Thabo Mbeki

(Nota de actualización: esta biografía fue publicada en 4/2004. El ejercicio de Thabo Mbeki como presidente de Sudáfrica concluyó anticipadamente el 24/9/2008, tres días después de renunciar al cargo en respuesta a la retirada de la confianza por su partido, el ANC. Previamente, el 18/12/2007, Mbeki ya fue reemplazado como presidente del ANC por Jacob Zuma, al que a su vez la Asamblea Nacional invistió presidente de Sudáfrica el 25/9/2008.

En abril de 2004, al cumplirse la primera década de la democracia multirracial en Sudáfrica, la Asamblea Nacional reeligió para un segundo y último mandato quinquenal a Thabo Mbeki, sucesor de Nelson Mandela en la Presidencia de la República así como en el liderazgo del Congreso Nacional Africano (ANC), partido que goza de la hegemonía electoral. La gestión de este veterano luchador anti apartheid, uno de los dirigentes más poderosos del continente negro y hombre de compleja personalidad, pragmático a la vez que visionario, ha combinado el liberalismo y el gradualismo en los terrenos económico y social, donde inquietan la pobreza y la criminalidad, y actitudes intransigentes como la mostrada en el debate sobre el sida. Su activismo internacional, muy ambicioso, ha perseguido el diálogo y la cooperación en los ejes Sur-Sur y Norte-Sur, a través de la Unión Africana y el NEPAD, así como la pacificación de los conflictos africanos.

1. Militante del Congreso Nacional Africano
2. De la lucha contra el apartheid a la Vicepresidencia de la República
3. Pragmatismo para afrontar los retos sociales y económicos
4. Sucesión de Mandela y continuidad de las políticas de Gobierno
5. La polémica sobre el origen y el tratamiento del sida
6. Reelección presidencial en la primera década de la democracia multirracial
7. Una densa agenda internacional: la UA, el NEPAD y los conflictos africanos


1. Militante del Congreso Nacional Africano

Nacido en un entorno rural pero ilustrado del Cabo Oriental, en el territorio de lo que entre 1976 y 1994 fue el bantustán teóricamente independiente de Transkei, y perteneciente a la etnia mayoritaria xhosa, su padre, Govan Mbeki (1910-2001), hijo de un jefe tribal y con formación universitaria, gozaba de una posición relativamente desahogada como profesor y editor de prensa.

Mbeki era militante tanto del Partido Comunista de Sudáfrica (SACP) como del Congreso Nacional Africano (ANC), el movimiento político fundado el 8 de enero de 1912 para defender los derechos de la mayoría negra frente al exclusivismo blanco que patrocinaba el Gobierno de la entonces Unión de Sudáfrica. En los años cuarenta y cincuenta, Mbeki padre se destacó como dirigente del ANC y animador del movimiento obrero negro en la región del Cabo Oriental. La madre del niño, Epainette Mbeki, también estaba involucrada en la docencia y en actividades reivindicativas.

Mbeki y sus tres hermanos pasaron largas temporadas bajo el cuidado de amigos y familiares para que su educación, empezada en escuelas de primaria de Idutywa y Butterworth, no se viera perturbada por las vicisitudes políticas del padre. En efecto, Govan Mbeki siempre se hallaba mal encarado con las autoridades, y más a partir de 1948, cuando la victoria electoral del derechista Partido Nacional (NP) de Daniel François Malan trajo, a través de una madeja de leyes discriminatorias y represivas que cimentaron jurídicamente y reforzaron lo que ya venía sucediendo en la práctica, el inicio formal del régimen de segregación racial o apartheid, administrado con puño de hierro por los sectores más intransigentes y conservadores de la minoría blanca descendiente de los colonizadores holandeses, británicos y alemanes.

Pero el estímulo aleccionador de sus progenitores y el estado de agitación levantisca entre la población negra del Cabo suponían una incitación irresistible a la acción política. Ya a los 14 años de edad, hacia 1956, siendo un estudiante de secundaria, Mbeki empezó a militar en las juventudes del SACP y de ahí pasó a la Liga de la Juventud del ANC (ANCYL) que encabezaba una generación anterior de militantes jóvenes, entre ellos el abogado Nelson Mandela, un paisano del Cabo Oriental y miembro del Comité Ejecutivo Nacional (NEC) del partido.

La ANCYL actuaba desde 1944 como la vanguardia social del movimiento, que en 1949, rompiendo con las fórmulas legalistas practicadas hasta entonces sin éxito alguno y en respuesta al golpe de timón represivo del NP, había adoptado una estrategia de lucha extraparlamentaria no violenta, apoyándose en un movimiento de masas abierto a los ciudadanos blancos, indios y mestizos, aplicando un programa de acción consistente en huelgas, boicots y actos de desobediencia civil, y esgrimiendo un plantel de exigencias cívicas y políticas que no admitía discusión, empezando por la igualdad jurídica de todos los ciudadanos sin distingos de raza y la elección de un parlamento representativo sobre la base del principio democrático de un hombre, un voto. Inspiración fundamental para el ANC eran las campañas lideradas por el Mahatma Gandhi en India contra el colonialismo británico, pero la idea de permitir participar en la lucha a activistas no negros fue contestada por un sector del partido capitaneado por Robert Sobukwe, que en diciembre de 1959 se escindió y fundó el Congreso Panafricano (PAC), notoriamente más radical y escorado a posturas del chovinismo negro.

Cuando en 1959, precisamente, una huelga suspendió las clases en su escuela de segundo grado en Alice, al sudoeste de su Idutywa natal (en la actual municipalidad de Nkonkobe), y el centro fue clausurado, Mbeki prosiguió los estudios en casa para poder examinarse en el St. John's High School de Umtata, futura capital de Transkei, y obtener el certificado en inglés. En 1960, el año de la tristemente célebre matanza de Sharpeville, que mostró el rostro más feroz del régimen segregacionista, y del decreto por el Gobierno del primer ministro Hendrik Verwoed de la ilegalización (8 de abril) del ANC al socaire del estado de emergencia, el muchacho se desplazó al área de Johannesburgo y se puso a las órdenes del entonces secretario general del partido, Duma Nokwe, y de sus antecesores en el cargo, Oliver Tambo, ahora vicepresidente, y Walter Sisulu, que integraban con Mandela el trío de dirigentes más enérgicos y carismáticos.

Contar con ese patrocinio permitió a Mbeki ser elegido en diciembre de 1961 secretario general de la Asociación de Estudiantes Africanos (ASA), organización que hacía proselitismo a favor del ANC en escuelas y universidades, y que tenía como rival a la Unión de Estudiantes Africanos de Sudáfrica (ASUSA), la cual era a su vez el frente estudiantil del PAC. Según parece, Mbeki estableció por vez primera un vínculo personal con Mandela en los últimos días de 1961, cuando éste, desengañado de las posibilidades de la lucha no violenta contra el Gobierno blanco, acababa de pasar a la clandestinidad para dotar al ANC de su primer brazo armado, el Umkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación), concebido como un ejército popular al servicio de la causa de la liberación nacional, aunque esta protoguerrilla nunca iba a suplantar a la lucha desarrollada en el frente civil como el principal ariete contra el apartheid.

