Gordon Brown

Los diez años de Gobierno de Tony Blair en el Reino Unido tocaron a su fin en junio de 2007 con la entrega del liderazgo del Partido Laborista y a continuación el puesto de primer ministro a Gordon Brown, el poderoso canciller del Exchequer, o ministro de Hacienda, desde las triunfales elecciones de 1997, con quien Blair venía manteniendo una singular relación de amistad y rivalidad. Artífice de una fructífera política económica de tipo social-liberal, aunque con algún acento socialdemócrata, y contrario a que el país adopte el euro, en 2006 Brown obligó a un Blair muy desgastado por la guerra de Irak a aceptar la renuncia en su favor en mitad de la tercera legislatura, realizando así una antigua ambición que su baqueteado superior intentó demorar todo cuanto pudo. Brown advoca un New Labour más progresista y actualizado con "nuevas ideas" y "nuevas prioridades", a la cabeza de las cuales están las inversiones públicas en educación y sanidad.

(Texto actualizado hasta julio 2007)

1. Estudiante aventajado de Historia y primeras actividades en el Partido Laborista
2. Progresión en los Comunes y coadjutor de Tony Blair
3. Una década como ministro de Hacienda del Reino Unido
4. Ambición sucesoria y presiones al primer ministro
5. Un relevo en el poder acordado con antelación
6. El mandato del premier: entre los embates económicos y los sondeos adversos
7. Las elecciones de 2010: una campaña derrotista frente a los conservadores de Cameron


1. Estudiante aventajado de Historia y primeras actividades en el Partido Laborista

Es el segundo de los tres hijos varones tenidos por John Ebenezer Brown, un reverendo de la Iglesia de Escocia (de confesión protestante presbiteriana) que ejercía su magisterio con un fuerte acento en el servicio social a la comunidad, fallecido en 1998, y Jessie Souter, fallecida en 2004. El niño nació en un área residencial del sur de Glasgow, Giffnock, hoy perteneciente al concejo de East Renfrewshire, pero desde los tres años creció y se educó junto con sus hermanos en las inmediaciones de Edimburgo, en Kirkcaldy, una población industrial del concejo de Fife, famosa por sus fábricas de linóleo, que al comenzar la década de los sesenta vio desvanecerse su vieja prosperidad. El joven Gordon recibió la enseñanza escolar en la Kirkcaldy West Primary School y luego en la Kirkcaldy High School, donde se destacó en las aulas y fuera de ellas, como miembro del equipo escolar de rugby, campeón de tenis y violinista en la orquesta estudiantil. A los once años él y su hermano mayor, John, tuvieron la iniciativa de publicar un periódico amateur de una decena de páginas llamado The Gazette, del que consiguieron vender, al precio de unos pocos peniques, algunos miles de ejemplares.

El futuro estadista hizo sus pinitos periodísticos redactando artículos deportivos, sobre los partidos que jugaban los equipos locales de fútbol y rugby, y otros de contenido social y cívico impregnados de la ética presbiteriana inculcada por el padre. Los beneficios que generaba The Gazette los destinaban los hermanos a obras sociales, en particular a ayudar a los inmigrantes africanos afincados en Kirkcaldy. El vínculo de Brown con el Partido Laborista se remonta también a esta tierna edad; por ejemplo, buzoneó propaganda electoral cuando la campaña de las elecciones parlamentarias de 1964, que devolvieron al poder a los laboristas de la mano de su líder, Harold Wilson, tras pasarse trece años en la oposición.

Las posibilidades económicas de la familia y su expediente académico adelantado le abrieron de par en par las puertas de la Universidad de Edimburgo, en la que fue admitido a los 16, dos años antes que los matriculados ordinarios. Justo antes de ingresar en la Universidad, se lesionó el ojo izquierdo cuando disputaba un partido de rugby, tras lo cual le diagnosticaron un desprendimiento de retina. Las intervenciones quirúrgicas no consiguieron evitar que se quedara tuerto, invidencia parcial que años más tarde a punto estuvo de afectar también al otro ojo: tan pronto como notó los mismos defectos de visión que había padecido en el ojo izquierdo, y temiendo quedarse completamente ciego, se hizo operar el ojo derecho, esta vez con éxito. Las convalecencias y los prolongados períodos de reposo en los que tenía prohibido leer no malpararon, empero, una brillante carrera en la especialidad de Historia, tal que en 1972, con 21 años, se sacó la licenciatura (Master in Arts) con honores de primera clase. La vocación reporteril aflorada en la infancia se prolongó ahora con su entrada en el consejo editorial de la revista The Student.

Su compromiso con la Universidad continuó, como estudiante de doctorado y, desde 1973, como un insólitamente joven lord rector de la venerable casa de estudios de Edimburgo, con casi 400 años de historia. Con su elección, Brown se convirtió en el segundo estudiante en asumir este esclarecido puesto académico, que incluía entre sus funciones la presidencia de las reuniones del Tribunal Universitario y que sólo era inferior en rango a la Cancillería, la cual ostentaba con carácter vitalicio el duque de Edimburgo, esto es, el príncipe Felipe, consorte de la reina Isabel II. En 1976 terminó su mandato de tres años en el Rectorado y se puso a dar clases de Historia y Ciencia Política, actividad docente que luego extendió al College of Technology de la Universidad Caledoniana de Glasgow.

