Janet Yellen

Janet Yellen fue la primera mujer que presidió, de 2014 a 2018, la Reserva Federal de Estados Unidos y ahora, en la antesala del cambio de Administración en la Casa Blanca, se dispone a repetir hito de género al frente del Departamento del Tesoro. A sus 74 años, la veterana economista demócrata es una de las nominaciones estrella de Joe Biden. "Nadie está mejor preparado para hacer frente a este crisis", dijo de ella el presidente electo en la presentación el 30 de noviembre de su equipo económico de gobierno, cuya misión es según el mandatario "dar un alivio inmediato" a los ciudadanos y "recomponer" la economía nacional en tiempos de coronavirus. La francesa Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, y la búlgara Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, son las otras dos mujeres elevadas al pináculo del poder económico global.

Como máxima responsable de la política monetaria de Estados Unidos y por ende la mujer más influyente del mundo en el terreno económico, Yellen emprendió la transición, ya bosquejada por su predecesor Ben Bernanke, al levantamiento de la estrategia intervencionista adoptada en 2008 en respuesta a la crisis del sistema financiero y Gran Recesión. Así, entre 2014 y 2015, transcurriendo la segunda presidencia de Barack Obama, la Fed despegó los tipos de interés del 0% y canceló su programa de compras masivas de bonos. Si el Senado aprueba su nominación, trámite que se da por hecho, en enero de 2021 Yellen tomará a su cargo la política fiscal del país en una coyuntura delicada para las cuentas federales: sus fuertes desequilibrios están desorbitándose por el ingente compromiso de gasto público social y las caídas de ingresos tributarios derivados de la COVID-19, que en el primer semestre causó una contracción productiva del -36% y una subida del paro igualmente sin precedentes. En vísperas de la pandemia, el déficit presupuestario rozaba el 5% del PIB y la deuda, de 23,4 billones de dólares, representaba el 107% del PIB. El año fiscal 2020 terminó en septiembre con el déficit multiplicado por cinco (más de 3 billones de dólares, el triple del registrado en 2019) y con la deuda disparada a los 27 billones.

Sin embargo, la secretaria del Tesoro designada ya ha dejado claro que en estos momentos lo que toca es impulsar la recuperación económica, crear empleo y "restaurar el sueño americano", con políticas de inclusión y sin descuidar la lucha contra el cambio climático, todo en consonancia con la plataforma electoral de Biden y los demócratas. Además, el banco central, agencia que es independiente del Gobierno, incluso desde antes de la emergencia sanitaria, está creando dinero de nuevo para comprar activos financieros, públicos y privados, e inyectar liquidez en los mercados (la llamada quantitative easing), plan de estímulos que incluye la vuelta a los tipos de interés nulos. La "estabilidad financiera" forma parte de "nuestra misión", recuerda Yellen, quien en febrero, valorando el panorama económico pre-COVID en la recta final del primer mandato de Donald Trump, llegó a decir que el nivel de endeudamiento federal era "completamente insostenible" con la agenda de gastos e impuestos del Ejecutivo republicano.

Doctora por Yale y profesora en Berkeley, desde el inicio de su carrera académica y funcionarial Yellen se destacó como pionera en unos ambientes tradicionalmente masculinos. Junto con su marido, el Premio Nobel George Akerlof, participó en la articulación del Nuevo Keynesianismo, uno de los diversos desarrollos e interpretaciones del pensamiento original de John Maynard Keynes, e hizo importantes contribuciones a la teoría de la economía laboral con el análisis de las relaciones entre salarios, desempleo y alzas de precios. Con los años, fue interesándose más por el problema de la desigualdad en el reparto de la renta. Fue jefa del Consejo de Asesores Económicos de Bill Clinton y su membresía de la Junta de Gobernadores y el sistema bancario regional de la Fed se extendió durante 17 años.