Cada vez más absorbido por la acción política, que concentraba en el área de Pretoria-Witwatersrand, y con un pie en la subversión, Mbeki sólo fue capaz de terminar el primer año de la carrera de Economía mediante un curso por correspondencia impartido por la Universidad de Londres. En 1962, el año en que Mandela fue definitivamente encarcelado, la Policía desarticuló la ASA y arrestó a la mayoría de sus miembros. Mbeki evadió el cerco y, siguiendo instrucciones del partido, consiguió llegar al Reino Unido por una arriesgada vía de escape que supuso atravesar los territorios de las futuras Zimbabwe y Zambia, que entonces formaban una entidad llamada Federación de Rhodesia y Nyasalandia, sujeta al régimen colonial británico, así como Tanganyka, más tarde Tanzania, que en aquel momento ya constituía un Estado independiente dotado de un Gobierno negro izquierdista y antiimperialista presidido por Julius Nyerere, y que ofreció el puerto de embarque a Europa. Su padre no pudo zafarse de la ola de represión que se abatió sobre el ANC: Govan Mbeki dio con los huesos en la cárcel y desde 1964 compartió una condena a cadena perpetua como reo de sabotaje y conspiración para derrocar al Gobierno con su amigo y camarada Mandela, aunque los dos dirigentes no siempre coincidían ideológicamente.

Thabo encontró en la antigua metrópoli el sosiego que necesitaba para completar su formación académica. En 1966 obtuvo el título de licenciado en Economía por la Universidad de Sussex en Brighton y, al margen de su recién adquirida especialidad, escribió un estudio sobre la poesía romántica inglesa. Tomó parte activa en la organización de la sección estudiantil del ANC en Gran Bretaña, y una vez terminado su compromiso con las aulas entró a trabajar en la misión que los congresistas tenían en Londres. Allí, siguió los dictados de Tambo, que por esa misma época, en 1967, sucedió al fallecido Albert Lutuli —galardonado en 1960 con el primero de los tres premios Nobel de la Paz que iban a prestigiar al movimiento anti apartheid— en la jefatura del partido.

Librado de la cárcel en casa, convertido en el máximo representante del ANC en el exilio y artífice de la potente red diplomática y propagandística del movimiento, Tambo mandó a Mbeki a la URSS en 1970 para que recibiera un cursillo de adiestramiento militar. Al año siguiente, Mbeki se movió a Lusaka, la capital zambiana, donde el partido, que tenía plenas facilidades para operar bajo la protección del presidente Kenneth Kaunda, le nombró secretario adjunto del Consejo Revolucionario. Se trataba éste de un órgano encargado de desarrollar el entramado clandestino en suelo sudafricano y de mantener viva la llama de la lucha contra el régimen, que en 1976 perpetró su peor masacre de manifestantes en el gueto de Soweto, en el extrarradio de Johannesburgo.

Hay constancia de que en la segunda mitad de la década de los setenta Mbeki actuó desde Mozambique —colonia portuguesa que en 1975 accedió a la independencia de la mano del partido marxista FRELIMO de Samora Machel y que brindó otra excelente base de retaguardia a los nacionalistas negros sudafricanos— como traficante de armas destinadas al aparato militar del ANC. Asimismo, desde 1973 desempeñó en Botswana, Lesotho, Swazilandia y Nigeria tareas de representante del partido conducentes a la apertura de oficinas en las respectivas capitales, y también de enlace entre los líderes históricos del ANC y los distintos colectivos de apoyo en el exilio, todo ello hasta febrero de 1978, cuando regresó a Lusaka para asistir a Tambo como secretario personal. En 1975, al año de contraer matrimonio con Zanele Dlamini, el ANC recompensó sus servicios a la causa dándole asiento en el NEC, la máxima instancia del partido.

En 1981 la Policía secreta sudafricana secuestró a un hijo de Mbeki, Kwanda, que —las fuentes son discrepantes en este punto— tanto podría ser biológico, fruto de una relación no formalizada en sus años de estudiante, como adoptado, cuando se disponía a reunirse con su padre en el exilio. Con este atropello, el Gobierno de Pretoria, probablemente, pretendía obligar a Mbeki a que se entregara a cambio de la libertad, o la vida, del muchacho.

El posible chantaje criminal terminó en tragedia: nunca más se supo de Kwanda Mbeki, que, es prácticamente seguro, fue asesinado por sus captores. Igual suerte pudo correr su tío, Jama Mbeki, desaparecido asimismo en 1982. El hermano del futuro presidente habría terminado sus días en los calabozos del régimen, o bien a manos de la Policía del reino de Lesotho. Cabe suponer que estas brutales experiencias extremaron el aborrecimiento que Mbeki sentía hacia los amos ilegítimos de Sudáfrica.

En 1979, rigiendo el Gobierno del primer ministro Pieter Botha y el presidente Balthazar Vorster —dos adalides del NP más recalcitrante—, Mbeki, inesperadamente, ya que se había acreditado como un exponente del ala radical del partido, figuró entre los miembros del NEC que con más vigor defendieron el cambio de estrategia auspiciado por Tambo sobre el abandono de toda veleidad de derrocar al régimen por la vía militar, perspectiva que resultaba más utópica que otra cosa, y la concentración de todos los esfuerzos en el frente de lucha política y sindical. Ésta, debían librarla codo con codo el ANC, el PAC (el cual, empero, se resistió a este regreso a los métodos anteriores a 1961) y, luego de su fundación en 1985, el Congreso de Sindicatos Sudafricanos (COSATU).


2. De la lucha contra el apartheid a la Vicepresidencia de la República

En 1984 Mbeki ascendió a la dirección del Departamento de Información y Publicidad del ANC, y desde esta oficina eminentemente civil desarrolló una exitosa campaña de relaciones públicas que contribuyó a agudizar el aislamiento internacional del Gobierno de Bhota, cuyo programa de tímidas reformas políticas iniciado en 1983 fue condenado sin paliativos por mantener intacto el andamiaje legal que convertía a los 20 millones de sudafricanos negros (que no eran sino los retoños de la población autóctona) en ciudadanos de tercera, despojados de derechos, marginados y explotados, cuando no reprimidos a punta de pistola.

Pero, al mismo tiempo, en tanto que miembro del Consejo Político y Militar del partido, Mbeki planificó una campaña de sabotajes y huelgas que buscaba poner al régimen contra las cuerdas y desnudarlo ante el mundo en su naturaleza obcecada y implacable, a fin de, ya en una segunda fase, conducirlo a una mesa de negociaciones, siguiendo el ejemplo descolonizador de Zimbabwe-Rhodesia. Dentro de esta estrategia, Mbeki sondeó la cooperación con los pequeños partidos blancos liberales opuestos al dominio de NP y el apartheid, que iban a fusionarse en vísperas de las elecciones legislativas de septiembre de 1989 (últimas en las que no pudieron participar los negros), dando lugar al Partido Democrático (DP), y también con la clase empresarial y financiera, que estaba muy preocupada por el impacto de las sanciones internacionales.

Progresivamente inclinado al posibilismo y mostrando no poca paciencia, Mbeki trabajó con Tambo y el resto de la plana mayor del ANC en el exilio en pro del diálogo con el Gobierno de Bhota, que en 1986 desató otra terrible ola represiva contra los suburbios densamente poblados de Johannesburgo, Ciudad del Cabo y Port Elizabeth. Paralelamente, desde su celda y un poco por su cuenta y riesgo, Mandela emprendió con sus carceleros una serie de comunicaciones que al principio fueron de tanteo y secretas, pero que luego iban a producirse públicamente y al más alto nivel, permitiendo intuir un desenlace negociado del conflicto.

