Jean-Luc Mélenchon

Tras tres tentativas presidenciales y a la improbable edad de 70 años, Jean-Luc Mélenchon, tribuno del izquierdismo radical con acentos populistas, ha alcanzado una posición clave en la política francesa tras las elecciones legislativas de junio de 2022. La coalición por él forjada, la Nueva Unión Popular Ecologista y Social (NUPES), que reúne a su formación de corte ecosocialista y antiliberal, La Francia Insumisa (LFI), a sus dos anteriores partidos, el Socialista (PS) y el de la Izquierda (PG), a los comunistas y a los verdes, conquistó en los comicios a doble vuelta la segunda posición en la Asamblea Nacional. Aunque su ambición expresa era ganar estas votaciones y obligar así a Emmanuel Macron a nombrarle primer ministro, su éxito matizado convierte a Mélenchon en el líder indiscutible de la oposición al bloque de fuerzas afín al presidente, reelegido en en el Elíseo pero ahora confrontado a su debilidad parlamentaria: la mayoría presidencial del macronismo, la coalición centrista Ensemble (Juntos), ha quedado reducida a una minoría presidencial. Es un escenario del que no hay precedentes en la V República —ni mayoría operativa ni cohabitación— y que anticipa inestabilidad.

La potente irrupción de la NUPES con 131 escaños y el 31,6% de los votos en la segunda vuelta (10 puntos más que los sacados por su abanderado en la primera vuelta presidencial del 10 de abril, donde quedó tercero, y siete menos que Ensemble), la subida de la extrema derecha de Marine Le Pen y el hundimiento de Los Republicanos, el centro-derecha tradicional, trasladan al Parlamento un ambiente político polarizado del que Mélenchon, el viejo disidente y rebelde de la izquierda que terminó aglutinando en torno a su persona a todo ese flanco del espectro, podría obtener mayores réditos. Mélenchon no tiene dudas: el partido presidencial ha sufrido una "derrota total" y Macron no puede ocultar su "fracaso moral".

Por de pronto, el 21 de junio, tan sólo dos días después del segundo turno de las legislativas, el melenchonismo, acometedor, ha anunciado una moción de censura contra el Gobierno cuyo efecto automático ha sido el ofrecimiento de dimisión por la primera ministra Élisabeth Borne, nombrada por Macron hace tan solo un mes; con la misma rapidez, el presidente ha pedido su continuidad a Borne, a la que Mélenchon, quien ya no es diputado, exige de paso el sometimiento a una moción de confianza. El soberanismo euroescéptico que reniega de los Tratados Europeos, el "proteccionismo social y ecológico", el antiglobalismo, la "revolución ciudadana" contra las "oligarquías" acompañada de una "refundación republicana", la antipatía por las potencias anglosajonas y las expresiones filorrusas forman parte del pensamiento de Mélenchon, el cual ha emitido contra la "agresión militar" a Ucrania una condena forzada llena de puntualizaciones.


(Texto actualizado hasta 27 junio 2022)

Con ancestros españoles por parte de tres de sus abuelos (su apellido es una forma afrancesada del murciano Melenchón, además de que el político habla un perfecto español) e hijo de un pareja de franco-argelinos pieds-noirs, jefe de correos él y profesora de primaria ella, Jean-Luc Antoine Pierre Mélenchon nació en la zona internacional de la ciudad marroquí de Tánger. El joven se licenció en Filosofía y Literatura por la Universidad del Franco Condado en Besançon, tras lo cual se instaló profesionalmente como profesor de instituto técnico en el departamento del Jura. Durante unos años compaginó la docencia escolar y la práctica periodística en la prensa local.

En 1976, partiendo de un activismo estudiantil en los epígonos del Mayo del 68 y de una primera militancia trotskista, Mélenchon, admirador de Jean Jaurès, se adhirió al Partido Socialista (PS) de François Mitterrand, en cuyas filas anudó una ristra de mandatos municipales, departamentales y senatoriales a partir de 1983, año en que inició también su compromiso masón con el Gran Oriente de Francia. Por entonces, el futuro dirigente estaba casado con Bernadette Abriel, madre en 1974 de una hija en común, Maryline. La pareja iba a divorciarse en 1994, tras lo cual él permaneció soltero. Desde un principio, Mélenchon estuvo identificado con el ala más izquierdista del PS, laicista vehemente y promotora de la union de la gauche con el PCF y los radicales de izquierda, escenario de confluencia estratégica frente al centro-derecha neogaullista y liberal que en la V República Francesa operó de manera intermitente a partir de 1972. Su mitterrandismo de izquierda le empujó a contender con otras facciones y familias del socialismo galo, como las animadas por Michel Rocard y Jean-Pierre Chevènement.

En 1986, siendo concejal de la comuna de Massy y consejero general (departamental) de Essonne, en la región de Isla de Francia, Mélenchon ganó su primer ejercicio en el Senado francés con un mandato de nueve años, convirtiéndose a sus 35 en el más joven miembro de la Cámara alta. En 1989 agregó la condición de teniente de alcalde de Massy y un año más tarde empezó a hacerse notar en el PS nacional como presentador de una moción propia bajo la etiqueta de la Izquierda Socialista (GS), creada en 1988 junto con Julien Dray, que obtuvo un testimonial 1,3% de los votos en el Congreso de Rennes. Toda la década de los noventa fue un período de consolidación política para Mélenchon, verso suelto del socialismo galo por sus planteamientos radicales, chocantes, o directamente incompatibles, con algunas de las líneas oficiales del partido, el cual dirigió Francia entre 1981 y 1995 con Mitterrand en la Presidencia de la República y varios de sus primeros espadas (Pierre Mauroy, Laurent Fabius, Michel Rocard, Pierre Bérégovoy) en la jefatura del Gobierno.

En política exterior, Mélenchon voceaba su hostilidad a la supremacía económica y cultural de Estados Unidos, aunque su disonancia más notable acabó siendo en relación con la Unión Europea. Aquí, el senador, después de pedir el voto favorable al Tratado de Maastricht en el referéndum de 1992 con el argumento de la que la moneda única europea era un excelente valladar contra la preponderancia del dólar, pasó a esgrimir la opinión contraria: desde 1996, todas las mociones de su corriente minoritaria incluyeron la reclamación de la salida de Francia de la Eurozona. En el Congreso de Le Bourget de octubre 1993, en plena resaca por el descalabro del PS en las legislativas de marzo y la subsiguiente pérdida del Gobierno, la GS no presentó su ya habitual ponencia "alternativa", sino que optó por respaldar la moción unitaria de Rocard, Fabius y Lionel Jospin. Rocard fue elegido primer secretario del PS y Mélenchon accedió entonces al Buró Nacional, donde tomó el área de prensa.

