Abdel Fattah al-Sisi

Los traumáticos acontecimientos que vienen sucediéndose en Egipto desde el 3 de julio de 2013, día en que las Fuerzas Armadas dieron un golpe de Estado y derrocaron el Gobierno de los Hermanos Musulmanes, han consolidado en el poder de facto al general Abdel Fattah al-Sisi, nuevo hombre fuerte de un país hundido en el caos político, económicamente arruinado y al que sobrevuela el espectro de una guerra civil. La salvaje matanza de manifestantes de la Hermandad perpetrada por la Policía a mediados de agosto no parece haber hecho mella en la institución que Sisi encabeza, muy cohesionada, celosa de su autonomía y autodeclarada guardiana de los supremos intereses de la nación. Salvo en el último año, el de un experimento democrático fallido, los militares han ocupado el Ejecutivo desde 1952.

Descrito en su momento como un alto oficial muy religioso próximo a los círculos islamistas moderados y a la vez bien relacionado con Estados Unidos, así como preocupado por la reputación del Ejército, Sisi, entonces director de la Inteligencia Militar, fue un discreto miembro del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, la junta castrense que pilotó Egipto durante la turbulenta transición abierta por la Revolución de Tahrir y la caída del régimen de Hosni Mubarak en 2011. Un año más tarde, el nuevo presidente salido de las urnas y miembro de los Hermanos Musulmanes, Mohammed Mursi, escogió a este rostro del recambio generacional sin méritos bélicos en su hoja de servicios para sustituir al anciano mariscal Tantawi como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, presidente de su Consejo Supremo y ministro de Defensa. Por un momento, pareció que estos dos potentes bloques antagónicos, el Ejército y los Hermanos, eran capaces de establecer un modus vivendi sin problemas, caracterizado por la retirada de los uniformados del proscenio político y, supuestamente, el ocaso de su tradicional tutela.  

Poco duró esta impresión. El controvertido proceder de Mursi, acusado de autoritarismo y mala gestión, y el control por las fuerzas islamistas del proceso constituyente, tachado de sectario, encolerizó a los movimientos laicos y liberales, que negaron al mandatario cualquier legitimidad. Sisi escenificó su neutralidad, pero comenzó a enviar veladas advertencias a los dos bandos para que dialogaran y acordaran. La prometida no injerencia de la milicia en la política se evaporó el 1 de julio de 2013, un día después de iniciar los detractores de Mursi una gigantesca protesta nacional para provocar su renuncia, al lanzar Sisi un ultimátum de 48 horas al presidente para que diera respuesta a las "demandas de pueblo"; de lo contrario, las Fuerzas Armadas aplicarían su propia "hoja de ruta". Toda vez que la exigencia no fue satisfecha, el general materializó la toma del poder en la fecha avisada con el respaldo expreso de una nutrida coalición de partidos y sectores, seculares y religiosos, de la sociedad civil, sin faltar los integristas salafistas. El dirigente depuesto fue arrestado y enviado a un paradero desconocido. Sisi anunció la suspensión de la Constitución, la disolución del Parlamento y el nombramiento de un jefe de Estado interino, el juez Adli Mansour –un presidente de paja-, quien a su vez presentó un calendario de reforma constitucional y elecciones generales, a culminar a principios de 2014. También se formó un Gobierno interino de tecnócratas, en el que el general recibió el puesto de viceprimer ministro. 

Vitoreado por los manifestantes anti Mursi como un héroe nacional, Sisi demostró a las claras que no le temblaba el pulso a la hora de reprimir a los Hermanos, y de paso a otras corrientes islamistas, perseguidos con saña en parte desde el secularismo, pero sobre todo desde un obsesivo concepto de la ley y el orden. Las masacres del 5, 8 y 28 de julio desembocaron en la tragedia del 14 de agosto, cuando el desalojo de los campamentos cairotas de los Hermanos terminó en la muerte de al menos 638 personas, casi todas abatidas por las fuerzas de seguridad. El estado de emergencia, retirado en 2012 tras 31 años de vigencia, fue restablecido. La violencia indiscriminada ejercida por el Estado no ha conseguido por el momento silenciar a la Hermandad, que, aun descabezada, vuelve a la carga con nuevos "viernes de la ira", que a su vez engordan el balance de víctimas.

Firme y desafiante, Sisi no ha lamentado el masivo derramamiento de sangre, con más de 1.000 muertos en seis semanas, que echa por tierra la retórica garantista y conciliadora del Gobierno interino, y resquebraja el virtual frente cívico-militar contra los Hermanos, como refleja la dimisión del vicepresidente El Baradei. Es más, Sisi se reserva hacer un "uso pleno de la fuerza" contra los "extremistas" que "amenacen a la población" y busquen "la destrucción de Egipto". Asimismo, al tiempo que reitera que los militares "respetan la voluntad popular" y no ansían el poder, con lo que refuta a quienes ya le adjudican tentaciones nasseristas o bien un involucionismo propio de la era Mubarak, ha recriminado a Estados Unidos su condena de la represión, que obliga a la atribulada Administración Obama a revisar su importantísima cooperación militar con Egipto luego de haber acogido el golpe de Estado con patente condescendencia, al igual que los europeos. 

El bloqueo a cualquier cauce de desenvolvimiento de los Hermanos –ya se está hablando de ilegalizarlos-, la profunda polarización de la sociedad egipcia, que se muestra incapaz de alcanzar el mínimo consenso, y el recrudecimiento del terrorismo jihadista en el Sinaí enmarcan la estrategia dura adoptada por el general Sisi, cuyo manejo de la crítica situación en las próximas semanas y meses será decisivo para determinar si Egipto se desliza o no hacia un escenario como el que ennegreció a Argelia en 1992.