Esta impresión se reforzó con gestos como el de la puesta en libertad, el 5 de noviembre de 1987, de Govan Mbeki, 23 años después de ser internado en la prisión de máxima seguridad de Robben Island, aislada en el mar a 11 km de Ciudad del Cabo, y donde hasta hacía tres años había purgado también su cadena perpetua Mandela, ahora recluido en la prisión de Pollsmoor, en el continente. Los otros seis condenados en el proceso de 1964, entre los que estaba Sisulu, tampoco fueron excarcelados en esta ocasión. Es muy probable que la liberación de Mbeki padre, que para muchos era la segunda personalidad del ANC en estatura moral detrás de Mandela, fuese una medida de gracia arrancada por el equipo de Tambo y, por ende, el propio hijo del amnistiado, en atención a su avanzada edad (77). Y eso, a pesar de que el Gobierno seguía considerándole un comunista irredento susceptible de violar la Ley de Supresión del Comunismo de 1950, y de que él mismo, en su primera rueda de prensa, se negara a abjurar de la violencia como instrumento de lucha política.

Todo indicaba que existían contactos subterráneos entre la cúpula del ANC y el Gobierno, aunque las conversaciones políticas en firme, por el momento llamadas "secretas", no recibieron el banderazo de salida hasta después de la entrevista de Mandela y Botha en la residencia presidencial de Pretoria en julio de 1989. Mbeki pasó a encabezar el Departamento de Asuntos Internacionales del partido y el NEC le nombró comisionado en las primeras reuniones formales con los representantes del nuevo presidente de la República desde agosto, Frederik de Klerk, quien se mostraba dispuesto a iniciar la era de las reformas liberalizadoras y que deseaba saber si la dirección del ANC en el exilio respaldaba la transición no traumática y consensuada que Mandela preconizaba. En enero de 1990 Mbeki se reunió en Zambia con su padre después de 27 años de separación.

El 27 de abril de 1990, después de producirse la vuelta a la legalidad del ANC (el 2 de febrero, a la par que el SACP, el PAC, el COSATU y otras organizaciones) y la liberación de Mandela (11 de febrero), Mbeki y otros ilustres exiliados retornaron a Sudáfrica, donde él no había puesto el pie desde hacía 28 años. Ya sin temor a sufrir persecución del Estado y sin necesidad de moverse en la clandestinidad, Mbeki prosiguió su labor discreta como interlocutor en las negociaciones para el desmantelamiento del entramado jurídico e institucional del apartheid, complicado proceso que iba a estar trufado de mutuas desconfianzas y acusaciones, si no de las tensiones generadas por embates tan peligrosos como los sangrientos enfrentamientos en KwaZulu (Natal) entre xhosas, mayoritariamente identificados con el ANC, y los zulúes del Partido Inkatha de la Libertad (IFP) que lideraba el primer ministro del bantustán, Mangosuthu Buthelezi. Además, elementos de la extrema derecha blanca intentaron sabotear lo ineluctable mediante provocaciones terroristas.

Valorado como un profesional de la política astuto, un negociador hábil y un perfecto conocedor de los entresijos del movimiento al que pertenecía, la figura relativamente ambigua de Mbeki, proclive a incómodas comparaciones con Mandela, suscitaba aprensión en la minoría blanca por su pasado inequívoco y por el rencor que destilaban algunas de sus declaraciones. Por el otro lado, su imagen de burócrata frío y calculador, reacio al contacto físico con las masas —en un país donde la espontaneidad y la bonhomía en los tribunos de color se valora por encima de todo, y se demuestra saliendo a bailar una danza tradicional o un ritmo moderno—, le hacía acreedor de apoyos más que templados entre las bases del ANC. Aunque podía hacer gala de jovialidad y sonreír a espuertas, Mbeki, con sus maneras sofisticadas, estaba lejos de ser un líder carismático, además de que su fama no podía compararse a la de su padre, un histórico del movimiento elevado a la categoría de mártir de conciencia.

El caso es que Mbeki secundó a Mandela en sus exhortaciones a la moderación y la cooperación con las reformas emprendidas por de Klerk, rogativas que no hallaron eco en los extremistas de izquierda del PAC, el cual siguió apostando por la vía revolucionaria y la supresión del poder blanco por la fuerza, aunque el margen de maniobra de este grupo disminuía a ojos vista. Una decisión crucial del ANC fue, el 6 de agosto de 1990 y en virtud de la llamada Acta de Pretoria, renunciar solemnemente a la lucha armada y comprometerse junto con el Gobierno a hacer lo posible para reducir la violencia de signo político, la cual, al contrario, iba a alcanzar en los tres años siguientes unos niveles estremecedores.

Mbeki vio fortalecida su posición ejecutiva en la primera conferencia nacional celebrada por el ANC en suelo patrio desde 1959, la cuadragésimo octava desde 1912, del 2 al 6 de julio de 1991. Reunidos en Durban, los congresistas aprobaron reorganizarse como un partido político propiamente dicho, dejar atrás las connotaciones revolucionarias propias de los movimientos de liberación y confiar en la línea pragmática. La cita fue histórica también porque supuso la elección de Mandela como presidente ejecutivo en sustitución de Tambo, que estaba enfermo y hospitalizado en Suecia, y el encumbramiento de una nueva generación de activistas, el más brillante de los cuales, el líder del sindicalismo minero Cyril Ramaphosa, relevó a Alfred Nzo en la secretaría general.

Con el venerable Sisulu aupado al puesto de vicepresidente para que dispensara consejo y arbitraje, el trío de lugartenientes de Mandela con más peso político y mejores dotes para la organización y la interlocución quedó conformado por Mbeki, Ramaphosa y Chris Hani. Éste último era actualmente el secretario general del SACP, amén de miembro del NEC, y hasta el año anterior había sido el jefe del Estado Mayor del Umkhonto we Sizwe, el cual observaba la suspensión de la lucha armada y retrasaba su disolución formal hasta la completa abolición del apartheid y la promulgación de una Constitución democrática.

Aunque en las actuales circunstancias se antojaba prematuro hablar de sucesión, la edad (73 años) de Mandela, a pesar de hallarse en plenitud de facultades y de que a nadie se le pasaba por la cabeza que fuera reemplazable hasta la conclusión de la transición y aún varios años después, suscitaba inevitablemente las especulaciones sobre favoritos o delfines. Ramaphosa, con 38 años, era demasiado joven para aspirar a la jefatura del movimiento, y además se le veía más útil y valioso en su papel auxiliar. Sin duda, Mbeki y Hani, que por contraste fueron ubicados respectivamente en un ala moderada y en otra radical, eran los dirigentes mejor situados para suceder a Mandela algún día.

Las dudas sobre el particular se aclararon de la manera más trágica el 10 de abril de 1993, cuando Hani fue asesinado a las puertas de su casa por un ultraderechista blanco. Tras este magnicidio, que puso a prueba el temple de los congresistas y que no consiguió su objetivo de descarrilar las negociaciones políticas, Mbeki quedó perfilado como el número dos del partido. Su condición de heredero fue establecida de manera oficial el 31 de agosto de 1993, cuando el NEC, a instancias de Mandela, le confirió el puesto de presidente nacional (national chairperson), que estaba vacante desde el fallecimiento de Tambo el 24 de abril anterior. Con todo, sus partidarios, en especial la dirigencia de la ANCYL, habrían preferido que hubiese desplazado a Sisulu en la vicepresidencia ejecutiva. Esta promoción orgánica iba a demorarse hasta la 49ª Conferencia Nacional, celebrada en Bloemfontein en diciembre de 1994, cuando Sisulu (fallecido en 2003) anunció su jubilación política.

