Armin Laschet

Su confirmación el 19 de abril de 2021 como el candidato de la CDU/CSU a canciller de Alemania en las elecciones federales del 26 de septiembre supuso para Armin Laschet dejar zanjado el debate, al menos de manera oficial, sobre su idoneidad para la empresa de suceder a Angela Merkel en tiempos de profundo desgaste. Atrás quedaban 30 meses de accidentado proceso interno, en el que confluyeron la cadena de reveses de los democristianos en las elecciones regionales, el fracaso del plan de relevo inicialmente diseñado por Merkel, las perturbaciones de la COVID-19 y, como remate, una refriega, breve pero ruidosa, con los hermanos socialcristianos de Baviera. Ahora, el líder de la CDU y ministro-presidente de Renania del Norte-Westfalia, de 60 años, tenía por delante lo verdaderamente difícil: detener el desplome de su partido en las encuestas e impedir que Los Verdes, protagonistas de un ascenso fulgurante, arrebatasen la condición de primera fuerza del Bundestag y por ende el derecho a encabezar el próximo Gobierno de coalición en Berlín.

En los cinco meses transcurridos desde entonces, Laschet no ha sido capaz de invertir la tendencia negativa de la CDU/CSU ni de insuflar a su persona siquiera parte de los elevados niveles de popularidad de que goza Merkel, a la que el público, al parecer, disocia de los tropezones de su formación, en la Cancillería desde 2005. El dirigente renano llega a los comicios del 26-S a la zaga, pero ya no de Los Verdes, que vieron desvanecerse su brillante racha, sino del SPD, el incómodo socio de la Gran Coalición con el vicecanciller Olaf Scholz de candidato, súbitamente recuperado en agosto. "Somos el partido del pueblo en el centro" y "una década de modernización", son los mensajes que Laschet, con escaso resultado a tenor de los sondeos, intenta infundir.


(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada el 17/9/2021. Las elecciones federales del 26/9/2021 se saldaron con la victoria por mayoría relativa del SPÖ. Como resultado de la fuerte derrota electoral de la CDU/CSU y su fracaso personal en el intento de liderar las negociaciones para la formación de un Gobierno de coalición con verdes y liberales, Laschet anunció su renuncia a la presidencia de la CDU y también a la jefatura del Gobierno de Renania del Norte-Westfalia. El 27/10/2021 dejó paso a Hendrik Wüst como ministro-presidente del Land y el 31/1/2022 fue sucedido por Friedrich Merz como presidente de la CDU).


UN PERFIL MERKELIANOArmin Laschet, un católico devoto que ve a la moderna Alemania y a la Unión Europea como las culminaciones de procesos históricos y culturales gestados hace más de mil años en el Reino Franco Carolingio, ejerció el periodismo antes de labrarse una carrera política con los democristianos de su estado, Renania del Norte-Westfalia. Fue sucesivamente diputado del Bundestag, eurodiputado y ministro de Integración en el Gobierno de Düsseldorf, desde donde se dio a conocer por su enfoque abierto de la inmigración, defendida por él con argumentos económicos y como una oportunidad de enriquecimiento para el conjunto de la sociedad. En 2012 alcanzó la jefatura de la sección renana de la CDU y una de las cinco vicepresidencias de su Ejecutiva Federal.

En mayo de 2017 Laschet causó sensación por su inesperada victoria en las elecciones regionales de Renania del Norte-Westfalia, que le convirtieron en el ministro-presidente del Land más potente de Alemania, por población y peso económico. Aquel éxito en las urnas sobre la socialdemócrata Hannelore Kraft vino a vigorizar a la CDU nacional, maltrecha en los sondeos de cara a las elecciones federales de septiembre, y contribuyó a neutralizar el tirón, efímero, experimentado por el SPD luego de presentar la candidatura de Martin Schulz para batirse con Merkel. Lo que sucedió después inició la sinuosa cadena de acontecimientos que en 2021 desembocaría en el encumbramiento de Laschet en la CDU. Como se esperaba, en el otoño 2017 Merkel ganó su cuarto mandato de canciller, pero decepcionada por el retroceso histórico de votos (hasta el 32,9%) y escaños (65 menos), por la fibrosa irrupción en el Bundestag de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD, tercera con el 12,6%) y por la necesidad de recurrir -era la tercera vez que esto sucedía desde 2005- a la Gran Coalición con los aún más menguados (20,5%) socialdemócratas.

Como cabeza de la industriosa Renania del Norte-Westfalia, donde gobernaba recostado en una coalición clásica con los liberales del FDP, Laschet terminó de perfilar sus señas de identidad. Las de un hombre afable y conciliador en lo personal, y un político genuinamente de centro, equidistante de los radicalismos de derecha e izquierda, y ajeno a las retóricas populistas o polarizadoras. Un talante moderado, pragmático y dialogante, y a la vez tenaz en la defensa de sus convicciones, muy en la línea de Merkel. En 2015 arropó a la canciller cuando su trascendental decisión de dar acogida a más de un millón de refugiados y migrantes de Oriente Medio y en 2017 compartió su rechazo a la legalización del matrimonio de personas del mismo sexo. Asimismo, viene sosteniendo el polémico proyecto del gasoducto Nord Stream 2 y es reacio a endurecer las sanciones a Rusia por su injerencia en Ucrania y el caso Navalny, no obstante merecer sus críticas ambas cuestiones; en este sensible terreno, él se define como un "realpolitiker" para quien los "eslóganes morales" no tienen cabida en las relaciones exteriores y que desearía rebajar en lo posible las tensiones con Moscú.

