Cyril Ramaphosa

El quinto presidente sudafricano de color, Cyril Ramaphosa, símbolo del "capitalismo negro" forjado en el país tras la histórica mudanza de hace un cuarto de siglo, recoge en su abigarrada trayectoria muchos de los éxitos, las sombras y las contradicciones de la era post-apartheid. Hombre de carácter entusiasta y organizador y estratega brillante, su compromiso con la lucha de liberación y las metas democráticas del Congreso Nacional Africano (ANC) se expresó sucesivamente en el liderazgo del sindicalismo minero, la dirección política como secretario general del partido, las negociaciones con el Gobierno de Klerk durante el período de transición y el mundo de los negocios privados. En este último terreno, en lugar de defender los derechos de los trabajadores, se dedicó a amasar una enorme fortuna empresarial, con las consiguientes críticas desde los sectores más a la izquierda, que le acusan de trocar los ideales socialistas por el liberalismo de mercado en comandita con las élites blancas.

Antes de convertirse en el segundo magnate negro más rico de Sudáfrica, Ramaphosa fue considerado un posible sucesor de Nelson Mandela al frente del congresismo, pero en 1994 la condición recayó en Thabo Mbeki. Este descarte, acaso relacionado con su juventud -42 años-, le empujó a trasladar sus talentos a las actividades inversoras y empresariales, al tiempo que diseñaba el plan gubernamental de empoderamiento económico de la población negra, cuyos logros no incluyeron la mejora de las precarias condiciones de las masas pobres ni la reducción de las flagrantes inequidades en el reparto de la renta nacional. Hoy, Sudáfrica, pródigo en minerales preciosos e industrializado, es uno de los países con más desigualdades del mundo.

En 2012 Ramaphosa regresó al primer plano de la política a instancias de Jacob Zuma, a cuya diestra sirvió como vicepresidente del partido y, desde 2014, vicepresidente de la República. El entendimiento entre los dos dirigentes tocó a su fin meses antes de sucederse en la presidencia ejecutiva del partido en diciembre de 2017, a medida que arreciaban las presiones sobre Zuma, un presidente errático y bajo sospecha de mala conducta, por la acumulación de escándalos y reveses judiciales. En la 54ª Conferencia Nacional del ANC Ramaphosa contendió y venció por estrecho margen a la ex esposa de Zuma, Nkosazana Dlamini, tras lo cual conminó a aquel a entregarle también la jefatura del Estado a pesar de restar año y medio para la conclusión de su mandato institucional. Al cabo de un tenso tira y afloja, Zuma, recusado por la ejecutiva del partido, dimitió el 14 de febrero de 2018 y al día siguiente Ramaphosa fue investido por el Parlamento nuevo presidente de la República.

El mandatario, que en 2019 aspirará a la reelección tras los comicios a la Asamblea Nacional, vislumbra un "nuevo amanecer" para Sudáfrica. Sus promesas: un rebote económico tras siete años de declive, empleo para los jóvenes, "cambiar la marea" de la corrupción y acelerar la redistribución de tierras entre el campesinado negro pero "con responsabilidad", lejos de la violenta reforma agraria que llevó a la vecina Zimbabwe al desastre. De puertas adentro, Ramaphosa reclama a sus camaradas un esfuerzo de unidad tras el espectáculo de divisiones, faccionalismo y corruptelas dado a la nación, y entona el mensaje mandeliano de la armonía multirracial. Tras unos años, los de la tumultuosa presidencia de Zuma, trufados de disturbios y decepciones, el ANC, hasta ahora incapaz de satisfacer las aspiraciones de los ciudadanos de los estratos más bajos de la sociedad, afronta con inquietud las elecciones generales de 2019, que podrían acelerar el final de su hegemonía, erosionada en las últimas votaciones.

(Texto actualizado hasta marzo 2018)

 

 

1. Luchador del flanco sindical del movimiento antiapartheid 
2. En la dirigencia del ANC: entre la alta política y los negocios privados
3. El declive de Jacob Zuma y su sucesión a dos tiempos entre 2017 y 2018 


1. Luchador del flanco sindical del movimiento antiapartheid
Cyril Ramaphosa nació en 1952, transcurriendo el quinto año del sistema institucionalizado de segregación y discriminación racial conocido como el apartheid, en el South Western Township, es decir, Soweto, entonces un municipio autónomo de la provincia de Transvaal. El suyo era un humilde hogar de tres hermanos formado por Erdmuth y Samuel Ramaphosa, un agente de policía local perteneciente a la etnia minoritaria de los Venda. Su primera infancia transcurrió en otra entidad suburbana de la zona de Johannesburgo, el Western Native Township, pero desde los 10 años se crió en Soweto. En esta aglomeración de viviendas populares, llamada a convertirse en símbolo dramático de la lucha de liberación de la mayoría negra contra el régimen racista blanco, el muchacho terminó la educación primaria y comenzó la secundaria, en la Sekano Ntoane High School. 

