Carlos III del Reino Unido
Rey (2022-)
A la provecta edad de 73 años y tras 64 como heredero al trono, Carlos, príncipe de Gales, se convirtió en monarca del Reino Unido el 8 de septiembre de 2022. Fue en el momento de comunicar el Palacio de Buckingham la muerte de su nonagenaria madre, la reina Isabel II. El nuevo rey Carlos III, quinto soberano de la Casa de Windsor, ha sido durante décadas el más destacado de los altezas de una familia real pródiga en escándalos y episodios traumáticos, algunos de los cuales le tuvieron a él de protagonista. El eterno primero en la línea de sucesión materializa por fin esta mudanza, 26 años después de su sonado divorcio de Diana de Gales, luego fallecida en trágicas circunstancias, y 17 después de su matrimonio con Camilla, ahora reina consorte del Reino Unido. Carlos ya venía asumiendo de manera creciente parte del protagonismo y las funciones protocolarias de la reina, quien, desmintiendo los rumores recurrentes, nunca se planteó abdicar. En mayo de 2022 el príncipe de Gales sustituyó por primera vez a la soberana en el tradicional discurso regio en la Cámara de los Lores para el arranque del período anual de sesiones del Parlamento. Ahora, Carlos es también comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, gobernador supremo de la Iglesia de Inglaterra y cabeza de la Commonwealth.
Inquietudes culturales, sociales y económicas como el paisaje arquitectónico (inclusive las críticas a los diseños contemporáneos, preteridos en favor de los patrones neoclasicistas), la planificación urbana, la conservación de monumentos históricos, la medicina alternativa, la agricultura ecológica (actividad que le reporta pingües beneficios comerciales con la marca Duchy Originals) y, con carácter pionero, la sostenibilidad ambiental sin huella del carbono figuran en la singular hoja de vida del nuevo monarca, conocido asimismo por su actividad caritativa a través del Prince Trust.
Descrito como un hombre hiperactivo y polemista que no se calla sus opiniones sobre los temas que le interesan y los asuntos de palpitante actualidad, Carlos III asume la jefatura del Estado británico y de otros 14 países de la Commonwealth con unos índices de popularidad mucho menos vistosos que los de su difunta madre o su primogénito Guillermo, duque de Cambridge y flamante príncipe de Gales, sobre quien se especuló que podría llegar a ser rey antes por renuncia de su añoso padre. Este déficit personal, que podría mejorar de aquí en adelante, acaso será menos decisivo que la delicada coyuntura nacional a la hora de emprender una eventual reforma de la monarquía británica, aligerando su aparato y costes y sobre todo transparentándola y readaptándola, cambios que casi todo el mundo cree imprescindibles en tiempos de penurias y malestar.
La demanda de transparencia de la Corona resulta más pertinente cuando se recuerda que en 2017 los nombres de Isabel y Carlos aparecieron en los Paradise Papers, en el caso de él, como beneficiario de una lucrativa inversión ofrecida por una compañía de Bermudas en la protección de bosques tropicales y que efectuó el Ducado de Cornualles, cresa persona jurídica de la que Carlos es titular y por el que a partir de 1993 aceptó pagar impuestos al fisco británico. Más recientemente, en noviembre de 2021, un estrecho colaborador del príncipe, Michael Fawcett, hubo de dimitir por el escándalo de las sospechosas donaciones millonarias y en efectivo de jeque qatarí Hamad ibn Jassim Al Thani a la caja del Prince of Wales's Charitable Fund (PWCF). Aunque Carlos es un jefe de Estado sin responsabilidades de gobierno, la fuerte carga simbólica y representativa de la institución multisecular que dirige le obliga a ejercer su reinado teniendo mucho cuidado en evitar situaciones que pudieran socavar la confianza de los británicos en la Monarquía y avivar las aspiraciones republicanas.
Para Carlos, tanto o más preocupante que un eventual republicanismo al alza (los últimos años del reinado de su respetada progenitora, que llegó a celebrar el Jubileo de Platino o los 70 años en el trono, neutralizaron cualquier debate serio al respecto, en el Reino Unido al menos, no así en otros estados de la Commonwealth) es lo que su país se juega en el tormentoso arranque de la era post-Brexit. En el último bienio, el Reino Unido viene experimentando las caóticas vicisitudes de los gobiernos conservadores, el riesgo para su integridad territorial por los flancos escocés y norirlandés, y embates socioeconómicos como la COVID-19, la crisis energética y el alza violenta de los precios. Sin olvidar la guerra de Ucrania, escalada entre amenazas nucleares por la Rusia de Putin.
