Xi Jinping

Nota de actualización: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 30/11/2012. Xi Jinping fue reelegido secretario general del Comité Central del PCCh por el XIX Comité Central —elegido en la víspera por el XIX Congreso Nacional del partido— el 25/10/2017 y para un tercer ejercicio por el XX Comité Central —elegido en la víspera por el XX Congreso— el 23/10/2022. Además, Xi fue reelegido presidente de la República Popular China por la XIII Asamblea Popular Nacional el 17/3/2018 y para un tercer ejercicio por la XIV APN el 10/3/2023. 

El límite de los dos mandatos de cinco años consecutivos al frente del Estado fue removido por la APN de la Constitución el 11/3/2018. Estas enmiendas legales de carácter ad personam, diseñadas para satisfacer las ambiciones de Xi, han supuesto el final en la práctica del sistema de dirección colegiada o colectiva en la cúpula del PCCh, instaurado tras la muerte de Mao Zedong en 1976, y la recuperación de elementos de una dictadura de tipo personalista en la República Popular China, más allá del sistema de partido único.

En noviembre de 2012, tal como se esperaba y pese a las turbulencias políticas que lo han precedido, el XVIII Congreso del Partido Comunista de China (PCC) se ha saldado con la elección de Xi Jinping para el puesto cimero de secretario general, donde toma el relevo a Hu Jintao. Xi, a sus 59 años abanderado de la quinta generación de dirigentes que accede al poder desde 1949, ha asumido además las riendas de la poderosa Comisión Militar Central (CMC) del Partido, que controla al Ejército Popular de Liberación. Está previsto que en marzo de 2013 la Asamblea Popular Nacional le eleve también a la Presidencia de la República, continuando así la duplicidad de jefaturas, partidaria y estatal, inaugurada en 1993. Por su parte, los flamantes números dosLi Keqiang, y tres, Zhang Dejiang, se prefiguran como los próximos primer ministro y presidente de la Asamblea, respectivamente.

Hijo de un alto mando comunista purgado en la Revolución Cultural y más tarde ejecutor de los primeros experimentos de libre mercado concebidos por Deng Xiaoping, luego un conspicuo representante de los pequeños príncipes, la casta de vástagos privilegiados del régimen, Xi desarrolló una carrera de responsable regional en las industriosas provincias de la costa, donde llamó la atención de sus superiores por su celo en el impulso al crecimiento económico y en la lucha contra la corrupción. 

En 2002, promovido por Jiang Zemin, el secretario general saliente, fue admitido en el Comité Central y cinco años después ingresó a la vez en el Buró Político y en su Comité Permanente, la exclusiva cúspide de nueve miembros, donde pasó a ocupar el sexto puesto de la jerarquía del PCC. En 2008 fue elegido vicepresidente de la República y en 2010 vicepresidente de la CMC, en ambos casos supeditado a Hu, dos ascensos que le perfilaron como el futuro máximo dirigente de la República Popular China, el primero nacido tras su proclamación.

La personalidad del número uno de la superpotencia emergente que ya trata a Estados Unidos de tú a tú y cuyo extraordinario ritmo de crecimiento (una tasa media de casi el 10% en la última década) es el motor que mueve la economía del mundo, suscita, lógicamente, vivo interés. Esta curiosidad toma nota de cómo la dictadura del partido único, el férreo monopolio del poder ejercido por el PCC, se vale de un sistema de dirección colegiada que, a la vez que toma las decisiones por consenso y en secreto, impide las salidas personalistas y arrincona el carisma, produciendo como resultado unos mandamases desdibujados o enigmáticos.

A Xi se le retrata como un tecnócrata forjado en la escuela denguista, inventora de un modelo de capitalismo de Estado que no deja resquicios a la apertura política, el llamado "socialismo con características chinas". Aunque por el momento no se ha pronunciado sobre la posibilidad, tal como demandan círculos intelectuales y de veteranos, de abordar una liberalización política, se da por hecho que es hostil a la misma. 

Conservador moderado, pragmático, cauto, abierto a Occidente, familiarizado con el mundo empresarial y con un estilo algo más desenvuelto que su encorsetado predecesor, Hu —tan correcto como parco—, Xi vendría a representar una línea de continuidad y ortodoxia que se impone a los nostálgicos del comunismo tradicional y a los que simpatizan con las reformas democráticas, aunque la adopción de mecanismos socialdemócratas para subsanar las flagrantes inequidades sociales, asumida por el Partido, se hace perentoria. Xi aún no ha dicho lo que Hu, que el modelo de democracia pluralista y elecciones libres está descartado en China, ni lo que el primer ministro Wen Jiabao, que el sistema necesita una profunda reforma política, aunque preservando el partido único.

