Frederick Chiluba

Huérfano de la madre desde los dos años, su padre, un minero del cobre de la etnia bemba, decidió dejarle al cuidado de los familiares de su difunta esposa en la población de Musangu. Estudió en las escuelas de Musangu y Lubunda, donde recibió el certificado de primaria. Sostenido por una beca, se matriculó en la escuela de secundaria de Kawambwa, pero en el primer curso estalló una algarada estudiantil e, identificado como uno de los cabecillas, fue obligado a abandonar el centro. Necesitado de dinero para reanudar sus estudios en otra parte, trabajo de tendero en el puesto que su tío tenía en el mercado de Mufulira, de camionero para una compañía de transportes y de oficinista en una plantación de sisal en Tanzania.

Entre tanto, sus intentos de completar la formación secundaria para convertirse en contable resultaron frustrados, primero al suspender los exámenes a distancia del Colegio Central Africano y luego al serle denegado el acceso en el Kivukoni College, en Tanzania. En 1964 regresó a Zambia, donde siguió desempeñando trabajos precarios antes de conseguir aprobar un curso de contabilidad por correspondencia con el Gordon Arlen College de Edinburgo. Con esta cualificación en 1965 fue contratado por la firma de comercio mayorista Masson-Ord, en Ndola, como administrativo de facturas.

Al año siguiente se estrenó con la misma función en la empresa de ingeniería sueca Atlas Copco, a la que seguiría ligado por el resto de su vida profesional privada. Allí se labró la carrera en el ramo que desde hacía tiempo había perseguido, siendo sucesivamente contable, supervisor de costes de envío, auxiliar de contabilidad, cobrador de impagados y, finalmente, responsable financiero.

Chiluba, mientras adquiría experiencia y conocimientos en las cuestiones financieras (después de acceder a la jefatura del Estado en 1991 se sacó una licenciatura en Ciencia Política), fue interesándose también por la problemática obrera. Afiliado en 1967 al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Construcción e Ingeniería (NUBEGW), en 1970 fue elegido presidente de distrito del Congreso de Sindicatos Zambianos (ZCTU) y en 1971 presidente del NUBEGW.

En los años siguientes viajó con delegaciones de su país a Alemania y Francia para conocer los modelos de convenios entre los trabajadores y patronos locales, así como a Moscú y a la sede de la ONU en Nueva York para tomar parte en reuniones internacionales de sindicalistas. Aquellas organizaciones no se trataban de sindicatos independientes, ya que en el país regía el sistema de partido único, el Unido de la Independencia Nacional (UNIP), instituido por el presidente desde la independencia, Kenneth Kaunda, y los miembros del ZCTU eran instados a inscribirse en él.

Así, su elección en 1974 como presidente del ZCTU le convirtió en un destacado exponente del oficialismo, pero, lejos de cooperar con Kaunda -en 1978 declinó su invitación de entrar en el Comité Central del UNIP-, Chiluba empezó a movilizar el sindicato contra la gestión del Gobierno con una serie de huelgas y paros en los ferrocarriles y en la minería del cobre. Kaunda percibió en las reivindicaciones laborales del ZCTU el principio de una oposición política organizada, así que comenzó a hostigar sus movimientos.

La central sindical planteó su primera demanda política en contra de la reforma del sistema de elección de los consejeros locales, que quedó reservada a los oficiales del UNIP. Ello le acarreó a Chiluba la expulsión del UNIP en 1980 y la detención policial en julio de 1981, acusado de organizar una serie de huelgas salvajes y de conspirar contra el Gobierno junto con el secretario general del ZCTU, Newstead Zimba.

El 28 de octubre de 1981 la Corte Suprema de Lusaka ordenó la puesta en libertad de Chiluba por considerar que su detención había sido ilegal. El régimen del Kaunda optó por colocar a Chiluba en el limbo de la escena pública, despojándole de sus cargos sindicales e ignorando la popularidad que había ganado como contestatario del poder. Sin embargo, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) siguió reconociéndole como presidente del ZCTU y el NUBEGW, y hasta 1986 le confirió la dirección de diversos comités sectoriales.