En 1971 Ramaphosa se graduó como bachiller en la Mphaphuli High School de Sibasa, localidad del norte de Transvaal que poco después iba a quedar integrada en el bantustán o homeland pseudoindependiente de Venda. En 1972 se matriculó en la University of the North de Turfloop (Mankweng) con la idea de hacerse abogado. Desde el primer día en las aulas, su intensa implicación en las movilizaciones y protestas del Student Christian Movement (SCM) y la South African Students Organization (SASO), donde no tardó en asumir posiciones de liderazgo, comprometieron seriamente su futuro profesional en el área del derecho, en cualquier caso restringido por su mera condición de negro.

Su primer contratiempo serio con las autoridades llegó en 1974. Detenido por organizar marchas de solidaridad con la guerrilla anticolonial mozambiqueña del Frelimo, se pasó casi un año preso sin juicio y en régimen de aislamiento al socaire de la Ley Antiterrorista adoptada por el Gobierno del primer ministro Balthazar Vorster. Tras ser puesto en libertad, lejos de abandonar las actividades resistentes, Ramaphosa intensificó su compromiso con la Black People's Convention (BPC), la única organización importante del nacionalismo negro que, a duras penas, conservaba la legalidad. En 1976, en la represión subsiguiente a la masacre de cientos de estudiantes negros en Soweto, volvió a ser arrestado y esta vez estuvo preso seis meses. Llegado 1977, la BCP fue prohibida, situación que ya arrastraban el Congreso Nacional Africano (ANC), el Partido Comunista Sudafricano (SACP), el Congreso Panafricanista (PAC) y otras fuerzas opuestas al apartheid.

Ramaphosa se apartó de la ideología de la conciencia negra que guiaba la estrategia de la BPC, y que ahora le parecía estéril, y orientó su dedicación a las reivindicaciones sindicales de los trabajadores de color. Encontró trabajo como oficinista en un despacho de abogados de Johannesburgo y retomó sus estudios de Derecho a través de los cursos por correspondencia que impartía la Universidad de Sudáfrica (UNISA). En 1981 consiguió la licenciatura, tras lo cual se unió al Council of Unions of South Africa (CUSA), la principal confederación sindical del país, para la que empezó a trabajar como asesor de su departamento legal. 

En 1982, mientras la persecución de los movimientos negros radicales por el régimen del Partido Nacional (NP), ahora mandado por Pieter Botha, se mantenía con el máximo rigor y los principales jefes del ANC -Nelson Mandela, Walter Sisulu, Oliver Tambo, Alfred Nzo y otros- repartían sus azarosas existencias entre la cárcel y el exilio, el CUSA dio instrucciones a Ramaphosa para la creación de un sindicato de los trabajadores de la minería que tuviera un perfil especialmente combativo. En muy poco tiempo, el asesor legal reclutó a 6.000 obreros de las grandes explotaciones carboníferas y de minerales preciosos de las provincias de Transvaal, Orange y El Cabo, y con ellos puso en marcha la National Union of Mineworkers (NUM), con él de secretario general.

La experiencia de la NUM convirtió a Ramaphosa en una de las principales figuras de la oposición al apartheid en su vertiente sindical. Revelado como un excelente organizador y un conductor carismático, jugó un papel clave en la articulación, a finales de 1985 en Durban, del Congress of South African Trade Unions (COSATU), frente gremial que formó la llamada Alianza Tripartita con el ANC y el SACP, cuyas metas eran abolir el apartheid y transformar Sudáfrica en una democracia multirracial según el principio irrenunciable de un hombre, un voto. El COSATU, al que la NUM se adhirió, marcó distancias del CUSA, a su vez derivado en el National Council of Trade Unions (NACTU).

Ramaphosa demostró sus capacidades para la interlocución puramente política desde 1986, cuando representó al COSATU en las discusiones en Zambia con los líderes del ANC en el exilio que desembocaron en la Alianza Tripartita. Al mismo tiempo, presionaba al Gobierno con marchas y paros obreros que por lo general terminaban con muertos y heridos. Toda esta actividad intensamente oposicionista, naturalmente, no podía ser tolerada por el régimen racista, aferrado al mantenimiento del statu quo. En julio de 1986 el cabecilla sindical escapó por muy poco de una redada de la Policía y pudo llegar al Reino Unido. Desde este refugio europeo, junto con el presidente de la NUM, James Motlatsi, el secretario general organizó el gran movimiento huelguístico de 1987, en el que 340.000 mineros del oro y el carbón, más de dos terceras partes de la fuerza laboral del país en este sector, reclamaron al Gobierno Botha subidas salariales y condiciones laborales más dignas. Aquel mismo año Ramaphosa fue el primer galardonado con el premio sueco Olof Palme, que acudió a recoger a Estocolmo.