En noviembre de 1997, recién iniciada la cohabitación inversa entre el presidente neogaullista Jacques Chirac y el Gobierno de la izquierda plural encabezado por Jospin, Mélenchon desafió en solitario la postulación a la Primera Secretaría de François Hollande, candidato del aparato oficialista, en el Congreso de Brest. El retador, con una fama ya de lenguaraz y rebelde, recabó menos del 9% de los votos. Meses después, en virtud de las elecciones cantonales de marzo de 1998 y cerrando un hiato de seis años, Mélenchon volvió al Consejo General de Essonne, esta vez con la función añadida de vicepresidente del departamento, adjunto a Michel Berson.


INDISCIPLINA EN EL PS, ESCISIÓN DEL PG Y PRIMERA CANDIDATURA PRESIDENCIAL EN 2012En 1998 Hollande impuso una sanción disciplinaria a Mélenchon por insistir en su oposición al euro. La severa amonestación de su partido no acalló a Mélenchon, que redobló su discurso euroescéptico, atacando los tratados europeos por, según él, impulsar un modelo de integración que no avanzaba ni hacia el "Gobierno económico" ni hacia la "Europa social" y, al contrario, daba alas al "capitalismo trasnacional". El representante díscolo del PS pregonaba su concepto de esa "otra izquierda" socialista, estrictamente adherida a los valores del republicanismo laico, anticapitalista y antiglobalista, desde las palestras políticas y a través también de una obra ensayística que llegó a ser copiosa. Asimismo, expresaba sus simpatías por el chavismo venezolano, el socialismo brasileño de Lula da Silva y las otras corrientes nacionales de la izquierda emergente en América Latina.

Aunque contestatario en sus propias filas, Mélenchon difundía unos mensajes que tenían cabida en el Gobierno de la gauche plurielle, por la que él siempre había abogado. Así, en marzo de 2000 el senador aceptó participar en el Gobierno Jospin desde el puesto de ministro delegado para la Enseñanza Profesional. No era una cartera del Gabinete, sino un cargo supeditado al ministro de Educación Nacional, Jack Lang. El servicio gubernamental duró hasta mayo de 2002, cuando Jospin, barrido en la primera vuelta de las presidenciales en abril, hizo efectiva su dimisión y facilitó al reelegido Chirac el nombramiento de un Gabinete conservador de su gusto, cerrando así la experiencia de la cohabitación.

La humillación de ser desbancados por el ultraderechista Jean-Marie Le Pen en las presidenciales de 2002 hizo reafirmarse a Mélenchon en su diagnóstico de que el PS, a menos que imprimiera un fuerte viraje a la izquierda y de alguna manera regresara "a los orígenes", se arriesgaba a quedar desconectado de las aspiraciones de la ciudadanía movilizada, la clase trabajadora en particular, y a perder la condición de fuerza motriz del progreso social en Francia. El abandono de la GS y la puesta en marcha, acompañado por Henri Emmanuelli, de otra corriente interna de nombre Nuevo Mundo fueron interpretados como que Mélenchon daba una última oportunidad a su partido para rectificar. La moción de Nuevo Mundo obtuvo un 16,3% de apoyos en el Congreso de Dijon de 2003, empatando con la del Nuevo Partido Socialista de Arnaud Montebourg, pero sin la capacidad de hacerle sombra a la ponencia del oficialismo, representado por Hollande.

Mélenchon, vuelto al Senado en 2004 con un mandato sexenal, tensó al máximo la cuerda de su disidencia en 2005 con motivo del referéndum nacional de ratificación del Tratado que debía dotar a la UE de una Constitución. Desobedeciendo la consigna del sí, decidida por el PS en una consulta interna y compartida por el Gobierno de la UMP de Chirac, el ex ministro se unió al PCF de Marie-George Buffet, a la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) de Olivier Besancenot y al agrosindicalista y conservacionista José Bové para hacer campaña por el no, opción que efectivamente se impuso en las urnas el 29 de mayo. El terremoto del referéndum sobre la Constitución Europea sacudió con violencia el PS y para Mélenchon supuso desasirse de Nuevo Mundo y continuar en la brecha con otra corriente más personalizada, Trait d'union (El Guión). Para sorpresa de muchos, Trait d'union decidió apoyar al social liberal Laurent Fabius frente a Dominique Strauss-Kahn y Ségolène Royal de cara a la primaria socialista para la definición del candidato presidencial en 2007. A la vez, Mélenchon presentó Por una República Social (PRS), una asociación al margen del partido.

La paciencia de Mélenchon con lo que consideraba inmovilismo de su partido empezó a agotarse tras la derrota electoral de Royal a manos de Nicolas Sarkozy, adalid del conservadurismo posgaullista. En el Congreso de Reims, a mediados de noviembre de 2008, Mélenchon intentó de nuevo sacar adelante su proyecto para "reinventar" la izquierda y para ello trabó alianza entre otros con Emmanuelli, el joven Benoît Hamon, Marie-Noëlle Lienemann, Gérard Filoche, Paul Quiles y Marc Dolez, esto es, el neosocialismo y el ala izquierda al completo. Esta ponencia de síntesis, titulada Un mundo por delante, cosechó pocos apoyos entre los congresistas y únicamente fue la cuarta más votada. Martine Aubry derrotó a Hamon en la competición por la Primera Secretaría que también pretendía Royal, pero luego Hamon se incorporó al equipo de Aubry.

Con esta última decepción, Mélenchon, Doles y un puñado de descontentos resolvieron dar portazo al PS y, "por fidelidad a los compromisos", fundar un movimiento político independiente que no hiciera "concesiones a la derecha". Así, el 29 de noviembre de 2008 los escindidos lanzaron el Partido de la Izquierda (Parti de gauche, PG). La denominación podía traer equívocamente a mientes el Partido Radical de la Izquierda (PRG), una formación radical-socialista con mucha solera, próxima al PS y, pese a su nombre, ideológicamente moderada. El PG y el PRG no tenían mucho que ver entre sí. Para Mélenchon y sus compañeros el modelo inspirador de su proyecto era la alemana Die Linke (La Izquierda), fuerza de doctrina socialista democrática creada en 2007 por el antiguo socialdemócrata Oskar Lafontaine y el postcomunista Lothar Bisky. Al nuevo PG se incorporaron políticos no socialistas como Éric Coquerel, antiguo miembro de la LCR, y Martine Billard, venida de Los Verdes. La presencia de personalidades como Billard aportó a la flamante formación una vertiente ecosocialista. En adelante, la sostenibilidad ambiental y la acción contra el cambio climático fueron centrales en la narrativa política de Mélenchon, para quien ecología y capitalismo eran "incompatibles".