(Texto actualizado agosto 2013)

 

 

1. Carrera militar a las órdenes del presidente Mubarak y el mariscal Tantawi 
2. Miembro del CSFA en el período de transición
3. Elevación por el presidente Mursi a la comandancia de las Fuerzas Armadas
4. Apariencia de neutralidad y exhortaciones al diálogo de los antagonistas políticos 
5. Cabeza del golpe de Estado de 2013 contra el Gobierno de los Hermanos Musulmanes


1. Carrera militar a las órdenes del presidente Mubarak y el mariscal Tantawi
Nacido en El Cairo en noviembre de 1954, coincidiendo con la asunción por el coronel Nasser del mando absoluto de la triunfante Revolución egipcia, su esquemático currículum oficial, publicado en la web de las Fuerzas Armadas Egipcias, no menciona otra formación que la recibida en el Ejército, donde se supone que ingresó muy joven. En abril de 1977, en los años de la presidencia de Anwar as-Sadat, se graduó en la Academia Militar de Heliópolis como teniente de la infantería mecanizada, especializado en tácticas de guerra antitanque. 

Durante tres décadas, Sisi, uno de los primeros integrantes de la alta oficialidad republicana no fogueados en las reiteradas contiendas con Israel (la última de las cuales se libró en 1973), fue construyendo una brillante hoja de servicios como uniformado de tiempos de paz, sin experiencia de combate, si bien estuvo movilizado cuando la guerra del Golfo de 1991, en la que Egipto tomó parte dentro de la coalición multinacional antiirakí encabezada por Estados Unidos.

Aquel año alcanzó los puestos de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa el hombre al que un día Sisi iba tomar el relevo en unas circunstancias políticas radicalmente distintas: el teniente general, pronto mariscal de campo, Mohammed Hussein Tantawi, un fiel lugarteniente de Hosni Mubarak, el antiguo jefe de la Fuerza Aérea y sucesor en 1981 del asesinado Sadat como presidente de la República y comandante supremo.

La capacitación del futuro mandamás del Ejército egipcio requirió una serie de cursillos en centros de Estados Unidos (el Army War College de Carlisle, Pennsylvania) y el Reino Unido (el Staff College de Camberley, Surrey) tras su paso en la década de los ochenta por el Colegio de Mando y Estado Mayor de El Cairo, donde se sacó un título de licenciado en Ciencias Militares. También tuvo un destino diplomático de agregado militar en Arabia Saudí.

Una vez ascendido al generalato, Sisi obtuvo el mando de brigadas de infantería mecanizada. Luego pasó a la II División de Infantería Mecanizada, unidad de la que fue jefe de Estado Mayor y comandante. Trabajó asimismo a las órdenes directas del mariscal Tantawi dentro del organigrama del Gobierno, como jefe del Departamento de Información y Seguridad del Ministerio de Defensa y Producción Militar. 

En 2008, siendo el jefe del Estado Mayor de esta jurisdicción castrense, el general fue nombrado comandante de la Región Militar Norte, con acuartelamiento en Alejandría. En todo este tiempo, la pechera de Sisi, padre de familia con cuatro hijos, fue acumulando una serie de condecoraciones por servicios distinguidos.


2. Miembro del CSFA en el período de transición 
Al comenzar 2011 Sisi ya estaba sólidamente instalado en la cúpula de las Fuerzas Armadas Egipcias. Los históricos sucesos revolucionarios de enero y febrero, que forzaron la caída de Mubarak con la aquiescencia necesaria del Ejército, le condujeron además a la alta gestión política del país como uno de los 23 miembros del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), la junta militar de facto que se adjudicó el papel, al principio aceptado por las masas populares, de conductor y garante de la transición democrática. 

En su seno, Sisi asumió el cometido de director de la Oficina de Inteligencia y Reconocimiento, uno de los organismos que conforman el aparato de seguridad e inteligencia del Estado egipcio, ampliamente controlado por el estamento militar.

El nuevo jefe de la Inteligencia Militar, de 56 años, aportaba una relativa juventud al CSFA, cuyos líderes de primera fila andaban en las sexta y séptima décadas de vida. Estos cinco capitostes eran: el mariscal Tantawi, presidente de la junta y nuevo hombre fuerte de Egipto con carácter provisional; el teniente general Sami Anan, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y vicepresidente del CSFA; el vicealmirante Mohab Mamish, comandante en jefe de la Armada; el mariscal del Aire Reda Mahmoud Hafez Mohammed, comandante de la Fuerza Aérea; y el teniente general Abdel Aziz Seif El Din, comandante de la Defensa Aérea. En las listas numeradas de los miembros del CSFA, que indicaban un orden jerárquico, Sisi solía figurar en la sexta posición.

El discreto oficial al mando de la Oficina de Inteligencia y Reconocimiento pasó bastante desapercibido a lo largo del año y medio que duró la transición política egipcia, un período turbulento cuajado de protestas civiles, maniobras reaccionarias de los militares -quienes dilapidaron la legitimidad y el respeto ganados ante los revolucionarios el día que decidieron abandonar a Mubarak-, y estallidos de violencia política y sectaria. 