Para entonces, Brown ya había escrito las primeras líneas de su currículum político laborista. En febrero de 1974 ayudó a un paisano y conmilitón escocés, Robin Cook, futuro compañero en el Gabinete de Ministros, a ganar su escaño por la circunscripción de Edinburgh Central, en las primeras elecciones a los Comunes que tuvieron lugar aquel año y que devolvieron a Wilson al 10 de Downing Street tras el cuatrienio gobernado por Edward Heath y el Partido Conservador. Brown valía para la actividad proselitista a pie de calle, pero su faceta más descollante era la intelectual, tal como mostró en 1975 con la publicación con el sello editorial de la Universidad de Edimburgo de The Red Paper on Scotland, una colección de ensayos escritos por plumas de militancias laborista, socialista, verde e incluso comunista, y desde una perspectiva regionalista, que reflejaba las ideas intensamente izquierdistas del veinteañero.

Tras ver de cerca cómo era una campaña para la obtención del asiento en la Cámara baja del Parlamento de Westminster, Brown lanzó su propio envite en las elecciones del 3 de mayo de 1979, siendo el líder del partido y el primer ministro James Callaghan. El partido le integró en sus listas como candidato por Edinburgh South, una circunscripción muy dura de roer para los laboristas al tratarse de un bastión inamovible de los conservadores y antes de los escoceses unionistas. La retirada del diputado desde hacía 22 años, Michael Clark Hutchison, hizo concebir esperanzas de victoria, pero Clark siguió la suerte de sus predecesores y fue derrotado por Michael Ancram, futuro dirigente tory. En términos globales, la elección resultó infausta para los laboristas, ya que inauguró un período de 18 años en la oposición a los gobiernos conservadores de Margaret Thatcher y John Major.

Tras este primer revés electoral, Brown se concentró en su actividad extrapolítica. En 1980 abandonó las clases en la Universidad Caledoniana y retomó la práctica periodística, por primera vez con carácter profesional, en la plantilla de la Scottish Television, donde en los tres años siguientes trabajó de investigador, documentalista y editor de programas. En 1982 se sacó el doctorado en Historia con una tesis titulada The Labour Party and Political Change in Scotland, 1918-29.


2. Progresión en los Comunes y coadjutor de Tony Blair

Al aproximarse el final de la primera legislatura de la revolución thatcherista, Brown, ya iniciada la treintena de edad, repuso en el primer plano sus ambiciones políticas. Esta vez el partido le postuló en una circunscripción, Dunfermline East, que era prácticamente segura y que además le resultaba especialmente familiar porque comprendía el concejo de Fife. A la segunda fue la vencida y el 9 de junio de 1983, mientras el partido, conducido por Michael Foot con una plataforma radicalmente izquierdista, era aplastado por el oficialismo conservador, él, por 11.000 votos, conseguía el ansiado escaño de común: fue uno de los 209 que sacaron los laboristas, 60 menos que en 1979. Luego de recoger su acta de parlamentario en Westminster, sus paisanos le eligieron presidente por un año del Consejo Laborista Escocés. Comenzaba la andadura de Brown en la política profesional, a la que en lo sucesivo iba a dedicarse de manera exclusiva.

En noviembre de 1985, Brown, a instancias del sucesor de Foot en el mando del partido, Neil Kinnock, quien le tenía por un joven talentoso y apreciaba su fiero discurso contra las políticas derechistas y ultraliberales de Thatcher, asumió la portavocía de Comercio e Industria en el opposition front bench laborista. En julio de 1987, en el arranque de la segunda legislatura en la oposición a los conservadores, Kinnock le metió en el shadow cabinet (otra figura tradicional del parlamentarismo británico, componente central de la anterior y concebido como un gobierno simbólico y alternativo del principal partido de la oposición) en calidad de secretario jefe del Tesoro, asumiendo el cometido de someter a un escrutinio crítico las gestiones viceministeriales de su equivalente institucional en el Gobierno de Thatcher -quien no era sino John Major, el luego primer ministro- y teniendo como jefe directo en la bancada a John Smith, el shadow chancellor of the Exchequer, o ministro de Hacienda en la sombra. En la remodelación del shadow cabinet realizada por Kinnock en noviembre de 1989, Brown pasó a hacerse cargo de la secretaría de Comercio e Industria.

En las elecciones generales del 9 de abril de 1992 el Partido Laborista volvió a mejorar sus resultados, pero la ganancia de escaños fue de todo punto insuficiente. El Gobierno de Major obtuvo la reválida y Kinnock, tras dos fracasos consecutivos, no tuvo otro remedio que arrojar la toalla. El favorito para sucederle era John Smith, un cincuentón pragmático que sostenía la necesidad de, ahondando en la revisión ya abordada por Kinnock, acometer profundas reformas en la doctrina y en la estrategia electoral del partido. Si los laboristas querían regresar al poder, sostenía Smith, debían dejar de identificarse exclusivamente con la clase obrera, el sindicalismo y la tradición socialista, y dirigir la mirada al centro. El 18 de julio Smith ganó el liderazgo del partido y días después Brown, reelegido en su escaño con el 62% de los votos, le sustituyó como canciller del Exchequer en la sombra y portavoz opositor de Asuntos Económicos y Tesorería.

En estos momentos, Brown estaba identificado como uno de los principales colaboradores de Smith, junto con compañeros del shadow cabinet como Robin Cook y Margaret Beckett, su sucesora en la Secretaría del Tesoro en la sombra en 1989 y nueva vicelíder del partido, cuya campaña previa a la convención laborista de julio se encargó de administrar. Pero la verdadera mano derecha de Smith era el también recién ascendido secretario del Interior, Tony Blair, abogado edimburgués dos años más joven que Brown, que venía causando mucha sensación por su vehemente defensa de la renovación ideológica y la ampliación de la base social del partido.

