Hamid Karzai

Su abuelo y su padre, de nombre los dos Abdul Ahad, sirvieron en altos puestos ejecutivos y legislativos durante la monarquía de Mohammad Zahir Shah, hasta que fue derrocada en el golpe de Estado de Mohammad Daud Khan y sustituida por la República en julio de 1973; el primero presidió el Consejo Nacional y el segundo, ya en los últimos años, la cámara alta del Parlamento en dos ocasiones. Los Karzai han ostentado durante décadas el liderazgo del clan popalzai del grupo tribal durrani, localizado en las provincias del sudoeste y uno de los que forman la mayoritaria etnia pashtún, a la que pertenecen entre el 38% y el 42% de los afganos. El otro clan histórico de la aristocracia durrani es el barakzai, del que han salido todos los reyes y emires del Estado afgano desde 1881.Hasta ese año, a través de su segmento saddozai, los popalzai se alternaron con los barakzai en el gobierno de las cuatro ciudades autónomas que conformaban la nación afgana -Kabul, Herat, Kandahar y Peshawar-, desde que en 1747 el popalzai Ahmad Shah fuera proclamado rey en Kabul, pusiera fin al dominio de los pashtunes ghilzai (más numerosos que los durrani) y sacara al país de la tutela persa.

Un entusiasta del buzkashi, tumultuoso deporte nacional afgano en el que dos equipos de jinetes compiten por el cadáver de una cabra decapitada, el joven Karzai se crió en el pueblo solariego de Karz, a 3 km de Kandahar, y recibió formación secundaria en Kabul antes de iniciar la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad de Hichamal Pradesh, en Simla, India, donde pulió su instrucción anglófona. También aprendió el francés y, por supuesto, el dari, la forma afgana del persa que, aunque no es la lengua propia de los pashtunes, siempre ha sido el idioma de la corte y las clases altas. Parece que se encontraba en la ciudad asomada al Himalaya en diciembre de 1979 cuando se produjo la invasión soviética de Afganistán para purgar el régimen comunista aupado en el violento golpe de abril de 1978 y defenderlo frente a la rebelión de los mujahidín. Según algunas fuentes, Karzai terminó sus estudios y obtuvo la diplomatura en 1982.

En 1983 se reunió con su padre en la ciudad pakistaní de Quetta para velar por los intereses del clan mientras durase la jihad contra el Gobierno comunista y el ocupante soviético, mientras que sus seis hermanos y su hermana se instalaron en Estados Unidos. Allí formaron sus familias y montaron negocios en el ramo de la hostelería, tal que en la actualidad, la rama norteamericana de los Karzai regenta prósperos restaurantes afganos en Chicago, San Francisco, Boston, Baltimore y Cambridge. En 2001 un hermano mayor, Abdul Ahmad, trabajaba de ingeniero para la Universidad de Maryland, y un hermano menor, Abdul Wali, era profesor de Bioquímica en la Universidad del Estado de Nueva York,

En los años ochenta, Karzai jugó un papel logístico relevante en los esfuerzos de la jihad, canalizando los fondos que las agencias de inteligencia de Estados Unidos y Pakistán destinaban a los guerrilleros mujahidín popalzai. A tal fin, repartió sus actividades entre Estados Unidos, donde pasó largas temporadas acogido por sus hermanos, y Pakistán, donde fue reclutado como responsable de operaciones por el partido mujahid pashtún Frente de Liberación Nacional de Afganistán (Jabha-e-Nejat-e-Milli Afghanistan) que animaba el pir Sibghatullah Mojaddedi, líder espiritual de la cofradía sufí Naqshbandiyah y, como los Karzai, partidario del ex rey Zahir Shah. Karzai no recibió el bautismo de fuego que le acreditara como mujahid, aunque dirigió la lucha del Jabha en la retaguardia de Peshawar y a veces ejerció de portavoz de Mojaddedi.

