Gerhard Schröder
Canciller federal (1998-2005) y líder del SPD (1999-2004)
Los siete años, de 1998 a 2005, de cancillerato de Gerhard Schröder en Alemania fueron una lucha política constante por superar la crisis económica y financiera que señoreó el período y las críticas a su labor del ala izquierda de su propio partido, el Socialdemócrata. Pragmático y maniobrero, capaz de resurgir de la peor adversidad, Schröder acuñó primero la noción del Nuevo Centro y luego lanzó la Agenda 2010, una andanada de reformas estructurales centradas en la reducción de las cargas sociales del Estado y la modernización de la economía. Coaligado con Los Verdes de Joschka Fischer, fue reelegido por los pelos en los comicios al Bundestag de 2002 y tres años después hubo de someterse a unas votaciones anticipadas que decidieron su adiós al poder y a la política, pero no sin dejar al SPD en el Gobierno, formando una gran coalición con los democristianos de Angela Merkel. De puertas al exterior, el canciller fortaleció el eje franco-alemán junto con Jacques Chirac, se opuso a la invasión de Irak por Estados Unidos y estableció con el ruso Vladímir Putin una polémica asociación estratégica centrada en los suministros de gas.
(Texto actualizado hasta enero 2008)
1. Un socialdemócrata radical hecho a sí mismo
2. Proyección en la política federal desde Baja Sajonia
3. La hora de la moderación en el SPD: el Nuevo Centro
4. Victoria electoral y llegada a la Cancillería en 1998 en alianza con Los Verdes
5. Revisión de la política exterior de Alemania
6. Sucesión de contratiempos en la política doméstica
7. Reconducción de un Gobierno al borde del fracaso
8. Una posición más nítida en la escena internacional
9. Trabajosa reelección en 2002 en un contexto de crisis económica
10. Los pilares de la segunda legislatura: el rechazo a la guerra de Irak y la Agenda 2010
11. Votaciones anticipadas, forcejeo con la CDU y entrega del poder a Merkel
12. Un controvertido reemplazo de la política por el sector privado
1. Un socialdemócrata radical hecho a sí mismo
El padre, Fritz Schröder, trabajador en un parque de atracciones, murió a los 32 años en octubre de 1944, seis meses después de nacer su hijo, mientras combatía como cabo de la Wehrmacht en el frente de Rumanía, donde las tropas alemanas se batían en retirada ante el avance soviético; 57 años más tarde, en abril de 2001, sus deudos iban a conocer la ubicación de sus restos, en una tumba colectiva al lado de la iglesia ortodoxa del pueblo transilvano de Ceanu Mare, cerca de la ciudad de Cluj. La viuda, Erika, tuvo que pluriemplearse como obrera fabril y en el servicio doméstico, llegando a trabajar hasta 16 horas diarias, para sacar adelante a la familia, que completaban dos hermanas mayores, en los duros años de la posguerra. La familia abandonó su hogar en Mossenberg, un pueblo cercano a Blomberg, en Renania del Norte-Westfalia, y se instaló en la ciudad de Göttingen, en Baja Sajonia.
La precaria situación familiar, casi de supervivencia, no mejoró después de que la viuda de guerra se casara en 1947 con un obrero, Paul Vosseler, cuyas dolencias crónicas y falta de especialización le mantuvieron apartado del trabajo durante largos períodos de tiempo. Además, la prole se amplió con las dos hijas y el hijo tenidos por la madre y el padrastro del chico. El joven Gerhard detrajo tiempo de escuela para contribuir a la maltrecha economía doméstica con trabajos a tiempo parcial y algún hurto ocasional, en un país devastado y sometido a un riguroso racionamiento por las potencias ocupantes. A los 14 años Schröder dejó definitivamente la escuela por no poder pagarle sus padres la educación secundaria y en 1959, el año en que el Partido Socialdemócrata de Alemania (Sozialdemokratische Partei Deutschlands, SPD), bajo el liderazgo de Erich Ollenhauer, celebró en Bad Godesberg el histórico congreso que eliminó los principios marxistas y adoptó el modelo de economía social de mercado, entró a trabajar como aprendiz en una empresa de comercio minorista en la población de Lemgo, en el distrito renano de Lippe.
En parte para costearse nuevos estudios y en parte para llevar ingresos, siempre urgidos, a casa, el muchacho continuó laborando como tendero y peón de la construcción en Lage y Göttingen. Desde 1962 tomó clases nocturnas de enseñanza media con la intención de sacarse el bachillerato por la vía subsidiaria de la formación en la rama comercial, aunque sin descuidar su condición de cabeza de familia, luego de quedar su padrastro recluido en un sanatorio para tuberculosos, donde terminaría falleciendo en 1964.
En 1966 aprobó en el Westfalen-Kolleg de Bielefeld el examen de final de secundaria (abitur), pudiendo entonces matricularse en la Universidad Georg-August de Göttingen e iniciar unos estudios de Derecho con la mirada fija en el título de abogado; a priori, la meta se presentaba bastante improbable para un joven sin dinero ni apellido, surgido de los estratos más bajos de la sociedad de la posguerra y carente de cualquier ayuda familiar, pero, inopinadamente, la alcanzó, en 1971. Mientras preparaba el primer examen jurídico del Estado, previo al período obligatorio de prácticas legales, siguió vinculado a la Universidad como miembro del personal lectivo auxiliar. Realizada la pasantía, en 1976 aprobó el segundo examen jurídico y se colegió como abogado. Dos años después, empezó a ejercer la profesión en Hannover, la capital sajona, al frente de su propio bufete.
Schröder había ingresado en el SPD en 1963, y, aunque se mantuvo al margen de las revueltas estudiantiles de 1968, que le pillaron con 24 años, en la década siguiente se desenvolvió en los ambientes radicales y anticapitalistas de la izquierda. El abogado en prácticas alcanzó su primera notoriedad en las filas de las filomarxistas Juventudes Socialistas del SPD, los popularmente llamados Jusos, que discrepaban de algunos de los postulados del presidente del partido, Willy Brandt, y bastante más de la gestión del canciller federal Helmut Schmidt, exponente del ala más moderada del SPD y sucesor del anterior en la jefatura del Gobierno en 1974.
Él mismo un marxista declarado y un militante en las causas antinuclear y antiatlantista, como abogado Schröder defendió a Horst Mahler, un compañero de profesión acusado de colaborar con la banda terrorista Baader-Meinhof, surgida de la Fracción del Ejército Rojo (RAF). En 1978 Schröder se convirtió en presidente federal de los Jusos y sólo dos años después, en las elecciones federales del 5 de octubre de 1980, que concedieron un nuevo mandato al Gobierno de coalición del SPD y el Partido Liberal Demócrata (FDP) de Hans-Dietrich Genscher, fue uno de los 218 candidatos socialdemócratas que obtuvieron el escaño en el Bundestag o Cámara baja del Parlamento de la RFA. El partido le premió poniéndole al frente de la sección del SPD en Hannover.
Pasar de juso vociferante a respetable legislador en Bonn —aunque ni trajeado ni encorbatado, prefiriendo la indumentaria más informal del polo y la chaqueta—, constituyó un salto más que notable en la carrera política de Schröder, que básicamente arrancó aquel año. Reelegido en las elecciones del 6 de marzo de 1983, convocadas y ganadas por el canciller Helmut Kohl, presidente de la Unión Cristiano Demócrata (CDU), meses después de aliarse con el FDP y de descabalgar a Schmidt del Gobierno Federal, en 1986 accedió al Comité Ejecutivo del partido y renunció a su escaño en Bonn para presentarse como cabeza de lista en las elecciones al Landtag o Asamblea estatal de Baja Sajonia. En esta su primera lid en el ámbito regional, Schröder fue derrotado por el experimentado ministro-presidente del estado, el cristianodemócrata Ernst Albrecht, aunque a cambio se convirtió en el jefe de la oposición en Hannover al frente del grupo parlamentario socialdemócrata.