Durante unos meses, el CSFA, cada vez más cuestionado por la calle, consiguió la colaboración tácita, aunque crecientemente ambigua, de los Hermanos Musulmanes, la gran cofradía-movimiento del Islam sunní que, de nuevo legal tras seis décadas de proscripción, aspiraba a conquistar el Gobierno por la vía electoral y que no puso trabas a la elaboración de una Constitución provisional y a la celebración de comicios legislativos en las condiciones dictadas por los militares. Las primeras elecciones democráticas de la era post Mubarak, desarrolladas por fases entre noviembre de 2011 y febrero de 2002, fueron ampliamente ganadas por la Hermandad a través de su instrumento ad hoc, el Partido de la Libertad y la Justicia (PLJ).

A finales de junio de 2011 el general saltó a la primera plana, y en términos negativos para su imagen, en relación con uno de los muchos episodios de abusos y violaciones en que estaban incurriendo los militares, cada vez más proclives a reprimir a los manifestantes que exigían la aceleración de la transición política, la liberación de los detenidos, la retirada de cualquier cortapisa democrática y la purga a fondo de los altos funcionarios del anterior régimen. 

Entonces, Sisi admitió la veracidad de las denuncias, hechas por opositores laicos y verificadas por la ONG Amnistía Internacional, sobre que en marzo anterior, en el curso de unos disturbios en la cairota Plaza Tahrir, efectivos sanitarios del Ejército habían sometido por la fuerza a 18 mujeres manifestantes a las llamadas "pruebas de virginidad". 

Sisi reconoció los hechos en una entrevista con representantes de Amnistía Internacional, aunque los justificó como una manera de "proteger" a los soldados de las imputaciones de violaciones sexuales presuntamente cometidas en los centros de detención, y para proteger a las propias mujeres de cualquier intento de agresión sexual. Eso sí, puntualizó, dichos "tests médicos" no volverían a practicarse.

El CSFA se distanció de las desafortunadas explicaciones de Sisi, que provocaron viva indignación en el campo secular. En abril de 2012, y de nuevo en junio siguiente, el general volvió a tomar la voz para defender la actuación de las Fuerzas Armadas en el mantenimiento de la seguridad y el orden público, y para animar a quienes fueran testigos de abusos por algunos de sus miembros a que cursaran denuncias al órgano judicial competente, que era la fiscalía militar. También, certificó a los representantes de Amnistía Internacional que las infames "pruebas de virginidad" habían sido prohibidas.


3. Elevación por el presidente Mursi a la comandancia de las Fuerzas Armadas 
Al cabo de múltiples sobresaltos y buenas dosis de crispación, la tortuosa transición egipcia escribió un punto y aparte el 30 de junio de 2012 con la toma de posesión del ganador de las elecciones presidenciales celebradas a doble vuelta los días 23 y 24 de mayo y 16 y 17 de junio: el ingeniero Mohammed Mursi, dirigente de los Hermanos Musulmanes y hasta ahora presidente del PLJ. 

Mursi se impuso a Ahmed Shafiq, el último primer ministro de Mubarak y candidato independiente pero con el apoyo implícito de las fuerzas del anterior régimen. Sin embargo, la legitimidad democrática del líder islamista se apoyaba en unos porcentajes electorales poco lucidos: un 51,7% de los votos en la segunda vuelta e idéntico volumen de participación.

Las relaciones entre los Hermanos y el CSFA, que, en virtud de unas enmiendas legales impuestas por Tantawi en 2011, seguía funcionando como un órgano supraconstitucional autónomo del Gobierno civil, se habían deteriorado considerablemente en la recta final de las elecciones presidenciales debido a los intentos del PLJ de derribar al Gobierno tecnocrático de Kamal al-Ganzouri (que no reflejaba la aplastante mayoría parlamentaria de las fuerzas islamistas) y a las flagrantes intromisiones de la junta en el proceso constituyente.

Así, en su Declaración Constitucional del 17 de junio, emitida nada más cerrarse los colegios electorales cuando todavía no se conocía al vencedor, y luego de llegar los partidos políticos a un acuerdo sobre la composición de la nueva Asamblea Constituyente (la cual debía sustituir a la primera Asamblea, disuelta por mandamiento judicial el 10 de abril con el argumento de que no era adecuadamente plural y representativa de la sociedad), el CSFA se arrogó plenos poderes legislativos hasta la celebración de nuevas elecciones parlamentarias, toda vez que tres días atrás el Tribunal Constitucional Supremo había declarado nula por violación del procedimiento la elección de una tercera parte de la Asamblea Popular o Majlis, la Cámara baja del Parlamento, la cual quedó disuelta. 

Tantawi y los generales decretaron también que si la segunda Asamblea Constituyente corría la suerte de la primera o era incapaz de redactar la Carta Magna, entonces el comité encargado de completar los trabajos constituyentes sería designado por ellos. Por si fuera poco, el CSFA prohibió al presidente entrante de la República inmiscuirse en la autonomía de las Fuerzas Armadas para decidir sobre todas las cuestiones relacionadas con el estamento.

En los primeros días de su presidencia, Mursi pareció que se resignaba a aceptar que el CSFA siguiera tutelando en perjuicio de su potestad ejecutiva la vida política del país hasta las próximas votaciones generales y aún después. Ahora bien, esta apariencia de concordia sumisa duró muy poco.

