Ion Iliescu
Presidente de la República (1990-1996, 2000-2004)
Su padre, Alexandru Iliescu, era obrero del ferrocarril y militante del Partido Comunista Rumano (PCR), que desde su fundación en 1921 a partir del Partido Socialdemócrata y hasta el golpe de Estado de 1944 fue una fuerza política de muy escasa implantación en la conservadora y agraria sociedad rumana de la época, además de estar rigurosamente prohibida. El niño Iliescu creció casi sin la presencia del padre, que se divorció de su esposa y contrajo segundas nupcias, estuvo exiliado varios años en la URSS y a su retorno fue detenido por el Gobierno pronazi del mariscal Ion Antonescu, que le encerró en el campo de concentración de Targo-Jiu. El progenitor fue liberado por las tropas soviéticas en 1944, pero su salud salió malparada y falleció en 1945.
El muchacho, que se unió a la Unión de la Juventud Comunista (UTC), controlada por el PCR, recibió la educación básica en su Oltenita natal, una pequeña ciudad al sudeste de Bucarest, asomada al Danubio y a la frontera con Bulgaria, y la superior en las escuelas bucarestinas Industrial-Polizu, Spiru Haret y Sfantul Sava. En 1955, tras graduarse en la Facultad de Ingeniería Hidroeléctrica del Politécnico de Bucarest y en el Instituto de Energía de Moscú, donde se especializó en el tratamiento de aguas residuales, comenzó su carrera profesional como ingeniero proyectista en el Instituto de Estudios Energéticos de la capital rumana.
En 1948, ya proclamada la República Popular y conquistado todo el poder por el PCR bajo el secretariado general del dirigente ortodoxo y prosoviético Gheorghe Gheorghiu-Dej, Iliescu estuvo entre los fundadores de la Unión de Asociaciones de Estudiantes de Escuelas Superiores de Rumanía, un sindicato académico que el Gobierno de Petru Groza terminó disolviendo por haber descuidado el "espíritu de clase". Aprendida la lección de que la sumisión absoluta a las autoridades era condición sine qua non para organizar cualquier colectivo fuera del partido del que era miembro, en 1956 puso en marcha la Unión de Asociaciones de Estudiantes de Rumanía, a cuyo frente participó en varios encuentros internacionales y vio abrírsele las puertas de la nomenklatura comunista. Ese mismo año, se convirtió en secretario de la UTC.
En 1965 entró en el Comité Central del PCR y en 1967 fue nombrado ministro de Juventud en el Gobierno de Ion Gheorghe Maurer. En los cuatro años siguientes se distinguió como un defensor de la línea moderadamente nacionalista, en teoría semiautónoma de Moscú, que impuso el secretario general del PCR desde el fallecimiento de Gheorghiu-Dej en 1965, Nicolae Ceausescu. En 1971 Iliescu abandonó el Consejo de Ministros al ser promovido para un asiento en el Secretariado del Comité Central, pero seis meses después entró en conflicto con Ceausescu por el culto a la personalidad que caracterizaba su particular Revolución Cultural Rumana, inspirada en el movimiento homónimo lanzado por Mao Zedong en China. Denostado por “desviacionismo intelectual”, Iliescu fue degradado abruptamente en la jerarquía del partido y acto seguido enviado al condado transilvano de Timis para servir a las órdenes del gobernador provincial, cometido que era lo más parecido a un exilio interior. En 1974 fue destinado al otro extremo del país e igualmente lejos de Bucarest, el condado de Iasi, cerca de la frontera con la URSS, aunque ya como presidente de su consejo provincial, si bien quedó sometido a vigilancia por la policía política, la temida Securitate.
En 1979 regresó a Bucarest para asumir el cargo de presidente del Consejo Nacional de Aguas, el organismo responsable de la conservación y el tratamiento de los recursos hídricos rumanos, pero en 1984 volvió a caer en desgracia por oponerse a los proyectos hidráulicos de Ceausescu, que consideraba poco científicos y despilfarradores. Marginado definitivamente de los círculos del poder, Iliescu pasó a ganarse la vida con trabajos de tipo intelectual, como director de una editorial de libros técnicos y autor de ensayos y artículos sobre cuestiones medioambientales. Empero, siguió gozando de cierta influencia dentro del PCR a través de una red particular de amistades y también cultivando una imagen pública de disidente tolerado a duras penas por el régimen. Este perfil fue reforzándose, tal que a finales de la década de los ochenta su nombre sonaba, de manera discreta y rumorosa, en los círculos elitistas de Bucarest como un recambio político a Ceausescu, cada vez más desacreditado por sus excesos dictatoriales y su megalomanía.
Algunos comentaristas locales e internacionales han especulado con que, en las nebulosas intrigas que precedieron el derrocamiento del Conducator rumano, Iliescu habría estado entre los cabecillas de una conspiración de intelectuales universitarios, ideólogos caídos en desgracia y otros cuadros del partido degradados por su reformismo, complot que, supuestamente, coexistiría con otros conciliábulos orquestados por oficiales del Ejército y los servicios de inteligencia. Desde este punto de vista, el grupo de Iliescu habría contado con el beneplácito del Kremlin, que, ciertamente, asistía con gran preocupación al enroque en el monopolio del poder y al blindaje contra las ideas de la perestroika y la glasnost de Ceausescu y su núcleo duro de leales, o incluso habría recibido su patrocinio y estímulo desde tiempo atrás. De hecho, tras los dramáticos acontecimientos de las Navidades de 1989 se publicaron informaciones que aventuraban la existencia previa de contactos directos con Mijaíl Gorbachov, al que Iliescu conocería a título personal desde su estancia educativa en la URSS en los años cincuenta.
El caso fue que el 22 de diciembre de 1989, tras seis días de alzamiento popular contra la dictadura en varias ciudades del país, siendo la transilvana Timisoara la primera en rebelarse y Bucarest el escenario principal del drama, de producirse numerosos muertos por la represión indiscriminada de unidades del Ejército y la Securitate, y al hilo de la declaración de la ley marcial y de la fuga de un atribulado Ceausescu desde la azotea del Comité Central a bordo de un helicóptero, Iliescu apareció ante los medios como el portavoz de un Frente de Salvación Nacional (FSN), que anunció la toma del poder en nombre del pueblo.
El FSN se presentó como un órgano de gobierno provisional, de membresía cívico-militar. Sus componentes originales eran 39 y entre ellos destacaban políticos e intelectuales de disidencia más o menos conocida como Silviu Brucan, Mircea Dinescu y Petre Roman, así como el clérigo magiar László Tökés, cuya orden de expulsión había desencadenado la revuelta en las ciudades transilvanas, el ex ministro de Exteriores Corneliu Manescu y los generales Victor Stanculescu, Stefan Guse y Dan Voinea. La composición y la propia irrupción en la escena del FSN, en el apogeo de la crisis y en medio de un mar de informaciones contradictorias sobre lo que estaba sucediendo realmente en el país, hicieron dudar seriamente de una revolución genuina, al menos en su desenlace. Retrospectivamente, cabe afirmar que Iliescu y sus compañeros entraron en acción tras habérseles anticipado la deflagración de Timisoara, que fue popular y espontánea, y que se propagó al resto del país sin necesidad de ser atizada.
El movimiento de Iliescu, es bastante probable, pudo fusionarse sobre la marcha con otro movimiento impulsado por un sector de las Fuerzas Armadas y la Securitate que posiblemente tenía a punto un golpe de Estado militar clásico, pero el alzamiento de Timisoara habría malogrado este plan, que tampoco contaría con la aquiescencia de los soviéticos. Finalmente, los propios elementos conservadores del régimen habrían pactado no oponer resistencia al cambio político a condición de que éste no diera pie a radicalismos revanchistas y sí a mudanzas graduales y controladas.