2. En la dirigencia del ANC: entre la alta política y los negocios privados 
En 1989 Ramaphosa alentó una cooperación más estrecha entre el COSATU y el United Democratic Front (UDF), una vasta plataforma de movimientos y organizaciones antirracistas de la sociedad civil. El resultado de esta alianza fue el Mass Democratic Movement (MDM). Meses después, el dirigente de los mineros coordinó el Comité Nacional de Recepción que el 11 de febrero de 1990 dio la bienvenida a Nelson Mandela y los demás reos del Proceso de Rivonia a su salida de la Prisión Victor Verster de Paarl, Ciudad del Cabo. A la histórica liberación del icono mundial de la lucha contra el apartheid tras 27 años de cautiverio le siguieron, días después, las legalizaciones del ANC, el COSATU y el SACP.

Desde este momento, Ramaphosa, hábil tanto en las discusiones de puertas para adentro como en las alocuciones públicas de masas, ocupó una posición de primer orden en las negociaciones políticas entabladas por el ANC y sus aliados con el Gobierno del presidente del NP, Frederik de Klerk, un reformista convencido de la necesidad de desmantelar el entramado jurídico del apartheid y de abrir una transición política que culminase con la celebración de elecciones sin cortapisas democráticas a un Parlamento multirracial.

Su inclusión en la cúpula del ANC se produjo en julio de 1991, con motivo de la 48ª Conferencia Nacional del partido, la primera celebrada en suelo patrio, en Durban, desde 1959. En este cónclave trascendental, que supuso la transformación del ANC, hasta entonces un movimiento de liberación de connotaciones revolucionarias, en un partido político propiamente dicho con vocación de poder institucional, Ramaphosa, una vez apeado de la secretaría de la NUM, que dejaba convertida en el sindicato sectorial más grande del país, fue elegido miembro del Comité Nacional Ejecutivo (NEC) y secretario general del congresismo, puesto en el que tomó el relevo al veterano Alfred Nzo y a Jacob Zuma, nuevo vicesecretario general, como adjunto. Mandela fue elegido presidente ejecutivo del partido en sustitución de Oliver Tambo, este estrenó el cargo, más bien honorífico, de presidente nacional y el tercer líder histórico, Walter Sisusu, reemplazó al primero como vicepresidente orgánico.

En los tres años siguientes, Ramaphosa, supeditado a las directrices de Mandela y el NEC, fue el representante en jefe del ANC durante las negociaciones, tortuosas y erizadas de obstáculos (principalmente, las provocaciones violentas de las facciones extremistas tanto negras como blancas) con el NP del presidente de Klerk para conseguir el cambio pacífico en Sudáfrica, parte de las cuales transcurrieron bajo el formato de la Convención por una Sudáfrica Democrática (CODESA).

Tras la Conferencia Nacional de 1991 quedó meridianamente claro que quien sucediera en su día a Mandela sería uno de estos tres hombres, los más dotados del ANC para la organización y la interlocución, a saber: Ramaphosa, el sindicalista carismático; Thabo Mbeki, el sofisticado ideólogo y cerebro económico del partido; y Chris Hani, el hombre de las acciones directas escorado al marxismo, anterior jefe del Estado Mayor del brazo armado del ANC, el Umkhonto we Sizwe, y todavía secretario general del SACP. 

Aunque en las actuales circunstancias se antojaba prematuro hablar de sucesión, la edad (73 años) de Mandela, a pesar de hallarse en plenitud de facultades y de que a nadie se le pasaba por la cabeza que fuera reemplazable hasta la conclusión de la transición y aún varios años después, suscitaba inevitablemente las especulaciones sobre favoritos o delfines. Ahora bien, Ramaphosa, con 38 años, parecía demasiado joven para aspirar a la jefatura del ANC, al menos por el momento, y además se le veía más útil y valioso en su papel auxiliar. A Mbeki y Hani, que por contraste fueron ubicados respectivamente en un ala moderada y en otra radical, se los consideraba mejor situados para suceder a Mandela de manera directa. 

Las dudas sobre este particular se aclararon de la manera más trágica en abril de 1993, cuando Hani fue asesinado a las puertas de su casa por un ultraderechista blanco. Tras este magnicidio, que puso a prueba el temple de los congresistas y no consiguió su objetivo de descarrilar las negociaciones políticas, Mbeki quedó perfilado como el verdadero número dos del partido, desplazando sutilmente al secretario general Ramaphosa. La condición de Mbeki como heredero fue establecida de manera oficial en agosto de 1993, cuando el NEC, a instancias de Mandela, le confirió el puesto de presidente nacional, que estaba vacante desde el fallecimiento de Tambo en abril anterior, e iba a quedar remachada en diciembre de 1994, al elegirle vicepresidente ejecutivo la 49ª Conferencia Nacional. De todas maneras, Ramaphosa, en tanto que negociador jefe, seguía acaparando la atención del público.

La mesa de negociación mantenida por Ramaphosa y el ministro Roelf Meyer por parte del NP ventiló los últimos detalles previos a la celebración en abril de 1994 de las históricas elecciones democráticas, que, como era de esperar, fueron ganadas por el ANC con una mayoría abrumadora. Una vez investido por la Asamblea Nacional electa presidente de la República, Mandela alineó un Gobierno de Unidad Nacional con ministros del ANC, el NP y el Partido Inkatha de la Libertad (IFP) del caudillo zulú Mangosuthu Buthelezi. Mandela dejó fuera del Ejecutivo a Ramaphosa porque lo reservaba para una atalaya legislativa: la presidencia, asumida el 24 de mayo, de la Asamblea Nacional en la configuración de Asamblea Constituyente, con la misión de elaborar la nueva Carta Magna de la nación arco iris.

