Hamad Al Khalifa
Rey (2002-) y emir (1999-2002)
1. Príncipe heredero de un emirato ultraconservador
2. Acceso al trono y programa de apertura política: reino constitucional y elecciones legislativas
3. Pivote de Estados Unidos en el golfo Pérsico y estrategia de diversificación económica
4. Las esposas y los hijos del rey
5. La pujanza política de la oposición islamista shií
6. Los límites de la liberalización del sistema: la protesta nacional de 2011, sofocada por el Ejército
1. Príncipe heredero de un emirato ultraconservador
El actual rey de Bahrein es el décimo monarca de la dinastía Banu Utub Al Khalifa, familia tribal venida del desierto de Arabia en el siglo XVII y asentada en este diminuto archipiélago (760 km²) del golfo Pérsico, consistente básicamente en la isla de Bahrein, desde que se lo arrebataran a los persas en 1783. En 1950 el príncipe Hamad vino al mundo como el primogénito del jeque Isa ibn Salman Al Khalifa, ocupante del trono desde noviembre de 1961 con el título de hakim y luego, a partir del 16 de agosto de 1971, coincidiendo con el final del protectorado británico y el acceso del país a la plena soberanía, en calidad de emir, hasta su fallecimiento el 6 de marzo de 1999. Su madre fue la jequesa Hessa bint Salman Al Khalifa, fallecida en 2009.
El muchacho recibió su primera educación en el palacio real de Riffa por preceptores áulicos que le instruyeron en el Corán y en los principios islámicos de la fe sunní, la profesada por la familia real, si bien más del 70% de la población bahreiní pertenecía y pertenece a la rama del shiísmo. Tenía 11 años cuando falleció su abuelo, el jeque Salman ibn Hamad Al Khalifa, y su padre Isa fue proclamado hakim. El 27 de junio de 1964, tras completar la escuela secundaria en Manama, adquirió la condición formal de príncipe heredero y a continuación partió a Gran Bretaña para proseguir sus estudios en el Applegarth College de Godalming, Surrey, e iniciar de paso la instrucción castrense. En 1967 completó las clases en la Leys School de Cambridge y al año siguiente se graduó por la afamada Mons Officer Cadet School de Aldershot, en Hampshire. Su primera experiencia de armas requirió también una breve estancia en la no menos célebre Royal Military Academy de Sandhurst.
De vuelta a su país, Hamad, con 18 años de edad, empezó a asumir las funciones propias de su rango. El 16 de febrero de 1968 su padre le entregó el despacho de comandante de la Guardia Nacional de Bahrein y en 1969 le nombró comandante en jefe de la nueva Fuerza de Defensa de Bahrein (BDF), creada como anticipación a la clausura por el Ejército británico de todas sus bases en el golfo Pérsico. Jefe del Departamento de Defensa y miembro del Consejo de Estado desde su establecimiento en enero de 1970, cuando en agosto de 1971 los Al Khalifa se dotaron de un Consejo de Ministros propiamente dicho para gobernar el país en su nueva andadura independiente Hamad tuvo reservado para sí el Ministerio de Defensa. Su superior inmediato en el Gobierno era su tío paterno, el jeque Khalifa ibn Salman Al Khalifa, primer ministro desde 1970.
Entre 1972 y 1973 el príncipe realizó una capacitación militar en Estados Unidos, en el Army Command and General Staff College de Fort Leavenworth, Kansas, y el Industrial College for the Military Forces de Washington, por los que se graduó con honores al Liderazgo y se diplomó en Administración Militar, respectivamente. Sus obligaciones en el terreno de la defensa no le impidieron desarrollar una intensa labor cultural, promoviendo estudios y programas para la documentación y la conservación de tradiciones nacionales tales como la hípica y la cetrería. También, mostró interés por el desarrollo de la investigación científica, la importación de nuevas tecnologías y el deporte, área que quedó enteramente bajo su jurisdicción en 1975 como presidente del Consejo Supremo de la Juventud y el Deporte. En 1974 el emir le puso además al frente del Consejo de la Familia real. En 1981 asumió la presidencia del nuevo Centro Bahreiní de Estudios e Investigación (BCSR).