Ni que decir tiene que el principal protagonista de estos hechos históricos siempre ha desmentido categóricamente, en sus libros, en entrevistas y en declaraciones políticas, las dos imputaciones fundamentales: que él tuviera una conexión secreta con Gorbachov y los mandamases soviéticos, y que la Revolución no fuera un movimiento espontáneo ejecutado y hecho triunfar por el pueblo, para el que la dictadura comunista resultaba ya insoportable. Otra alegación todavía más explosiva, hecha en 1995 por un diario rumano y retomada en 2003 por el antiguo disidente soviético Vladimir Bukovsky, fue la de que Iliescu estuvo al servicio del KGB y que la toma del poder por el FSN fue una operación diseñada por la agencia de seguridad soviética.
En 1989, en el aire quedó también la pregunta de quiénes fueron los francotiradores que dispararon a matar contra las muchedumbres en Bucarest, los cuales, según contaron entonces los medios de comunicación de todo el mundo, fueron reducidos por soldados leales al FSN con la ayuda de civiles a los que el Ejército había entregado armas. Iliescu los identificó como agentes fanáticos de la Securitate resueltos a cobrar cara la liquidación del Conducator y a morir matando, pero posteriormente esta versión fue perdiendo credibilidad a favor de la sugerencia, más desagradable y turbadora, de que esos criminales fueron en realidad militares de alguna facción del Ejército desempeñando un papel incierto en una revolución que, de manera harto distinta al –por sacar una analogía inevitable- caso portugués de 1974, no generó ninguna institucionalidad revolucionaria.
El 26 de diciembre, un día después de la parodia de juicio y de la apresurada ejecución del matrimonio Ceausescu, que pudo ser decidida por colaboradores palaciegos, para deshacerse de un personaje incómodo por lo que sabía de ellos, y mientras continuaba la confusión sobre el balance de víctimas (si miles, si centenares o si decenas) y sobre la identidad de los represores, Iliescu fue designado presidente del Consejo del FSN. A la vez, se constituyó un Gobierno encabezado por Roman y monopolizado por los frentistas. En los primeros días de 1990, las nuevas autoridades adoptaron una serie de medidas contundentes para convencer a la población de la naturaleza rupturista, sinceramente democrática, y no continuista del nuevo régimen. Así, el día de Año Nuevo, la pena de muerte quedó abolida, el multipartidismo fue legalizado y la Securitate quedó disuelta; el 2 de enero, la cúpula del PCR fue desmantelada; el 5 de enero, una amnistía general para los presos políticos puso término al gulag interno; y el 12 de enero, el PCR fue colocado fuera de la ley.
La decisión de Iliescu, el 6 de febrero, de transformar al FSN en un partido político con la intención de concurrir a las anunciadas elecciones libres concitó una fuerte oposición en medios universitarios y reformistas, que acusaron al FSN de incluir entre sus miembros a varios responsables ex comunistas, cómplices hasta la última hora de los desafueros de un régimen que ahora denostaban. En particular, resultó muy controvertida la política de Iliescu de reenganchar a antiguos miembros de la Securitate en el nuevo Servicio Rumano de Información.
Las protestas se reprodujeron, con mayor o menor virulencia, a lo largo de todo el año, mientras que el goteo de renuncias de personalidades civiles y militares adscritas al FSN –el vicepresidente, Dumitru Mazilu, dio el portazo el 26 de enero con la acusación a sus colegas de emplear “métodos estalinistas” y entre rumores de un fallido intento de defenestrar a Iliescu; Brucan, considerado el mentor político del presidente, se despidió el 4 de febrero con una lacónica queja sobre la “ambición personal” que flotaba en el ambiente; y el general Nicolae Militaru, ministro de Defensa, dimitió el 16 de febrero por presiones de subalternos uniformados que exigían reformas en la institución castrense- reflejaba graves disensiones en el seno del poder por el rumbo que estaba tomando la posrevolución.
La sensación de caos y de un país acechado por peligros a la vuelta de cualquier esquina se reforzó con episodios como el de los graves disturbios étnicos del 20 de marzo en la ciudad de Tirgu Mures, donde enfrentamientos entre rumanos y húngaros étnicos produjeron tres muertos. Aunque se estaba rodeando de enemigos en las altas instancias políticas, Iliescu conquistó el apoyo de amplios sectores sociales, sobre todo en el medio rural, por su aureola de antiguo resistente frente a las arbitrariedades de Ceausescu y al acertar a proyectarse como un líder fuerte y protector, capaz de atemperar la ansiedad que levantaba el advenimiento de la economía de mercado y las fórmulas capitalistas. En lo sucesivo, su enorme popularidad entre las capas de rumanos con estrecheces económicas, que constituían la gran mayoría de la población, y los menos instruidos iba a ser su principal aval de la permanencia en el poder.
El antiguo miembro del aparato del PCR se benefició de la incapacidad de la oposición conservadora y liberal, nucleada en torno a partidos y líderes directamente recuperados del exilio, demasiado vinculados al pasado burgués, terrateniente y monárquico, y un tanto desconectados del presente nacional, para articular un discurso moderno y progresista, por lo que no tuvo que desgañitarse con la fraseología populista ni invertir grandes esfuerzos para anular una alternativa política en democracia que era, por el momento, inexistente. Además, el recurso al anticomunismo asustaba a muchos ciudadanos que aspiraban a mantener determinados aspectos del proteccionismo estatal practicado por el anterior régimen.
Por lo demás, el Gobierno del FSN tuvo que bregar con un panorama socioeconómico calamitoso, con una estructura productiva irracional y una coyuntura recesiva muy aguda (el PIB iba a contraerse un 10% sólo en 1990), graves anomalías en la distribución de bienes y servicios, unas altas tasas de absentismo laboral y una cantidad de divisas bajo control del Estado, esto es, fuera del mercado negro, alarmantemente bajo. De acuerdo con el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Rumanía era, junto con Albania, el país más pobre de Europa, con un producto nacional por habitante de 1.640 dólares, un valor cuatro veces inferior al de Grecia.
El 13 de febrero de 1990 Iliescu fue elegido presidente del Consejo Provisional de Unión Nacional, una instancia creada cuatro días antes como el primer órgano pluralista surgido de la Revolución, para realizar las funciones propias de la jefatura del Estado. Sin sorpresas, el 20 de mayo el FSN arrolló, con el 66,3% de los votos y 263 de los 400 escaños de la Cámara de Diputados, en las elecciones legislativas e Iliescu obtuvo un triunfo aún más apabullante en las presidenciales, batiendo con el 85% de los votos a los candidatos de los partidos Nacional Liberal (PNL), Radu Campeanu, y Nacional Campesino-Cristiano Demócrata (PNTCD), Ion Ratiu. El 20 de junio siguiente, con su investidura como presidente de la República, Iliescu se legitimó en la jefatura del Estado.
Justo seis días antes, el 14 de junio, Bucarest fue el escenario de violentísimos enfrentamientos entre estudiantes anticomunistas y mineros venidos del valle de Jiu, sito en el condado de Hunedoara. Capitaneados por el cabecilla sindical Miron Cozma, los mineros de Jiu habían sido el baluarte del obrerismo leal al régimen comunista y ahora acudían al llamado de Iliescu para defender como tropa de choque lo que, en palabras del presidente, constituía un "intento de golpe de Estado” de los elementos más contestatarios de la oposición.
Durante tres días, los mineros actuaron a su antojo en las calles de la capital, atacando locales de los partidos opositores y los recintos universitarios, saqueando propiedades particulares y aterrorizando a mansalva. Cuando todo hubo terminado, Iliescu se permitió elogiar la “conciencia cívica” de quienes habían poco menos que frustrado los planes de una conspiración de fascistas. Este episodio acarreó una publicidad internacional muy negativa a Rumania y además hizo aflorar las primeras diferencias serias entre Iliescu y su primer ministro, Roman, quien en un FSN carente de ideología clara –lo que facilitaba las imputaciones de criptocomunismo, menos soterrado en el estilo y en las formas- representaba la tendencia partidaria de abrazar sin tapujos el ideario socialdemócrata y la economía de mercado. Una segunda intervención de mineros, el 25 de septiembre de 1991, esta vez de carácter antigubernamental, como expresión de protesta por la supresión de subsidios al consumo y la liberalización de precios, degeneró en una desmandada razzia en Bucarest y precipitó, al día siguiente, la dimisión de Roman, quien sospechó que todo había sido una operación de Iliescu para desembarazarse de él.