Ahora bien, a lo largo de su trayectoria, Laschet ha expuesto tesis europeístas más audaces que las de Merkel, como cuando dijo que prefería un presidente de Comisión Europea elegido directamente por los ciudadanos. Además, durante la crisis de las deudas soberanas del euro se mostró receptivo a la propuesta de los eurobonos, considerados anatema por Merkel y su poderoso ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble. Hoy, empero, el político, que corteja el voto de los contribuyentes de casa, afirma que no ve viable la introducción de deuda conjunta como mecanismo de financiación de la UE, más allá de la emisión excepcional de 750.000 millones de euros en bonos como dotación del plan Next Generation EU de la Comisión Europea para la reconstrucción post-COVID. De todas maneras, el natural de Aquisgrán sigue siendo un integracionista europeo que opina que Berlín, hasta ahora, no ha estado a la altura del reformismo promovido por París. Aunque esquivas a las cámaras, no pasan desapercibidas sus muy estrechas relaciones con Emmanuel Macron. Aspecto añadido a destacar, este europeísmo intenso convive sin problemas con una firme postura proestadounidense, filia que no disminuyó mientras Donald Trump ocupó la Casa Blanca. En 2021, de paso, Laschet ha discrepado públicamente de Merkel sobre la manera de contener la pandemia.

Laschet se mantiene dentro de la ortodoxia germana sobre la disciplina financiera y el equilibrio presupuestario. Así, ha refutado a quienes, desde la misma CDU, no verían mal que Alemania flexibilizara sus estrictas reglas fiscales, insertas en la Ley Fundamental, y pudiera incurrir de manera regular en déficits suaves, así como elevar su techo de deuda, para poder gastar más en el estímulo económico una vez superado el tremendo bache de la pandemia. La austera potencia centroeuropea, que ya antes de la crisis sanitaria apenas crecía pese a gozar de casi pleno empleo, acabó 2020 con una contracción productiva del -4,8% (menos que el promedio europeo), un déficit público del 4,2% del PIB (frente al envidiable superávit del 1,5% anotado el año anterior) y una deuda pública del 70% del PIB (diez puntos más que en 2019).

Por otro lado, el Ministerpräsident renano ha mostrado una especial atención hacia los aspectos de la seguridad ciudadana. También, una preocupación por el golpe de gracia que la transición energética ha dado a lo que quedaba de la minería del carbón, símbolo, junto con el acero, de la potencia industrial de su región amén de parte de la memoria sentimental del político, al tratarse del hijo de un capataz de mina. En diciembre de 2018, un melancólico Laschet valoró el cierre del último pozo de antracita de la cuenca del Ruhr, el de Prosper-Haniel en Bottrop, explotado desde 1863, como "el final de un capítulo glorioso de nuestra historia". Ya en clave de campaña electoral, en los primeros meses de 2021 el presidente y candidato de la CDU habló profusamente sobre ser más ambiciosos en la lucha contra el cambio climático y en la agenda digital. "Escuchar, decidir, actuar. Crear cohesión y dar forma al futuro; ese es mi objetivo para una Alemania moderna", proclamaba Laschet en su manifiesto web.


LA ACCIDENTADA BÚSQUEDA DE UN HEREDERO POLÍTICOEstando tan próximo al pensamiento y el estilo de Angela Merkel, Armin Laschet no fue sin embargo la persona inicialmente coronada por la CDU -e implícitamente por la canciller- para la sucesión, por de pronto en la dirección del partido y, en una segunda fase, si así lo quisieran los electores, en la jefatura del Gobierno Federal.

El pistoletazo de salida del proceso lo dio Merkel el 29 de octubre de 2018 al comunicar por sorpresa que, tras 18 años al frente de la CDU y casi 13 en la Cancillería, considerando la "inaceptable" imagen de "persistentes tensiones" en la Gran Coalición y los "amargos" resultados de las votaciones regionales de Hesse, ella desistía de presentarse a la reelección interna en el próximo congreso del partido y a las elecciones federales de 2021. La primera etapa del plan de sucesión concebido por Merkel fue cubierta en diciembre de 2018 con la elección como presidenta de la CDU de su favorita, Annegret Kramp-Karrenbauer, en ese momento secretaria general del partido y hasta hacía poco la ministra-presidenta de Sarre. Al igual que su maestra, AKK era centrista, moderada y contraria al populismo y el extremismo, y estaba identificada con dos de los grandes tabús de la canciller, la colaboración con la AfD en los estados de la antigua RDA y el Gobierno Federal de minoría. Todo ello podía suscribirlo perfectamente Laschet.