La Asamblea Constituyente completó su magna obra legal en mayo de 1996 y Ramaphosa, consciente de que la cuestión de la sucesión de Mandela ya estaba zanjada en favor de Mbeki, dio el paso de reducir su visibilidad política en favor de la actividad economía privada. La incursión del antiguo sindicalista con ideales socialistas confesos en el big business sudafricano, cuyo corazón era la vibrante y moderna Johannesburgo, la City del continente, iba a conferirle a Ramaphosa un nuevo lustre mediático y a hacer correr ríos de tinta. 

La controversia surgió desde el principio, ya que Ramaphosa era uno de los diseñadores del Black Economic Empowerment (BEE), la estrategia del ANC para africanizar la economía, a fin de que los ciudadanos negros y mestizos tuvieran igualdad de oportunidades socioeconómicas, se beneficiaran de la redistribución de la riqueza y vieran abiertas las puertas de las élites empresariales y financieras, hasta entonces prácticamente copadas por los blancos de estirpe europea. Lo que se vio fue que Ramaphosa y otros poderosos de la política diseñaban primero las reglas del juego y a continuación pasaban a ser los adjudicatarios preferentes en los repartos del pastel económico con la cobertura del Estado, ventaja insuperable que garantizaba el lucro sin límites. Las quejas sobre oportunismo privilegiado y colisión de intereses fueron inevitables.

Así que Ramaphosa renunció a su escaño en la Asamblea Nacional, se afeitó la barba, surtió su guardarropa con elegantes trajes de ejecutivo y se zambulló sin complejos en el pujante mundo de los negocios, dejando atrás su recorrido como defensor de los derechos de los trabajadores y estrenando la faceta de patrón hecho a la horma del capitalismo neoliberal. En los años siguientes, Sudáfrica asistió a una auténtica vorágine de participaciones e iniciativas empresariales, en múltiples sectores, de Ramaphosa, devenido en poco tiempo uno de los hombres más ricos del país.

En 1997, siendo presidente del grupo Johnnic Holdings Ltd., Ramaphosa se convirtió en director de South African Breweries (SAB), una de las más importantes cerveceras del mundo, así como de la sociedad de inversiones New Africa Investments Limited (NAIL), surgida en 1993 y con varias subsidiarias dedicadas a la producción de contenidos y la operación de servicios en cine, radio y televisión. Hecho más relevante, echó a andar su propia compañía de inversiones, desde 2001 configurada como el Shanduka Group, que abrió sustanciosas líneas de negocio en ramos tan dispares como los servicios financieros, la auditoría corporativa, la promoción inmobiliaria, la publicidad, las publicaciones impresas, la minería, la energía, la ingeniería industrial, la telefonía móvil y hasta las franquicias de la hamburguesera McDonald’s, adquiridas en 2011. 

Si bien siguió siendo miembro del NEC del partido, Ramaphosa cedió en diciembre de 1997 la Secretaría General a Kgalema Motlanthe, un sobrio intelectual del ala izquierda procedente también del sindicalismo minero, tratándose de hecho de su sucesor en la Secretaría General de la NUM en 1992, pero, a diferencia de él, fiel al ideario socialista y crítico con la adopción de políticas liberales para la gestión de la economía. El abandono tuvo lugar en la 50ª Conferencia Nacional del ANC, que selló la entrega del liderazgo ejecutivo del congresismo por Mandela a Mbeki, vicepresidente de la República y candidato a la jefatura del Estado de cara a las elecciones generales de 1999, a las que el reverenciado Madiba había descartado presentarse. Ramaphosa, además, estuvo vinculado al Gobierno en tanto que presidente de la Comisión sobre el BEE y vicepresidente del panel asesor, orquestado por el ministro de Finanzas Trevor Manuel, sobre las inversiones públicas más adecuadas para cumplir con los objetivos del BEE y generar empleo. En añadidura, prestaba asesoría legal al NACTU, la intersindical rival del COSATU por él fundado en 1985.

La prosperidad corporativa de Ramaphosa, que involucró en sus negocios millonarios a no pocos antiguos compañeros de luchas políticas y sindicales en los duros días del apartheid, no hizo sino aumentar con los años. El político-empresario, dado a ostentar -sus logros materiales externos, que no todo lo relacionado con su vida privada, tratándose aquí de un hombre de lo más discreto- y al parecer muy orgulloso de su condición de magnate, fue acumulando presidencias, direcciones y administraciones de las más diversas compañías y firmas, tanto ajenas como montadas por él: Standard Bank Group, Bidvest Group, Kangra Coal, Optimum Coal Holdings, Barberton Mines, Vancut Diamond Works, Lonmin, Macsteel Global, Future Africa Holdings, Sasria, Strydoms, TBWA Lascaris, KreditInform, MTN International, Millennium Consolidated Investments, etc. 