En todo este tiempo, Yellen se ganó una reputación de especialista meticulosa, pragmática y discreta, partidaria de supeditar el control de la inflación, enfocada con laxitud, a la generación de crecimiento y la maximización del empleo, así como favorable al control de la banca de inversiones impuesto por Obama, aunque antes del crash de 2008 ella no lo preconizaba. En 2017 Trump no la confirmó para un segundo mandato en la Fed y nominó en su lugar al actual presidente, Jerome Powell. Yellen es retratada como una elección para el Departamento del Tesoro que goza del favor de todas las facciones del Partido Demócrata -intensamente virado a la izquierda en los últimos tiempos-, del respeto de la mayoría de los republicanos y de la aceptación de Wall Street. Antes que ella, solo otro oficial, William Miller, en tiempos de Jimmy Carter, fue en distintos momentos presidente de la Reserva Federal y secretario del Tesoro.

Yellen será la mandamás del equipo económico de Biden, donde destacan los componentes femenino y multirracial. El nuevo subsecretario del Tesoro es Wally Adeyemo, oriundo de Nigeria; el Consejo de Asesores Económicos será presidido por otra afroamericana, Cecilia Rouse; y Neera Tanden, hija de inmigrantes indios, dirigirá la Oficina de Gestión y Presupuesto de la Oficina Ejecutiva de la Presidencia. Como la aspirante a secretaria del Tesoro, todos ellos deberán superar el examen del Senado, donde el Partido Republicano tiene mayoría. Los observadores coinciden en señalar que Yellen no tendrá problemas con su confirmación, pero cosa muy distinta será conseguir en el Congreso el necesario consenso bipartidista sobre la cuantía del próximo paquete de estímulos, en un ambiente altamente polarizado y crispado adicionalmente por la impugnación electoral de Trump. Los republicanos se disponen a batallar contra la intención de Biden de revertir los recortes de impuestos concedidos por Trump a las rentas más altas, dar más progresividad al sistema tributario y elevar drásticamente el impuesto de sociedades. Uno de los pilares del programa de Biden es recaudar billones de dólares más de los ricos y las corporaciones para poder financiar las grandes inversiones prometidas en infraestructuras, empleo, sanidad, educación, vivienda y economía verde.

(Texto actualizado hasta diciembre 2020)

Janet Yellen se crió en el distrito neoyorquino de Brooklyn, en el hogar de un matrimonio de norteamericanos judíos de modesta clase media y origen polaco (tres de sus cuatro abuelos nacieron en el país europeo). La madre dio clases en una centro de primaria hasta que nacieron Janet y su hermano mayor, mientras que el padre era un médico de familia que pasaba consulta al vecindario en la propia vivienda familiar.

Tras concluir la secundaria en una high school pública de su barrio, Bay Ridge, la joven, estudiante aplicada, cursó la carrera de Economía en la Universidad Brown de Providence. En 1967 se licenció summa cum laude y continuó la formación de posgrado en la Universidad Yale de New Haven, Connecticut, donde obtuvo el doctorado en 1971; de las dos docenas de doctorandos de Economía que recibieron el título aquel año en Yale, ella era la única mujer. Su trabajo de tesis, titulado Empleo, producción y acumulación de capital en una economía abierta: un enfoque de desequilibrio, fue supervisado por los futuros premios Nobel James Tobin y Joseph Stiglitz, dos de los más prestigiosos economistas contemporáneos de la tradición keynesiana.

Una mujer en la investigación económica de vanguardia
Su brillantez le permitió a Yellen abrirse camino profesional en la que seguramente era la especialidad más abrumadoramente masculina de la academia estadounidense. Por aquellos años, las mujeres ya representaban cerca de la mitad del alumnado de la mayor parte de los colegios y facultades, pero en las aulas de Economía su presencia seguía siendo escasa. Mucho más raro era encontrar profesoras de la disciplina. La flamante doctora fue contratada como asistente de cátedra por la Universidad de Harvard, donde trabajó hasta 1976. Tal como recuerda The Washington Post, Yellen y Rachel McCulloch, en su caso procedente de la Universidad de Chicago, eran las únicas mujeres del equipo docente de la facultad de Massachusetts.