2. Proyección en la política federal desde Baja Sajonia
En 1989 Schröder fue elegido miembro del Presidium del SPD, máximo órgano ejecutivo del partido, encabezado por Hans-Jochen Vogel desde la retirada de Brandt en 1987, y el 13 de mayo de 1990 protagonizó otra tentativa electoral en el estado norteño surcado por el río Weser, esta vez exitosa. Con el 44,2% de los votos, el SPD le sacó una ligera ventaja a la CDU y Schröder recuperó para el partido un estado que ya había gobernado entre 1959 y 1976. El 21 de junio formó un gobierno de coalición con Los Verdes (Die Grünen), poniendo en práctica una fórmula de alianza sobre la que ya había teorizado en 1982. Constituyó ésta la tercera experiencia roji-verde en un land alemán, pero a diferencia de las anteriores, en Hessen y en Berlín, fue la primera que duró toda una legislatura. Con su nueva responsabilidad como ministro-presidente estatal, Schröder puso término a la abogacía, que en todo este tiempo había seguido ejerciendo en Hannover.
El 13 de junio de 1993 a Schröder aún se le ubicaba en el ala izquierda del SPD cuando perdió ante Rudolf Scharping, ministro-presidente de Renania-Palatinado, en la liza por la presidencia del partido, vacante desde la dimisión de Björn Engholm el 3 de mayo anterior a raíz del escándalo Barschel y en un contexto de fortísimos enfrentamientos personales de los que tampoco se sustrajeron los carismáticos dirigentes regionales Johannes Rau y Oskar Lafontaine, jefes de los gobiernos de Renania del Norte-Westfalia y Sarre, respectivamente. A finales de 1994, las diferencias de criterio motivaron que Scharping cesara como portavoz del SPD para Asuntos Económicos a Schröder, quien replicó la medida calificando de "mediocres" a los dirigentes del partido y dejando claro que si él hubiese sido el candidato para enfrentarse a Kohl en las elecciones federales del 16 de octubre el SPD ya estaría gobernando en Bonn después de pasarse doce años en la oposición. Schröder se creía con perfecto derecho a corregir la plana al aparato del SPD federal tras hacerse con la presidencia socialdemócrata en Baja Sajonia y arrebatar la mayoría absoluta en las elecciones al Landtag celebradas el 13 de marzo. No teniendo necesidad ya de compartir el poder con otras fuerzas políticas, puso fin a la coalición con Los Verdes.
Como ministro-presidente, Schröder realizó una gestión discreta en sus resultados, ya que el estado mantuvo una tasa de paro por encima de la media federal y sus finanzas siguieron siendo francamente deficitarias. Poseedor en todo momento de una elevada popularidad, fue en estos años cuando su progresiva moderación en todos los aspectos le apartó de los sectores más izquierdistas del partido, ahora bien representados por Lafontaine, a los cuales empezó a criticar al tiempo que estrechaba sus contactos con representantes notorios de la patronal y de la banca privada, en especial los directivos del grupo Volkswagen. Sus "simpatías empresariales", empero, quedaron en entredicho cuando no dudó en adquirir con dinero público una siderurgia en bancarrota para salvar los puestos de sus 12.000 trabajadores. Y por lo que concernía a la política interna del partido, en el Congreso celebrado en Mannheim en noviembre de 1995 trabó una alianza fáctica con Lafontaine para descabalgar a Scharping de la presidencia, a la que fue catapultado el popularmente conocido como Napoleón del Sarre por su baja estatura y modos impetuosos.
Prestigiado por su tercera victoria consecutiva, segunda por mayoría absoluta, en Baja Sajonia en las elecciones del 1 de marzo de 1998, el 17 de abril siguiente Schröder fue elegido con el 94% de los votos candidato a la Cancillería Federal en un congreso extraordinario celebrado en Leipzig. En torno al, a esas alturas, muy pragmático, ambicioso y obstinado Schröder cerraron filas y suspendieron sus querellas las distintas familias del SPD, que había perdido cuatro elecciones federales consecutivas ante la CDU y quemado en mayor o menor medida a otros tantos candidatos frente al aparentemente imbatible Kohl, el canciller de la reunificación. Esta impresión de unidad del SPD no la proyectaban la CDU, ni el partido hermano de Baviera, la Unión Social Cristiana (CSU) de Theo Waigel, ni el tercer socio del Gobierno, el FDP, entonces dirigido por Wolfgang Gerhardt.
3. La hora de la moderación en el SPD: el Nuevo Centro
Schröder, que desde el 1 de noviembre de 1997, en calidad de ministro-presidente de land, ejercía también la presidencia anual del Bundesrat o Cámara alta del Parlamento Federal, desarrolló una campaña con técnicas visuales propias del marketing electoral aplicado en su momento por el demócrata estadounidense Bill Clinton y más recientemente el laborista británico Tony Blair, con los que de hecho decía identificarse en el terreno ideológico. El socialdemócrata alemán explotó una telegenia de candidato sonriente y dinámico, pese a que de puertas adentro eran bien conocidos sus modos broncos, su dureza dialéctica y su apetito de poder. Su programa, ambicioso y meditado en su eclecticismo, fue presentado al electorado como una sólida alternativa al marchito discurso de la CDU. En su elaboración participó decisivamente Oskar Lafontaine, que aportó su experiencia como teórico y estratega. Las contribuciones del dirigente del Sarre vinieron a compensar las limitaciones conceptuales de Schröder, cuyo perfil, no obstante poseer un gran instinto político y moverse como pez en el agua entre mítines y asambleas, nunca había sido el del intelectual o el ideólogo.
Por un lado, el aspirante a canciller formuló el concepto de Neue Mitte, el Nuevo Centro, que, claramente inspirado en la Tercera Vía de Blair, hacía hincapié en los aspectos pragmáticos de la modernización de la sociedad y la economía, y en la redefinición de las relaciones entre el Estado y los ciudadanos sobre la base de unos criterios de servicio y eficiencia. Esta pretendida tercera vía ideológica, que se alejaba ostensiblemente de las tradiciones socialdemócratas alemanas, tenía, sin embargo, mucho de tacticismo, pues, como habían comprendido Clinton en 1992 y Blair en 1997, de lo que se trataba ante todo era de recuperar un poder por largo tiempo perdido. Para ello, sin perder a los votantes tradicionales, debían captarse nuevos electores, que en el caso alemán se trataban de profesionales liberales, pequeños propietarios y empresarios que siempre habían identificado al SPD con las tentaciones socialistas de fuerte presión fiscal, intenso gasto público y trabas a la iniciativa económica privada.
A estos sectores moderados estaban dirigidas las propuestas de rebajas impositivas y, en un guiño a los conservadores que ensalzaban el orden público y la obediencia a la autoridad como pilares de la sociedad, detalló medidas para reforzar la seguridad interior. Por otro lado, con el objeto de no disgustar en demasía a las bases tradicionales del SPD, Schröder mencionó la necesidad de aplicar las reformas de modernización e innovación con un sentido de justicia social y, lo más importante, planteó un modelo de crecimiento económico volcado en la creación de empleo. Abonando su imagen de hombre familiarizado con las nuevas tecnologías y conocedor de las tendencias emergentes en la sociedad, se dirigió a Kohl, 14 años mayor que él, como un estadista al que se le reconocían sus logros históricos, pero cuyo anclaje en los esquemas del pasado le incapacitaba para asumir los retos de la nueva Alemania, por lo que era hora de que se tomara una merecida jubilación
La CDU y Kohl, que advirtieron la capacidad de Schröder para seducir al electorado centrista, contraatacaron convirtiendo también la lucha contra el paro en el aspecto prioritario de su programa, alertando contra la perspectiva de un gobierno de coalición con los poscomunistas del este y asegurando que con el SPD en la Cancillería el peso internacional de Alemania, unánimemente reconocido desde la unificación, sufriría un retroceso debido a la dudosa política europea del político sajón.
