Fernando Belaúnde Terry

El estadista por antonomasia de la política peruana en la segunda mitad del siglo veinte presidió la república andina en dos ocasiones, de 1963 a 1968 y entre 1980 y 1985, después de dos tentativas electorales frustradas, en 1956 y 1962, y como restaurador del sistema democrático tras sendos regímenes militares de facto. Fundador del partido Acción Popular y hombre de honor a la antigua, con modales aristocráticos e inmune a la corrupción, Fernando Belaúnde fue, desde posiciones conservadoras, un patriota sincero y un demócrata honesto comprometido con el reformismo social y el progreso del Perú, pero al que sin embargo solieron desbordar unos sectores nacionalistas e izquierdistas radicalizados: su primer mandato quedó interrumpido por el golpe militar revolucionario del general Velasco Alvarado, mientras que el segundo fue severamente golpeado por la subversión senderista a la vez que por una aguda crisis económica. El emérito y respetado dirigente falleció en 2002 a los 89 años de edad.

(Texto actualizado hasta junio 2002)

1. Ingeniero linajudo con inclinaciones reformistas
2. Una alternativa democrática para el sistema peruano
3. Primera presidencia: reformas sociales impugnadas a derecha e izquierda
4. Segunda presidencia: crisis económica y subversión maoísta
5. Presencia prolongada en la política nacional



1. Ingeniero linajudo con inclinaciones reformistas

Nació en el seno de una familia aristocrática de Arequipa, perfecto exponente de las élites peruanas con genealogía europea. En el ilustre árbol genealógico del futuro presidente aparecían numerosos regidores y políticos con ascendencia española (extremeña, vasca o andaluza), como el primer alcalde de Lima en el siglo XVI, Nicolás de Rivera, el cronista de la conquista Pedro Pizarro, el arzobispo Francisco Javier de Luna Pizarro, que fuera primer presidente del Congreso Constituyente del Perú, o el general Pedro Díez Canseco, presidente de la República en funciones en cuatro ocasiones entre 1863 y 1868 y bisabuelo paterno del muchacho.

Su padre, Rafael Belaúnde Diez Canseco, y el hermano de éste, Víctor Andrés Diez Canseco, también se involucraron en política y en la década de los veinte sus actividades les acarrearon períodos de cárcel y exilio durante la dictadura de Augusto Leguía y Salcedo. La familia fue definitivamente desterrada a Francia en 1924 y allí recibió el joven Belaúnde, luego de empezar la primaria en el colegio limeño La Recoleta, toda su educación secundaria y preuniversitaria. Inició estudios de ingeniería en la Escuela de Electricidad y Mecánica Industrial de París y en 1930 secundó a la familia en su decisión de instalarse en Estados Unidos. Luego, reanudó las clases en la Universidad de Miami, donde su padre estableció una cátedra de Derecho e Historia antes de ser nombrado ministro del Gobierno peruano por el general Óscar Benavides Larrea, y luego en la Universidad de Texas, por la que se licenció en Arquitectura en 1935. Durante unos meses Belaúnde ejerció su profesión en México, en la firma Whiting y Torres, y a finales de 1936 regresó al Perú.

Hombre de múltiples inquietudes, desarrolló su especialidad profesional en los ámbitos académico e intelectual, y su talante modernizador pronto le aseguró un lugar señero en la vida social peruana. A través de la revista El arquitecto peruano, la Asociación de Arquitectos del Perú y el Instituto de Urbanismo del Perú que él fundó y dirigió, divulgó las corrientes arquitectónicas del momento y sus nociones sobre ingeniería urbanística y el problema de la vivienda en el país andino. Asistió a congresos y convenciones de la disciplina e impartió clases en diversos centros de país y el extranjero.

