Béji Caïd Essebsi
Presidente de la República (2014-2019); primer ministro (2011)
Túnez, el país que hace ahora cuatro años encendió la mecha de la Primavera Árabe y el único de los afectados por aquellas históricas revueltas ciudadanas donde ha cuajado el orden democrático, vio culminada su compleja transición política en diciembre de 2014 con la elección presidencial de Béji Caïd Essebsi.
El eminente currículum de este abogado centrista y laico de 88 años, una edad muy provecta que sin embargo no reflejan sus envidiables condiciones físicas e intelectuales, presenta dos capítulos bien diferenciados. Durante la mayor parte de su carrera política, Essebsi fue un alto responsable de los regímenes dictatoriales de Habib Bourguiba, el padre de la independencia, a quien sirvió como ministro del Interior, Defensa y Exteriores, y su sucesor Zine El Abidine Ben Alí, bajo el cual presidió la Cámara de Diputados. Aunque tuvo diferencias con Bourguiba por sus demandas de apertura y luego terminó desligándose de Ben Alí y su partido, el RCD, nunca se pasó a la oposición ni renegó de sus ideales bourguibistas, criticados hoy por sus detractores. Tras el triunfo del alzamiento popular en enero de 2011, el veterano emergió del olvido como el primer ministro no afiliado de la fase preconstituyente de la transición. A lo largo de 10 meses, Essebsi pilotó con brío democrático el proceso que condujo a las ejemplares elecciones a la Asamblea Constituyente de octubre de 2011, cuyos ganadores fueron los islamistas del Ennahda.
En 2012 Essebsi fundó un partido heterogéneo, Llamada de Túnez (Nidaa Tounes), donde confluyen pragmáticamente ideas y personas de muy diverso signo, desde viejos funcionarios reconvertidos del bourguibismo -como él mismo- hasta socialdemócratas, pasando por economistas liberales y tecnócratas independientes, siendo los valores aglutinantes el progresismo y el secularismo. Colocado en la oposición al Gobierno de la Troika, es decir, el Ennahda y sus socios no religiosos, el CPR y el Ettakatol, Nidaa Tounes se erigió en defensor de las "conquistas y objetivos" de la Revolución, ciertamente arriscados en el tenso año 2013, cuando las agresiones del extremismo islamista, autor de dos sonados magnicidios, dejaron la transición en stand by. Esta fue reanudada al comenzar 2014 merced al acuerdo multipartito, solo parcialmente suscrito por Essebsi, que permitió la promulgación de la nueva Carta Magna y la asunción del Gabinete técnico de Mehdi Jomaa.
La oferta republicana de Essebsi y el Nidaa Tounes, ceñida a una serie de declaraciones genéricas sobre el triunfo del Estado de derecho, la dinamización de la economía, el Islam tolerante, la emancipación de la mujer, el impulso al desarrollo social y la modernización general del país, convenció a los tunecinos en 2014, año con doble cita electoral. Primero, en las legislativas del 26 de octubre, el partido derrotó al Ennahda y conquistó una mayoría simple de 86 escaños en la nueva Asamblea de Representantes del Pueblo. A continuación, en las presidenciales del 23 de noviembre y el 21 de diciembre, su líder batió a Moncef Marzouki, titular del cargo aspirante a la reelección y antes jefe del CPR.
La acumulación de poder por el Nidaa Tounes ya ha suscitado recelos en los sectores a los que inquietan el explícito bourguibismo del partido y el escaso interés de su fundador en que se haga un balance reparador de los crímenes del Estado en 55 años de dictadura. La ausencia de cohabitación institucional podría potenciar la capacidad ejecutiva de Essebsi, que sobre el papel dispone de unos poderes limitados dentro del sistema de Gobierno semipresidencialista consagrado por la Constitución. Aún quedan por definir la composición y los apoyos parlamentarios, que podrían incluir al Ennahda, del próximo Gobierno de Habib Essid, figura independiente al que Essebsi ha designado primer ministro el 5 de enero de 2015.
Los retos, formidables, del primer ocupante del Palacio de Cartago salido de unas elecciones directas, libres y limpias desde la independencia de Francia en 1956 son la falta de oportunidades laborales para los jóvenes, el subdesarrollo de las gobernaciones del interior y las amenazas del terrorismo jihadista, que cobran fuerza por la guerra civil en la vecina Libia y la irrupción regional del Estado Islámico. A día de hoy, el anciano presidente Essebsi pone el rostro a la singularidad de Túnez en un entorno atenazado por los retrocesos autoritarios y la violencia a gran escala, situación negativa que ha sepultado, salvo en esta parte del Magreb, los sueños de libertad y prosperidad que guiaron los levantamientos populares de 2011.
(Texto actualizado hasta enero de 2015)
1. Hoja de servicios en el anterior régimen tunecino
2. La Revolución de 2011 y primer ministro de la fase preconstituyente de la transición
3. Fundador y líder del partido de oposición laico Nidaa Tounes
4. Doble triunfo en las elecciones legislativas y presidenciales de 2014
1. Hoja de servicios en el anterior régimen tunecino
Miembro de una familia de de la nobleza terrateniente fundada en el siglo XIX por el general Ismaïl Caïd Essebsi (en origen un italiano de Cerdeña raptado por piratas berberiscos y puesto al servicio palaciego del bey de Túnez en 1810), con varios magistrados y gobernadores en su seno, se formó en el Colegio Sadiki, donde tomó contacto con las corrientes nacionalistas hostiles al protectorado francés, llegando a participar en actividades subversivas, y desde 1950 realizó la carrera de Derecho en la Universidad de París. En esta época fungió de vicepresidente de la Asociación de Estudiantes Musulmanes Norteafricanos (AEMNA).