Tras derrotar en el Parteitag de Hamburgo, no sin dificultades, a dos contrincantes del flanco derechista crítico, Friedrich Merz y Jens Spahn, Kramp-Karrenbauer, nombrada por Merkel ministra de Defensa en un intento de apuntalarla y ahorrarle retadores en la postulación de la CDU/CSU para la Cancillería, encajó en 2019 el reguero de caídas electorales en el Parlamento Europeo y los Länder del este. De manera señalada Brandeburgo y Turingia, donde la CDU sufrió el bochorno de ser arrollada por una AfD imparable. En el primer estado la formación ultra arrebató a los conservadores la segunda posición, mientras que en el segundo la CDU se despeñó directamente al tercer puesto desde el primero, conquistado por la extrema izquierda de Die Linke.

Al descalabro electoral de octubre de 2019 en Turingia le siguió en febrero de 2020 una de las mayores marejadas políticas recordadas en la RFA: el Landtag de Erfurt invistió ministro-presidente al candidato del FDP (que poseía solo cinco de los 90 escaños) con los votos de la CDU y, hecho sin precedentes, la AfD, desalojando así del poder a la coalición tripartita de izquierda gobernante desde 2014. La confluencia de intereses de los democristianos y la extrema derecha suponía una ruptura flagrante del cordón sanitario impuesto por Merkel, quien, puenteando a una Kramp-Karrenbauer vacilante, llamó enérgicamente al orden al díscolo capítulo turingio, el cual se apresuró a recular. Con su autoridad anulada, tras meses oyendo quejas sobre su falta de empuje y carisma, AKK anunció el 10 de febrero que no sería candidata a la Cancillería en 2021 y que tras la elección del nuevo aspirante, previsiblemente en el verano, dejaría asimismo la presidencia de la CDU.

El fracaso de la sucesora natural de Merkel, superada por el escándalo de Turingia, arruinó el plan de sucesión ordenada activado por la canciller en 2018 y desató de nuevo, con impredecibles resultados, la competición interna en una CDU profundamente dividida y vapuleada en las encuestas. El público volvió la mirada a los capitostes del partido y entre ellos estaba Laschet. En los últimos meses, el miembro de la Ejecutiva ya venía participando en el runrún de voces democristianas que, con mayor o menor nitidez, cuestionaba el liderazgo de Kramp-Karrenbauer. Aunque su bienquerencia hacia Merkel estaba fuera de toda duda, la prensa no dejaba de meter a Laschet en el grupo de hipotéticos rivales para hacerse con la candidatura de la CDU/CSU a la Cancillería, junto con los manifiestamente ambiciosos Friedrich Merz y Jens Spahn. El 23 de febrero de 2020 los democristianos recibieron un nuevo varapalo en las elecciones de Hamburgo; esta vez, fueron Los Verdes los que les rebasaron, birlándoles el segundo lugar. La enésima debacle en las urnas precipitó el adelantamiento de la elección del sucesor de AKK y obligó a los pretendientes a dar ya el paso al frente.

Los candidatos a la presidencia del partido y a la Cancillería fueron finalmente el centrista Laschet, el derechista Merz y el también centrista Norbert Röttgen. Los anuncios de Laschet y Merz, hechos el mismo día, el 25 de febrero, no supusieron ninguna sorpresa, pero sí la autoexclusión de Spahn, convertido en lugarteniente del primero. Laschet, el hombre de la "integración" y la "unidad", Merz, la alternativa orientada a la derecha para el "resurgimiento" y la "innovación", y Röttgen, el moderado distanciado de Merkel, iban a batirse en un Parteitag extraordinario el 25 de abril, pero la emergencia de la COVID-19 obligó a cancelar el congreso el 12 de marzo.


FORCEJEO CON EL SOCIALCRISTIANO SÖDER Y FUGAZ SORPASSO DE LOS VERDES Los meses que siguieron fueron problemáticos para Laschet. Para empezar, estaba la complicada gestión de la pandemia y las impopulares restricciones sociales para contenerla, susceptibles de erosionarle, mientras que Merz y Röttgen, sin responsabilidades de gobierno, no tenían nada que temer en ese terreno. Más ingrato para él, desde el primer momento Laschet hubo de enfrentar unas encuestas de preferencia de líderes que le ponían ampliamente a la cola de sus dos rivales y también de un cuarto personaje de gran influencia nacional, el ministro-presidente de Baviera y líder de la CSU, Markus Söder. Hiperactivo, galvanizador y carismático, Söder había empezado a insinuarse veladamente como el candidato electoral de la Unionsparteien del centro-derecha, la unión permanente de dos partidos independientes pero fraternos, después del desastre de Turingia. De materializarse esa postulación, sería la tercera vez en la historia de la RFA que los socialcristianos bávaros, los hermanos pequeños del binomio conservador, pusieran al cabeza de cartel, comúnmente, pero no como regla fija, miembro a la CDU. Ya había sucedido con Franz-Josef Strauss y en 1980 y con Edmund Stoiber en 2002, siendo el resultado sendas derrotas a manos del SPD de Helmut Schmidt y Gerhard Schröder.