El economista fue una de las eminencias grises del ANC que, primero en el seno de la Convención por la Democracia en Sudáfrica (CODESA, I y II) y luego, desde abril de 1993, al fracasar la anterior, en el Foro de Negociaciones Multipartitas (informalmente llamado CODESA III), consensuó los mecanismos y las instituciones para el período de transición, los términos de la Constitución provisional y los detalles de las elecciones multipartidistas, convocadas para los días 26 y 27 de abril de 1994, así como el Gobierno de coalición que debía emanar de las mismas. Sin embargo, esta labor fue de puertas hacia dentro, en tanto que Ramaphosa, como negociador jefe, acaparaba la atención del público. Toda vez que muchos cuadros del partido estaban disconformes con las, así les parecía, excesivas concesiones al NP y el IFP, que falseaban el verdadero peso político del ANC y sus aliados, fue Ramaphosa quien cargó con las acusaciones de claudicación, mientras que la reputación interna de Mbeki quedó intacta.

Con toda lógica, Mbeki fue la persona escogida por Mandela para flanquearle como primer vicepresidente —la Vicepresidencia segunda recayó en el ahora ex presidente de Klerk— en el Gobierno de Unidad Nacional (ANC, SACP, NP e IFP) que entró en funciones el 11 de mayo, si bien el presidente y los vicepresidentes asumieron un día antes. Las tomas de posesión acontecieron en un ambiente de euforia generalizada, que las masas negras vivieron con un fervor prácticamente mesiánico, y al cabo de las históricas elecciones de abril, en las que el ANC, en una victoria arrolladora conocida de antemano, capturó con el 62,6% de los votos 252 de los 400 escaños de la nueva Asamblea Nacional multirracial, y de la investidura de Mandela por los diputados.


3. Pragmatismo para afrontar los retos sociales y económicos

En los cinco años siguientes, y puede decirte que también después, Mbeki sufrió un permanente déficit de popularidad, no correspondido con el nivel de aceptación de su partido, que en parte se debió al hecho de estar a la sombra de un hombre de talla excepcional e idolatrado por un pueblo agradecido, Mandela, con seguridad, el estadista más admirado del mundo, en el poder o fuera de él, y un mito viviente. El vicepresidente, que en junio de 1996 quedó como el único del Ejecutivo al decidir de Klerk y el NP retirarse del mismo por considerar que, con la aprobación de la nueva Constitución, el período transitorio tocaba a su fin y el Gobierno de Unidad Nacional ya no era necesario, continuó desempeñando un rol facilitador muy importante en la magna empresa de Mandela, que alcanzó algunos objetivos fundamentales, a saber: la implicación de las élites blancas en la normalización del país, luego de calmar sus últimos recelos; el desarme dialéctico de la extrema derecha racista, que cayó en la más completa irrelevancia y se automarginó del escenario político, al igual que el PAC; y, el apaciguamiento de las violencias sectarias en la provincia de KwaZulu-Natal, luego de ir aceptando el IFP, con Buthelezi como ministro del Interior, su posición forzosamente secundaria en el nuevo orden nacional.

Mandela, y en esto Mbeki no tenía nada que objetar, definió unas reglas del juego que equilibraban el dominio político indiscutible del ANC, el cual renunciaba a ejercer el rodillo negro (aunque la no tenencia de la mayoría absoluta de dos tercios en el Legislativo, requerida para aprobar reformas constitucionales, tampoco era un estímulo para hipotéticas tentaciones hegemonistas), con la concesión de parcelas de poder y de responsabilidad a otros partidos destacados que no necesariamente eran aliados naturales, e incluso ni siquiera fácticos. Este esquema, de hecho, la antípoda del cambio de tornas con ánimo revanchista, un escenario temido y deseado en las dos comunidades raciales en 1994, era considerado por sus artífices crucial para la viabilidad del sistema pos-apartheid, por lo menos a corto plazo. Así, Mandela confió al entorno del NP, que en los comicios había obtenido un meritorio 20,4% de los sufragios y 82 escaños, una serie de ámbitos clave, como la dirección económica y empresarial, la cual, por lo tanto, apenas alteró al principio su componente casi exclusivamente blanco, y, ya en régimen de cogestión, la defensa y la seguridad interior.

El ANC, no sólo hizo suyos los principios de la democracia parlamentaria más exquisita, con una verdadera oposición parlamentaria (aunque sin posibilidad de alternancia), una libertad de prensa que para sí quisieran algunos países europeos, un poder judicial independiente y el marco jurídico que brindaba una de las Constituciones más progresistas del mundo. También, encontró compatible su definición socialista con la preservación del sistema capitalista y la economía de libre mercado, hasta el punto de inaugurar una nada acomplejada campaña de privatizaciones y liquidación de monopolios del Estado, gracias a la cual numerosos dirigentes y activistas del partido, empezando por Ramaphosa (que fue denostado por sus antiguos camaradas del COSATU), descubrieron su faceta de avezados hombres de negocios, lucrados en el proceso, eso sí, con manifiesto favoritismo. En los medios izquierdistas no tardaron en escucharse expresiones de decepción y enfado por el abandono de las metas más ambiciosas de justicia social.

El oficialismo congresista, sólidamente instalado en el Gobierno y el NEC, se decantó por unas políticas públicas vigorosas que hicieran posible la distribución de la renta nacional, la corrección de las abismales diferencias socioeconómicas en función de la raza y, sin proclamarlo abiertamente, para no dar pábulo a acusaciones de elitismo, la creación de una burguesía y una clase media negras liberadas de mentalidad asistencial y dispuestas a luchar por una parcela de riqueza en un contexto competitivo. Se apreciaban formidables obstáculos, y Mbeki, en su informe estratégico De la Resistencia a la Reconstrucción y el Desarrollo, adoptado por los congresistas como base teórica y de trabajo en la Conferencia Nacional de Bloemfontein, advirtió que, si bien la mayoría negra había conquistado el poder político, Sudáfrica continuaba siendo una sociedad racialmente dividida, con la función pública, la Policía, las Fuerzas Armadas y la judicatura aún copadas por los blancos.

En este sentido, Mbeki y Mandela se mostraron más —por no decir únicamente— reformistas que revolucionarios, y más gradualistas que expeditivos. Mbeki, en particular, si era un criptocomunista, como algunos sostenían, no lo demostró en la práctica de gobernar. Ni en la ejecución, ni en la planificación, ya que no otro sino él fue el redactor del programa económico del partido, muy bien acogido por el FMI. En conjunto, el ANC impartió unas directrices que tanto podían ser calificadas de socialdemócratas, por el papel central reservado al Estado en la mejora de los estándares de vida de las extensísimas capas de población pobre que nutrían su electorado, como de social-liberales, o, directamente, liberales, al conceder grandes facilidades al capital corporativo e introducir desregulaciones, inclusive en el mercado laboral.

Por lo que se refiere a la jefatura del movimiento, las previsiones sucesorias las activó Mandela en julio de 1996 con su anuncio de que no iba a presentarse a la reelección en 1999 y de que propondría a Mbeki para tomar las riendas del partido y el Gobierno. La transferencia de la presidencia ejecutiva del ANC y la proclamación de la candidatura a presidente de la República se produjeron el 18 de diciembre de 1997 en la 50ª Conferencia Nacional, celebrada en Mafikeng. El evento no pudo ser calificado de paseo triunfal para Mbeki, ya que sus candidatos para ocupar dos puestos cimeros, la vicesecretaría general y la presidencia nacional, perdieron la partida respectivamente ante Thenjiwe Mtintso y Patrick Terror Lekota, tratándose este último del antiguo líder del Frente Democrático Unido (UDF, organización de masas creada por el ANC en 1983 para fortalecer el elemento popular del combate contra el apartheid) y del primer ministro de la provincia del Estado Libre entre 1994 y 1996.