Una vez titulado y colegiado, Essebsi comenzó a ejercer la profesión de abogado, primero por su cuenta y más tarde ante el Tribunal de Casación de Túnez. El joven jurista se especializó en la defensa penal de camaradas militantes del partido nacionalista Neo-Destur que lideraba Habib Bourguiba, al cual ya conocía personalmente con la intermediación de su hijo, Habib Bourguiba Jr. Tras la proclamación de la independencia en marzo de 1956, Bourguiba, convertido en primer ministro y poco después en presidente de la Republica, reclutó a Essebsi para su Gobierno nacional como asesor legal de las reformas sociales que el flamante Estado tunecino pensaba adoptar.
Fue el comienzo de una prominente carrera funcionarial y gubernamental en la que Essebsi sirvió sucesivamente como director de la Administración Regional, director general de la Seguridad Nacional, secretario de Estado del Interior, ministro del Interior (de julio de 1965 a septiembre de 1969) en el Gobierno que desde 1957 encabezaba Bahi Ladgham, embajador en Estados Unidos (entre septiembre y noviembre de 1969), ministro de Defensa (de noviembre de 1969 a junio de 1970) y embajador en Francia (desde agosto de 1970). Además, en las elecciones legislativas de lista única de noviembre de 1969 concurrió como el cabeza de lista del Partido Socialista Desturiano (PSD, sucesor del Neo-Destur) por la circunscripción de Túnez capital, haciéndose con su primer mandato de diputado en la Asamblea Nacional.
En 1971 Essebsi llevaba menos de un año al frente de la legación tunecina en París cuando entró en conflicto con la cúpula del PSD al reclamar una democratización del régimen autoritario de Bourguiba, del que venía siendo uno de sus más conspicuos responsables. Aunque en el VIII Congreso del PSD, celebrado en octubre de 1971, escenificó su sometimiento a la línea dura preconizada por el secretario general del partido y primer ministro, Hédi Nouira, en diciembre del mismo año presentó la dimisión como embajador y regresó a Túnez, donde retomó el trabajo de abogado en los tribunales de justicia. Inmediatamente después, fue suspendido como militante del PSD y diputado.
El ex ministro dejó el dique seco de la política en 1978 con su adhesión al Movimiento de Demócratas Socialistas (MDS), grupo organizado por otros disidentes del ala liberal del desturianismo, no autorizado por el régimen pero tolerado en la práctica, y cuyo cabeza visible era Ahmed Mestiri, como él, antiguo embajador y ministro del Interior. Asimismo, se puso a dirigir la revista de oposición Démocratie. En 1980, inesperadamente, Essebsi hizo las paces con Bourguiba y en diciembre del mismo año regresó al Gobierno como ministro delegado en la oficina del nuevo primer ministro y secretario general del PSD, Mohammed Mzali, un dirigente menos conservador que Nouira. De paso, volvió a los órganos dirigentes del partido y tomó asiento en su Buró Político. La completa reintegración de Essebsi en la alta función del Estado llegó el 15 de abril de 1981, poco antes de autorizar Bourguiba un nuevo marco constitucional de pluralismo restringido, menos aperturista de lo que Essebsi y otros venían reclamando, cuando fue promovido al cargo de ministro de Exteriores en sustitución de Hassan Beljodja. Meses después, las elecciones legislativas le devolvieron a la Cámara de Diputados.
En los cinco años siguientes, la agenda ministerial de Essebsi estuvo dominada por la cuestión palestina. Hechos destacados fueron la acogida brindada en territorio tunecino a los mandos y fedayines de la OLP a su expulsión de Líbano en 1982 y el bombardeo israelí de 1985 contra el cuartel general de la organización palestina en Túnez capital, agresión en la que murieron 70 palestinos y tunecinos, y que fue condenada por el Consejo de Seguridad de la ONU. La votación, que salió adelante con la abstención de Estados Unidos, fue considerada un gran éxito de la diplomacia tunecina. Aunque el presidente Bourguiba había quedado muy complacido con el trabajo de su colaborador en esta crisis, Essebsi no siguió en el Ministerio de Exteriores luego del cambio de Gobierno de julio de 1986, en el que el primer ministro Mzali fue relevado por Rashid Sfar. El 15 de septiembre siguiente, en un contexto de movimientos fácticos en el PSD ante la perspectiva de la próxima sucesión del anciano Bourguiba, Essebsi fue cesado en Exteriores, pasando su cartera a Hédi Mabrouk.