Así, el 8 de julio el flamante jefe del Estado ordenó la rehabilitación del Majlis cerrado el 14 de junio y dispuso la celebración de elecciones legislativas en un plazo de 60 días hábil después de que la segunda Asamblea Constituyente, que acaba de ponerse en marcha, aprobase la nueva Constitución. Sin embargo, el inesperado órdago de Mursi fracasó por las reacciones firmes del Tribunal Constitucional y el CSFA, que hicieron valer sus anteriores decisiones.

Tras perder el primer asalto de la pugna abierta con Tantawi y sus acólitos, el mandatario contraatacó con un paquete de decretos fulminantes el 12 de agosto, en plena ofensiva del Ejército y la Aviación contra las partidas jihadistas del Sinaí que a principios de mes habían asesinado a 16 soldados en el puesto de Al Arish. 

De entrada, en su capacidad de comandante supremo, Mursi cesó de un plumazo al anciano mariscal y nombró para sustituirle al 19 años más joven director de la Inteligencia Militar. Sisi se convirtió así en el nuevo presidente del CSFA, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa y Producción Militar, cargo este último ejercido en el seno del Gobierno que encabezaba el burócrata independiente Hisham Qandil.

La sacudida en la cúpula militar alcanzó también al número dos del CSFA, el teniente general Anan, quien dio paso al teniente general Sedki Sobhi, otro oficial de la quinta de Sisi. En añadidura, Mursi revocó las enmiendas constitucionales introducidas por el CSFA el 17 de junio de manera unilateral.

Con su espectacular medida del 12 de agosto, Mursi diluyó la perspectiva, inquietante salvo para quienes simpatizaban con la fórmula del contrapeso militar a una hegemonía islamista, de que en Egipto pudiera asentarse un escenario a la turca, es decir, de democracia vigilada por los uniformados, aunque estaba por ver el alcance de la subordinación de las Fuerzas Armadas al mando civil. Ahora bien, Mursi, al despojar de esta prerrogativa al CSFA, y puesto que el Majlis seguía cerrado, pasaba a ostentar el poder legislativo además del ejecutivo. El acúmulo de poderes, al margen de si Mursi estaba realmente dispuesto a ejercerlos sin desembozo, puso en alerta a la oposición laica.

Las prensas nacional e internacional clavaron sus miradas en el "joven" y medio desconocido general promocionado por Mursi al vértice de las Fuerzas Armadas. Las semblanzas periodísticas retrataron a Sisi como un alto oficial muy bien conectado con funcionarios del Pentágono y el Departamento de Estado de Estados Unidos, potencia que destinaba todos los años una cuantiosa ayuda económica a Egipto y que, en virtud de un vasto programa de cooperación en defensa y seguridad, surtía de modernos equipamientos a sus tres ejércitos. Esta asistencia financiera y material por parte de Washington, cuantificada en 1.300 millones de dólares anuales en el capítulo militar, estaba vinculada de manera oficiosa al Tratado de Paz egipcio-israelí de 1979. 

El nuevo comandante en jefe fue también descrito como un ferviente admirador de Nasser y a la vez un hombre de profundas convicciones religiosas, próximo a sectores islamistas moderados y capaz de hacer buenas migas con los Hermanos Musulmanes. Según políticos y periodistas que se habían reunido con él, Sisi se mostraba preocupado por la mancillada reputación del Ejército, que deseaba restaurar. 

Varios observadores aventuraron que Mursi habría lanzado su golpe contra Tantawi y Anan luego de asegurarse la colaboración de elementos progresistas del Ejército abiertos a una coexistencia sin problemas con las nuevas autoridades civiles y que no veían con buenos ojos el marcado perfil político de los generales más veteranos, la vieja guardia mimada por Mubarak, cuyos manejos para preservar un ascendiente directo sobre la vida nacional tanto daño estaban haciendo a la imagen de la institución armada.

Los indicios de pacto entre el bando de Mursi y los beneficiarios del relevo generacional en las Fuerzas Armadas eran muy fuertes. Una connivencia, para muchos positiva para la recién estrenada democracia egipcia, que parecía pasar por alto dos rasgos de la Hermandad y el PLJ potencialmente perjudiciales para unas buenas relaciones entre el movimiento político confesional y la institución armada secular, a saber: su proclama de la primacía efectiva de la Sharía en el ordenamiento jurídico, contenida en el programa electoral, y una agenda de interlocución internacional que incluía al régimen iraní y, muy especialmente, a los palestinos de Hamás, dueños de la fronteriza franja de Gaza.

Todo indicaba que existía desde tiempo atrás una comunicación privada entre Mursi y Sisi, los cuales se hicieron mutuos depósitos de confianza. Tal era la imagen de sintonía entre los dos responsables que algunos medios de comunicación recogieron los rumores de que Sisi era "el hombre de la Hermandad" en el CSFA. Muchos comentaristas destacaron también que la esposa del general se cubría la cabeza y el rostro con el niqab, el velo femenino asociado al nuevo conservadurismo religioso.

A estos comentarios Sisi salió al paso con prudentes comunicados recordando la naturaleza estrictamente no partidista y no ideológica de las Fuerzas Armadas, las cuales estaban al servicio del conjunto del pueblo egipcio. Con un estilo calmoso pero no hierático, Sisi mantuvo un perfil relativamente bajo en los primeros meses de la presidencia de Mursi, aunque sorprendió por sus maneras desenvueltas y su oratoria florida. Algunos apreciaron en él un suave carisma.


4. Apariencia de neutralidad y exhortaciones al diálogo de los antagonistas políticos 
La percepción de que los militares, con Sisi a su frente, habían dado unos cuantos pasos atrás y renunciado a parte de su cuota de protagonismo en el nuevo Egipto de Mursi y los Hermanos Musulmanes no tardó en someterse a la dura prueba que impuso el aciago desarrollo político. 

