Tiananmen). Con gran despliegue de sonrisas y cortesías, cada presidente agasajó al otro cuando le tocó hacer de anfitrión.
En su reunión del 27 de junio de 1998 en Beijing, Jiang y Clinton firmaron un documento de 47 puntos que incluía la reprogramación de los misiles nucleares para dejar de apuntar a objetivos respectivos, una declaración de apoyo al ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC), una agenda de trabajo común para reducir tensiones de diversa índole en Asia y una línea de "diálogo franco" en materia de derechos humanos, espinoso tema en el que el estadounidense prefirió no detenerse mucho.
El ingreso en la OMC era la condición impuesta por Jiang para abrir sus mercados a las exportaciones de Estados Unidos, es decir, que aceptaba la liberalización comercial, pero dentro de un ámbito multilateral. El 24 de mayo de 2000 el Congreso estadounidense dio luz verde a aquella trascendental operación. Aquel año, último de la presidencia de Clinton, China se consolidó como el cuarto cliente de Estados Unidos —tras sus socios del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), Canadá y México, más Japón—, pero además era el socio comercial con el que la superpotencia occidental tenía un déficit más abultado. A su vez, Estados Unidos era el segundo comprador de China después de Japón.
Los intercambios comerciales de China con Estados Unidos consistían en la exportación de manufacturas de consumo baratas (el 70% del total importado por Estados Unidos en este rubro) y la importación de equipos de alto valor añadido por su tecnología (maquinaria pesada, sistemas de transporte) así como recursos de know-how. En el cambio de siglo, con todo, cientos de millones de consumidores chinos seguían sin acceder a bienes estadounidenses. El gigantesco pastel comercial chino permanecía en buena parte intacto, de suerte que Estados Unidos pugnaba por ocupar un lugar de privilegio cuando Beijing se decidiera a abrir definitivamente las barreras a la oferta exterior.
6. Consolidación en el poder y fidelidad al denguismo
El XIV Congreso del PCC en 1992 introdujo el concepto decisivo de "economía mercado socialista", eufemismo que expresaba a las claras la cuadratura del círculo ideológico trazada por Deng y que apenas disfrazaba el malsonante término capitalista. Siempre asociadas al líder supremo, consignas como "algunos deben enriquecerse primero" o "hacerse rico pronto es digno de elogio" habían sido publicitadas en grandes carteles incluso antes de las protestas de la primavera de 1989.
En los años noventa, caracterizados por el nuevo ímpetu a las grandes transformaciones económicas, Jiang explicaba por doquier, con una convicción y un didactismo al más puro estilo maoísta, en qué consistía la histórica mutación. En Occidente sorprendió mucho la simplicidad del articulado y el acusado pragmatismo, por no llamarlo desparpajo, de la noción. Para Jiang, el "socialismo de características chinas" no consistía en otra cosa que "repartir los recursos derivados de la economía de mercado y aplicar el principio socialista de la protección social y la mejora de la situación del trabajador". "La otra característica" del sistema nacional era, añadía Jiang, que "seguirá prevaleciendo la propiedad pública, que forma parte de la tradición china".
Parafraseando a su mentor, Jiang afirmaba: "Nuestra política consiste en una tarea central, el desarrollo económico, y dos puntales básicos, el socialismo de características chinas y la continuidad de la Gaige y la Kaifeng. El desarrollo económico se fundamenta en el respeto de los cuatro principios cardinales: seguir la vía del socialismo, mantener la dictadura del proletariado, confiar la dirección al Partido Comunista y permanecer fieles al marxismo-leninismo y al Pensamiento de Mao Zedong".
La muerte de Deng Xiaoping, al cabo de un lento y penoso declive físico e intelectual, el 19 de febrero de 1997 puso a Jiang en la tesitura de extender su liderazgo, siempre visto con recelo por la gerontocracia conservadora debido a su trayectoria más técnica que ideológica, de la formalidad de los cargos a la realidad de los hechos, a lo largo de los escalafones del Partido y el Estado. Al cabo de unos meses, cualquier duda sobre el afianzamiento de Jiang en el poder se había disipado. Si bien carente de la autoridad reverencial y el carisma del líder desaparecido, Jiang se aseguró un respeto como fideicomisario del legado de Deng y reforzador de la colegialidad de hecho que desde la desaparición de Mao funcionaba en las decisiones de calado, una anteposición del consenso en la cúpula del Partido que relativizaba cualquier concentración nominal del poder.
Los fastos de la restitución de Hong Kong a la soberanía china por el Reino Unido el 1 de julio de 1997, en virtud de la Declaración chino-británica de 1984, se caracterizaron por la omnipresencia de Jiang, mientras que en el XV Congreso del PCC, celebrado en septiembre del mismo año, el secretario general pudo deshacerse de su último rival, Qiao Shi, entonces presidente de la APN y cabeza de una atribuida alternativa liberal frente a la línea dura auspiciada por Jiang.
El puesto de Qiao, jubilado del Comité Permanente y el Buró Político, como número tres fue ocupado por Zhu Rongji, sustituto en 1998 como primer ministro de Li Peng (quien a su vez había reemplazado entonces a Qiao al frente de la APN) y cabeza visible de una nueva generación de tecnócratas perfectamente identificados con las reformas establecidas por Deng. Zhu había sido el sucesor de Jiang en la alcaldía de Shanghai en 1987 y ahora se hizo cargo de todo lo relacionado con las mudanzas económicas, las negociaciones comerciales y las inversiones foráneas.