La llegada a la jefatura del Estado en noviembre de 1987, a través de un limpio golpe palaciego, del entonces primer ministro, ministro del Interior y secretario general del PSD, el general Zine El Abidine Ben Alí, significó el retorno al servicio de Estado de Essebsi, recuperado para el cuerpo diplomático como embajador en Alemania Occidental. El 14 de marzo de 1990 Essebsi se convirtió en presidente de la Cámara de Diputados en lugar de Slaheddine Baly. Fue al año de revalidar su mandato de representante popular en las listas del Reagrupamiento Constitucional Democrático (RCD), nuevo partido oficialista montado por Ben Alí a partir del PSD. El 9 de octubre de 1991 el ya sexagenario servidor político traspasó la jefatura de la Cámara a Habib Boularès y en marzo de 1994 terminó su mandato parlamentario, no presentándose a la reelección. En lo sucesivo, el abogado no desempeñó ningún otro cargo en el régimen benalista, regresó a su bufete y se separó completamente de la política, de manera que tampoco adoptó una postura de oposición.
2. La Revolución de 2011 y primer ministro de la fase preconstituyente de la transición
El 27 de febrero de 2011, a la avanzada edad de 84 años, Béji Caïd Essebsi, el viejo lugarteniente de Bourguiba, con quien había tenido sus más y sus menos, fue rescatado del olvido en unas circunstancias extraordinarias de la política nacional. Aquel día, el presidente interino desde la caída de Ben Alí en la histórica revolución popular del 14 de enero, Fouad Mebazaa, nombró a Essebsi primer ministro de transición en sustitución de Mohammed Ghannouchi, quien había dimitido escasas horas antes.
Titular del puesto desde 1999, Ghannouchi acababa de renunciar bajo la presión de una nueva ola de protestas ciudadanas con víctimas mortales, justo al mes de constituir su segundo Gabinete de "unión nacional", cuya composición, empezando por su propia presencia, pese a no incluir ya a ministros del RCD, concitaba el rechazo del movimiento popular, de parte de los partidos de la oposición y del mundo sindical. Todas estas fuerzas, agrupadas desde el 14 de enero como Consejo de Protección de la Revolución, estaban reclamando al Ejecutivo que acelerara los procesos de ruptura con el antiguo régimen dictatorial (depuración a fondo del aparato de seguridad responsable de la represión, procesamiento de los dignatarios corruptos, legalización de todos los partidos políticos), y que arrancara un proceso constituyente antes de las elecciones generales democráticas, que según el Gobierno podrían celebrarse a mediados de julio. Mebazaa vinculó el cambio de primer ministro a la necesidad que había de terminar con el "caos" de las protestas, pero su elección de Essebsi, del que elogió su "patriotismo" y "lealtad", no fue bien acogida por las fuerzas del Consejo de Protección de la Revolución, molestas sobre todo porque el presidente interino no les hubiese consultado y hubiera hecho uso de su prerrogativa constitucional de manera completamente unilateral.
El debut del anciano primer ministro, posesionado del cargo el mismo 27 de febrero, topó, pues, con bastante frialdad. A la espera del anuncio del nuevo Gabinete, presentaron la dimisión, a las primeras de cambio, los ministros de Industria y Tecnología, Afif Chelbi, y de Planificación y Cooperación Internacional, Mohammed Nouri Jouini. El 1 de marzo, mientras se conocía la legalización del islamista Partido del Renacimiento (Ennahda), imitaron a Chelbi y Jouini los dos únicos ministros de la oposición, Ahmed Néjib Chebbi, líder del Partido Democrático Progresista (PDP) y titular de la cartera de Desarrollo Regional y Local, y Ahmed Brahim, líder del Movimiento de Renovación (Ettajdid, ex comunista) y responsable de Educación Superior e Investigación Científica. En el anuncio de su dimisión, Chebbi informó que Essebsi le había comunicado que antes de las elecciones presidenciales y legislativas tendrían lugar elecciones a una Asamblea Constituyente. En efecto, el 3 de marzo, Mebazaa anunció la celebración de esas votaciones, que debían alumbrar la redacción de una nueva Carta Magna para el 24 de julio.
Mientras ultimaba la alineación de su Gobierno, Essebsi afrontó la crisis del éxodo de refugiados, trabajadores inmigrantes de varias nacionalidades, que huían de la guerra civil estallada en la vecina Libia, de los que 75.000 habían cruzado ya la frontera. El 2 de marzo, en el que fue su primer acto público oficial desde su nombramiento, recibió al presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, quien le comunicó el deseo de España de ayudar a Túnez en la cuestión de los refugiados y en el estímulo de la economía, golpeada por la marejada revolucionaria. En el primer frente de crisis, España activó de inmediato un puente aéreo de evacuaciones para aliviar la situación humanitaria en la frontera libio-tunecina; en el segundo capítulo, Madrid ofreció un préstamo de 300 millones de euros, a bajo interés y pagadero en tres años, a través del Banco Europeo de Inversiones.
Tras este primer viaje a Túnez de un mandatario extranjero desde el derrocamiento y huida de Ben Alí, que coincidió con el anuncio de la liberación del último grupo, unos 350 reclusos, de prisioneros políticos beneficiados por la amnistía general emitida el 20 de enero, Essebsi recibió a la secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, el 17 de marzo. Fue nada más retornar él de Argel y Rabat, en su primera salida al exterior. Posteriormente, el 4 de abril, recaló en Túnez el italiano Silvio Berlusconi, quien quería discutir con su anfitrión el problema de la inmigración ilegal a través de las islas de Lampedusa y Pantelleria, no lejanas de las costas tunecinas.