En la comparativa entre Laschet y Söder, de caracteres tan diferentes, aparecían una serie de pros y contras electorales que afectaban a ambos. Pero, por el momento, se trataba de esclarecer quién pasaba a asumir las riendas de la CDU. La cuestión la dirimió por fin el 33º Parteitag democristiano, celebrado con carácter virtual el 15 y el 16 de enero de 2021. El millar de delegados llegaron al telecongreso con dudas sobre qué tipo de líder convenía al partido al margen de las simpatías personales, aunque sabedores de que Merkel, más allá de su rigurosa neutralidad formal, prefería con mucho a Laschet. La competición fue muy ajustada. En la primera ronda de votaciones Röttgen quedó eliminado, mientras que Laschet y Merz empataron en el 38%, con cinco votos de ventaja para el segundo. En la ronda resolutiva Laschet se llevó la presidencia del partido con el 52,8% de los votos. El 22 de enero, una vez contado el voto por correo, Laschet sucedió oficialmente a la dimisionaria Kramp-Karrenbauer en la cúspide de la Bundesvorstand o Junta Ejecutiva Federal. Paul Ziemiak siguió como secretario general y Jens Spahn, ministro de Sanidad, se estrenó en una de las cinco vicepresidencias ejecutivas, junto con los confirmados Thomas Strobl, Volker Bouffier, Julia Klöckner y Silvia Breher.

La elección interna de enero de 2021 no marcó el final de la carrera de obstáculos de Laschet, el hombre del compromiso y el consenso, para ser el heredero completo de Merkel, en el partido y en las elecciones. Iniciado marzo, un inquietante repunte de las infecciones del coronavirus y la lentitud de la campaña de vacunaciones avivaron los interrogantes en torno al esquema de semiconfinamiento pactado por el Gobierno Federal y los estados federados, y plantearon la necesidad de parar la tímida desescalada gradual, cuando Alemania creía tener aplanada la curva de la segunda y mucho más letal embestida de la COVID-19, iniciada en octubre de 2020. El 14 de marzo tocaron los comicios de Baden-Württemberg y Renania-Palatinado, en los que la CDU conservó el segundo puesto (por detrás de Los Verdes en Stuttgart, por detrás del SPD en Mainz) con pérdidas de votos. Colocado de perfil, Laschet hizo lo posible porque el octavo y el noveno sinsabores electorales desde 2018 se olvidaran cuanto antes.

En cuanto a la COVID-19, la tercera ola ya estaba aquí, tan intensa como la anterior en términos de positivos diarios, aunque con un número muy inferior de fallecimientos. El 23 de marzo, Merkel, que durante el primer año de la pandemia había dado una imagen de seriedad y solvencia en el manejo de la crisis, anunció de súbito un duro cerrojazo nacional para la Semana Santa. El confinamiento de Alemania por unos días fue acordado por la conferencia de ministros-presidentes, pero el alud de críticas empujó a Merkel a retractarse al cabo de unas horas. Del cruce de pullas por este paso en falso, insólito en la canciller pero reconocido con humildad por ella ("ha sido un error, pido perdón"), no se excluyó Laschet aupado en el grupo de ministros-presidentes contrarios a las imposiciones unilaterales del Gobierno Federal y a las limitaciones comerciales severas.

El siempre popular Söder aprovechó esta trifulca sobre las medidas epidemiológicas para alabar a Merkel, la prudente, y contraponerse a su colega de Renania del Norte-Westfalia, el laxo. El 11 de abril el líder bávaro arrojó el guante proponiéndose como el candidato electoral de la Unión, sacando así a la escena pública una rivalidad que ya llevaba año y medio entre bastidores. Solo dos días después, el Gobierno Federal aprobó de urgencia una reforma que endurecía la Ley Federal para la Prevención de Infecciones, restando competencias a los Länder y permitiendo al Ejecutivo de Berlín aplicar restricciones drásticas en aquellas localidades o regiones donde se superaran determinados niveles de incidencia. El puñetazo en la mesa de Merkel en el tema de la reglamentación de la COVID fue interpretado como un rapapolvo de la canciller a Laschet. Sin embargo, el 19 de abril la Bundesvorstand de la CDU, en una tensa sesión, ratificó que el presidente del partido sería también el candidato de la Unión para batirse con el pretendiente del SPD, Olaf Scholz, el vicecanciller y ministro federal de Finanzas. Nueve de los 46 votos (seis integrantes del órgano ejecutivo prefirieron abstenerse) fueron para Söder, el cual se apresuró a acatar la decisión de la "hermana mayor".