Ciertamente, en las polémicas sobre la integración económica de la Unión Europea (UE) Schröder había terciado cuestionando el que la moneda común europea reemplazara como moneda circulante al potente marco alemán, pero ahora se manifestó de acuerdo con la armonización de las políticas fiscales y presupuestarias de los países del área euro, y de paso reclamó una coordinación de las políticas de empleo. También, afirmó ser partidario de la ampliación de las organizaciones euro-atlánticas a los países ex comunistas del centro y el este de Europa, pues ello iba "en el interés de Alemania", y expresó su predilección por una OTAN "coherente y capaz de actuar", subrayando de paso el carácter continuista de ambos enfoques. La CDU encontró particularmente distorsionadora para el modelo de construcción europea su propuesta de ampliar el eje franco-alemán a una geometría triangular, con los británicos situados en el tercer vértice.
Sin ahorrar arma arrojadiza alguna, el binomio CDU/CSU se apoyó en la moralidad católica para criticar a Schröder, a la sazón protestante evangélico aunque no practicante, por su vida privada presuntamente desordenada. El aspirante socialdemócrata iba entonces por su cuarto matrimonio, el contraído en 1997 con Doris Köpf, periodista bávara de la revista Focus y 20 años más joven que él, prolongando una agitada trayectoria sentimental que para los socialcristianos y los democristianos más conservadores era revelador del carácter veleidoso y poco fiable de Schröder, quien tenía "por costumbre" divorciarse "aproximadamente cada doce años".
Muy celoso de su intimidad conyugal y familiar, el matrimonio Schröder-Köpf mantuvo completamente apartada de los medios de comunicación a la hija de ella, Klara-Marie, fruto de una relación anterior con un reportero de televisión. La muchacha, de siete años, se convirtió en la hijastra del político, que no había tenido descendencia de sus anteriores matrimonios con Eva Schubach (1968-1972), Anne Taschenmacher (1972-1984) y Hiltrud Hampel (1984-1997), ex mujer de un policía y madre de dos hijos. Comentaristas mordaces de la prensa apodaron al cuatro veces casado Schröder "El hombre Audi", en referencia a los cuatro anillos que forman el logotipo de este fabricante de automóviles, así como "El Señor de los Anillos".
4. Victoria electoral y llegada a la Cancillería en 1998 en alianza con Los Verdes
Los sondeos se revelaron parcos en sus predicciones, pues el 27 de septiembre de 1998 el SPD apabulló a la CDU/CSU con el 40,9% de los votos y 298 escaños del Bundestag. La victoria de Schröder marcó varios hitos: era la primera vez desde la fundación de la RFA que un partido de la oposición llegaba al poder por méritos exclusivamente electorales (tanto Brandt en 1969 como Kohl en 1982 alcanzaron la Cancillería merced a la inversión de alianzas de los liberales), lo que era como decir que nunca antes un canciller en ejercicio había sido derrotado en las urnas; para el SPD, además, suponía la mayor representación en escaños desde 1949 y, sobre todo, el retorno al poder tras 16 años en la oposición.
Un día después de las elecciones Schröder propuso formalmente al partido Alianza 90/Los Verdes, que había recibido el 6,7% de los sufragios y 47 escaños, gobernar juntos en coalición, la primera de esa naturaleza en el Ejecutivo federal, apoyados en una mayoría absoluta de 345 escaños sobre 669, si bien pidió a los ecologistas que renunciaran a plantear "exigencias exageradas" y que se avinieran a pactar un "programa razonable".
El 2 de octubre arrancaron las negociaciones y el día 19 Schröder y el líder verde Joschka Fischer ultimaron el documento programático, llamado Salida y Renovación, cuyas líneas principales eran las siguientes: un Pacto Nacional por el Empleo y la Formación, que de entrada crearía 100.000 puestos de trabajo para los jóvenes; la reducción de la escala de tipos de los impuestos sobre la renta y de actividades económicas, con el fin de estimular el consumo y la producción; la introducción de un impuesto ecológico, de menos de un marco, sobre los combustibles y la electricidad; la reforma, en un sentido flexible, de la Ley de Nacionalidad, cuyas novedades principales serían la concesión del pasaporte a los hijos de extranjeros nacidos en Alemania si uno de los padres también nació en el país o se instaló en él antes de los 14 años, la reducción de 16 a 8 años el período mínimo de residencia para obtener la ciudadanía, y la aceptación de la doble nacionalidad; y, el abandono paulatino de la energía nuclear, aunque sin precisar plazos.
El nuclear se convirtió en el apartado de más laboriosa negociación por tratarse de una reivindicación fundamental de Los Verdes. El canciller electo declaró que no podían cerrarse sin más las centrales nucleares y que hasta entonces tendrían que buscarse fuentes de energía alternativas si se deseaba evitar un encarecimiento espectacular de la factura eléctrica. El documento negociado con Los Verdes establecía que en el primer año de gobierno se buscaría una fórmula de consenso con las empresas energéticas y, en caso de fracasar este diálogo, el Estado impondría el cierre escalonado de plantas nucleares con la ley en la mano. Con carácter inmediato, cesaba la concesión de autorizaciones para la construcción de nuevas centrales.
A cambio, Los Verdes acataban la continuidad tanto en la política exterior y de seguridad, un aspecto especialmente importante toda vez que la Bundeswehr o Ejército Federal estaba adquiriendo crecientes responsabilidades en operaciones de paz de la OTAN fuera de las fronteras alemanas, como en la gestión económica, que continuaría persiguiendo la estabilidad monetaria y el rigor presupuestario conforme a las obligaciones vigentes en la zona euro, aunque no a costa de la lucha contra el desempleo, erigida en la mayor prioridad. Schröder y Fischer presentaron el pacto como la "culminación de la unidad alemana", ya que iba a corregir la fisura económica y social, arrastrada desde la unificación, entre los estados del este y el oeste.
El 27 de octubre Schröder fue investido canciller federal por el Bundestag con 351 votos a favor (seis más de los sumados por los diputados socialdemócratas y verdes), 287 en contra, 27 abstenciones, un voto nulo y tres diputados ausentes. Los Verdes recibieron tres de los 16 ministerios del Gobierno, entre ellos el de Asuntos Exteriores, que, junto con la Vicecancillería, fue para Fischer, y el de Medio Ambiente y Seguridad Nuclear, para Jürgen Trittin, copresidente del partido. En el campo socialdemócrata, Lafontaine obtuvo la cartera de Finanzas, Scharping la de Defensa y Otto Schily la de Interior. Al día siguiente, Gerhard Glogowski, hasta ahora ministro del Interior del land, reemplazó a Schröder como ministro-presidente de Baja Sajonia.
5. Revisión de la política exterior de Alemania
El 30 de septiembre de 1998, aún como canciller electo, Schröder se desplazó a París para entrevistarse con el primer ministro socialista Lionel Jospin y el presidente gaullista Jacques Chirac, en un gesto de cortesía indicativo de que el eje con Francia, creado por de Gaulle y Adenauer en 1963, seguía siendo fundamental para Alemania. Sus declaraciones iniciales habían suscitado en el país vecino el temor a que una Alemania dirigida por el SPD pudiera conceder más importancia a las relaciones con el Reino Unido, en la línea que sugería el proyecto de fusión de las bolsas de Frankfurt y Londres, los dos centros financieros más importantes de Europa, que levantaba enormes suspicacias en París. Schröder era, además, amigo personal de Blair, quien señaló alborozado su victoria como el nacimiento de una nueva era en el continente y que tuvo la oportunidad de felicitarle personalmente en Londres el 2 de noviembre, en su primera salida al exterior como gobernante.
