Ghazi al-Yawar

Ghazi al-Yawar, el primer presidente del Estado irakí refundado tras la invasión de Estados Unidos y el derrocamiento en 2003 del régimen de Saddam Hussein, es un jeque de tribu beduina sunní que sólo a raíz de la ocupación de su país y el arranque de la transición hacia un sistema de gobierno democrático y soberano se sintió atraído por la política. Tras liquidar sus negocios de telecomunicaciones en Arabia Saudí, Yawar ejerció de presidente interino de Irak entre junio de 2004 y abril de 2005. Titular de un cargo con atribuciones muy limitadas y más bien simbólico, Yawar, revelado como un nacionalista conservador moderado, intentó ejercer su influencia para conciliar los intereses, muchas veces contrapuestos y sectarios, de los partidos shiíes, kurdos y sunníes. Sus vehementes críticas a los abusos de las tropas estadounidenses en la calamitosa posguerra fueron simultáneas a la firme condena de toda manifestación de violencia por parte de sus paisanos, fuera insurgente o terrorista.

(Texto actualizado hasta 1/1/2007)

1. Un notable tribal sunní concentrado en los negocios
2. Inmersión en la política tras la caída de Saddam Hussein
3. Primer presidente del Estado de Irak tras la recuperación de la soberanía


1. Un notable tribal sunní concentrado en los negocios

Ghazi al-Yawar nació en 1958, el año del derrocamiento de la monarquía hachemita por el general nacionalista Abdel Karim Kassem y una década antes del golpe de Estado que permitió al partido Baaz detentar el poder absoluto. Fue en el seno de una familia de jeques beduinos sunníes de la tribu Shammar, una de las más influyentes y populosas de Irak, si no la que más, que cuenta con millón y medio de miembros encuadrados en clanes tanto sunníes como shiíes y diseminados por todo el país, aunque en mayor número en las provincias del sur.

Esta gran tribu presenta abundantes ramificaciones en Oriente Próximo y ha aportado muchos miembros a las élites de casi todos los países de la región, inclusive Yemen, los Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Siria. Hasta cinco millones de árabes musulmanes pertenecerían actualmente a esta tribu que tiene sus ancestros, como la mayoría de las de tradición nómada, en la península arábiga. Precisamente, es en Arabia Saudí donde los Shammar más han gozado del ascendiente del poder; así, una Shammar, Fahda bint Asi Al Shuraim, del clan Rashid, es la madre del rey de Arabia Saudí desde agosto de 2005, Abdullah Al Saud, quien además escogió a otra Shammar como la primera de sus cuatro esposas.

La rama irakí de los Shammar a la que pertenecen los Yawar tiene sus terruños en las provincias al norte de Bagdad, en áreas de mayoría tanto árabe como kurda. La familia, que adquirió el liderazgo nominal sobre todos los Shammar de Irak, estaba radicada en Mosul, principal urbe de la región del Kurdistán y ciudad de carácter multiétnico. Sus posesiones se extendían por la provincia de Ninawá e incluía un palacio en Rabiya, cerca de la frontera con Siria. El abuelo del muchacho, Ahmad Ajil al-Yawar, fue uno de los notables sunníes que tras la Primera Guerra Mundial tomó parte en las negociaciones con los británicos para la proclamación de un reino irakí soberano, y luego sirvió como diputado en el Parlamento de la monarquía. Un tío paterno, Muhsín Ajil al-Yawar, heredó del anterior la condición de jeque tribal y se entroncó con la familia real saudí al contraer matrimonio con una de las hermanas del entonces príncipe Abdullah.

El primogénito de cuatro hermanos, Ghazi creció en un entorno típicamente beduino, pasando largas temporadas en los páramos y pastos casi deshabitados que se extienden al sur y el este de Ninawá, lo que no fue óbice para que recibiera una formación escolar completa en colegios de Mosul, donde tuvo como compañeros de aula a otros retoños de familias pudientes. Las biografías divulgadas por los medios de comunicación con motivo de su designación presidencial en 2004 informan que en un momento indeterminado de "mediados" de la década de los ochenta Yawar abandonó Irak para instalarse en la patria de sus antepasados, Arabia Saudí.