En 1977, al poco de llegar a la Casa Blanca el nuevo presidente demócrata Jimmy Carter, Yellen empezó a laborar en la división internacional de la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal, el sistema híbrido, público-privado, de varios niveles con las funciones de banco central de Estados Unidos. En concreto, fue asignada a la plantilla de economistas dedicada a investigar la reforma del sistema monetario internacional. Fue en este destino en Washington, facilitado por el profesor de Yale Ted Truman, donde Yellen conoció al que pronto sería su marido, George Akerlof, otro especialista profundamente influenciado por las teorías keynesianas, doctor por el Massachusetts Institute of Technology (MIT) e investigador puntero en las áreas de economía conductual (behavioral economics) e información asimétrica (information asymmetry). La pareja de novios compartía pensamiento académico, pero también un momento de bache profesional: Janet no había conseguido plaza de profesora titular en Harvard, mientras que George, recién separado de su primera esposa, había visto rechazada su solicitud en la Universidad de California en Berkeley.

Akerlof encontró cerradas las puertas de Berkeley a los siete años de publicar su pionero trabajo sobre la información asimétrica en transacciones comerciales que un cuarto de siglo más tarde le iba a hacer merecedor del Nobel de Economía. El innovador paper, titulado The Market for Lemons: Quality Uncertainty and the Market Mechanism, analizaba un escenario de ruptura de la teoría clásica de precios en un sistema de competencia perfecta. En junio de 1978 Yellen y Akerlof se casaron y a continuación se trasladaron al Reino Unido, pues él había obtenido un puesto de profesor titular en la London School of Economics (LSE). Su mujer se puso a dar clases en el mismo centro.

En 1980 el matrimonio regresó a Estados Unidos con sendos contratos de docencia en la Universidad de Berkeley. En el campus californiano, los Akerlof compaginaron las clases -ella impartía la asignatura de Economía internacional aplicada- y la investigación, haciendo importantes aportaciones al análisis de los estímulos monetarios y fundamentando la hipótesis del salario de eficiencia en el mercado laboral. Una de sus teorías favoritas era la Curva de Philips, aporte neokeynesiano descriptivo de una relación inversa entre la inflación y el paro. En 1981 Janet dio a luz a su único hijo, Robert, quien al igual que sus padres iba a ser doctor y profesor de Economía. Al año siguiente, por fin, ganó la plaza de titular.

Durante la década en que reinaron las Reaganomics, las políticas económicas neoliberales impulsadas por la Administración republicana a partir de las teorías de Milton Friedman y la Escuela de Chicago, la pareja de profesores participó en la formulación de la Nueva Economía Keynesiana, a la que se apuntaron otros muchos economistas de élite, académicos de la talla de Joseph Stiglitz, Paul Krugman, Ben Bernanke, Larry Summers, Edmund Phelps, Stanley Fischer o Robert Shiller. La Nueva Economía Keynesiana era una escuela de pensamiento antitética del neoliberalismo en boga y se erigía en competidora, con su énfasis en los microfundamentos y el análisis microeconómico del comportamiento de los agentes individuales, de la conocida como Nueva Macroeconomía Clásica, emergida también en la década de los setenta. El Nuevo Keynesianismo era diferente asimismo tanto del Neokeynesianismo de la posguerra, paradigma hegemónico en las décadas de los cincuenta y sesenta pero ahora declarado obsoleto por los modernistas, como del llamado Postkeynesianismo. George Akerlof, en particular, fue reconocido como uno de los padres de la teoría general de mercados con información asimétrica, y por ello iba a ser galardonado en 2001 con el Premio Nobel, compartido con Stiglitz y Michael Spence.

En 1986 Yellen y su marido publicaron Efficiency Wage Models of the Labor Market, trabajo de casi 200 páginas en el que los autores explicaban que las distorsiones, en forma de desempleo involuntario, advertidas en algunos mercados laborales donde el equilibrio de partida entre la oferta y la demanda apuntaba al pleno empleo tenían su origen en los empleadores que preferían pagar salarios superiores al sueldo estándar. Un motivo lógico de ese sobresueldo no reclamado era el incentivo de la laboriosidad y la productividad del trabajador, que era exactamente lo que pareja había hecho cuando contrató a una empleada doméstica tras instalarse en Berkeley. Se trataba de un concepto fundamental del Nuevo Keynesianismo y Yellen vio reconocida sus aportaciones al análisis de la economía laboral por la Fundación John Simon Guggenheim, que le otorgó una de sus codiciadas becas.