Pero, contrariamente a lo esperado, el encuentro en el Palacio del Elíseo constituyó un éxito de sintonía entre Schröder, Chirac y Jospin, que hicieron causa común en torno a la reforma de la UE. Los observadores resaltaron lo paradójico de los planteamientos de Schröder, que con su defensa de la eficacia liberal le situaban en la órbita de Blair (aunque, a diferencia del británico, el germano no parecía que fuera a ser capaz de reformar el partido a su medida, acallando a las voces disidentes) y con su sensibilidad social le acercaban mucho más a Jospin, conformando una suerte de tercer modelo socialdemócrata para la Europa de principios de siglo.
Así, al mostrarse más receptivo que Kohl a las demandas de una integración económica con dimensión social, que se planteara como objetivos el crecimiento y la creación de empleo además de la ortodoxia financiera y la estabilidad monetaria, Schröder se modulaba en la longitud de onda de los socialistas franceses, razón de más para que el eje franco-alemán, chirriante mientras estuvo representado por Chirac y Kohl, recuperara el buen tono. Frente a la tesis de Kohl de que la política de empleo era competencia de los estados, Schröder creía lo contrario, que aquella no sería posible con instrumentos exclusivamente nacionales. En el Consejo Europeo celebrado el 24 de octubre en Pörtschach, Austria, Schröder acudió como invitado especial para asegurar a los jefes de Estado y de Gobierno comunitarios que su gobierno iba a preservar los principios de la política exterior y europea de Alemania, aunque aplicando algunos retoques.
Ahora bien, el 10 de noviembre, en su discurso programático ante el Bundestag, el canciller informó de su intención de reducir la contribución alemana a los presupuestos europeos, un lenguaje que los gobiernos de los estados receptores netos de recursos comunitarios no estaban acostumbrados a escuchar en boca del dirigente del país más potente de la UE, y de renegociar las ayudas concedidas a la antigua Alemania del Este, amén de subordinar a la lucha contra el paro toda política económica. La advertencia por Schröder de que la UE tendría que reducir en los próximos años las subvenciones agrícolas, regionales y de cohesión a los países de la zona euro disgustó, por ejemplo, al presidente del Gobierno español, el conservador José María Aznar, que entabló unas relaciones bastante conflictivas con su colega alemán.
En la primera cumbre franco-alemana como canciller, la celebrada en Potsdam el 1 de diciembre, Schröder se reafirmó en sus enfoques y el encuentro concluyó satisfactoriamente para ambas partes, pues aquel ganó por segunda vez el apoyo francés, esta vez para su postura ante las próximas discusiones de la agenda financiera de la UE para el período 2000-2006, mientras que Chirac observó complacido cómo el alemán comprendía su argumento de que antes de dar entrada a nuevos estados miembros había que concluir la reforma de las instituciones. Este entendimiento garantizó la salida adelante, con algunas reservas, de las tesis alemanas cuando Schröder condujo la presidencia alemana de turno del Consejo de la Unión en el primer semestre de 1999.
El 16 y el 17 de noviembre de 1998 Schröder viajó a Moscú para notificar cortésmente el final de la "amistad de la sauna" que habían establecido Kohl y Borís Yeltsin; en lo sucesivo, Rusia no iba a recibir de Alemania nuevos créditos ni facilidades para renegociar la deuda exterior contraída con ella, ya que se entendía que una parte importante de la ayuda masiva que tan generosamente habían desembolsado los gobiernos de la CDU se había perdido en el sumidero de la mala gestión y la corrupción de los funcionarios rusos. En el futuro, Rusia obtendría de Alemania asesoría financiera más que ayuda económica directa, y, con el objeto de expandir las relaciones bilaterales, se explorarían otros interlocutores aparte de los oficiales del Kremlin. El 18 de febrero de 1999 el canciller, en calidad de presidente semestral del Consejo Europeo, y Jacques Santer, presidente de la Comisión Europea, sostuvieron en Moscú con Yeltsin la III Cumbre Rusia-UE, en el marco del Acuerdo de Asociación y Cooperación vigente entre el gigante eslavo y la organización europea desde diciembre de 1997.
Aun cuando la primera prueba de fuego de la voluntad continuista en política exterior expresada por la coalición roji-verde fue superada el 16 de octubre, siendo Kohl todavía el canciller, con la aprobación por el Bundestag de la participación de la Bundeswehr en una eventual misión pacificadora de la OTAN en Kosovo, antes de acabar 1998 surgieron nuevos indicios que apuntaban al deseo del nuevo equipo gobernante de introducir cambios en la política de seguridad compartida con los países aliados. La operación de castigo aéreo Zorro del Desierto ejecutada del 16 al 20 de diciembre por Estados Unidos y el Reino Unido contra Irak fue acogida con visible malestar en Bonn, mientras que la opinión aireada por Fischer de que la OTAN debería renunciar al uso de armas atómicas en el caso de un ataque convencional, que provocó un revuelo en el cuartel general de Bruselas y fue calificada por algunos gobiernos aliados de "metedura de pata", hubo de ser rectificada en el Consejo Atlántico del 8 de diciembre por presiones de Francia, Reino Unido y Estados Unidos, los tres aliados dotados de arsenales nucleares. Mientras duró la desavenencia estratégica, Schröder se mantuvo del lado de su ministro de Exteriores y señaló que Alemania tenía "derecho a pensar diferente".
6. Sucesión de contratiempos en la política doméstica
Las incoherencias y los bandazos en los pronunciamientos sobre política exterior fueron sólo algunas de las manifestaciones que alimentaron la sensación de caos e improvisación en los primeros meses del Gobierno de Schröder. La tasa ecológica se reveló como un fiasco para muchos militantes verdes, pues no gravaba proporcionalmente a las empresas contaminantes, mientras que la alianza por el trabajo se tornó quebradiza por los enfrentamientos y desacuerdos entre la patronal y los sindicados a la hora de pactar las subidas salariales. La piedra angular de la coalición, el abandono de la energía nuclear, entró a su vez en crisis cuando el canciller censuró el anteproyecto elaborado por el ministro Trittin tachándolo de "prematuro". Las fechas barajadas y las modalidades del cierre de los reactores generaron una fortísima resistencia en la industria nuclear y a punto estuvieron, por sus derivaciones transnacionales, de provocar un incidente diplomático con los gobiernos francés y británico.
Los comicios regionales del 7 de febrero de 1999 en Hessen, primera cita electoral del SPD desde su llegada al Gobierno federal, supusieron un considerable varapalo al perder la coalición roji-verde la mayoría que ostentaba desde 1991, aunque la responsabilidad de que se constituyera en Wiesbaden un ejecutivo de coalición entre la CDU y el FDP recayó exclusivamente en el partido de Fischer, que sufrió un desplome mientras que el SPD, antes bien, ganó votos. Con el anuncio, el 9 de febrero de 1999, de la inclusión de "limitaciones" en la nueva Ley de Ciudadanía, el canciller certificó su desmarque de las señas de identidad de Los Verdes y su intención de abrazar posiciones más moderadas de mayor aceptación social. El 7 de mayo el Bundestag aprobó una versión menos aperturista de la ley, que establecía la exigencia del conocimiento del idioma alemán y un certificado de penales a los solicitantes de la ciudadanía, así como la validez de la doble nacionalidad sólo hasta la edad de 23 años.