En estos mismos momentos, la CDU era presa del nerviosismo porque Los Verdes, impulsados por el espectáculo de pelea fratricida en la Unión y por sus méritos propios, con Annalena Baerbock de abanderada, empezaban a encabezar algunos sondeos preelectorales, cosa antes nunca vista a nivel federal. Una encuesta realizada el 20 de abril otorgaba siete puntos de ventaja a los de Baerbock. En las semanas siguientes, otros muestreos confirmaron la caída de la CDU por debajo del listón del 25%, superado levemente por Los Verdes, en tanto que el SPD se aproximaba a los niveles de la AfD y el FDP. Hasta las federales de septiembre ya solo restaba una cita electoral, las regionales de Sajonia-Anhalt, en junio. El escenario de una victoria verde, de materializarse, sería un hito en la historia de la RFA que certificaría el final del condominio bipartidista nacido en 1949. Pero para la CDU no tendría porqué significar un cataclismo con paso obligado al purgatorio de la oposición, pues democristianos y verdes acumulaban mucha experiencia de gobierno compartido en el plano estatal. Es más, el centrismo de Laschet favorecía la exploración de diversas fórmulas de coalición, fuera con Los Verdes, con el SPD y, por supuesto, con el FDP, tal como sucedía en Renania del Norte-Westfalia. Solo los extremos, la AfD y Die Linke, quedaban excluidos como potenciales socios.

Así, la CDU y Die Grünen habían gobernado conjuntamente en Hamburgo entre 2008 y 2010, y venían haciéndolo en Hesse desde 2014 (con el miembro de la Ejecutiva Volker Bouffier de ministro-presidente) y en Baden-Württemberg (con el verde Winfried Kretschmann de ministro-presidente) desde 2016. Además, funcionaban dos tipos de coaliciones tripartitas: la Jamaica (negra-verde-amarilla), que incorpora a los liberales, vigente en Sarre en 2009-2012 y en Schleswig-Holstein desde 2017 (con el ministro-presidente democristiano Daniel Günther); y la Kenya (negra-roja-verde), que incluía a los socialdemócratas, operativa en Sajonia-Anhalt desde 2016 (ministro-presidente Reiner Haseloff), y en Sajonia (ministro-presidente Michael Kretschmer) y Brandeburgo desde 2019. Una coalición del tipo Jamaica ya fue negociada tras las elecciones federales de 2017, pero la retirada del FDP obligó a la CDU/CSU a entenderse de nuevo con el SPD.


PROGRAMA ELECTORAL "EN EL CENTRO", TROPEZÓN PERSONAL Y RESURGIMIENTO DEL SPDLas elecciones del 6 de junio de 2021 en Sajonia-Anhalt dieron una alegría a la CDU, que recobró los escaños perdidos en 2016 y abrió distancias de la AfD. El nuevo Gobierno regional de Reiner Haseloff, de obligada coalición a tres con el SPD, prescindió de los verdes y acogió en su lugar a los liberales. El cambio de socios en Magdeburgo fue visto como un mensaje de Laschet sobre sus preferencias de cara a la Cancillería. Mejor aún, el sorpasso verde de la primavera se desvaneció y el centro-derecha, poniendo fin a cuatro meses de caídas a plomo, recobró la delantera en la carrera nacional, con hasta diez y más puntos de ventaja en las tablas demoscópicas. Con todo, las nuevas cotas no superaban el 30%, lejos de los niveles disfrutados durante casi todo 2020 y el arranque de 2021. Laschet y Söder aprovecharon el buen momento para presentar un programa electoral federal que buscaba marcar la diferencia con "grandes ideas". No se trataba de simples "promesas que no se pueden cumplir" ni de mero "humo", dijeron, en alusión al expansionismo fiscal preconizado por socialdemócratas y verdes.

En el extenso documento, titulado Estabilidad y renovación. Juntos por una Alemania moderna, la Unionsparteien se comprometía a no subir el impuesto de sucesiones, a no restablecer el impuesto sobre el patrimonio (suprimido en 1996), a eliminar definitivamente el llamado recargo de solidaridad (creado tras la reunificación para financiar el desarrollo de la antigua Alemania de Este y con fecha de caducidad ya fijada) y a estudiar un alivio de la presión fiscal a las empresas, considerando que cualquier alza tributaria en la fase post-pandemia sería nefasta para la recuperación del crecimiento. La famosa regla de oro merkeliana del freno de la deuda (Schuldenbremse), o búsqueda de los presupuestos equilibrados, sin déficit estructural, por mandato constitucional, no se tocaba, más allá de la dispensa estrictamente temporal por los costes del coronavirus. En el área social, se proponía aumentar de 14 a 16 meses el cobro del subsidio biparental por nacimiento de un hijo.