La devolución por Portugal de Macao el 19 de diciembre de 1999 puso el colofón adecuado a las celebraciones conmemorativas del quincuagésimo aniversario de la República Popular, el 1 de octubre, caracterizadas por la exaltación nacionalista y las fanfarrias patrióticas. En opinión de Jiang, la China de mediados del siglo XXI iba a ser un país "socialista, moderno, poderoso, democrático y civilizado".
7. Implicación en las dinámicas regionales
La atmósfera positiva que envolvió las cumbres Jiang-Clinton de 1997 y 1998 fue en parte la expresión del reconocimiento estadounidense de la actitud responsable exhibida por China en la crisis financiera que azotaba Extremo Oriente, pues la política de fortaleza del yuán, moneda convertible desde 1994, servía como eficaz rompeolas del efecto contagio, resguardando los mercados chinos y los importantísimos intereses occidentales.
Washington tomó nota también de la adhesión de Beijing el 24 de septiembre de 1996 al Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares (CTBT). Este movimiento completó la firma el 9 de marzo de 1992 del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) y llegó dos meses después de realizar China, el 29 de julio, su último test atómico y de declarar acto seguido una moratoria indefinida. Ahora bien, China dejó pendiente de ratificar el CTBT, situación no exenta de ambigüedad compartida por Estados Unidos. La decisión por China de firmar el CTBT contrastó vivamente con la escalada nuclear en la que en mayo de 1998 se enzarzaron India y Pakistán, este último el tradicional aliado de Beijing en la región y que recibió presiones de su valedor para que devolviera las aguas a su cauce y evitara a toda costa el choque bélico con los indios.
Jiang fue consciente de que su país era objeto de una atención creciente por sus aportes a la seguridad regional e internacional, pero la explotación de esta baza estuvo trufada contradicciones y reflujos. Por un lado, bajo Jiang, China apostó sin reservas por la remoción de la tensión prebélica entre las dos Coreas en favor de un diálogo integral que condujera a su eventual unificación, siendo inequívocas las exhortaciones en tal sentido a los dictadores neoestalinistas del Norte, Kim Il Sung y, tras morir éste en 1994, su hijo, el no menos errático e incontrolable Kim Jong Il.
La propensión del depauperado régimen de Pyongyang a desatar crisis de índole nuclear a modo de chantaje económico no fue suficiente, empero, para que Beijing se decidiera a apretarle las tuercas a su problemático aliado cortándole el suministro de energía o la provisión de tecnología de misiles, negativa que, en opinión de los expertos occidentales, equivalía a espolear la proliferación en Asia de armas de destrucción masiva. Jiang optó por extremar la cautela en este tipo de asistencia militar a Corea del Norte e invitó a los Kim, infructuosamente, a que abrieran las puertas a las reformas económicas de mercado y tomaran ejemplo de lo conseguido por China en ese terreno
Por otro lado, como se anticipó arriba, el dirigente chino participó en las cumbres anuales de la APEC, boyante organización de liberalización comercial en la que China fue admitida el 12 de noviembre de 1991 y que brindó una plataforma idónea para la deseada apertura multilateral. En la III Cumbre de la APEC, en Osaka en noviembre de 1995, cita que aprobó una agenda de acción con vistas a alcanzar un área de libre comercio de los estados miembros más desarrollados en 2010 y para los más rezagados en 2020, Jiang anunció un paquete de medidas que incluían el recorte en un 30% de los aranceles aplicados a 4.000 productos que importaba China y la eliminación de cuotas de importación a otros 170 productos, la reducción del número de productos sometidos a inspección aduanera, facilidades para un mayor acceso al mercado chino de las empresas mixtas y los bancos de capital foráneo, el reforzamiento del régimen cambiario y el paso a la total convertibilidad del yuán.
Jiang también jugó a fondo la carta de la cooperación y, en menor medida, la integración regionales a través de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), bien asistiendo personalmente a sus cumbres de mandatarios en calidad de asociado (a partir de diciembre de 1997 con motivo de la Cumbre de Kuala Lumpur) en el ámbito consultivo ASEAN+3 junto con Japón y Corea del Sur, bien como interlocutor del diálogo sobre seguridad mantenido por su Foro Regional (FRA). La VIII cumbre de la ASEAN, celebrada en Phnom Penh en noviembre de 2002, revistió un significado especial para China porque Jiang accedió de buena gana a insertarse en el Área de Libre Comercio subregional de bienes y servicios, el AFTA (ya operativo para los seis países fundadores de la ASEAN). Con su fórmula de integración colateral, Beijing podría disfrutar plenamente del AFTA en 2010 en el caso de los estados miembros más desarrollados y en 2015 con los cuatro restantes. El Área de Libre Comercio ASEAN-China pasó a ser conocido como ACFTA, por su sigla en inglés,
En estos escenarios Jiang buscó aliados de cara a las complejas relaciones con Japón, al que China siguió viendo con suspicacia por su renuencia a emitir una disculpa oficial y sin ambages por las atrocidades cometidas contra el pueblo chino por el Ejército Imperial durante la ocupación de 1931-1945, por el incremento de sus gastos militares (justificados en Tokyo ante los alarmantes ejercicios con misiles balísticos de Corea del Norte y la propia China) y por la intensificación de la alianza nipona con Estados Unidos.