A pesar de negar que su visión del sistema nacional fuera "teocrática" y de indultar a los presos políticos de la Revolución y la transición, Mursi vio evaporarse su credibilidad a los ojos del Egipto laico y liberal por el incumplimiento de algunas promesas electorales (como la de nombrar a una mujer vicepresidenta y a un vicepresidente copto), la ausencia de cualquier indicio de mejora en la situación económica, desastrosa tras un año largo de enfrentamientos callejeros e inestabilidad política, y la divulgación de ciertos puntos clave del borrador que estaba elaborando la Asamblea Constituyente bajo el control de los partidos islamistas, que para la oposición no ofrecían suficientes garantías de las libertades de culto y de expresión, y de la igualdad de género.

El bloque de partidos y movimientos no confesionales entendía que los Hermanos Musulmanes, los integristas salafistas y el conjunto de corrientes islamistas se habían apoderado del proceso político y lo estaban orquestando con actitudes sectarias y una clara voluntad de hegemonía, así que salió a manifestarse con grandes muestras de intransigencia y radicalismo. La ebullición política subió varios grados en noviembre cuando Mursi, en un decreto claramente autoritario, se concedió poderes extraordinarios, inmunes a cualquier interdicto judicial, mientras durase la fase constituyente. 

A renglón seguido, la Asamblea Constituyente, con el boicot de los partidos laicos, dio carpetazo a sus trabajos, alumbrando un texto constitucional que dejaba a los principios de la Sharía como la principal, y no la única –como pretendían los salafistas- fuente de legislación y que garantizaba la condición ministerial de Sisi, pues el titular de Defensa seguiría siendo por definición el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.

Aquellas mantenían otras atribuciones, como la facultad de la Justicia militar para juzgar a civiles en casos excepcionales, los que incurrieran en "delitos lesivos para las Fuerzas Armadas". Además, se instituían sendos consejos nacionales para la Seguridad y la Defensa. Ambos consejos, que reunían a los máximos cargos civiles y militares de la República, serían paralelos al CSFA, el cual era formalmente reconocido y recibía por tanto la condición de órgano constitucional.

A comienzos de diciembre, los violentos enfrentamientos entre partidarios y detractores de Mursi dejaron seis muertos en El Cairo. Sisi, por el momento silencioso y neutral, ordenó el despliegue de tanques para proteger el palacio presidencial de las iras opositoras. 

El 8 de diciembre, al hilo de las palabras del presidente, que instó al "diálogo nacional" y advirtió contra las invocaciones "golpistas" de sus adversarios, el general rompió su mutismo a través de un comunicado, firmado colectivamente por las Fuerzas Armadas y leído en la televisión pública, donde advertía de la "catástrofe" que aguardaba a Egipto si la disputa política no se resolvía a través del diálogo y la negociación, buscando un consenso básico completamente ausente. 

Con este mensaje, todo un aviso a los dos bandos, el Ejército dejaba claro que, a pesar de haber dejado el primer plano de la escena política, seguía considerándose el garante último de la seguridad de la nación y no permitiría que el actual conflicto degenerara en una confrontación civil. 

Como gesto de apaciguamiento, Mursi retiró el decreto que blindaba sus poderes, pero no pospuso el referéndum constitucional. La consulta tuvo lugar el 15 de diciembre y se saldó con el triunfo del , que se impuso con el 63,8% de los votos, si bien la participación apenas superó el 30%. La oposición denunció fraude. Durante la jornada electoral, el Ejército tuvo la potestad temporal de detener a civiles.

La figura enigmática de Sisi atrajo más la atención pública, pendiente de un posible posicionamiento del militar del lado de uno de los dos bandos enfrentados, en enero de 2013, cuando la conmemoración del segundo aniversario de la Revolución de Tahrir y el juicio a los acusados de la masacre futbolística de Port Said (febrero de 2012) dieron pie a disturbios antigubernamentales muy virulentos en esa localidad costera así como en Suez e Ismailía, con el resultado de varias decenas de muertos. El 27 de enero Mursi se vio obligado a declarar el estado de emergencia y a ordenar el despliegue de las tropas en las tres ciudades.

Dos días después, mientras el Frente de Salvación Nacional, la principal coalición opositora, rechazaba la oferta de diálogo lanzada por el Ejecutivo y hacía a Mursi único responsable del derramamiento de sangre, Sisi se pronunció sobre el recrudecimiento de la tensión a través de la página del CSFA en Facebook. Con tono admonitorio, el comandante en jefe afirmaba que "la continuación de las luchas entre las diferentes fuerzas políticas (…) puede precipitar el colapso del Estado", para añadir que los retos políticos y económicos del país suponían una "amenaza para la seguridad de Egipto y la cohesión del Estado egipcio". Ante esta situación, el Ejército, continuaba Sisi, seguiría siendo "el bloque sólido y cohesivo" en el que el Estado podía apoyarse.

Las exhortaciones y amonestaciones del CSFA cayeron en saco roto. En febrero, Mursi anunció elecciones al Majlis, que llevaba ocho meses cerrado, para finales de abril, pero en marzo un tribunal administrativo suspendió la convocatoria por su posible inconstitucionalidad. En abril, la enésima trifulca institucional envenenó aún más el ambiente político y social por culpa de un polémico proyecto de reforma del poder judicial, impulsado por el Ejecutivo, que desató una ola de rechazo en la magistratura. 