El encumbramiento de Xi Jinping ha tenido unos prolegómenos de verdadera tensión política, sin precedentes desde la crisis interna de 1989 por la protesta de Tiananmen. El detonante fue la abrupta caída en desgracia de Bo Xilai, miembro del Buró Político, capitoste de la urbe de Chongqing y estrella ascendente del comunismo chino, donde venía agitando la bandera de la izquierda neomaoísta, no exenta de populismo y desagradable para los pesos pesados del Partido en Beijing. Bo ha sido el epicentro de un gran escándalo donde confluyen graves denuncias de corrupción, el asesinato de un empresario británico, dos severas condenas judiciales y las rencillas entre facciones. 

El propio Xi, bien que contra su voluntad, contribuyó a enrarecer el ambiente previo al gran cónclave de 2012, finalmente retrasado, al desaparecer misteriosamente durante unos días y ver rastreado por el canal de noticias Bloomberg el abultado patrimonio financiero de sus hermanos y cuñados. Del embarazoso reportaje periodístico se podía colegir que Xi, el látigo de corruptos, era tolerante con el tráfico de influencias en su entorno familiar, así que las autoridades chinas se apresuraron a censurarlo en Internet.

Xi y sus colegas del Comité Permanente formalmente elegido por el nuevo Comité Central, donde hay cinco debutantes (todos salvo él y Li Keqiang), afrontan una cascada de desafíos completamente estructurales, mucho más complejos que los escándalos y las desavenencias de la élite aireados en los últimos tiempos. Acuciantes son los retos de combatir la corrupción galopante y aplacar los brotes de descontento, innumerables ya, de una ciudadanía que cada vez le teme menos a denunciar los abusos laborales, los atentados ecológicos y los despojos a que la someten funcionarios locales sin escrúpulos. 

A otro nivel, se suceden los casos de disidencia pro Derechos Humanos y de crítica política abierta. Mientras observan la proliferación de las demandas de justicia social en paralelo al aumento general del poder adquisitivo, los jerarcas del PCC, obsesionados con preservar la unidad nacional (agitación separatista, brutalmente reprimida, en Tíbet y Xinjiang) y la estabilidad de la sociedad, plantean un cambio de modelo productivo para reducir el peso de las exportaciones y la inversión en favor del consumo doméstico. La cúpula asume la magnitud de los desequilibrios en la distribución de la renta y se muestra dispuesta a cambiar la política del hijo único ante el envejecimiento demográfico.

El equipo dirigente saliente ha dejado a sus sucesores unas pautas que se resumen en el mantenimiento de las reformas gradualistas y en la preservación de un crecimiento económico no inferior al 7% (una tasa más baja, temen, pondría en peligro la satisfacción de la gigantesca demanda de puestos de trabajo y por ende la paz social, en un país de 1.300 millones de habitantes) y vigilado (para evitar recalentamientos inflacionistas), redoblando a la vez los esfuerzos para generar bienestar. 

Por lo demás, no hay indicios de que con Xi al timón vaya a terminar la incongruencia, potencialmente explosiva, de una sociedad que se desarrolla a toda máquina pero a la que se le imponen drásticas cortapisas informativas. De puertas al exterior, donde China sigue sin aclarar si está dispuesta a asumir responsabilidades globales más allá del ámbito económico, Xi afronta la resolución de la disputa nacionalista con Japón por la soberanía de las islas Diaoyu, que amenaza el comercio bilateral, y la profundización de las relaciones, diálogo estratégico y económico inclusive, con Estados Unidos, que reclama a China una mayor revaluación del yuan y ve con suspicacia su rearme militar.

(Texto actualizado hasta 30 noviembre 2012).


 El ascenso burocrático de un pequeño príncipe del régimen comunista

El nuevo secretario general del Partido Comunista de China (PCC) es el tercero de los cuatro hijos de Xi Zhongxun (1913-2002), quien fuera miembro de la cúpula política y uno de los comandantes guerrilleros que contribuyeron al triunfo de la Revolución y a la proclamación de la República Popular China por Mao Zedong en 1949. 