Allí se matriculó en la Universidad Rey Fahd de Ingeniería de Recursos Petroleros y Minerales (KFUPM), sita en Dhahrán, y contrajo matrimonio con una miembro del clan Rashid de los Shammar, luego, indirectamente, se emparentó con los Saud. Ésta fue la primera o la segunda de sus esposas; la otra –las fuentes son confusas al respecto-, puede tratarse bien de una irakí que emigró con él, bien, como la anterior, de una ciudadana saudí. Los dos primeros matrimonios de Yawar, quien, por lo tanto, se acogió a la poligamia tradicional de los beduinos, fueron bendecidos con cuatro vástagos.

Yawar terminó la diplomatura en el Reino Unido y posteriormente marchó a la capital de Estados Unidos para sacarse el título de licenciado en Ingeniería civil por la Universidad George Washington. De vuelta a Arabia Saudí, en torno a 1988, fue socio fundador y luego se convirtió en vicepresidente de una próspera compañía de telecomunicaciones y sistemas de seguridad, Hicap Technology Co., a la que no le faltaron ni los pedidos ni las inversiones de la familia real, negocios que sirvieron para fortalecer sus vínculos con los Saud.

A finales de la década, los Shammar de Irak mantenían una relación un tanto tirante con el régimen del partido Baaz y su dictador absoluto, Saddam Hussein, él mismo un sunní norteño salido de un clan tribal y sabedor de cuán importante era asegurar la lealtad de los beduinos, gentes de natural independiente y, si se les provoca, belicoso, mediante halagos, coacciones y alianzas matrimoniales. Los clanes Shammar de Ninawá, distinguidos por su conservadurismo, su religiosidad y su tolerancia hacia el resto de comunidades, de siempre habían mantenido una vecindad cordial con los kurdos, cuyos partidos independentistas venían sosteniendo una cruenta guerra de guerrillas con las autoridades centrales, y últimamente se habían resistido a cooperar con los programas de arabización forzosa del Kurdistán y a verse implicados en la retahíla de episodios de limpieza étnica.

Fue a raíz de la invasión de Kuwait en agosto de 1990 cuando las relaciones entre el Gobierno de Bagdad y la potente federación tribal Shammar entraron en crisis abierta. El jeque Muhsín al-Yawar desaprobó la agresión militar contra un país amigo, aliado de Arabia Saudí y donde los Shammar tenían muchos representantes, y se negó a que los jóvenes de la tribu fueran reclutados por el Ejército. Manifestada la desafección, al jeque no le quedaba otro remedio que poner tierra de por medio, así que fijó su exilio en Londres. Como castigo, Saddam confiscó a la familia muchos terrenos de su propiedad y expulsó de las Fuerzas Armadas a todos los oficiales pertenecientes a una tribu de la que ya no se fiaba.

Con todo, los Yawar, moderados y ponderados en sus decisiones, no pasaron a librar una oposición activa contra la dictadura saddamista, que afrontaba una situación crítica con la desastrosa derrota militar en Kuwait, las sanciones comerciales impuestas por la ONU y los alzamientos simultáneos de kurdos y shiíes, que luego de ser ahogados en sangre fueron secundados por las asechanzas conspirativas de grupos opositores del exilio bien organizados y financiados por Estados Unidos, el Reino Unido y Arabia Saudí, principalmente el Congreso Nacional Irakí (INC) de Ahmad Chalabi y el Acuerdo Nacional Irakí (INA) de Iyad Allawi. A pesar de la crisis y las agitaciones en su país natal, Yawar no debió de ver muy alterado su sereno estilo de vida. Aunque entró en contacto con los círculos opositores que triangulaban entre el Reino Unido, Oriente Próximo y Estados Unidos, la militancia política no parecía interesarle y continuó dirigiendo sus lucrativos negocios en Arabia Saudí.

Por educación, por raigambre profesional y familiar, por la nacionalidad que constaba en su pasaporte y por su propia indumentaria –manto con festones dorados, camisa blanca ajustada al cuello y pañuelo también blanco ceñido a la cabeza por el doble cordón circular de color negro-, Yawar no se distinguía de los potentados autóctonos del reino saudí, como no fuera en su condición de notable tribal con una mentalidad secularizada, ajena a todo fundamentalismo o rigorismo confesional, y occidentalizada sin complejos. Puesto que no se había marchado de Irak por razones políticas –si bien, ahora, después de la caída en desgracia de su familia ante Saddam, ni quería ni, seguramente, podía retornar-, su condición de exiliado estaba mucho menos perfilada que la de personalidades bien conocidas como los shiíes Chalabi y Allawi, y el ex ministro de Exteriores Adnán Pachachi, sunní y con similar perfil secularizado y prooccidental, aunque más liberal. Los tres eran veteranos resistentes del exterior que manejaban una amplia cartera de contactos en los gobiernos, los servicios de inteligencia y las élites políticas y empresariales de Estados Unidos y el Reino Unido.