El 7 de marzo Essebsi desveló la composición de su Gobierno, que podía calificarse de plena continuidad. Integrado al completo por personalidades tecnocráticas, de sus 22 ministros, tres estaban vinculados al RCD, el mismo partido del que él había sido miembro hasta hacía apenas unas semanas; eran los titulares de Enseñanza Superior e Investigación Científica, Refâat Chaâbouni, Planificación y Cooperación Internacional, Abdelhamid Triki, e Industria y Tecnología, Abdelaziz Rassâa, carteras que en el último Ejecutivo de Ghannouchi los tres habían portado en calidad de secretarios de Estado. Los ministerios de peso no experimentaban cambios. Así, repitieron Mouldi Kefi en Exteriores, Farhat Rajhi en Interior, Abdelkrim Zbidi en Defensa, Lazhar Karoui Chebbi en Justicia y Jelloul Ayed en Finanzas. Antes de terminar el mes, sin embargo, Rajhi fue cesado por Mebazaa a petición de Essebsi, quien nombró en su lugar a Habib Essid, con una hoja de servicios gubernamentales bajo Ben Alí.
Aunque el primer ministro no dio ninguna explicación por este cese, la opinión pública conocía perfectamente la animadversión que los partidarios de Ben Alí, preteridos por las nuevas autoridades pero no silenciados, sentían hacia Farhat Rajhi, el cual se estaba distinguiendo por la purga de funcionarios de su departamento implicados en la represión de la dictadura. No en vano, el mismo 7 de marzo, coincidiendo con la confirmación por Essebsi de Rajhi en su puesto, el Ministerio del Interior había declarado disuelta la Dirección de la Seguridad del Estado (DSE), la policía política del benalismo, a la que no iba a suceder ningún cuerpo. En mayo, Rajhi iba a despacharse con unas duras palabras sobre Essebsi, al que acusó de "mentiroso" y de dejarse manipular por sectores adictos del régimen depuesto. Las declaraciones del ex ministro causaron un considerable revuelo, pero Rajhi se retractó al punto.
El veteranísimo estadista tenía prisa por demostrar con hechos que estaba comprometido con una transición a la democracia de carácter rápido y radical, sin componendas con los poderes fácticos de un pasado tan reciente como detestado por la gran mayoría de la población. El 9 de marzo, tal como se esperaba, llegó la disolución por mandato judicial del RCD, que se hallaba suspendido de actividad desde el 6 de febrero. El tribunal ordenó también que todos los bienes y fondos incautados al antiguo partido hegemónico fueran liquidados. A continuación, el 15 de marzo, vio la luz la Alta Instancia para la Realización de los Objetivos de la Revolución, de la Reforma Política y de la Transición Democrática. El órgano, de 155 miembros y presidido por el prestigioso jurista y politólogo Yadh Ben Achour, surgía de la fusión del Consejo de Protección de la Revolución y la Comisión Superior de la Reforma Política. Su composición era ampliamente plural y podía considerarse un remedo de Parlamento interino con cierta capacidad legislativa, pues la institución constitucional, la Cámara de Diputados, se hallaba disuelta.
La principal aportación de la Alta Instancia al proceso transitorio fue, en abril y con la patente complacencia de Essebsi, la definición de las reglas (confección de listas paritarias de hombres y mujeres alternados en cremallera, escrutinio estrictamente proporcional para favorecer la representatividad de los partidos minoritarios, veto a las candidaturas de ex altos cargos del anterior régimen, concesión del derecho de voto a los tunecinos en el extranjero) que iban a caracterizar las próximas elecciones a la Asamblea Constituyente, en principio previstas para el 24 de julio, un plazo verdaderamente récord, considerando el breve recorrido aún de la República Tunecina sin Ben Alí y el RCD.
El capítulo inicial de la transición democrática pilotada por Essebsi iba a completarse con éxito, aunque no sin sobresaltos. El 7 de mayo, la sucesión de actos de pillaje y disturbios en la periferia de Túnez al socaire de las protestas convocadas en Internet por jóvenes revolucionarios y blogueros empujó al Gobierno a reinstaurar en la capital el toque de queda, que había sido levantado el 15 de febrero. Mayo de 2011 fue un mes de efervescencia social y confusión política que terminó doblegando al Ejecutivo en su forcejeo con la Instancia Superior Independiente para las Elecciones (ISIE). Este órgano, creado el 18 de abril y puesto bajo la jefatura del defensor de los Derechos Humanos Kamel Jendoubi, insistía en que el país, por una serie de carencias técnicas, no estaba preparado para organizar unas elecciones constituyentes con garantías democráticas, y que lo mejor sería postergar los comicios.
Sobre el diagnóstico de la ISIE sobrevolaba la inquietud que embargaba a las fuerzas laicas y los sectores políticos de la costa por un posible gran triunfo electoral del partido islamista Ennahda. Liderado por Rashid Ghannouchi, Ennahda, aunque no había jugado ningún papel en la Revolución de enero -la cual había sido un alzamiento puramente ciudadano, sin protagonismo de los colectivos opositores-, sí tenía un respetado historial de lucha mártir contra la dictadura y disfrutaba de un nivel de organización política e implantación social al que por el momento el fragmentado arco de fuerzas del centro-izquierda secular sólo podía aspirar. Rendido a la evidencia, Essebsi, el 8 de junio, anunció que las elecciones a la Asamblea Constituyente de 217 miembros no tendrían lugar el 24 de julio, sino el 23 de octubre. La postergación electoral irritó al Ennahda, que abandonó la Alta Instancia para la Realización de los Objetivos de la Revolución. Para el primer ministro, sin embargo, lo más importante era preservar la transparencia de las votaciones, pues "Túnez y su Revolución tienen una reputación que debemos proteger".