En 1943 se convirtió en catedrático de Urbanismo en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Católica de Lima, en 1950 se puso al frente del Departamento de Arquitectura de la Escuela de Ingenieros y en 1955 fue nombrado primer decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería, centro que puso en marcha a partir de la citada Escuela de Ingenieros, y cuyos alumnos y profesores, con él supervisándolo todo como jefe de obras, levantaron personalmente. Su creciente influencia en la vida pública y el dechado de su padre impelieron a quien había venido de Estados Unidos impresionado por las realizaciones del New Deal rooseveltiano a plantar el jalón personal en la estirpe familiar de políticos. Ya en 1939 figuró entre los que apoyaron la candidatura presidencial de José Quesada, del Frente Patriótico, contra Manuel Prado y Ugarteche, de la Coalición Conservadora, a la postre vencedor de la lid.

En 1944 Belaúnde estuvo presente en la fundación del Frente Democrático Nacional (FDN), la coalición antioligárquica de liberales y comunistas cuyo principal componente era la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) de Víctor Raúl Haya de la Torre y que en las elecciones del 10 de junio de 1945 llevó a la Presidencia a José Luis Bustamante y Rivero por delante del candidato oficialista, el mariscal Eloy Ureta Montehermoso. Miembro de la Secretaría del FDN y responsable de propaganda en la campaña de Bustamante, Belaúnde de paso salió elegido diputado por Lima en la Cámara baja del Congreso mientras que su padre fue nombrado por el recién inaugurado presidente primer ministro de su Gobierno.


2. Una alternativa democrática para el sistema peruano

El 29 de octubre de 1948 el general Manuel Apolinario Odría Amoretti dio un golpe de Estado y disolvió el Congreso. Retornado a las actividades académicas, en los ocho años siguientes Belaúnde elevó su voz en diversas ocasiones para denunciar la dictadura de Odría y su artimaña electoral de 1950 para legitimarse en el poder. A comienzos de 1956 lanzó su postulación para las elecciones presidenciales del 17 de junio de ese año y se apoyó en la plataforma que le brindó el Frente Nacional de Juventudes Democráticas, una organización prodemocrática fundada por estudiantes universitarios, algunos alumnos suyos, el 6 de agosto de 1955.

El 1 de junio de 1956, cuando el Jurado Nacional de Elecciones se negaba a inscribir su candidatura, el arquitecto encabezó una marcha de protesta contra el Palacio presidencial; desafiando los mangerazos de agua de la policía antidisturbios, lanzó un ultimátum a las autoridades para que le registraran en las elecciones si querían evitar el asalto del edificio y una "revolución". Belaúnde se salió con la suya, multiplicando las adhesiones con esta inopinada demostración de coraje cívico, liderazgo político y oratoria en la que, con el mejor estilo del tribuno latinoamericano, no faltaron los arranques de radicalismo populista y un cierto gusto por la teatralidad. Con todo, según iba a mostrar su trayectoria posterior, Belaúnde estaba bien lejos de las figuras del agitador de multitudes o el demagogo, y su perfil respondía más bien al del hombre moral y legalista, poseedor de un proyecto regenerador y atento a las buenas maneras.

Así las cosas, en su primer envite presidencial Belaúnde obtuvo el 36,7% de los votos contra el 45% de Prado Ugarteche, un resultado tanto más meritorio cuanto que el ex presidente recibió el apoyo del proscrito partido de Haya de la Torre, quien aceptó olvidar pasados antagonismos a cambio del retorno a la legalidad tan pronto como Prado regresara al poder. Belaúnde denunció haber sido víctima de un fraude y se aprestó a capitanear la oposición parlamentaria al nuevo Gobierno, en el que iba a servir (1958) su tío Víctor Andrés, jurista y diplomático eminente, como ministro de Relaciones Exteriores.

El 7 de julio de 1956 Belaúnde fundó en Chincheros, departamento de Cuzco, la Acción Popular (AP), fuerza centrista o conservadora moderada cuya oferta de profundas reformas para el país caló en las clases medias urbanas y profesionales así como en algunos propietarios rurales conscientes del atraso del agro peruano, todos los cuales no se sentían identificados ni con la derecha oligárquica y promilitar ni con el radicalismo y el ambiguo nacional-populismo que ofrecía el APRA, bien implantado entre las masas trabajadoras. AP se definía como un partido democrático, nacionalista, humanista y cooperativista, e incluso reivindicaba una actitud revolucionaria, antiimperialista e interclasista, una amalgama de nociones bastante sui generis que aspiraba a articular una vía alternativa a cualquiera de las ideologías conocidas, algunas autóctonas de Latinoamérica, otras importadas de Europa y Estados Unidos, ya fueran el socialismo científico, la socialdemocracia, la democracia cristiana, el capitalismo liberal, el corporativismo conservador o el obrerismo no marxista. En estos años, Belaúnde dejó plasmado en una serie de libros su pensamiento político y social, sobre el que pivotaba una constante preocupación por los déficits y las posibilidades del país andino.