Por si fuera poco, el avezado capitalista hecho a sí mismo cultivó un perfil internacional nada desdeñable, expresado en cometidos tales como el de director y vicepresidente del Commonwealth Business Council (CBC), inspector, junto con el presidente finlandés Martti Ahtisaari, de los depósitos de armas entregadas por el IRA norirlandés y mediador jefe en la crisis electoral de 2007-2008 en Kenya, misión esta última a la que hubo de renunciar después de que el presidente kenyano, Mwai Kibaki, pusiera sobre el tapete ciertos tratos comerciales del sudafricano con su impugnador en las urnas, Raila Odinga, vínculos privados que para el Gobierno de Nairobi pugnaban con la imparcialidad exigible a todo facilitador. De nuevo como empresario, Ramaphosa fue invitado a formar parte de los consejos asesores de las multinacionales Unilever y Coca-Cola.

Ramaphosa asistió desde cierta distancia al desarrollo de la presidencia de Mbeki, rica en polémicas y de hecho truncada en septiembre de 2008, antes de concluir su segundo ejercicio de cinco años, al presentar el mandatario una dimisión que se le reclamaba desde el NEC. La renuncia anticipada de Mbeki estuvo enmarcada en la turbia pendencia política arrastrada desde tiempo atrás con Jacob Zuma, presidente del partido desde el año anterior, candidato a la Presidencia para después de las elecciones legislativas de 2009 y exonerado por la justicia de sendas acusaciones de corrupción y violación. Entre la despedida de Mbeki y la instalación de Zuma en mayo de 2009, fungió como presidente puente Motlanthe, quien en el apogeo del enfrentamiento entre las facciones pro-Mbeki, pragmática y liberal, y pro-Zuma, izquierdista y con acentos radicales y populistas, terminó apoyando a la segunda. Por contra, Ramaphosa, entregado a sus cresos negocios y aguardando con paciencia a que llegara su momento político, no quiso posicionarse públicamente en estas banderías ni exponerse innecesariamente en las peleas que desgarraban el ANC.

Paradigma del "ala empresarial" del ANC, Ramaphosa fue blanco de un escrutinio muy crítico a lo largo de la década presidencial de Mbeki, unos años de fuerte crecimiento económico. El BEE y las affirmative actions, centrados en los profesionales capacitados, tuvieron como gran beneficiaria a la clase media negra, pero se ocuparon muy poco de las necesidades de los numerosísimos trabajadores no cualificados, que siguieron azotados por la pobreza, la precariedad, el paro y una violencia delictiva rampante. El Gobierno del ANC había hallado compatible su definición como partido socialdemócrata con la preservación del sistema capitalista y la economía de libre mercado, vigorizada por las campañas de privatizaciones y liquidación de monopolios estatales, a su vez fermento de toda una casta de nuevos ricos salidos del oficialismo político. El congresismo más escorado a la izquierda, así como el SACP, el PAC y el COSATU, donde seguían en activo muchos viejos camaradas del período anterior a 1994, reprochaban a Ramaphosa su acaudalado tren de vida, y los más radicales no vacilaban en tacharle de "traidor" a las aspiraciones de las masas populares y los trabajadores.

Ramaphosa no se avergonzaba de su talento para hacer dinero, pero se preocupó por presentar su actividad empresarial como en beneficio de su pueblo y del país entero, no para llenarse los bolsillos. La imagen de benefactor halló proyección ya desde 1996 y adquirió un mayor relieve desde 2004 a través de la Shanduka Foundation, obra social del Shanduka Group que en 2015 iba a adoptar una naturaleza más personal e independiente, sin connotaciones empresariales, bajo el nombre de la Cyril Ramaphosa Foundation. 

Guiada por la aspiración de servir como un "agente innovador y efectivo para el cambio social y el desarrollo económico" en Sudáfrica, la fundación se volcó en la financiación de programas para la infancia, muy en especial en el campo formativo, poniendo bajo su patrocinio o levantando de cero más de un centenar de escuelas y centros educacionales en todo el país. Shanduka actuaba en un terreno, el de la educación pública, origen de muchas de las imputaciones de mal gobierno concitadas por Zuma, criticado también por la falta de progresos palpables en las luchas contra la pobreza, el paro juvenil, la delincuencia común y las desigualdades sociales, entre las más flagrantes del planeta. Por su historial de méritos políticos, sus realizaciones empresariales, su apoyo a la incubación de pymes y su compromiso con la educación de los jóvenes de las comunidades negras, Ramaphosa recibió un elenco de galardones y títulos universitarios honoríficos. 