Para Mélenchon, daba comienzo una etapa frenética en su ya dilatada carrera política. Desde el primer día de andadura del PG, que celebró su congreso fundacional el 1 de febrero de 2009, el sector de Mélenchon negoció con el PCF y un ramillete de agrupaciones minoritarias de extrema izquierda o ultraizquierda la creación de un Frente de Izquierda (FG) para competir en las próximas elecciones europeas. Unidos por su ideario antiliberal, soberanista euroescéptico y altermundialista, los socios del FG se conjuraron contra la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, "instrumento neoliberal" que el Parlamento y la Presidencia franceses ya habían ratificado en febrero de 2008, antes que los demás estados miembros. En las europeas del 7 de junio de 2019 el FG tuvo un debut electoral discreto con el 6,5% de los votos y cinco eurodiputados. A la cabeza de los mismos estaba Mélenchon, que el 14 de julio inauguró su mandato en el Parlamento Europeo adscrito al Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica (GUE/NGL). En noviembre de 2010 el dirigente pasó a compartir la presidencia del Buró Nacional del PG con Martine Billard.

Su condición de eurodiputado (aunque muy poco asistente a los plenarios) y el vendaval económico, político y social que levantaron la gran crisis de las deudas del euro y la subsiguiente secuencia de rescates crediticios de los países en apuros espolearon la proyección pública de Mélenchon. El político francés se erigió en uno de los principales fustigadores de las políticas de austeridad, divisa del Gobierno alemán de Ángela Merkel compartida por Sarkozy, y los planes de ajuste económico y estabilidad financiera preceptuados por la Troika de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el FMI. Mélenchon, luciendo su faz más mitinera y combativa, alternando las alocuciones institucionales, las diatribas por escrito (con repercusión para su manifiesto de 2010 Qu'ils s'en aillent tous!: Vite, la révolution citoyenne, en expresiones tomadas de la política sudamericana) y las arengas a pie de calle contra las "élites" y los "oligarcas", confirmó su aspiración al Elíseo en enero de 2011.

Para las elecciones generales francesas de 2012 el PF y el FG presentaron un programa que incidía en la abrogación del ya vigente Tratado de Lisboa, la "planificación" ecológica y energética por el Estado, la "recuperación del poder" en manos de los bancos y el "reparto de la riqueza" con una fuerte subida de salarios e impuestos. Durante la campaña, el candidato del FG encabezó numerosas asambleas y manifestaciones, algunas multitudinarias.

En las presidenciales del 22 de abril Mélenchon quedó cuarto con el 11,1% de los votos, por detrás de Marine Le Pen del Frente Nacional, el titular reeleccionista Sarkozy por la conservadora UMP y el socialista Hollande, a la postre ganador del balotaje del 6 de mayo. En sí misma, la cuota obtenida por el eurodiputado no tenía nada de impresionante, aunque se trataba del mejor resultado cosechado por un candidato de la extrema izquierda desde 1981, cuando el líder comunista Georges Marchais sacó el 15%. Mélenchon superó además al experimentado François Bayrou, del centrista Movimiento Demócrata (MoDem), tercero en la liza de 2007 y cuarto en la de 2002. De todas maneras, en el FG hubo cierta decepción porque en la recta final de la campaña los sondeos habían augurado hasta un 15% para su candidato, quien tras ser eliminado reclamó el voto para Hollande en la segunda vuelta.

Luego, tuvieron lugar las legislativas del 10 y el 17 de junio. Mélenchon se presentaba a la Asamblea Nacional como candidato en la 11ª Circunscripción de Paso de Calais, zona de tradición obrera, actual plaza fuerte del FN y donde esperaba ganar su primer escaño también Marine Le Pen, a la que el izquierdista quería "bloquear" en su terreno. De nuevo, Mélenchon no logró sus expectativas y fue apeado en la primera vuelta por Le Pen, quien le sacó más de 20 puntos de ventaja, y por el socialista Philippe Kemel, finalmente ajustado vencedor. A nivel nacional, el FG recibió el 6,9% de los votos en la primera vuelta y entró en la Asamblea con apenas una decena de diputados, cinco menos de los que el PCF por sí solo había tenido en la anterior legislatura.


LA FRANCIA INSUMISA Y LA CAMPAÑA PRESIDENCIAL DE 2017Los discretos resultados electorales de 2012 no templaron los ímpetus de Mélenchon, listo para redoblar su embestida contra un adversario de múltiples cabezas y seguir practicando una oposición dura, teniendo en el Ejecutivo de casa esta vez a su antiguo partido, el PS.

De hecho, comenzó para él una nueva etapa de luchas políticas y sociales, en la que tomó el estandarte de las movilizaciones populares en Francia contra las reformas económicas y fiscales de los gobiernos de Hollande, denostado por "capitular" ante Merkel, y contra el "diktat" del núcleo duro europeo en la interminable crisis del euro. En mayo de 2013 una "Marcha Ciudadana por la Sexta República" dirigida por Mélenchon, embutido en su icónico cubrecuello rojo, congregó a cerca de 200.000 personas, según los organizadores, en el centro de París. Las principales cabeceras de la prensa gala, y no solo de la derecha, empezaron a cargar las tintas contra el líder del PG, poniéndole de irresponsable, populista, demagogo, por coquetear con la antipolítica (el "que se vayan todos"), abusar de la oratoria agresiva y formular promesas impracticables. Mélenchon también era recriminado por su tendencia a polemizar con periodistas críticos, a los que respondía con insultos. La indignación del político por el tratamiento que algunos periodistas y medios daban a su persona iba a derivar en invectivas sistemáticas contra el "partido mediático" y las "marionetas de la casta", y en denuncias por difamación en su contra, saldadas con multas.

Por el momento, los efectos electorales de esta estrategia beligerante no eran alentadores. En las europeas de mayo de 2014, que excitaron el debate sobre la "impagable" deuda griega, el FG perdió un escaño y descendió de la quinta a la sexta posición, siendo rebasado por la Europa Ecología Los Verdes (EÉLV) de Emmanuelle Cosse. Además, la antípoda ideológica de Mélenchon, Le Pen, colega nacional en el hemiciclo de Bruselas, acaparó los focos por la subida meteórica del FN al primer puesto, logro histórico de la extrema derecha que dejó a todo el arco de la izquierda horrorizado.

Mélenchon, que admiraba y envidiaba el éxito de Alexis Tsipras y su SYRIZA en Grecia (líder de la oposición en Atenas desde 2012 y finalmente primer ministro en 2015), no eludió el problema del estancamiento del FG y se sometió a autocrítica, aunque limitada. A su entender, el PG estaba excesivamente identificado con su persona y había que dotarlo de una dirección colegiada. La reducción de la exposición pública pasó por retirarse de la presidencia del Buró Nacional del PG, a la vez que la otra copresidenta, Billard. En agosto de 2014 los izquierdistas abolieron la presidencia bicéfala, reorganizaron su Secretaría Nacional en un sentido asambleario y designaron para el nuevo puesto de coordinador/portavoz a Éric Coquerel, al que en 2015 iba a sumarse Danielle Simonnet.