Etapa en la Reserva Federal
En agosto de 1994, siendo catedrática de Economía y de Negocios, y transcurriendo el segundo año de la Administración demócrata de Bill Clinton, Yellen tomó licencia en Berkeley para sentarse en la butaca número 1, sobre siete, de una institución que ya conocía de primera mano por cuanto había estado en su nómina: la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal, en ese momento presidida por Allan Greenspan, un economista liberal nombrado por Reagan en 1987. La Junta ponía el rostro público, gubernamental, a un consorcio bancario en esencia privado, y su misión básica era definir y aplicar la política monetaria de Estados Unidos, con independencia de la autoridad política que gobernara el país. Yellen era la cuarta mujer, tras los registros de Nancy Teeters, Martha Seger y Susan Phillips, en tomar asiento en la Junta de Gobernadores, que había tenido 74 titulares desde su puesta en marcha en 1914.

En febrero de 1997 la gobernadora causó baja en el organismo supervisor de la Fed en virtud de un segundo nombramiento de Clinton, quien ahora la puso al frente de su Consejo de Asesores Económicos (CAE), agencia adjunta a la Oficina Ejecutiva de la Presidencia. En este puesto Yellen tomó el relevo a su antiguo tutor doctoral en Yale, Stiglitz, quien había sido designado economista jefe del Banco Mundial. En el bienio que presidió el CAE, y de paso el Comité de Política Económica de la OCDE, Yellen estuvo involucrada en la elaboración de un muy comentado estudio sobre la brecha salarial de género en el sector privado, aún abismal en Estados Unidos. Por otro lado, la economista fue galardonada con la Wilbur Cross Medal por la Universidad Yale y recibió de su otra alma máter, la Universidad Brown, un doctorado honorífico en Derecho.

En agosto de 1999 Yellen concluyó su primer compromiso con la alta función pública federal y reanudó las clases en Berkeley. En el lustro siguiente potenció su actividad interacadémica, en entidades como la Yale Corporation, la Western Economics Association International (WEAI) y la American Academy of Arts and Sciences (AAAS), y continuó investigando. En 2000 el Bard College de Annandale-on-Hudson, Nueva York, le otorgó una licenciatura honorífica. En 2001, el año en que su marido recogió en Estocolmo el Premio Nobel de Economía, la profesora publicó junto con su colega Alan Blinder, otro nuevo keynesiano intensamente vinculado a la Reserva Federal en los años de Clinton, el ensayo The Fabulous Decade: Macroeconomic Lessons from the 1990s.

2004, presidiendo el país el republicano George Bush, marcó el arranque de la segunda y más relevante etapa de Yellen en la Reserva Federal, esta vez prolongada 14 años sin interrupción. El 14 de junio de aquel año asumió la posición de presidenta y CEO del Banco de la Reserva Federal de San Francisco, uno de los 12 bancos regionales integrados en el sistema de la Reserva Federal. En la compleja estructura organizativa de la Fed, estos bancos, responsables entre otras funciones de tomar en depósito las cuentas del Gobierno Federal y las reservas de la banca comercial a ellos asociada, de emitir los billetes y monedas de dólar (a discreción de la Junta de Gobernadores) y de facilitar el crédito interbancario, venían a representar la dimensión privada, de hecho predominante, del peculiar banco central de Estados Unidos. Durante la conducción por Yellen del banco federal correspondiente al mayor distrito del país por área y por población (por volumen de activos, la Fed de San Francisco era la segunda del Sistema, tras la Fed de Nueva York) se produjeron la elección (2006) de Ben Bernanke como presidente de la Reserva Federal y del demócrata Barack Obama (2008) como presidente de Estados Unidos.