Ahora bien, estas aprensiones no podían soslayar la realidad de los intercambios comerciales con Japón, el principal proveedor y cliente de China. Jiang estuvo en Tokyo en abril de 1992 y en noviembre de 1998, marcando las primeras visitas respectivamente de un secretario general del PCC desde 1983 y de un jefe de Estado chino en la historia de estas dos naciones milenarias. La cordialidad caracterizó las relaciones con otros dos países asiáticos en su día enemigos en el frente de batalla: Vietnam, con el que se restablecieron las relaciones diplomáticas el 7 de noviembre de 1991 y que fue visitado, siempre con carácter histórico, por Jiang en noviembre de 1994, y Corea del Sur, que registró los mismos eventos el 24 de agosto de 1992 y en noviembre de 1995, siendo los presidentes anfitriones Roh Tae Woo en la primera ocasión y Kim Young Sam en la segunda.
Ya se explicó arriba que a la alianza tradicional con Pakistán como contrapeso del eje ruso-indio no le hizo ningún favor la escalada de pruebas nucleares sostenida por los dos países indostánicos en 1998, la cual fue presenciada con desagrado en Beijing. En 1996 Jiang realizó sendos desplazamientos a India, en noviembre, otro viaje inédito que estuvo centrado en la reducción de tropas en la frontera de Assam a través de un Acuerdo sobre Medidas de Confianza Militares, y a Pakistán, entre noviembre y diciembre.
8. Cooperación estrecha con Rusia y aproximación a la Unión Europea
En virtud de una nueva doctrina militar que vinculaba la seguridad nacional al diálogo multilateral, el repudio de las viejas alianzas militares de la Guerra Fría y la no injerencia en los asuntos internos de los estados, Jiang buscó diversificar las relaciones exteriores de China tanto como fuera posible. Pieza central de esta estrategia fue la Rusia postsoviética, cuyas relaciones con China ya dejó encarriladas Mijaíl Gorbachov (visita a Beijing en mayo de 1989) después de casi tres décadas de dura pugna ideológica que a finales de los años sesenta amagó con precipitar una guerra entre los dos gigantes del comunismo.
El presidente Borís Yeltsin realizó varios desplazamientos a China (diciembre de 1992, abril de 1996, noviembre de 1997, diciembre de 1999), mientras que Jiang hizo lo propio en Moscú en mayo de 1991 (primera visita de un secretario general del PCC desde la prestada por Mao en 1957), en septiembre de 1994, en abril de 1997 y en noviembre de 1998. La cumbre de Beijing de 1992 inauguró un lenguaje que fue precisado en los encuentros ulteriores con declaraciones y protocolos adicionales: lo inadmisible de un mundo unipolar, la necesidad de emprender acciones concertadas contra el "hegemonismo" estadounidense, el rechazo a la expansión de la OTAN a los estados de Europa central y oriental, y el cuestionamiento de la propia existencia de esta organización defensiva por considerarla periclitada.
Las cumbres bilaterales de 1997 sellaron una nueva "alianza estratégica" chino-rusa con la vocación de contener la preponderancia de Estados Unidos en los asuntos mundiales, aunque al principio sus expresiones más palpables consistieron en sustanciosos acuerdos de compra y venta de equipos militares y en la liquidación de los añejos litigios en la extensa frontera oriental, la cual quedó satisfactoriamente demarcada.
La nueva era en las relaciones con Rusia se hizo extensiva, por iniciativa de Jiang, a las repúblicas ex soviéticas de Asia Central, tres de las cuales, Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán, se integraron en un diálogo multilateral sobre asuntos económicos, de seguridad y fronterizos de común interés que vino en denominarse Grupo de los Cinco o Grupo de Shanghai, por celebrarse en esta ciudad la primera cumbre de presidentes, el 27 de abril de 1996. El sucesor de Yeltsin en el Kremlin desde diciembre de 1999, Vladímir Putin, continuó la nueva cooperación chino-rusa y aún la reforzó. En la cumbre anual de presidentes celebrada en junio de 2001 de nuevo en Shanghai, el Grupo, con la adición de Uzbekistán, resolvió instituirse como Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). En expresión de Jiang, los "seis buenos vecinos" se comprometían a combatir el "separatismo, el terrorismo y el extremismo", amén de todo movimiento militante de carácter étnico o religioso, a preservar la seguridad regional y a promover el comercio y las inversiones mutuas.
En otro frente, en octubre de 1998 Jiang recibió a una delegación de la Comisión Europea encabezada por su presidente, Jacques Santer, la primera de este nivel en doce años. Llegados para obtener mejoras en la situación de los derechos humanos, promocionar el euro como divisa de referencia internacional y apoyar el proceso de reformas chino, las autoridades comunitarias retornaron a Bruselas con una sensación de éxito tras comunicarles Jiang, atento a cualquier tendencia que pusiera en cuestión la hegemonía del dólar en el sistema monetario internacional, que veía a la moneda europea "más estable" que la divisa americana y la revisión de algunas condenas de reos chinos por delitos políticos.