La agitación social en el país desde finales de la década en demanda de reformas aconsejó a Kaunda a legalizar el multipartidismo en noviembre de 1990. Chiluba se situó como el representante más notorio del movimiento democrático y estuvo entre los fundadores el 20 de julio de aquel año del Movimiento por la Democracia Multipartidista (MMD), una alianza de distintas tendencias ideológicas formada por sindicalistas, hombres de negocios, jefes de iglesias cristianas, estudiantes y disidentes del partido gobernante, esto es, prácticamente un mosaico de las diversas sensibilidades y sectores de la nación. En marzo de 1991, no sin la discrepancia de algunos dirigentes que terminaron abandonando el movimiento, fue elegido presidente del MMD y su candidato a las elecciones presidenciales convocadas para el 31 de octubre, que iban a ser las primeras democráticas en la historia del país.

A pesar de su trayectoria socialista, en la campaña Chiluba prometió sacar al país de la ruinosa situación en que se encontraba, luego de varias décadas de planificación de la economía, con soluciones de tipo liberal. Propugnó el manejo riguroso de las finanzas públicas, el incentivo a la iniciativa privada, la privatización de la mayoría de las empresas del Estado, empezando por la poderosa Zambia Consolidated Copper Mines (ZCCM), y la apertura a la inversión extranjera.

La arrolladora victoria de Chiluba, con el 84% de los votos, tuvo en su momento una gran repercusión en todo el continente, por ser el damnificado, Kaunda, uno de los líderes históricos del movimiento independentista y adalid de un modelo de socialismo africano que se proclamaba humanista y pacifista. El mejor colofón a su largo ejercicio fueron los propios comicios, de una limpieza pocas veces vista en el continente.

Empero, el desprestigio acumulado por Kaunda a causa de sus decisiones autoritarias y la corrupción en su entorno, unidos al desbarajuste económico, condujeron al triunfo del menudo pero vehemente líder sindical, depositario de las esperanzas generales de un cambio a mejor. Por otro lado, en las elecciones legislativas el MMD se hizo con 125 de los 150 escaños de la Asamblea Nacional. Chiluba heredaba una recesión del -1,8% del PIB, una inflación del 114,1% y una deuda externa de casi 8.000 millones de dólares, esto es, con diferencia, el peor cuadro económico de toda África oriental y meridional.

Tras tomar posesión el 2 de noviembre para un período de cinco años -poco antes había dimitido como presidente del ZCTU-, su primera disposición fue levantar, el día 8, el estado de emergencia vigente desde la independencia en 1964, contingencia que había amparado las actuaciones represivas del régimen de Kaunda. En los meses siguientes, el gobierno de Chiluba, que incluía a antiguos ministros del UNIP, no perdió el tiempo en negociar la reanudación de la ayuda financiera internacional, en rehabilitar determinadas infraestructuras y en inaugurar el programa de privatizaciones. Sin embargo, los problemas, de toda índole, tampoco tardaron en surgir, desde principios 1992.

Por un lado, la reconversión laboral en el sector público y los primeros tramos de la privatización levantaron una ola de protestas y huelgas; por otro parte, el Gobierno fue objeto de acusaciones de corrupción y autoritarismo. Las maquinaciones del entorno de Kaunda, que se resistiría a asumir su nueva condición de oposición parlamentaria, habrían estado detrás de un complot cuya desarticulación fue anunciada por Chiluba el 4 de marzo de 1993. Éste ordenó la detención de varios dirigentes del UNIP, entre ellos Wezi Kaunda, hijo del ex presidente, e impuso el estado de emergencia. Las protestas de los países occidentales suministradores de fondos obligaron a Chiluba a levantar la excepcionalidad legal en mayo.

A pesar de estos episodios de destemplanza política, que mermaron su credibilidad, el presidente zambiano salió fortalecido de su segunda prueba electoral el 18 de noviembre de 1996, cuando, beneficiado por el boicot practicado por el UNIP y otras formaciones opositoras y auxiliado por ciertas irregularidades de procedimiento que no existieron en 1991, obtuvo el 70,2% de los votos y su partido 131 escaños. El UNIP había sumado a su lista de agravios la enmienda constitucional de mayo, diseñada para frustrar un eventual retorno a la presidencia de Kaunda, cuya popularidad se había recuperado desde que reconquistara la jefatura del UNIP en junio de 1995.