En la cuenta atrás para las elecciones constituyentes de octubre, el Gobierno Essebsi hubo de hacer frente a las constantes salpicaduras desestabilizadoras de la guerra civil de Libia, donde los rebeldes prooccidentales y las huestes de Gaddafi libraban un combate a muerte con continuos tomas y dacas (Túnez reconoció al protogobierno rebelde, el Consejo Nacional de Transición, el 20 de agosto, en la víspera de la toma de Trípoli y días después, por cierto, de llamar a consultas a su embajador en Damasco para protestar por la represión indiscriminada que el régimen de Siria perpetraba contra las protestas domésticas), a la acumulación de noticias negativas sobre el curso de la economía, a la intolerancia y la hostilidad, particularmente agresivas con ciertas manifestaciones culturales laicas, de los radicales salafistas y al registro de nuevas manifestaciones con resultado de violencia en diversos puntos del país.
En julio, los disturbios en la ciudad del interior cuna de la Revolución, Sidi Bouzid, que costaron la vida a un muchacho de 14 años, obligaron a Essebsi a hacer un llamamiento a los ciudadanos para cerrar filas y presentar un frente común contra los intentos de ciertos "partidos políticos" y "movimientos marginales" de sabotear las "conquistas y objetivos" de la Revolución. El 20 de octubre, tres días antes de las elecciones, el gobernante recordó que su cometido terminaría con la formación del nuevo Ejecutivo salido de las urnas y manifestó su convicción de que Túnez "demostraría al mundo que es capaz de organizar unas elecciones creíbles e instaurar un proceso democrático exitoso"; ello, aseveró, valdría como prueba de que "un Estado musulmán es capaz de construir una democracia y de que la religión islámica no está en contradicción con los valores y principios de la democracia".
Estos meses decisivos para el proceso político abierto en Túnez fueron también muy activos en la agenda internacional de Essebsi. En mayo el primer ministro fue recibido por el presidente Nicolas Sarkozy en el Elíseo y asistió como invitado especial, junto con otros seis líderes africanos, a la Cumbre del G8 en Deauville. En septiembre, Essebsi recibió la visita del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, quien le expresó el apoyo incondicional de Ankara a la transición democrática tunecina. Por último, el 7 de octubre, el gobernante se desplazó a Estados Unidos con la invitación de Barack Obama, el cual no ahorró las palabras de elogio a su huésped. Así, el dirigente norteamericano, jefe de un Estado que hasta la misma víspera de su derrocamiento había tratado a Ben Alí con protectora manga ancha, se declaró "profundamente tranquilo con los progresos que ya ha habido en un lapso de tiempo tan breve, sobre todo por el espíritu de decisión del primer ministro", y afirmó que Túnez constituía "un motivo de inspiración para todos los que creemos que cada hombre y cada mujer poseen ciertos derechos inalienables".
La férrea determinación democratizadora de Essebsi y el tono moderado y conciliador del islamista Ghannouchi, junto con la vigilancia de 14.000 monitores locales y extranjeros, y la implicación añadida de 35.000 interventores de los partidos participantes, hicieron posible que el histórico proceso electoral del 23 de octubre de 2011 discurriera con la ejemplaridad democrática que sus artífices habían prometido. La organización del ISIE fue considerada un éxito por la misión de observación conjunta del Consejo de Europa y la OSCE, aunque no pudo decirse lo mismo del nivel de participación, que fue solo del 52%. Los gobiernos europeos transmitieron sus felicitaciones a Essebsi.
Sin sorpresas, el Ennahda se adjudicó la victoria con el 41,5% de los votos, lo que se tradujo en una mayoría simple de 89 asambleístas constituyentes. Seguía a los islamistas a gran distancia un repertorio de partidos laicos, siendo los más importantes: el Congreso por la República (CPR) de Moncef Marzouki; la Petición Popular de Libertad, Justicia y Desarrollo (Al Arihda), formación populista del empresario Mohammed Hechmi Hamdi y considerado un refugio del benalismo; el Foro Democrático por el Trabajo y las Libertades (FDTL, o Ettakatol) de Mustafa Ben Jaafar; el PDP de Néjib Chebbi; La Iniciativa (Al Moubadara), articulada por antiguos miembros del RCD; y el Polo Democrático Modernista (PDM), coalición de izquierda encabezada por el Ettajdid.
Conforme a su rol de gobernante neutral e interino, Essebsi se abstuvo de valorar los resultados en términos de simpatías políticas y aguardó al desenlace de las negociaciones entabladas por el Ennahda, el CPR y el Ettakatol. El acuerdo de coalición de la Troika, como vino a llamarse este entendimiento a tres entre islamistas y el centro-izquierda laico, supuso las elecciones de Ben Jaafar como presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, de Marzouki como presidente de la República y de Hamadi Jebali, secretario general del Ennahda, como primer ministro. Este último tomó posesión del cargo el 24 de diciembre de 2011, fecha que marcó la despedida de Essebsi de la política, aunque este mutis iba a ser solo temporal.