El mandatario chino no descuidó en sus salidas exteriores las capitales europeas occidentales, pese a ser las más críticas con los métodos totalitarios de la dictadura del partido único. Sus giras europeas en septiembre de 1994, junio y julio de 1996, marzo de 1999 y octubre de 1999 incluyeron a países como Francia, Reino Unido, España o Portugal. Aparte de los escenarios citados, Jiang se desplazó a Canadá (noviembre de 1997), México (diciembre de 1997), Marruecos, Argelia y Arabia Saudí (octubre y noviembre de 1999), Israel, Autoridad Palestina y Egipto (abril de 2000), Turquía (abril de 2000), Sudáfrica (abril de 2000), y Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Cuba y Venezuela (abril de 2001), entre otros destinos. La mayoría de estos viajes marcaron un precedente en las relaciones bilaterales chinas.
9. La cuestión taiwanesa como interferencia en los vínculos con Estados Unidos
No obstante el desarrollo de los intercambios comerciales, durante la Presidencia de Clinton la cuestión de Taiwán sirvió de pretexto a Beijing para sacar a relucir de cuando en cuando un lenguaje y unos modos agresivos que atemorizaron y desconcertaron de puertas afuera, y que pusieron a prueba la ponderada "asociación estratégica" chino-estadounidense. A la vista de muchos observadores y analistas, se mascaba un enfrentamiento, precisamente, de tipo estratégico, en las complejas relaciones chino-estadounidenses, con riesgo de dar paso a una confrontación o rivalidad integral y no meramente sectorial a medio o largo plazo, por tratarse de dos formas radicalmente diferentes de concebir las relaciones internacionales. Si existía un país en el mundo con un potencial formidable, susceptible de expandir su poder económico y militar y, de paso, de blandir un nacionalismo porfiado y unilateralista, hasta el punto de retar a la superpotencia americana, ése era, sin duda, China.
En todo el período, Jiang se mantuvo intransigente en la exigencia de entablar negociaciones directas con el Gobierno de Taipei en torno a la "sagrada misión" de reintegrar el Estado construido por los "renegados" nacionalistas del KMT cuando perdieron la guerra civil en el continente en 1949, sobre el principio de "un Estado, dos sistemas", similar al aplicado a Hong Kong en 1997. Los alardes militares al oeste del estrecho de Formosa sirvieron de advertencia contra la búsqueda de reconocimiento internacional por las autoridades taiwanesas y como instrumento de presión sobre los procesos electorales en la isla, por otro lado una expresión de impecabilidad democrática desagradable para el PCC, que afrontaba crecientes dificultades para legitimar ante sus gobernados del continente su monopolio dictatorial del poder.
Empero, ni las pruebas intimidatorias con misiles en julio de 1995 para abortar los devaneos diplomáticos del presidente Lee Teng-hui —andanadas de armamento pesado que solo sirvieron para interrumpir el diálogo político, no reanudado hasta octubre de 1998—, ni los aparatosos ejercicios navales en marzo de 1996 para influir en las elecciones presidenciales, ni la retórica belicista en la víspera de las cruciales votaciones de marzo de 2000, en las que el KMT se jugaba medio siglo de hegemonía insular, resultaron efectivos. La causa independentista avanzó notablemente y su abanderado oficial, el hasta entonces opositor Partido Democrático Progresista (MCT), logró colocar a su candidato, Chen Shui-bian, en la Presidencia de Taiwán por decisión de las urnas, abriendo un escenario nuevo y obligando a Jiang y sus colegas del vértice del PCC a replantearse su estrategia.
Paralelamente, Jiang advirtió a Washington contra el aguijoneo de las reluctancias taiwanesas a la reunificación en una sola China a través de gestos diplomáticos (autorización al presidente Lee Teng-hui para realizar una visita privada a la Universidad de Cornell en junio de 1995) que pusieran en cuestión el reconocimiento exclusivo de la República Popular, o con el suministro de armas defensivas al Ejército taiwanés para hacer frente a una hipotética invasión desde el continente.
Este fuerte desencuentro se mantuvo candente tras las cumbres presidenciales de 1997 y 1998. En añadidura, las denuncias por la industria estadounidense de la piratería de productos audiovisuales y la preocupación del Departamento de Defensa y el Senado (asientos de un importante grupo político-militar de siempre hostil al régimen del PCC) por el refuerzo cuantitativo y cualitativo de los arsenales chinos y por la persistencia de los suministros de tecnología y unidades de armamento de destrucción masiva a países como Corea del Norte, Pakistán o Irán, fueron otros tantos elementos que impidieron el estado óptimo, deducible del simple vislumbre de las fotos oficiales, en las relaciones chino-estadounidenses.
La última fricción grave con la Administración Clinton fue con motivo del bombardeo, presuntamente accidental, por aviones de la OTAN de la embajada china en Belgrado el 8 de mayo de 1999, durante los ataques contra Serbia por la crisis de Kosovo, que provocó cuatro muertos. El 14 de mayo Beijing soterró su colérica reacción tras una llamada telefónica de Clinton a Jiang dando las oportunas explicaciones y disculpas, y en las semanas posteriores las partes prodigaron los gestos de apaciguamiento.
Meses después, la polémica continuó a cuenta de la divulgación del proyecto de Defensa Nacional Antimisiles (NMD), concebido por el Departamento de Defensa estadounidense para preservar el territorio estadounidense de hipotéticos ataques con misiles por los llamados rogue states u organizaciones terroristas. En Beijing, al igual que en Moscú, cundió la preocupación por un proyecto visto como una violación del Tratado sobre Antimisiles Balísticos (ABM) suscrito en 1972 por Estados Unidos y la URSS, y como un golpe fatal a los esfuerzos multilaterales contra la proliferación mundial de estos sistemas de armamento de destrucción masiva.