La URSS se retiró de Afganistán en febrero de 1989 y el régimen comunista de Mohammad Najibullah (o poscomunista, si se consideran sus esfuerzos de desideologización urgidos por el final de la Guerra Fría) resistió hasta el 25 de abril de 1992, cuando las facciones mujahidín tomaron Kabul y culminaron una guerra de 14 años. A pesar de que las pendencias por el poder, especialmente entre el Jamiat-e-Islami (Asociación Islámica) del comandante tadzhiko Ahmad Shah Masud y el Hezb-e-Islami (Partido Islámico) del comandante pashtún Gulbuddin Hekmatyar, estallaron desde el primer momento, las partes se esforzaron en establecer una institucionalidad multipartita y reivindicativa del carácter islámico del nuevo Estado. Mojaddedi fue el encargado de presidir el Consejo de Gobierno de la Jihad que, con carácter interino, asumió el poder el 28 de abril, y en el reparto de puestos Karzai fue designado viceministro de Exteriores por cuenta del Jabha, secundando a Sayed Solaiman Gailani. Cuando el 28 de junio tomó posesión como presidente del Estado Islámico el profesor Burhanuddin Rabbani, jefe político del Jamiat, Karzai fue renovado en su puesto, en una valoración de su perfil moderado, su condición de anglófono y su experiencia en Occidente.

Desde su responsabilidad diplomática, Karzai asistió a la descomposición del Estado afgano con la vuelta a las hostilidades entre el Jamiat y el Hezb y la entrada en la contienda de las milicias uzbekas de Rashid Dostum, hazaras de Abdul Ali Mazari y pashtunes de Abdul Rasul Sayyaf, entre otras facciones, que, alentadas por sus respectivos patrocinadores extranjeros, se aliaban y enemistaban entre sí en una tendencia al sectarismo étnico y a los antagonismos personales cada vez más acentuada. En junio de 1994 se dio por terminado el Gobierno de coalición (en realidad, hacía mucho tiempo que no existía como tal) y Karzai cesó en su ministerio.

Decepcionado con los dirigentes mujahidín del Estado Islámico, Karzai abandonó la capital afgana destrozada por los combates y retornó a Quetta. Cuando a finales de 1994 irrumpieron en el tablero afgano los talibán, milicia ultraintegrista procedente de las madrasas deobandis del norte de Pakistán, Karzai dispuso lo necesario para facilitarles el control de las ciudades en las regiones de influencia popalzai, ya que los veía, pese a su fanatismo religioso y al igual que muchos pashtunes, como una milicia de hombres virtuosos que buscaban pacificar el país, sumido en los desmanes de los numerosos señores de la guerra. Además, la familia mantenía relaciones cordiales con dirigentes del movimiento, como el nombrado gobernador de Herat, el mullah Yar Mohammad.

No obstante, pronto se distanció de ellos al comprobar su concepto monopolista del poder y su extremismo en todos los sentidos, que preludiaban una guerra sin cuartel contra las etnias norteñas pese a la captura de Kabul en septiembre de 1996. Según algunas informaciones, Karzai declinó ese año la invitación de los talibán de ser su representante ante la ONU, por lo demás una misión condenada a ser fantasmal, pues la organización internacional sólo reconocía al derrocado Gobierno de Rabbani. La ruptura se produjo cuando el líder pashtún, que se consideraba un nacionalista afgano por encima de etiquetas étnicas o religiosas, acusó al régimen del enigmático mullah Mohammad Omar, autoproclamado el Emir de los Creyentes, de dejarse penetrar por los servicios secretos de Pakistán, que ante todo velaba por sus intereses estratégicos, y de dar refugio a extremistas islámicos de todo el mundo, sobre todo militantes pakistaníes entrenados para combatir a India en Cachemira y los reclutados por la organización terrorista transnacional Al Qaeda que dirigía el renegado saudí Osama bin Laden. Pero Karzai también repartió sus críticas a Rusia, las repúblicas ex soviéticas de Asia Central e Irán, por armar a las fuerzas de Masud y Dostum.