A mayor abundamiento, el 11 de marzo de 1999 Lafontaine dimitió como ministro de Finanzas y presidente del SPD, culminando un enfrentamiento apenas soterrado con Schröder por sus amagos de intervencionismo económico, en la tradición socialdemócrata de izquierdas, y planteando serias dudas sobre la perdurabilidad de un gobierno que era el escenario de una triple desunión: dentro del partido mayoritario, dentro del partido minoritario y entre el canciller y su socio de coalición. La ruptura, bastante espectacular, entre Schröder y Lafontaine, que se había propuesto someter el todopoderoso Bundesbank a las decisiones políticas de su ministerio y que venía mostrándose como el más vehemente partidario de ganar la batalla del desempleo, se precipitó cuando en la víspera Schröder filtró a la prensa determinadas desaprobaciones personales de la gestión del ministro de Finanzas.
La opinión pública ya estaba al tanto de las recriminaciones del canciller a Lafontaine en el Consejo de Ministros por sus polémicas declaraciones sobre una hipotética alianza con los poscomunistas germanoorientales del Partido del Socialismo Democrático (PDS) a costa de Los Verdes, y por su beligerancia contra la patronal y los poderes financieros. El 12 de marzo Schröder nombró para sustituir a su díscolo ministro a Hans Eichel, el ministro-presidente de Hessen recién derrotado en las urnas, que poseía unas credenciales de socialdemócrata moderado bien visto por el empresariado. La crisis Lafontaine, empero, sirvió a Schröder para reforzar su autoridad dentro del partido y empezar a poner orden en el funcionamiento del Gobierno. El mismo 12 de marzo la dirección del SPD le designó candidato a la presidencia del partido y el 19 de abril, en un congreso extraordinario celebrado en Bonn, este interinato se convirtió en titularidad con 302 votos favorables y 102 en contra. La victoria, más amplia de lo esperado teniendo en cuenta el predicamento del que Lafontaine gozaba entre los cuadros del partido, se interpretó como el triunfo de la línea pragmática auspiciada por el canciller.
Schröder puso en marcha una ofensiva de normalidad en todos los frentes, en lo que fue fielmente secundado por Fischer. Por de pronto, las Fuerzas Armadas germanas participaron masivamente en las operaciones bélicas y de pacificación conducidas por la OTAN en Kosovo. El 14 de junio, el día después de la entrada de las primeras unidades alemanas en Kosovo y del fuerte varapalo sufrido por el SPD en las elecciones al Parlamento Europeo (con un 30,7% de los votos, la lista del CDU/CSU le superó en más de 18 puntos), el canciller anunció un plan de gobierno muy en la línea del manifiesto Europa, la Tercera Vía, el Nuevo Centro suscrito con Blair en Londres el 8 de ese mes. Este documento incidía en la necesidad de modernizar la izquierda con la eliminación de viejos dogmas y recogía una apostilla de Jospin sobre el "apoyo a la economía de mercado, pero no a la sociedad de mercado".
En cuanto al plan de acción gubernamental, Schröder advocaba una reforma fiscal para bajar los impuestos y un paquete de medidas de ahorro para ahorrar 30 mil millones de marcos en 2000, el cual quedó recogido en el proyecto de ley de los presupuestos federales, aprobado el 25 de agosto. Con su apuesta social-liberal por la desregulación, la moderación fiscal y las políticas flexibles incluida la del empleo, Schröder dio carpetazo definitivo a los propósitos nítidamente izquierdistas de su defenestrado ministro de Finanzas.
El giro a la austeridad agudizó el descontento del electorado, que castigó con dureza al SPD en el maratón de los comicios regionales de septiembre de 1999: en Brandeburgo obtuvo la reválida el Gobierno de Manfred Stolpe, pero perdió la mayoría absoluta; en el Sarre, bastión socialdemócrata desde 1985, el sucesor de Lafontaine, Reinhard Klimmt, no pudo impedir el desalojo por la CDU, y además con mayoría absoluta; la debacle llegó también a Turingia, donde los democristianos eran imbatibles: el partido del canciller perdió diez puntos y quedó en un humillante tercer puesto tras el PDS; y en otro land de la antigua Alemania del Este, Sajonia, el 10,7% de votos supuso el resultado más exiguo sacado por el SPD en cualquier elección habida en Alemania desde 1949.
Su enésima derrota en las elecciones del 10 de octubre en Berlín, donde los cristianodemócratas ostentaban la primacía desde 1991, fue acogida casi con alivio por los socialdemócratas, pues al menos los poscomunistas no se les adelantaron aquí y pudieron seguir gobernando en coalición con la CDU. Frente a este panorama desolador, que amenazaba con obligarle a convocar elecciones federales anticipadas, Schröder adoptó una posición estoica: perseveraría en su política económica impopular y, de ser necesario, ofrecería un gobierno de gran coalición al sustituto de Kohl al frente de la CDU, Wolfgang Schäuble.
7. Reconducción de un Gobierno al borde del fracaso
Esta actitud del canciller de aguantar el temporal y de mirar el futuro con confianza fue apreciada por sus correligionarios, que el 7 de diciembre de 1999 le reeligieron triunfalmente presidente del partido en el Congreso ordinario celebrado en Berlín con el 86,3% de los votos. A la reconciliación con las bases había ayudado el programa gubernamental de salvamento, en la más pura tradición socialdemócrata y repitiendo aquella actuación en Baja Sajonia años atrás, de la constructora Holzmann, segunda del país y mito empresarial de la posguerra, cuya quiebra iba a dejar a miles de obreros en el paro. Pareció entonces que el canciller había alcanzado el equilibrio entre los compromisos con lo elemental del ideario socialdemócrata, las exigencias del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) de la UE y sus propias inclinaciones liberales, asegurando de paso el apoyo del partido a la gestión del Gobierno. En añadidura, la formidable crisis interna en que estaba sumida la CDU a raíz del escándalo de su financiación ilegal, que se llevó por delante a Schäuble y que causó un estigma indeleble a Kohl, sólo podía resultar rentable electoralmente al SPD.
Aunque se habló del final del nunca suficientemente teorizado Nuevo Centro, el Congreso de Berlín, no obstante, aceptó redefinir algunos principios básicos para el nuevo siglo, lo cual fue considerado por los observadores el tercer aggiornamento ideológico del SPD tras las declaraciones de Bad Godesberg en 1959, tras la desestalinización soviética, y Berlín en 1989, al hilo de los cambios revolucionarios en la Europa del Este. De hecho, en la cumbre de "estadistas progresistas" celebrada en Berlín el 2 y el 3 de junio de 2000, quien era desde noviembre anterior vicepresidente de la Internacional Socialista omitió referirse al Nuevo Centro y prefirió perorar sobre un "nuevo balance de poder" entre los gobiernos y los mercados financieros. El concepto estrella de la cumbre, a la que acudieron 14 mandatarios de todo el mundo, entre ellos Clinton y el brasileño Fernando Cardoso, fue el de las "nuevas vías de progreso" para conciliar los desafíos de la globalización, que requerían desregular, abrir o flexibilizar, con las responsabilidades sociales.
En junio de 2000, pocas semanas después de detener el SPD su hemorragia de votos en las elecciones de Renania del Norte-Westfalia y de experimentar sólo sensibles pérdidas, Schröder cumplimentó la asignatura nuclear pendiente mediante un protocolo con los empresarios que estipulaba el cierre gradual de los 19 reactores nucleares en servicio entre 2008 y 2022. Aunque el calendario era impreciso y todo el documento necesitaba aclaraciones, la idea clave era que cada central nuclear tuviera que producir una determinada cantidad de energía antes de proceder a su clausura, pudiendo acelerarse ésta si transfería parte de su cupo energético a otra central. Un acuerdo definitivo sobre el particular iba a ser firmado el 20 de junio de 2001.