Los esfuerzos para combatir el cambio climático y acelerar la transición energética estaban fuera de toda duda, pero la CDU/CSU tenía un enfoque más "pragmático" que Los Verdes, pues ella concebía una "acción climática consistente con la fortaleza económica y la protección social". Se confirmaba el compromiso nacional, ya establecido por el Gobierno Federal y los Länder, de cerrar todas las centrales térmicas de carbón en 2038 y se ratificaba la meta, asumida recientemente por la Gran Coalición y trasladada a la nueva Ley de Protección del Clima en respuesta a un auto del Tribunal Constitucional, de acabar con el exceso de emisión de dióxido de carbono y alcanzar la neutralidad climática en 2045 (en vez de 2050, como establecía la primera ley de 2019), pero no al precio de imponer "nuevas cargas a las empresas" y de dañar la potencia industrial de Alemania. En política europea y exterior, los democristianos reiteraban su fe en el cierre de filas con Estados Unidos frente a la subida de China, descrita como "el mayor desafío de política exterior y de seguridad de nuestro tiempo", y su oposición al ingreso de Turquía en la UE

Llegado el verano, los vientos volvieron a soplar de frente para Laschet y su partido, que a las críticas intermitentes por el manejo de la COVID-19 (inicio de la cuarta ola, menos dañina que las anteriores) y asuntos conexos (prolongación del escándalo de las mascarillas defectuosas, lesivo para el ministro de Sanidad Spahn, que aguantó en el puesto como pudo), hubieron de sumar el luto nacional por las inundaciones catastróficas del 14 y el 15 de julio, el peor desastre natural sufrido por Alemania desde el desbordamiento del mar del Norte en 1962. Las riadas, concentradas en la región renana, causaron cerca de 200 muertos y una devastación material sin parangón desde la guerra.

En Renania del Norte-Westfalia, el estado más castigado por las lluvias torrenciales junto con Renania-Palatinado, muchos paisanos expresaron su enfado por cómo llevó el ministro-presidente la trágica situación. Las imputaciones de falta de reflejos y de ligereza llegaron a un clímax peligroso para las aspiraciones electorales de Laschet cuando las cámaras, en la ciudad renana de Erftstadt, le grabaron riendo profusamente y en aparente francachela con sus colaboradores mientras el jefe del Estado, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, muy serio y en el primer plano, expresaba sus condolencias a las víctimas y su solidaridad con los afectados. Sus inexplicables carcajadas no audibles de segundo plano en un momento así –al parecer, el dirigente encontró graciosa una broma que le estaban contado- levantaron tal indignación que Laschet corrió a pedir disculpas por su gesto "inapropiado". A mayor abundamiento, la admisión por la siempre austera Merkel, visiblemente afectada por el desastre, de fallos en la lucha contra el cambio climático y su petición de que se aceleraran las medidas reactivas dieron pábulo a la cuestión de si la CDU/CSU, después de tachar de excesivo y desequilibrado el recetario de Los Verdes, no habría pecado de poco ambiciosa en sus metas sobre el particular.

No por casualidad, justo después del despiste de Laschet en su propio terreno el 17 de julio, los democristianos volvieron a caer con fuerza en los sondeos, hasta situarse en mínimos históricos. Contrariamente a lo esperado, no fueron los verdes los beneficiarios del estropicio, sino los socialdemócratas: llegada la segunda quincena de agosto, el SPD, por primera vez en cuatro años de legislatura, arrebató el primer puesto en las encuestas. Ese mes, el repunte de los contagios, las protestas no autorizadas contra el pasaporte COVID (3G-Regel) y la evacuación de refugiados afganos con el puente aéreo de Kabul no contribuyeron a disipar los nubarrones que se cernían sobre los democristianos. Antes de terminar el mes, Merkel hubo de implicarse a fondo en la campaña, participando en mítines y haciendo de oradora estrella en actos conjuntos, para ayudar a su debilitado candidato. Incapaz de remontar en las encuestas, Laschet se dedicó a alertar de la disposición del SPD a pactar con la extrema izquierda de Die Linke y del "riesgo" de un Gobierno Federal rojo-púrpura-verde.

El 13 de septiembre, a dos semanas de las elecciones y a la salida del segundo debate televisado a tres con Scholz y Baerbock, saldado de nuevo con clara victoria para el vicecanciller y ministro de Finanzas del SPD, Laschet, buscando el golpe de efecto para relanzar su campaña, presentó un programa sintético con medidas para los primeros 100 días de gobierno. El vademécum programático consistía en seis "paquetes": familiar, con aumentos significativos de las prestaciones sociales y las asignaciones por hijos; de seguridad, con más videovigilancia en las calles y endurecimiento de las penas por agredir a los agentes del orden; de aceleración de los trámites burocráticos para instalar redes eléctricas, infraestructura digital y cualquier línea de transportes y comunicaciones; de protección climática, incentivando los techos solares en las viviendas y formando una "alianza de transformación" con empresas, sindicatos, organismos científicos y ONG ambientales; de "alivio", por el que los trabajadores obtendrían un incremento de las desgravaciones fiscales desde los 1.000 hasta los 1.250 euros, en tanto que el salario máximo de los minijobs (empleos eventuales de baja remuneración y a tiempo parcial exentos del impuesto sobre la renta) subiría de los 450 a los 550 euros; y "Pyme", que entre otras cosas entrañaba el bloqueo de cualquier subida de impuestos a las pequeñas y medianas empresas.