Ramaphosa, que empezaba a mostrarse más interesado en convertirse en un magnate empresarial que en la política, fue reemplazado como secretario general por Kgalema Motlanthe, hombre procedente también del sindicalismo minero y portavoz de fuertes críticas al liberalismo económico del Gobierno. Jacob Zuma, cerebro de la red de inteligencia del movimiento en los años de lucha y presidente nacional desde 1994, asumió la vicepresidencia que Mbeki desocupaba. A partir de este momento, Mbeki fungió como el jefe del Gobierno en la práctica, a medida que Mandela iba alejándose del ejercicio rutinario del poder y destinaba gran parte del tiempo a la actividad internacional en su sentido más amplio y a cumplir con su papel simbólico de padre de la nación, mediante giras, visitas y actos de contenido moral y aleccionador.

En su etapa de vicepresidente de la República, Mbeki vio cuestionada su credencial de estadista ponderado cuando le tocó valorar los trabajos de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (TRC), que Mandela, en aras de la unidad nacional y la reparación histórica, convocó por decreto-ley en julio de 1995 con un mandato preciso: elucidar las masivas violaciones de los Derechos Humanos cometidas durante el apartheid, pero sin que de las conclusiones se derivaran consecuencias penales con carácter vinculante. Formada por un panel de personalidades independientes y presidida por el insigne luchador antirracista Desmond Tutu, obispo anglicano de Ciudad del Cabo y premio Nobel de la Paz, la TRC publicó en octubre de 1998 el resultado de tres años de investigaciones haciendo un balance mixto en lo referente al reparto de culpas, aunque muy contundente en cuanto a la gravedad de los hechos indagados: el Estado racista blanco había sido el responsable de la mayoría de los crímenes y abusos, pero el movimiento de liberación negro también había perpetrado atrocidades, por todo lo cual se recomendaba el procesamiento judicial de Botha, Buthelezi y Winnie Mandela, la controvertida ex esposa del presidente, jefa de la Liga de Mujeres del ANC y miembro del NEC (y que, por cierto, sentía hacia Mbeki un aborrecimiento que era correspondido).

El informe del TRC sacudió al partido con la fuerza de un terremoto, y Mbeki, quien personalmente no salió muy bien parado de los testimonios escuchados en las vistas orales, tuvo una reacción furibunda, tildando el documento de "erróneo" e "insensato", aunque Tutu replicó que se equivocaba si había pensado que la comisión iba a tratar al ANC con más indulgencia que al NP o el IFP. Tal vez sin pretenderlo, Mbeki se vio al frente de un sector del partido que se negó en redondo a emitir una disculpa por cualquier aspecto escabroso de la lucha contra el apartheid, concitando imputaciones de dogmatismo y chovinismo. De hecho, el vicepresidente, sabedor del escándalo que se avecinaba, y sin consultar a Mandela y otros miembros del NEC, promovió contra la TRC una querella legal en nombre del ANC para impedir la publicación del informe, pero horas antes de la ceremonia un juez dictaminó que la solicitud era inconstitucional.

Mandela, que recibió de Tutu el documento, expresó su apoyo incondicional al trabajo hecho por la Comisión y aceptó el informe en su integridad. Más aún, admitió explícitamente que el movimiento, a pesar de librar una “guerra justa” y una “lucha heroica” contra el apartheid, había cometido “graves violaciones de los Derechos Humanos”. El presidente reconoció que él y el vicepresidente tenían una “opinión diferente” sobre el particular, pero insistió en que no había conflicto entre los dos. De todas maneras, este áspero episodio sirvió para subrayar las fuertes diferencias de talante entre Mbeki, el intransigente, y Mandela, el ecuánime, y al principio pareció que la credibilidad del primero como estadista había quedado irremisiblemente dañada, pero la tormenta amainó a tiempo para las elecciones generales, no corriendo peligro su candidatura presidencial.


4. Sucesión de Mandela y continuidad de las políticas de Gobierno

En las elecciones parlamentarias del 2 de junio de 1999 el ANC y su satélite, el SACP, cosecharon un aplastante 66,4% de los votos, dos puntos más que en 1994, y 266 escaños, uno menos de los necesarios para introducir enmiendas a la Constitución en solitario, pretensión que Mbeki había insinuado. Los segundos comicios generales de la era pos-apartheid supusieron también la sustitución del NP, ahora llamado Nuevo Partido Nacional (NNP) y metido en un declive del que ya no se iba a recuperar, por el DP de Tony Leon como el principal partido de la oposición, y la confirmación de la irrelevancia de los extremismos blanco (el afrikaner Frente de la Libertad) y negro (PAC), que, gracias al sistema electoral proporcional, mantuvieron una representación testimonial de tres escaños cada uno pese a no haber alcanzado ni el 1% de los votos.

El 14 de junio Mbeki fue investido por la Asamblea y dos días después tomó posesión como presidente de la República de Sudáfrica para los próximos cinco años, en una ceremonia a la que asistieron delegaciones de 80 países y organizaciones internacionales. En el Gabinete que alineó, el cual siguió siendo de coalición con el IFP, los ministerios económicos no cambiaron de titular: Trevor Manuel continuó en Finanzas y Alec Erwin hizo lo propio en Industria y Comercio, tratándose ambos de dos destacados miembros blancos del NEC (Erwin era además miembro del SACP), lo que era un mensaje de continuidad destinado a los mercados. Jacob Zuma subrayó su condición de número dos del congresismo al recibir la Vicepresidencia. Buthelezi fue renovado también en Interior, mientras que Nkosazana Dlamini-Zuma (ex exposa de Jacob, de quien llevaba dos años divorciada) sustituyó al veterano Alfred Nzo en Exteriores y Terror Lekota en Defensa a Joe Modise, antiguo comandante en jefe del Umkhonto we Sizwe y un dirigente popular que, como Ramaphosa años antes, amenazaba con hacerle sombra a Mbeki. Aparte, cabe añadir que el anciano padre del flamante jefe del Estado fue elegido vicepresidente del Senado, a modo de homenaje y reconocimiento a sus largos años de lucha política.

Empleando su tono más amistoso, Mbeki aseguró que Sudáfrica necesitaba la "reconciliación" (precisamente, el fundamento de la TRC, a la que había intentado torpedear el año anterior) y prometió gobernar "sin arrogancia y con responsabilidad", con la mirada puesta en los enormes problemas que el quinquenio de Mandela había dejado sin resolver, a saber: el paro masivo, que afectaba ya al 35% de la población activa; el aún abrumador subdesarrollo de buena parte de los 32 millones de ciudadanos negros que conformaban el 75,2% de la población (frente a un 13,6% de blancos, un 8,6 de mestizos y un 2,6% de asiáticos de origen indostánico); la explosión de la criminalidad común, con 25.000 asesinatos y 50.000 violaciones al año; y, el impacto brutal de las enfermedades endémicas, desde la tuberculosis hasta el cólera pasando por el sida, que presentaba las más lúgubres perspectivas.