Constituyen una suerte de trilogía La conquista del Perú por los peruanos, Pueblo por pueblo y El mestizaje de la economía, obras en las que el autor exhortaba a recuperar los valores y las formas de organización social del antiguo imperio inca, observado desde una perspectiva idealizada, al reencuentro de los peruanos modernos con las señas de identidad más propiamente nacionales depositadas en el espacio físico andino (un desconocimiento que tradicionalmente se ha reprochado a los blancos pitucos que conforman las clases dirigentes de la costa), y a diseñar un plan de acción económico que no se ciñera exclusivamente a la racionalidad liberal y que tuviera en cuenta las especificidades de la realidad peruana, por lo que concedía la máxima importancia a la planificación y la cooperación popular. Amigo de formular consignas aleccionadoras, la expresión "El Perú como doctrina" vino a sintetizar todo este elaborado pensamiento político.

Belaúnde era, por otra parte, un hombre con un concepto de la caballerosidad y el honor de regusto decimonónico, que concedía una importancia extremada a las formas. Una manifestación muy aparatosa de este talante fuera de moda sucedió en enero de 1957, cuando llegó a retar a duelo al diputado pradista Eduardo Watson Cisneros después de que éste se negara a retractarse de una réplica a una carta pública en la que el dirigente opositor había puesto en tela de juicio la gestión gubernamental; para pasmo general, retador y retado acudieron a batirse con sable en el campo de aviación de Collique (otras fuentes hablan de una azotea de la Universidad de Ingeniería) y, según testimonios de la época, se infligieron algunos cortes superficiales antes de darse por mutuamente reparados.

En mayo de 1959 Belaúnde fue arrestado cuando se disponía a inaugurar la convención anual del partido en Arequipa, que el Gobierno no había autorizado. Internado en el penal de la isla de El Frontón, frente a la costa limeña, a los doce días fue puesto en libertad no sin antes intentar la fuga por mar a nado, lo que puso en cuestión el celo de unos carceleros que simpatizaban con él y volvió a mostrar el arrojo y la sangre fría del político en situaciones de alto riesgo. El Gobierno de Prado tuvo también que parar el juicio criminal que le promovió ante la presión de la calle, en un momento de fuerte malestar social por la crisis económica.

Todo estaba servido para el triunfo de Belaúnde en las elecciones generales del 10 de junio de 1962, pero, con el 32,9% de los sufragios, Haya de la Torre le adelantó por menos de un punto porcentual y 14.000 votos, mientras que a AP se le adjudicaron 78 escaños en la Cámara de Diputados. Se elevaron imputaciones de fraude, Belaúnde propuso formar una comisión cívica y el Ejército, donde las actitudes contra el APRA seguían muy fuertes, fue mas allá y exigió la suspensión de los comicios. Ante la negativa de Prado, el 18 de julio los militares encabezados por el general Ricardo Pérez Godoy dieron un golpe de Estado y formaron una Junta Militar, la cual, empero, no mostró intención de quedarse en el poder más allá de lo necesario hasta la celebración de nuevos comicios. Cuando Pérez Godoy dio muestras de aferrarse al sillón presidencial, sus propios compañeros de junta le sustituyeron por el general Nicolás Lindley López, partidario de regresar a los cuarteles cuanto antes.