10. Un dirigente internacional de carácter peculiar
Jiang se hizo notar como el alto dirigente más cosmopolita que había tenido la China comunista, así como uno de los más cultos. Su imagen internacional fue con frecuencia la de un hombre distendido, jovial y propenso a saltarse rígidos protocolos. Los ambientes occidentales no le incomodaban y, al contrario, se desenvolvía con soltura en ellos, aceptando incluso someterse a entrevistas periodísticas personalizadas y en un fluido inglés.
Habitualmente sonriente y con un pie en la extravagancia, Jiang podía sorprender a sus anfitriones con espontaneidades tan inusuales como disertaciones sobre las obras de Shakespeare y Tolstoi, breves ejecuciones a piano de temas clásicos o animosas exhibiciones de canto, preferentemente temas sencillos de karaoke, aunque tampoco le arredraban las piezas tradicionales de la canción italiana y la ópera europea: en los últimos años, si Jiang estaba contento por cómo se desarrollaba una reunión al más alto nivel, sus interlocutores podían esperar de él que les obsequiara con una demostración de sus habilidades canoras. A modo de remembranza maoísta, en abril de 2000, durante su visita a Israel, el dirigente se dio un chapuzón en el Mar Muerto, con el gorro de nadador encasquetado y rodeado de guardaespaldas en bañador, todo un desprecio del sentido del ridículo impensable en sus homólogos internacionales.
No obstante, su actitud siempre se atiesaba cuando le planteaban cuestiones que se apartaban del guión preestablecido, llegando al punto de, en plena rueda de prensa y ante un mar de cámaras, levantarse de su asiento y reprender severamente y cuestionar la profesionalidad de periodistas de Hong Kong por la presunta tendenciosidad o incorrección de sus preguntas. A lo largo de su mandato como secretario general, Jiang mostró un progresivo acercamiento al Ejército Popular de Liberación, empleando el lenguaje patriótico de su agrado, aumentando las partidas económicas para la Defensa y no obstaculizando la participación de sus mandos en negocios y transacciones de todo tipo, no pocas veces especulativos o turbios.
Precisamente, el EPL, durante muchos años firmemente supeditado al Partido, adquirió bajo Jiang un peso creciente como árbitro de las pendencias fácticas por los privilegios del poder —que no por cuestiones ideológicas— y como custodio de las esencias doctrinales del régimen, en unos años en que las mutaciones estructurales agudizaban todo tipo de problemáticas. En cierto sentido, Jiang, con sus aspectos contradictorios o enigmáticos, incorporaba el dilema de un país que se debatía entre la inserción plena en la comunidad internacional y la tentación del repliegue para protegerse de las influencias consideradas nocivas.
Jiang encajaba con irritación cualquier mención a la situación de los derechos humanos en su país, donde eran violados de manera sistemática y masiva. Incluso cuando esas exhortaciones eran hechas por los líderes occidentales a título meramente formal o de manera marginal, por presiones de sus respectivas opiniones públicas que consideraban los estándares chinos sobre el particular deplorablemente bajos, Jiang hacía gala de una susceptibilidad típicamente china, que considera la cuestión un asunto específico de cada país, sociedad o cultura, sin derecho a amonestaciones extraterritoriales. En relación con este punto, China se negó en redondo a estampar su firma en el Estatuto de la Corte Penal Internacional, aprobado por la Conferencia Diplomática de Roma en julio de 1998.
Sobre esta arisca suspicacia pesaba la memoria de las muchas décadas, desde mediados del siglo XIX hasta vísperas de la Segunda Guerra Mundial, en las que el país asiático estuvo sometido a los tratados inicuos y otras cortapisas a la soberanía nacional (derechos de extraterritorialidad, aduanas internas, concesiones portuarias, exenciones tarifarias) que, con talante semicolonial y muchas veces por la fuerza de las armas, les fueron impuestos a los chinos por las potencias occidentales.
11. Retos e incertidumbres de la reforma interna
El gigantismo de China y el carácter revolucionario de sus transformaciones socioeconómicas deslumbraron a los observadores internacionales desde que Deng diera el banderazo de salida en 1978. Cuando Jiang llegó a la cima del Partido en 1989, los responsables económicos habían tenido que desacelerar el crecimiento para parar la inflación (el índice mensual rozaba el 19% en aquella época), muy temida por el PCC y considerada la espoleta de un malestar social que cristalizó en los disturbios de 1986 y 1989.
Desde 1991, la normalización de los intercambios con el exterior y la flexibilización de las líneas de crédito público estimularon grandemente la producción, que alcanzó unas tasas espectaculares: el PIB chino creció por encima del 10% anual, registrándose la tasa récord del 14,2% en 1992, hasta 1996; a partir de entonces, el ritmo siguió moderándose hasta tocar suelo en 1998 y 1999 con unas tasas inferiores al 8%. Este descenso coyuntural se debió en buena medida a la activa política antiinflacionista del Gobierno que, a costa de mantener artificialmente revaluado el yuán con perjuicio para algunas exportaciones, logró domeñar los precios, incluso por exceso. Así, del pico inflacionario del 24% alcanzado en 1994 se pasó a un escenario de deflacionista, con descenso sostenido de los precios al consumo, al finalizar la década de los noventa.