El presidente nombró para sucederle al economista independiente Teodor Stolojan, hasta ahora ministro de Finanzas, quien el primero de octubre formó un Gobierno de “unión nacional” en el que recibieron carteras el PNL, el Movimiento Ecologista Rumano (MER) y el Partido Agrario Democrático de Rumanía (PDAR). El 7 de abril de 1992, la facción del FSN mayoritaria y obediente a Iliescu culminó el proceso de división interna abierto tras el arrinconamiento de Roman al constituirse como Frente Democrático de Salvación Nacional (FDSN), mientras que los seguidores del ex primer ministro continuaron adelante portando la sigla del FSN.
En las elecciones parlamentarias del 27 de septiembre de 1992, convocadas después de promulgarse (8 de diciembre de 1991) la Constitución democrática pendiente desde la Revolución, el nuevo FDSN, cuya ideología izquierdista de contornos borrosos cobijaba sentimientos neocomunistas, nacionalistas y reformistas indudablemente democráticos, se alzó con una mayoría relativa de 117 diputados (sobre 341) con el 27,5 % de los votos. La escisión del FSN original pasó factura, pues el partido rival de Roman capturó 43 escaños y el 10% del voto, pero la suma de los dos frentes sólo suponía algo más de la mitad de la enorme cuota de poder legislativo ganada en 1990. Para entonces, Iliescu, puesto que la Constitución prohibía expresamente a los presidentes de la República la militancia en un partido, ya había cedido la jefatura del FDSN, aunque con carácter meramente nominal, a Oliviu Gherman, a la sazón el nuevo presidente del Senado, un servidor dócil sin ambiciones particulares de poder.
En el retroceso electoral del frentismo concurrieron tanto la capacidad para reorganizarse y aunar votos de la oposición, que participó bajo el signo de la Convención Democrática de Rumanía (CDR), como la decepción por la errática gestión económica del Gobierno, que vacilaba en la implementación de la gran reforma estructural, temida porque fuera a generar agitación social, a la vez que se mostraba incapaz de detener el deterioro de las variables económicas y sociales: 1992 iba a cerrar con otro catastrófico retroceso de la producción, del 16%, lo que elevaba la recesión acumulada en los tres últimos años al 40%, y con una de inflación promedio del 205%, tasa que, sin embargo, fue mejor que el 344% de 1991.
La debilidad de la moneda nacional, el leu, sometida a devaluación para poder recibir la ayuda crediticia del FMI, descontroló los precios a pesar de los controles establecidos por el Gobierno en los productos de consumo más elementales. Había una verdadera crisis energética y los salarios reales se habían achicado con más rapidez aún que el declive económico. Aunque el disgusto de muchos antiguos seguidores del FSN se dirigía sobre todo contra el Gobierno, Iliescu también experimentó una merma de popularidad, si bien no tanta como para perder las elecciones presidenciales. El 27 de septiembre y el 11 de octubre fue reelegido, para un período de cuatro años prorrogable, a dos vueltas, con el 47,3% de los votos en la primera y con el 61,4% en la segunda, frente al conductor de la CDR, el geólogo Emil Constantinescu.
Ahora bien, Iliescu necesitaba apoyos externos a su partido en el Gobierno, cuya jefatura encomendó a otro economista no adscrito, Nicolae Vacaroiu, así que se avino a pactar con las fuerzas extremistas de la derecha y la izquierda, una decisión que le iba a ser reprochada por las capitales europeas occidentales a lo largo de la legislatura. Transcurrido un año desde la formación del Gobierno tecnocrático de Vacaroiu, objeto de varias mociones de censura presentadas por la oposición, Iliescu llegó a la conclusión de que aquellos respaldos parlamentarios resultaban insuficientes. Como consecuencia, el 6 de marzo de 1994 el Ejecutivo de Vacaroiu dejó de ser monocolor al aceptar en su seno al Partido de la Unión Nacional Rumana (PUNR), formación liderada por Gheorghe Funar y que representaba la extrema derecha nacionalista y antihúngara. Los partidarios de Iliescu, para contrarrestar la pujanza de la oposición del centro-derecha reformista y liberal, optaron por ampliar su base electoral. El fruto de este proyecto fue el Partido de la Democracia Social de Rumanía (PDSR), nacido el 10 de julio de 1993 de la fusión del FDSN y los partidos Socialista Democrático de Rumanía (PSDR), Republicano (PR) y Cooperativista (PC).
Las diferencias de Iliescu con sus socios extremistas por su prudencia en el manejo de las reclamaciones de derechos de la populosa comunidad magiar de Transilvania –una cuestión susceptible de ser exacerbada por intereses políticos y de tensionar gravemente las relaciones con Hungría, como se vio en los disturbios interétnicos de Tîrgu Mures de 1990-, su interés en deslizar el PDSR hacia el centro del espacio político y el continuismo del Gobierno en lo esencial del programa de transición económica trazado por Stolojan, que descartaba la terapia de choque pero que apostaba a las claras por las privatizaciones, la reducción del peso del Estado y la liberalización de los intercambios, desembocaron en la ruptura de un matrimonio que siempre fue de conveniencia.
En octubre de 1995, el PDSR, diez meses después de adoptarlos, declaró nulos sus compromisos con el Partido de la Gran Rumanía (PRM), entonces una pequeña fuerza de la extrema derecha más chovinista, acaudillada por el estrambótico y estridente Corneliu Vadim Tudor, que le apoyaba desde el Parlamento y que contaba con cargos en la Administración. El 16 de marzo de 1996 sucedió lo mismo con el Partido Socialista del Trabajo (PST, comunista). Y finalmente, el 2 de septiembre de 1996, en la recta final de la legislatura, el PUNR abandonó el Gobierno. El partido del polémico alcalde de la ciudad transilvana de Cluj fue expulsado del Ejecutivo por su furibunda oposición al texto del Tratado Básico que iba a regularizar las relaciones rumano-húngaras y que fue firmado poco después, el 16 de septiembre, en Timisoara por Vacaroiu y su homólogo húngaro, Gyula Horn, con Iliescu como testigo.
Saludado por los gobiernos occidentales y acogido con desconfianza por el partido que representaba a los húngaros transilvanos en el Parlamento, la Unión Democrática Magiar de Rumanía (UDMR), ya que no reconocía derechos colectivos a esta minoría nacional y mucho menos una autonomía territorial -supuestos de los que Iliescu, un centralista confeso, no quería ni oír hablar-, el Tratado Básico resolvía la disputa bilateral más encepada de Europa central, herencia del Tratado de Trianon de 1920 (que consideró a Hungría, en tanto que parte del Imperio dual danubiano junto con Austria, responsable de la guerra y le impuso una drástica desmembración territorial, siendo el extenso territorio de Transilvania la parte que fue a parar a Rumanía, país del bando de las potencias vencedoras), y ahuyentaba un potencial conflicto armado entre ambos estados.
Con la Yugoslavia de Slobodan Milosevic las relaciones no fueron precisamente malas, a pesar de la obligatoriedad de aplicar las sanciones impuestas por la ONU al Estado formado por Serbia y Montenegro por su responsabilidad en la prolongación de la guerra civil de Bosnia-Herzegovina. Claro que la laxitud en la vigilancia del bloqueo comercial en aguas del Danubio posibilitó que a Belgrado continuaran llegando desde el Mar Negro suministros a bordo de barcos rusos y de otros países de la Comunidad de Estados Independientes, lo que fue visto como un guiño amistoso por los serbios. El 16 de mayo de 1996, después de los acuerdos de paz de Dayton y de la rehabilitación –temporal- del régimen serbo-yugoslavo ante la comunidad internacional, Iliescu firmó en Belgrado un Tratado Básico bilateral con el presidente federal Zoran Lilic. El Tratado de Amistad con Bulgaria resultó más fácil de elaborar: el 27 de enero de 1992 Iliescu y el presidente anfitrión, Zhelyu Zhelev, lo firmaron en Sofía. Tampoco entrañó problemas el suscrito con Albania; fue en Bucarest, con el presidente Sali Berisha, el 11 de mayo de 1994.