3. Fundador y líder del partido de oposición laico Nidaa Tounes
Lejos de jubilarse de las actividades públicas, el octogenario Essebsi, que se encontraba en una excelente forma física y que hacía gala de una lucidez de análisis y de una agilidad de pensamiento envidiables para su edad, adoptó un perfil de observador crítico y constructivo de la fase constituyente de la transición tunecina, la cual iba a entrar muy pronto en una etapa de delicadas turbulencias por las acciones subversivas del islamismo más radical.
El 26 de enero de 2012 el ex primer ministro propuso a las fuerzas políticas una especie de hoja de ruta para "restaurar la confianza del pueblo" en los trabajos de la Asamblea, que debían discurrir con presteza. Tres meses después, el 20 de abril, Essebsi sustanció su proyecto con una iniciativa que denominó Llamada de Túnez (Nidaa Tounes). El manifiesto, decididamente crítico con el Gobierno de la Troika y con el Ennahda en particular, constataba los "preocupantes signos de extremismo y violencia que amenazan las libertades públicas e individuales, y la seguridad de las personas". El llamamiento urgía a todas las organizaciones políticas y sociales comprometidas con los objetivos de democratización y modernización de Túnez a hacer a un lado las disputas y a establecer mecanismos de diálogo y consenso para asegurar el pronto remate de la obra constituyente y, acto seguido, la celebración de elecciones generales. También era menester negociar un "rescate" de la economía nacional, necesitada de inversiones generadoras de empleo juvenil, y elaborar una estrategia para reactivar el turismo, antes boyante y ahora por los suelos.
Sin solución de continuidad, el anciano estadista desveló su ambición de participar directamente en el juego político con un partido propio de corte social, secular y progresista. Varias semanas de preparativos proselitistas desembocaron el 16 de junio de 2012 en la celebración del nutrido mitin de lanzamiento del Nidaa Tounes como organización política. 13 días más tarde, el Comité Interino de la colectividad eligió a Essebsi presidente ejecutivo y a Taïeb Baccouche, antiguo secretario general del sindicato Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT) y durante 2011 ministro de Educación y portavoz del Gobierno, secretario general. El 6 de julio el partido obtuvo el registro legal.
Essebsi atrajo a las filas del Nidaa Tounes una militancia variopinta: viejos colegas servidores de Bourguiba y ex miembros del RCD (como Mohammed Ennaceur, tres veces ministro de Asuntos Sociales desde 1974), tecnócratas de su Gobierno de 2011, veteranos de la izquierda (como Boujemaa Remili, quien fuera dirigente del Partido Comunista), economistas liberales y personalidades del sindicalismo y la empresa privada. Socialdemocracia, social-liberalismo, secularismo, nacionalismo y bourguibismo -este último expresamente reivindicado por Essebsi- venían a conformar la paleta ideológica del Nidaa Tounes, presentado a los observadores como un partido pragmático deseoso de captar a toda clase de electores, también a aquellos que habían votado al Ennahda pocos meses atrás pero que ya empezaban a sentirse decepcionados por el proceder del Gobierno Jebali.
En efecto, a los islamistas moderados, en su primera experiencia de gobernar Túnez, no tardó en lloverles un diluvio de reproches y acusaciones por su negligente manejo de la crisis económica y su blanda respuesta a la escalada violenta de los fundamentalistas salafistas, con cuyas exigencias de implantación de la Sharía simpatizaban algunos elementos ultraconservadores del Ennahda. En septiembre de 2012 la política tunecina comenzó a encajar desestabilizaciones en cadena, las más graves de naturaleza terrorista, que amenazaron con descarrillar el aún incompleto proceso democrático.
Los zarpazos de la violencia política alcanzaron al Nidaa Tounes el 18 de octubre de 2012, día en que su coordinador en la gobernación de Tataouine, Lotfi Nagdh, a la sazón responsable de la Unión Regional de Agricultura y Pesca, perdió la vida en unos enfrentamientos entre partidarios y detractores del Gobierno. Aunque el Ministerio del Interior, que dirigía el dirigente del Ennahda Ali Larayedh, se apresuró a dar la versión de que Nagdh había fallecido de un ataque al corazón en plena refriega, sus colegas del partido aseguraron que había sido apaleado hasta la muerte. Essebsi no se anduvo por las ramas y denunció "el primer asesinato político desde la Revolución", elevando a Nagdh a la categoría de "mártir" de la misma.
Fuera ciertamente o no la muerte de Nagdh un crimen deliberado de naturaleza política (investigaciones ulteriores iban a apuntar con escasas dudas a esa tesis), la categoría de magnicidio sí fue adjudicada desde el primer momento a los asesinatos en febrero y julio de 2013, por el salafismo jihadista próximo a Al Qaeda, de los opositores de izquierda Chokri Belaid y Mohammed Brahmi, dirigentes respectivamente del Movimiento de Patriotas Demócratas y el Movimiento Popular, miembros a su vez del Frente Popular (Al Jabha) para la Realización de los Objetivos de la Revolución. El asesinato de Belaid el 6 de febrero de 2013 alteró dramáticamente el tablero político tunecino, pues paralizó los ya retrasados trabajos de la Constituyente, dejó en el vado la celebración de las elecciones generales este mismo año y forzó el relevo de Jebali por Larayedh en el cargo de primer ministro.