Con un carácter y un desenvolvimiento contrapuestos –sobrio, de hablar letargoso y tirando a taciturno el primero, sonriente, lenguaraz y entusiasta el segundo-, Brown y Blair mantenían una relación de amistad que se remontaba a 1983, cuando debutaron a la par en el Parlamento, pero esta camaradería estaba matizada por unos asomos de rivalidad que iban a expresarse más claramente a partir de ahora. Su carrera ascendente discurría en paralelo y de hecho formaban el dúo más prometedor de la nueva generación de dirigentes, llamada a suceder a Smith y a los de su quinta cuando llegara el momento. Por el momento, el 28 de septiembre de 1992, en la Conferencia anual laborista celebrada en Blackpool, los dos amigos fueron elegidos por los delegados para figurar entre los 26 miembros del Comité Ejecutivo Nacional (NEC), el órgano de gobierno del partido.

El 12 de mayo de 1994 Smith falleció inesperadamente de un ataque al corazón y Blair se apresuró a lanzar su candidatura para suceder al mentor prematuramente desaparecido, del que se consideraba el heredero natural. Aunque no tenía el empaque de ideólogo y visionario del pujante abogado, Brown, con un perfil de economista cincelado a golpe de intervención parlamentaria, era sin duda otro líder del partido en potencia. La Conferencia anual con sesión de votación interna estaba programada para el 21 de julio, y la competición se animó con las postulaciones de Beckett, ahora mismo la líder interina del partido, y John Prescott, un dirigente con raíces trabajadoras y perfecto exponente del laborismo clásico.

Fue entonces cuando pudo tener lugar una transacción secreta entre Brown y Blair que habría dado satisfacción a sus respectivas ambiciones, al menos a medio plazo. Este pacto entre caballeros, puramente verbal, que con los años la opinión pública iba a dar totalmente por cierto (hasta el punto de ser llevado al cine, como el tema central de una película estrenada por el realizador Stephen Frears en 2003 y con el actor David Morrissey en el papel de Brown), llamado a veces el Pacto de Granita por el nombre del restaurante londinense donde se adoptó o conocido simplemente como El Acuerdo (The Deal, cual es justamente el título del mencionado filme), tenía un contenido de lo más ambicioso.

Brown se comprometía a no presentarse a la elección del nuevo líder y a apoyar la candidatura de Blair, permitiéndole por tanto conducir el partido en las esperanzadoras elecciones generales de 1997. Blair, a cambio, si se convertía en el primer ministro, daría a Brown pleno control sobre la política económica y financiera del Gobierno desde el puesto de canciller del Exchequer y además se avendría a negociar la limitación de su ejercicio a un período no dilatado, quizá hasta el ecuador de un segundo mandato, momento en el cual el puesto de premier y el liderazgo del partido pasarían a Brown. La mudanza se produciría con la legislatura abierta, luego Blair pondría término a sus funciones mediante dimisión.

Tras hacerse con el liderazgo del partido, Blair pudo contar con el pleno respaldo de Brown, confirmado como canciller del Exchequer en la sombra, para realizar su visión de reforma radical, incluso revolucionaria por su alcance, del laborismo británico, que pasaba por: suprimir de los estatutos y el manifiesto las referencias a las nacionalizaciones y al núcleo estatal de los medios de producción, entre otros enunciados de sabor socialista; liquidar el poder decisorio de los sindicatos en los procesos internos del partido; modernizar el enfoque internacional con la asunción de un atlantismo sin complejos y de un nuevo posibilismo, abriéndose a una mayor cooperación intergubernamental –que no a la integración supranacional-, en el seno de la Unión Europea; y, también, incorporar elementos del discurso clásico del Partido Conservador como podían ser la responsabilidad individual, la limitación del Estado-providencia y la lucha contra la delincuencia.

En suma, se trataba de un Nuevo Laborismo que apostaba por una Tercera Vía menos socialdemócrata y más centrista o social-liberal. Sin embargo, Brown siempre iba a conservar una impronta matizadamente izquierdista, a diferencia del centrismo casi perfecto de que se envolvió Blair.


3. Una década como ministro de Hacienda del Reino Unido

El tándem neolaborista formado por Blair y Brown fue encumbrado por las elecciones del 1 de mayo de 1997, que depararon al partido una resonante mayoría absoluta con el 43,2% de los votos y 418 escaños. 23 años de sequía electoral tocaban a su fin. El 2 de mayo los dos dirigentes ocuparon sus respectivos inmuebles en Downing Street, que eran contiguos: el abogado convertido en politólogo se instaló en el portal 10 y el historiador devenido economista cruzó el umbral del portal 11, la residencia oficial del segundo Lord del Tesoro (el primero era el propio Blair), esto es, el canciller del Exchequer. Como teórico número dos del Gabinete aparecía el viceprimer ministro, Prescott, pero el verdadero segundo hombre fuerte era Brown.

En su primera legislatura como responsable del Tesoro de Su Majestad y de las áreas financiera y económica del Gobierno británico, Brown se ganó un crédito de gestor riguroso y competente, que aplicó con mano firme uno de los estandartes del programa electoral laborista, la no subida del impuesto sobre la renta a la vez que se respetaba el tope de gasto presupuestario establecido por el Gobierno Major. Transcurrido un año desde la asunción, el cuidadoso cálculo de gastos e ingresos produjo en las cuentas del Estado el primer balance superavitario tras un septenio de déficits. La consolidación fiscal y del crecimiento económico, y la generación de empleo eran dos objetivos fundamentales, pero también se pretendía modernizar el Servicio Nacional de Salud (NHS), muy criticado por su ineficiencia y carencias, tras años de desatención por los gobiernos conservadores, y en particular por sus insufribles listas de espera.