De manera similar al primer ministro eslovaco, Vladímir Meciar, con quien hizo buenas migas, Iliescu no parecía compartir los denuedos procomunitarios y proatlantistas de sus homólogos polacos, húngaros o checos, ni cargaba las tintas en los reparos hacia Rusia, con la que no había contenciosos, y menos desde la firma con Gorbachov en Moscú el 5 de abril de 1991 –tres meses antes de la abrogación del Tratado de Varsovia- de un Tratado de Amistad y Cooperación rumano-soviético, el primero adoptado por el Kremlin con un antiguo Estado vasallo de la Europa del Este desde las revoluciones democráticas de 1989. Iliescu relacionó esta prontitud con la inexistencia de tropas soviéticas en Rumanía, a diferencia de lo que les sucedía a Polonia, Hungría, Checoslovaquia y las repúblicas bálticas.
Por cierto que este tratado, poco publicitado entonces y después, tenía al parecer una cláusula “secreta” por la que Rumanía se comprometía a no unirse a ninguna organización de tipo defensivo que fuera en contra de los intereses de la URSS. Sin embargo, al Estado soviético le quedaban unos meses de vida, lo que exoneró al Parlamento rumano de ratificar un documento que, en opinión de la oposición, hipotecaba el futuro de país.
Tanto en esta atribuida ambigüedad en política exterior, como en sus reservas sobre la transición a la economía de mercado y en sus aparentes pruritos de hegemonía política –tarea imposible después de las elecciones de 1992- con tonos populistas, los detractores apreciaron en Iliescu un apego a los modos y la mentalidad comunistas. Por la misma razón, Iliescu no gozó de la efusividad de los gobiernos de la Unión Europea (UE), a excepción del francés, que encontró en Rumanía, país tradicionalmente francófilo, un contrapeso a la renovada influencia alemana en Europa central y en parte de los Balcanes.
Pero, y he aquí la aparente paradoja, Rumanía fue el primer país no miembro que firmó con la OTAN el documento marco de su programa Asociación para la Paz, el 26 de enero de 1994, y el tercero de la región, después de Hungría y Polonia, en solicitar la adhesión a la UE, el 22 de junio de 1995, seis meses después de entrar en vigor el Acuerdo de Asociación suscrito el 1 de febrero de 1993. Además, el Gobierno signó un acuerdo de libre comercio con la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC o EFTA) el 10 de diciembre de 1992, metió al país en el Consejo de Europa el 7 de octubre de 1993 y obtuvo el estatus de país miembro asociado de la Unión Europea Occidental (UEO) el 9 de mayo de 1994. Como uno de los seis Países de Europa Central y Oriental (PECO), Rumanía fue incluido en el diálogo estructurado de la UE dentro de la estrategia de preadhesión establecida en el Consejo Europeo de Essen, en diciembre de 1994.
Aunque desde 1993 la economía se hallaba en franca recuperación, con crecimiento del PIB (en 1995 la tasa marcó el 6,9%), descenso de la inflación por debajo del 30% anual y, por fin, estabilidad monetaria, el general de la población no notaba los correspondientes efectos en su bolsillo. Esta conciencia de que el país necesitaba un programa de reformas económicas vigoroso, con incidencia palpable sobre la calidad de vida, y unos dirigentes menos preocupados por consolidar y extender sus cuotas de poder, condujo a la derrota del PDSR e Iliescu en las elecciones generales del 3 y el 17 de noviembre de 1996. Entonces, el partido, con el 21,5% de los votos y 91 escaños, fue superado por la CDR, mientras que en las presidenciales, Iliescu, aunque se adelantó en la primera ronda con el 32,3% de los sufragios, cayó derrotado en la segunda vuelta ante Constantinescu con el 45,6%.
Iliescu, que en previsión de la circunstancia adversa se postuló a un escaño de senador y lo ganó, cesó en sus funciones presidenciales el 29 de noviembre de 1996 con la toma de posesión de Constantinescu, tras lo cual estrenó el cometido de líder de la oposición. En la conferencia nacional extraordinaria celebrada por el PDSR el 17 de enero de 1997 fue devuelto a la presidencia orgánica del partido a instancias de su sector izquierdista. El número dos de la formación, Adrian Nastase, ministro de Exteriores entre 1990 y 1992 y luego presidente de la Cámara de Diputados en la segunda legislatura, fue confirmado en aquella posición al pasar de vicepresidente primero a presidente ejecutivo, una oficina creada ad hoc.
Desde 1992 y hasta su dimisión el 21 de noviembre, el presidente del partido había sido el senador Gherman, e Iliescu, el titular de una oficina que la Constitución presentaba como neutral. Nadie lo hubiera dicho, ya que sus cinco años como presidente constitucional de Rumanía habían sido cualquier cosa menos apolíticos y apartidistas. Por otro lado, en el Congreso de 1997 Iliescu solicitó a sus correligionarios la limpieza de los elementos corruptos del partido para mejorar su imagen ante la opinión pública.
En el cuatrienio siguiente, Iliescu fiscalizó de manera muy crítica todas las actuaciones de los sucesivos gobiernos de la CDR y sus aliados. En particular, merecieron sus invectivas los borradores de los presupuestos generales del Estado, el reciclaje forzoso de funcionarios y directores de empresas del sector público, que él calificó de “limpieza política” con tintes revanchistas, y la estrategia de aproximación a las organizaciones euro-atlánticas, pese a que no otro sino él había emprendido ese proceloso camino. A las acusaciones a la CDR de incumplir sus promesas electorales y de fracasar lamentablemente en la remoción de las penurias de la población, aquella le replicó con recriminaciones por obstruir en el Parlamento la adopción de legislación imprescindible para el éxito de las reformas económicas y la apuesta europea.
Desde el principio, Iliescu dejó muy claro que quería volver a lanzar el guante en las presidenciales de 2000. Sus oponentes le recordaron que ya había servido dos mandatos presidenciales, que era el tope que fijaba la Constitución, tanto si eran consecutivos como si no. Sin embargo, tal como había argumentado para validar su aspiración reeleccionista recientemente derrotada, Iliescu no consideró el mandato fungido en 1990-1992 porque éste había comenzado antes de entrar en vigor la Carta Magna de 1991; para él, sus períodos presidenciales empezaban a contar con el iniciado en 1992 y concluido en 1996.
No faltaron tampoco las trifulcas internas en el PDSR, donde la animosidad entre las facciones conservadora, pro Iliescu, y reformista por la permanencia de ciertas sensibilidades filocomunistas y las prácticas clientelistas se avivó a raíz de la derrota electoral. La escisión el 21 de junio de 1997, al final del tormentoso congreso del partido que reeligió a Iliescu en su jefatura (y al que asistió como invitado Vadim Tudor, quien realizó un discurso muy aplaudido por los presentes), del ala socialdemócrata encabezada por el ex ministro de Exteriores (1992-1996) Teodor Melescanu, que mes y medio después dio lugar al partido Alianza por Rumanía (ApR), tuvo el efecto de clarificar un poco la línea ideológica “socialista” del PDSR, en lo sucesivo férreamente controlado por Iliescu y Nastase.
Cuando Constantinescu y el Gobierno de Radu Vasile (PNTCD) autorizaron a la OTAN el sobrevuelo del espacio aéreo rumano y defendieron la operación bélica de los aliados contra Yugoslavia en relación con la crisis de Kosovo, Iliescu se refirió a la “agresión” contra el país balcánico como un peligroso escenario cuyo “designio revisionista” de las fronteras con un trasfondo étnico podría aplicarse en otras partes de Europa central, empezando por Transilvania. Pero, por otra parte, y aquí el tono resultó más alarmista aún, advirtió contra la presencia militar rusa en los Balcanes en la forma del contingente de pacificación en Kosovo. Este, para muchos inesperado, posicionamiento de Iliescu ayudó a recordar que en Rumanía, las fuerzas herederas del pasado comunista, con su mixtura de nacionalismo y de occidentalismo moderado, no maridaban fácilmente con las expresiones rusófilas, que sí eran comunes en los partidos socialistas de los países eslavos del entorno.