3. Primera presidencia: reformas socioeconómicas impugnadas a derecha e izquierda

La segunda tentativa electoral se celebró el 9 de junio de 1963 y esta vez Belaúnde, aliado con el Partido Demócrata Cristiano (PDC) y apoyado por las Fuerzas Armadas, la Iglesia católica y los medios de comunicación, se apuntó la victoria con el 39% de los votos, derrotando a Haya de la Torre y al ex dictador Odría, esto es, los mismos protagonistas de la liza del año anterior. El 28 de julio Belaúnde tomó posesión de su mandato de seis años resuelto a llevar a cabo un programa de reformas profundas, que tenía para algunos un alcance verdaderamente revolucionario en un país necesitado de grandes transformaciones y para otros un matiz "incaísta", rivalizando con el APRA por la atracción de la numerosa población indígena y mestiza. Ciertamente, Belaúnde supo cortejar al Perú profundo con innumerables visitas a núcleos rurales a lo largo y ancho del país, a lomos de caballería o a pie.

Sin embargo, las dificultades no se hicieron esperar. Los intentos de expropiar los latifundios tropezaron con la resistencia de los grandes terratenientes y del propio campesinado indio, que se organizó en milicias armadas. En el Congreso, AP carecía de mayoría, aun con el apoyo del Partido Popular Cristiano (PPC, escisión del PDC en 1966) que lideraba el alcalde de Lima Luis Bedoya Reyes, y sus proyectos de ley relacionados con la reforma agraria o con la colonización del alto Amazonas tropezaron con la pinza conformada por el APRA -derechizado a ojos vista hasta el punto de hacerle el juego a la oligarquía- y la Unión Nacional Odriísta dirigida por el ex dictador. Belaúnde no respondió con belicosidad a este verdadero boicot antirreformista y, con más aplomo que vacilaciones, se resignó a desenvolverse por el estrecho cauce que le quedaba con pulcritud democrática no llegando, probablemente, a considerar nunca una salida autoritaria, tentación tantas veces realizada antes y después de él por gobernantes de toda América Latina.

A falta de concreciones en unos capítulos esenciales para romper las viejas estructuras semifeudales del campo peruano, Belaúnde se concentró en obras públicas como la apertura de carreteras, la construcción de viviendas y el desarrollo de la tímida capacidad industrial del país. Pero para 1968 unos profundos malestar y desencanto campaban por el Perú. Belaúnde fue acusado por sus detractores de falta de liderazgo político, de inconsistencia en la gestión de la economía -devaluaciones monetarias inclusive- en una coyuntura de absoluta atonía, de inacción ante las imputaciones de implicación en negocios de contrabando hechas a miembros de su Gabinete, y, sobre todo, de conducir una política petrolera lesiva para los intereses nacionales.

Particular polémica suscitó la firma el 13 de agosto de 1968 con la International Petroleum Company (IPC), la empresa estadounidense que explotaba desde hacía décadas los yacimientos norteños de La Brea-Pariñas, de un acuerdo por el que el Estado peruano renunciaba a cobrar los impuestos que la IPC le adeudaba a cambio de la transmisión a la Empresa Petrolera Fiscal peruana (EPF) de la titularidad de los pozos; entretanto, la IPC seguiría encargándose de extraer y comercializar el petróleo. El presidente presentó el acuerdo como un hito que zanjaba la larga disputa sobre los títulos de propiedad y que reintegraba a la soberanía nacional el suelo y el subsuelo de La Brea y Pariñas. Por contra, las Fuerzas Armadas encontraron en la transacción la excusa que buscaban para derrocar a Belaúnde en un golpe de Estado incruento que fue perpetrado el 3 de octubre de 1968, aunque el motivo último de la tercera injerencia castrense en veinte años pareció ser la perspectiva de una victoria del APRA en las elecciones generales de 1969.

El edecán de Belaúnde, general Juan Velasco Alvarado, formó una Junta Revolucionaria y arrestó inmediatamente al mandatario, que fue metido en un avión con rumbo a Argentina. Poco después, Belaúnde estableció en Estados Unidos un exilio que se antojaba indefinido, ya que esta vez los militares habían usurpado el poder con la intención de quedarse y para ejecutar su propio programa político, definido como nacionalista, socialista, revolucionario y popular. Durante doce años Belaúnde ejerció la docencia en las universidades de Harvard, Columbia, John Hopkins y George Washington, casa de estudios que en 1979 le concedió un doctorado honoris causa, uno más entre los laureles académicos recibidos de diversas universidades de Estados Unidos y Europa. Durante este forzada expatriación, el ex presidente siguió atentamente las vicisitudes políticas peruanas y realizó tres visitas breves a su país por razones familiares; en diciembre de 1970 lo hizo para asistir al entierro de su madre, en enero de 1972 con motivo del grave estado de salud de su padre y en abril siguiente para asistir a su funeral.