El período coincidió con la crisis asiática, de la que China salió bastante airosa al no resentirse en exceso ni las exportaciones en general ni las inversiones directas. En 2000, pasado lo peor de las turbulencias financieras y monetarias en todo Extremo Oriente (persistía, empero, la recesión japonesa), la economía china recuperó ímpetu y el crecimiento anual volvió a superar la barrera del 8%. Se trataba, empero, de un crecimiento fuertemente desequilibrado, por aportarlo en esencia las prósperas ciudades de la costa, verdaderos emporios de un capitalismo cada vez menos experimental.
Simultáneamente, iniciaron su andadura nuevas reformas que debían acercar a China a los estándares occidentales en la fiscalidad (impuestos al consumo, las actividades empresariales y las rentas de todos los trabajadores), el crédito bancario y la regulación normativa de las actividades económicas, a fin de facilitar el ingreso en la OMC. Para este propósito, mayo de 2000 fue un mes decisivo, ya que el día 19 se suscribió en Ginebra un preacuerdo y el 24 la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó su concreción a corto plazo. La entrada de China en la OMC tuvo lugar finalmente el 10 de noviembre de 2001 (al tiempo que el ingreso de Taiwán), durante la IV Conferencia de Ministros en Qatar.
El XV Congreso del Partido en 1997 dio luz verde a la reforma del sistema legal, la modernización del EPL, la lucha sistemática contra la corrupción y la reconversión de las empresas públicas. Demorada durante años por sus temibles consecuencias sociales, el cierre de los grandes centros fabriles ineficientes al cortárseles las subvenciones que les mantenían en funcionamiento iba a dejar sin empleo a millones de trabajadores, que el Estado esperaba fueran absorbidos por miles de empresas privadas de nueva planta. Previsiblemente, el desahucio de las industrias poco competitivas iba a agravarse en los próximos años por la apertura de los mercados internos con la remoción de barreras arancelarias y de subsidios sectoriales para cumplir con los compromisos de la OMC y también por la futura participación en las áreas de libre comercio de la APEC y la ASEAN.
Jiang se impuso a los dirigentes del Partido más renuentes a la entrada de capital privado en las grandes empresas con el argumento de que el país, si quería sostener su crecimiento económico en las próximas décadas con las altas tasas de los años noventa, debía superar la contradicción de tener un sector privado que aportaba el 75% del PIB pero que se beneficiaba de únicamente un tercio de los préstamos bancarios. Sólo las ayudas masivas a las empresas del Estado en números rojos consumían cerca de un tercio de los presupuestos del Gobierno.
La reforma constitucional aprobada por la APN el 15 de marzo de 1999 dio cobertura legal a esta transformación de la estructura productiva, considerada el penúltimo paso decisivo para la implantación de la economía de mercado a todos los efectos. Al elevar el sector privado al rango de "componente importante" de la economía socialista de mercado (una primera revisión en 1988 había reconocido su existencia, pero como mero complemento del sector estatal), la Teoría de Deng Xiaoping pasó a adquirir la misma relevancia constitucional que el marxismo-leninismo y el Pensamiento de Mao Zedong. Otras dos enmiendas modernizaron el concepto de Estado al tipificar la noción de "imperio de la ley" y los delitos por "crímenes de seguridad nacional", que sustituyeron a los de "actividades contrarrevolucionarias".
En el umbral del nuevo siglo estaba por ver si este conjunto de reformas y disposiciones preservaría en el futuro las principales obsesiones de Jiang y sus colegas, a saber: la integridad del Estado y el poder central; la salvaguardia del orden público en las ciudades y la estabilidad en el conjunto del país; la reutilización por el sistema productivo de los millones de nuevos parados industriales y los muchos más de campesinos que arribaban con lo puesto a las megápolis del este donde se asentaban las empresas demandantes de mano de obra y donde faltaban infraestructuras de vivienda y servicios para acogerlos; y la erradicación de la corrupción y la criminalidad, dos efectos indeseados de las reformas, que estaban alcanzando proporciones desconocidas.
Por el momento, la lista de problemas y peligros era abundante: degradación de las relaciones entre el centro y las provincias a causa de una interpretación exagerada y excluyente por los capitostes locales del Partido de la descentralización y la autogestión (se tenía muy presente la tradición multisecular de los caciques regionales y los warlords); fuertes tensiones étnico-nacionalistas en Tíbet y Xinjiang, región autónoma esta última donde los uigures, musulmanes sunníes y túrquicos, se oponían tenazmente a la asimilación cultural por los chinos han; agitaciones y huelgas, a veces muy violentas, de obreros despedidos de los grandes centros fabriles, así como exigencias de sindicatos independientes; y agravamiento de las desigualdades sociales, saliendo perdedores aquellos ciudadanos, típicamente los del medio rural, apegados a las redes solidarias tradicionales y confiados en la subvención y protección del Estado.
A pesar de las proclamas socialistas, las condiciones laborales eran pésimas en numerosas fábricas manufactureras, que maximizaban sus beneficios (y sus opciones para la competencia desleal en los mercados internacionales) a costa de los derechos de los trabajadores, trayendo a mientes un capitalismo de tipo manchesteriano hacía mucho superado en Occidente. Se constataba también un vertiginoso incremento de las depredaciones de los recursos públicos y de los negocios puramente lucrativos, con beneficios solo para un puñado de plutócratas y especuladores. Y no menos floreciente aparecía el entramado de mafias relacionadas con el tráfico de drogas, la trata de blancas o la venta de trabajadores ilegales en condiciones de semiesclavitud, entre otras actividades criminales.