Luego, en agosto, el canciller realizó una inesperada gira de doce días por los estados del este como una forma de ratificar el compromiso de su Gobierno en la lucha contra la xenofobia y el auge de las agrupaciones neonazis, pero también para insuflar optimismo a los alemanes de la antigua RDA, presa aún de la postración económica en comparación con sus compatriotas del oeste. En aquel momento, los datos sobre la marcha de la economía eran motivo de satisfacción para el Gobierno: la tasa de paro se hallaba en el 9% (el 7,2% para los estados del oeste y el 16,6% para los del este), con ser elevada aún, la más baja desde 1993, y se esperaba cerrar el año con un crecimiento del 3% del PIB, con una estimación a la baja por la escalada en el precio del petróleo.
Los observadores señalaron que la economía alemana volvía a ponerse en marcha después del mediocre 1,5% de crecimiento registrado en 1999. Así, 2000 terminó con una tasa media del 3,1%, la mayor en nueve años. Por el contrario, la inflación ascendió del 0,7% al 2,1%, el peor dato desde 1994. Esta mala evolución fue achacada por el equipo de Schröder a la escalada en los precios de los combustibles, que se contagió a los demás productos de consumo. Por otro lado, los ingresos extra obtenidos en la subasta de licencias de telefonía móvil de tercera generación (UMTS), casi 100.000 millones de marcos, permitieron al Gobierno situar el horizonte del déficit público cero para el conjunto de las administraciones del Estado en 2004, adelantándose a la exigencia del PEC de la UE. En 2000 el déficit de las arcas federales equivalió al 1,1% del PIB y, de seguir la tendencia positiva de la economía, bien podía enjugarse por completo.
8. Una posición más nítida en la escena internacional
Como se apuntó arriba, Schröder dispuso la participación plena de Alemania en la campaña bélica de la OTAN de la primavera de 1999 contra los centros de poder militares y políticos de la república yugoslava de Serbia para obligar al régimen de Belgrado a detener su represión contra la población albanesa de Kosovo y a evacuar sus tropas de la provincia, donde combatían a la guerrilla separatista del UCK. La Luftwaffe participó con 14 aviones Tornado en los bombardeos sostenidos que comenzaron el 24 de marzo y la Bundeswehr fue movilizado en las operaciones terrestres previas y posteriores a la ocupación del enclave a partir del 12 de junio por la Fuerza para Kosovo (KFOR). Con 8.500 soldados (otros 3.000 efectivos estaban desplegados en Bosnia-Herzegovina como parte de la Fuerza de Estabilización también de la OTAN, la SFOR), el contingente alemán era el segundo más numeroso de la KFOR después del británico y se le adjudicó un sector propio, en el centro y el sur, con cuartel general en Prizren. Días después, del 18 y el 20 de junio, Schröder dirigió en Colonia su primera cumbre del G-8.
A lo largo de 2000 el canciller perfiló dos posturas significativas en política exterior: primero, el rechazo al proyecto de escudo nacional antimisiles (NMD) de Estados Unidos, por considerar que ponía en peligro el principio de indivisibilidad de la seguridad noratlántica, una aprensión compartida por Chirac y, aunque con distinta índole, por el nuevo presidente ruso, Vladímir Putin, al que visitó en Moscú el 25 de septiembre después de recibirlo en Berlín el 15 de junio; y segundo, la apuesta decidida por el avance en la UE del elemento supranacional, una visión federalista cuyo más encendido paladín era el ministro Fischer y que cogió a contrapié a los franceses. El caso fue que en el segundo semestre de 2000 Alemania y Francia sostuvieron una fricción inusualmente intensa a propósito de la reforma de las instituciones de la UE, ineludible y perentoria luego de acumular retrasos, para dar acomodo a nuevos estados miembros del centro y el este de Europa en los primeros años del siglo en ciernes.
Tras el decisivo Consejo Europeo de Niza, prolongado del 8 al 11 de diciembre, los analistas comunitarios presentaron a Alemania como la gran beneficiada, pues si bien no consiguió la primacía en la nueva ponderación del sistema de voto en el Consejo sobre los otros tres estados grandes, se aseguró el control efectivo en la toma de decisiones gracias a una cláusula demográfica adicional, según la cual una decisión debía ser autorizada por un número de países que representara al menos el 62% de la población comunitaria. Con sus 82 millones de habitantes, Alemania aportaba por sí sola el 22% de la población de la UE de quince estados, y para Schröder la paridad exacta con franceses, italianos y británicos en el reparto de votos era una fórmula obsoleta después de la reunificación alemana.
Las disonancias en las relaciones germano-estadounidenses a propósito del NMD pasaron a un segundo plano luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. Al llamar a cerrar filas con la administración republicana de George W. Bush, Schröder y Fischer proyectaron la determinación de avanzar por un camino ya trazado por Kohl y fortalecer la presencia de Alemania en las relaciones internacionales, sobre todo en los aspectos relacionados con la paz y la seguridad, desbordando definitivamente el antiguo marco que ceñía la influencia germana a las cuestiones económicas y de la UE.
Inmediatamente después de producirse la catástrofe terrorista de las Torres Gemelas, en la que perecieron 11 ciudadanos alemanes, Schröder afirmó que los atentados perpetrados por la organización Al Qaeda del islamista saudí Osama bin Laden constituían una "declaración de guerra contra todo el mundo civilizado" y comunicó a Bush la "solidaridad irrestricta" y la unión de Alemania a la coalición global contra el terrorismo anunciada por el mandatario norteamericano. Si bien consideró que el conflicto en ciernes era "a largo plazo" y precisaba un enfoque "no sólo militar, sino también político, económico e ideológico-cultural", por de pronto existía una necesidad de respuesta esencialmente militar de la que el país no podía sustraerse, ya que, concluía, "no podemos esperar que nos laven la ropa sin tener que mojarnos". El razonamiento de fondo era que sin asumir posturas más comprometidas y responsabilidades más arriesgadas frente a las nuevas amenazas mundiales, Alemania no podía aspirar al estatus de gran potencia política.
Como el resto de aliados europeos, Schröder invocó la defensa colectiva de la OTAN por considerar que un Estado miembro había sufrido una agresión exterior, y puso a disposición de Estados Unidos las capacidades militares alemanas para la primera fase de la guerra contra el terrorismo, la Operación Libertad Duradera, que comenzó en Afganistán el 7 de octubre de 2001 en la forma de bombardeos aéreos sostenidos, exclusivamente de Estados Unidos y el Reino Unido, contra objetivos del Gobierno talibán y de la red Al Qaeda, cobijada por aquel. El canciller deseaba dejar claro que las bajas de Nueva York y Washington eran sentidas como si se hubiesen producido en Munich o Berlín, y participó en responsos y otros actos en memoria de las víctimas.
La postura belicista e intervencionista del canciller fue asumida por la dirección de Los Verdes, con Fischer a la cabeza, pero no por algunos diputados del grupo, lo que amenazaba con desestabilizar el Ejecutivo. Al convertir la votación del 16 de noviembre en el Bundestag para el envío de 3.900 soldados a Afganistán en una moción de confianza parlamentaria, Schröder, en una jugada bastante arriesgada, se aseguró al mismo tiempo el respaldo a su política exterior y la unidad de la coalición gobernante. El canciller aseguró que estas tropas, salvo unas pocas unidades de comandos especializados en misiones de rastreo, no eran de combate y no iban a pisar el suelo afgano.
Las reticencias a la campaña afgana suscitadas en el ala izquierda del SPD quedaron apaciguadas también luego de insistir Schröder en que Alemania "no estaba en guerra" y que su participación en la lucha antiterrorista liderada por Estados Unidos no le comprometía en "aventuras"; las aclaraciones satisficieron a los delegados del Congreso ordinario celebrado en Nuremberg del 19 al 22 de noviembre, que reeligieron al canciller en la Presidencia del partido con el 88,9% de los votos. El 22 de diciembre el Gobierno ganó con facilidad asimismo la votación por el Bundestag de una contribución alemana de 1.160 soldados a la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán (ISAF) que, bajo mando inicial británico, había comenzado a desplegarse en Kabul.