El 28 de abril, durante las celebraciones del Día de la Liberación del Sinaí (festividad nacional que conmemora la evacuación de la península por las tropas israelíes en 1982 tras 15 años de ocupación), Sisi volvió a tomar la palabra, esta vez de viva voz, micrófono en mano y en un ambiente más bien festivo y relajado, y entre otras cosas dijo que "la mano que dañe a cualquier egipcio será cortada". 

La ambigua frase era susceptible de mal interpretarse y tanto los partidarios como los detractores de Mursi se apresuraron a darle un significado favorable a sus posturas: los primeros creían que las Fuerzas Armadas no tolerarían un intento de derrocar al Gobierno del PLJ, mientras que los segundos estaban convencidos de que los militares terminarían apoyando, como en 2011 contra Mubarak, las reclamaciones populares.


5. Cabeza del golpe de Estado de 2013 contra el Gobierno de los Hermanos Musulmanes 
Los acontecimientos, el "túnel oscuro" a que se había referido Sisi en el mensaje de diciembre, tomaron un camino de no retorno en junio de 2013. El dos de ese mes, el Tribunal Constitucional declaró no conformes a la ley tanto la elección en enero y febrero de 2012 del Consejo de la Shura, la Cámara alta del Parlamento, única depositaria del poder legislativo por la disolución del Majlis, como la composición de la segunda Asamblea Constituyente que había elaborado la Carta Magna. La doble ilegalización arrojó a la bisoña democracia egipcia a un abismo de confusión y disfuncionalidad normativas.

A lo largo del mes, un factor de perturbación exterior, la guerra civil que desangraba Siria, introdujo una cuña evidente en las ya frías relaciones entre Mursi y Sisi. El presidente, enérgico crítico del régimen dictatorial de Bashar al-Assad, apoyado en el partido Baaz y el clan familiar de la secta shií alauí, anunció la ruptura de relaciones diplomáticas con Damasco y se mostró favorable a la creación por las potencias occidentales de una zona de exclusión aérea en Siria para proteger a la población civil de las matanzas gubernamentales y ayudar a las fuerzas rebeldes. Entre tanto, sin salir de Egipto, clérigos sunníes de línea extremista llamaban a la guerra santa contra Assad y las violencias sectarias, hasta ahora concentradas en la minoría cristiana copta, conocían los primeros casos de shiíes asesinados por sunníes.

El 23 de junio, luego de emprender la oposición una campaña de recogida de firmas para forzar la dimisión de Mursi y de anunciar el inicio de manifestaciones masivas con idéntico propósito, Sisi se hizo eco de los últimos acontecimientos, que llevaban la polarización nacional a un punto álgido, con su más contundente alocución hasta la fecha. De nuevo vía Facebook, el presidente del CSFA sentenciaba: "Hay un estado de división en la sociedad. Prolongarlo pone en peligro al Estado egipcio. Tenemos que establecer un consenso. No vamos a permanecer callados mientras el país se desliza hacia un conflicto difícil de controlar".

Aunque de las mismas no se desprendía una amenaza directa contra el presidente, las palabras de Sisi sí añadían presión a Mursi y los Hermanos. El general, poco más o menos, acababa de advertir que los soldados podrían intervenir para zanjar la crisis. La oficina de Mursi, quien sostuvo una reunión con Sisi, prefirió verle el lado constructivo a la "declaración positiva" del comandante, quien actuaba como el transmisor del "papel patriótico" del Ejército, "dirigido a reducir las tensiones entre las diferentes facciones políticas".

El 30 de junio un movimiento cívico de la oposición más militante, Tamarrud (rebelde), consiguió reunir a cientos de miles de ciudadanos, convertidos en millones a las pocas horas, en la Plaza Tahrir y frente al Palacio de Heliópolis de El Cairo, así como en Alejandría, Port Said, Suez y otras ciudades, con una única exigencia: la marcha inmediata de Mursi. 

La campaña contaba con el respaldo del Frente de Salvación Nacional, la coalición de partidos laicos y liberales que tenía como líder más destacado a Mohammed El Baradei, el antiguo director general de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) y Premio Nobel de la Paz. Las primeras refriegas violentas entre partidarios y opositores del Gobierno, quienes asaltaron e incendiaron la sede cairota de los Hermanos, se cobraron una veintena de víctimas.

La crítica secuencia de acontecimientos discurrió a toda velocidad. El 1 de julio, Sisi, a través de un mensaje de audio retransmitido por la televisión estatal, dirigió un ultimátum de 48 horas al oficialismo y los partidos para que negociaran con los manifestantes una salida política de la crisis que diera "respuesta a las demandas del pueblo". Si las partes políticas desaprovechaban esta "última oportunidad de asumir su parte de carga en este momento histórico" y no llegaban a un compromiso en el plazo fijado, el Ejército "anunciaría su propia hoja de ruta para el futuro y los pasos para supervisar su implementación, con la participación de todos los partidos y movimientos sinceramente patrióticos". 

La oposición recibió con júbilo el pronunciamiento de Sisi porque el comandante en jefe, a pesar de recalcar que los uniformados no serían "una parte en la política o el gobierno", lo adobó con unos epítetos inequívocos de parcialidad. Así, el general describió las gigantescas manifestaciones anti Mursi como una expresión "gloriosa" y "sin precedentes" de la "voluntad popular". Además, nada más terminar la alocución, cinco helicópteros militares sobrevolaron El Cairo con la bandera nacional colgando de sus carlingas. Abajo, los manifestantes, eufóricos, lanzaban vítores a los militares.