En vísperas de la guerra desencadenada contra Irak por la Administración de George W. Bush para derrocar a Saddam con los pretextos de la supuesta posesión de armas de destrucción masiva prohibidas por la ONU y las también supuestas relaciones con la organización terrorista islamista del saudí Osama bin Laden, el empresario de telecomunicaciones afincado en Riad era un perfecto desconocido para el público internacional y en Irak, aunque más comentado, tampoco gozaba de celebridad. A los que sus paisanos conocían bien y respetaban eran, colectivamente, la familia Yawar y los clanes tribales de los Shammar, cuyos jeques y notables ofrecían unas personalidades discretas, no dadas a la confrontación con el poder central o la aventura subversiva.

Así, Yawar y sus parientes no tomaron parte en la conferencia que en diciembre de 2002 reunió en Londres a una veintena larga de grupos y partidos de la oposición con el objeto de preparar una plataforma política unitaria que pudiera operar en Irak tan pronto como cayese la dictadura de Saddam. Luego, en marzo y abril de 2003, asistieron desde la barrera a la invasión de Irak, al derrocamiento del poder baazista y a la instauración de un régimen de ocupación civil y militar por las fuerzas anglo-estadounidenses.


2. Inmersión en la política tras la caída de Saddam Hussein

En mayo de 2003 los Yawar emprendieron una serie de reuniones con los responsables del Partido Democrático del Kurdistán (KDP), liderado por Massud Barzani, para discutir la situación creada en las provincias de mayoría étnica kurda y en las ciudades de Mosul y Kirkuk, donde el hundimiento del Ejército y la administración centrales, y las conquistas realizadas por los peshmergas kurdos al socaire de las avanzadillas norteamericanas habían desatado un caos de saqueos, venganzas y reyertas intercomunitarias, involucrando a árabes, kurdos y turcómanos, y produciendo numerosos muertos.

Los jefes de las tribus beduinas de la zona deseaban cooperar con los kurdos para establecer un mínimo de orden, pero, a diferencia de aquellos, empezaron a reclamar la retirada de las tropas extranjeras tan pronto como fuera posible. La familia Yawar, en particular, decía apreciar el derrocamiento de Saddam, pero advertía a los estadounidenses que, si de verdad habían venido a liberar al pueblo de Irak, debían marcharse con prontitud y abstenerse de una ocupación prolongada del país que a ellos les parecía inaceptable. Estas conversaciones políticas las condujo desde su palacio en Rabiya Abdullah Ajil al-Yawar, hijo de Humeidi Ajil al-Yawar, a su vez el hermano de Muhsín Ajil al-Yawar, esto es, respectivamente, primo y tíos carnales de Ghazi. El jeque Humeidi ostentaba el liderazgo de la tribu Shammar en sustitución de su hermano, que retenía la condición de jeque nominal pero que se encontraba en Londres desapegado de la política. Humeidi, a su vez, estaba recibiendo tratamiento médico en Alemania, así que los negociados los llevaba su hijo Abdullah.

Ghazi al-Yawar se abstuvo de opinar sobre la situación de, primero, anarquía, y luego, violencia desatada que siguió convulsionando a Irak hasta bastante después de poner él pie en su país, al cabo de 15 años de ausencia permanente, en el mes de junio. Yawar dejó en Arabia Saudí a sus dos esposas y sus cuatro hijos, liquidó sus participaciones empresariales y, se asegura, regresó para tomar parte en el proceso político con no pocas reluctancias, acatando el llamado de sus tíos jeques. Éstos le recomendaron a la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA), el órgano rector de la administración civil de la ocupación que dirigía el plenipotenciario de Washington, Paul Bremer, y abogaron por él en los cabildeos con la pléyade de partidos, grupos y federaciones tribales para que se le otorgara un puesto en el Consejo de Gobierno de Irak. Éste órgano multiétnico y multiconfesional de 25 miembros debía actuar como la primera institución nacional irakí de la posguerra, pero sometida a la autoridad de la CPA, hasta que los ocupantes transfirieran la soberanía a un verdadero gobierno teóricamente más representativo que este remedo de ejecutivo.