La juventud y la mentalidad abierta a todo lo que supusiera modernidad no convirtieron a Hamad en un príncipe heredero díscolo, impaciente por sentarse en el trono (como era el caso de los Al Thani, dinastía de jeques históricamente rivales, en la vecina Qatar, donde en 1972 y de nuevo en 1995 los emires fueron depuestos en vida por sus sucesores designados) o que oliera a reforma. Bajo la férula del emir Isa Al Khalifa, Bahrein fue una monarquía del Golfo conservadora como la que más, que no tardó en suprimir los instrumentos, ya limitados de por sí, propios de un protoestado de Derecho y estrenados tras la independencia.
Así, el 26 de agosto de 1975, el emir, con el pretexto de que el órgano legislativo estaba torpedeando sus políticas de seguridad, decretó la disolución del Majlis al-Watani, o Asamblea Nacional, elegido en diciembre de 1973 por sufragio universal, si bien restringido a los ciudadanos varones mayores de 20 años. Asimismo, Isa suspendió algunos artículos fundamentales de la Constitución vigente también desde entonces. La Carta Magna intervenida en 1975 había sido elaborada por una Asamblea Constituyente elegida en diciembre de 1972, como el posterior Majlis, por sufragio directo. En definitiva, 1975 marcó el inicio en Bahrein de una etapa de monarquía absoluta, sin partidos políticos (rigurosamente prohibidos antes y después de esa fecha), sin cauces de representación popular y sin mecanismos de control de las decisiones del monarca, quien se sintió más cómodo con los métodos tradicionales del decreto y la consulta interna con los notables de la familia.
Ahora bien, la sociedad bahreiní distaba de estar petrificada (de hecho, estaba considerada la más liberal de entre las monarquías del Golfo) y en su seno se organizaron elementos radicalizados de la mayoría shií que plantearon una oposición frontal a Palacio. El primer disturbio serio en el Emirato sucedió en diciembre de 1981, cuando las autoridades arrestaron bajo la acusación de conspirar para derribar a la monarquía a varias decenas de militantes del Frente Islámico de Liberación de Bahrein, basado en Teherán y liderado por un clérigo iraní, Hadi al-Mudarrisi, que sin duda contaba con el patrocinio del Gobierno republicano islámico del ayatollah Jomeini.
El 31 de marzo de 1988 Hamad, luego de reestructurar la BDF con la separación de las fuerzas de Tierra, Aire y Mar, traspasó el Ministerio de Defensa al jeque y general Khalifa ibn Ahmad Al Khalifa, un pariente lejano de esta familia de alrededor de 3.000 miembros, pero retuvo la jefatura de la BDF, de manera que siguió ejecutando personalmente los programas de modernización militar. Entre agosto de 1990 y febrero de 1991 la BDF comandada por el príncipe participó en el dispositivo militar movilizado por el Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) y puesto bajo el mando supremo de Estados Unidos para, primero, proteger a Arabia Saudí de una posible invasión de Irak y, luego, tomar parte en la liberación del Emirato de Kuwait.
El príncipe heredero estuvo detrás también del pacto de cooperación en materia de defensa adoptado el 27 de octubre de 1991 con Estados Unidos, el cual amplió el acuerdo bilateral vigente desde diciembre de 1971 y renovó una colaboración que se remontaba a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando Manama y la aledaña Al Juffair brindaron el cuartel general de las actividades navales de la potencia norteamericana en la región. El pequeño emirato quedó confirmado como la base del Mando Central de las Fuerzas Navales de Estados Unidos (NAVCENT), creado en 1983, y como el fondeadero principal de la V Flota, cuyo radio de acción abarcaba el golfo Pérsico, el mar Rojo, el mar Arábigo y la costa índica de África oriental hasta Kenya.
El 16 de diciembre de 1992 Isa nombró un Majlis ash-Shura o Consejo Consultivo de 30 miembros, expandido a los 40 miembros en septiembre de 1996. Se trataba de un órgano no legislativo, sólo asesor, similiar al Majlis al-Watani disuelto en 1975, luego el poder absoluto del emir se mantuvo intacto. Justo dos años después, se produjo una segunda conmoción interna cuando un influyente clérigo shií, el jeque Ali Salman, llamó a la restauración de la Asamblea Nacional y lanzó críticas sin precedentes contra los Al Khalifa. Alimentados por un malestar que en parte tenía trasfondo económico (el desbocado paro juvenil), los tumultos que siguieron a las arengas del jeque disidente fueron reprimidos por las fuerzas de seguridad y en enero de 1995 las autoridades deportaron al jeque al Reino Unido. Para apaciguar los ánimos, el Gobierno dio entrada a cinco ministros shiíes, pero la campaña pro democracia de los militantes de esta comunidad no cesó, recurriendo en ocasiones a los métodos violentos. Las protestas se prolongaron de manera intermitente hasta 1999 y las mismas se saldaron con más de 40 muertos.