La presidencia de Mursi, conminado enérgicamente por Sisi, pendía de un hilo. Al día siguiente, 2 de julio, mientras el Gabinete Qandil se desintegraba por la dimisión de sus miembros y en Giza había que lamentar 18 nuevos fallecidos, el presidente apareció en la televisión para rechazar el ultimátum y descartar su renuncia, ya que estaba resuelto a "defender con mi propia vida la legitimidad de esta oficina elegida " y a "seguir adelante en el plan para la reconciliación nacional". 

La Hermandad añadió que cualquier solución a la crisis debía realizarse "dentro de la legitimidad constitucional" y afirmó que "el pueblo saldría a las calles de todo el país para rechazar cualquier tentativa de golpe". Algunos hermanos se mostraban incrédulos con la posibilidad de que el Ejército se atreviera finalmente a derrocar al Ejecutivo. 

Sisi, en otro comunicado publicado en Facebook con el sombrío título de "las horas finales", mantuvo el desafío al rojo vivo al proclamar que: "juramos ante Dios que sacrificaremos nuestra sangre por Egipto y su pueblo, para defenderlos frente a terroristas, radicales o necios". Por otro lado, fuentes militares revelaron a los medios detalles de la "hoja de ruta" citada por Sisi en la víspera. Los generales se disponían a suspender la Constitución, disolver el Parlamento y establecer un Consejo interino presidido por el presidente del Tribunal Constitucional Supremo, Adli Mansour.

En las primeras horas del 3 de julio, Mursi, anticipándose a la expiración del ultimátum militar, ofreció en su cuenta de Facebook la formación de un Gobierno de concentración hasta las próximas elecciones, pero no dijo nada de dimitir. A las 16,30 horas venció el ultimátum e inmediatamente después un gran dispositivo de soldados, tanques y vehículos blindados comenzó a desplegarse en los distritos de El Cairo. Los militares se apostaron en puntos estratégicos, cercaron accesos y ocuparon la televisión pública.

Antes de ser silenciado y puesto bajo arresto, supuestamente en unos cuarteles de la Guardia Republicana, Mursi, quien según el diario Al Ahram fue informado por el CSFA de su remoción a las 19,00 horas, aún tuvo tiempo, a través de Twitter, de dirigirse a los miembros de las Fuerzas Armadas para que rechazaran el golpe de Estado en curso, acataran las leyes y la Constitución, y evitaran involucrarse en un derramamiento de sangre. 

A las 21,00 horas se produjo la esperada aparición del general Sisi en la televisión para hacer el anuncio oficial de la toma del poder por los militares. Con ademán decidido y verbo fluido, el nuevo hombre fuerte de Egipto explicó que "el discurso de anoche del presidente no ha respondido a las demandas del pueblo" y que, por lo tanto, las Fuerzas Armadas, previa consulta con "algunos de los símbolos de las fuerzas nacionales y la juventud", tomaban los pasos para "construir una sociedad egipcia fuerte y coherente, que no excluya a ninguno de sus hijos y tendencias, y ponga fin al estado de conflicto y división".

La "hoja de ruta" diseñada por los militares incluía las siguientes medidas: la suspensión "temporal" de la Constitución promulgada el año anterior, la cual sería "revisada" por un comité de expertos que analizaría "las enmiendas propuestas" a la misma; la disolución del Parlamento (en la práctica, el Consejo de la Shura, única Cámara que funcionaba); la designación del presidente del Tribunal Constitucional, Adli Mansour, como jefe del Estado para el período interino; la celebración de elecciones presidenciales en fecha que sería determinada por un Gobierno integrado por "expertos capaces"; y la formación de un "comité supremo para la reconciliación nacional". 

Sisi no olvidó urgir "al gran pueblo egipcio de todos los lados del espectro" a escoger la vía de las manifestaciones pacíficas y evitar la violencia. El Ejército, continuaba el general, "haría frente con las mayores fuerza y decisión a cualquier violación de la paz, conforme a la ley y guiado por la responsabilidad nacional e histórica".

La declaración del jefe castrense fue breve, pero la puesta en escena, perfectamente cuidada, estuvo rodeada de solemnidad institucional y, muy importante, fue arropada por 14 autoridades militares y civiles, políticas y religiosas, que, sentadas en dos grupos, flanquearon al orador de pie ante la tribuna. La presencia de figuras de los diversos estamentos del Estado y la sociedad buscaba enviar el mensaje de que la asunción del poder por las Fuerzas Armadas no era un cuartelazo mezquino o unilateral, sino que respondía a una suprema necesidad patriótica y gozaba del respaldo de la mayoría del pueblo.

Los principales firmantes del golpe desde el lado civil eran: en representación del Frente de Salvación Nacional, Baradei, quien durante la transición de 2011-2012 había sido un acerbo crítico del CSFA pero que ahora daba un cheque en blanco a los militares y su plan de "reconciliación"; la máxima autoridad del Islam sunní, mal avenido con los Hermanos Musulmanes, el jeque Ahmed al-Tayeb, gran imán de la Mezquita Al Azhar y presidente de la Universidad Al Azhar; el papa Tawadros II, patriarca de la Iglesia Ortodoxa Copta de Alejandría; inesperadamente y de una manera poco clara, los salafistas de An Nour, el segundo partido más votado en las legislativas, que habían sido socios de los Hermanos hasta que la redacción de la Constitución los enfrentó; y los jóvenes del movimiento Tamarrud, artífices de la protesta cívica.