Mientras la resistencia antitalibán la soportaban las facciones mayoritariamente tadzhikas, uzbekas y hazaras, agrupadas desde junio de 1997 en el Frente Nacional Islámico Unido para la Salvación de Afganistán (más conocido como Alianza del Norte o simplemente Frente Unido), bajo el liderazgo del Jamiat, los Karzai cayeron bajo la sospecha del movimiento integrista por sus conexiones privilegiadas con el entorno de Zahir Shah, que desde su exilio romano llevaba años intentando sacar adelante la reconciliación nacional a través de un proceso de Loya Jirga, la asamblea consultiva tradicional de Afganistán.

La mayoría de los dirigentes talibán revestidos de la dignidad de mullah o mawlawi eran pashtunes durrani (Omar, ghilzai, constituía una excepción notable), pero su movimiento no se regía por las afinidades y lealtades tradicionales del clan y la tribu, sino por una lógica extraordinariamente sectaria a caballo entre el fundamentalismo religioso, la obediencia ciega al Emir de los Creyentes y la camaradería cimentada en años de estudios coránicos y jihad. Otra razón para la desconfianza mutua era que la revolución talibán había comenzado y tenía su capital espiritual -así como el verdadero centro del poder, por encima de la Shura de Kabul- en Kandahar, haciéndose inevitable el regateo por el control de una base social compartida.

Hacia 1997, Karzai y su padre, que fue arrestado por los talibán pero consiguió escapar a Quetta, empezaron a operar en la oposición, y el 25 de junio de 1999 el primero fue una de las 16 personalidades tribales, religiosas y políticas que asistieron en la capital de Italia a una reunión preliminar convocada por Zahir Shah para lanzar el denominado Proceso de Roma. Los talibán se vengaron implacablemente: el 14 de julio, recién llegado de una entrevista con Zahir y cuando salía de rezar de una mezquita, Abdul Ahad Karzai fue asesinado en Quetta por dos pistoleros montados en una motocicleta. Los atacantes se dieron a la fuga y nunca fueron detenidos.

Los hermanos Karzai tuvieron claro que al padre, de 75 años, lo habían matado por órdenes directas del mullah Omar, pero Hamid reaccionó con impavidez. Esta actitud era para algunos prudente, considerando que los talibán estaban en la cima de su poder (controlaban ya el 90% de Afganistán), y para otros repudiable y un síntoma de debilidad, pues se separaba del código del honor de los pashtunes, el pashtunwali, que llama a la venganza de sangre badal, "represalia") por el crimen cometido contra la familia. La aparente inacción de Karzai, hombre de carácter relajado y sutil, y de maneras urbanas, tras la muerte de su padre le iba a ser muy reprochada en los dos años siguientes, mermando su proyección de liderazgo sobre las tribus pashtunes.

Con prontitud, el 22 de julio de 1999 una jirga de ancianos de clan y expertos religiosos eligió a Karzai nuevo khan (si bien no añadió este título a su nombre) o jefe de la tribu popalzai, estimada en medio millón de personas. El 22 de noviembre siguiente viajó a Roma otra vez para participar en la reunión del Comité Organizador de la Loya Jirga de Emergencia, donde se reunió, entre otros, con Zahir Shah, Mojaddedi y el pir Sayed Ahmad Gailani, líder religioso de la orden sufí Qaderiyah y político de Frente Islámico Nacional (Mahaz-e-Milli-Islami). Los signatarios de Roma proclamaron los objetivos de poner fin a la guerra y la intervención extranjera, y de establecer instituciones legítimas que representasen a todos los afganos. Karzai asumió como misión propia persuadir a los jefes de clan durranis, o directamente comprar su lealtad con dinero, para que rompieran sus tratos con los talibán y, eventualmente, les resistieran con las armas.

Esta labor de zapa del sustrato social de los talibán, de donde procedían parte de sus bienes económicos y las levas de guerra, fue desarrollándola Karzai, a la sazón un absoluto desconocido fuera de su país, con suma discreción en las formas, aunque también en sus resultados prácticos. En los dos años siguientes, nada comparable a una oposición como la fungida por la Alianza del Norte se articuló en el sur a causa de las rencillas y regateos inveterados entre los numerosísimos cabecillas de clan. Los destinatarios prioritarios de esta defección inducida eran los gobernadores y notables tribales que se habían unido al movimiento talibán por oportunismos de última hora y que, se suponía, carecían de alforjas ideológicas.