(Texto actualizado hasta septiembre 2021)

Armin Laschet nació en 1961 en Aquisgrán y con frecuencia expresa el orgullo que le producen sus raíces y acervo cultural: para él, la ciudad de Carlomagno y el Land de Renania del Norte-Westfalia son la quintaesencia de la occidentalidad, la europeidad y la prosperidad económica de Alemania. Valores nacionales a los que a título particular agrega una acendrada fe cristiana católica, presente desde que fuera monaguillo parroquial. Con ascendencia belga valona por parte del padre, quien ganó la vida como capataz de pozo minero y posteriormente como director de escuela, el joven cursó la secundaria en un colegio local y luego estudió Derecho y Ciencias Políticas en las universidades de Múnich y Bonn. Aunque examinado en Leyes, profesionalmente se sintió más atraído por el periodismo, faceta que ocupó toda su actividad laboral desde 1987 y durante toda la década de los noventa, en paralelo a sus primeros compromisos políticos. En 1985 contrajo matrimonio con Susanne Malangré, su novia de siempre, antigua compañera del coro escolar donde cantaban himnos religiosos. La pareja iba a tener dos hijos, Johannes y Julius, y una hija, Eva.

El futuro dirigente democristiano ejerció inicialmente de redactor y corresponsal para medios de difusión regional como la Bayerischer Rundfunk de Múnich. En 1991 adquirió en su ciudad fronteriza con Bélgica y Holanda la posición de editor jefe del periódico eclesiástico KirchenZeitung Aachen y en 1995 se convirtió en el director de Einhard-Verlag, compañía editorial católica de la que era socio gerente su suegro, Heinrich Malangré, uno de los más destacados laicos de la Diócesis Católica Romana de Aquisgrán y caballero de la Orden del Santo Sepulcro.

Miembro de la CDU desde los 18 años, Laschet empezó a adiestrarse en la política representativa en 1989 como concejal en el Ayuntamiento de Aquisgrán. Sin romper este vínculo municipal saltó al escaño del Bundestag en las elecciones federales de octubre de 1994, que alumbraron el quinto Gobierno del canciller Helmut Kohl, en coalición con los liberales. En su primera, y la sazón última, legislatura federal, el treintañero integró la llamada por la prensa "Pizza Connection", un grupo de discusión de jóvenes cargos de la CDU, del partido hermano de Baviera, la CSU, y de Los Verdes, estos últimos en la oposición, que, por encima de las diferencias ideológicas, se reunían en una pizzería italiana de Bonn para intercambiar impresiones políticas y especular sobre el futuro de Alemania una vez concluida la era Kohl. En este cenáculo informal, visto con cierto recelo por la cúpula democristiana, Laschet compartió confidencias con colegas del partido como Norbert Röttgen, Hermann Gröhe y Peter Altmaier, y con políticos verdes como Cem Ozdemir y Andrea Fischer.

Referente de la CDU en Renania del Norte-Westfalia
Tras formar parte de los comités parlamentarios de Asuntos de la Unión Europea y de Cooperación Económica y Desarrollo, Laschet buscó la reelección en su distrito, Aquisgrán I, en los comicios de septiembre de 1998 al Bundestag. La apuesta resultó fallida para él y para su partido, el cual, con un desgastado Kohl nuevamente cabeza de lista, fue batido por el SPD de Gerhard Schröder, investido en octubre siguiente nuevo canciller federal al frente de un inédito Gobierno de coalición con Los Verdes de Joschka Fischer. Laschet se quedó con su concejalía en Aquisgrán y en junio de 1999 logró salir elegido miembro del Parlamento Europeo, en unas votaciones favorables esta vez para la CDU/CSU. En los cinco años siguientes, el representante del Partido Popular Europeo estuvo adscrito en la Eurocámara al Comité de Presupuestos y al Comité de Asuntos Exteriores, Derechos Humanos, Seguridad Común y Política de Defensa.

En las elecciones de junio de 2004, cuando la CDU ya llevaba un cuatrienio presidida por Angela Merkel, Laschet revalidó su mandato en Estrasburgo, pero justo un año después se despidió de la política europea al ser designado para el puesto de ministro de Generaciones, Familia, Mujeres e Integración en el Gabinete regional de Renania del Norte-Westfalia. Se trataba del primer ministerio con competencias expresas en materia de integración de los inmigrantes en cualquiera de los Länder alemanes. El 22 de junio de 2005 el periodista católico debutó en las labores de gobierno de su Land a instancias de Jürgen Rüttgers, primer ministro-presidente de la CDU tras 39 años de ejecutivos socialdemócratas, finalmente derrotados en las elecciones celebradas en mayo anterior. Meses más tarde, en noviembre, Merkel llegó a la Cancillería Federal de Berlín en gran coalición con el SPD.

Aunque titular de una cartera social del Gobierno Rüttgers que el público consideraba menor, Laschet se procuró una notoriedad de alcance nacional como diseñador de un esquema para integrar a los residentes extranjeros en la próspera sociedad de Renania del Norte-Westfalia. En 2009 el ministro publicó un libro, Die Aufsteigerrepublik: Zuwanderung als Chance (La república naciente: la inmigración como una oportunidad), en el que defendía las ventajas de la inmigración para Alemania, presentando argumentos no tanto morales o caritativos, de corte religioso, como de índole práctica, económica fundamentalmente.