4. Segunda presidencia: crisis económica y subversión maoísta

En agosto de 1975 Velasco Alvarado fue removido de la Presidencia por sus compañeros y tomó el mando el general Francisco Morales Bermúdez, quien sin dar carpetazo total al programa revolucionario del Gobierno sí imprimió un viraje a la moderación ideológica. En julio de 1977 Morales anunció un cronograma para la devolución del poder a un gobierno civil electo en 1980 y Belaúnde decidió retornar al Perú para pilotar su partido en la etapa política que se abría y, eventualmente, participar en las convocatorias electorales. Escéptico aún sobre los propósitos del Gobierno militar, prefirió boicotear las elecciones del 18 de junio de 1978 a una Asamblea Constituyente, facilitando la mayoría del APRA y convirtiendo al PPC en la primera fuerza representativa del centroderecha peruano. Pero, una vez comprobado que los militares deseaban, efectivamente, abandonar el Gobierno siempre que las autoridades civiles salvaguardaran su inmunidad contra eventuales acciones penales, el veterano dirigente se sumó a la transición.

No obstante su automarginación de la consulta de 1978, AP cosechó una rotunda victoria en las elecciones generales del 18 de mayo de 1980; en las presidenciales, Belaúnde recibió el 44,9% de los votos, casi el doble que los obtenidos por el aprista Armando Villanueva del Campo y cinco veces más que Bedoya Reyes; en las legislativas, la alianza de AP, PPC y PDC se aseguró en ambas cámaras del Congreso -y AP por sí sola en el caso de la Cámara de Diputados, al hacerse allí con 98 de los 180 puestos- la mayoría absoluta. A los ojos de una parte significativa de los peruanos, la figura patriarcal de Belaúnde encarnaba el retorno de las instituciones democráticas y el orden civil al cabo de la decepcionante experiencia del velasquismo, que se empantanó en el autoritarismo, la corrupción y una retórica revolucionaria sin realizaciones de progreso material.

El 28 de julio Belaúnde, a la edad de 77 años, tomó posesión de la Presidencia con un mandato quinquenal en una ceremonia de la que se ausentó el general Morales, lo que vino a simbolizar, más que una transferencia de poder, la restitución del cargo del que el anciano estadista había sido despojado 12 años atrás. Desde la balconada de la Casa de Pizarro, sede del Ejecutivo nacional, el mandatario proclamó: "Las puertas del Palacio de Gobierno se abren a todos los peruanos. Se quiere concertación, se quiere, tal vez, que invitemos a destacados personajes, con mucho gusto, pero antes invitamos al destacado pueblo del Perú". Sus primeras disposiciones, el mismo día 28, fueron ratificar la Constitución promulgada el 12 de julio del año anterior y firmar la amnistía política y administrativa para los jefes militares, aprobada por el Congreso en la misma sesión de investidura.

En su segunda administración, Belaúnde asumió con cautela la gestión de la pesada herencia del régimen militar, que había dejado sumido al país en un formidable marasmo económico, si no en la ruina. Prodigando elogios a los uniformados por su retorno voluntario a los cuarteles y ratificándose en la decisión de no revisar su actuación gubernamental, Belaúnde se abstuvo de lanzar la desregulación y la desestatalización generales de la economía nacional más allá de algunas privatizaciones en los sectores bancario, minero y petrolero, y de iniciativas parciales para atraer las inversiones foráneas y abrirse a los flujos internacionales del libre mercado en régimen de competencia. La medida más destacada, y polémica, en ese sentido fue la Ley Nº 23231, más conocida como Ley Kuczynski por su promotor, el ministro de Energía y Minas Pedro Pablo Kuczynsky, que otorgó una generosa exoneración tributaria a las compañías energéticas extranjeras.

