Elias Harawi
Presidente de la República (1989-1998)
La personalidad discreta de Elias Harawi, presidente de Líbano entre 1989 y 1998, acompañó la complicada pacificación y la reconstrucción económica del pequeño país de Oriente Próximo, destrozado por una guerra civil de 15 años. Aupado a la jefatura del Estado bajo el consenso multiconfesional de los Acuerdos de Taif y como reemplazo del asesinado René Moawad, Harawi, un cristiano maronita, alentó la unidad nacional y el sometimiento al Estado de los numerosos partidos y milicias sectarios. Lo hizo apoyado en el Ejército sirio de ocupación y ajustándose dócilmente a los designios del régimen de Damasco, que gozó en estos años de su máxima influencia en Líbano, convertido en la práctica en un protectorado de Siria.
Miembro de la comunidad cristiana maronita e hijo de un propietario rural, estudió en el colegio Hekme de la capital libanesa y se le atribuye una titulación en Comercio por la Universidad Saint-Joseph de Beirut, un centro católico pontificio. La primera etapa de su trayectoria, a mediados del siglo XX, estuvo ligada exclusivamente a los negocios agropecuarios orientados a la exportación, heredados de la familia, como propietario de una planta procesadora de alimentos y responsable de varias cooperativas azucareras en el valle de la Beqaa. En 1963 fue elegido presidente de la Cámara de Agricultura, Comercio e Industria del valle de la Beqaa, y en 1974 presidente del Consejo de la Cooperativa Remolachera y de la Federación de Cooperativas Agrícolas de Líbano.
Su entrada en la política se remonta a 1972, cuando ganó el escaño que había ocupado su hermano mayor en representación de Zahle. Sirvió en el Parlamento libanés en los diecisiete años siguientes y en 1980 el presidente Elías Sarkis le nombró ministro de Obras Públicas y Transporte, labor que desempeñó en el Gabinete del primer ministro Shafiq al-Wazzan hasta 1982. Asimismo, representó a su país en la Conferencia de Roma de Alimentación y Organización Agrícola, entre otros eventos internacionales.
En los años de la guerra civil (1975-1990), que desbarató sus negocios agroindustriales, Harawi se mostró preocupado por salvaguardar en lo posible un equilibrio entre las tropas sirias, presentes desde 1976, y las milicias cristianas derechistas, enfrentadas en diversas etapas del mortífero conflicto. Con este relativamente parco historial, el 24 de noviembre de 1989, dos días después de perecer asesinado el titular René Moawad, Harawi fue elegido décimo presidente de la República Libanesa por los diputados de la Cámara de Representantes reunidos en un hotel en Chtaura, pequeña ciudad de la Beqaa. Su candidatura fue el fruto del un consenso entre las distintas facciones y partidos libaneses, y contó con la imprescindible aquiescencia de Siria, convertida en la potencia tutelar del país de los cedros. Según una norma no constitucional pero aplicada a rajatabla desde la independencia de Francia en 1943, el presidente de la República había de ser un cristiano maronita, el primer ministro un musulmán sunní y el presidente de la Cámara a un musulmán shií.
Al asumir el puesto con un mandato de seis años no renovable consecutivamente, Harawi afrontó una empresa harto compleja: conseguir la adhesión de todos los actores del conflicto libanés a los Acuerdos de Taif, firmados en esta ciudad saudí el 22 de octubre de 1989, que establecían diversas reformas del sistema político vigente desde 1943, desfasado por la preponderancia que concedía a la comunidad cristiana hoy en declive demográfico, así como el sometimiento de las milicias armadas a la restablecida autoridad estatal. Esta segunda meta se consiguió por la fuerza en octubre de 1990 con la rendición, previa a su remoción por Harawi como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, del general cristiano Michel Aoun, adalid del nacionalismo antisirio y gobernante de una administración rebelde, hecho que marcó el final de la guerra en Beirut y que permitió iniciar el desarme efectivo de las facciones.