En realidad nombrado por Bremer, el Consejo de Gobierno se constituyó el 13 de julio de 2003 y a finales de mes se dotó de una presidencia colectiva de nueve miembros –luego ampliados a once-, los cuales iban a irse rotando en la jefatura cada mes, a partir del 1 de agosto y hasta que tomara posesión el Gobierno provisional. Yawar, que compartía mesa con los principales cabezas de facción de la antigua oposición a Saddam y que adquirió el liderazgo efectivo de la tribu Shammar en sustitución de su tío Humeidi, gravemente enfermo, y su primo Abdullah, se convirtió en miembro de la presidencia colectiva y en el undécimo presidente de turno del Consejo el 17 de mayo de 2004, en sustitución, inmediatamente después de ser asesinado, del shií confesional Ezzedín Salim, dirigente del Partido Islámico Dawa.

Salim era la enésima personalidad abatida y uno más entre las miles de víctimas que, día tras día, se estaban cobrando, por una parte, las fuerzas de la coalición y sus auxiliares irakíes, y, por la otra, la potente oposición armada, llámese resistente, guerrillera o terrorista, que acechaba a los anteriores con un sinfín de ataques, atentados y emboscadas sin ahorro de brutalidad. Transcurrido un año desde que Bush proclamara el final de la Operación Libertad Irakí, el maltratado país árabe padecía los estragos de una ocupación desastrosamente conducida por Estados Unidos y una situación de guerra sin frentes ni contendientes claramente identificados.

En el ingente batiburrillo de la rebelión cabía identificar a tres o cuatro colectivos: los insurgentes sunníes ligados a antiguos miembros del Ejército y los órganos de seguridad del Baaz, que, muy bien pertrechados, traían en jaque al Ejército norteamericano en ciudades como Ramadi, Baqubah, Samarra y Fallujah, todas ellas, de hecho, situadas bajo su control total o parcial; los rebeldes shiíes del Ejército de Al Mahdi y demás milicianos a las órdenes del clérigo radical Muqtada as-Sadr, atrincherado en Najaf y activo también en Karbala y otras ciudades del sur, amén del populoso barrio bagdadí de Sadr City; y, el magma fundamentalista islámico de matriz sunní, donde bullían integristas locales partidarios del Estado teocrático regido por la sharía junto con abanderados de corrientes jihadistas de procedencia exterior, como el salafismo jihadista, cuya obsesión era golpear a todo lo que significara occidentalidad. Entre estos últimos, adquiría un sanguinario protagonismo el grupo del jordano Abú Musab az-Zarqawi, denunciado, con todo fundamento, como el caballo de Troya de Al Qaeda en Irak y como el autor de las peores atrocidades terroristas.

Ya antes de convertirse en el último presidente del Consejo de Gobierno, con mandato hasta la transmisión formal de la soberanía por la CPA al nuevo Gobierno Interino de Irak en la fecha del 30 de junio de 2004, Yawar, que empezó a ser nombrado con el título de jeque y al que la población enjarretó el mote, nada halagador, de "Vaca sonriente" (al Baqara al dhahika), alzó su voz crítica con la estrategia militar aplicada por Estados Unidos para aplastar a los rebeldes, posicionamiento que traía a las mientes el talante nacionalista de su tío Humeidi. En abril, encajó con gran enfado la vasta operación de castigo contra Fallujah, principal reducto de la insurgencia sunní y donde el último día de marzo habían sido quemados y mutilados en una emboscada cuatro contratistas civiles de Estados Unidos. Los masivos ataques del Ejército norteamericano, que, a la postre, resultaron infructuosos, causaron en esta ciudad al oeste de Bagdad centenares de víctimas, muchas de ellas civiles inermes.

Por su condición de notable sunní ampliamente respetado, Yawar era el interlocutor ideal del Consejo de Gobierno con las autoridades religiosas y civiles de Fallujah que daban cobijo a los partisanos y, según denunciaba el mando estadounidense, también a Zarqawi y su gente. Sus intentos de negociar un alto el fuego fueron en buena parte torpedeados por los brutales bombardeos de la aviación estadounidense, que le impelieron a bramar contra lo que le parecía un "genocidio" cometido por la superpotencia en Fallujah y a amenazar con dimitir.