Brown introdujo una política fiscal que estaba en las antípodas de la practicada o proclamada por anteriores administraciones laboristas. Así, bajó del 20% al 10% el tipo de retención a las rentas más bajas, del 23% al 22% el tipo medio o básico y del 33% al 30% el impuesto de sociedades a las grandes empresas, que además vieron suprimido el impuesto especial a los dividendos, el Advance Corporation Tax (ACT). Si su moderación fiscal, su aceptación del principio de la flexibilidad del mercado laboral y su disposición a recortar algunas prestaciones públicas revelaban a un Brown liberal, aspectos como la introducción del salario mínimo interprofesional –toda una novedad en el Reino Unido- y el compromiso indeclinable con la potenciación del NHS ponían de manifiesto la fidelidad a los valores sociales del laborismo. Por otro lado, Brown se apresuró a conceder al Banco de Inglaterra una autonomía total en la definición de la política monetaria, lo que exoneró al Gobierno de fijar los tipos de interés y el precio del dinero. La responsabilidad de la supervisión bancaria fue transferida también, a la Autoridad de Servicios Financieros (FSA)

Esta decisión, facilitada por la fortaleza de la libra, no podía desligarse de los planes con respecto a la Unión Económica y Monetaria (UEM), cuya tercera etapa arrancó el 1 de enero de 1999 sin la participación del Reino Unido al estar acogido a la cláusula de exclusión (opt-out) que Major había logrado incluir como protocolo en el Tratado de la Unión Europea (TUE) aprobado por el Consejo Europeo de Maastricht en 1991. Blair, lo venía diciendo desde antes de las elecciones, era favorable en principio a la adopción del euro en algún momento del futuro, pero no se comprometió a nada, dejando en el alero una mudanza monetaria muy peliaguda por lo que entrañaba de cesión al Banco Central Europeo de un atributo clásico de la soberanía nacional, algo imposible de digerir por las poderosas corrientes de opinión euroescépticas y soberanistas, ahora mismo hegemónicas en el Partido Conservador que lideraba William Hague.

Brown mismo no era precisamente un entusiasta del abandono de la libra, postura de frialdad que ayudó a contrastar sus propios puntos de vista, los cuales no tenían que coincidir con los de Blair. En octubre de 1997 el ministro anunció que su departamento se atendría a cinco exámenes económicos para valorar la conveniencia o necesidad de adoptar el euro. Curiosamente, Brown no se refería a los criterios de convergencia financiera y monetaria fijados por el Consejo de la UE (sobre determinados valores de déficit público, deuda pública, inflación y tipos de interés, y sobre la estabilidad cambiaria), todos los cuales el Reino Unido cumplía entonces con creces, sino a si al país le iría mejor en la UEM en relación con las inversiones foráneas, los negocios de servicios financieros, la creación de empleo y la flexibilidad decisoria a la hora de capear posibles crisis, amén de si estaba preparado para el ingreso en términos globales. Las cuestiones eran tan generalistas y de respuesta tan subjetiva que sobre Brown recayó la sospecha de que, con esta batería de condiciones, lo que pretendía era dejar en el vado una transición monetaria que, de decidirse, sería previamente consultada a los ciudadanos vía referéndum.

El 7 de junio de 2001 el Partido Laborista conquistó su segunda mayoría absoluta consecutiva con 412 escaños y el 40,7% de los votos. Renovado automáticamente por Blair en el Gabinete, Brown afrontó la nueva legislatura con dos cuestiones cardinales en la agenda: la expansión del gasto social en los capítulos de sanidad, educación, vivienda y transporte, y la decisión sobre el euro.

En abril de 2002 el ministro presentó unos presupuestos anuales que contenían una inyección espectacular al NHS con el objetivo de que en el plazo de un lustro la sanidad pública británica ofreciera a sus abonados unos niveles de prestaciones iguales a los de sus equivalentes en los países de la UE con mayor gasto en salud. Para financiar los costes, Brown optó por aumentar las cotizaciones al seguro médico descontadas en las nóminas, dejó abierta la puerta a una subida tributaria que en ningún caso afectaría al impuesto sobre la renta y, confiado en el buen rumbo de la economía, no dudó en abandonar la lucha contra el déficit, cuatro años después de que la austeridad presupuestaria produjera superávit. Así, 2002 terminó con un déficit de tesorería del 2,3% del PIB y el agujero fue creciendo hasta alcanzar el 3,3% en 2004.

En abril de 2004 la Comisión Europea abrió al Reino Unido un primer procedimiento por déficit excesivo (no sancionador, ya que Londres estaba fuera de la eurozona) mientras obviaba las quejas de Brown sobre la inflexibilidad del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la UE a la hora de aplicarse a los países miembros que eran solventes en el manejo de la deuda pública, en el caso de la británica holgadamente por debajo del tope del 60% del PIB. Puesto que no quería sangrar las rentas de los contribuyentes, Brown optó por tomar préstamos y liberar fondos propios, todo en aras del ambicioso programa de inversiones sociales. Así, en julio de 2004 el ministro anunció la supresión hasta 2008 de una quinta parte del medio millón de plazas laborales en la función pública. La primera medida fue duramente criticada por la oposición conservadora y suscitó el toque de atención del FMI, en tanto que la segunda encolerizó a los sindicatos.

En cuanto al otro gran debate, el 9 de junio de 2003 Brown comunicó a los Comunes que ahora mismo no se daban las condiciones para la entrada en la eurozona –según él, sólo se cumplía uno de los cinco tests planteados en 1997, el del impacto positivo sobre el mercado de servicios financieros-, pero llenó su discurso de encendidos elogios a la moneda europea y desveló las medidas que pensaba tomar para acelerar la integración. Los observadores adivinaron en la ambivalente comparecencia parlamentaria del ministro una victoria personal de Blair, que habría convencido a Brown de la utilidad de mantener abierta la opción de acudir a un referéndum sobre el euro antes de las siguientes elecciones generales, las cuales podrían retrasarse por esa razón un año, hasta 2006. Sin embargo, la consulta, muy arriesgada de convocar mientras no se disipara la tormenta política levantada por la participación británica en la invasión y la ocupación de Irak y por los escándalos que se sucedieron, no iba a ver la luz mandando Blair.