La reforma limitaba los mandatos presidenciales a dos (lo que de paso ponía fecha de caducidad a la estancia de Chiluba en el poder) y prescribía que los candidatos debían avalar la condición zambiana de sus ancestros, al menos dos generaciones atrás. Ambos requisitos descalificaban a Kaunda, hijo de inmigrantes malawis, pero la oposición esgrimió el segundo contra Chiluba, asegurando que su padre nació en Zaire y más tarde se estableció en el Copperbelt de la antigua Rhodesia del Norte.

Este obstáculo al libre juego político le aparejó a Chiluba la censura internacional e incluso algunos países donantes recortaron las ayudas. La polémica se incrementó el 28 de octubre de 1997 cuando, tras desarticular un intento de golpe militar, volvió a imponerse el estado de emergencia y casi un centenar de figuras de la oposición fueron detenidas, entre ellas Kaunda, quien sin embargo no estaba en el país en el momento del golpe. Acusado de conocer los planes de la intentona, el ex presidente permaneció encarcelado hasta que en junio de 1999 el Gobierno le retiró los cargos.

En la decisión de Chiluba pesó decisivamente la presión exterior, pues no podía arriesgarse a un retorno de las sanciones que los proveedores de fondos le habían levantado en junio de 1997. Aunque la reforma estructural pactada con el FMI seguía adelante con grandes dificultades (la privatización de la ZCCM terminó en un desbarajuste en el que se evaporaron una parte de los activos financieros), la inflación se había rebajado al 25% y la deuda externa se había reducido en unos cientos de millones de dólares, 1998 cerró, después de varios años de crecimiento irregular, con una recesión del 1,9% y con los índices de pobreza extrema y desempleo desbocados, afectando a dos terceras partes y a la mitad de la población, respectivamente. A mayor abundamiento, el ZCTU entró en enfrentamiento directo con su antiguo responsable.

La merma acumulada en el crédito de Chiluba se difuminó en buena parte con motivo de su papel en la guerra civil iniciada en agosto de 1998 en la República Democrática del Congo (ex Zaire). A través de una diplomacia sumamente activa, que incluyó visitas a las capitales y encuentros con los líderes de todos los estados implicados en el complejo conflicto del país centroafricano, el mandatario zambiano se prestigió como un pacificador denodado y fue alabado por ello.

Asumiendo el rol de parte interesada pero neutral y cautelosa, toda vez que la mayoría de los estados de la zona se decantaron, con mayor o menor implicación, bien por el Gobierno de Kinshasa, bien por las guerrillas, Chiluba apadrinó en Lusaka el 10 de julio de 1999 una cumbre de los presidentes de Congo, Angola, Zimbabwe, Namibia, Uganda y Rwanda, esto es, los seis países con tropas combatientes (los dos últimos en ayuda de los rebeldes), para la firma de un acuerdo de paz.

En Lusaka se estableció un detallado calendario para la desmovilización de los contendientes, la creación de sendas comisiones conjuntas política y militar, y la creación de una fuerza de interposición de la ONU. A pesar de que esta vez el frente opositor sí suscribió los documentos en las semanas posteriores y el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una misión de enlace (luego convertida en misión de observación y finalmente en misión de pacificación), las escaramuzas o los combates abiertos no cesaron en ningún momento, dando continuidad a la guerra. Chiluba también fue instrumental en el anterior encuentro de Victoria Falls, Zimbabwe, el 7 y 8 de septiembre de 1998, y en el posterior de Kampala, Uganda, el 8 de abril de 2000, invariablemente fracasados sobre el terreno.

Chiluba se amparó en la neutralidad de su país para discutir por igual con el Gobierno y los rebeldes congoleños, pero al principio hubo claras simpatías por el presidente Laurent Kabila e incluso pareció estar dispuesto a enviar tropas en su ayuda, como habían hecho Zimbabwe, Namibia y Angola, en el seno de la Comunidad de Desarrollo del África Meridional (SADC). De hecho, cuando en 1997 él mismo era el jefe de la rebelión contra el régimen de Mobutu Sese Seko, Kabila recibió autorización para pasar tropas desde sus bastiones de Kivu a través del saliente nororiental de Zambia, como camino más rápido para la captura de Lubumbashi, la estratégica capital minera de la región de Shaba.