En aquella época, Hamad era impopular entre los shiíes, quienes le imputaban la paternidad de la política discriminatoria que les impedía el acceso a puestos profesionales en la BDF y la administración civil. Incluso, le relacionaron con las decisiones represivas del Gobierno, a pesar de que la seguridad interna competía a su tío, el primer ministro Khalifa, y al cuñado y primo carnal de éste (luego también del emir), el jeque Muhammad ibn Khalifa ibn Hamad Al Khalifa, ministro del Interior desde 1973. Aunque sujetos a la jerarquía del poder, Isa, el hermano Khalifa y el primo Muhammad conformaban el triunvirato dirigente de hecho, firmemente decidido a no transigir con las demandas reformistas.
A Hamad, que en 1994 publicó un libro titulado First Light: Modern Bahrain and its Heritage, se le presumían una mentalidad liberal y pragmatismo a la hora de absorber todo lo que Occidente produjera de útil para conformar esa singular síntesis, tantas veces destacada en las monarquías petroleras del Golfo, entre tradición y modernidad, pero nadie le atribuía intenciones de reforma política para el día después de la subida al trono.
2. Acceso al trono y programa de apertura política: reino constitucional y elecciones legislativas
La circunstancia se planteó de súbito el 6 de marzo de 1999, cuando Isa, a los 65 años, sucumbió a una crisis cardiaca que le sobrevino minutos después de entrevistarse en el palacio real con el secretario de Defensa de Estados Unidos, William Cohen, y a un mes escaso de asistir en Ammán a los funerales del rey Hussein de Jordania. Las disposiciones sucesorias se aplicaron al instante y Hamad protagonizó una entronización absolutamente tranquila, más porque el estado de agitación que vivía el país desde las críticas del jeque Ali Salman en 1994 se disiparon por completo.
Aunque sosegados, los militantes shiíes no se hicieron ninguna ilusión con el nuevo emir, y algunos analistas árabes y occidentales conjeturaron con que la suavización del régimen, de producirse, sería una mudanza para medio o largo plazo y, además, nada espectacular. De lo que nadie dudaba era que Hamad no iba a alterar un ápice la política exterior proestadounidense y de acatamiento al liderazgo saudí en el seno del CCG y la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). Ciertamente, en sus primeros discursos, Hamad prometió continuar las líneas de gobierno establecidas por su padre. Sin embargo, este voto de fidelidad se reveló veraz sólo en la orientación geopolítica de Bahrein y en los aspectos económicos, ya que en el terreno de la política interna el flamante emir sorprendió a todos por la prontitud y el alcance de las medidas liberalizadoras que empezó a dictar.
De entrada, en junio, Hamad amnistió a 320 detenidos y 40 reos por motivos políticos, entre ellos el prisionero más antiguo, Jafar al-Alawi, encarcelado en 1981 por su implicación en el abortado complot shií. En noviembre y diciembre otros 400 represaliados recobraron la libertad. Además, el 8 de julio, Hamad perdonó al jeque y clérigo shií Abdelamir al-Jamri sólo un día después de que un tribunal le condenara a diez años de prisión; Jamri estaba considerado preso de conciencia por Amnistía Internacional y se encontraba tras las rejas desde enero de 1996 por su presunta conexión con unos atentados con bomba contra el centro financiero de Manama cometidos aquel mes. Entre amnistía y amnistía, en octubre, Hamad estableció por decreto un comité especial para la monitorización de los Derechos Humanos.
En 2000 Hamad insistió en su voluntad de hace respetar los Derechos Humanos en el Emirato y de conceder plenas facilidades a las ONG internacionales para que supervisaran sobre el terreno los avances en la materia. Pero, sobre todo, éste fue el año del arranque de la reforma política. El 30 de mayo el primer ministro Khalifa anunció que el Majlis ash-Shura sería de elección directa por la ciudadanía en 2004 y el 3 de octubre su sobrino renovó la mitad de este órgano con la inclusión, por primera vez, de cuatro mujeres, una de las cuales era además cristiana, más un hombre de negocios judío y otro hindú. Palacio presentó la novedad como la integración en el proceso político de las minorías religiosas y las mujeres, que eran ciudadanas de segunda categoría en comparación con los hombres. En el contexto regional, el Sultanato de Omán y el Emirato de Qatar eran pionero en la concesión de derechos políticos, sociales y laborales a sus ciudadanas.