Sin duda, Belaúnde temía que las reformas de carácter traumático levantaran tensiones y antagonismos sociales capaces de malograr la aún frágil democracia peruana, una contención que fue muy criticada por la derecha liberal. Ahora bien, el mandatario sí revirtió, y también en las primeras horas de su presidencia, uno de los más importantes aspectos colectivistas del velasquismo con la devolución a sus propietarios de las cabeceras de prensa que en 1974 habían sido expropiadas y entregadas a diversas organizaciones sociales; esta gestión popular de los medios escritos, teóricamente, debió haber favorecido el pluralismo informativo y la democratización en la selección de las noticias, pero en realidad generó una prensa subjetiva al servicio del régimen militar; con todo, colectivos indigenistas y de la izquierda lo consideraban una importante conquista social, así que protestaron enérgicamente por el decreto de Belaúnde.

El disgusto en la calle se incrementó cuando el Gobierno, para hacer frente a una deuda exterior de 10.000 millones de dólares, un déficit presupuestario equivalente al 9% del PIB y una inflación del 70% anual, se decantó por una política de subidas salariales moderadas y alzas en los precios de los alimentos básicos y los combustibles hasta cuatro veces superiores. Ya en enero de 1981 el Gobierno encajó su primera huelga general por la eliminación de subsidios al consumo, a lo que Belaúnde respondió con una llamada al diálogo directo con las fuerzas políticas y sindicales.

Al agravamiento de la situación social y económica, cuya manifestación palmaria era, no ya la conflictividad obrera, sino el éxodo de pobladores de la sierra hacia las ciudades de la costa en busca de trabajo y mejores condiciones de vida, coadyuvó el resurgimiento, con fuerza inusitada, de la subversión guerrillera del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) y, sobre todo, del siniestro Sendero Luminoso, liderado por el profesor universitario Abimael Guzmán Reynoso. Lanzados a la lucha armada en Ayacucho justo cuando el país recobraba la democracia, los senderistas habían surgido en 1971 como una escisión ultrarradical del Partido Comunista Peruano (haciéndose llamar "el PCP por el Sendero Luminoso de José Carlos Mariátegui", siendo éste un conocido intelectual comunista que propugnó la revolución social del campesinado peruano y al que los disidentes del PCP tomaron por su mentor doctrinal), les guiaban el modelo maoísta chino y el de los jmeres rojos camboyanos, y, como ellos, pretendían la toma violenta del poder mediante la guerra popular revolucionaria, desde el campo a las ciudades.

Mixtura de guerrilla y banda terrorista, Sendero Luminoso se lanzó a un combate frontal contra el Estado peruano que por momentos tomó la traza de una agresión indiscriminada al conjunto de la sociedad, causando miles de muertos y gravísimos quebrantos a las infraestructuras productivas y de comunicaciones. La Guardia Republicana se vio desbordada por la guerrilla y a finales de 1982 Belaúnde, a su pesar, tuvo que involucrar al Ejército en las labores de contrainsurgencia.

1983 fue un año especialmente difícil, por el agravamiento de la crisis económica, la escalada terrorista de Sendero Luminoso, la multiplicación de los asesinatos políticos y, finalmente, las calamidades naturales. En junio Belaúnde declaró el estado de emergencia, lo que llevaba implícito la suspensión de garantías constitucionales, y también solicitó al Congreso el restablecimiento de la pena de muerte para los reos por delitos de terrorismo. Todo esto produjo más inquietud por cómo las fuerzas de seguridad del Estado estaban desarrollando las operaciones contrainsurgentes y contraterroristas, multiplicándose las denuncias de conculcaciones masivas de los Derechos Humanos de población civil cogida entre dos fuegos.