A caballo entre lo personal y lo institucional, Carlos de Inglaterra, quien en 2023 será coronado en una ceremonia seguramente más austera que la de Isabel en 1953, deberá gestionar también las repercusiones negativas de escándalos recientes como los señalamientos contra su hermano el príncipe Andrés, duque de York, por abuso sexual, motivo de su marginación en la familia, y las acusaciones y despechos de su hijo menor Harry, duque de Sussex, desvinculado igualmente de los Windsor.
Carlos III dio su primer discurso a la nación el 9 de septiembre. Fue una alocución luctuosa de sentido tributo a su madre, pronunciada en el Palacio de Buckingham tras recibir a la primera ministra desde hacía tres días, Liz Truss, y recién retornado del Castillo de Balmoral, dónde había llegado a tiempo para ver vida a la reina con. "Al igual que hizo la reina con devoción inquebrantable, ahora también yo me comprometo solemnemente, durante el tiempo restante que Dios me conceda, a defender los principios constitucionales en el corazón de nuestra nación (…) me esforzaré en serviros con lealtad, respeto y amor, como lo he hecho a lo largo de mi vida", dijo entonces el nuevo monarca. Al día siguiente, 10 de septiembre, Carlos III fue proclamado oficialmente rey en el Palacio de St. James. El 12, justo antes de viajar con Camilla a Edimburgo para acompañar el féretro de Isabel II en la primera fase de los funerales de Estado, Carlos se dirigió a los parlamentarios en el Westminster Hall.
(Texto actualizado hasta 4/10/2022)
Isabel II alumbró a su primogénito en el londinense Palacio de Buckingham el 14 de noviembre de 1948, cuando ella, con 22 años, y su marido desde 1947, Felipe Mountbatten, eran príncipes y duques de Edimburgo. Los hijos más jóvenes de Isabel y Felipe, los príncipes Ana, Andrés y Eduardo, iban a nacer respectivamente en 1950, 1960 y 1964. Al producirse el fallecimiento de su abuelo Jorge VI y el ascenso al trono de su madre el 6 de febrero de 1952, Carlos era aún un niño pequeño en edad preescolar; en ese momento, adquirió los títulos nobiliarios de duque de Cornualles, duque de Rothesay, conde de Carrick, barón de Renfrew y señor de las Islas, amén de príncipe y gran mayordomo de Escocia.
El 26 de julio de 1958, a los nueve años, el muchacho asumió la condición de príncipe de Gales o heredero al trono, junto con el Condado de Chester. A diferencia de todos sus antepasados con posición prominente en la línea sucesoria de la Corona, el grueso de su instrucción primaria y toda la educación secundaria no le fueron impartidas por tutores palaciegos, sino que las recibió en centros escolares privados de Inglaterra y Escocia, compartiendo profesores y aulas con otros chicos. El 1 de julio de 1969, ya mayor de edad, Carlos fue investido por la reina en una pomposa ceremonia en el Castillo de Caernarfon, un escenario de fuerte sabor medieval, donde recibió de la soberana las insignias del Principado de Gales: la espada, la corona, el anillo de oro, la vara dorada y el manto de armiño.
Tras concluir la secundaria en la Gordonstoun School, un internado de las Highlands escocesas con fama de severo y donde ya había estudiado su padre, Carlos tomó cursos de educación superior de Historia y otras ramas de Humanidades en el Trinity College de la Universidad de Cambridge y en la Universidad de Gales en Aberystwyth. En Cambridge obtuvo un Bachelor of Arts, convirtiéndose en el primer príncipe heredero británico con título universitario. Futuros retratos biográficos iban a presentar al Carlos escolar como un joven apocado e inseguro, que no llevaba nada bien la frialdad emocional y la lejanía física de sus padres en el encorsetado ambiente de la Casa Real.