Para colmo de males, Sudáfrica atravesaba una etapa de anemia económica (paradójicamente, luego de ser levantados todos los embargos y boicots internacionales) debido a la caída del precio del oro y la falta de inversión foránea. En 1998 el PIB prácticamente no creció, y la tasa con que iba a cerrar 1999, el 1,2%, se situaba todavía por debajo del ritmo de crecimiento demográfico. Cómo integrar al país en una economía crecientemente globalizada, donde sólo se admitían las fórmulas liberales y los criterios de competitividad y eficiencia, sin arriesgar los imperativos de la inversión social, era el dilema al que se enfrentaba Mbeki, cuyas habilidades para preservar el delicado equilibrio social y constitucional en que se asentaba la obra de Mandela y de Klerk eran puestas en duda dentro y fuera del país. Y es que la población negra estaba ansiosa de extender las recientes conquistas en el ámbito de los derechos y las libertades civiles y políticos a los terrenos social y económico. Ya eran ciudadanos en igualdad jurídica con los blancos, pero ahora querían acceder a las mismas oportunidades y al bienestar material de que gozaban éstos.

De entrada, el presidente hubo de sortear las presiones del sector izquierdista del ANC para que procediera al reparto generalizado de la tierra, una medida largamente esperada por las masas desfavorecidas y que, de ejecutarse, haría honor a un partido que seguía llamándose a sí mismo socialista. Sin embargo, el Gobierno la descartó porque, entre otras razones, creía que en las actuales circunstancias de rebrote de la violencia social (la ola delictiva y nuevos enfrentamientos sectarios entre zulúes y xhosas en KwaZulu-Natal y el Cabo Oriental), una reforma agraria de esas características podría encender la mecha de conflictos mucho más graves.

Menos reluctancias mostraron Mbeki y sus colaboradores ante reformas estructurales que iban a tener como inmediatos beneficiarios a un número muy restringido de sudafricanos. Así, la campaña de privatizaciones se aceleró y en 2000 entró en su fase más ambiciosa, afectando al corazón del sector público industrial, esto es, a las grandes compañías de telecomunicaciones, electricidad, transporte y armamento. En el primer aniversario de la llegada de Mbeki a la Presidencia, el ANC era escenario de fuertes tensiones, con el secretario general Motlanthe reprochando al jefe del partido su "excesiva preocupación" por los asuntos internacionales y sus alabanzas al capitalismo de mercado, al cual, por el contrario, "debería aprender a odiar".

Desde entonces, el Gobierno de Mbeki no se ha apartado de la senda del gradualismo, que para los críticos por la izquierda debe llamarse de la lentitud y la parquedad. Superar el desplazamiento de la mayoría negra de las decisiones y actividades económicas importantes, y corregir los enormes desequilibrios en las rentas, los salarios y las categorías laborales son los objetivos de las políticas públicas llamadas de equidad, encuadradas en dos grandes conceptos que son considerados parte integral del proceso de transformación nacional.

En primer lugar está el Black Economic Empowerment (BEE), que puede traducirse por africanización de la economía, y que incide en la redistribución de la riqueza y la dotación de oportunidades a comunidades o individuos marginados en la era del apartheid, lo que afecta a los ciudadanos tanto negros como coloured (mestizos) e indios, y, fuera del segmento étnico, a las mujeres, el proletariado urbano, los jóvenes, los habitantes rurales y los discapacitados. La otra noción fundamental, inseparable de la anterior, es la affirmative action, o discriminación positiva en favor de los citados colectivos en la contratación de personal para cubrir las plantillas de las administraciones del Estado y las grandes compañías, sean públicas o privadas.

Bajo la presidencia de Mbeki, la affirmative action ha tomado cuerpo gracias a la Employment Equity Act, aprobada por la Asamblea en 1998 pero que entró en vigor por partes a lo largo de 2000, y la Promotion of Equality and Prevention of Unfair Discrimination Act, promulgada en febrero de 2000. En cuanto al BEE, quedó codificado en la Broad-Based Black Economic Empowerment Act de 2003 y un rosario de cartas o marcos legales específicos para los sectores minero (con la previsión de que para 2014 el 26% del capital corporativo esté en manos de accionistas no blancos), agrícola (con el doble objetivo de que para 2014 también haya un 30% de propietarios de fincas negros y que otro 20% de la tierra cultivable sea explotado por granjeros de color en régimen de arriendo con opción de compra), financiero, de hidrocarburos, de tecnologías de la información y telecomunicaciones, de transportes, de la construcción, marítimo, turístico y otros. Al final de la primera presidencia de Mbeki en 2004, ya eran patentes ciertos avances en estas áreas de actuación, en particular la mayor presencia de personas negras en las élites financieras y empresariales, no pocas de las cuales, como ya ha sido comentado, son gentes del ANC.

Mbeki explicó también que la reconversión del sector laboral, donde a las normas equitativas arriba citadas se les unieron otras de claro sentido flexibilizador y favorable a los intereses patronales —provocando la respuesta airada del COSATU, que ya estaba en pie de guerra por la campaña de privatizaciones y que en agosto de 2001 lanzó la primera huelga general contra el Gobierno, haciendo crujir la Alianza Tripartita con el ANC y el SACP—, aunque dolorosa, era insoslayable. La fuerte destrucción de empleo en las grandes empresas sujetas a los procesos de desregulación y liberalización empujó al Gobierno a inaugurar un programa de incentivo de las pequeñas y medianas empresas como la única manera de reabsorber a los centenares de miles de nuevos parados y mantener a flote las previsiones sobre el particular, excesivamente optimistas, contenidas en la Estrategia Macroeconómica de Crecimiento, Empleo y Redistribución, también conocida como el programa GEAR.

Publicado en junio de 1996, el GEAR da nombre, de manera un tanto eufemística, a un conjunto de actuaciones que han supuesto un ajuste estructural en toda regla de la economía sudafricana. Un desvelo por cuadrar cuentas y estabilizar índices que al cumplirse la primera década desde el final del apartheid arrojaba un cuadro macroeconómico bastante positivo, en cuanto a crecimiento del PIB (del 3,5%-4% anual, ritmo no espectacular, pero bien asentado y con perspectiva alcista), la inflación (contenida en torno al 5% anual), la moneda (recuperación del rand tras la brutal devaluación del 55% con respecto al dólar sufrida en 2001, que repercutió automáticamente en los precios), el déficit presupuestario (moderado, a pesar de los compromisos sociales asumidos) y la deuda externa (recortada en los últimos años hasta volúmenes manejables y considerada sostenible, con un montante de 24.000 millones de dólares cuyo servicio equivalía al 11% de las exportaciones). Decididamente, la Sudáfrica de Mbeki era en 2004 una economía emergente, crecientemente diversificada y tercerizada, con excelente proyección regional e internacional, y que operaba en uno de los mercados bursátiles más rentables del mundo.

Por otra parte, el Gobierno consideró seriamente introducir una serie de auxilios sociales referidos genéricamente como el Basic Income Grant (BIG), que es una propuesta de una coalición de organizaciones de la sociedad civil (sin duda, entre las más vigorosas de los países en desarrollo) y cuya pretensión fundamental consiste en elevar los niveles de renta mínima de los más desfavorecidos y romperle el espinazo a la lacra de la pobreza, que padece del 45% al 50% de la población. Además de las leyes de equidad y las medidas anexas, el Ejecutivo de Mbeki ha destinado importantes partidas del presupuesto al gasto público en la construcción de infraestructuras, la extensión de servicios esenciales como el agua y la electricidad, ayudas a la adquisición de vivienda y la asistencia sanitaria primaria, que ya es gratuita para las embarazadas y los niños pequeños, con vistas a una cobertura médica universal.