3. El declive de Jacob Zuma y su sucesión a dos tiempos entre 2017 y 2018
En agosto de 2012 la popularidad de Ramaphosa, que seguía presidiendo el Shanduka Group y el MTN Group Ltd., el mayor operador de telefonía móvil de África, se resintió a causa de la muerte de 34 mineros huelguistas por disparos de agentes de seguridad en la explotación de platino de Marikana, cerca de Rustenburg, en la provincia del Noroeste. La sangrienta represión policial, descrita por los medios como una masacre y sin duda el peor acto de violencia gubernamental de la era post-apartheid, puso un punto álgido a la secuencia de conflictos laborales y protestas populares en demanda de unas mejores condiciones de vida, la gran asignatura pendiente de un ANC incapaz de satisfacer las aspiraciones de los ciudadanos negros de los estratos más bajos de la sociedad, que venía enfrentando el Gobierno Zuma desde su arranque en 2009. 

El presidente, ya en la picota por las dudas sobre su rectitud personal y su agitada vida marital y sexual, pasto constante de chismes y escándalos, recibió exigencias de asunción de responsabilidades por esta tragedia, pero también Ramaphosa, toda vez que era director no ejecutivo y accionista de Lonmin Plc., la compañía británica propietaria de la mina de platino, cuyos patronos se negaban a acceder a las reclamaciones de alzas salariales de los huelguistas y amenazaban con despedirlos. Según trascendió al público, fue el propio Ramaphosa quien solicitó a las autoridades una acción policial más enérgica contra los mineros en huelga, que se estaban mostrando muy agresivos en sus movilizaciones, si bien tres años más tarde, en 2015, el panel judicial creado por el Gobierno para investigar el trágico suceso iba a eximir al empresario de cualquier responsabilidad en el mismo. El caso fue que el interesado terminó reconociendo su implicación en el violento conflicto minero de Marikana, cuyo mortal desenlace lamentaba. En febrero de 2013 Ramaphosa renunció a su puesto en el consejo de administración de Lonmin y en julio siguiente se retiró también de la junta directiva de SABMiller Plc.

Por otro lado, se hizo notar la intensa hostilidad de la cúpula de la NUM, el sindicato liderado por Ramaphosa hasta 1991, a los paros mineros de 2012 en Marikana, en cambio respaldados por la Association of Mineworkers and Construction Union (AMCU), escindida de la NUM-COSATU y afiliada al NACTU, y desde el flanco político por el grupo anticapitalista de Julius Malema, el anterior y muy radical líder de la Liga Juvenil del ANC, expulsado recientemente del partido por sus invectivas contra Zuma. Malema también tenía diatribas para Ramaphosa, al que pintaba de "marioneta" del gran capital blanco y los inversores extranjeros.

El enorme revuelo generado por las muertes de Marikana no frustró el retorno inminente de Ramaphosa, inequívocamente del lado de Zuma, al primer plano de la política. La 53ª Conferencia Nacional del ANC, transcurrida en Bloemfontein, provincia del Estado Libre, entre el 16 y el 20 de diciembre de 2012, deparó la victoria contundente del sector oficialista al ser reelegido Zuma presidente ejecutivo del partido sobre su adversario del ala izquierda, Motlanthe, y capturar Ramaphosa la Vicepresidencia, liberada por el anterior, con el 76% de los votos en su pugna particular con unos rivales de menor peso, Mathews Phosa, el tesorero del partido, y Tokyo Sexwale, el ministro de Asentamientos Humanos. Baleka Mbete fue reelegida igualmente presidenta nacional y Gwede Mantashe hizo lo propio en la Secretaría General.

La elevación a la Vicepresidencia del partido hacía de Ramaphosa un claro candidato a suceder a Zuma en las presidencias del partido en 2017 y de la República en 2019, pero no un heredero irrefutable. Por el momento, no disponía de ningún cargo en el Gobierno. El escenario tendría que aclararse tras las elecciones generales del 7 de mayo de 2014, a las que el ANC y Zuma llegaron desgastados, aunque en absoluto desfallecidos. El congresismo, pese al tormentoso cúmulo de escándalos, peleas internas y disturbios sociales, decepciones populares en suma, seguía siendo con gran diferencia la primera fuerza política del país. El carisma de Zuma, el orgulloso polígamo zulú casado con cuatro mujeres, una vez divorciado, viudo de una sexta esposa y padre reconocido de una veintena de hijos (algunos fruto de relaciones extraconyugales), sufrió un nuevo menoscabo meses antes de las votaciones al conocerse que había pagado una reforma en su villa rural de Nkandla, KwaZulu-Natal, con cargo al erario público.

Con 249 escaños, su cuota más baja desde las elecciones de 1994, el ANC preservó la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional de 400 miembros. A mucha distancia le seguían la pujante Alianza Democrática (DA, liberal) de Helen Zille y los Luchadores por la Libertad Económica (EFF, extrema izquierda) de Julius Malema. El 21 de mayo el Parlamento reeligió a Zuma presidente de la República para un segundo período de cinco años y cuatro días después el mandatario presentó su nuevo Gabinete, que prestó juramento en la jornada posterior. Tal como se esperaba, Ramaphosa, quien anunció la dejación de toda función directiva en su emporio empresarial para evitar "conflictos de intereses", fue seleccionado para el puesto cimero de vicepresidente de la República, del que se despedía Motlanthe. Adicionalmente, se puso a la cabeza de la Comisión Nacional de Planificación, que dejaba Trevor Manuel.