El 23 de noviembre de 2000 Hamad nombró un Comité Nacional Supremo de 46 miembros, seis mujeres entre ellos, con la misión de elaborar la llamada Carta de Acción Nacional, la cual no iba a derogar la Constitución de 1973, que seguía suspendida parcialmente, sino a brindar el marco legal específico para los importantes cambios que el emir tenía en mente, principalmente la conversión de Bahrein en un reino hereditario, el establecimiento de un parlamento bicameral en parte elegido por sufragio universal y en parte nombrado por el monarca, la creación de un sistema judicial independiente, la protección de los derechos fundamentales y las libertades públicas, y el debido reconocimiento de los derechos cívicos y políticos, con asiento de la estricta igualdad jurídica de todos los ciudadanos sin distinciones de fe, si bien el Islam iba a seguir siendo la "religión del Estado" y la sharía la "principal fuente de derecho".
El Comité terminó sus trabajos en un tiempo récord porque lo que mayormente hizo fue endosar el borrador del texto propuesto por un panel de expertos directamente sometido a Palacio, así que el 23 de diciembre el emir tuvo en sus manos la Carta lista para ser sometida a referéndum nacional, el primero desde la independencia. La consulta se celebró los días 14 y 15 de febrero de 2001 y arrojó un resultado afirmativo prácticamente unánime, un 98,4% de síes, siendo la participación del 82%. Diez días antes de la primera cita con las urnas en tres décadas, Hamad emitió una amnistía general que puso en libertad a los últimos 400 detenidos y reos políticos. Las medidas de gracia se extendieron a los exiliados en el extranjero, todos los cuales fueron autorizados a volver sin condiciones.
El 16 de febrero de 2001 Hamad firmó la Carta Nacional refrendada y dos días después emitió otro decreto que ventilaba un punto muy importante pasado por alto por la reforma constitucional y largamente demandado por la oposición y las ONG: la derogación de la Ley sobre Medidas de Seguridad del Estado, instrumento represivo vigente desde octubre de 1974 y a cuyo amparo el régimen había realizado detenciones masivas y arbitrarias de sospechosos, a la mayoría de los cuales nunca se les había imputado cargos o llevado a juicio. El Tribunal de Seguridad del Estado fue al punto abolido. El 14 de febrero de 2002 Hamad promulgó la Carta Nacional y por ende se convirtió en titular del Reino de Bahrein, sobre el papel conformado como una monarquía constitucional. Al mismo tiempo, anunció la celebración ese mismo año, en mayo y octubre, de las elecciones municipales ya anunciadas en 1999 e, inesperadamente, de las elecciones legislativas, que en principio no tocaban hasta 2004. También, decretó la completa reactivación de la Constitución así como las enmiendas a la misma dictadas por la Carta Nacional.
Los comicios a los consejos locales discurrieron entre el 9 y el 15 de mayo y supusieron un hito para las mujeres, que por primera vez en la historia de Bahrein pudieron votar y ser votadas. Sin embargo, ninguna entre la treintena de candidatas (el 10% del total de aspirantes a edil) resultó elegida. Medios periodísticos informaron que los candidatos islamistas conservadores, tanto sunníes como shiíes, obtuvieron la mayoría de los puestos. Unas semanas después, el 18 de junio, Bahrein se adhirió a la Convención internacional sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer.
Las elecciones del 24 y el 31 de octubre de 2002 para los 40 miembros del Majlis An-Nuwab o Consejo de Representantes del nuevo Majlis al-Watani fueron boicoteadas por una alianza de cuatro asociaciones opositoras, Acuerdo Nacional Islámico (Al Wefaq, de sesgo shií y cuyo líder era el jeque Ali Salman), Asociación Nacionalista Democrática, Acción Democrática Nacional (Waad, izquierda nacionalista árabe) y Acción Islámica (Amal, heredera del Frente Islámico de Liberación). Estas fuerzas, y en especial la Wefaq, criticaban que la Carta Nacional hubiese sido "otorgada" por el rey y rechazaban especialmente la conversión del Majlis ash-Shura en la Cámara alta del Parlamento; sus 40 miembros nombrados obtenían la misma capacidad legislativa que los representantes elegidos por el pueblo, y a través de ellos el monarca obtenía un efectivo derecho de veto a las disposiciones que pudiera aprobar la Cámara baja.