5. La polémica sobre el origen y el tratamiento del sida

Todo este abanico de actuaciones y tendencias animaría a formular pronósticos de lo más halagüeños sobre la situación social y económica de Sudáfrica de no ser, claro está, por la inmensa catástrofe del sida, tema que es necesario comentar aparte por sus dimensiones destructivas y sus fuertes coletazos políticos, que presidieron la campaña de las elecciones legislativas de 2004 y recubrieron con un barniz de polémica y de publicidad internacional negativa la primera presidencia de Mbeki, convertido en el protagonista casi exclusivo de la controversia.

En el terreno de la lucha contra el sida, las políticas públicas del Gobierno congresista se caracterizaron, al menos hasta 2003, por un desfase sobresaliente con respecto al estado actual de los conocimientos científicos, pudiéndose hablar de la inexistencia de una estrategia coherente. Y eso, a pesar de funcionar un Plan Nacional, un Comité Inter-Departamental (IDC), un Partenariado y un Consejo Nacional (SANAC) sobre el sida; Mbeki mismo lanzó el Partenariado en octubre de 1998 y en febrero de 2000 fue el artífice del SANAC a partir del Comité Interministerial (IMC), instituido en 1997 y por él presidido.

A finales de 1999, la nueva titular del Ministerio de Salud, Manto Tshabalala-Msimang, rehusó autorizar la distribución de la droga AZT, el primer fármaco antirretroviral (ARV) prescrito para inhibir el desarrollo del Virus de la Inmunodeficiencia Humana (HIV), a embarazadas seropositivas, alegando que se trataba de un medicamento del que existían muchas dudas e incluso sospechas de toxicidad. Cuando se alzaron las críticas, Mbeki salió en defensa de su ministra, en lo sucesivo una firme aliada de sus enfoques no ortodoxos sobre el sida.

La verdadera polvareda se levantó en marzo de 2000, cuando Mbeki deslizó su parecer de que el sida podría no ser causado por el HIV, hipótesis que, según parece, conoció en el curso de una navegación privada en Internet. El público ya sabía que el presidente había adquirido la costumbre de informarse sobre el tema en la red de redes, y la prensa dijo entonces que Mbeki había dado con unas páginas web donde se exponían las teorías alternativas de los llamados "disidentes" de la comunidad científica, quienes cuestionan la efectividad de los ARV, la vía de transmisión sexual de la enfermedad y hasta la propia existencia del HIV. El más notorio de estos científicos enfrentados a las posturas oficiales, el bioquímico estadounidense David Rasnick, salió al paso para revelar que en enero anterior había sido contactado por correo y por teléfono por el dirigente sudafricano para recibir asesoría, ya que pensaba abrir un debate internacional sobre las causas del sida y revisar los métodos usados por la sanidad pública de su país para diagnosticar la infección.

En efecto, Mbeki anunció que quería establecer en Sudáfrica un panel público de discusión para confrontar las diversas teorías sobre el mal y donde los especialistas heterodoxos pudieran presentar las pruebas en que fundamentaban sus aseveraciones, cuando menos peregrinas. El Gobierno dijo que se reservaba tomar decisiones de actuación sanitaria en función de lo sacado en claro por ese foro y que iba a invertir 11 millones de dólares en el avance del conocimiento del sida, y de paso confirmó que Mbeki estaba en comunicación con Rasnick y con Charles Geshekter, profesor de historia africana en la Universidad de California, quienes sostenían que el retrovirus no era el agente del sida y que, por lo tanto, los medicamentos ARV eran ineficaces, eso si no contribuían ellos mismos a agravar el síndrome. Estos especialistas situaban el origen del sida en la convergencia de una serie de factores no víricos, que eran la malnutrición, la falta de higiene, una atención sanitaria deficiente y las enfermedades parasitarias, es decir, la destrucción del sistema inmunológico como el resultado de un subdesarrollo humano agudo. En ese momento, se calculaba que un 12,9% de los adultos sudafricanos era seropositivo, tasa de contagio que se encontraba entre las más elevadas del mundo.

En abril, imperturbable ante las reacciones de perplejidad y consternación suscitadas por doquier, empezando por el colectivo de trabajadores sanitarios y diversas ONG sudafricanas, los cuales advirtieron que negar las evidencias de las investigaciones hechas hasta la fecha y destinar millones de dólares a investigaciones alternativas no hacían sino retrasar la adopción de políticas eficaces de prevención y reducción de la enfermedad, Mbeki envió una misiva al presidente estadounidense Bill Clinton, el primer ministro británico Tony Blair, el canciller alemán Gerhard Schröder, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, y otros líderes mundiales en la que les instaba a unirse a sus esfuerzos para abrir una discusión internacional sobre el origen, la naturaleza y el tratamiento de la epidemia del HIV/SIDA.

También, les explicaba que, toda vez que la gran mayoría de los infectados por el HIV en África eran heterosexuales, la plaga en el continente requería una estrategia autóctona, no importada de los países desarrollados, donde la enfermedad golpeaba en especial a los homosexuales. Más todavía, Mbeki consideraba "ilógico", "absurdo" y una "traición criminal a las responsabilidades para con nuestro propio pueblo" permitir imponer la experiencia occidental a la realidad africana. La carta, con un tono vehemente, incluía más comentarios tremendistas y analogías un tanto extravagantes, poniendo a un mismo nivel a los científicos tachados de "peligrosos", "desacreditados" por sus opiniones sobre el HIV/SIDA y que eran víctimas de una "campaña de intimidación intelectual y terrorismo", a la "tiranía" del apartheid y a los "herejes" del pasado, "inmolados en el fuego por aquellos que creían tener el deber de conducir una santa cruzada contra los infieles".

Poco después, el presidente, aunque más comedido, tuvo la oportunidad de exponer sus polémicos puntos de vista en la primera reunión del Panel multinacional que había nombrado para asesorar al Gobierno. Reunidos en Pretoria el 6 y el 7 de mayo, 32 expertos con diferentes puntos de vista, sin faltar Rasnick y Geshekter, debatieron sobre el sida, pero bien pronto se vio que de allí no saldría un consenso. Ese mismo año, 2000, Mbeki volvió a hacer apología de su enfoque discrepante en una ágora excepcional, la XIII Conferencia Internacional sobre el sida, que a mayor abundamiento se celebraba en casa, en Durban, del 9 al 14 de julio. Ante más de 11.000 científicos —entre los que había una docena de premios Nobel—, representantes gubernamentales, expertos sanitarios, activistas sociales, delegados de empresas farmacéuticas y periodistas de todo el mundo, Mbeki insistió en el factor de la pobreza, en especial la pobreza extrema, como desencadenante del sida, pero, como cabía esperar, halló bien poco eco.

La Conferencia aprobó la Declaración de Durban, que reafirmaba que el retrovirus HIV era la causa del sida, y Mbeki y su ministra tuvieron que escuchar a Mandela, convertido en la estrella del evento, demandando al Gobierno una intervención urgente, empezando por la distribución de fármacos ARV a las embarazadas para reducir la transmisión materno-infantil. Sin embargo, de acuerdo con su carácter conciliador, para no agriar más la controversia, Mandela dirigió unos elogios a Mbeki, al que presentó como un "hombre inteligente que asume los planteamientos científicos seriamente y lidera un Gobierno que sé que está comprometido con los principios de la ciencia y la razón".