Desde San Francisco, Yellen preconizó un objetivo de inflación de no más del 1,5%. También, expresó su preocupación por el aumento de los precios de la vivienda y advirtió los riesgos de la enorme burbuja hipotecaria en marcha, pero se abstuvo de reclamar medidas para controlar los préstamos de alto riesgo que los bancos estaban concediendo de manera indiscriminada. Su análisis, erróneo, era que la burbuja, aunque peligrosa, terminaría desinflándose sin intervención externa, que el mismo mercado pondría en su momento las cosas en su sitio y que un eventual desplome del sector inmobiliario no tendría porqué arrastrar al conjunto de la economía, la cual podría encajar el golpe. Lo que vino después, en septiembre de 2008, fue la quiebra del gigante Lehman Brothers -el cuarto mayor banco de inversiones de Estados Unidos, carente de liquidez por su exposición tóxica a las hipotecas subprime- y los rescates públicos de las entidades hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, seguidos del hundimiento de las bolsas y el tsunami global en los mercados financieros. Como colofón, la economía estadounidense se sumió en la Gran Recesión, la contracción más severa desde la Gran Depresión de los años 30 del siglo XX.

El abril de 2010 Obama nominó a Yellen gobernadora y vicepresidenta de la Junta de la Reserva Federal, en reemplazo de Donald Kohn. El regreso, materializado el 4 de octubre, de la economista keynesiana a la Fed y como número dos del consejo que presidía su colega Bernanke -quien era miembro del Partido Republicano- acontecía en circunstancias de convalecencia nacional y de históricas reformas legales, adoptadas por el nuevo Gobierno para impedir la repetición de los desmanes del capital especulativo y los fallos del marco regulador, culpables de la catastrófica crisis de 2008-2009. Las dos actuaciones fundamentales de la Administración Obama eran el plan de choque de recuperación económica (American Recovery and Reinvestment Act), un gigantesco paquete de estímulos fiscales de 831.000 millones de dólares a invertir en una década y con pretendidos efectos fulminantes en la producción y el empleo, y la reforma de Wall Street (Dodd–Frank Wall Street Reform and Consumer Protection Act), que imponía a las compañías financieras y los fondos de inversión una regulación y una supervisión federales más estrictos.

Bernanke y Yellen incorporaron a la Reserva Federal el nuevo rol supervisor de la banca privada regulada. Este se sumó a los cometidos tradicionales de la institución, cuales eran conducir una política monetaria orientada a la estabilización de los precios, la maximización del empleo y la moderación de los tipos de interés, y promover la estabilidad del sistema financiero; todo ello, a través de las operaciones de mercado abierto, la regulación de la cantidad de reservas y los tipos de interés. Sin embargo, la actuación crucial, y hoy más que nunca, seguía concerniendo a la oferta monetaria. La Junta de Gobernadores, los bancos federales regionales y el Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC), los tres pilares del Sistema de la Fed, remaron en la dirección que marcaba el Gobierno Obama manteniendo los tipos de interés en un histórico fondo del 0,00%, dando barra libre de liquidez en el mercado interbancario y poniendo en circulación ingentes cantidades de dinero para comprar bonos federales, deuda corporativa, cédulas hipotecarias y activos tóxicos, saneando así el sistema financiero. En otras palabras, la conocida como flexibilización cuantitativa (QE). Esta estrategia ultraexpansionista, de hecho experimental y heterodoxa, estaba fijada desde finales de 2008 y se mantuvo intacta todo el tiempo que Yellen fue vicepresidenta de la Reserva Federal.

Bernanke iba por su segundo mandato cuatrienal al frente de la Fed y no podía optar a un tercero. Larry Summers, último secretario del Tesoro con Clinton y más tarde presidente del Consejo Económico Nacional con Obama, había sonado para el puesto, pero terminó autodescartándose. El 9 de octubre de 2013 Obama, sin sorpresa, nominó a Yellen para sucederle y el 6 de enero de 2014 el Senado hizo su preceptiva confirmación del nombramiento. En los últimos meses, Bernanke venía sugiriendo que si los indicadores del PIB, el empleo y la inflación mantenían su curso positivo, la Fed abordaría la conclusión de la QE y despegaría de cero los tipos de interés. Es decir, arrancaría la transición a la normalización monetaria. El 3 de febrero siguiente Yellen, a los 67 años, tomó posesión como la primera presidenta de la Reserva Federal después de 14 predecesores varones y como el primer demócrata desde Paul Volcker (1979-1987). Su vicepresidente era Stanley Fischer, una de las lumbreras del Nuevo Keynesianismo, bregado en la gestión del FMI y el Banco Mundial. Entonces, los medios de comunicación retrataron a Yellen como una paloma y una pragmática meticulosa que mantendría el plan de Bernanke de reducir gradualmente el intervencionismo en los mercados, mientras la economía nacional se mantuviera encarrilada en la senda del crecimiento y la generación de empleo.