La marcha de Mélenchon de los órganos directivos de un PG que no terminaba de dar el salto fue el preludio del siguiente proyecto político del eurodiputado, con la mirada clavada en las elecciones generales de 2017. El 10 de febrero de 2016, en un movimiento sorpresa que no fue consultado con los socios del FG e irritó a los comunistas, Mélenchon anunció en las redes sociales y desde los estudios de TF1 su segunda apuesta presidencial en 2017 así como la plataforma La Francia Insumisa (LFI), nombre bien ilustrativo de sus ganas de conectar con los movimientos de rebelión ciudadana contra las élites y el sistema. También, sugería un deseo de trascender las viejas etiquetas o coletillas ideológicas con lemas transversarles que simplemente apelaran a la insubordinación de la gente frente a los poderosos, ya fueran institucionales o fácticos. La candidatura de Mélenchon era directa y quedaba al margen de la denominada primaria ciudadana, concebida por el PS y sus aliados y a la que iban a presentar sus precandidaturas entre otros Benoît Hamon, Arnaud Montebourg y Manuel Valls, en esos momentos primer ministro con Hollande.

La France insoumise era inicialmente un vehículo suprapartidista, una marca abierta a adhesiones, no necesariamente desde dentro del FG, y una herramienta digital para hacer proselitismo en Internet. En octubre siguiente, la plataforma melenchonista adoptó su programa, El futuro en común, un voluminoso texto que poco después apareció en los comercios en forma de libro (y con gran éxito de ventas), y el 23 de enero de 2017 se constituyó como un partido político propiamente dicho, adherido a posiciones del socialismo democrático y el ecosocialismo. Empero, Mélenchon seguía siendo miembro del PG. LFI no nacía para suplantar al PG, sino para enriquecer el panorama de la izquierda y crear sinergias electorales. En el resto del FG, las diversas personalidades y partidos fueron desgranando su respaldo al eurodiputado, quien era de largo la figura más carismática de la coalición. También desde la EÉLV le salieron numerosas adhesiones a título particular.

El programa que Mélenchon exponía En L'Avenir en commun se prestaba a pocas o ninguna duda; compacto y contundente, evocaba el sentimiento de una izquierda radical que se aferraba a la validez de los postulados de la socialdemocracia clásica, a su juicio completamente devaluados, si no "traicionados", por unos partidos de la Internacional Socialista, el PS en particular, "rendidos al liberalismo". Los temas tratados eran la redistribución social de la riqueza, la salvaguardia del estado del bienestar y la intervención del Estado en la economía, un repertorio socialdemócrata prístino, pero trascendidos con toda una paleta de matices anticapitalistas, antiglobalistas y ecologistas, más de los tiempos actuales.

Mélenchon y Le Pen partían de situarse en polos ideológicos opuestos, lo que hacía paradójico el paralelismo de varias de sus propuestas, en algún punto calcadas. Estas similitudes obedecían en buena medida al deseo de la líder ultraderechista de presentarse como la campeona del pueblo, la gran defensora de la clase trabajadora, lo que requería la apropiación por el FN, sin renunciar al nacionalismo identitario, de elementos del discurso social y estatista típicos de la extrema izquierda. Para muchos observadores y comentaristas, Mélenchon y Le Pen practicaban dos retóricas populistas y competían por atraerse la franja de electores descontentos que en el pasado votaron disciplinadamente socialista o comunista, en consonancia con su tradición obrerista.

Dos eran los mecanismos, previsibles a la luz de sus credenciales, de la política económica y fiscal del candidato de los insumisos. Por una parte, hablaba de destinar 100.000 millones de euros a "grandes proyectos de interés nacional", junto con otro paquete de gasto público en vivienda. Tales inversiones del Estado se financiarían exclusivamente con muy fuertes alzas impositivas a los ricos, los bancos y las corporaciones. Estos grandes contribuyentes tributarían bajo un impuesto sobre la renta mucho más progresivo: los cinco tramos actuales pasarían a ser 14, con un tipo del 100% para los ingresos salariales de más de 33.000 euros al mes. Además, les afectaría un nuevo IVA especial para productos de "gran lujo" (mientras que los bienes de primera necesidad se beneficiarían de un IVA superreducido), un también nuevo "impuesto ciudadano" sobre los ingresos "basado en la nacionalidad" (luego aplicado a todo francés "donde quiera que se halle en la Tierra"), la eliminación de los "nichos fiscales injustos, socialmente ineficaces y ecológicamente perjudiciales", el endurecimiento del impuesto de sociedades para los beneficios no reinvertidos en Francia, y el encarecimiento igualmente del impuesto de solidaridad sobre las fortunas (ISF) y de los derechos de sucesión en los grandes patrimonios. A todo esto, Mélenchon lo llamaba su "revolución fiscal".

Por otra parte, Mélenchon preconizaba las renacionalizaciones de compañías de sectores que, como el energético, el bancario o los transportes, tuvieran carácter "estratégico", así como la mano dura contra el fraude, la evasión tributaria, los paraísos fiscales y las operaciones financieras de carácter especulativo. Controlar los "dividendos exorbitantes de los grandes accionistas", tasar las transacciones de capital y perseguir a los "delincuentes financieros" respondían a la meta de "liberar la economía de las finanzas". La norma general, transmitía Mélenchon, era que el Estado interviniese en el sector privado siempre que lo creyera oportuno y en nombre del "interés general". De igual manera, la administración pública estaba obligada a garantizar la prestación de unos servicios avanzados, universales y gratuitos en la sanidad y la educación.

Mélenchon encontraba escandaloso que en Francia hubiera seis millones de trabajadores (el 10% de la población activa) en paro. Para impulsar la actividad, crear 3,5 millones de puestos de trabajo, proteger los puestos existentes y llegar al pleno empleo, se impondrían, entre otras, las siguientes medidas: reducir y repartir el tiempo de trabajo en las empresas con el acatamiento estricto de la jornada de 35 horas (reforma introducida por Jospin en 2000 pero luego muy relativizada por los gobiernos del centro-derecha), el inicio de la transición a la semana de 32 horas y la penalización severa de las horas extraordinarias; abolir la reforma laboral de 2016; permitir la jubilación a los 60 años con 40 años de cotización para tener derecho a la pensión íntegra; prohibir el reparto de dividendos en las empresas que despidieran trabajadores; dar a los sindicatos el poder de vetar los ERE; acelerar la transición energética; y abrazar un "proteccionismo solidario" dirigido contra las multinacionales, la globalización financiera y tratados de libre comercio como el TTIP, cuyo destino era según Mélenchon la papelera. Además, tocaba aumentar el salario mínimo y la pensión contributiva mínima hasta los 1.326 euros al mes, revalorizar las pensiones básicas a los 1.000 euros y descongelar los sueldos de los funcionarios. Y prohibir los desahucios hipotecarios de no ofrecerse alojamiento alternativo.