Después, puso objeciones al borrador de resolución manejado por el Consejo de Seguridad de la ONU para respaldar el cronograma de la transición en los términos negociados por Bremer, el enviado especial de la ONU, el argelino Lajdar Brahimi, el Consejo de Gobierno y el gran ayatollah Sayyid Alí al-Husseini as-Sistani, máximo dirigente espiritual de los shiíes de Irak y personaje clave para el éxito del complicado proceso político, calendario que se había resignado a agilizar y modificar con respecto a sus planes iniciales el Gobierno de Washington, que afrontaba atribulado el imparable deterioro de la seguridad y el auge de la contestación a la ocupación. Ahora, las partes contemplaban la celebración de elecciones a una Asamblea Nacional transitoria antes del 31 de enero de 2005, poder legislativo del que emanarían un Gobierno Transitorio y la Constitución permanente.

A Yawar le inquietaba en particular el capítulo de la resolución concerniente al estatus de los 160.000 soldados extranjeros llegados con y tras la invasión, que luego de la transferencia de la soberanía dejarían de ser tropas ocupantes y adquirirían un estatus de "fuerza multinacional bajo mando unificado". Aunque consideraba vital la permanencia de un fuerte contingente de tropas internacionales para combatir la inseguridad en tanto las Fuerzas Armadas irakíes, refundadas y entrenadas por Estados Unidos, no pasaran de la fase embrionaria y otros brazos armados, como la Guardia Nacional y la Policía, carecieran de hombres y medios suficientes, luego sólo el tiempo estrictamente necesario, Yawar deseaba que el futuro Gobierno tuviese plena autoridad sobre las operaciones militares desarrolladas en todo el territorio nacional, teóricamente bajo su jurisdicción. Cuando el texto final vio la luz el 8 de junio, quedó claro que el Gobierno irakí no iba a tener derecho de veto sobre las operaciones contrainsurgentes y antiterroristas de la fuerza multinacional.

Yawar y la mayoría de sus compañeros consejeros se pusieron de acuerdo con Estados Unidos para conceder, el 28 de mayo, el puesto de primer ministro del IIG a Allawi, un dirigente político partidario de la mano dura contra los enemigos jurados de las nuevas autoridades de Bagdad y proclive a emplear el lenguaje justiciero y maniqueo del núcleo neoconservador de la administración estadounidense, pero que, a diferencia de Bremer, auspiciaba la recuperación para el servicio activo de antiguos miembros de los servicios de seguridad de Saddam; él mismo, hasta que rompió con el régimen a mediados de los años setenta, había sido un celoso servidor de los órganos represivos del Baaz.

Quedaba por designar al titular de la Presidencia del Estado para el período interino que caducaba tras las elecciones legislativas de enero de 2005, el cual, secundado por dos vicepresidentes, iba encabezar un esquema tripartito que más tarde se denominaría Consejo Presidencial. Esta institución iba a integrar la llamada autoridad ejecutiva transitoria, junto con el primer ministro y el Consejo de Ministros, para el período de transición delimitado por unas primeras elecciones, las de enero de 2005, y unas segundas, a celebrar en diciembre del mismo año.

La Ley de Administración del Estado de Irak para el Período de Transición, remedo de Carta Magna interina firmada por el Consejo de Gobierno el 8 marzo anterior, confería al Consejo Presidencial las funciones de "representar la soberanía de Irak y supervisar los altos asuntos del país". La Presidencia tenía la capacidad de vetar la legislación aprobada por la Asamblea, pero los diputados podían sortear el veto volviendo a aprobar la norma en cuestión por una mayoría de dos tercios. Su designación del primer ministro estaba sujeta a la validación del Legislativo, y si nombraba a los ministros, era únicamente a "recomendación" del jefe del Gobierno.

La Ley de Administración para el Período de Transición establecía con claridad que el Consejo Presidencial desempeñaba la comandancia suprema de las Fuerzas Armadas sólo "para propósitos ceremoniales y protocolarios". Además, los nombramientos del director general del Servicio Nacional de Inteligencia y de los miembros de la cúpula de las Fuerzas Armadas competían al Consejo de Ministros. En otras palabras, el presidente y sus dos segundos carecían de poder político, más allá de la capacidad para hacerse escuchar e influir en el curso de los acontecimientos en función de su autoridad y respetabilidad como personas.