Jiang y la cúpula del PCC intentaban atajar estas patologías reforzando la disciplina ideológica entre los miembros del Partido, escenario de los más sonados escándalos económicos, aumentando la vigilancia de la sociedad con los procedimientos totalitarios caros al régimen y, sobre todo, lanzando vastas campañas represivas contra presuntos delincuentes y corruptos cuya expresión más impactante eran las ejecuciones por fusilamiento. Las mismas, por el número de represaliados, su tramitación con carácter sumario y colectivo, y su pública retransmisión con finalidad ejemplarizante, rememoraban los brutales métodos de antaño.
Todas estas medidas draconianas se revelaron insuficientes, si no inútiles, a efectos disuasorios. Las autoridades tenían grandes problemas incluso para mantener a raya a la secta mística Falun Gong, desde finales de los años noventa considerada el principal peligro para el orden público por su habilidad para captar prosélitos en una época de traumas y mudanzas debido a los cambios acelerados, y por su perfil subversivo desde el momento en que no reconocía otra autoridad que la de sus cabecillas.
Empleando esta vez la mano que afloja, en septiembre de 2001 el régimen levantó las restricciones legales a los movimientos internos de la población con un plan para suprimir en cinco años el sistema del Hukou, que desde la campaña maoísta del Gran Salto Adelante (1958-1961) tenía clasificados a los chinos en habitantes rurales o urbanos desde su nacimiento y les obligaba a vivir y trabajar en el lugar donde poseían la residencia permanente. Con el desmantelamiento paulatino del Hukou, Jiang y los dirigentes esperaban regularizar la situación de 150 millones de trabajadores excedentes del campo, una tercera parte de los cuales, calculaban, engrosaría la población proletarizada de las ciudades.
Este cúmulo de paradojas suscitaba la duda de si Jiang y el PCC creían realmente en un sistema comunista axiomático y permanente, o si ya eran conscientes de que el futuro democrático resultaba inevitable, aunque se guardaran muy mucho de expresarlo. Según este discutible análisis, su determinación sería pilotar la hipotética transición con prudencia y lentitud, ralentizándola cuanto fuera necesario a fin de no poner en peligro los objetivos centrales arriba expuestos. Otros comentaristas de la escena china estimaban que el recurso a la retórica comunista y patriótica respondía a una voluntad de aferrarse indefinidamente en el poder con métodos autoritarios y sin hacer la mínima concesión democrática, aunque con el pragmatismo suficiente de permitir la "occidentalización" controlada de la cultura y la economía, para inculcar en la ciudadanía una preocupación por su estatus material que dejara a un lado las reivindicaciones de tipo político.
12. Inopinado comedimiento con la Administración Bush
La llegada de George W. Bush a la Presidencia de Estados Unidos en enero de 2001 abrió una etapa de confrontación por el programa revisionista del flamante mandatario republicano en la política exterior de la indiscutida superpotencia, que entre otros nuevos enfoques pasó a considerar a China un "competidor estratégico" con el que tendría que emplearse un lenguaje duro de ser preciso. Beijing reaccionó con la advertencia de que consideraría una agresión que Estados Unidos vendiera armamento defensivo o extendiera el paraguas de la versión de la NMD para la cuenca del Pacífico, la aún sobre el papel Defensa de Teatro Antimisiles (TMD), a Taiwán, tal como exigían los halcones antichinos del Departamento de Defensa y el Congreso, ahora con un pie en el Ejecutivo.
A mayor abundamiento, el 1 de abril 2001 estalló una crisis escandalosa por la captura de un avión estadounidense que, según las autoridades chinas, realizaba labores de espionaje sobre la isla de Hainán cuando colisionó con uno de los cazas que salieron a interceptarle, muriendo un piloto chino. Tras dos semanas de mutuas negaciones y acusaciones en las que las dos partes dieron rienda suelta al aspaviento, el Gobierno chino liberó a los 24 tripulantes del aparato norteamericano y las cancillerías dispusieron lo oportuno para dar carpetazo a la grave trifulca. Para pasmo general, la súbita crispación de las relaciones chino-estadounidenses resultó efímera, y todo indicó que la vuelta a la relativa normalidad fue por voluntad de Jiang. Tras el rocambolesco incidente del avión EP-3, Beijing rebajó notoriamente el tono de sus críticas a la NMD y la TMD, y apenas alzó la voz cuando Estados Unidos anunció la venta de armamento a Taiwán por valor de 4.000 millones de dólares.
En su nueva cumbre con Putin en Moscú el 16 de julio de 2001, a la que siguieron sendas visitas a Ucrania y Bielarús, Jiang firmó un Tratado de Amistad y Cooperación valedero por 20 años que sirvió para reforzar la cooperación estratégica (que no alianza militar) chino-rusa. En la cita moscovita se reiteraron el rechazo a la NMD y el llamamiento a la formación de un "mundo multipolar", pero, de nuevo, sin descender al terreno de las críticas directas a la administración Bush. Esta sorprendente moderación se hizo más conspicua a raíz de los atentados del 11 de septiembre contra Nueva York y Washington, cuyo impacto en la geoestrategia china dio pie a una de las mudanzas más espectaculares de las muchas observadas en el nuevo orden mundial surgido de aquel acto histórico de macroterrorismo. Así, Jiang fue rápido en ofrecer a Bush sus condolencias por las víctimas de los ataques y, acto seguido, el apoyo moral de su país a la anunciada Operación Libertad Duradera contra la organización islamista Al Qaeda del renegado saudí Osama bin Laden y el terrorismo internacional.