El perfil de Schröder como estadista internacional subió muchos enteros en estos meses postreros de 2001 en los que imperaron el revuelo y la tensión internacionales. Hasta mediados de octubre recibió en Berlín a Blair, a Putin, a Aznar, al primer ministro italiano Silvio Berlusconi, al presidente egipcio Hosni Mubarak y al rey jordano Abdallah II; el 9 de octubre visitó el escenario de los atentados en Nueva York y se reunió con Bush en Washington; el 24 de octubre se desplazó a París para coordinar posturas con Chirac y Jospin; y el 27 de octubre emprendió una gira de una semana, que dio mucho que hablar, por tres potencias vecinas de Afganistán, Pakistán, India y China, haciendo escala en Rusia a la vuelta. Con todas estas idas y venidas, el canciller creó una opinión general favorable a la celebración en Alemania de la conferencia multipartita que, con los auspicios de la ONU, debía definir las instituciones y los gobernantes interinos de Afganistán para el período posterior al régimen talibán, puesto a la fuga ante el empuje conjunto de la Alianza del Norte afgana y la aviación anglo-estadounidense. Así, la histórica cita de toda la oposición afgana arrancó en Petersberg, cerca de Bonn, el 27 de noviembre y terminó con acuerdo el 5 de diciembre, poniendo de paso un marchamo de prestigio a la "nueva" política exterior de Alemania.
A mediados de diciembre el Gobierno informó que unos 60.000 soldados alemanes, esto es, casi una tercera parte de las fuerzas operativas de la Bundeswehr, estaban implicados en misiones de pacificación en diversas partes del mundo, si bien la mayoría desarrollaba tareas logísticas de retaguardia. A los 3.900 hombres asignados a Libertad Duradera se sumaban los 7.700 desplegados en los Balcanes, de los cuales 5.100 correspondían a la KFOR en Kosovo, 2.000 a la SFOR en Bosnia y 600 a la Operación Zorro Ambar en Macedonia. Este dispositivo, que empezó a operar el 26 de septiembre con la tarea de proteger a los observadores de la UE y la OSCE en el país balcánico, fue la primera misión multinacional relacionada con la paz o la seguridad liderada por Alemania, que aportaba el grueso del contingente. Su predecesor sobre el terreno, la Operación Cosecha Esencial, encargada de decomisar las armas de los secesionistas albaneses, también contó con una nutrida participación alemana, unos 500 soldados.
9. Trabajosa reelección en 2002 en un contexto de crisis económica
Schröder salió fortalecido de su actuación en el conflicto afgano, pero para entonces las repercusiones económicas positivas del año 2000 ya se habían evaporado. En el primer trimestre de 2001 la expansión de la economía alemana se detuvo en relación directa con la deceleración en Estados Unidos y Asia, y después de la fecha fatídica del 11 de septiembre el retroceso de la producción fue palmario, hasta el punto de que el año terminó con un raquítico 0,6% de crecimiento, la tasa más baja de la UE, cerniéndose el fantasma, impensable hasta hacía bien poco, de la recesión. La inflación anual fue algo menor, del 1,9%, mientras que el paro marcó en diciembre el 7,7%, aunque luego volvió a crecer con fuerza, de manera que para abril de 2002 el número de desempleados superaba ya la barrera de los cuatro millones, medio millón más del objetivo de tope planteado por el canciller para el final de la legislatura.
Schröder, pese a los riesgos electorales que esta postura conllevaba, descartó lanzar un programa de reactivación porque agravaría el déficit público, que rebotó en 2001 al 2,7% del PIB, rebasando ampliamente el objetivo del 1,5% previsto en la actualización del PEC de octubre de 2000 y acercándose peligrosamente al tope máximo del 3%. Ello motivó en enero de 2002 la amonestación preventiva de la Comisión Europea, un recordatorio del mecanismo de sanciones establecido por el Pacto en caso de reiterado déficit excesivo que sentó muy mal en Berlín.
A lo largo de 2001, además, diversas polémicas y escándalos asaltaron a miembros del Gobierno: en enero, Schröder hubo de cesar a los ministros de Sanidad, el verde Andrea Fischer, y de Agricultura, el socialdemócrata Karl-Heinz Funke, acusados de mala gestión durante el brote de peste bovina; el ministro de Finanzas Eichel era sospechoso de haber usado aviones de la Luftwaffe con fines personales; el ministro de Defensa Scharping salió desprestigiado por la revelación de que las municiones empleadas por los soldados de la OTAN en Kosovo estaban contaminadas con uranio; y Fischer, que había conseguido imponer su liderazgo en las descontentadizas filas ecologistas, fue violenta y deliberadamente atacado en la prensa en vísperas de su comparecencia como testigo en el juicio de un antiguo terrorista de la RAF, asunto que resucitó su pasado como militante de la extrema izquierda.
En los meses anteriores a las elecciones generales del 22 de septiembre de 2002, a la letanía de malas noticias económicas, muy especialmente las referentes al paro, que alcanzó el 9% y seguía subiendo, se le sumaron nuevos reveses en el terreno político: en marzo se confirmó la situación insostenible de la constructora Holzmann, por la que tanto había apostado el Gobierno con cargo a dinero público, en medio de una oleada de quiebras empresariales sin precedentes; en abril el SPD perdió las elecciones en Sajonia-Anhalt y de paso la mayoría en el Bundesrat; y el 18 julio Schröder no tuvo otro remedio que destituir a Scharping tras revelar la prensa la existencia desde 1998 de una cuenta en un banco de Colonia en la que el ministro había estado ingresando pagos en concepto de honorarios por conferencias y como adelanto por un libro de un empresario de relaciones públicas que cobraba comisiones de empresas de armamento. Schröder reemplazó a Scharping por Peter Struck, hasta entonces jefe del grupo parlamentario del SPD.
A dos meses de la lid por la Cancillería, los sondeos concedían una ventaja de varios puntos sobre Schröder al curtido ministro-presidente de Baviera y presidente de la CSU, Edmund Stoiber, uno de los políticos más potentes del país. Como en ocasiones anteriores, Schröder hizo de la adversidad virtud y desplegó un activismo inusitado, consiguiendo remover buena parte del fatalismo que se había apoderado de la militancia del SPD y haciendo la enésima demostración de astucia e instinto políticos; definitivamente, el estadista bajosajón se desenvolvía mejor como un táctico maniobrero que como un estratega a piñón fijo.
El talante del canciller se puso especialmente de manifiesto cuando las catastróficas inundaciones de agosto de 2002, que provocaron daños por valor de 20.000 millones de euros. Schröder se personó en las localidades afectadas, supervisó las labores de rescate y contención de las aguas, y de regreso a Berlín anunció el aplazamiento de la segunda fase de la reforma fiscal para destinar 6.900 millones de euros a la reconstrucción y las ayudas a los miles de damnificados. La decisión, no exenta de oportunismo electoralista, vino a constituir una suerte de advertencia de que después de los comicios el Gobierno alemán, si continuaba con los mismos pilotos, propiciaría la revisión del PEC en un sentido más flexible.