Yawar, a sus 46 años considerado un hombre joven para el proceso político en marcha, aceptó postularse para presidente interino a pesar de las exiguas atribuciones reservadas al cargo, en lo que se encontró con tres contrincantes: el octogenario Pachachi, claro favorito de los estadounidenses, quienes veían con reparos al jeque sunní por su inexperiencia política, sus asomos de intemperancia verbal y su carácter no acomodaticio a las disposiciones de la CPA y el mando castrense, y el preferido también por el enviado especial Brahimi; Saad al-Janabi, empresario independiente y miembro de otra tribu influyente; e, Ibrahim Faysal al-Ansari, ex general del Ejército que tras el golpe de los baazistas en 1968 había sido degradado, torturado y encarcelado.

Días atrás, Yawar había arremetido en una entrevista televisada contra Estados Unidos por cómo venía llevando la ocupación. Sus palabras concretas, que no gustaron nada a Bremer y a sus superiores en Washington, fueron las siguientes: "Culpamos a Estados Unidos en un ciento por ciento de la inseguridad en Irak (…) Ellos ocuparon el país, disolvieron las agencias de seguridad y durante diez meses dejaron las fronteras abiertas a cualquiera que quisiera entrar, sin visado e incluso sin pasaporte".

La mayoría de los miembros del Consejo de Gobierno hicieron piña con Yawar frente a las pretensiones de Bremer. Para muchos de sus colegas, que se debatían entre la gratitud a Estados Unidos por el derrocamiento de la dictadura y el celo soberanista, el jeque era la persona capaz de ejercer el contrapeso a Allawi -una figura muy conocida pero no popular, que debía ganarse el reconocimiento de la calle con logros de gestión y cargar con todo el coste político de la represión de la resistencia y sus daños colaterales entre la población civil- y de propiciar un consenso nacional en torno a unas metas ineludibles como eran la democracia, el Estado de derecho, la seguridad y la reconstrucción material.

Preclaro defensor del federalismo, enemigo de los encasillamientos étnicos y religiosos de sus paisanos, y portavoz espontáneo de las preocupaciones y sensibilidades del irakí medio, Yawar era un aspirante al puesto igualmente válido para los árabes sunníes, los árabes shiíes y los kurdos. No obstante ser un mandamás tribal, creía en el tribalismo como fuente de valores y de cultura, no como línea de acción política ("las tribus en Irak deben ser un poder social orillado en la arena de la política y la vida civil"). En apariencia, en él se producía una feliz síntesis entre tradicionalismo y modernidad. Otros elogios de su persona se basaban en consideraciones más inanes, como su negativa a vestir a la usanza occidental y, supuestamente, su relativa inmunidad al estigma de "títere de los americanos". Ahora bien, el terrorista Zarqawi, en sus amenazas de muerte, no hacía distingos entre Allawi y resto de los dignatarios aupados a sus puestos bajo la sombrilla de la ocupación extranjera.


3. Primer presidente del Estado de Irak tras la recuperación de la soberanía

El 1 de junio de 2004, los tiras y aflojas entre el Consejo de Gobierno, la CPA y Brahimi se zanjaron en favor de Yawar. Los miembros del IGC se salieron con la suya en el momento en que Pachachi, aduciendo "razones personales", arrojó la toalla. De acuerdo con algunas informaciones, el sofisticado y cosmopolita Pachachi se retiró de la contienda cuando algunos colegas consejeros filtraron la especie de que era "el candidato de Estados Unidos", lo que le invalidaba en el acto a efectos de credibilidad popular. Junto con Yawar fueron elegidos los dos vicepresidentes: el shií Ibrahim al-Jaafari, jefe del Dawa, y Rowsch Nuri Shaways, kurdo del KDP. El mismo día, el Consejo de Gobierno dejó paso a un Consejo de Ministros interino presidido por Allawi. Luego, en un golpe de efecto de Estados Unidos, la transferencia de la soberanía se adelantó en dos días, así que fue el 28 de junio cuando la CPA se disolvió y el Gobierno Interino tomó posesión, con su primer ministro, su Consejo de Ministros, el presidente del Estado y los dos vicepresidentes.