Mientras la CDR y sus socios en el Gobierno perdían crédito popular por la persistencia o el empeoramiento de los desbarajustes socioeconómicos (durante tres años el país había arrastrado una recesión muy severa y la inflación había vuelto a desmadrarse), la popularidad de Iliescu en las encuestas empezó a remontar desde sus niveles mínimos de comienzos de 1997. De cara a la convocatoria electoral de 2000, Iliescu ordenó al partido ahorrar las posturas equívocas para los gobiernos occidentales en torno a la cuestión de la minoría magiar y formuló un programa rooseveltiano de economía social de mercado. Los objetivos eran estimular el consumo, elevar los estándares de vida, reducir la pobreza, que padecía el 44% de la población, crear empleo, en un país con un paro oficial del 10%, y fomentar lo que Nastase definió como el “capitalismo rumano”, para equilibrar la fuerte penetración extranjera en el mercado de bienes inmuebles. Iliescu aseguró también que no alteraría las líneas maestras de la política exterior, ya que el ingreso a corto o medio plazo en la OTAN y en la UE eran objetivos fundamentales e inaplazables.
Iliescu reforzó el componente nacionalista del PDSR aceptando en su seno a escindidos del PUNR (29 de mayo de 1999) y estableciendo un acuerdo con la organización político-cultural Cuna Rumana (Vatra Romanesca), que incluía la participación de miembros suyos en las listas de candidatos del PDSR (30 de julio de 1999). Pero también se abrió al otro extremo, pactando listas comunes con el Partido Social Demócrata de Rumanía (PSDR) de Alexandru Athanasiu (4 de septiembre de 2000), fuerza que venía participando en los gobiernos encabezados por la CDR y que precisamente a raíz de este pacto con los antiguos frentistas se descabalgó del Gabinete de Mugur Isarescu. El resultado de la convergencia con el PSDR fue el Polo Demócrata Social de Rumanía (PDS), al que se sumó como tercer integrante el testimonial Partido Humanista de Rumanía (PUR).
Las oportunas filtraciones y acusaciones lanzadas por el oficialismo de tolerar prácticas corruptas en su etapa de presidente o de colaborar con la Securitate en los años de Ceausescu, aparte de no llegar a los tribunales de justicia por falta de pruebas, no impidieron el retorno al poder de Iliescu en 2000. El ex presidente se adelantó en la primera ronda del 26 de noviembre con el 36,3% de los votos frente al 28,3% sacado por su rival mejor situado, Tudor, el controvertido líder del PRM, con quien había coqueteado años atrás. El bloque gubernamental fue incapaz de consensuar un candidato unitario, y nada menos que cuatro líderes del oficialismo corrieron a medir sus ambiciones en las urnas: Stolojan por el PNL, el primer ministro Isarescu por el PNTCD, György Frunda por la UDMR y Roman por el Partido Democrático (PD): entre los cuatro sumaron el 30% de los sufragios y su descalificación dejó al vasto campo de la derecha, el centro y el centroizquierda liberales sin representante en la segunda vuelta.
La posibilidad de que Tudor, considerado un xenófobo antihúngaro y un demagogo de derechas particularmente inquietante, se hiciera con la Presidencia de Rumanía convirtió a Iliescu en el valladar del extremismo en tanto que el “mal menor” de una liza donde se decidía entre “el extremismo” (Tudor) y “el pasado” (Iliescu), por reproducir la terminología empleada por los medios de comunicación occidentales. En la segunda vuelta del 10 de diciembre, luego de asegurarse los apoyos de los liberales de Mircea Ionescu-Quintus y los demócratas de Roman –la inquina venenosa que estos dos compañeros de aventura revolucionaria se habían profesado ya estaba superada-, Iliescu se deshizo de Tudor con el 66,8% de los votos.
En las legislativas, la tripleta del PDS ganó una mayoría simple de 155 escaños (142 los puso el PDSR) con el 36,6% de los votos, asegurando, por cuarta vez consecutiva, la concordancia ideológica entre las dos cabezas del poder ejecutivo. En cuanto a la CDR, achicada y nucleada en torno al PNTCD, fue barrida del Parlamento. El 20 de diciembre, Iliescu tomó posesión con un mandato cuatrienal y encargó a Nastase, convertido en presidente en funciones del partido, la formación de un Gobierno que fue monocolor, luego de minoría, aunque fortalecido por una declaración de apoyo del PNL y la UDMR, y que inició sus funciones el día 28.
Un buen número de actuaciones concretas, algunas muy controvertidas, dificultan la afirmación de que en su segundo mandato presidencial de cuatro años Iliescu estuvo más ceñido a las condiciones de un cargo que, sobre el papel, es de naturaleza apolítica y neutral, y al que el sistema de Gobierno rumano no sitúa por delante del Parlamento y el Consejo de Ministros, aunque, en menor medida después de las reformas constitucionales refrendadas en octubre de 2003, le reserva parcelas significativas de poder en el funcionamiento institucional (participación con voz en reuniones del Gabinete donde éste debata cuestiones de interés nacional –en esas situaciones, de hecho, preside el Consejo de Ministros-, veto suspensivo de las leyes aprobadas antes de su promulgación), la iniciativa política (convocatoria de referendos, convocatoria de sesiones extraordinarias del Parlamento, llamada a consultas a los jefes partidistas en determinadas situaciones) y la política exterior.
Si el veterano y bregado estadista acaparó menos –sólo un poco menos- la representación del Estado rumano en este período no se debió a un gesto voluntario de retirarse al segundo plano, sino al protagonismo adquirido por su ex protegido, Nastase, con quien estableció una suerte de coliderazgo equilibrado, aunque, como se verá a continuación, no libre de tensiones. El nuevo primer ministro era un dirigente de marcado perfil político y de amplio bagaje intelectual, y, en líneas generales, tenía bien poco que ver con su antecesor en el puesto, Vacaroiu, una personalidad gris que había sido eclipsada por el entonces hombre fuerte de Rumanía. Curiosamente, el marco jurídico-institucional del período 1992-1996 era el mismo de ahora, pero las circunstancias políticas eran otras.
Nastase se convirtió en presidente en funciones del PDSR cuando Iliescu retornó a la jefatura del Estado y el 19 de enero de 2001 una Conferencia Nacional extraordinaria de partido le confirió la titularidad. Meses después, el 16 de junio, la convergencia con el PSDR de Athanasiu culminó en la fusión orgánica de las dos formaciones, dando lugar al Partido Social Demócrata (PSD), el cual, en octubre de 2003, iba a recibir membresía plena en la Internacional Socialista, rompiendo la representación exclusiva de Rumanía que ostentaba el PD.
La incertidumbre permanente sobre las intenciones políticas de Iliescu para cuando terminara su ejercicio presidencial fue el perfecto caldo de cultivo de todo tipo de recelos y rifirrafes con Nastase, al que aquel parecía tratar como un pupilo susceptible de ser reconvenido, regañado y, finalmente, desplazado de un cargo, la presidencia del PSD, que a sus ojos desempeñaría sólo como factótum.
En febrero de 2002, Iliescu se descolgó con el ambiguo comentario de que a la conclusión de su mandato en diciembre de 2004 querría “estar implicado” en el liderazgo del partido. Más aún, llamó “arrogante” al primer ministro. Nastase tuvo que salir a desmentir que existieran desavenencias entre ambos y añadió que los dos formaban un “equipo armonioso”, que sus roles políticos eran “complementarios” y que el papel del presidente, por lo demás “un hombre sabio”, era “esencial” en las presentes circunstancias, cuando Rumanía se jugaba sus ingresos en la OTAN y la UE (con la que se negociaba oficialmente desde febrero de 2000, después de que el Consejo Europeo de Helsinki, en diciembre de 1999, respondiera afirmativa a la demanda de adhesión) a unos pocos años vista.