Después de la Conferencia de Durban, Mbeki y el Gobierno sudafricano introdujeron algún matiz a su postura y, discretamente, fueron acercándose a la ortodoxia médica que auspiciaban organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Agencia de Naciones Unidas para el Sida (Onusida), aunque aún les costó tres años dar luz verde a los ARV. Medios locales e internacionales extendieron la opinión de que la obstinación de las autoridades encubría sobre todo un cálculo económico, ya que el acceso libre y gratuito a los cócteles de fármacos cuya eficacia para frenar la replicación del retrovirus en los organismos portadores (pudiendo prevenir la aparición del síndrome y las llamadas enfermedades oportunistas, revertir anomalías metabólicas en los seropositivos sintomáticos y prolongar la vida de los individuos en fases avanzadas de la enfermedad, esto es, con muy bajo nivel de linfocitos) ya estaba probada en otros países, tendría unos costes exorbitantes para el erario público.

Y eso, a pesar de que, si llegaban a suministrarse, tales medicamentos serían genéricos, es decir, sin licencia y a un precio no prohibitivo, perspectiva que quedó despejada en abril de 2001 al ganar el Gobierno la batalla judicial que le enfrentaba a las multinacionales farmacéuticas, las cuales, antes de acudir a los tribunales para defender sus intereses comerciales, habían visto rechazada por el Ministerio de Salud una oferta de descuentos del 70% al 90% en sus productos de marca registrada, ya que seguían siendo dispendiosos. En adelante, Sudáfrica, con el visto bueno de la OMS, podría, bien fabricar los genéricos localmente, bien importarlos del extranjero.

En octubre de 2001, el Panel Asesor Presidencial, que había desarrollado el grueso de sus trabajos el año anterior, definió cierto número de áreas potenciales de investigación, una de las cuales era el estudio del test del HIV. También, empezaron a funcionar algunas terapias piloto con determinados ARV, a las que pudieron acceder 25.000 infectados. En diciembre de 2001, el Gobierno de Mbeki sufrió otro contratiempo al dictaminar el Tribunal Supremo la obligatoriedad para los hospitales públicos de suministrar nevirapina a todas las embarazadas seropositivas; entonces, la ministra Tshabalala-Msimang replicó que su ministerio no tenía fondos para ejecutar tal acción, y en mayo de 2002 el Gobierno apeló al Tribunal Constitucional. En octubre siguiente, Mbeki volvió a manifestarse en contra de los ARV por su supuesta toxicidad, pero el borrador del presupuesto del Estado ya se estaba modificando para dar cabida a un programa antirretroviral a escala nacional.

Finalmente, el 8 de agosto de 2003, tras lloverle una catarata de críticas y protestas de personalidades y ONG (siendo la más combativa la Treatment Action Campaign, TAC, quien precisamente había interpuesto la demanda judicial sobre la nevirapina) de casa, y sometido a fuertes presiones internacionales, el Gobierno aprovechó la conclusión de la I Conferencia Nacional sobre el Sida, en Durban, para admitir implícitamente que el HIV provocaba la enfermedad y que los ARV podían retardar el progreso de la misma.

Como a regañadientes, Mbeki, que en septiembre declaró al Washington Post que no conocía a ninguna persona que hubiese muerto de sida, y Tshabalala-Msimang, quien todavía en febrero de 2004 definió al limón, la cebolla, el ajo y el aceite de oliva como "alimentos absolutamente cruciales" para combatir el síndrome, se pusieron manos a la obra para extender el tratamiento antirretroviral a los cinco millones largos de ciudadanos infectados por el VIH, cifra que en términos absolutos no tenía parangón en el mundo (en Estados Unidos, por ejemplo, los individuos portadores eran cinco veces menos). El 19 de noviembre de 2003 el Gobierno lanzó formalmente su Plan Operacional para un Tratamiento y un Cuidado Globales del HIV y el sida, más conocido como el roll-out plan.

Entonces, se estimaba que el sida y las complicaciones que lo acompañaban mataban a 1.000 sudafricanos al día, y que el 21% de los mayores de 17 años era seropositivo (la quinta tasa de contagio más alta, después de Zimbabwe, Lesotho, Botswana y Swazilandia). Estas estadísticas aterradoras invitaban a hacer pronósticos muy negros, como la predicción del Banco Mundial de que la economía nacional colapsaría al cabo de tres generaciones por el exterminio de población activa. Si Sudáfrica no empezaba a suministrar ARV ya mismo y de manera masiva, en 2010 cerca de dos millones de niños serían huérfanos, otro fenómeno desastroso para una sociedad que ya estaba desestructurada por el éxodo de trabajadores varones a las fábricas de las ciudades. La mortandad por el sida estaba repercutiendo en el saldo de población, de manera que para 2004 se esperaba un crecimiento demográfico negativo del 0,25%. No menos escalofriante resultaba la lectura comparativa de las tablas del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): la esperanza de vida al nacer, que en 1993 era de 63,7 años, había caído en barrena y una década después el valor medio no llegaba a los 49 años. A mediados de 2004 se creía que era ya sólo de 46 años, e incluso menos.


6. Reelección presidencial en la primera década de la democracia multirracial

Los partidos de la oposición política se preguntaron por el coste humano que para Sudáfrica habían tenido estos cuatro años de terca dirección contra corriente, y relacionaron el cambio de opinión sobre los ARV con la proximidad de las elecciones legislativas del 14 de abril de 2004, tras las que Mbeki contaba con recibir de la Asamblea el segundo mandato presidencial. Cuestiones de oportunismo político aparte, lo cierto era que Mbeki tenía garantizada la continuidad en el poder porque el ANC, pese a la movilización obrera contra las reformas liberales, los escándalos de corrupción y el fenomenal alboroto en torno al sida, y pese, también, al desprestigio que venía sufriendo la clase política en su conjunto, era la referencia ineludible para la mayoría del electorado. Además, Mbeki, reelegido en la presidencia del ANC en la 51ª Conferencia Nacional en diciembre de 2002, controlaba el aparato del partido y virtualmente no tenía oposición interna.

Claro que, a estas alturas de su carrera como estadista, el presidente, por sus políticas y también por su verbo punzante, verdaderamente deletéreo a veces, se había ganado una legión de detractores, entre los que se encontrarían sus propios padres, que en ningún momento dejaron de ser unos militantes comunistas convencidos. Medios locales comentaron insistentemente que desde 1994 Mbeki no había mantenido una comunicación fluida ni con el padre, fallecido en agosto de 2001 después de haber formado parte del Consejo Nacional de Provincias (cámara parlamentaria que reemplazó al Senado en 1997), ni con la madre, que, octogenaria, vivía en Ngcingwane, un villorrio rural próximo al terruño familiar de Idutywa, en una casa carente, como las del resto de la aldea, de agua corriente y de sanitario. En vísperas de las elecciones de abril de 2004, Epainette Mbeki iba a declarar que ella era "muy crítica con el Gobierno, porque estoy siempre al lado del pueblo".

Uno de los detractores más relevantes era el arzobispo Tutu, quien tampoco tenía pelos en la lengua y que en noviembre de 2004 iba a despacharse a gusto contra el Gobierno, cuestionando los resultados del BEE y de la campaña para reducir la pobreza, lamentándose por la aparición de una nueva clase de privilegiados de color y alertando contra las actitudes "faltas de sentido crítico, aduladoras y de conformismo obsequioso". Días después, Mbeki, irritado por estas obvias alusiones personales, replicó en su columna semanal de la gaceta electrónica del partido, ANC Today, que el cl