Yawar inició sus funciones interinas con ánimo voluntarioso, resuelto a no verse relegado a la condición de presidente de paja. Volvió a quejarse de que el Gobierno Interino no ejerciera la "plena soberanía", déficit del que responsabilizó no tanto a Estados Unidos como a la ONU, y pidió un "juicio muy justo" para Saddam, capturado en diciembre por los soldados estadounidenses y ahora entregado a la custodia legal del Estado. Pero también se declaró partidario de la pena de muerte -restituida por el Gobierno-, denunció la violencia contra las fuerzas internacionales y advirtió que el Gobierno Interino emplearía "una espada muy afilada contra cualquiera que amenace la seguridad de este país", puntualizando de paso que "terrorismo no es sólo matar y hacer estallar bombas; todo aquel que amenaza la vida ordinaria de la gente es un terrorista".

Yawar debutó en el escenario internacional con motivo de la cumbre anual del G-8, celebrada en Sea Island, Georgia, Estados Unidos, del 8 al 10 de junio. Asistió en calidad de invitado, junto con los líderes de Jordania, Argelia, Turquía, Afganistán, Yemen y Bahrein, para testimoniar la presentación por la administración Bush de su Asociación para el Progreso y el Futuro Común con el Gran Oriente Medio y el Norte de África. Aparte del evento colectivo, Yawar y Bush sostuvieron en Sea Island una reunión bilateral.

En las semanas y meses siguientes a su asunción, mientras la violencia inmisericorde arreciaba a lo largo y ancho de la geografía irakí, Yawar fue matizando su postura frente a la trágica situación que vivía el país, sacándose en claro que sus diferencias con Allawi no eran tanto de fondo como de formas y de táctica. Así, el presidente y el primer ministro fueron los artífices de los proyectos de legislación sobre seguridad nacional y antiterrorismo, y barajaron planes para conseguir que las facciones de la resistencia desligadas de los actos de terrorismo entregaran las armas y se reinsertaran en la sociedad civil, los órganos del Estado o el proceso político, a cambio de una amnistía y gratificaciones económicas.

Esta estrategia se empezó a aplicar con visos de éxito con los milicianos shiíes de Sadr en el mes de octubre, justo cuando escalaban los bombardeos aéreos de Estados Unidos contra Fallujah con el objetivo prioritario de cazar a Zarqawi. Embarazado por el reguero de víctimas civiles en Fallujah -varias decenas cada semana-, Yawar presionó a Allawi para que apostara por la negociación con el consejo de notables sunníes que regía la devastada ciudad. A principios de mes, el presidente volvió a emplear un lenguaje áspero para valorar el exitoso asalto por 3.000 soldados estadounidenses y 2.000 efectivos irakíes de Samarra, que se saldó con la muerte de un centenar largo de moradores, según Estados Unidos, todos insurgentes. En declaraciones a la cadena saudí Al Arabiya, Yawar tachó los destructivos ataques aéreos de "castigo colectivo" y de "cuestión muy enojosa que no puede ser aceptada de ninguna manera".

En otro orden de cosas, el 4 de septiembre de 2004 trascendió que, dos días atrás, Yawar había convertido a la ministra de Obras Públicas, Nesrín Barwari, en su tercera esposa. Según parece, la ceremonia se celebró con suma discreción en la ciudad de Arbil y la noticia en sí pasó prácticamente desapercibida en los medios internacionales. De hecho, el asunto se rodeó de tal secretismo que algunos medios regionales simplemente se hicieron eco del rumor, sin confirmar si lo ventilado en Arbil había sido el matrimonio en sí o sólo la formalización del compromiso. Barwari, doce años más joven que Yawar, era una kurda del KDP e ingeniera de formación conocida por su defensa de los derechos de la mujer en Irak, militancia que la había convertido en objetivo de los terroristas. En cuanto a su sorpresiva y oficiosa boda con Yawar, los periodistas del Kurdistán especularon sobre si no se tratarían de unos esponsales tradicionales de regusto tribal, para sellar alianzas entre comunidades.