Solo después de graduarse en Cambridge empezó Carlos su instrucción en las Fuerzas Armadas Británicas, en la Armada Real y la Real Fuerza Aérea, continuando así con la tradición militar tan presente en su padre Felipe, su abuelo Jorge y otros reales ancestros. Esta etapa castrense duró cinco años entre 1971 y 1976, con períodos de licencia temporal con motivo de sus primeros compromisos oficiales, como los derivados de su condición de miembro de la Cámara de los Lores. Como marinero, Carlos sirvió a bordo del destructor HMS Norfolk y las fragatas HMS Minerva y HMS Jupiter. Como piloto de helicópteros, estuvo destinado en la base aeronaval de Yeovilton en Somerset y en el portaaviones HMS Hermes. Su servicio operativo en la Armada concluyó con el mando de un barco dragaminas durante diez meses.
El 1 de enero de 1977 el príncipe, por otro lado un apasionado del deporte del polo y de la caza del zorro, retornó a la vida civil portando los galones de teniente de vuelo de la RAF y teniente de navío de la Armada Real. En las décadas siguientes, desde la reserva activa, iría sumando los más altos grados del escalafón de las Fuerzas Armadas, hasta llegar en junio de 2012, por nombramiento de su madre la reina, a las posiciones cimeras, con rango de cinco estrellas, de mariscal de campo del Ejército, mariscal de la RAF y almirante de la Flota. Además, a partir de 1969, le fue conferido con carácter honorífico el coronelato de una veintena de regimientos, cuerpos y batallones de los tres ejércitos.
CARLOS, DIANA y CAMILLAEl 29 de julio de 1981 el heredero al trono, de cuya vida sentimental, rica en flirteos y relaciones con diferentes mujeres, venían haciéndose eco los medios, celebró esponsales en la Catedral de San Pablo con Diana Spencer, hija del 8º conde de Spencer y a sus 20 años 13 más joven. La llamada boda del siglo fue un magno acontecimiento que disparó la popularidad de Carlos e incorporó a la familia real británica a un nuevo miembro destinado a alcanzar una portentosa celebridad: la universalmente conocida como Lady Di, quien cautivó a las audiencias con su imagen de joven bella, dulce y tímida, protagonista al parecer de un moderno cuento de hadas. Aunque aristócrata y linajuda, Diana no era alteza antes de la boda, por lo que, estrictamente hablando, se trataba de una plebeya y su matrimonio con Carlos, del que tomó el título de princesa de Gales, era morganático. Esta diferencia de rango social entre cónyuges ya se había dado, sin ir más lejos, en el matrimonio en 1923 entre los abuelos de Carlos, el luego Jorge VI e Isabel Bowes-Lyon, la reina madre, muy querida por los británicos.
Carlos y Diana se conocían desde hacía un tiempo, su noviazgo empezó a trascender y el compromiso nupcial fue comunicado oficialmente cinco meses antes de la boda. Aquel día, el 24 de febrero de 1981, la pareja, tomados del brazo en actitud cariñosa, dio una entrevista exclusiva para la televisión. Los príncipes de Gales tuvieron dos hijos. El 21 de junio de 1982 nació Guillermo (William Arthur Philip Louis) y el 15 de septiembre de 1984 le siguió Enrique (Henry Charles Albert David), llamado familiarmente Harry. Los príncipes iban a recibir formación militar como su padre y tíos, y el mayor, Guillermo, una preparación específica por su condición de segundo en la línea de sucesión, llamado a ser un día rey.
Escrutados con avidez por las revistas del corazón y la prensa sensacionalista, Carlos y Diana comenzaron a proyectar la estampa de un matrimonio infeliz bastante antes de cumplir su décimo aniversario. En apariencia, la relación conyugal, con signos de distanciamiento y falta de gestos de cariño, no iba bien y el chismorreo mediático terminó señalando al culpable: se trataba de Carlos, el cual mantenía una relación extramarital con Camilla Rosemary Parker Bowles, plebeya de una familia católica de clase alta, dos rasgos que a priori la descartaban como hipotética esposa del príncipe heredero. Nacida en 1947 y apellidada de soltera Shand, Camilla era una íntima amiga de Carlos desde veinteañeros, antes de conocer él a Diana. La infidelidad del príncipe de Gales era compartida por Camilla, casada desde 1973 con el oficial del Ejército Andrew Parker Bowles, ya próximo a retirarse. Los Parker Bowles eran padres de dos hijos, Tom, nacido en 1974, y Laura, nacida en 1978. Aparentemente, la relación de amantes entre Carlos y Camilla, con sus intermitencias, era tan antigua como conocida en Palacio.