A falta de una verdadera voluntad oposicionista, el "levantamiento nacional" que los partidarios de Zahir Shah contemplaban para el sur sólo podía tomar forma a golpe de talonario, y esa era una inversión estratégica en la que Estados Unidos, que hasta el fatídico 11 de septiembre de 2001 no contempló seriamente emprender acciones expeditivas contra el régimen talibán, no mostró mucho interés. Así que todo tomó un cariz radicalmente diferente a raíz de los históricos ataques terroristas de Al Qaeda contra Nueva York y Washington. El Gobierno de Estados Unidos anunció la entrada en guerra con la organización de bin Laden en una campaña global con comienzo en Afganistán, quedando implícito que la destrucción de las fuerzas locales de Al Qaeda iba ligada al derrocamiento del régimen talibán. Para esta empresa resultaba imprescindible la cooperación sobre el terreno de las distintas oposiciones, y como en el sur pashtún de momento no existían guerrillas antitalibán, urgía, por imperativos militares y políticos (la integración de Pakistán en la coalición antiterrorista), que Karzai y otros jefes abrieran un segundo frente en la misma retaguardia talibán.

Mientras en Roma las gentes de Zahir Shah contactaban con el Frente Unido para establecer una fórmula provisional de unidad nacional, en Pakistán Karzai y Abdul Haq, antiguo comandante mujahid de la tribu ghilzai y como él miembro del Comité Organizador de la Loya Jirga, aceleraron sus actividades sediciosas, el primero concentrándose en los notables tribales y el segundo en sus antiguos camaradas de la resistencia antisoviética. El 8 de octubre, un día después de comenzar los bombardeos aéreos de Estados Unidos y el Reino Unido en el marco de la Operación Libertad Duradera, Karzai cruzó la frontera desde Quetta con el conocimiento de los talibán, que se lanzaron en su búsqueda; no en vano, el mullah Omar amenazaba con ajusticiar a los partidarios del ex rey si asomaban en Afganistán con ánimo insurreccional.

El 26 de octubre, Haq, personalmente muy interesado en evitar el derramamiento de sangre entre pashtunes, fue capturado y ejecutado por los talibán. Karzai asumió el peso de la operación, muy arriesgada porque Estados Unidos no se estaba implicando suficientemente con dinero y protección militar. De hecho, el dirigente durrani estuvo a punto de correr la suerte de su colega mujahid: el 2 de noviembre su partida fue interceptada en la provincia de Oruzgán por un destacamento talibán y libró un tiroteo de varias horas en el que no quedó muy claro quien llevó la peor parte. Los talibán aseguraron que habían matado a dos miembros del grupo y detenido a otros 25, pero que el "traidor" Karzai había conseguido escapar a las montañas, donde le rescató un helicóptero estadounidense de las fuerzas especiales. La familia del patricio rechazó esta versión -el Pentágono confirmó el episodio de la evacuación aérea-, e informó que seguía sano y salvo en el sur, concertando reuniones con éxito.

La inquietud por su situación se despejó el 8 de noviembre cuando desde su escondite en Oruzgán efectuó una llamada por satélite a la cadena BBC para avisar que se encontraba bien y para solicitar asistencia internacional, tanto militar como humanitaria, ya que su objetivo era ayudar al pueblo afgano a expulsar a los "terroristas extranjeros" que controlaban el país. Recalcó que su columna había sido atacada por "árabes", no por afganos. Karzai, siguiendo las instrucciones del Zahir, concibió una estrategia que no incluía las operaciones militares y que confiaba más en las negociaciones, sin excluir a jefes talibán que desearan desertar, pero aquellas se demostraron como las únicas capaces de provocar el desahucio de Omar. El 6 de noviembre, el Frente Unido, confiado tras cuatro semanas de ablandamiento aéreo de las defensas talibán y de recibir remesas frescas de armas, lanzó su embestida hacia el sur, que no detuvo hasta la toma el día 13, apenas sin pegar un tiro, de Kabul, donde Rabbani instaló su gobierno cuatro días después. Los hombres de Omar se replegaron desordenadamente a las provincias de Oruzgán, Helmand, Zabol y Kandahar para atrincherarse e intentar organizar un contraataque o una guerra de guerrillas.