El niño vino al mundo en 1953 en Beijing, donde pocos meses atrás su padre, como premio a su eficiente gestión de sendas revueltas tribales en las regiones orientales de Qinghai y Xinjiang, había estrenado el despacho de jefe del Departamento de Propaganda. Xi accedió al Comité Central del PCC en 1956 y tres años después fue nombrado viceprimer ministro a las órdenes de Zhou Enlai. Sin embargo, en la década de los sesenta cayó víctima de las purgas desatadas por Mao, quien le consideraba un simpatizante de Gao Gang, un alto dirigente del Partido enfrentado con el líder supremo y muerto en 1954. Destituido de todos sus cargos, Xi padre fue degradado a gerente de una fábrica de tractores y más tarde, en los crudos años de la Revolución Cultural, sufrió persecución y encarcelamiento.

Xi hijo dio sus primeros pasos en el movimiento comunista cuando la caótica campaña represiva desatada por Mao contra los elementos supuestamente contrarrevolucionarios amagaba con degenerar en un enfrentamiento con la facción militarista y ultraizquierdista de Lin Biao. En enero de 1969, mientras su padre languidecía en prisión, el joven fue enviado a trabajar a una comuna agrícola de Yenan, en Shaanxi, el antiguo cuartel general del PCC al cabo de la Larga Marcha. Si su estadía allí obedecía a una reeducación política por el campesinado revolucionario el adoctrinamiento debió funcionar, ya que al cabo de unos años se le permitió encabezar la célula comunista de su equipo de producción. Su aceptación en la Liga de la Juventud Comunista se remonta a 1971 y la obtención de la credencial de miembro del PCC a enero de 1974.

En 1975, coincidiendo con la puesta en libertad y el comienzo de la rehabilitación de Xi Zhongxun, el vástago, con 22 años, retornó a Beijing e ingresó en la Universidad Tsinghua, donde tomó clases de Síntesis Orgánica impartidas por el Departamento de Ingeniería Química. La biografía oficial no precisa si obtuvo el título de ingeniero (da la sensación de que no), aunque añade que muchos años después, entre 1998 y 2002, Xi retomó su formación en Tsinghua, concretamente en la Escuela de Humanidades y Ciencias Sociales, para capacitarse en Teoría Marxista y de paso sacarse el título de doctor en Derecho.

La asunción de las riendas de la República Popular en 1978 por Deng Xiaoping, cabeza visible del ala reformista del PCC y en adelante su líder supremo de facto, aseguró un futuro brillante a los Xi, que recuperaron su privilegiado lugar en la élite. El progenitor regresó al primer plano como jefe del Partido en Guangdong y responsable de crear en esta provincia costera las primeras Zonas Económicas Especiales (ZEE), verdaderos laboratorios del capitalismo autorizados por Deng y que tenían como referencia el éxito económico de Hong Kong, la colonia británica vecina. Luego, en 1982, Xi Zhongxun se convirtió en miembro del Buró Político del Comité Central del PCC y en 1988, ya septuagenario, abandonó todo cargo y se jubiló.

En 1979 Xi Jinping arrancó su carrera burocrática en los aparatos del partido y el Estado. Su primer servicio fue como secretario personal de un influyente amigo de su padre, Geng Biao, miembro del Buró Político, viceprimer ministro del Gobierno y secretario general de la poderosa Comisión Militar Central, amén de ministro de Defensa a partir de 1981. En esta época de contacto directo con el Ejército Popular de Liberación, Xi solía vestir de uniforme castrense. En 1982, el año en que su padre entró en el Buró Político por elección del XII Congreso del PCC, Xi tomó a su cargo una vicesecretaría del Comité del Partido en el condado de Zhengding, en Hebei, la provincia que circunda Beijing, y en 1983 asumió la Secretaría. Hasta 1985 fue también comisario por cuenta del Departamento de Asuntos Militares del condado.

Su siguiente etapa en provincias discurrió más al sur, en Fujian, frente a Taiwán. Como Guangdong, Fujian era una avanzadilla de la transición de la economía planificada a la economía de mercado, escaparate por tanto del modelo de "socialismo con características chinas" instituido por Deng. Entre 1985 y 2002, 17 años en los que la estructura económica y social del país experimentó radicales transformaciones y la dictadura del PCC enfrentó la gran convulsión de la Primavera de Tiananmen, Xi recorrió los principales escalafones políticos y administrativos en la provincia.