Las consignas opositoras fueron escuchadas y sólo el 53% del censo de 245.000 electores acudió a votar, con más incidencia las mujeres que los hombres y los sunníes que los shiíes. El resultado fue un Majlis An-Nuwab grato a Palacio, con tres facciones más o menos definidas: los islamistas sunníes moderados, los no confesionales y los independientes, acaparando los dos últimos grupos la mitad de los 40 diputados. El proceso de formación parlamentaria quedó completado el 16 de noviembre con el nombramiento por el rey de los 40 miembros del Majlis ash-Shura, que dio entrada a seis mujeres. Fue gracias a la intervención real que hubo representación femenina en la Asamblea, ya que el voto popular decidió no otorgar el escaño a ninguna de las ocho mujeres que se postularon para la cámara de elección democrática. En este terreno, Bahrein se ponía por delante del vecino Emirato de Kuwait, puesto que allí, aunque desde hacía una década ya funcionaba un Majlis legislativo de elección directa, las mujeres no podían votar ni ser votadas. En abril de 2004 Nada Haffadh, haciéndose cargo de la cartera de Sanidad, se convirtió en la primera mujer ministra de Bahrein.
Un Parlamento semidemocrático sin base de partidos y sometido a las reglas del juego dictadas por Palacio, una relativa libertad de prensa (salvo en lo concerniente a la familia real y a la fe islámica), el respeto básico de los Derechos Humanos y la tolerancia de la oposición política eran lo máximo que el rey Hamad parecía estar dispuesto a dar y preservar, lo cual, considerando la historia multisecular de absolutismos feudales en toda la región, podía parecer mucho. La supremacía de los Al Khalifa en la vida política, económica y social del Reino permanecía inalterable, lo que aseguraba la hegemonía de la minoría sunní en esas mismas áreas.
Además, el jefe del Estado mantenía la prerrogativa de nombrar o destituir a los miembros del Gobierno, que por lo tanto y en la práctica era políticamente irresponsable ante el Legislativo, del que no emanaba, por más que los diputados podían investigar e interpelar a los ministros cuya gestión fuera objeto de crítica. La familia real controlaba directamente nueve de los 23 puestos del Gobierno, incluidas todas las carteras clave. Así, las áreas de Asuntos Islámicos, Asuntos Exteriores, Interior, Defensa y el Petróleo eran competencia de ministros Al Khalifa. Las salvedades expuestas ponían en tela de juicio los asertos del rey y sus familiares sobre que la bahreiní era una monarquía democrática que permitía la participación popular en la cosa pública; monarquía constitucional de derecho, distaba, en realidad, de ser una monarquía parlamentaria al estilo europeo: aquí, Hamad reinaba y, además, gobernaba, y como gobernante no tenía que rendir cuentas a nadie.
3. Pivote de Estados Unidos en el golfo Pérsico y estrategia de diversificación económica
Hombre de carácter sobrio e imagen benigna, el rey Hamad condujo unas políticas exterior y económica que fundamentalmente era continuistas de las seguidas por su padre, aunque su sentido práctico asomó también aquí. En el primer ámbito, Manama mejoró ostensiblemente las relaciones con el régimen de Teherán, de donde en junio de 1996 retiró a su embajador tras anunciar la desarticulación de una conspiración golpista de Hezbollah-Bahrein, grupo ilegal de la militancia shií. Una de las primeras disposiciones tomadas por Hamad tras asumir el emirato fue otorgar paulatinamente la nacionalidad a los 10.000 bidun o apátridas radicados en el país desde hacía generaciones y que en su gran mayoría profesaban el shiísmo. Luego, el 17 de agosto de 2002, realizó a Irán el primer viaje oficial de un monarca bahreiní desde la revolución islámica de 1979.