En este momento, se hacía absolutamente imprescindible la entrada en acción de las tribus y milicias pashtunes, para impedir que los restos de los talibán se reorganizaran y, a pesar de haberse derrumbado como régimen político, prolongaran el conflicto militar. Mientras shuras locales se iban haciendo con el control de localidades y regiones en todo el sur y este del país, Omar y sus leales hicieron un bastión de Kandahar, a cuya conquista se dirigió Karzai. La ciudad quedó sometida a los bombardeos de la Fuerza Aérea de Estados Unidos (desde el 15 de noviembre) y al cerco de los 1.500 milicianos de Karzai y unos cuantos miles más a las órdenes de hasta 80 cabecillas pashtunes ávidos de su parte del botín (y de los fajos de dólares de los agentes estadounidenses si servían a sus intereses). El 25 de noviembre, hasta un millar de marines fue aerotransportado al frente de Kandahar en el dispositivo Libertad Rápida, centrado en labores de apoyo y de control del aeropuerto y las carreteras de la zona para cortar la retirada de unidades talibán y de Al Qaeda.

Desde sus posiciones al norte de Kandahar, Karzai tuvo que lidiar fundamentalmente con tres caudillos tribales: Gul Aghá, líder de los sherzai y gobernador kandahari hasta la conquista talibán en 1994, que desplegó el miniejército más numeroso; Abdul Khalik, autoproclamado líder de los noorzai y retornado de Estados Unidos para la ocasión; y el mullah Naqibullah, un antiguo general mujahid de los alcozai que venía manteniendo una relación ambigua, si de simpatía, con los talibán. Todos estos cabecillas rivalizaron de inmediato por la captura de Kandahar y se acusaron mutuamente de oportunismo, mientras que de sí mismos aseguraban luchar por cuenta de Zahir Shah y no tener más ambiciones que las de traer la paz a Afganistán. Ésas eran también las cartas de presentación de Karzai ante la comunidad internacional, si bien varios cabecillas pashtunes que observaban desde lejos la pugna por Kandahar coincidieron en cuestionar la autoridad y la respetabilidad de un jefe sin méritos militares, con recursos propios limitados y que dependía de la cobertura norteamericana.

Mientras la toma de Kandahar se demoraba por los recelos mutuos y la debilidad militar de los sitiadores y la irreductibilidad de los sitiados, en la ciudad alemana de Bonn se celebraba, desde el 27 de noviembre, la trascendental conferencia sobre el futuro de Afganistán, con la asistencia de cuatro delegaciones y el patrocinio de la ONU, que en la resolución 1.378 aprobada por el Consejo de Seguridad el 14 de noviembre había establecido las líneas maestras del proceso de paz. Varios fueron los regateos en el lujoso hotel de Petersberg, entre ellos la elección de la persona que iba a presidir la Administración o Gobierno Interino.

Se barajaron los nombres de Karzai, Mojaddedi, el pir Gailani (el preferido por Pakistán) y el cabeza de la delegación del Grupo de Roma, Abdul Satar Sirat, antiguo ministro de Justicia con Zahir Shah y actualmente hombre de su máxima confianza. Se indicó que ex monarca habría preferido a Sirat para el puesto por su mayor experiencia política y por su condición de uzbeko, para no dar la impresión de que representaba sólo a los pashtunes, pero, paradójicamente, el Frente Unido se decantó por Karzai, que era también el favorito de Estados Unidos. Para el Gobierno de este país, el jefe durrani representaba el contrapeso ideal a los simpatizantes de los talibán entre los notables durranis de Kandahar, además de que había dejado claro su rechazo frontal al terrorismo y el extremismo.