El asunto saltó con ímpetu escandaloso en junio de 1992, al poco de fallecer el conde John Spencer, por la publicación de Diana: Her True Story, libro biográfico de Andrew Morton donde el autor, vertiendo el testimonio confiado por su colaboradora secreta, presentaba a la princesa como una mujer profundamente desgraciada por el descubrimiento de la infidelidad de su esposo con Camilla y que a lo largo de la década de los ochenta había sufrido depresión, trastornos alimenticios de tipo nervioso y hasta pensamientos suicidas. Quizá el apartado más crudo del texto era el que aseguraba que Diana había intentado quitarse la vida hasta en cinco ocasiones.
Las afirmaciones sobre la inestabilidad emocional de la futura reina de Inglaterra desataron una tormenta mediática, social y política. El Palacio de Buckingham no hizo comentarios, salvo para desmentir que la princesa hubiese cooperado en la redacción de la biografía. Lo mismo decía entonces Andrew Morton, pero eso no era cierto. De la lectura de Diana: Her True Story podía desprenderse la impresión de que la ceremonia religiosa de 1981 había sido para Carlos de Gales una suerte de matrimonio por obligación real, sin verdadero amor de por medio. Ahora, los príncipes de Gales se limitarían a guardar las apariencias por sus obligaciones oficiales y por sus hijos, todavía niños.
El 9 de diciembre de 1992, para disgusto de lsabel II, que en la primavera anterior había encajado de manera casi simultánea la separación de su hijo Andrés y Sarah Ferguson y el divorcio de su hija Ana y Mark Phillips, y tan solo unos días antes del incendio del Castillo de Windsor (tres sucesos aciagos a los que la reina acababa de referirse implícitamente en su famoso y apesadumbrado discurso sobre el "annus horríbilis" para la monarquía británica), el primer ministro John Major anunció en la Cámara de los Comunes la separación "de forma amistosa" de los príncipes de Gales, los cuales seguirían llevando a cabo sus programas y compromisos públicos. Eso sí, cada uno por su cuenta, salvo determinadas asistencias juntos con motivo de reuniones familiares o eventos nacionales. Carlos y Diana dejaban de tener vida conyugal, aunque no tenían "planes de divorcio".
Según Major, que se limitaba a reproducir lo transmitido por Buckingham, la decisión de la separación carecía de "implicaciones constitucionales", por lo que la sucesión en el trono no se veía comprometida. Los jóvenes príncipes William y Harry mantenían intactas sus posiciones en la línea sucesoria y, de hecho, no había razón por la que la princesa de Gales no debiera ser "coronada reina a su debido tiempo". La "triste" noticia no sorprendió al público, que daba por sentado este desenlace desde la publicación del explosivo libro de Andrew Morton. Además, circulaban otras informaciones, también sin confirmar por la interesada, sobre que Diana admitía haber incurrido en infidelidad al buscar refugiarse en los brazos de otros hombres del entorno palaciego, como el mayor James Hewitt, su instructor de equitación.
Al poco, en enero de 1993, sobrevino el que dio en llamarse el Camillagate, la publicación por los tabloides dominicales de la trascripción filtrada de una llamada telefónica íntima entre Carlos y Camilla registrada en diciembre de 1989. La conversación consistía en una sucesión coloquial de frases picantes y de fuerte contenido erótico, como cuando él le expresaba a ella su deseo de convertirse en su "támpax". Los escándalos del libro y la cinta, con la separación de por medio, dañaron gravemente la imagen pública del príncipe de Gales, que de paso vio cómo los medios vilipendiaban a Camilla, la mujer a la que quería. En junio de 1994 Carlos salió a reconocer su relación extramarital con Camilla, citada sin nombrarla como una "querida amiga", en el documental televisivo Charles: The Private Man, the Public Role. Entrevistado por Jonathan Dimbleby y buscando la comprensión del público, el heredero al trono explicaba que le había sido "fiel y honorable" a Diana hasta que asumió que su matrimonio se había "roto irremediablemente" en 1986; después, él, ciertamente, había cometido adulterio.