Los periodistas locales han citado que altos responsables militares y económicos desaconsejaron esta intervención de Zambia, que creían resultaría insoportable para las finanzas y sería impopular. El fracaso de una nueva cumbre de presientes en Lusaka, el 15 de agosto de 2000, fue achacado por Chiluba a Kabila, que se negaba a autorizar el despliegue de la misión de cascos azules de la ONU, por cuya aprobación y reclutamiento el zambiano había batallado en la palestra internacional, llegando a amenazar con la imposición de sanciones de la SADC.

Esta impaciencia con el Gobierno de Kabila coincidía con el deterioro de las relaciones con Angola. Chiluba había prestado sus buenos oficios para la resolución de la segunda guerra civil (1992-1994) entre el Gobierno poscomunista de José Eduardo dos Santos y la guerrilla Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA) de Jonas Savimbi, que suscribieron un protocolo de paz en Lusaka el 20 de noviembre de 1994. Pero en 1996 el régimen de Luanda apostó por la victoria electoral del UNIP, al que le unían viejas solidaridades antiimperialistas, principiando las desavenencias.

Chiluba acusó a su homólogo angoleño de implicación en el intento de golpe de Estado de octubre de 1997, y en abril de 1999 pidió explicaciones por la anunciada "inversión" por el Gobierno en el retorno al poder del partido de Kaunda en 2001. De hecho, tanto Kaunda como su hijo Wezi, el cual terminó siendo asesinado el 3 de noviembre de 1999 en una presunta agresión delictiva, aunque para muchos se trató de un atentado político para prevenir ulteriores complots con presumible auspicio angoleño, venían realizando idas y venidas a Luanda para reunirse con altos miembros del Gobierno y con el propio dos Santos.

Con esta animosidad, Angola subrayaba su desagrado por las atribuidas facilidades en territorio zambiano de UNITA, que, luego de muchos meses de escaramuzas y movimientos de tropas, reanudó la guerra total con los gubernamentales en noviembre de 1998. En enero de 2000 la tensión entre los dos países subió de tono con nuevas acusaciones a Zambia por la impunidad con que UNITA se suministraba de armas desde este país, a lo que Lusaka respondió con la movilización de su Ejército en la frontera, que es donde desde la segunda mitad del año se concentraron los combates. En mayo la aviación angoleña efectuó bombardeos de aldeas dentro de los límites zambianos.

Chiluba siempre negó que su país diera soporte a UNITA e invitó a oficiales de la ONU y de la misma Angola para que verificaran sobre el terreno la no injerencia en los asuntos del país vecino. Las relaciones no fueron tampoco cordiales con el presidente zimbabwo, Robert Mugabe, que habría querido la inclusión de Zambia en el frente militar para sostener a Kabila. La misma Sudáfrica gobernada por el Congreso Nacional Africano siguió cultivando sus vínculos con Kaunda, quien fuera aliado principal en los años de la lucha contra el apartheid.

El asesinato de Kabila en enero de 2001 y su sustitución en la presidencia de Congo por su hijo, Joseph Kabila, insufló un nuevo ímpetu al malhadado proceso de paz. Chiluba acogió por enésima vez a los presidentes y cabezas de facción en Lusaka el 15 de febrero de 2001 y logró resucitar los acuerdos de 1999, inaugurando un relajamiento de las tensiones que permitió el despliegue de los primeros pacificadores de la ONU seguido de la retirada progresiva de los respectivos ejércitos extranjeros. No obstante, para agosto, fecha en que debía haber culminado el proceso de paz, seguía observándose actividad bélica en diversos frentes.

En otro escenario bien distinto, Chiluba sí despachó medio millar de soldados a Sierra Leona como parte de la Misión de paz de Naciones Unidas (UNAMSIL). Precisamente, el grueso de este contingente fue temporalmente secuestrado en mayo de 2000 por la guerrilla del Frente Revolucionario Unido, precipitando la reanudación de los combates y la intervención militar del Reino Unido para ayudar a los gubernamentales en el rescate de los uniformados.