Con Qatar se cerró el largo contencioso por la isla de Hawar, cuya soberanía bahreiní dejó zanjada el Tribunal Internacional de La Haya el 16 de marzo de 2001, pero las relaciones bilaterales no pudieron optimizarse por las emisiones de la televisión independiente Al Jazeera, con sede en Doha, habitualmente crítica con los Al Khalifa. En mayo de 2002 el Gobierno prohibió a la cadena qatarí cubrir informaciones desde dentro del Reino por "pretender dañar deliberadamente a Bahrein" y ser "sospechosa de sostener los intereses sionistas en la región". La irritación no era gratuita, ya que meses atrás Al Jazeera había divulgado imágenes de una manifestación antiestadounidense en Manama, protesta que no pasó de lo anecdótico.
Las siempre privilegiadas relaciones con Estados Unidos superaron incólumes, incluso salieron reforzadas, las dos grandes crisis que involucraron a la superpotencia occidental y que lanzaron inquietantes salpicaduras en esta parte de Oriente Próximo: primero, los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington y la campaña global contra el terrorismo con primera fase en Afganistán, y luego, en marzo y abril de 2003, la invasión de Irak para derrocar al régimen de Saddam Hussein.
Hamad confirmó la disponibilidad de las bases navales para la Operación Libertad Duradera y, a diferencia de Arabia Saudí, no puso condicionantes al soporte de la retaguardia de la Operación Libertad Irakí. Así, durante la guerra de 2003 los portaaviones de la V Flota y NAVCENT operaron desde Manama y Al Juffair a pleno rendimiento. Eso sí, en los prolegómenos del ataque a Irak, el monarca no dejó de sumar su voz al coro de advertencias y rechazos en el mundo árabe a la agresión militar de Washington y Londres. Hamad se guardó de aparecer en la lista facilitada por el Departamento de Estado con los 30 gobiernos mundiales que deseaban ser relacionados con Libertad Irakí; la Administración Bush aseguró que sus aliados coyunturales en la empresa ascendían a 45, solo que 15 países habían pedido "no ser desvelados".
La plena cooperación de Bahrein con Estados Unidos en el terreno militar se hizo extensiva a la investigación de las tramas financieras del Reino que pudieran nutrir de fondos a Al Qaeda y otras organizaciones terroristas de matriz islamista. Sumamente complacida, el 14 de marzo de 2002 la Casa Blanca otorgó a Bahrein el estatus de Aliado Importante No de la OTAN (MNNA), selecta condición que hasta entonces sólo poseían Egipto y Jordania en el mundo árabe (luego Bahrein fue el primer país de la península arábiga en obtenerla) y nada más que ocho estados en todo el mundo. Esta alianza formal permitió a Bahrein acceder a remesas de armamento sobrante de la OTAN, a licitaciones de contratas de las Fuerzas Armadas estadounidenses y a determinados programas conjuntos de investigación y desarrollo militar.
Se comprendió así la participación de Hamad en la cumbre de dirigentes árabes en el balneario egipcio de Sharm El Sheij el 3 de junio de 2003, compartiendo estrado con el primer ministro palestino Mahmoud Abbas, el príncipe heredero Abdullah de Arabia Saudí, el presidente Hosni Mubarak de Egipto y el rey Abdallah II de Jordania, un monarca, por cierto, que debía servirle de inspiración porque a partir de 2004 el bahreiní empezó a comparecer en sus reuniones internacionales trajeado a la occidental, sin la tradicional usanza beduina, lo que lógicamente debía parecerles a sus interlocutores una seña de modernidad. En Sharm El Sheij, Hamad y sus colegas se comprometieron ante el presidente George Bush, unido a la cita, a combatir el terrorismo y a respaldar el plan de paz de la Hoja de Ruta como fórmula idónea para poner término al conflicto palestino-israelí. Previamente, en mayo de 2001, Hamad había realizado su primera visita a Estados Unidos.
Por lo que se refiere a la economía, el Reino continuó por la senda de la estabilidad y la prosperidad que se sostenía en la producción petrolera, pero de una manera bastante menos acusada que en las demás monarquías del Golfo. Bahrein fue, en 1931, en la cota desértica de Jabal Al Dujan, el primer país de la región donde primero se descubrió y explotó en cantidades industriales el codiciado hidrocarburo, fuente de riqueza que desplazó a la primitiva economía monoproductiva, la de las perlas ostreras. Pero las reservas de crudo resultaron ser magras, en comparación con las halladas luego en Kuwait, Arabia Saudí y Qatar, lo que obligó al Gobierno a restringir la producción y a explorar otras alternativas exportadoras.