Essebsi, que acaba de crear (29 de enero) la coalición, según él desturiana, Unión por Túnez con el Partido Republicano (Al Joumhouri, surgido de la fusión del PDP con otros grupos), la Vía Democrática y Social (Al Massar), el Partido Socialista y el Partido del Trabajo Patriótico y Democrático, amenazó, al igual que el Frente Popular, con retirarse de la Asamblea Constituyente, donde el Nidaa Tounes tenía un puñado de representantes, tránsfugas de otras formaciones. El ex primer ministro no llegó a materializar este envite, pero a finales de julio, en respuesta al asesinato de Brahmi, situó a la Unión por Túnez en un Frente de Salvación Nacional junto con el Frente Popular. Enmarcado en la tendencia a la polarización entre religiosos y secularistas que sacudía el pequeño país magrebí, el Frente de Salvación Nacional entabló con la Troika del Ennahda, el CPR y el Ettakatol una compleja dialéctica que conjugaba las presiones al Ejecutivo y la participación con este en una mesa de Diálogo Nacional. La misma arrancó en octubre de 2013 con las metas urgentes de formar un Gobierno exclusivamente tecnocrático, presentar un frente común contra el terrorismo integrista y desterrar el fantasma del enfrentamiento civil.
4. Doble triunfo en las elecciones legislativas y presidenciales de 2014
La voluntad de Essebsi y su partido de alcanzar un gran compromiso fue instrumental para la consecución en diciembre de 2013, aunque no sin fuertes reservas por su parte, de los acuerdos del Diálogo Nacional, que, ya 2014, alumbraron el Gobierno de técnicos independientes presidido por el ingeniero Mehdi Jomaa, ministro de Industria con Larayedh, y, por fin, tras múltiples retrasos, la nueva Constitución democrática, retratada como la más avanzada del mundo árabe-musulmán. El laico Essebsi aplaudió la proclamación el 7 de febrero de 2014 de la Carta Magna, que, a pesar de su declaración del Estado confesional islámico, descartaba de plano la Sharía y garantizaba la plena igualdad de sexos y la libertad de cultos. Pero en el último instante, al alimón con el Partido Republicano y el Frente Popular, rehusó respaldar el nombramiento de Jomaa al considerarle, pese a no estar afiliado a ningún partido, un representante del oficialismo saliente. Con todo, Jomaa superó sin problemas el voto de confianza de la Asamblea el 29 de enero al gozar del aval de la Troika, la Alianza Democrática y el denominado Cuarteto, bloque de actores socioeconómicos liderado por el sindicado UGTT.
Al final, las elecciones generales que debían culminar la transición arrancada en 2011 pero peligrosamente atascada en 2012-2013 quedaron programadas, con más de un año de retraso, para el 26 de octubre, las legislativas, y el 23 de noviembre, las presidenciales, de 2014; estas últimas iban a ser las primeras directas, libres y justas desde la independencia nacional en 1956. En mayo, el Nidaa Tounes proclamó a su presidente candidato presidencial. El 8 de julio el interesado lanzó personalmente su postulación a un cargo al que la nueva Constitución confería parcelas genuinas de autoridad ejecutiva, reservada de manera expresa en los ámbitos de las relaciones exteriores, la seguridad nacional y la defensa, pero concertada con la figura del primer ministro y equilibrada con la Asamblea, la cual adquiría una serie de facultades cruciales.
Todo ello daba lugar a un sistema de Gobierno de tipo semipresidencial, aunque si se comparaba con el referente obvio, la República Francesa, el modelo tunecino se acercaba más al parlamentarismo. Essebsi, a sus 87 años, activaba su candidatura "por el momento, porque no hay nada definitivo en la vida". "Si estoy vivo el día de la elección, evidentemente haré lo máximo para estar allí", agregó. Pero primero tocaban las elecciones a la nueva Asamblea de Representantes del Pueblo, que como la Asamblea Constituyente se componía de 217 escaños. Si la mayoría parlamentaria/gubernamental y la Presidencia de la República quedaban en manos del mismo partido, entonces el próximo jefe del Estado podría volverse ciertamente poderoso, al perder relevancia la configuración institucional diseñada por la Constitución para equilibrar las respectivas áreas de intervención.
El Nidaa Tounes presentó un programa electoral, más bien difuso, que incidía en un modelo de Estado y de sociedad con vigencia del orden democrático y el imperio de la ley, garante de la emancipación de la mujer y basado en un Islam tolerante y moderado. No faltaron los guiños a los sectores más vulnerables, los jóvenes con futuro profesional oscuro, los pobres y las atrasadas gobernaciones del interior, que escucharon propuestas imprecisas para la creación de empleo, la superación de las injusticias sociales y el desarrollo regional.