Camilla y el brigadier Andrew Parker Bowles firmaron los papeles del divorcio en enero de 1995. En noviembre del mismo año, Diana, hija de padres divorciados, dio al programa Panorama de la BBC una emocional entrevista en la que ratificó lo contado por Morton en el libro para el que ella había "cooperado" (salvo el extremo de los supuestos intentos de suicidio, presentados ahora como autolesiones: "me lastimé los brazos y las piernas"), pasó revista a su fracasada relación con Carlos ("éramos tres en ese matrimonio"), reconocía su anterior relación con James Hewitt y pintó un desolador retrato de sus años en palacio, sintiéndose menospreciada e incomprendida, y presa de la depresión y la bulimia. La princesa comentó de paso sus dudas sobre la aptitud del que todavía era su marido para ser rey. Tras esta secuencia de aldabonazos, el divorcio de Carlos y Diana era inevitable y la ruptura legal, aconsejada personalmente por la reina, llegó el 28 de agosto de 1996; tres meses antes, los duques de York, Andrés y Sarah, ya habían dado ese paso. Lady Di conservó el título de princesa de Gales, pero perdió el tratamiento de alteza real.
Casi exactamente un año después, el 31 de agosto de 1997, Diana de Gales y su compañero sentimental, el productor cinematográfico egipcio Dodi al-Fayed, hijo del magnate empresarial Mohamed al-Fayed, perdieron la vida en un aparatoso accidente de tráfico en París. La tragedia conmovió al mundo y elevó a la categoría de mito la figura de la querida princesa del pueblo, que solo tenía 36 años y estaba brillando con su activismo internacional como patrocinadora de causas humanitarias y caritativas.
Carlos y Camilla, conscientes de que un amplio sector de la opinión pública y de la ciudadanía adicta a la Monarquía no simpatizaba con su furtiva relación amorosa —o directamente la rechazaba—, demoraron su largamente deseada boda hasta el 9 de abril de 2005, cuando las aguas ya estaban remansadas en gran medida; para entonces, ambos se hallaban en la cincuentena de edad y se acercaban a los 60. La unión nupcial consistió en una sencilla ceremonia civil en el Ayuntamiento de Windsor, a la que siguió una bendición oficiada por el arzobispo de Canterbury en la cercana Capilla de San Jorge del castillo real. Los padres del novio, la reina Isabel y el príncipe Felipe, no asistieron a la boda civil, que no tenía precedentes en la familia real si se exceptuaba el caso del tío-abuelo Eduardo VIII luego de abdicar en 1937, si bien luego estuvieron en el servicio religioso, denominado "de oración y dedicación".
En ese momento, Camilla, pasó a ser miembro de la familia real con los títulos de duquesa de Cornualles y Rothesay, condesa de Chester y baronesa de Renfrew. En realidad, Camilla, desde su unión conyugal con Carlos, era legalmente princesa de Gales, pero ella prefirió adoptar solo el tratamiento ducal por respeto a Diana, ya que el Principado de Gales estaba fuertemente asociado a su persona. Mucho más tarde, en febrero de 2022, meses antes de morir y como parte de los actos de su Jubileo de Platino o los 70 años en el trono, Isabel II indicó su "sincero deseo" de que su nuera fuese reconocida como reina consorte Camilla, y no princesa consorte, tal como se había dicho en un principio, en el momento que su hijo Carlos se convirtiera en rey. Por otro lado, con el fallecimiento de su padre el príncipe Felipe el 9 de abril de 2021, a la muy avanzada edad de 99 años, Carlos heredó los títulos de duque de Edimburgo, conde de Merioneth y barón de Greenwich, los tres compartidos asimismo por su mujer.
Mientras su vida sentimental se normalizaba y emprendía un lento proceso de aprobación y aplauso popular, Carlos vio cómo sus hijos se hacían adultos, se casaban y le daban nietos. En 2011 Guillermo y su novia, Catherine Elizabeth (Kate) Middleton, una plebeya de clase media-alta y de su misma edad, pasaron por el altar de la Abadía de Westminster, convirtiéndose así en duques de Cambridge. En cuanto a Enrique, contrajo matrimonio con la actriz estadounidense Meghan Markle en 2018. En lo sucesivo, Harry y Meghan fueron duques de Sussex. Guillermo y Catalina tuvieron tres hijos: Jorge, tercero en la línea de sucesión tras su padre y su abuelo, en 2013, Carlota en 2015 y Luis en 2018; los tres recibieron el título de príncipes de Cambridge. Harry y Meghan fueron padres de Archie Harrison en 2019 (el año en que el abuelo conmemoró sus 50 años como príncipe de Gales, registro insólito para un heredero de la Corona británica) y de Lilibet Diana en 2021.
(Cobertura informativa hasta 4/10/2022)