Entre tanto, en las calles de El Cairo, los manifestantes anti Mursi daban rienda suelta a su entusiasmo, negando que la remoción del presidente por el Ejército fuera un golpe de Estado y exhibiendo pósters con el retrato de Sisi, jaleado como el nuevo héroe nacional. 

Las reacciones internacionales al derrocamiento de Mursi oscilaron entre la tibieza y la mesura: la ONU y la OTAN pidieron que se restableciera rápidamente el régimen civil, al igual que la Administración Obama en Estados Unidos, que, confrontada a una situación muy embarazosa, evitó describir lo sucedido en Egipto como un golpe de Estado para no comprometer su ayuda económica, que por ley no podía dispensarse a un gobierno golpista. Siria y las monarquías del Golfo no ocultaron su satisfacción por la caída del Gobierno de los Hermanos. La medida más nítida la tomó la Unión Africana, que suspendió de membresía al país árabe.

El 4 de julio Mansour prestó juramento como jefe del Estado interino en la sede del Tribunal Constitucional Supremo. Los militares, en muchos casos siguiendo las órdenes de arresto dictadas por fiscales por cargos de "incitación a la violencia" y "violación de la paz y la seguridad", desencadenaron la caza general de cuadros y mandos de los Hermanos Musulmanes y el PLJ, cuyos dirigentes empezaron a ser capturados. Mientras la represión se abatía sobre la Hermandad, el Ejército se comprometió a "garantizar" la libertad de expresión y reunión, y exhortó a la población a que desistiera de realizar "actos de venganza" y "medidas arbitrarias" contra "cualquier grupo o movimiento político".

Las consignas de resistencia impartidas por la cúpula islamista forzada a la clandestinidad fueron acatadas por las bases, que sostuvieron violentos enfrentamientos con los partidarios del golpe y encajaron la represión sin contemplaciones de las fuerzas del orden. El día 5 los disturbios producidos en el "viernes del rechazo", convocado por la Hermandad en exigencia de la liberación de Mursi, dejó en El Cairo, Alejandría y otras ciudades unos 36 muertos, que se sumaron a la decena producida en la víspera.

El 8 de de julio los Hermanos denunciaron que los soldados habían perpetrado en El Cairo una masacre al abatir a tiros 51 simpatizantes que estaban haciendo sus oraciones matutinas en el curso de una sentada junto a los cuarteles de la Guardia Republicana, donde se creía que Mursi estaba detenido, por lo que llamaron a una "intifada" contra el nuevo poder. El Ministerio de Salud reconoció 35 víctimas mortales en las violencias de hoy, mientras que el CSFA habló de una acción defensiva contra un grupo de "terroristas" armados que había intentado asaltar el recinto militar y advirtió que no iba a "tolerar ninguna amenaza a la seguridad nacional". Los salafistas de An Nour reaccionaron retirándose de las conversaciones para formar el nuevo Gobierno, aunque luego se reintegraron.

En esta sangrienta jornada Mansour dio a conocer un calendario constituyente y electoral. De acuerdo con el decreto del jefe del Estado, en el plazo de 15 días se formaría un panel de expertos para introducir enmiendas a la Constitución suspendida. La versión corregida de la Carta Magna sería sometida a referéndum a finales de noviembre. Una vez aprobado el texto en la consulta popular, se convocarían de inmediato elecciones legislativas. Por último, tras inaugurarse el nuevo Parlamento, tendrían lugar las elecciones presidenciales. El período interino tendría que estar concluido a principios de 2014. El Frente de Salvación Nacional y el Tamarrud pusieron serias objeciones a este plan.

El 9 de julio Mansour nombró primer ministro del Gobierno interino al economista socialdemócrata Hazem al-Beblawi y a Baradei vicepresidente responsable de los asuntos exteriores. El 16 de julio, mientras una nueva ola de enfrentamientos entre partidarios de Mursi y la Policía engordaba el balance de muertos desde el día del golpe con siete nuevas víctimas, Beblawi nombró a Sisi viceprimer ministro, un cargo, sumado a la cartera de Defensa, que no casaba bien con la garantía dada por el general de que las Fuerzas Armadas no se sentarían en la política. 

En el Gabinete, dominado por tecnócratas y liberales, no había ni rastro de islamistas, ni siquiera los de An Nour, ausencia que contradecía también el anuncio previo de que el Ejecutivo interino sería ampliamente representativo. Sin embargo, el portavoz de Mansour aclaró que sí se habían ofrecido puestos tanto al PLJ como An Nour. Los Hermanos declararon que el Gobierno Beblawi era enteramente "ilegítimo".

En los días posteriores al golpe de Estado, la prensa egipcia y agencias internacionales revelaron detalles de lo que se había cocido en las bambalinas en vísperas del drástico cambio de guardia en Egipto. Así, estas fuentes informaron que Sisi había ofrecido a Mursi -sobre el que ahora mismo pesaba la prohibición de abandonar el país y una orden de prisión preventiva por ofensas al poder judicial y presunta complicidad criminal con la Hamas palestina- un exilio seguro en Turquía o Libia si dimitía por las buenas. El presidente se negó en redondo e intentó buscar apoyos dentro de las Fuerzas Armadas para parar las intenciones de su comandante en jefe, pero la tradicional cohesión interna del estamento militar frustró la maniobra.

(Cobertura informativa hasta 16/7/2013)