El histórico Acuerdo sobre Disposiciones Provisionales para Afganistán del 5 de diciembre establecía una Autoridad Interina consistente en la Administración Interina, una Comisión Especial Independiente para la Convocatoria de la Loya Jirga y un Tribunal Supremo, la cual que entraría en funciones en Kabul el 22 de diciembre; el Frente Unido se aseguró la preponderancia con 18 de los 29 puestos ministeriales, entre ellos los claves de Asuntos Exteriores, para Abdullah Abdullah, Interior, para Mohammad Yunus Qanuni, y Defensa, para Mohammad Qasem Fahim; el Grupo de Roma recibió ocho puestos, incluidas dos de las cinco vicepresidencias; el Grupo de Peshawar liderado por Gailani aceptó una cartera y el Grupo de Chipre, animado por intelectuales afganos en el exilio, renunció a tomar parte en el ejecutivo. Las cuatro etnias principales -pashtunes, tadzhikos, uzbekos y hazaras- estaban representadas apropiadamente, todo lo cual hizo de la confección de la lista de ministros un delicado encaje de bolillos.

A Zahir se le concedió el cometido simbólico de inaugurar, a los seis meses de instalarse la Autoridad Interina, la Loya Jirga de Emergencia, que decidirá sobre una Autoridad de Transición multiétnica; dentro de un plazo de 18 meses desde la asunción de la Autoridad de Transición, se reunirá una Loya Jirga Constitucional para elaborar la nueva Carta Magna; y, el proceso culminará con la celebración, como muy tarde dos años después de la convocatoria de la Loya Jirga de Emergencia, de elecciones generales a un Parlamento, que a su vez elegirá al Gobierno nacional. Se solicitó asimismo la participación de la ONU durante el período interino a través de una Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán (ISAF), que fue aprobada con la resolución 1.386 del Consejo de Seguridad el 20 de diciembre, coincidiendo con la llegada de una avanzadilla británica a Bagram.

El 7 de diciembre el frente de Kandahar tocó a su fin cuando algunos talibán y mercenarios extranjeros se rindieron (más exactamente, entregaron algunas armas a cambio de su partida) a las fuerzas de Naqibullah. Otros se escondieron en casas de la devastada ciudad y los restantes, capitaneados por Omar y sus lugartenientes, consiguieron burlar los controles de carretera y la vigilancia aérea y retirarse hasta una zona montañosa al norte, en Helmand. Esta confusa claudicación contravino el pacto establecido en la víspera por Karzai y el que había sido el embajador talibán en Islamabad, el mullah Abdul Salam Zaif, según el cual todos los combatientes con Omar a la cabeza se entregarían al jefe popalzai. Zaif aseguró que a Omar se le garantizaría un retiro digno y seguro en Kandahar, pero Karzai señaló que sólo recibiría un trato considerado si renegaba del terrorismo y reconocía su responsabilidad en los desastres padecidos por Afganistán en los últimos años.

No entraban en el cambalache las gentes de Al Qaeda, pues para Karzai, bin Laden, al que había definido como "prácticamente el ministro de Defensa de los talibán", y sus "terroristas árabes" "no tenían cabida en Afganistán". Para Estados Unidos, las condiciones de la entrega de Omar apuntaban a una amnistía encubierta, así que exigió la detención, juicio y castigo del personaje; como consecuencia, Karzai endureció su lenguaje y, comprobando que Omar se obstinaba en su situación de prófugo, declaró que había que capturarle y someterle a un tribunal internacional. Apenas unas horas antes de enterarse que había sido elegido jefe del Gobierno con la influencia determinante de Estados Unidos, Karzai se vio envuelto en un incidente bélico que rozó la ironía cruel y el desastre político: cuando supervisaba el cerco de Kandahar, una bomba de 900 kilos lanzada por un superbombardero B-52 impactó por error en las posiciones antitalibán, matando a tres soldados estadounidenses y cinco guerrilleros pashtunes, e hiriendo a bastantes más, entre los que, se aseguró en un principio, figuraba el propio Karzai con carácter leve; sin embargo, de inmediato declaró a una televisión occidental que se encontraba ileso.