Otro de los ejes del programa de LFI para las elecciones de 2017 era la convocatoria de una Asamblea Constituyente para la fundación de la VI República Francesa. Caballo de batalla de Mélenchon desde hacía años, esta noción la manejaba también el socialista Hamon, pero su competidor de la izquierda rehuía toda vaguedad y le daba un argumentario radical: se trataba de "cambiar de arriba abajo" la Constitución de 1958 para "abolir la monarquía presidencial" en favor de la Asamblea Nacional, "restaurar el poder de la iniciativa popular" y librar al país "de la oligarquía financiera y la casta que está a su servicio".

En el candente tema migratorio, Mélenchon veía las cosas con un prisma diametralmente opuesto al de Le Pen. Aquí, los insumisos se oponían de manera tajante a cualquier reforma restrictiva de las regulaciones sobre la inmigración, el asilo y la nacionalidad, asuntos que a su jefe le parecían "demasiado serios como para dejarlos a las pujas de oportunistas y los impulsos incontrolados". Él ponía el dedo en las raíces del problema y le daba rostro, la suma de innumerables dramas personales que eran, argüía, la consecuencia de un orden internacional injusto impuesto por la fuerza ("guerras y acuerdos comerciales desiguales"). El candidato izquierdista invocaba la "dignidad humana" de quienes habían de huir de sus países, y pedía tanto reafirmar el derecho de asilo que asistía a los refugiados como "refundar la política europea sobre el control de las fronteras", poniendo fin a la "militarización del control de los flujos migratorios". Adicionalmente, Mélenchon reclamaba unas fuerzas policiales orientadas al servicio cercano de los ciudadanos y a las tareas de prevención y disuasión, así como una estrategia antiterrorista "consecuente", desligada de la "política aberrante de los números". Decía que era hora de levantar el estado de urgencia, declarado por Hollande en noviembre de 2015 a raíz de los atentados yihadistas de París, porque "con la lógica de la excepción no se protege mejor el estado de derecho".

Sobre la UE, Mélenchon recortaba de nuevo trecho con Le Pen. Su posición aquí, de rechazo también, no era tan extrema y visceral como la de ella (la ruptura total y por las bravas, únicamente sujeta a un referéndum); él mantenía un cierto margen de posibilismo, pero a cambio de resultar un tanto confuso. El soberanista euroescéptico que siempre había sido se revolvía contra una Unión que imponía a los ciudadanos políticas de recortes "sin inversiones públicas con el pretexto de una deuda que todo el mundo sabe que no se puede pagar", y cuyo ordenamiento jurídico consagraba "la austeridad presupuestaria, el libre cambio y la destrucción de servicios públicos". Para recobrar "nuestra independencia de acción" y la "soberanía de nuestras decisiones" frente a instituciones como esa Comisión Europea "compuesta de burócratas y dominada por Alemania", Francia tenía que "librarse de los Tratados Europeos", desobedecer la regla "absurda" del tope del 3% de déficit fijado por el Pacto de Estabilidad y forzar una modificación de los estatutos del BCE para que el emisor monetario pudiera prestar dinero directamente a los gobiernos.

Mélenchon ofrecía su particular hoja de ruta para este gran viraje, consistente en un Plan A y, si fallaba este, un Plan B. El Plan A proponía que el Gobierno de París convocara una "refundación democrática, social y ecológica" de la UE con vistas a una "salida concertada" de los Tratados y que luego presentara los resultados de esta "renegociación de las reglas" al pueblo francés, el cual decidiría "de manera soberana" sobre la conveniencia de seguir participando en la UE o no. El Plan B consistía en proceder a la "salida unilateral" de los Tratados, lo que de entrada supondría suspender la contribución nacional anual de 22.000 millones de euros al presupuesto de la Unión. El portazo galo implicaría también "transformar el euro en una moneda común y no ya única", o sea, recuperar el franco y ponerlo en cocirculación, y aplicar controles de mercancías y capitales en las fronteras nacionales.

La causa de la soberanía nacional impelía asimismo al abandono de la OTAN, organización que no era más que la "herramienta de la tutela militar de Estados Unidos y sus locuras imperiales". Francia, afirmaba Mélenchon, debía preservar una defensa autónoma al margen de toda "alianza militar permanente" y, como la "nación universal" que era, hacer banderas de la diplomacia al servicio de la paz, el entendimiento entre los pueblos, la cooperación con los países emergentes y las relaciones especiales con las naciones ribereñas del Mediterráneo y el África francófona. La "vocación" de Francia no estaba en la OTAN, sino en la ONU, aseveraba el candidato, para el que "construir la paz en Siria e Irak" era una tarea que correspondía a una "coalición universal bajo la égida de la ONU", no a "alianzas hipócritas con las petromonarquías del Golfo".

LFI abrazaba el ecologismo en la interpretación socialista de que este y el capitalismo eran irreconciliables. En L'Avenir en commun, Mélenchon explicaba sus propuestas de "planificación ambiental" para la transición energética y la acción contra el cambio climático, que abarcaban desde la desnuclearización de Francia hasta la consecución de un cambio profundo en los hábitos de consumo y la conciencia medioambiental. Para 2050, toda la electricidad que consumiera el país tendrían que generarla las energías renovables.

Por otro lado, Mélenchon opinaba que al Gobierno le tocaba hacer lo necesario para que la igualdad legal de los sexos llegara también a los salarios, suscribía a pies juntillas el principio de la excepción cultural francesa y, aspecto curioso, hacía gala de una auténtica pasión por la exploración espacial y la astronomía. El documento programático dedicaba un apartado específicamente al espacio, "nuestra ambición" y un "formidable desafío para la humanidad", amén de "nuestro bien común". Entre otras metas astronáuticas y científicas, tan positivas para el desarrollo del I+D+i, se mencionaban un plan de lucha contra la contaminación lumínica que impedía la buena observación nocturna de los astros, una nueva estación espacial internacional, una base permanente en la Luna y las misiones tripuladas a Marte.

El recetario de multiplicación del gasto público, drástica subida de impuestos a los ricos, blindaje del Estado del bienestar, renacionalizaciones, "proteccionismo solidario", "planificación ambiental", "salida concertada" de los Tratados Europeos y portazo a la OTAN resultaba seductor, a tenor de los sondeos. Ya desde julio de 2016, faltando diez meses para las presidenciales, las encuestas situaron a Mélenchon por delante del presidente Hollande, el primer ministro Valls y cualquier otro aspirante del PS, partido gobernante en horas bajas y cayendo, o del conjunto de la izquierda. Luego, Hollande, resignado a sus paupérrimos índices de popularidad, declinó presentarse a la reelección y Valls perdió la primaria ciudadana frente a Hamon, el cual tampoco fue capaz de adelantar a Mélenchon.