Complacido por los piropos, Iliescu aseveró en marzo que Nastase le parecía “el candidato más creíble” para sucederle en la Presidencia en 2004, pero volvió a pronosticar su retorno a la política partidista. En agosto siguiente, la falta de sintonía volvió a quedar de manifiesto cuando Nastase manifestó su disposición a acudir a unas elecciones anticipadas antes que transigir con la demanda de la UDMR, su socio parlamentario, de que fuera modificado el artículo primero de la Constitución que define a Rumanía como un “Estado nacional”. Iliescu replicó que acortar la legislatura no le parecía la mejor fórmula para asegurar la estabilidad política, y de paso certificó que no ambicionaba la reelección presidencial y que no se presentaría candidato de nuevo ni aun en el caso de que la Constitución fuera enmendada para permitir esa posibilidad. A partir de aquí, Nastase empezó a ser visto como el candidato presidencial in péctore del PSD.
En diciembre de 2002, después de nuevos mentís de Nastase sobre la existencia de divergencias con Iliescu y de circular rumores que predecían una revuelta interna contra el primero en el partido y el Gobierno instigada por el segundo, quien se estaría valiendo del popular ministro de Asuntos Exteriores, Mircea Geoana, para marcarle el terreno e incluso forzarle a dimitir, el primer ministro tuvo que dar su brazo a torcer y asumir en público la tesis del presidente de que el adelanto electoral era pernicioso. El desenlace de este tour de force, medio soterrado y medio público, entre los dos cabezas del poder ejecutivo y correligionarios coincidió, no por casualidad, con la resaca agridulce del doble pronunciamiento de la UE y la OTAN sobre las aspiraciones rumanas.
Primero, el 9 de octubre, la Comisión Europea confirmó la viabilidad de la candidatura, pero postergó el ingreso, como fecha orientativa, hasta 2007 (mientras que otros diez estados, la mayoría de los cuales habían solicitado entrar años después que Rumanía, podrían hacerlo en 2004) habida cuenta del retraso del país balcánico en la transposición normativa y la aplicación del acervo de la UE, y del incumplimiento aún de una serie de requisitos estructurales y económicos (causaba especial preocupación la todavía elevada inflación, superior al 20%) que impedían calificar a la rumana como una economía de mercado viable en las exigentes condiciones de competitividad que caracterizan al Mercado Interior Único, si bien la Comisión reconocía los importantes progresos hechos hasta la fecha. La palada de arena vino el 21 de noviembre, cuando el Consejo Atlántico, reunido al nivel de jefes de Estado y de Gobierno en Praga, invitó a Rumanía, y a otros seis estados, a ingresar en la Alianza en 2004.
Iliescu y Nastase, que asistieron tanto a la cumbre de la OTAN como al Consejo Europeo de Copenhague, el 13 de diciembre, elaboraron en enero de 2003 un esquema de prioridades para la segunda mitad de la legislatura: había que completar las reformas económicas y legales, reducir la burocracia, transparentar y agilizar la función administrativa, combatir la corrupción –todo ello en la línea de lo demandado por Bruselas- y elevar la calidad de vida de la población.
Parecía que el presidente y el primer ministro volvían a hablar el mismo lenguaje, pero en febrero las destemplanzas se reactivaron a raíz de la opinión publicada por Iliescu de que debería endurecerse la presión fiscal a las rentas más altas. Nastase replicó al punto que tal medida causaría alarma entre los inversores. Pero Iliescu contraatacó con dureza insospechada, al tachar las críticas del primer ministro a su propuesta de “típicas de los ricos”, “intempestivas” y “fuera de lugar”. A mayor abundamiento, comentó que Nastase parecía “cansado”, que “el pasado del partido” lo representaba él y que estaba por ver si no iba a “representar también su futuro”. En noviembre del mismo año, 2003, Iliescu confirmó que se mantendría políticamente activo tras abandonar la jefatura del Estado y dejó abierta la puerta a la reasunción de la presidencia del PSD después de 2004.
La política exterior era el terreno que más margen de desenvolvimiento daba a Iliescu, que promovió y sostuvo líneas bien marcadas, mantuvo otras más bien erráticas y protagonizó fuertes controversias. Si el ingreso en la UE era un objetivo estratégico defendido sin ambages, la defensa del ingreso en la OTAN le superó en vehemencia y entusiasmo. El presidente vertió comentarios ácidos sobre organismos internacionales como el FMI y el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD) que hizo extensibles al Consejo de Europa y la UE, a la que achacó inflexibilidad en la apertura del espacio de Schengen (hasta el 1 de enero de 2002 los ciudadanos rumanos no fueron exonerados del visado para entrar en el área de la UE donde regía la libre circulación de personas). Detractores políticos y comentaristas locales situaron estas valoraciones críticas en el contexto de la pugna con Nastase o las valoraron como un flaco favor al ya de por sí complejo diálogo crediticio con los proveedores de fondos.
Una queja reiterada por Iliescu era que los países europeos occidentales, con su rosario de exigencias y amonestaciones en asuntos como la protección de la infancia (violación de la moratoria de las adopciones internacionales de menores), las cortapisas a la libertad de prensa o la omnipresente corrupción, no terminaban de comprender ni de valorar en su justa medida los enormes sacrificios invertidos por el pueblo rumano desde las heroicas jornadas de diciembre de 1989, su aguante ante la dolorosa reconversión económica y su tenacidad en la persecución del ideal europeo. En la Europa de los ricos se miraba por encima del hombro a la atrasada Rumanía, que para el presidente era una “nación europea orgullosa de su identidad y de pertenecer a la civilización del mundo libre y a la gran familia europea”.
Sin duda, la postura más relevante de Iliescu en su última presidencia fue un proatlantismo porfiado que no tenía nada que ver con las tibiezas de la pasada década. Iliescu opinaba que ser miembro de la OTAN constituía un “certificado de madurez” y que la apuesta por el ingreso no podía disociarse de una actitud intensamente cooperativa con Estados Unidos en sus designios de política exterior. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington fueron valorados por Iliescu como una oportunidad histórica para quemar etapas en el camino que conducía a la OTAN. Mimetizando el lenguaje de su homólogo de Estados Unidos, George W. Bush, el mandatario rumano afirmó que, en adelante, la seguridad nacional estaba ligada al combate del terrorismo internacional de organizaciones como la islamista Al Qaeda. El 19 de septiembre, el Parlamento aprobó su petición de que Rumanía se comportara “como si fuera un aliado de la OTAN” en la nueva guerra antiterrorista global.
El presidente consiguió involucrar al Gobierno y al Parlamento en este compromiso de asistencia, que se materializó en la prestación de facilidades logísticas (apertura del espacio aéreo, cesión de una base de estacionamiento de tropas cerca del puerto de Constanza) y en el envío de sendos contingentes de soldados en misiones de apoyo a la estabilización y la reconstrucción, y eventualmente de combate, a Afganistán e Irak, donde a finales de 2004 servían respectivamente 450 y 700 hombres. El grueso del contingente en Afganistán se subordinó al mando estadounidense dentro de la operación antiterrorista y antitalibán Libertad Duradera, con área de actuación en Kandahar, y el resto, un pelotón de policías militares y un destacamento de agentes de inteligencia, se incluyó en la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF), bajo mando de la OTAN desde agosto de 2003 y basada en Kabul. Los soldados desplegados en Irak a partir de julio de 2003 se encuadraron en las dos divisiones multinacionales, comandadas por Polonia y el Reino Unido.