La presidencia de Yellen en la Reserva Federal se caracterizó por el continuismo, la prudencia y también la flexibilidad. Al cabo de unos meses de estrenar el cargo, en octubre de 2014, la jefa bancaria confirmó que la Fed ponía fin a su programa de compras de bonos, la columna vertebral de la QE. Atrás quedaban tres operaciones masivas de estímulo que desde noviembre de 2008 habían supuesto la inyección de 4,5 billones de dólares en los mercados. La siguiente decisión trascendental, igualmente esperada, llegó en diciembre de 2015. Entonces, la Junta de Gobernadores, tomando nota del crecimiento anual del PIB un 2,9%, del índice de paro históricamente reducido del 5% y del crecimiento de los precios un 0,7% -tasa mensual que para Yellen, partidaria de un objetivo de inflación de hasta el 2% anual, era excesivamente baja-, optó por encarecer levemente el precio oficial del dinero, cuyo préstamo ya no saldría gratis y se cobraría en un rango comprendido entre el 0,25% y el 0,50%. Se trató de la primera alza de intereses desde junio de 2006, cuando el tipo llegó al 5,25% para luego descender hasta el 0% en diciembre de 2008, y a la misma le siguieron otras cuatro siendo Yellen la presidenta de la Fed; la última subida, en diciembre de 2017, dejó los tipos de interés entre el 1,25% y el 1,50%.

Por otro lado, los desembolsos a gran escala del erario federal para sacar al país de la crisis tuvieron su contraparte desagradable en el amontonamiento del déficit presupuestario y la deuda pública, dos variables que ya desde la presidencia de Bush estaban desaforadas. Pero eso era política fiscal. Domeñar el déficit y la deuda era competencia del Departamento del Tesoro, es decir, el Gobierno Federal, ministerio que desde 2013 conducía Jack Lew.

En noviembre de 2017 Donald Trump, instalado en la Casa Blanca en enero anterior, comunicó que Yellen sería reemplazada por el gobernador republicano Jerome Powell. Era la primera vez en casi cuatro décadas que el presidente de la Fed no recibía un segundo mandato. Entonces, Trump dijo que Yellen se trataba de una persona "excelente". Sin embargo, no se olvidaban sus duras palabras de 2016, pronunciadas como candidato a la Presidencia, cuando afirmó que la gobernadora jefe debería sentirse "avergonzada" de mantener los tipos "demasiado bajos", política monetaria que estaba creando un "falso mercado de valores" en Estados Unidos. Así las cosas, el 3 de febrero de 2018 Yellen entregó a Powell su despacho en el Eccles Building de Washington. Pese a que su mandato en la Junta de Gobernadores era por 14 años y expiraba en enero de 2024, la veterana economista prefirió jubilarse de la institución.

Septuagenaria ya, Yellen retomó la vida académica, desarrollada en el Council on Foreign Relations (CFR) de Nueva York, el Pacific Council on International Policy (PCIP) de Los Ángeles, la National Association of Business Economics (NABE) de Washington, la American Economic Association (AEA) de Nashville, la Brookings Institution de Washington, el Committee for a Responsible Federal Budget, el Climate Leadership Council y otros organismos, foros y think tanks, amén de su profesorado emérito en la Haas School of Business de Berkeley. Desde 2015 su palmarés de doctorados honoríficos incluía sendos títulos de Economía, Ciencias Sociales y Derecho concedidos respectivamente por la LSE de Londres, la Universidad Yale y la Universidad de Warwick.

(Cobertura informativa hasta 10/3/2020)