4. Ambición sucesoria y presiones al primer ministro

A mediados de 2003, la cuestión de la conveniencia de consultar al electorado sobre la moneda europea era un elemento de tensión instalado en las relaciones entre Brown y Blair que afloró al público. Cundía la impresión de que el canciller, coincidiendo con una avalancha de repercusiones negativas para Blair tras su polémica decisión de secundar a Estados Unidos en la campaña bélica contra Irak (dimisiones-protesta de los ministros Cook y Claire Short; investigación por los Comunes de la veracidad del informe gubernamental, basado en los análisis de inteligencia y divulgado en 2002, que ponía de relieve la tenencia por el régimen irakí de armas de destrucción masiva y subrayaba su peligrosidad, lo que había resultado ser completamente falso; suicidio del asesor científico David Kelly luego de ser desvelado por el Ministerio de Defensa como el anónimo confidente de la BBC que había acusado al Gobierno de presionar a los servicios secretos para producir un informe justificativo de la invasión de Irak), empezaba a impacientarse al considerar llegado el escenario previsto en el pacto de 1994. Pero Blair, pese a encadenar un disgusto tras otro por culpa de Irak, no mostraba la menor intención de abrir una sucesión.

En el grupo parlamentario, el aparato del partido y el propio Gabinete fueron definiéndose los partidarios de uno u otro dirigentes, llamados informalmente blairistas y brownistas. En septiembre de 2003, durante la Conferencia de otoño en Bournemouth, el ministro alentó una ola de especulaciones cuando en un discurso inusualmente apasionado reclamó para el laborismo "no sólo un programa, sino un alma". Estas y otras frases fueron interpretadas en clave de promoción personal. Las desavenencias adquirieron una claridad insospechada en noviembre, cuando Brown reconoció ante los medios que Blair se había negado repetidamente a nombrarle para el NEC, del que llevaba años excluido, y deslizó sus dudas sobre el proyecto de su colega de Interior, el invidente David Blunkett, de introducir un documento nacional de identidad para todos los ciudadanos, medida que estaba conectada con la nueva legislación antiterrorista introducida tras los atentados del 11-S, otro motivo de agudas polémicas.

En la siguiente Conferencia anual del partido, la celebrada en septiembre de 2004 en Brighton, Blair, luego de ser exculpado por la comisión de investigación independiente presidida por Lord Butler de Brockwell de los fallos de los servicios de inteligencia en su evaluación de la capacidad armamentística del derrocado régimen irakí, recibió un inesperado capote de su ministro de Hacienda, quien salió en defensa de la implicación del Ejército británico en la seguridad de Irak y de la alianza con Estados Unidos frente a unas bases laboristas permeables a la rebelión pacifista. Con esta puesta en escena, Brown mitigó, aunque no mucho, la imagen que venía transmitiendo de miembro del Gabinete un tanto desvinculado, al socaire de sus responsabilidades económicas, de una decisión crítica de política exterior, la de atacar a Irak en 2003 secundando a Estados Unidos, tomada por Blair por su cuenta y riesgo.

El 1 de octubre de 2004, Blair, horas antes de someterse a una operación de corazón que no entrañaba gravedad pero que inevitablemente iba a alimentar las elucubraciones sobre su estado de salud, dio una campanada al anunciar su decisión de presentarse a las elecciones de 2005 y, en caso de ganarlas, completar el tercer mandato, al cabo del cual ya no optaría a un cuarto. Al fijar un calendario que postergaba su marcha hasta 2009 o incluso 2010, Blair, por fin, despejó el principal obstáculo para su sucesión, pero Brown difícilmente podía sentirse satisfecho, ya que un retraso tan considerable daba margen de tiempo a otros hipotéticos candidatos, más jóvenes y menos experimentados, para ganar puntos y madurar sus aspiraciones.

En estos momentos, Brown era el único dirigente laborista que podía reclamar la condición de heredero lógico y natural del Blair, pese a no haber sido su discípulo, sino un condiscípulo (ambos de John Smith). Además, el partido no tenía garantizada su victoria en 2005 frente a los conservadores, actualmente liderados por Michael Howard: si perdía en las urnas, él, seguramente, por una mera cuestión de veteranía y edad, ya no podría ser primer ministro nunca. Por todo ello, Brown habría querido que Blair le transfiriera el mando ahora.

Pasada esta oportunidad por la tajante negativa de Blair, Brown se plegó al trabajo en equipo y al servicio al partido, volcándose en una campaña electoral donde se complació en enumerar los logros y éxitos de ocho años de Gobierno laborista. Como buena parte de estas realizaciones eran un mérito de su ministerio, Brown, al destacarlas, arrojaba flores sobre sí mismo. Así, se ufanó del crecimiento económico sostenido en todo el período, con un promedio anual de aumento del PIB del 2,7%, ritmo que era superior en varias décimas a la media de la eurozona, de una inflación muy manejable, oscilando en torno al 2% anual, y de la creación de dos millones de puestos de trabajo, que había reducido el paro del 7% al 4,6%, tratándose ésta de la tercera tasa más baja de la UE, detrás de Austria e Irlanda.

Brown prometía otros cuatro años de estabilidad macroeconómica, más generación de empleo y más inversiones en las prestaciones sociales, sobre todo las orientadas a las familias trabajadoras. La educación obligatoria iba a ampliarse hasta los 18 años y el gasto por alumno iba a aumentarse en proporción a la renta nacional. La batalla por la formación de los jóvenes era para él crucial, ya que, en su opinión, la clave para que Europa en general y el Reino Unido en particular ganaran el desafío competidor de las economías emergentes de Asia estribaba, no en recortar los salarios, sino en potenciar la cualificación de los futuros trabajadores.