En el preludio de la invasión anglo-estadounidense de Irak, el 20 de marzo de 2003, el presidente rumano se alineó explícitamente con las tesis de los gobiernos de Washington, Londres, Madrid y Roma sobre lo ineluctable de “desarmar” al régimen de Saddam Hussein para preservar la paz y la seguridad en Oriente Próximo y el conjunto del planeta, y soslayó el problema jurídico por la falta de un mandato expreso del Consejo de Seguridad de la ONU para emprender una guerra ofensiva contra Irak e instalar luego allí un régimen de ocupación civil y militar. Bucarest fue signatario, el 5 de febrero, de la declaración de respaldo de los diez gobiernos europeos del denominado Grupo de Vilnius y luego pidió ser incluido en la relación de 30 gobiernos mundiales que el Departamento de Estado de Estados Unidos citó el 28 de marzo como aliados coyunturales en la inminente Operación Libertad Irakí.
En 2004, a medida que se acumulaban los estropicios políticos y militares en la convulsa posguerra irakí, Iliescu, en lo que fue auxiliado por Nastase, se sintió impelido a abogar ante la escéptica opinión pública nacional por la permanencia de las tropas en Irak no obstante el clima de violencia allí imperante, ya que su retirada “sólo crearía más desorden y anarquía”. Sin embargo, a medida que se acercaban las elecciones generales, el presidente consideró oportuno marcar una cierta distancia del proceso irakí, deslizando críticas a cómo se estaban conduciendo la transición política (“la democracia no puede ser impuesta desde el exterior”) y la reconstrucción material.
Por lo demás, Iliescu estableció una notable relación con el republicano Bush, a la luz de un intercambio epistolar, un cierto número de llamadas telefónicas y varios encuentros personales en los que los dos presidentes se destinaron mutuas alabanzas y expresiones de solidaridad. A continuación de la cumbre de la OTAN en Praga y dentro de su gira por cuatro países de Europa central y oriental, el norteamericano recaló en Rumanía el 23 de noviembre de 2002, e Iliescu, que ya había sido recibido por Bill Clinton en abril de 1993 y septiembre de 1995, le devolvió la visita en la Casa Blanca el 28 de octubre de 2003. Cuando las elecciones presidenciales de noviembre de 2004 en Estados Unidos, Iliescu se felicitó por la victoria a Bush frente a su oponente demócrata, John Kerry.
En Francia, el presidente Jacques Chirac, que se consideraba un buen amigo de Iliescu, presenció con irritación el intenso proamericanismo del rumano, que se expresó también en gestos como la firma el 1 de agosto de 2002, once meses antes de vencer el ultimátum lanzado por Estados Unidos a todos los países no aliados para acatar esta exigencia so pena de sufrir sanciones militares, de un acuerdo bilateral por el que Bucarest garantizaba la inmunidad de los súbditos estadounidenses frente a la acción extraterritorial de la Corte Penal Internacional (CPI), cuyo Estatuto Rumanía tenía firmado desde julio de 1999 y ratificado desde abril de 2002.
De hecho, Rumanía fue el primer país del mundo (el segundo fue Israel) que accedió a suscribir un acuerdo de este tipo con Estados Unidos, que estaba a resuelto a blindarse frente a la jurisdicción de la CPI y sus hipotéticas órdenes de extradición. La decisión de Iliescu y Nastase mereció una severa reprimenda de la Comisión Europea, que exhortó a los países en fase de preadhesión a esperar y a ajustarse a la posición común que los ministros de los Quince tomaran sobre el particular. El presidente de la Comisión, Romano Prodi, tachó de “lamentable” la iniciativa unilateral de los rumanos, pero poco después, el último de septiembre, fue el propio Consejo de la UE el que transigió al conceder la inmunidad frente a la CPI a los diplomáticos y militares de Estados Unidos sobre la base de los acuerdos bilaterales que cada Estado miembro tuviera o fuera a adoptar con ese país.
Iliescu no podía menos que ufanarse de que su agenda exterior estaba resultando decisiva para el éxito de la apuesta atlantista: las conversaciones oficiales de la adhesión arrancaron el 29 de enero de 2003, el Protocolo ad hoc fue firmado en el Consejo Atlántico de Bruselas el 26 de marzo de 2003 y el ingreso, por fin, tuvo lugar el 29 de marzo de 2004, cuando Nastase (y como él, sus colegas de Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Lituania, Letonia y Estonia) depositó el instrumento correspondiente en Washington.
En cuanto a la cuenta atrás para el ingreso en la UE, 2004, el último año de la presidencia de Iliescu, resultó decisivo, aunque no totalmente concluyente y no enteramente satisfactorio. El 8 de diciembre, los dos últimos capítulos de negociación (sobre 31) que aún quedaban abiertos, los relacionados con la competencia y los asuntos de justicia e interior, recibieron el carpetazo, luego toda la parte técnica de la fase de preadhesión quedaba finiquitada. El 17 de diciembre, el Consejo Europeo de Bruselas, al que Iliescu asistió ya como presidente saliente, estableció las fechas del 25 de abril de 2005 para la firma del Tratado de Adhesión y el 1 de enero de 2007 para la realización del ingreso.
Claro que los esfuerzos para la plena asimilación del acervo debían continuar. Más todavía, los Veinticinco impusieron a Rumanía (y a Bulgaria) una “cláusula de salvaguardia” en su Tratado de Adhesión por la que el ingreso podía ser pospuesto un año, hasta enero de 2008, si se observaban retrasos insuperables en el tramo final de la trasposición normativa, sobre todo en las áreas de justicia e interior, competencia y medio ambiente. Haciendo de tripas corazón, Iliescu valoró esta cláusula como una “alerta temprana” que debía galvanizar el “sentido de responsabilidad” del país. Antes del Consejo de Bruselas, el 29 de octubre de 2004, Iliescu asistió a la cumbre especial de Roma en la que los jefes de Estado y de Gobierno de los 29 países miembros de la UE firmaron el Tratado de la Constitución Europea. El líder rumano también firmó, como los primeros ministros de Bulgaria y Turquía, en calidad de observador.
En el rico haber internacional de Iliescu, que viajó mucho al exterior en su última presidencia, no pueden omitirse los encuentros y desencuentros sostenidos con los países vecinos de la Europa balcánica, central y oriental. Con Rusia, transcurridos casi doce años desde la desaparición de la URSS, se adoptó el 4 de julio de 2003 un Tratado de Relaciones Amistosas y Cooperación. El documento fue suscrito por Iliescu y Vladímir Putin en Moscú, y, entre otros puntos, condenaba tanto el Pacto Ribbentrop-Molotov de 1939, que dejó las manos libres a Stalin para anexionarse en 1940 la Besarabia –que hasta la Primera Guerra Mundial formó parte del Imperio ruso- y la Bukovina septentrional rumanas, como la participación de Rumanía en la guerra contra la URSS del lado de la Alemania nazi entre 1941 y 1944.
Al hilo de capítulo hay que exponer las fluctuantes, si no tormentosas, relaciones con Moldova, ex república soviética cuyo territorio se superpone, en buena parte, al de la antigua Besarabia rumana (ciertas áreas del norte y fundamentalmente la parte más meridional, desde la afluencia del Prut en el Danubio, al oeste, hasta el estuario del Dniéster, al este, forman hoy parte de Ucrania, en tanto que el Transdniéster, estrecha franja en la orilla derecha del río, es un antiguo territorio ucraniano que actualmente pertenece a Moldova). De acuerdo con el censo de 2004, el 78% de los moldavos son de hecho rumanos étnicos y el 16% de población eslava, casi todos rusos y ucranianos, se concentra en la región separatista del Transdniéster. El idioma moldavo no difiere del rumano más que por la abundancia de préstamos del ruso y el ucraniano, y por algunas pronunciaciones. Además, comparten el alfabeto latino.
En sus dos primeras presidencias, Iliescu había tenido una relación fluida con el primer presidente de la Moldova independiente, Mircea Snegur, un estadista cauteloso que intentó abrir un tercer espacio entre los sectores rusófilos y los sectores rumanófilos, algunos de los cuales eran abiertamente anexionistas, aunque a la larga se escoró hacia el segundo bando. Con todo, Snegur preservó siempre la estatalidad y la soberanía moldavas. Aunque Iliescu jamás impugnó la intangibilidad de las fronteras en esta parte de Europa, su calculada ambigüedad en algunos momentos y, más todavía, ciertos comentarios realizados en 1994 que parecieron poner en cuestión la estatalidad moldava, alentaron al otro lado del Prut las sospechas de que simpatizaba con la causa irredentista cara a la extrema derecha de su país, donde no faltaba heraldos de la Gran Rumanía. Todo esto, entre 1990 y 1996.