El 9 de diciembre Karzai, revestido de su nueva legitimidad y coincidiendo con la extinción de los últimos focos de resistencia talibán en Helmand y Zabol, viajó a Kandahar para mediar en la disputa por el gobierno de la ciudad entre Gul Aghá y Naqibullah e impedir el estallido de combates. Se informó que Karzai, aposentado en la mansión que había ocupado Omar y protegido por militares norteamericanos, simpatizaba por el segundo para el puesto de gobernador, pero que nombró al más turbulento e influyente jefe sherzai para implicarlo en la nueva institucionalidad de Kabul. Apaciguados los ánimos en Kandahar, el 12 de diciembre se reunió en Kabul con Rabbani y los demás jefes del Jamiat para preparar la transferencia de poderes, el 16 se entrevistó con el secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, en el aeropuerto de Bagram, y el 18 voló a Roma para tratar con Zahir Shah las condiciones de su retorno al país el año próximo.

El 22 de diciembre se inauguró en Kabul, en cuyas calles ya patrullaban soldados británicos, el proceso de transición aprobado en Bonn. A la solemne ceremonia celebrada en el desvencijado edificio del Ministerio del Interior asistieron los principales líderes afganos, incluidos Ismail Khan y Rashid Dostum pese a que habían proclamado su boicot al arreglo, representantes de los países vecinos y diplomáticos internacionales. Burhanuddin Rabbani, que se había resistido a dejar el poder y que se había referido a Karzai como una "autoridad impuesta", cumplió con pundonor su función de gran perdedor de los acuerdos de Bonn dando un abrazo a su sucesor. El jefe del primer Ejecutivo afgano desde 1973 no instalado por la fuerza sino por el consenso pronunció un discurso en claro tono conciliador, con referencias a la unidad entre las etnias y clanes, a la paz y seguridad de toda la población y a los derechos de la mujer (dos miembros de este sexo integran su gabinete). Después dio en el palacio presidencial una conferencia que dedicó a explicar las necesidades económicas del país y su voluntad de investigar y procesar a los talibán involucrados en crímenes de guerra.

En los días siguientes, él, Qanuni y Abdullah se ratificaron en que las tropas internacionales, y en especial las estadounidenses (separadas de la ISAF y sólo interesadas en la captura de miembros de Al Qaeda y talibán), no constituían una amenaza para la soberanía afgana y que iban a permanecer en el país hasta que todos los "terroristas" fueran eliminados. Sobre este particular, el general Fahim, a diferencia de Karzai desfavorable a la presencia de un contingente internacional, llevó la voz cantante en las negociaciones para el despliegue del grueso de la ISAF y retrasó el acuerdo hasta el 4 de enero de 2002. Seis días después se declaró operativa la misión, que esperaba desplegar hasta 5.000 hombres de 18 países en las próximas semanas.

Estados Unidos advirtió en cualquier caso que proseguía con los bombardeos de focos de actividad enemiga y las operaciones de búsqueda de los objetivos principales, bin Laden y Omar, los dos en paradero desconocido: al primero se le perdió cualquier pista desde la toma, el 16 de diciembre, al cabo de dos semanas de bombardeos aéreos de saturación, del complejo de cuevas en las montañas de Tora Bora, en la provincia de Nangarhar, mientras que el segundo se evaporó el 4 de enero de 2002 del distrito de Baghrán, en Helmand, cuando agentes de inteligencia afganos negociaban su rendición. Karzai y los ministros civiles del Jamiat no objetaron los bombardeos aun cuando el elevado número de víctimas que ocasionaban (pretendidamente por error, como en los ataques al convoy de notables pashtunes que acudían a la inauguración en Kabul, el 21 de diciembre, con 60 muertos, y contra una aldea de Paktia, el 29 de diciembre, con 52 muertos), suscitaba quejas entre los gobernadores provinciales y hasta advertencias de desacatamiento por algunos jefes tribales.