Harawi se apoyó en todo momento en el Gobierno de Siria y en su Ejército de ocupación para contrarrestar la presencia israelí en la franja de seguridad de unos 15 km de ancho establecida en 1985 entre el río Litani y la frontera para proteger a Galilea de los ataques de las guerrillas palestinas y luego de la milicia libanesa shií de Hezbollah, precisamente el único partido que, amparado en su "patriótica" defensa del territorio nacional ocupado por los israelíes, ni quiso desarmarse ni fue obligado a ello, pese a acatar los Acuerdos de Taif.
El 22 de mayo de 1991 Harawi firmó en Damasco con el presidente Hafez al-Assad un Tratado de Hermandad, Coordinación y Cooperación, que aunque sobre el papel reconocía a Líbano como un Estado separado e independiente, también venía a consagrar su condición de protectorado sirio en la práctica. En virtud de lo firmado, Líbano se comprometía a impedir que su territorio fuera empleado por fuerzas hostiles para amenazar la seguridad y la integridad de Siria. Más que eso, Harawi confió la seguridad global de su propio país a la potencia vecina, la cual no tuvo ambages en hablar en su nombre en el proceso de paz de Oriente Próximo. En otras palabras, la política exterior y la diplomacia libanesas quedaron reducidas a la condición de meros engranajes de la agenda y los designios de Damasco, que cobraba así los dividendos de su eficaz pax siria.
Así, la parálisis desde 1993 de las negociaciones bilaterales sirio-israelíes repercutió en la postura exigente del presidente libanés, que reiteró el carácter ilegal de la ocupación israelí de la franja meridional y demandó la evacuación de sus tropas como paso previo a la discusión de cualquier arreglo final. Durante la presidencia de Harawi, Israel no fue capaz de disociar a Líbano de Siria y de mantener conversaciones bilaterales para alcanzar un tratado de paz por separado. En este estrecho marco desarrolló, por tanto, Harawi su ejercicio presidencial, entre tutelado y autolimitado, más desde que dejó la gestión económica y la reconstrucción del país en manos de sus primeros ministros, el último de los cuales, Rafiq Hariri, nombrado en octubre de 1992, acaparó el primer plano con sus ambiciosos proyectos de restauración urbanística de Beirut y una controvertida gestión financiera.
Por lo demás, Harawi coadyuvó a la celebración en agosto y septiembre de 1992 de las primeras elecciones legislativas en 20 años, que aunque siguieron reflejando el reparto confesional que no partidista— de las cuotas de poder institucional, favorecieron una cierta cultura de competitividad plural y democrática, en un contexto sin violencia. Los siguientes comicios tuvieron lugar en agosto y septiembre de 1996, y como los anteriores fueron boicoteados por los partidos de la derecha maronita para protestar por la égida siria, lo que favoreció a las candidaturas progubernamentales (sunníes y cristianos prosirios) y shiíes de los partidos Hezbollah y Amal, fuertes en el sur.
El 18 de octubre de 1995 el Parlamento aprobó una enmienda constitucional que permitió la extensión del mandato sexenal de Harawi por tres años; la maniobra fue teleguiada por el régimen de Damasco, que adujo la necesidad de afianzar la estabilidad política para cancelar la elección de un nuevo presidente, y airó a las fuerzas antisirias, para quienes Harawi no era más que un títere del omnipresente Assad. El 24 de noviembre de 1998 terminó este mandato suplementario y Harawi entregó la jefatura del Estado a Émile Lahoud, general cristiano y hasta entonces comandante en jefe del Ejército, quien gozaba de respetabilidad en todas las comunidades confesionales y, lo más importante, de la plena confianza de Siria.
El ex presidente libanés falleció de un cáncer en el Hospital de la Universidad Americana de Beirut el 7 de julio de 2006, a los 79 años. Estuvo casados dos veces y fue padre de cinco hijos.
(Cobertura informativa hasta 7/7/2006)