Desde principios de año, ningún sondeo había descabalgado al Nidaa Tounes de la condición de favorito, con una proyección de voto de hasta el 50%. El partido concurría en solitario, pues el Frente de Salvación Nacional y la Unión por Túnez se deshicieron en la práctica meses antes de iniciarse la campaña electoral. El veredicto de las urnas del 26 de octubre no fue tan contundente como el pronosticado por las encuestas más favorables, pero aun y todo magnífico para la agrupación centrista de Essebsi, primera de la Asamblea con el 39,6% de los votos y 86 escaños, esto es, mayoría simple.
El Ennahda, de capa caída pero aún fuerte en sus bastiones rurales del sur, donde el tradicionalismo era predominante, bajó a la segunda posición con 69 diputados. Tercera fue la Unión Patriótica Libre (UPL), opción liberal de centro hasta ahora marginal, de Slim Riahi, cuarta la izquierda del Frente Popular y quinto el partido liberal conservador Aspiración Tunecina (Afek Tounes) de Yassine Brahim. El CPR del presidente Marzouki sufrió un fuerte revés, hundiéndose del segundo al sexto puesto. Otro batacazo tuvo la Petición Popular de Hechmi Hamdi, que ahora se hacía llamar Corriente del Amor. Pero el mayor castigo recayó en el Ettakatol, que había visto fugarse a varios de sus asambleístas constituyentes al Nidaa Tounes y que ahora se convirtió en fuerza extraparlamentaria. En suma, los comicios de 2014 depararon un tremendo varapalo a la Troika y dieron alas a los que habían sido sus opositores.
Con estos resultados, lo único claro era que Essebsi tenía la llave para la formación del próximo Gobierno tunecino, pero su composición era una incógnita. El Ennahda se apresuró a demandar al Nidaa Tounes que liderara negociaciones conducentes a la formación de una amplia coalición de laicos e islamistas. Essebsi, ambiguo sobre su estrategia, parecía más inclinado a pactar con la izquierda, pero optó por esperar hasta el resultado de las elecciones presidenciales antes de destapar sus cartas. Jomaa seguiría siendo primer ministro por unas semanas más. Por el momento, los de Ghannouchi, que parecían resignados a su nuevo papel de segundones, se abstuvieron de presentar un candidato a jefe del Estado y dieron libertad de voto a sus seguidores.
El hueco dejado por los islamistas convirtió la elección del 23 de noviembre de 2014 en un virtual duelo a dos entre Essebsi, con diferencia el mejor situado, y el aspirante a la reelección, Marzouki. El veterano opositor a las dictaduras bourguibista y benalista confiaba en captar a los votantes fieles del Ennahda y a todos aquellos electores temerosos de un retorno de los antiguos prebostes del antiguo régimen, posibilidad "contrarrevolucionaria" que según él era bien real en caso de conquistar el Nida Tounes el Ejecutivo. El CPR no se cansó de llamar la atención sobre la orgullosa declaración de principios bourguibistas de Essebsi y sobre su negativa a condenar sin ambages los abusos represivos y las violaciones de los Derechos Humanos cometidos en los 55 años de gobiernos autoritarios del Neo-Destur, el PSD y el RCD, con miles de asesinados, torturados y desaparecidos, sin contar a los 338 muertos oficiales de la Revolución de 2011. Además, Essebsi no ocultaba el desagrado que le producía la nueva Instancia de la Verdad y la Dignidad (IVD), comisión independiente creada por la ley de justicia transaccional -legada por el Gobierno del Ennahda en diciembre 2013- y que tenía como misión documentar los crímenes de la dictadura y reparar a las víctimas con indemnizaciones.
En el registro de las elecciones presidenciales se inscribieron otros 25 candidatos, entre ellos Slim Riahi, Hechmi Hamdi, Néjib Chebbi, Mustafa Ben Jaafar y Hamma Hammami por el Frente Popular, pero ninguno de ellos contaba para la presumible segunda vuelta. Essebsi ganó la primera vuelta con el 39,5% de los votos, seguido por Marzouki con un porcentaje mayor del esperado, el 33,4%. El 21 de diciembre el ex primer ministro batió definitivamente, con el 55,7% de los sufragios, a su adversario, quien rechazó las cifras desfavorables de los muestreos a pie de urna, los cuales animaron a Essebsi a cantar victoria antes de la comunicación de los resultados oficiales por la ISIE. Una vez conocidos estos, Marzouki aceptó el veredicto de las urnas sin rechistar. La proclamación oficial de Essebsi como presidente electo fue hecha el 29 de diciembre por el presidente de la ISIE, Chafik Sarsar.
El último día del año Essebsi entregó las riendas del Nidaa Tounes a Mohammed Ennaceur, desde el 4 de diciembre presidente de la Asamblea de Representantes del Pueblo, y tomó posesión de la Presidencia de la República Tunecina con un mandato de cinco años. Al prestar juramento en la Asamblea previamente a su ingreso en el Palacio de Cartago, el longevo abogado, camino de la novena década de vida, pidió a todos los tunecinos "trabajar juntos" por la estabilidad del país. Su primera decisión iba a ser la designación del nuevo primer ministro, presumiblemente con el visto bueno de Ennahda.
El presidente de Túnez está casado con Chadlia Saïda Farhat, nacida en 1936 y a la que en alguna ocasión se ha referido como su "principal consejera", y es padre de cuatro hijos, Amel, Mohammed Hafedh, Salwa y Jélil.
(Cobertura informativa hasta 1/1/2015)