Finalmente, el líder de LFI iba a medirse en las urnas con tres contrincantes que le llevaban delantera, ubicados entre la extrema derecha y el centro liberal progresista, pasando por el centro-derecha conservador. Estos eran Le Pen por el FN, el anterior primer ministro François Fillon por Los Republicanos (LR, ex UMP) y la sensación del momento, Emmanuel Macron, treintañero ex ministro de Economía del Gabinete Valls y disruptor del escenario político con su nueva opción de centro reformista, ¡La República en Marcha! (LREM), capaz de dinamitar lo que quedaba del viejo bipartidismo. El caso fue que los cuatro candidatos cabeceros disputaron una campaña bastante igualada, sin conseguir ninguno despegarse de los demás. Macron y Le Pen iban primeros, pero con muy pocos puntos de ventaja sobre Fillon y Mélenchon.

Las buenas notas a su actuación en los debates presidenciales, el gran poder de convocatoria de sus mítines y su optimismo inveterado convencieron a Mélenchon de que el Elíseo estaba a su alcance. El cálculo no era desatinado: si lograba colarse de refilón en la segunda vuelta junto con Le Pen o Fillon, igual le daba, entonces la victoria sería suya. En cambio, en un cara a cara con Macron perdería de seguro. Era lo que decían todos los sondeos.

Mélenchon agotó la campaña electoral clavado en el 19% y la cuarta posición, y esos fueron exactamente los guarismos que obtuvo el 23 de abril de 2017: el 19,58% de los sufragios a la zaga de Fillon (el 20,01%), Le Pen (21,3%) y Macron (24,01%). En un lejano quinto lugar (con el 6,36%) quedó Hamon, expresión del cuasi colapso del partido que había sido pilar de la V República y que por el momento seguía gobernando Francia. Por primera vez desde 1969, un candidato no del PS había sido el más votado de la izquierda. Satisfacción añadida para los insumisos, su candidato había quedado primero en cinco de las principales ciudades del país: en Marsella, Toulouse, Lille, Montpellier y Grenoble (en tanto que Macron se había impuesto en París, Lyon, Burdeos, Estrasburgo y Nantes).

A Mélenchon le resultaba desagradable pedir el voto para Macron, al que veía como el candidato del libre mercado y los agentes financieros, para a Le Pen en el balotaje. Entonces, optó por convocar a la gente de LFI a que diera su parecer por Internet. En la consulta virtual participaron 243.000 simpatizantes inscritos, algo más de la mitad de los afiliados, y el resultado fue que un 36% se decantaba por el voto en blanco o nulo, un 35% por votar a Macron y el 29% restante por abstenerse; el voto a Le Pen no figuraba entre las opciones propuestas. Mélenchon no concebía la consulta como una consigna sobre qué hacer con la papeleta y su propia opción se la calló, aclarando únicamente que por Le Pen desde luego no iba a votar. El silencio de Mélenchon fue criticado por el PCF de Pierre Laurent, que no dudó en llamar al cierre de filas tras Macron, como en 2002 con Chirac para impedir el triunfo de Le Pen padre. Entonces, precisamente, Mélenchon se había pronunciado en favor de Chirac, pero ahora indicó que no contaran con él para reeditar el "frente republicano" anti-FN.

Las legislativas del 11 y el 18 de junio de 2017 debían trasladar a la Asamblea Nacional el peso electoral adquirido por Mélenchon en las presidenciales, pero LFI, que en la práctica reemplazaba a un FG oficialmente no disuelto, se quedó bastante corto en las expectativas. Con el 11,03% de los votos en la primera vuelta y solo el 4,86% en la segunda (donde fue superado por el PS y el MoDem), hubo de conformarse con un grupo parlamentario de 17 diputados. A diferencia de la vez anterior, Mélenchon se hizo con el escaño, el de la 4ª Circunscripción de Bocas del Ródano, correspondiente a Marsella y un baluarte inexpugnable de la izquierda. El líder insumiso se adelantó en el primer turno y en el balotaje derrotó a la contendiente de LREM, Corinne Versini, con el 60% de los votos. Días después, una vez despedido del Parlamento Europeo, Mélenchon estrenó su asiento en la Asamblea Nacional como jefe del grupo parlamentario de LFI. Más tarde, en noviembre, Manuel Bompard, el secretario nacional del PG, fue elegido primer coordinador de LFI.


TERCERA POSTULACIÓN AL ELÍSEO EN 2022Desde la Asamblea Nacional, Mélenchon, a pesar de lo exiguo de su grupo parlamentario, más pequeño que el de los socialistas, se destacó como el principal referente de la izquierda francesa y se erigió también en el más duro opositor a Macron y sus proyectos de reformas, principalmente la laboral y la contemplada también para el sistema de pensiones, antes de que la COVID-19 obligara a congelar esta última en 2020. Mélenchon era áspero en el hemiciclo, aunque su ámbito de contestación favorito seguía siendo la calle, entre pancartas y banderolas, donde enardecía a sus insumisos para que neutralizaran el "golpe de Estado social" puesto en marcha por el "neoliberal" Macron.

En diciembre de 2018 Mélenchon apadrinó una fallida moción de censura de la izquierda parlamentaria contra el Gobierno de Édouard Philippe por su gestión de furibunda protesta de los chalecos amarillos, movimiento social de tipo transversal, no partidista, cuyas reivindicaciones en parte coincidían con las de LFI, como la mejora del nivel de vida de los trabajadores y el restablecimiento del ISF, abolido por Macron al poco de llegar al poder. Mélenchon salió a apoyar a los chalecos amarillos porque estos estaban favoreciendo la "situación insurreccional" y la "revolución ciudadana" por él preconizadas para Francia, si bien no era "partidario de las estrategias de lucha violenta". Igual suerte corrió en marzo de 2020 la moción de censura que pretendía torpedear el proyecto de ley sobre el retraso de la edad de jubilación de los 62 a los 64 años. Estas acciones de la oposición, tanto de la izquierda como de la derecha, tenían el fracaso asegurado porque LREM y sus socios de la mayoría presidencial disponían de más de 340 escaños en la Asamblea.

Las salidas broncas de Mélenchon alcanzaron un clímax en octubre de 2018. Fue cuando el líder izquierdista, iracundo y proclamando sus derechos, se encaró con la comitiva de agentes policiales y judiciales personada en los locales de LFI en el 10º Distrito de la capital para realizar un registro en el marco de sendas investigaciones abiertas por la Fiscalía de París sobre las finanzas del partido, una en relación con sus cuentas durante la campaña electoral del año anterior y otra sobre la supuesta contratación irregular de asistentes de sus eurodiputados. El altercado, con forcejeos, empujones y gritos destemplados, motivó la presentación por la Fiscalía de una denuncia contra Mélenchon y varios de sus colaboradores por "amenazas o actos de intimidación contra la autoridad judicial" y por "violencia contra personas en el ejercicio de su autoridad pública".