Los medios internacionales han retratado a Karzai como un dirigente honesto que concilia los modos tribales tradicionales y el pensamiento moderno de corte occidental. Tocado con el gorro de astracán afgano, vestido con americana sobre camisa de cuello cerrado al estilo indostánico, calzado con pantalones holgados y cubierto, en las situaciones solemnes, con una túnica verde (una indumentaria que contrasta con el severo atavío talibán y que en opinión del director de la firma de moda Gucci le convierte en el "hombre más chic del mundo"), Karzai se proyecta como lo más remotamente parecido a un fundamentalista, y tampoco pasa por un intelectual islámico. Se declara comprometido con la total libertad religiosa y de vestimenta, y sobre el burka de las mujeres indicó en su momento que no iba a prohibirlo, ya que eso sería una "imposición".

Cuenta con la aceptación de esa mayoría de civiles afganos, muchos de ellos refugiados y exiliados, que están hastiados de la guerra y de las porfías deletéreas por el poder y que sólo quiere vivir en sus hogares en paz. Una de esas víctimas del drama afgano explicó a una agencia de noticias que estaba satisfecho de la elección de Bonn, porque "por primera vez en muchos años, vamos a tener a un dirigente del país que no es un criminal".

Karzai tiene por delante una empresa ingente: asentar la paz e imponer el imperio de la ley; revertir la tendencia sangrienta, profundamente arraigada ya, al sectarismo y la división territorial; reconstruir un país, de por sí nada favorecido por la naturaleza, arrasado y depauperado tras casi 24 años de guerras; asegurar el retorno a sus hogares de los tres millones de refugiados desde Pakistán, Irán y la propia Afganistán; erradicar el cultivo de opio (del que Afganistán es el primer o segundo productor mundial), una tarea que él mismo se ha impuesto; y, en coherencia con su nacionalismo afgano, elaborar una diplomacia que permita relaciones constructivas con todos los países de la región, sin injerencias pero atendiendo todos los intereses cruzados por cuestiones de economía y seguridad (por ejemplo, Pakistán ve con suspicacia al Jamiat gobernando en Kabul), y que retenga la confianza de los donantes de fondos: la Unión Europea, Estados Unidos, Japón, algunos países árabes y las agencias de la ONU.

Se cree que su inglés fluido y su indudable telegenia a la occidental, totalmente infrecuente en un mandatario afgano (otra excepción fue el difunto Masud), van a contribuir a que el interés internacional por Afganistán no decaiga en la etapa de reconstrucción posbélica, la cual, empero, no comienza libre de incertidumbres. En favor de un pronóstico moderadamente optimista cuenta el hecho de que Karzai comparte el punto de vista con el triunvirato del Jamiat formado por Qanuni, Abdullah y Fahim -un poder decisorio por sí solo - de que el país podrá empezar a levantar cabeza si se reemplaza el escenario tradicional de poderes fácticos territoriales por una democracia parlamentaria de corte europeo.

En este sentido, las primeras medidas de la Administración Interina han estado dirigidas a consolidar la seguridad en Kabul y a extenderla al conjunto de las provincias, a desarmar a los combatientes del Frente Unido y a formar, al menos el embrión, de un Ejército profesional y multiétnico. Ya días antes de tomar posesión, Karzai apeló a las distintas facciones armadas a sumarse o someterse al futuro Ministerio de Defensa unificado.

La lealtad de Khan en Herat y Dostum en Mazar-e-Sharif pareció asegurada, por lo menos a corto plazo, sobre todo después de que el segundo aceptara de Karzai, el 25 de diciembre, el puesto de viceministro de Defensa, pero la naturaleza díscola de algunos jefes pashtunes no tardó en manifestarse: el 9 de enero de 2002, dos días después de recibir Karzai al primer ministro británico Tony Blair en Bagram, se supo que Gul Aghá había puesto en libertad a tres altos responsables del Gobierno talibán que se le habían entregado, los mullah Turabi, Obaidullah y Saadudín, ministros respectivamente de Justicia, Defensa e Industria. Un portavoz de Karzai calificó de "inaceptables" unas clemencias que causaban embarazo, al igual que las prontas denuncias de que caciques tribales imponían peajes y actuaban al margen de las autoridades provisionales.

El presidente interino de Afganistán está casado desde enero de 1999 con Zinat, una doctora especializada en obstetricia que trabaja en labores de ayuda a los refugiados afganos. La pareja no tiene hijos.

(Cobertura informativa hasta 1/1/2002)