Las elecciones parlamentarias del 5 de mayo de 2005 confirmaron el declive ya apuntado en los comicios municipales y el Partido Laborista, erosionado por la impopular guerra de Irak, las leyes de seguridad interna, ciertos escándalos ministeriales y, personalizando todo ello, el estilo de gobernar de Blair, que se había dejado en el camino casi todo el carisma caro a sus mejores tiempos, retrocedió hasta el 35,3% de los votos y perdió 56 escaños. Sin embargo, conservó una mayoría más que suficiente para seguir gobernando sin apoyos. A Blair, la tercera victoria consecutiva en unas generales, registro sin precedentes en la historia del partido, le debió producir un sabor agridulce, puesto que había vuelto a derrotar, pese a tantos contratiempos, a unos conservadores que, eso sí, no terminaban de seducir tras un trasiego de líderes sin gancho, pero sólo para embarcarse en una larga despedida y con el prestigio irremisiblemente tocado. Y es que para gran número de militantes, las elecciones las había ganado el partido a pesar de su líder. Para Brown, en cambio, comenzaba la cuenta atrás para su ansiado salto a la cima.

Blair no cuestionaba la sucesión por su viejo amigo –aunque esta amistad parecía empañarse a marchas forzadas, si es que aún existía-; a lo que oponía reparos, y pronto una feroz resistencia, era a ser jubilado antes de tiempo. Por de pronto, confirmó en el Exchequer a Brown, que había obtenido su sexto mandato en los Comunes, con la novedad de representar esta vez a Kirkcaldy Cowdenbeath, nueva circunscripción creada a partir de las viejas de Dunfermline East y Kirkcaldy. El ministro batió a su rival del Partido Nacional Escocés (SNP), Douglas Chapman, con el 64,5% de los votos.

La segunda mitad de 2005 fue un período de compás de espera en el que sin embargo se observó un imparable deslizamiento del peso de gravedad político hacia Brown. En septiembre, luego de renunciar Blair a convocar un referéndum de ratificación del Tratado Constitucional Europeo como resultado del doble no en los referendos francés y holandés, y de tener que escuchar voces pidiéndole la dimisión sin más demora (como la de Robin Cook, el respetado ex secretario de Exteriores y líder de los Comunes, quien así se pronunció poco antes de morir de un ataque al corazón en el mes de agosto), el canciller volvió a captar la atención en el centro de convenciones de Brighton con un discurso autopromocional en toda regla, presentando sus credenciales como legítimo legatario de Blair y prometiendo encabezar un "Nuevo Laborismo renovado". Esta redundancia, acuñada con asomos de eslogan, dio pie a la prensa para hacer mordaces comentarios sobre el New-New Labour que venía a vender el eterno aspirante a primer ministro.

En la primavera de 2006, una nueva retahíla de adversidades, encabezada por el escándalo de la financiación del partido y por los fallos del Departamento del Interior en el control de la inmigración ilegal, con la eternamente frustrante guerra de Irak como telón de fondo, desataron sobre Blair un vendaval de críticas y presiones, periodísticas y políticas, para que fuera pensando en entregar ya el despacho a Brown, el cual, sin embargo, no parecía estar azuzando en su favor a las varias decenas de diputados laboristas rebelados contra las directrices oficiales en una serie de proyectos de ley, aunque algunos blairistas le acusaron de estar conspirando. En las filas del partido gobernante cundía la inquietud por el optimismo que irradiaban los conservadores con su nuevo y joven líder, David Cameron, quien recordaba al propio Blair en vísperas de su asalto al poder. Aunque el clima parecía propicio para los golpes de mano, el canciller del Exchequer no estaba dispuesto a atacar frontalmente a Blair, pronunciando una demanda alta y clara de dimisión o bien desafiándole con una elección interna inmediata.

Su paciencia fue puesta a prueba a comienzos de mayo de 2006, cuando Blair, como reacción a la fuerte derrota del partido en las elecciones locales del día 4 (pérdida de 17 ayuntamientos urbanos y de más de 300 concejalías, y, con el 26% del voto nacional, contundente derrota a manos de los conservadores y casi empate con los liberaldemócratas), hizo una remodelación del Gabinete, nombrado a Beckett para sustituir a Straw en Exteriores, a Des Browne en lugar de John Reid en Defensa, y a éste último en lugar de Charles Clarke en Interior. Los cambios ministeriales fueron vistos como una demostración de autoridad de Blair, que parecía aferrarse a la premiership.

El mismo día, 5 de mayo, Brown anunció una reunión con Blair en las próximas horas para analizar el varapalo electoral y estudiar conjuntamente una estrategia para la "renovación" del Gobierno y el partido. Dos días más tarde, sin que hubiera constancia de la celebración de ese encuentro, el canciller volvió a comparecer, en el formato de una entrevista televisada de la BBC, y fue más explícito al pronunciarse a favor de una "transición estable y ordenada", que era justamente lo que Blair había dicho que quería, aunque se distanció de los diputados laboristas que venían exigiendo al primer ministro un calendario preciso de salida. Inmediatamente después, Blair salió al paso para afirmar categóricamente que no pensaba renunciar por el momento ni facilitar un calendario de salida, ya que ello paralizaría al Gobierno. Pero dio muestras de ceder al prometer que se marcharía con la antelación suficiente para dar a su sucesor "el tiempo necesario" para afianzarse, lo que equivalía a abandonar la promesa hecha en 2004 de servir un tercer mandato completo. Además, se mostró convencido de que Brown era el hombre más idóneo para sucederle.