La denuncia derivó en acusaciones formales de "actos de intimidación, rebelión y provocación", y en septiembre de 2019 comenzó el juicio correccional contra Mélenchon, que acudió al Tribunal Penal de Bobigny jaleado por sus huestes y presentándose como víctima de una "persecución" y de la "justicia politizada". El 9 de diciembre siguiente, el opositor fue condenado a tres meses de prisión suspendida y a una multa de 8.000 euros. Se trataba de una pena leve (las penas máximas por los delitos imputados eran diez años de prisión, cinco de inhabilitación y 150.000 euros de multa) y que en el caso de la cárcel no se hizo efectiva.

Mélenchon tachó su sentencia de "extremadamente cuestionable en derecho", aunque no presentó recurso. De hecho, la "comedia judicial" que acaba de vivir le había servido para "reconocer" quién era él realmente: un "rebelde oficial, condenado por eso", lo cual podía llevarse a cuestas como "una condecoración". Esta ruidosa peripecia personal pudo afectar negativamente a los esfuerzos por hacer una fuerza mayoritaria de LFI, que en las europeas de mayo de 2019, en un revés en toda regla, solo ganó el 6,3% de los votos y seis escaños. El RN (ex FP) de Le Pen volvió a ser la lista más votada, seguido de cerca por el macronismo. En junio siguiente, Manuel Bompard cedió la Coordinación de los insumisos al veinteañero Adrien Quatennens.

El 8 de noviembre de 2020, en un momento muy desapacible para Macron por los estragos sanitarios, económicos y sociales de la pandemia, que el Gobierno intentaba contener con un segundo confinamiento nacional acompañado de un toque de queda nocturno, Mélenchon volvió a elegir el programa Journal de 20 heures de la TF1 para comunicar su candidatura presidencial en 2022, que sólo sería inscrita si conseguía el aval al menos de 150.000 firmas digitales.

Para las presidenciales, LFI presentó una versión actualizada, muy voluminosa y detallada, de L'Avenir en commun. Casi todas las propuestas del texto de 2017 seguían en pie y algunas pocas experimentaban cierta revisión. En conjunto, el programa melenchonista mantenía intacta su fuerte carga de izquierda, si bien incorporaba novedades y potenciaba los guiños a los jóvenes así como el apartado medioambiental. Con el FG ya disuelto, Mélenchon, que en octubre de 2021 cedió la presidencia del grupo parlamentario a Mathilde Panot para dedicarse de lleno a la campaña, iba a competir en su propio campo con el líder comunista Fabien Roussel. Además, cortejaban al votante con sensibilidad de izquierdas Anne Hidalgo por el PS, Yannick Jadot por la EÉLV, Nathalie Arthaud por la Lucha Obrera (LO) y Philippe Poutou por el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA).

En los capítulos fiscal y financiero, LFI veía viable un gasto público adicional de 250.000 millones de euros anuales con 267.000 millones en ingresos. Este sorprendente superávit en el presupuesto básico del Gobierno central sería posible por la mayor recaudación de las rentas altas y las empresas en todos los impuestos, de acuerdo con un esquema casi idéntico al de 2017: impuesto sobre la renta de 14 tramos y retención del 90% para quienes ganaran más de 33.000 euros al mes o 400.000 euros al año; nueva escala progresiva del impuesto de sociedades en función de los beneficios; derogación del impuesto sobre el patrimonio inmobiliario (IFI) de 2018 y restitución del ISF con un componente climático; gravamen de las rentas de capital "como las rentas de trabajo"; elevación al 100% del impuesto de sucesiones para los patrimonios heredados de más de 12 millones de euros ("a partir de ahí me lo llevo todo", avisaba Mélenchon); e imposición de un IVA de "gran lujo" junto con la bajada del IVA a la canasta básica.

Su "virtuoso" plan fiscal, alardeaba Mélenchon, permitiría a Francia reducir 2,6 puntos de déficit público, situado en el 6,5% del PIB en 2021, en el plazo de un lustro. De todas maneras, se insistía en ignorar la "absurda" regla europea del máximo de 3% de déficit, por otra parte puesta en suspenso por la Comisión Europea debido a la COVID-19. En cuanto a la deuda pública, equivalente ya al 113% del PIB, uno de los niveles más abultados de la Eurozona, se trataba de sacarla de los mercados financieros, sometiéndola a una reestructuración negociada y a una "auditoría ciudadana".

Las políticas económicas que Francia debía practicar en la convalecencia postpandémica (recesión del 7,8% en 2020 seguida de un crecimiento del 6,8% en 2021) eran: la reindustrialización, a través de planes sectoriales "al servicio de la bifurcación ecológica"; la relocalización de "producciones esenciales para la vida de nuestro país"; la renacionalización de la energía (EDF, Engie, divisiones de Areva y Alstom), los ferrocarriles (SNCF), los aeropuertos estratégicos y las autopistas; y un "proteccionismo ecológico y solidario para producir en Francia y asegurar nuestra independencia", con búsqueda de la "soberanía alimentaria" y revisión de acuerdos comerciales. En el sector primario, se rechazaba la agroindustria y se apostaba por un modelo de agricultura "deslocalizada, ecológica y campesina".

A contracorriente de las intenciones de Macron, LFI no aceptaba que la nuclear fuera una energía verde, por lo que había que abandonar los proyectos de nuevos reactores europeos presurizados (EPR) así como planificar, aunque sin precisar fechas, el apagado y desmantelamiento de las centrales en servicio. Urgía un compromiso prioritario del Estado con las renovables, poniendo énfasis en los proyectos eólicos marinos. Si los insumisos estuvieran en el Ejecutivo, propiciarían la descarbonización "rápida y masiva" del transporte, reducirían las emisiones un 65% para 2030 y alcanzarían el 100% de generación eléctrica a partir de renovables en 2050.

Casi toda la actuación de los gobiernos de Macron se sometía a una enmienda a la totalidad. Otra de las cosas a derogar era la reforma del seguro de desempleo, que tenía a los sindicatos soliviantados por el endurecimiento de las condiciones para cobrar el paro. LFI prometía subir el salario mínimo (SMIC) de los 1.258 a los 1.400 euros netos mensuales para el trabajo realizado en la semana de 35 horas "reales", jornada que para los trabajos duros o nocturnos sería rebajada a las 32 horas. Además, al Estado le correspondía funcionarizar 800.000 empleados contratados. LFI abogaba por crear un millón de puestos de trabajo en los servicios públicos, con salarios revalorizados.