Cuando el 7 de octubre comenzaron los ataques anglo-estadounidenses contra el régimen talibán afgano, al amparo de la resolución aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU el 28 de septiembre, que instaba a los estados miembros a combatir el terrorismo y que contó con el voto de la delegación china, Beijing expresó su "comprensión" con esta campaña bélica, aunque consideraba deseable que fuera la ONU quien asumiera la dirección de la misma. Además, Jiang se opuso a que Libertad Duradera se extendiera a otros países, dos salvedades que, dicho sea de paso, anidaban también en la actitud de aliados de la OTAN, como Alemania.
En este ambiente de solidaridad con Estados Unidos y de cierre de filas entre las grandes potencias tuvo lugar el primer encuentro entre Jiang y Bush, el 19 de octubre de 2001 en Shanghai. Cambiando drásticamente el lenguaje precedente, Bush presentó a Jiang como un "aliado" de Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo y anunció que en lo sucesivo las relaciones entre los dos países iban a ser "sinceras, constructivas y de cooperación". Por su parte, Jiang indicó que había llegado con Bush a un "consenso" sobre la lucha antiterrorista. Los dos días siguientes Jiang hizo de anfitrión de la IX Cumbre de la APEC en Shanghai, donde los 21 mandatarios asistentes emitieron una declaración contundente de condena al terrorismo internacional y de respaldo a la política de Estados Unidos.
Los halagos y las buenas palabras se repitieron en febrero de 2002 durante el viaje oficial a China de Bush, quien, sin embargo, no arrancó de Jiang ningún acuerdo para cesar las ventas de misiles y tecnología nuclear para usos civiles —pero susceptible de destinarse a usos militares— a Corea del Norte (visitado por Jiang en septiembre), Irán y Pakistán; los dos primeros países, junto con Irak, eran integrantes del "eje del mal" identificado por la Casa Blanca. Por lo que se veía, la nueva asociación chino-estadounidense, sobre la que oscilaba la extrema cautela, e incluso el temor, de Beijing por la escalada de belicismo y agresividad de la política exterior de Washington tras los ataques del 11-S, no resolvía las discrepancias previas sobre las definiciones de terrorismo y de estados patrocinadores del terrorismo.
En el segundo semestre de 2002 volvió a notarse el bajo perfil de China en los debates en torno a la invasión de Irak que pretendía Estados Unidos, siendo Rusia y Francia (aliado de la OTAN) los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más batalladores en el objetivo de conseguir que una eventual operación militar a gran escala contra el régimen de Saddam Hussein, para obligarle a acatar las resoluciones de la ONU que exigían la eliminación de todas sus armas de destrucción masiva, obtuviera el respaldo explícito del Consejo de Seguridad.
En Beijing se acogía con mucho desasosiego la posibilidad de una intervención directa de Estados Unidos en Irak para derrocar a Saddam, imponer un régimen proestadounidense y asestar un formidable vuelco geopolítico en el corazón de Oriente Próximo, del cual sólo podría salir un sistema internacional aún más desequilibrado y alejado de la multipolaridad. Los dirigentes chinos también temían que las incertidumbres prebélicas hicieran subir el precio del petróleo, producto del que China es un importador neto, más con las expectativas de un alto crecimiento económico sostenido en los próximos años.
A partir de enero de 2003, cuando las divisiones y tensiones en el Consejo de Seguridad se agudizaron al máximo por la determinación de Estados Unidos, el Reino Unido y España de sacar adelante una segunda resolución que diera legitimidad a la invasión de Irak con el argumento de que Bagdad estaba burlando a la misión de inspectores de desarme desplegada en noviembre, China cerró filas con Francia y Rusia, negó que la vía de la diplomacia estuviera agotada y demandó más tiempo y más medios para que los inspectores pudieran realizar su trabajo sobre el terreno y obtener más resultados, al tiempo que exigía a Irak plena colaboración. A diferencia de rusos y franceses, ningún dirigente chino aireó abiertamente la posibilidad del veto de China a un segundo texto de resolución que diera luz verde a la guerra para forzar el desarme de Irak
Jiang mismo se escabulló un tanto de la durísima trifulca internacional, que involucró a líderes como Bush y Tony Blair por un lado, y a Putin, Jacques Chirac y Gerhard Schröder por el otro, correspondiendo al ministro de Exteriores y circunstancial embajador ante el Consejo de Seguridad, Tang Jiaxuan, la portavocía oficial de la postura de China. El 11 de febrero de 2003, sin fanfarrias mediáticas, Jiang respaldó una declaración conjunta de París y Berlín, a la que también se sumó Moscú, que apelaba a evitar la guerra y a resolver la crisis de Irak en el seno de la ONU.
Por otro lado, en junio de 2002 Jiang asistió en Almaty, Kazajstán, a la I Cumbre de la Conferencia de Interacción y Creación de Medidas de Confianza en Asia, donde intentó propiciar el diálogo indo-pakistaní mediante sendas entrevistas por separado con los respectivos líderes, el presidente Pervez Musharraf y el primer ministro Atal Bihari Vajpayee. Dos días después, Jiang celebró un encuentro con Putin en San Petersburgo como prolegómeno de la II Cumbre de la OCS. Los observadores destacaron