A su entender, el país, con la natalidad de los autóctonos en declive, necesitaba imperiosamente de jóvenes venidos de fuera o hijos de padres inmigrados para sostener el mercado laboral y cubrir la demanda de trabajadores cualificados. "La creencia de que las políticas de integración son superfluas es una negación colectiva de la realidad", sostenía el autor, en su convicción de que Alemania podía y debía "invertir en personas que benefician a la sociedad". Asimismo, era de conveniencia para todos que las instituciones y la población alemana en general se esforzaran en mantener unas cordiales relaciones de vecindad con los residentes foráneos. Para ejemplificar esta dinámica de integración, el político acudió a una barbería turca para cortarse el pelo delante de las cámaras de televisión. Las tesis liberales y "multiculturales" de Laschet fueron recibidas con desdén y sarcasmo en el ala más conservadora de la CDU, desde donde se le endilgó el apodo de Armin el Turco.

El 9 de marzo de 2010 Laschet tomó una segunda cartera en el Gabinete Rüttgers, la de Asuntos Federales y Europeos. Sin embargo, en las elecciones estatales del 9 de mayo la CDU sufrió una fuerte caída y quedó empatada con el SPD de Hannelore Kraft, la cual tomó posesión del Ejecutivo de Düsseldorf el 14 de julio coaligada en minoría con Los Verdes. Laschet permaneció en la política renana como miembro del Landtag. Antes de terminar 2010, en noviembre, el diputado disputó sin éxito a Norbert Röttgen, un dirigente democristiano de mayor peso que desde el año anterior ocupaba el Ministerio Federal de Medio Ambiente en el segundo Gobierno Merkel, la jefatura de la CDU regional, desocupada por Rüttgers.

La carrera política de Laschet entró en una etapa de perfil bajo. Este panorama un tanto gris terminó súbitamente en mayo de 2012 al tener que pagar Röttgen por el inesperado estropicio que para el partido supusieron las elecciones estatales anticipadas. El antiguo compañero de la Pizza Connection renunció a sus cargos en el Gobierno Federal, donde dejó paso a Peter Altmaier, y en la cúspide de la CDU regional, cuyas puertas quedaron abiertas de par en par para Laschet, elegido presidente de los democristianos de Renania del Norte el 20 de junio. El 4 de diciembre siguiente Laschet sucedió asimismo a Röttgen como uno de los cinco vicepresidentes nacionales de la CDU, pasando a compartir rango en el Presidium de la Bundesvorstand o Junta Ejecutiva Federal al lado de Volker Bouffier (ministro-presidente de Hesse), Ursula von der Leyen (ministra federal de Trabajo y Asuntos Sociales), Thomas Strobl (jefe del partido en Baden-Württemberg) y Julia Klöckner (jefa en Renania-Palatinado).

En tanto que miembro de la cúpula de la CDU nacional, el líder renano tomó parte en las negociaciones poselectorales con la CSU y el SPD que en diciembre de 2013 desembocaron, sin el menor entusiasmo en ninguna de las partes pero forzadas por la aritmética parlamentaria, en la segunda Große Koalition de la era Merkel, tercer gobierno en la cuenta de la mandataria.

En noviembre de 2016 Laschet se aseguró la candidatura de su partido a la jefatura del Gobierno del Land más industrial de Alemania en las elecciones regionales del 14 de mayo de 2017. El dirigente democristiano, a estas alturas bien conocido por su carácter amable, su permanente disposición al diálogo y el acuerdo, y su alergia a las confrontaciones agresivas, desarrolló una campaña sin mordiente, como si se plegara a unas encuestas que daban a los socialdemócratas de la ministra-presidenta Hannelore Kraft por virtuales ganadores. En un debate televisado, el aspirante llegó a decir que su partido estaba dispuesto a ser el "socio menor" de un Gobierno de coalición con el SPD. Esta actitud soliviantó al ala derecha de la CDU, que veía a Laschet como un blando y un derrotista.

Sin embargo, en los días finales de la campaña la formación opositora hizo una espectacular remontada y el resultado fue la victoria de la CDU con el 33% de los votos y 72 escaños; el SPD de Kraft se vio arrojado al segundo puesto con el 31,2% de los sufragios y los 69 diputados, mientras que sus aliados, Los Verdes de Sylvia Löhrmann, experimentaron un hundimiento en toda regla. Su sensacional desempeño en Düsseldorf, de todo punto inesperado y para el que los analistas no encontraron explicaciones claras, propulsó al tranquilo Laschet al firmamento de la política alemana e insufló nuevos ánimos a la alicaída CDU nacional de Merkel, que afrontaba con malos presagios la liza con el SPD de Martin Schulz en las elecciones federales de septiembre. El 27 de junio de 2017 Laschet fue investido ministro-presidente de Renania del Norte-Westfalia y llevando como compañero de coalición mayoritaria a los liberales (FDP) de Christian Lindner y Joachim Stamp.

(Cobertura informativa hasta 1/7/2017)