La estrategia de diversificación económica, vital para la sostenibilidad futura del país, la inició el emir Isa a finales de la década de los setenta del siglo XX con una doble apuesta: la industria no extractiva, fundamentalmente el procesamiento y refinado del petróleo en crudo y de los minerales de hierro y aluminio, así como los astilleros navales; y los servicios, con la atracción de gran número de bancos y agentes financieros, tal que el sector terciario se puso a la par que el sector secundario en cuanto a aportación al PIB. Cuando el emir falleció en 1999, el proceso presentaba un balance altamente exitoso. Hamad afianzó la tendencia, hasta convertir a Manama en una referencia internacional de las finanzas y los negocios.
El Reino exportaba mucho menos petróleo en crudo que refinado; en conjunto, los sectores petrolero y petroquímico representaban el 60% de las exportaciones nacionales y aportaban un porcentaje similar a las arcas del Estado, pero su peso en el PIB disminuyó rápidamente: del 30% en 1999 se pasó al 11% una década después. El desarrollo de un moderno parque de infraestructuras de transportes y comunicaciones, la firma en septiembre de 2004 de un Acuerdo de Libre Comercio con Estados Unidos (el primero de esta naturaleza en la región, sentó muy mal en Arabia Saudí, que acusó a Bahrein de dañar la integración comercial regional) y las masivas inversiones en servicios turísticos y acontecimientos deportivos redondearon los atractivos económicos del minúsculo país insular, que sin embargo era incapaz de resolver un problema no baladí: el elevado paro, del 15% como media pero superior entre los jóvenes. En 2009, el Gobierno, para reducir el desempleo de los autóctonos, encareció los costes de la contratación de trabajadores foráneos, que representaban el 44% de la masa laboral.
4. Las esposas y los hijos del rey
Hamad tiene cuatro esposas, con las que ha sido padre una docena de veces. Su primer matrimonio lo contrajo el 9 de octubre de 1968 con una prima dos años mayor, la jequesa Sabika bint Ibrahim Al Khalifa; ella es la consorte principal y goza de la condición de reina. Con Sabika, Hamad tuvo a los jeques Salman (1969), Abdullah (1975) y Khalifa (1977), y a la jequesa Najla (1981). El 9 de marzo de 1999, tres días después de convertirse en emir, Hamad nombró a su primogénito príncipe heredero, prolongando así el principio de primogenitura respetado sin interrupciones desde 1869, amén de comandante en jefe de la BDF con el galón de general. Formado en universidades del Reino Unido y Estados, el príncipe Salman ibn Hamad ibn Isa Al Khalifa ya tenía experiencia gubernamental como subsecretario de Defensa desde 1995, cuando pasó a presidir también el BCSR. En 2001 presidió un comité para la implementación de la Carta Nacional y al año siguiente se puso al frente del Consejo de Desarrollo Económico. Hasta la fecha, Salman ha dado a su padre cuatro nietos. Su hermano menor Abdullah se colocó como gobernador de la provincia Meridional.
Con su segunda esposa, la jequesa Sheia bint Hassan Al Jrayyesh Al Ajmi, natural de Kuwait, Hamad alumbró dos vástagos, los jeques Nasser (1987), oficial de la Guardia Nacional, y Jalid (1989). Con la tercera, una qatarí, los hijos fueron seis: Faisal (nacido en 1991 y fallecido en enero de 2006 en un accidente de automóvil en Manama), Sultan, Hessa, Nura, Munira y Reema. Con la cuarta cónyuge, una saudí de la que tampoco se sabe el nombre, el rey no ha tenido descendencia. Estas tres esposas han permanecido rigurosamente fuera de foco y, salvo Sheia, no ostentan títulos ni reciben tratamiento denominativo. Sus matrimonios, posiblemente concertados, obedecen más bien a una política tradicional de estrechamiento de vínculos con las monarquías vecinas. Por otra parte, el rey tiene ocho hermanos, cuatro hombres y cuatro mujeres. Los jeques son Rashid, Muhammad -nombrado en 1997 comandante de la Guardia Nacional con el rango de teniente general-, Abdullah y Ali; las jequesas se llaman Maryam, Shaija, Munira y Nura.
5. La pujanza política de la oposición islamista shií
(Epígrafe en previsión)
6. Los límites de la liberalización del sistema: la protesta nacional de 2011, sofocada por el Ejército
(Epígrafe en previsión)
(Cobertura informativa hasta 1/3/2004. En previsión actualización hasta 1/4/2011)