5. Un relevo en el poder acordado con antelación

El extraño juego que se traían entre manos Brown, enigmático en sus maniobras internas, y Blair, que parecía dosificar su rendición a cuentagotas, escenificó su siguiente y más esclarecedor acto en septiembre de 2006. El día 7, luego de encajar una carta firmada por 17 diputados laboristas –quienes aseguraban defender la opinión compartida por otros 80 compañeros de bancada y de los que siete renunciaron a sus cargos en el Gobierno- en la que se le pedía que dimitiera, Blair, por fin, confirmó públicamente algo que ya venían diciendo sus aliados en el partido, que abandonaría el poder de aquí a un año, antes de la conferencia laborista de otoño de 2007. En el aire quedaba la duda de si había ya un pacto privado con Brown sobre el calendario definitivo.

Esta fue la señal que Brown estaba esperando para anunciar, después de tantos amagos y medias tintas, su candidatura al liderazgo del partido. Fue el 25 de septiembre, ante los delegados de la Conferencia laborista reunida en Manchester, y ante Blair, con quien intercambió un rosario de elogios y al que expresó su pesar por las "diferencias" que "como en toda relación" habían mantenido. En paralelo a este acto de reconciliación, Brown incidió en el carácter social de su agenda reformista y retomó la noción de la renovación del New Labour, que era continuista en aspectos fundamentales de la gestión de Blair como la guerra global contra el terrorismo, la estrecha cooperación con Estados Unidos y las nuevas medidas en materia de seguridad interna, particularmente los 28 días de detención sin cargos de los sospechosos de terrorismo, e incluso más allá de ese límite de ser necesario, así como el proyectado carné de identidad. Al mismo tiempo, la plataforma brownista era novedosa porque apostaba por "modernizar en un sentido progresista" el terreno del centro político ya conquistado.

El 21 de marzo de 2007 Brown presentó en los Comunes su último presupuesto como Canciller del Exchequer. El ejercicio financiero de 2007-2008 ofrecía como gran novedad una reforma fiscal que suponía el segundo recorte de los tributos directos desde la llegada al poder en 1997 y que tenía vigencia inmediata. Así, el tipo básico sobre la renta pasaba del 22% al 20%, el impuesto de sociedades se reducía del 30% al 28% y el tipo de retención más bajo del 10% para las rentas inferiores a las 2.230 libras anuales quedaba abolido, lo que suponía que las rentas sujetas a tributación tendrían una retención mínima del 20%. En contrapartida, el tipo fijo para las pequeñas empresas subía del 20% al 22%.

Aunque la opinión pública seguía sin conocer el día concreto en que Blair abandonaría Downing Street, el Partido Laborista puso en marcha los trabajos preelectorales, ya que la coronación prácticamente segura del canciller del Exchequer no podía dejar de someterse a un procedimiento democrático. En las semanas siguientes, Brown vio autodescartarse para la competición interna a varios rivales potenciales, como Alan Johnson, secretario de Estado de Educación -quien optó por presentarse a la elección del vicelíder-, Charles Clarke, ex secretario del Interior, John Hutton, secretario de Estado de Trabajo y Pensiones, John Reid, actual secretario del Interior, y el seguramente más potente de todos, David Miliband, el secretario de Estado del Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales, un protegido de Blair que a sus 41 años era la más conspicua estrella ascendente del laborismo. El 17 de abril Miliband anunció que no desafiaría a Brown en la elección interna y días más tarde confirmó que su voto sería para el canciller del Exchequer.

El 10 de mayo Blair despejó la gran incógnita pendiente: la transferencia del mando en el Gobierno tendría lugar el 27 de junio. Al día siguiente, Brown lanzó su campaña electoral, que halló su principal instrumento en una web de Internet llamada Gordon Brown for Britain. El primer ministro in péctore prometió un nuevo estilo de gobernar, de manera que el Ejecutivo fuera "más abierto y responsable" ante el Parlamento y los ciudadanos, para "escuchar y aprender" de todas las capas sociales y para "restaurar la confianza del electorado en la democracia".

El marcado de distancias del estilo -más que de la era- Blair también se apreció en la toma de postura con respecto a Irak, donde el primer ministro saliente ya había dispuesto una retirada militar gradual y parcial. Así, Brown reconoció la comisión de "errores" e instó a "aprender de las lecciones" sacadas de la desastrosa ocupación del país árabe, aunque prometió mantener "nuestras obligaciones" allí y no quiso por el momento fijar un calendario para la repatriación de los 5.500 soldados. Por otro lado, simpatizaba con la idea de que el Reino Unido se dotara de una Constitución escrita, o al menos de una Declaración de Derechos. En cuanto al NHS, haría de éste "la envidia del mundo". "Mi tarea es demostrar que tengo nuevas ideas, la visión y la experiencia para ganarme la confianza de los británicos", afirmó Brown, a punto de hacer realidad su vieja ambición. Estas y otras ideas las consignó en un llamado Manifiesto por el cambio.

Del 15 al 17 de mayo tuvieron lugar las nominaciones de las precandidaturas por la bancada parlamentaria laborista. Disfrutando de un volumen de apoyos insospechado hasta hacía unas pocas semanas, Brown recibió 313 votos frente a los 29 recabados por el único conmilitón que se atrevió a retarle, John McDonnell, un representante del ala izquierda del partido y presidente de la facción Grupo por la Campaña Socialista, cuyo propósito manifiesto era unir lo mejor del "viejo laborismo" y el "nuevo laborismo" para construir un "verdadero laborismo". Puesto que McDonnell no había alcanzado el mínimo de 45 nominaciones necesarias para candidatear en la conferencia extraordinaria del partido, a celebrar en Manchester dentro de cinco semanas, la próxima elección de Brown adquiría naturaleza de simple aclamación.