El aplazamiento por un año de la prometida rebaja de los tipos máximo y mínimo del impuesto sobre la renta a cuatro semanas escasas de las elecciones habría sido un suicidio político de no mediar el ambiente nacional de conmoción y solidaridad por el desastre natural. El SPD comenzó a remontar posiciones en las encuestas hasta rozar la intención de voto de cristianodemócratas y socialcristianos, abocando la jornada del 22 de septiembre a la mayor de las incertidumbres. Más todavía, a comienzos de mes se produjo un serio encontronazo diplomático con Estados Unidos a causa de la negativa categórica de Berlín a suscribir los planes de la Administración Bush —quien había visitado al canciller el 23 de mayo anterior— de invadir Irak y derrocar el régimen de Saddam Hussein con el argumento de que constituía un peligro intolerable para la seguridad internacional por su atribuida tenencia de armas de destrucción masiva prohibidas por la ONU y por sus también atribuidos vínculos conspirativos con Al Qaeda.
El canciller opinaba que no había necesidad de extender la guerra librada en Afganistán a otros países, máxime cuando no se ofrecían pruebas de la relación del dictador irakí con el terrorismo internacional y Osama bin Laden. Así que ni siquiera aceptó la fórmula de la doble resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, una endureciendo el régimen de inspecciones armamentísticas (texto que fue aprobado el 8 de noviembre inclusión hecha de un vago ultimátum) y una segunda autorizando expresamente el uso de la fuerza en el caso de desoír Bagdad aquella última advertencia; ésta era la fórmula preferida por Francia, Rusia y China, también hostiles a la guerra, frente a Estados Unidos y el Reino Unido, partidarios de atacar sin más demora que la que acarrease el lanzamiento de un enérgico ultimátum de plazo muy corto, ya que la resolución 1.441 del 8 de noviembre ya ofrecía, a su entender, suficiente base legal para actuar.
La sonora contestación de Schröder fue la expresión del profundo malestar acumulado en Berlín en el último medio año por el unilaterismo y la agresividad de la política exterior del Gobierno de Bush, valorada como despreciativa y prepotente para con los aliados europeos, de la que la estrategia contra el terrorismo global era sólo una de sus manifestaciones. Tan drástico cambio de tono en el diálogo con Estados Unidos se analizó en clave electoral (cortejo de los siempre importantes sectores pacifistas del SPD), pero era también la expresión de esa vigorizada política exterior germana, más independiente y menos hipotecada por los complejos de culpa y las autocomplacencias contentivas heredados del pasado nazi y la Segunda Guerra Mundial.
Al final, Schröder salió airoso frente a Stoiber, aunque con extraordinarios apuros: el SPD y el CDU-CSU empataron exactamente en el 38,5% de los sufragios, lo que se tradujo en 251 escaños para el primero y en 248 para los segundos en el nuevo Bundestag de 603 miembros. Un retroceso inapelable de los socialdemócratas, pero que en parte quedó compensado por la subida de Los Verdes, hasta los 55 diputados. La coalición bipartita, por sólo cuatro escaños, retuvo la mayoría absoluta y podía seguir gobernando. El 16 de octubre, sin alharacas por su ajustada reelección, Schröder renovó la alianza con Fischer sobre la base de un programa de "crecimiento, sostenibilidad y justicia", cuya característica más novedosa era una solución de compromiso frente al problema del déficit presupuestario consistente en una ligera subida de los impuestos, centrada en las rentas más altas y las empresas, y un tope de endeudamiento de 2.400 millones de euros para aumentar los ingresos en 6.600 millones, junto con un ahorro en el gasto de 7.400 millones.
El canciller habló de tener "coraje para promover el cambio" y "fuerza para asumir la responsabilidad" en esta etapa de adversidad económica, y se marcó como tarea más urgente recobrar la excelencia de las relaciones transatlánticas, las cuales, "basadas en nuestra profunda gratitud por el compromiso de Estados Unidos en la victoria sobre la barbarie nazi y la restauración de la democracia y la libertad en Alemania", revestían una "importancia estratégica y de gran prioridad". El 22 de octubre de 2002 el Bundestag aprobó el nuevo Gobierno, que no experimentó cambios en las carteras clave (continuaron Fischer en la Vicecancillería y Exteriores, Eichel en Finanzas, Struck en Defensa y Schilly en Interior), salvo la de Economía, que al asumir las competencias de Trabajo dio lugar a un superministerio, la cual pasó de Werner Müller a Wolfgang Clement, ministro-presidente de Renania del Norte-Westfalia y vicepresidente del SPD.
Dos días después, Schröder acordó con Chirac congelar el presupuesto de la Política Agraria Común (PAC) de la UE a partir de 2007 y hasta 2013 con el objeto de hacer asumible (sobre todo para el bolsillo de Alemania) el coste de la ampliación; así, Berlín y París aceptaban que los diez países que iban a ingresar en la UE en 2004 percibieran ayudas directas para sus agricultores desde el primer momento, pero las subvenciones serían otorgadas de manera progresiva y hasta 2013 estos estados no serán miembros plenos de la PAC; en el ínterin y desde 2007, los fondos agrícolas tendrían que repartirse entre los 25 estados miembros sin aumentar las dotaciones presupuestarias. Para los observadores, este pacto global, que fue asumido por el Consejo Europeo reunido en Bruselas horas después, suponía la reactivación del eje franco-alemán, en horas bajas desde el Consejo de Niza, y la remoción del último obstáculo para la ampliación de la UE al centro y el este de Europa en la fecha definida por la Comisión Europea.
10. Los pilares de la segunda legislatura: el rechazo a la guerra de Irak y la Agenda 2010
El deseo declarado por Schröder tras las elecciones de recuperar con Estados Unidos la sintonía transatlántica, que había sido uno de los cimientos de la política exterior de la RFA desde su creación tras la Segunda Guerra Mundial, tropezó, sin solución de continuidad, con el formidable desacuerdo en torno a Irak, crisis que sometió las relaciones entre los aliados occidentales a unas tensiones sin precedentes. A finales de noviembre, apenas cinco semanas después de constituirse su segundo gobierno, Schröder rechazó la solicitud de Estados Unidos del uso del territorio y el espacio aéreo germanos, el aporte de sistemas de defensa anticohetes y tanquetas blindadas especializadas en la detección de ataques nucleares, químicos y bacteriológicos, amén de personal policial y financiación destinados a la futura reconstrucción de Irak.
En enero de 2003 el canciller y Chirac, cabeza de uno de los cinco países miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU y por tanto con derecho de veto, oficializaron su posición común contraria a la invasión del país árabe —y al derrocamiento del régimen del partido Baaz que tal agresión llevaría implícita— en sendas entrevistas celebradas en París el día 22, en el cuadragésimo aniversario del Tratado del Elíseo, de la que salió una declaración ad hoc, y en Berlín al día siguiente. En Washington el enfado era mayúsculo, llegando el secretario de Defensa de Bush, Donald Rumsfeld, a tachar a Alemania y Francia de representantes de una "vieja Europa" que no estaba a la altura de los tiempos difíciles que tocaba enfrentar.
A este verdadero frente europeo de rechazo a la guerra se sumó Putin, otro de los cinco grandes, que acudió a la capital alemana para intercambiar impresiones con Schröder el 9 de febrero. El 16 de febrero el canciller se dirigió a la nación para subrayar la postura de su Gobierno, ya que las bravatas de Saddam no justificaban un conflicto que podría causar "la muerte de miles de inocentes". El 5 de marzo los respectivos ministros de Exteriores y, con carácter extraordinario, representantes nacionales en los encendidos debates del Consejo de Seguridad, Fischer, Dominique de Villepin e Igor Ivanov, suscribieron en París una declaración tripartita por la que rechazaban una segunda resolución que contuviera la luz verde a la invasión automática —la fórmula legalista que ahora pretendía el bloque anglo-estadounidense, secundado por España y Bulgaria, como Alemania miembros temporales del Consejo de Seguridad— y pedían más tiempo, todo el que fuera necesario, para las inspecciones sobre el terreno de armas prohibidas, que hasta ahora no habían encontrado nada comprometedor para los irakíes.
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