En 1984 la recesión económica pudo ser superada por una fluctuación positiva en los mercados internacionales de minerales que Perú exportaba, pero la situación financiera y monetaria siguió sin tocar fondo. En abril se produjo una crisis de Gobierno con la dimisión del primer ministro Fernando Schwalb López y la retirada del PPC de la coalición como protesta por la reluctancia de Belaúnde a, tal como demandaba el FMI para refinanciar la deuda exterior peruana, extremar la austeridad presupuestaria, ya que ello habría imposibilitado la ejecución de determinadas obras de desarrollo vial, hidroenergético y urbanístico que el presidente consideraba imprescindibles para apaciguar las tensiones sociales. Entretanto, la violencia, subversiva y antisubversiva, alcanzaba niveles alarmantes.

No obstante tanta crispación, Belaúnde conservó unas formas flemáticas y mayestáticas que reflejaban ecuanimidad y reflexión pausada, una medición de las palabras y los ademanes que le hicieron acreedor del epíteto de Señor del gesto y algún comentario mordaz sobre si no lo habría hecho mejor como "presidente de Suiza". Como en su primer período presidencial, evitó las salidas anticonstitucionales y aseguró el funcionamiento del proceso democrático con la celebración puntual de elecciones municipales, ausentes durante la dictadura militar. Ya en la primera convocatoria, el 23 de noviembre de 1980, AP cayó al 35% de los sufragios, y en la segunda, el 13 de noviembre de 1983, el partido del presidente sufrió una derrota total, perdiendo las alcaldías de todas las capitales departamentales, incluido el baluarte de Arequipa.

A comienzos de 1985 Sendero Luminoso seguía golpeando casi a capricho y la situación social y económica era deplorable, con el dólar cotizando a 12.000 soles, la inflación en torno al 230%, la deuda externa rebasando los 14.000 millones de dólares y el desempleo afectando a casi una tercera parte de la población activa. El Estado era insolvente ante sus deudores y el Gobierno incurrió de hecho en la suspensión de pagos, si bien no llegó a declarar la moratoria de la deuda. En tales circunstancias, no constituyó ninguna sorpresa el hundimiento de AP en las elecciones generales del 14 de abril de 1985; en las presidenciales, el candidato oficialista, Javier Alva Orlandini, viejo colaborador de Belaúnde, no pasó del 7% de los votos y fue vapuleado por el joven aspirante aprista Alan García Pérez, por Alfonso Barrantes Lingán, de Izquierda Unida (IU), y por Bedoya Reyes, mientras que en la Cámara de Diputados la representación acciopopulista se recortó hasta los diez legisladores. Belaúnde transmitió la banda presidencial a García el 28 de julio y fue automáticamente investido senador vitalicio en calidad de ex presidente constitucional.


5. Presencia prolongada en la política nacional

En los años siguientes, no menos pródigos en agitaciones y sobresaltos, el anciano estadista continuó influyendo en el desarrollo político. El 12 de febrero de 1988 se unió al Movimiento Libertad promovido por el prestigioso literato Mario Vargas Llosa, el PPC y el Grupo Solidaridad y Democracia bajo la sombrilla del Frente Democrático (FREDEMO), alianza concebida como un instrumento de oposición al Gobierno del Partido Aprista Peruano (PAP, es decir, el APRA) y como plataforma de la aspiración presidencial de Vargas Llosa en las elecciones del 8 de abril de 1990, una apuesta personal de Belaúnde que contrarió a algunos dirigentes de AP por propugnar el ilustre literato la terapia de choque económica a la usanza neoliberal. El novelista fue el candidato más votado en la primera vuelta, pero en la segunda, el 10 de junio, fue barrido por el ingeniero independiente de origen japonés Alberto Fujimori. En las elecciones al Congreso, AP registró una importante recuperación y aumentó sus diputados a 26.

Belaúnde adoptó una actitud moderadamente crítica al nuevo Gobierno de Fujimori, si bien la endureció a raíz de su autogolpe de Estado de abril de 1992, por el que el presidente suspendió la Constitución, disolvió el Congreso y se arrogó plenos poderes. Reproduciendo la estrategia de 1978-1980 cuando el régimen militar, Belaúnde decidió el boicot de AP a las elecciones del 22 de noviembre de 1992 al Congreso Constituyente Democrático convocado por Fujimori, pero lo levantó en las elecciones generales del 9 de abril de 1995. Belaúnde declinó la invitación de su partido de ser el candidato presidencial y también se desvinculó de la coalición Unión por el Perú (UPP) formada por personalidades de diverso signo para sostener el envite presidencial del antiguo secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar. En estos comicios, que validaron a Fujimori en el poder, AP cosechó los peores resultados de su historia, al quedar su candidato Raúl Diez Canseco Terry, sobrino de Belaúnde, en la sexta posición con un minúsculo 1,6% de los votos y colocar en el nuevo Congreso de la República sólo cuatro diputados, correspondientes al 3,3% de los votos.