En su presidencia de la década siguiente, Iliescu empezó con buen pie con el presidente moldavo Petru Lucinschi, pero con su sucesor desde abril de 2001, el comunista prorruso Vladimir Voronin, los sucesivos encuentros no consiguieron desatascar la ratificación del Tratado Básico bilateral inicializado en abril de 2000 bajo la presidencia de Constantinescu, un texto que, en realidad, tampoco era apreciado por el presidente rumano debido a que no hacía referencia a la rumanidad del Estado moldavo, sino sólo a unas “raíces históricas comunes” y a una “comunidad cultural e idiomática”. Iliescu provocó las iras del Gobierno de Chisinau al insistir en que Moldova era un “segundo Estado rumano” y al afirmar que la unificación con Rumanía le parecía “una idea natural”. En abril de 2002, el Gobierno moldavo expulsó al agregado militar rumano con la acusación de entrometerse en los asuntos internos del país. Una reunión entre Iliescu y Voronin en el puesto fronterizo de Stanca-Costesti en agosto de 2003 sirvió para destensar las relaciones, pero en diciembre del mismo año las dos partes volvieron a las andadas.
En el cruce de recriminaciones, Iliescu y responsables institucionales del PSD tacharon de “estalinista” la nueva política de nacionalidades del Estado moldavo. El Gobierno moldavo acusó a su homólogo vecino de ser incapaz de reconocer la identidad nacional moldava. Voronin echó más leña al fuego al afirmar que las regiones históricas de Moldavia, Transilvania y Dobruja (que componen el moderno Estado rumano junto con el antiguo principado de Valaquia) no eran sino territorios “bajo ocupación rumana”, que en diciembre de 1989 Ceausescu no había conseguido escapar a Ucrania porque Iliescu había urgido a Gorbachov a que se impidiera aterrizar allí al derrocado Conducator, y que Iliescu mismo tenía que dar “respuestas a algunas preguntas” sobre su papel en aquella revolución. El mandatario rumano calificó estas declaraciones de “delirantes” y “aberrantes”, pero en enero de 2004 se corrigió a sí mismo al condenar el concepto irredentista de la Gran Moldavia y manifestar su “respeto” a la “realidad objetiva” de la independencia y la estatalidad de la República de Moldova. En mayo del mismo año, los dos presidentes volvieron a escenificar la remoción de la crispación en una cumbre celebrada en Mamaia, a orillas del mar Negro.
Con Hungría, las relaciones también experimentaron altibajos. En junio de 2001 Iliescu bramó contra la aprobación por el Parlamento de Budapest de la llamada Ley del Estatus, por la que el Estado húngaro otorgaba derechos propios de los ciudadanos húngaros (como la regulación del trabajo con carácter temporal, la educación universitaria gratuita y una cobertura sanitaria parcial) a los 2,5 millones de húngaros étnicos que eran nacionales de los países vecinos, Rumanía, Eslovaquia y Serbia, fundamentalmente, aunque los rumanos magiares eran, con diferencia, los más numerosos: más de 1,4 millones de personas, que representaban el 6,6% de la población rumana.
Bucarest acusó al Gobierno de Viktor Orbán de intrusión extraterritorial en un ámbito de soberanía como era la protección de las minorías étnicas, de quebrar la igualdad jurídica de los ciudadanos rumanos y de discriminar a los trabajadores temporeros con pasaporte rumano que no eran magiares. Iliescu fue tajante sobre la opinión que le merecía la Ley del Estatus: era “provocadora”, “divisionista”, “discriminatoria” y “antidemocrática”, amén de que daba “munición a las fuerzas del nacionalismo extremista [rumano], permitiéndoles intensificar su demagogia y populismo”. Para aplacar a sus vecinos, Orbán accedió a firmar con Nastase en Budapest el 22 de diciembre de 2001, antes de la entrada en vigor de la ley el 1 de enero de 2002, un “memorándum de entendimiento” por el que se extendían las ventajas de la contratación laboral temporal a todos los trabajadores rumanos sin distinción de etnia.
El Gobierno socialista que reemplazó al de la coalición centroderechista de Orbán dio pasos adicionales en la atenuación del malestar rumano: en junio de 2003, el Parlamento húngaro introdujo una enmienda restrictiva a la Ley del Estatus (traducida en la supresión de la referencia a la “nación húngara unificada” en su preámbulo y en el endurecimiento de las condiciones para acceder a la asistencia del Gobierno húngaro), y el 23 de septiembre siguiente, Nastase y el primer ministro Péter Medgyessy adoptaron en Bucarest un acuerdo con una serie de medidas suplementarias de ámbito bilateral que la derecha húngara, ahora en la oposición, consideró una “humillante” claudicación ante los rumanos.
Con Ucrania, de la que Constantinescu había obtenido un Tratado de Amistad en 1997, Iliescu mantuvo unos tratos correctos, aunque su acuerdo con el presidente Leonid Kuchma en la ciudad ucraniana de Chernivtsi (la antigua Cernauti bukovina) el 17 de junio de 2003, si bien confirmó la demarcación fronteriza fijada en 1961 por Rumanía y la URSS, dejó sin resolver el conflicto sobre la definición del límite marítimo a lo largo de la plataforma continental, en las proximidades de la isla de la Serpiente (Zmiyinyy Ostrov). De hecho, ésta era la única disputa territorial que tenía el país balcánico.
En añadidura, Iliescu sostuvo encuentros bilaterales y trilaterales con los presidentes de Turquía, Ahmet Necdet Sezer, y de Bulgaria, Petur Stoyanov y Georgi Pûrvanov, así como con el primer ministro de Grecia, Kostas Simitis. El 30 de abril de 2001 acogió en Bucarest a su colega de Macedonia, Boris Trajkovski, para la firma del Tratado Básico rumano-macedonio. Finalmente, hay que reseñar su participación regular en las cumbres de mandatarios de todos los organismos y foros regionales de los que Rumanía es miembro: la Cooperación Económica del Mar Negro (CEMN), la Iniciativa Centro Europea (ICE), la Iniciativa para la Cooperación de Europa del Sudeste (ICES), el Pacto de Estabilidad para Europa del Sudeste (PEES) y el Proceso de Cooperación de Europa del Sudeste (PCES).
Volviendo a la política doméstica, Iliescu no quiso despedirse de la Presidencia sin dejar un buen rosario de decisiones relevantes, algunas elogiadas y otras denostadas. En primer lugar, la promulgación con su puño y letra en febrero de 2001 de la Ley de Restitución de Propiedades, que abrió las puertas a la desnacionalización de bienes incautados por los comunistas tras la Segunda Guerra Mundial, espoleó un insólito acercamiento con el rey destronado en 1947, Miguel (Mihai) I, ya octogenario, que sostuvo varias reuniones con Iliescu.
Estos cordiales encuentros simbolizaron la reconciliación entre la República y los legitimistas monárquicos de la dinastía Hohenzollern, quienes obtuvieron del Gobierno algunas propiedades nacionalizadas –no así los palacios reales, considerados patrimonio del Estado y una fuente de ingresos turísticos- más el derecho a compensación económica. En tanto que antiguo jefe del Estado, Miguel recibió ciertos privilegios, como una pensión, un servicio de escoltas sufragado por el Ministerio del Interior y una residencia en Bucarest. Además, en febrero de 2003, próximo a cumplirse el quincuagésimo aniversario de su muerte en el exilio, los restos del rey Carol II, padre de Miguel, fueron repatriados de Portugal y enterrados en el monasterio ortodoxo de Curtea de Arges.
Otro capítulo de la actuación de Ilie