Al igual que en 2017, Mélenchon propugnaba regresar a la jubilación a los 60 años, como hasta 2010, cobrando el 100% de la pensión con 40 años de cotización (Macron, en cambio, contemplaba ahora elevar progresivamente la edad mínima de los 62 a los 65 años en 2032). Las pensiones contributivas, como poco, quedarían equiparadas con el salario mínimo, es decir, los 1.400 euros al mes, mientras que las no contributivas más bajas, el denominado subsidio de solidaridad para personas mayores (ASPA), se nivelarían con la línea de pobreza, esto es, los 1.063 euros, frente a los 917 actuales. También, se ampliaría la cobertura de la renta activa solidaria (RSA), prestación social dirigida a personas indigentes o con escasos recursos.

La vieja reclamación de la "refundación republicana" vía asamblea constituyente para pasar de la actual "monarquía presidencial" al sistema parlamentario de Gobierno, como en Italia o Alemania, continuaba esgrimiéndose con todo rigor. La capacidad de iniciativa popular para influir decisivamente en las normas y las instituciones tomaba la forma del Referéndum de Iniciativa Ciudadana (RIC), una de la principales reivindicaciones de los chalecos amarillos. Con el RIC, argumentaba Mélenchon, el pueblo, directamente, podría revocar cargos electos, proponer o derogar leyes e incluso modificar la Constitución.

Otra de las secciones del programa que no experimentaba cambios era la de inmigración e integración. Fiel a sus postulados, Mélenchon ofrecía la regularización de los trabajadores, estudiantes y padres de escolares indocumentados, la mejora de las condiciones de acogida, la admisión de la presunción de edad de los menores no acompañados y la ampliación y facilitación de los derechos de asilo, residencia, reunificación familiar y acceso a la nacionalidad.

En seguridad e interior, el candidato izquierdista reiteraba la necesidad de una policía municipal de proximidad y prometía desmantelar tanto la Brigada Anticriminalidad (BAC) como la Brigada Motorizada para la Represión de la Acción Violenta (BRAV-M), esta última creada específicamente para disolver las algaradas de los chalecos amarillos y acusada de cometer excesos injustificables. Por lo que se refería a la lucha contra el Islam radical violento, Mélenchon llamaba a derogar la Ley Confirmadora del Respeto de los Principios de la República (más conocida como Ley contra el separatismo, aprobada en 2021 y enfocada en el Islam político), si bien admitía la privación de derechos civiles a los involucrados en actividades terroristas.

En su programa presidencial de 2022 Mélenchon limaba ligeramente su retórica contra la UE en el sentido de que ya no hablaba de restablecer el franco como moneda en cocirculación con el euro. Pero mantenía sobre la mesa la doble estrategia del Plan A y el Plan B para proceder sin dilación con la "ruptura concertada" o, eventualmente, "asumir el enfrentamiento" con los socios europeos en lo relativo a los Tratados Europeos. Se imponía un marco de participación selectiva (opt-out) para Francia en las políticas y normas de la Unión, a fin de que el país pudiera "reafirmar la superioridad de los principios fundamentales consagrados en su Constitución".

"Desobedecer cuando sea necesario para aplicar nuestro programa" era el leitmotiv melenchonista en relación con la UE, que después de todo siempre había sido un "marco con geometría variable" y una "cooperación a varias velocidades". Francia debía hacer valer su peso en el Consejo Europeo, actuando sola llegado el caso, para "recuperar la soberanía presupuestaria", establecer un "proteccionismo social y ecológico", revisar a fondo la PAC, "romper el estancamiento" del Acuerdo de Schengen, suspender el Reglamento de Dublín sobre las solicitudes de asilo de migrantes y refugiados, o sustituir Frontex, la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas, por un nuevo cuerpo civil europeo de socorro y rescate en el mar.

El matiz leve apareció también en el no a la OTAN, "símbolo de la sumisión al imperialismo americano". En lugar de la salida sin contemplaciones, Mélenchon advocaba hoy el abandono del mando militar integrado de manera inmediata y luego, "por etapas", la propia organización, cuya "estrecha visión occidental" no hacía otra cosa que "agravar las tensiones globales". Era lo que requería una defensa nacional "independiente, republicana y popular", así como adaptada al cambio climático. Cabía la posibilidad de establecer un servicio militar como componente opcional de un servicio ciudadano obligatorio, en paralelo a una Guardia Nacional de reservistas. No era admisible ninguna intervención exterior de las Fuerzas Armadas galas sin mandato de la ONU y sí exigible un calendario preciso de conclusión de las operaciones militares en el Sahel y el conjunto de África.

En los últimos años, Mélenchon había proyectado simpatías prorrusas, a la luz de una serie de declaraciones bastante gráficas, entreveradas de críticas a determinados aspectos del régimen de Putin que sus detractores no encontraban convincentes. Por ejemplo, en 2015 el político francés afirmó repudiar la "campaña de diabolización de Vladímir Putin", en 2017 aseguró que Rusia no representaba "ningún peligro para Europa", en 2020 aseveró que "los rusos son socios confiables mientras que Estados Unidos no lo es" y en 2021, entrevistado por el medio conservador Le Figaro, se despachó con valoraciones como la siguiente: "No creo en una actitud agresiva de Rusia o China. Conozco estos países, conozco su estrategia internacional. Sólo el mundo anglosajón tiene una visión de las relaciones internacionales basada en la agresión". En 2014 Mélenchon justificó la anexión de Crimea porque la OTAN se estaba "instalando en las puertas" de la nación rusa y luego se abonó a la narrativa del Kremlin sobre que los "neonazis" se habían hecho con el Gobierno de Kíev.

La invasión de Ucrania el 24 de febrero de 2022 obligó al candidato presidencial a tomar una postura de condena de la "agresión militar", aunque con múltiples puntualizaciones, disonantes con la concepción de los gobiernos de la UE y la OTAN. Aquellas incluían el escepticismo con las sanciones duras contra Moscú, el rechazo a cualquier boicot de los hidrocarburos rusos porque la primera perjudicada sería la propia Francia y el rechazo también al envío de armas defensivas a los ucranianos, puesto que "sobre el terreno" la guerra estaba "perdida" para ellos. L'Avenir en commun fue publicado antes de la invasión y allí se abogaba por un "diálogo no atlantista" con Rusia en el marco de la OSCE. El opositor advertía que Rusia era una "potencia nuclear" y eso imponía una "desescalada" en el conflicto bélico, pues la "alternativa a la diplomacia" era "la guerra total". Según él, la "solución" de la guerra entre Rusia y Ucrania pasaba inexcusablemente por la neutralidad de esta última.

(Cobertura informativa hasta 1/4/2022)