El 6 de junio de 1997 Belaúnde estableció con la UPP, el PAP, el PPC, IU y el Frente Independiente Moralizador (FIM) de Fernando Olivera Vega el Bloque Parlamentario de Oposición Democrática, con el objetivo, a la postre infructuoso, de impedir a Fujimori presentarse al tercer mandato en virtud a una discutible interpretación de la nueva Constitución. Pero AP era ya una fuerza absolutamente minoritaria en el renovado sistema de partidos peruano y no jugaba más que un papel secundario en los tiras y aflojas entre el fujimorismo y la oposición. El representante de la histórica formación para las controvertidas elecciones de abril de 2000, Víctor Andrés García Belaúnde, otro sobrino del ex presidente, quedó en octavo lugar con un testimonial 0,4% de los votos, mientras que la lista al Congreso recolectó el 2,5% de los votos, lo que dio derecho a tres escaños.

Uno de estos diputados era el secretario general de AP, Valentín Paniagua Corazao, un abogado que había servido como ministro en los gobiernos acciopopulistas, el cual fue elegido presidente del Congreso el 16 de noviembre de 2000 en un raro ejemplo de consenso entre partidarios y opositores de Fujimori. Cuando éste, confrontado a una situación insostenible de rechazo general a su régimen pseudodemocrático abandonó el poder días después, correspondió a Paniagua asumir la Presidencia con carácter interino, hasta la celebración de las nuevas elecciones, lo que devolvió a AP, si bien fugazmente y con carácter más formal que otra cosa, a la dirección del Ejecutivo. En los comicios de abril de 2001, ganados por Alejandro Toledo Manrique y su Perú Posible , AP no presentó candidato a la Presidencia y sí concurrió a la votación del Congreso, siendo, con el 4,2% de los sufragios, incapaz de incrementar su trío de diputados.

El 2 de septiembre del mismo año Belaúnde, enfermo de cáncer de piel y con problemas vasculares, cedió la jefatura política de AP a Paniagua en el segundo día del XIII Congreso Nacional Extraordinario del partido. El 1 de junio anterior había muerto de un cáncer de pulmón su esposa y estrecha colaboradora, Violeta Correa, con la que se había casado siete años después de divorciarse de su primera cónyuge y madre de sus tres hijos, Carola Aubry. El 24 de mayo de 2002 el estadista fue ingresado en el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásticas de Lima al sobrevenirle un derrame cerebral y el 4 de junio falleció a causa de un paro cardíaco. Tenía 89 años.

El presidente Toledo decretó tres días de duelo nacional y el tributo de honras fúnebres, como si fuera jefe de Estado en activo, a Belaúnde, que fue inhumado el día 6 en el cementerio Campo Fe de Huachipa. Las principales personalidades de la política peruana expresaron su pesar por el deceso y su respeto por la figura de Belaúnde, al que calificaron de servidor público excepcionalmente honesto, de estadista de principios y revestido de una "enorme autoridad moral", de gran latinoamericanista y de "arquitecto" de la democracia peruana, un coro de panegíricos que, de alguna manera evocaba, la desazón instalada en la opinión pública por la aguda crisis de credibilidad y de moralidad que padecían las instituciones del Estado y el conjunto de la clase política.

Además de los libros arriba citados, Fernando Belaúnde publicó Carretera Marginal de la Selva (1967) y la autobiografía Autoconquista del Perú. Hasta su muerte fue miembro del Consejo de Presidentes y Primeros Ministros del Programa de la Américas del Centro Carter de Atlanta, Estados Unidos.

(Cobertura informativa hasta 1/10/2002)