Yawar se mostró firme partidario de no retrasar la fecha prevista, el 30 de enero de 2005, para celebrar las primeras elecciones legislativas democráticas, a la Asamblea Nacional de transición, a pesar del recrudecimiento de la violencia practicada, según él, por los "ejércitos de la oscuridad, que no tienen más objetivos que minar el proceso político e incitar a la guerra civil". Así lo transmitió el 6 de diciembre en su recepción en la Casa Blanca al presidente Bush, quien coincidió con él en que la fecha de los comicios era inamovible. Optimista, el mandatario árabe aseguró que en el plazo de un año las fuerzas armadas y de seguridad irakíes podrían estar formadas y operativas, lo que permitiría la retirada de las tropas de Estados Unidos y el Reino Unido.

A diferencia del grueso de la militancia sunní, encuadrada fundamentalmente en el Partido Islámico Irakí (IIP) de Muhsín Abdel Hamid y Tarik al-Hashimi -que en noviembre rompió con el Gobierno Interino en protesta por el ataque estadounidense a Fallujah- y la Asociación de Ulema Musulmanes, los cuales llamaron al boicot, Yawar y su grupo de sunníes moderados participaron en las elecciones con la lista Los Irakíes. Entre sus 80 candidatos, encabezados por Yawar, figuraban personalidades tribales de los Shammar, pero también algunos shiíes. Los Irakíes tuvieron un rendimiento electoral muy pobre debido al abstencionismo generalizado entre los sunníes: hubieron de conformarse con 150.000 votos (el 1,8%) y cinco diputados, entre ellos Yawar, quedando en un casi testimonial cuarto puesto tras la Lista Irakí del primer ministro Allawi, la Alianza Democrática Patriótica del Kurdistán (DPAK), que reunía a los partidos kurdos KDP y PUK, y la Alianza Irakí Unida (UIA), un bloque dominado por los shiíes confesionales (SCIRI, Dawa, Organización Badr) y que fue la gran vencedora de la jornada.

La necesidad de redefinir el equilibrio étnico-religioso en el reparto de las cuotas de poder con arreglo a los resultados electorales exigía que fuera un kurdo el presidente del Estado en la fase transitoria que ahora comenzaba. Yawar no puso inconvenientes, aunque reclamó una de las dos vicepresidencias de que se componía el Consejo Presidencial, rechazando la oferta alternativa de presidir la Asamblea Nacional. El 3 de abril de 2005, un diputado de Los Irakíes, Hashim al-Hasani, ministro saliente de Industria, fue elegido presidente de la Asamblea. El 6 de abril Yawar consiguió su propósito y fue investido por los legisladores vicepresidente del Estado junto con el líder del PUK, Jalal Talabani, para el puesto de presidente, y Adel Abdel Mahdi, islamista shií del SCIRI y hasta ahora ministro de Finanzas, para la otra vicepresidencia. Al día siguiente, 7 de abril, el jeque tomó posesión de su nuevo cargo junto con sus compañeros del Consejo Presidencial.

Posteriormente, el 3 de mayo, Yawar se ausentó de la ceremonia de toma de posesión del Gobierno Transitorio de Irak, lo que fue interpretado como una muestra de enfado por la cicatería del nuevo primer ministro, el shií Jaafari, en la concesión de determinas carteras ministeriales a los sunníes. De cara a las elecciones del 15 de diciembre de 2005 al nuevo Consejo de Representantes, que debían cerrar el período de transición una vez redactada, refrendada y promulgada la nueva Constitución, Los Irakíes articularon con el INA de Allawi y una serie de partidos menores de ideología republicana, comunista y socialista la Lista Nacional Irakí (INL), que fue presentada como una oferta electoral secular y progresista, formada por demócratas irakíes que no querían ser encasillados por su confesión y que apostaban sin reservas por la unidad nacional.

Las apelaciones de Yawar, Allawi y Pachachi a dejar atrás la segmentación tradicional en los tres bloques étnico-religiosos tuvieron un eco bastante escaso en el electorado, que otorgó a la INL el 8% de los votos y 25 escaños. La UIA de los shiíes volvió a ganar, aunque esta vez no por mayoría absoluta, seguida por la DPAK de los kurdos y el sunní Frente del Acuerdo Irakí (IAF), cuyo principal integrante era el IIP. Yawar continuó como vicepresidente del Estado hasta el final del período de transición. El 22 de abril de 2006 Talabani y Mahdi fueron reelegidos para ejercer como mandatarios permanentes, pero Yawar cedió el testigo a Tarik al-Hashimi, del IAF. El jeque continuó en la política representativa como diputado del Consejo de Representantes.

(Cobertura informativa hasta 1/1/2007)