La condición de delfín de Ramaphosa parecía más nítida ahora, pero las especulaciones retornaron al sugerirse las ambiciones personales de Nkosazana Dlamini-Zuma, la ex esposa del presidente, antigua ministra de Salud, de Exteriores y del Interior, y desde 2012 al frente de la Comisión de la Unión Africana.

Nada más empezar su segundo mandato, todo se le complicó a Zuma, que vio cómo el asunto del pago irregular por las obras en su casa de Nkandla, justificado por él con argumentos torpes, era investigado por la Policía por posible malversación. La destitución de dos ministros de Finanzas, Nhlanhla Nene y David van Rooyen, con cuatro días de diferencia en diciembre de 2015 provocó inquietud en los mercados y agravó la imagen de un presidente errático y sin ideas claras. En la primavera de 2016 las presiones sobre Zuma arreciaron desde el frente judicial, al dictaminar el Tribunal Constitucional que su negativa a rembolsar a los contribuyentes siquiera una parte del coste (7,8 millones de rands) de la reforma de su casa suponía una violación de la Carta Magna y ordenar el Tribunal Supremo la readmisión de los 783 cargos por corrupción retirados en vísperas de las elecciones de 2009, así como desde el parlamentario, al presentar la oposición sendas mociones de censura e impeachment por mala conducta que fueron paradas en seco por el ANC.

Sin embargo, en el oficialismo empezaron a oírse voces influyentes que solicitaban a Zuma el sacrificio de retirarse ahora por el bien del partido y del país. De momento, Zuma seguía teniendo la confianza de la mayoría de los miembros del NEC, Ramaphosa incluido. El presidente, desafiante, insistía en que no había cometido ningún delito y que agotaría su mandato institucional en 2019, como estaba establecido. En agosto tuvieron lugar las elecciones municipales, que pusieron de relieve el deterioro de la hegemonía del ANC: por primera vez, el partido del difunto Nelson Mandela bajó del 60% de los votos (sacó el 53,9%) y perdió los ayuntamientos de Johannesburgo y Tshwane (Pretoria). Semanas más tarde, Ramaphosa, que seguía sin declarar abiertamente su deseo ser elegido presidente del ANC en la Conferencia Nacional de finales de 2017 y topaba con la hostilidad creciente del sector del partido que ya estaba agrupándose en torno a las aspiraciones oficiosas de Nkosazana Dlamini, se apuntó un tanto formidable al recibir el respaldo oficial de la NUM, la columna vertebral del COSATU.

En noviembre de 2016 al Ejecutivo le estalló la publicación de un informe oficial elaborado por la ex fiscal anticorrupción Thuli Madonsela, quien alertaba de fuertes indicios de graves delitos de corrupción en el seno del Gobierno. Las consecuencias del enésimo escándalo fueron otra moción de censura en la Asamblea Nacional y una rebelión en toda regla, igualmente frustrada, en el NEC, donde cuatro miembros, Derek Hanekom, Aaron Motsoaledi, Thulas Nxesi (los tres, ministros del Gobierno) y Jackson Mthembu osaron proponer que el jefe del partido se sometiera a una moción de confianza interna. En febrero de 2017, la decisión del Gobierno de retirar al país de la Corte Penal Internacional sin consultar al Parlamento, muy recriminada en el exterior, fue declarada inconstitucional e inválida por el Alto Tribunal de Pretoria.

Tras poner en marcha la campaña personal CR17, cuyo lema era la "promoción de la unidad y la renovación" en el ANC, la lealtad de Ramaphosa para con la actitud numantina de Zuma empezó a flaquear de manera visible en abril de 2017. Preocupado por las ostensibles maniobras del entorno presidencial para favorecer la ambición política de Dlamini-Zuma, mientras que a su ex marido se le acumulaban los problemas judiciales, el vicepresidente, en lo que fue secundado por el secretario general Mantashe y otros miembros del NEC, voceó en alto su malestar por el último despido de un miembro del Gobierno, el del ministro de Finanzas Pravin Gordhan, muy bien visto en los círculos empresariales y financieros, cuya destitución a últimos de marzo Zuma no les había consultado. Para Ramaphosa, el cese del respetado Gordhan resultaba "totalmente inaceptable".

Llegado julio, Ramaphosa dejó más patente su disgusto por el curso de los acontecimientos lanzando una crítica frontal contra los Gupta, tres hermanos empresarios de origen indio estrechamente relacionados con la familia Zuma y ampliamente sospechosos de valerse de esta influencia para recibir del Gobierno jugosas contratas por obras y servicios. Más todavía, circulaban informaciones sobre reuniones gubernamentales concertadas por los hermanos para satisfacer sus negocios y sobre el desvío de millones de rands de fondos públicos directamente a los bolsillos de la familia Gupta, conocida por su amor al lujo y el derroche. Ramaphosa dio fundamento a estas noticias, con lo que tachaba al Gobierno de corrupto. En agosto, Zuma sobrevivió a su sexta moción de censura en la Asamblea con un margen de apoyos más estrecho que en las ocasiones anteriores.