Chiluba ha sido uno de los dirigentes mundiales más comprometidos con la promoción del cristianismo. Hombre de vestir elegante y calzar con sobresuelas (para corregir su reducida estatura), gusta ilustrar sus discursos con citas bíblicas, esta última, por cierto, otra característica de Kaunda. Como miembro de una iglesia pentecostal está bien relacionado con el movimiento evangélico internacional, y en su momento declaró a Zambia, donde los protestantes y católicos suponen no más del 65% de la población, un "país cristiano tolerante con otras religiones".

En un contexto económico y financiero sensiblemente más benigno, Chiluba planteó su intención de optar a un tercer mandato mediante una reforma constitucional expresa. En 2000 el crecimiento del PIB se situó en el 4%, la inflación registró el 22% y la deuda externa cayó por debajo de los 6.000 millones de dólares. Pero el 75% de la población no tenía acceso siquiera a un dólar al día, que es el umbral de la pobreza extrema fijado por el Banco Mundial, y en la última década el país había perdido muchas posiciones comparativas en los índices de desarrollo humano confeccionados por la ONU, entre los más bajos del mundo, todo ello a pesar de las millonarias ayudas extranjeras y la riqueza agrícola y minera del país.

No obstante, el proyecto reeleccionista levantó tal oposición social y política, inclusive en el MMD, donde se produjo un verdadero motín encabezado por el vicepresidente y general Christon Tembo, que en mayo de 2001 Chiluba hubo de plegarse a sus compromisos previos. La confirmación de la partida de su jefe de filas desató la turbamulta entre los notables del MMD para hacerse con la sucesión, pugna que ganó, con el parabién de Chiluba, Levy Mwanawasa, vicepresidente de la República en 1991-1994 y aspirante fallido a la jefatura del partido en 1996.

La precampaña de las elecciones generales del 27 de diciembre de 2001 estuvo regada de tensiones y escándalos, de los que dio buena cuenta una de las prensas menos acomodaticias y más cáusticas del continente. El 6 de julio apareció asesinado el ex asesor de presidencial Paul Tembo, que se había unido a la oposición para retar a su antiguo superior y que se disponía a aportar pruebas concluyentes a un tribunal que investigaba las denuncias de corrupción y abuso de poder en el seno del Gobierno.

La oposición en pleno calificó de "crimen político" y de "terrorismo de Estado" al último de una serie de asesinatos sospechosos de políticos prominentes, comenzada en 1998 con la muerte del ex ministro de Finanzas Ronald Penza, pero de puertas afuera Chiluba volvió a opacar la contestación interna merced a un evento internacional, esta vez la celebración en Lusaka del 9 al 11 de julio de la XXXVII Asamblea (cumbre) ordinaria de Jefes de Estado y de Gobierno de la Organización para la Unidad Africana (OUA), cita de carácter histórico al proclamar el nacimiento de la Unión Africana. Como anfitrión, Chiluba tomó el relevo de la presidencia de turno de la Organización en lo que le quedaba de mandato.

Mwanawasa llegó a los comicios sin garantías de victoria sobre sus dos contrincantes más notorios, el empresario Anderson Mazoka, del Partido Unido para el Desarrollo Nacional (UPND), y Christon Tembo, al frente del Foro para la Democracia y el Desarrollo (FDD, al que pertenecía el asesinado Paul Tembo) formado después de abandonar el MMD. Nada más cerrarse las urnas y anunciarse los primeros resultados favorables al MMD, estallaron las acusaciones de pucherazo, que se sumaron a las imputaciones contra Chiluba de corrupción, mala gestión y fomento de las camarillas y el tribalismo prodigadas en la campaña, pero la Corte Suprema desestimó las demandas opositoras de nuevos escrutinios.

El 2 de enero de 2002 Chiluba traspasó la Presidencia a su protegido Mwanawasa, momento en que los analistas hicieron un balance de luces y sombras de su década en el poder, cuyo último test democrático, la conducción de unas elecciones con posibilidades de cambio de dirigencia, mereció calificaciones deficientes.

(Cobertura informativa hasta 1/2/2002)