El 24 de junio de 2007, luego de realizar un inesperado viaje a Bagdad, en el curso del cual reconoció implícitamente que el Gobierno había manipulado informes para justificar la invasión de Irak ("me gustaría que todos los análisis de seguridad e inteligencia fueran independientes del proceso político", declaró), y de hacerse notar tras la postura de Blair de cara al Consejo Europeo de Bruselas, en el que el Reino Unido se opuso con éxito a una serie de puntos del borrador del Tratado de Reforma de las instituciones de la UE considerados lesivos para la soberanía y los intereses nacionales (Carta de Derechos Fundamentales no aplicable a la ley común británica, mantenimiento del derecho de veto en las materias de fiscalidad y política social, alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad sin el título de ministro de Exteriores y sin prerrogativas sobre las políticas exterior y de seguridad del Reino Unido, cuestiones todas cuya salvaguardia iba a hacer innecesario, según él, un referéndum nacional de ratificación), Brown fue proclamado en Manchester vigesimoprimer líder del partido fundado en el año 1900. Una reconocida brownista, Harriet Harman, ministra de Estado de Justicia, se convirtió en la vicelíder.

El 27 de junio se produjo la mudanza gubernamental pactada meses atrás. Ese día, Blair presentó la dimisión a la reina, quien a continuación recibió a Brown para encomendarle la formación del nuevo Gobierno. El ya primer ministro, primer lord del Tesoro y ministro del Servicio Civil presentó a los miembros de su Gabinete al día siguiente. La renovación gubernamental, más drástica de lo esperado, supuso el despido de la mayoría de los responsables más próximos a Blair y su sustitución por hombres y mujeres mejor identificados con la renovación del neolaborismo. Las novedades más destacadas fueron los nombramientos de Miliband en Exteriores, Alan Johnson en Sanidad, Alistair Darling en el Exchequer, Jacqui Smith en Interior y Harman, no para el cargo de viceprimer ministro, que fue suprimido, sino para líder de los Comunes. El único veterano de peso que renovó fue Jack Straw, precisamente el predecesor de Harman, que tomó la Secretaría de Estado de Justicia. En Defensa continuó Des Browne, considerado brownista: fue el único titular del Gabinete anterior que repitió cartera.

Gordon Brown está casado desde 2000 con Sarah Macaulay, una relaciones públicas que en aquellas fechas dirigía Hobsbawm Macaulay Communications, firma de consultoría de imagen fundada en sociedad con Julia Hobsbawm, hija del conocido historiador Eric Hobsbawm. Con su matrimonio con Sarah tras seis años de relaciones, el entonces ministro puso término a una prolongada soltería que no se había visto comprometida por un puñado de noviazgos e idilios; suelen citarse los mantenidos con la periodista televisiva Sheena McDonald y con la princesa Margarita de Rumanía, hija mayor del rey Mihai I.

La pareja tuvo su primera hija, Jennifer Jane, en diciembre de 2001, pero la pequeña murió prematuramente a los pocos días de nacer. Tras esta desgracia, los Brown alumbraron en octubre de 2003 un niño, John, al que siguió un segundo varón, James Fraser, nacido en julio de 2006. A James Fraser le fue diagnosticada fibrosis quística, grave enfermedad multisistémica que va incapacitando los órganos vitales y que termina causando muerte prematura. Tras abandonar su trabajo de consultora y como resultado de su primera y traumática experiencia maternal, Sarah Gordon puso en marcha la ONG Piggy Bank Kids y se involucró en otras iniciativas caritativas de apoyo a la infancia y la maternidad desde una perspectiva médico-sanitaria.

Gordon Brown posee sendas licenciaturas honoríficas concedidas por las universidades de Edimburgo y Newcastle en 2003 y 2007, respectivamente, así como un doctorado honorífico que en 2006 le otorgó la Universidad de Nueva York. Es autor de los libros: Maxton: A Biography (1986); Where There's Greed: Margaret Thatcher and the Betrayal of Britain's Future (1989); John Smith: Life and Soul of the Party (1994, en coautoría con el periodista de la BBC James Naughtie); Courage: Eight Portraits, de 2007, donde traza unas semblanzas de Nelson Mandela, Edith Cavell, Dietrich Bonhoeffer, Martin Luther King, Robert Kennedy, Cicely Saunders, Aung San Suu Kyi y Raoul Wallenberg (en 2009 el trabajo fue reeditado con el título Courage: Portraits of Bravery in the Service of Great Causes); Britain’s Everyday Heroes (2007); y Wartime Courage: Stories of Extraordinary Courage by Ordinary Men and Women in World War Two (2008).

Ha publicado también una serie de ensayos breves y panfletos, entre los que se citan Constitutional Change and the Future of Britain (1992), Fair is Efficient: A Socialist Agenda for Fairness (1994) y New Scotland, New Britain (1999), así como los recopilatorios de discursos Moving Britain Forward: Selected Speeches, 1997-2006 (2006); Speeches, 1997-2006 (2006) y The Change We Choose: Speeches 2007-2009 (2010). Aparte, es coeditor de los tomos de ensayos de varios autores Scotland: The Real Divide. Poverty and Deprivation in Scotland (1987) y Values, Visions and Voices: An Anthology of Socialism (1995), con Robin Book y Tony Wright, respectivamente.


6. El mandato del premier: entre los embates económicos y los sondeos adversos

(Epígrafe en previsión)


7. Las elecciones de 2010: una campaña derrotista frente a los conservadores de Cameron

(Epígrafe en previsión)


(Cobertura informativa hasta 1/7/2007. Nota del editor: El 11/5/2010, como resultado de las elecciones generales del día 6, Gordon Brown dimitió y cedió la jefatura del Gobierno británico al líder conservador David Cameron, nuevo primer ministro en coalición de gobierno con los Liberales Demócratas.)