Ramaphosa se presentó a la competición interna de diciembre de 2017 pregonando su compromiso con la batalla contra la corrupción infiltrada en los poderes políticos y defendiéndose de unas informaciones, desacreditadas por él como parte de una campaña de "guerra sucia" orquestada por enemigos del partido, sobre que había tenido relaciones extramaritales con al menos ocho mujeres, a las que mandaba dinero periódicamente. Tenía de su lado al COSATU y a las secciones provinciales del ANC en Gauteng, Cabo del Norte y Cabo Oriental. Su competidora por la Presidencia ejecutiva del ANC era, efectivamente, Nkosazana Dlamini-Zuma. El hombre del que estaba divorciado desde 1998 ya no se molestaba en ocultar su deseo de que ella le sucediera en la jefatura del partido. Ramaphosa estaba tan enfadado por este posicionamiento que confirió credibilidad a la vieja acusación de violación sexual de la que Zuma había sido absuelto en 2006.

La atmósfera de división impregnó, por tanto, los trabajos de la 54ª Conferencia Nacional del ANC, celebrada en el Expo Centre Johannesburg de Nasrec, Gauteng, del 16 al 20 de diciembre de 2017. El día 18 los conferenciantes eligieron al nuevo presidente ejecutivo del partido y Ramaphosa se llevó el liderazgo con un 51,9% de apoyos, en términos absolutos 2.440 votos, solo 179 más que Dlamini. La competición fue de lo más reñida. David Mabuza, el premier de la provincia de Mpumalanga, fue hecho vicepresidente en lugar de Ramaphosa, Ace Magashule, premier del Estado Libre, suplió como secretario general a Mantashe y este a cambio tomó el puesto de presidente nacional.

Una vez hecho con las riendas del partido, Ramaphosa reiteró su llamamiento a la unidad del congresismo, pero, cumpliendo los pronósticos, no se conformó con esperar pacientemente a que Zuma completara su mandato de presidente de la República en mayo de 2019. Era obvio que Ramaphosa sería el candidato del ANC a la Presidencia tras unas elecciones a la Asamblea que, supuestamente, los herederos de Mandela, cuyo centenario se celebraba en 2018, volverían a ganar. Sin embargo, Zuma era ya un mandatario amortizado y la nueva correlación de fuerzas en el NEC requería que la situación de bicefalia política terminara cuanto antes.

Los movimientos de Ramaphosa y el NEC para descabalgar a Zuma de la jefatura del Estado se pusieron bajo foco al comenzar 2018. Las primeras tentativas consistieron simplemente en persuadir a Zuma de la necesidad de renunciar, sin estridencias y de manera voluntaria. Ramaphosa y Zuma mantuvieron conversaciones directas, sin resultado. Toda vez que el presidente se negaba a dimitir por las buenas, el NEC redobló sus presiones y diseñó una estrategia de salida forzosa.

Ramaphosa dio el paso trascendental el 13 de febrero. Ese día, el NEC, en una decisión que a efectos constitucionales no era vinculante, y repitiendo el proceder de 2008 con respecto a Thabo Mbeki, reclamó de manera oficial a Zuma que dejara la Presidencia de la República con sones de ultimátum. El recusado, quejoso del "injusto" trato que sus camaradas le estaban dispensando, hizo un intento postrero de resistirse, lo que le abocaba a ser destituido por el Parlamento en un proceso exprés, pero el 14 de febrero, mientras la Policía realizaba una operación de registro en las propiedades de la familia Gupta, practicaba detenciones y ponía en su radar a uno de sus vástagos, Duduzane, Zuma materializó finalmente la renuncia. Siguiendo con el procedimiento constitucional, Ramaphosa, en tanto que vicepresidente de la República, asumió de inmediato la Presidencia en funciones y por unas horas, hasta que el día 15 la Asamblea le invistió sin oposición. Los mercados saludaron la mudanza presidencial con subidas en la Bolsa de Johannesburgo.

Cyril Ramaphosa estuvo casado en primeras nupcias con Nomazizi Mtshotshisa, una abogada y empresaria del sector audiovisual de la que terminaría divorciándose mucho antes de su fallecimiento en 2008. Posteriormente, contrajo matrimonio con Tshepo Motsepe, médica de profesión y hermana del hombre de raza negra más rico de Sudáfrica, el potentado minero Patrice Motsepe; de hecho, Ramaphosa, con un patrimonio neto estimado de 6.400 millones de rands (544 millones de dólares), solo tiene por delante a su cuñado (con 24.000 millones de rands) en la lista de las mayores fortunas privadas no blancas. La pareja Ramaphosa-Motsepe ha tenido cuatro hijos.

(Cobertura informativa hasta 15/2/2018)