Entreverando su trabajo en casa con algunos breves viajes a Estados Unidos, que le permitieron tomar el pulso a la cultura occidental, hasta 1999 Xi fue sucesivamente: miembro del Comité Municipal del Partido en la capital, Fuzhou; teniente de alcalde de Xiamen; primer secretario de los Comités del Partido en las subregiones militares de Ningde y Fuzhou; secretario del Comité Municipal del Partido en Fuzhou así como presidente del Comité Permanente de la Asamblea Popular Municipal; y miembro, luego vicesecretario, del Comité Provincial del Partido. En agosto de 1999 se convirtió en gobernador provincial en funciones y por último, en enero de 2000, en gobernador de este territorio de 34 millones de habitantes. Entre medio, en septiembre de 1997, el XV Congreso del PCC le eligió miembro suplente del Comité Central.

Como gobernador de Fujian, Xi aceleró el desarrollo de la economía de mercado en la provincia costera y se esforzó en atraer las inversiones taiwanesas. Pero también hubo de lidiar con las prácticas abusivas de algunos miembros de la nueva casta de hombres de negocios a los que daban lucrativa cobertura funcionarios locales corruptos. 

El escándalo más sonado fue el del Grupo Yuanhua, un emporio comercial basado en la ZEE de Xiamen y encabezado por el magnate Lai Changxing, al que las autoridades consideraban el cerebro de una vasta red de fraude y contrabando. Lai consiguió evadirse del país y en febrero de 2000, al poco de ser nombrado gobernador, Xi y el secretario del Comité Provincial del Partido, Chen Mingyi, fueron llamados a Beijing para dar explicaciones en persona ante el supremo órgano central, el Comité Permanente del Buró Político, que en aquella época tenía como primeros miembros al secretario general y presidente de la República, Jiang Zemin, al primer ministro Zhu Rongji y al vicepresidente Hu Jintao.

2002 fue un año decisivo en la carrera de Xi, buen ejemplo de los principitos rojos (por traducción directa de red princelings, expresión usada en el idioma inglés) o príncipes herederos del PCC, es decir, hijos y otros parientes directos de antiguos líderes revolucionarios y figuras reverenciadas del Partido que se afanaban en subir posiciones y aspiraban a los más altos cargos. Al valerse de sus respetados apellidos para abrirse camino en la jerarquía, los príncipes más ambiciosos alimentaban los análisis sobre el arraigo de las prácticas nepotistas en el seno del PCC. 

Primero, el 12 de octubre, Xi fue designado gobernador en funciones y vicesecretario del partido en Zhejiang, provincia lindera con Fujian por su costado norte. Como en las ocasiones anteriores, el favor personal del secretario general Jiang Zemin se hizo notar en este nombramiento. Al cabo de un mes, el XVI Congreso del PCC, celebrado del 8 al 14 de noviembre y saldado, como mudanza de mayor calado, con el salto de Hu Jintao a la Secretaría General, le eligió miembro pleno del Comité Central. A los pocos días de esta promoción, el 23 de noviembre, el Partido le confió la Secretaría del Comité Provincial de Zhejiang, tras lo cual, el 22 de enero de 2003, Xi entregó las funciones estatales de gobernador a Lu Zushan.

En el lustro que mandó en Zhejiang, Xi supervisó el desarrollo económico de la provincia, una de las más dinámicas de la República Popular y que producía tasas de crecimiento anuales del 14%, frente al 8%-9% de media estatal. Además de su plena identificación con la oficialmente llamada economía socialista de mercado y con las consignas de crecer a un ritmo elevado para garantizar la absorción de millones de nuevos trabajadores todos los años por el mercado laboral y legitimar al Partido ante una población ansiosa de progresos materiales, Xi hizo notar su celo en la sanción de los oficiales venales. 

Así, en 2004, en una conferencia interna para impulsar una campaña anticorrupción, el secretario provincial conminó a sus subalternos con estas palabras: "Frenad a vuestras esposas, a vuestros hijos, a vuestros parientes, a vuestros amigos y empleados, y prometed no valeros del poder para vuestro provecho personal".

De estos atributos de Xi tomaron buena nota sus jefes de Beijing, que el 24 de marzo de 2007 le escogieron para cubrir la Secretaría del Comité Municipal del Partido en Shanghai. El cargo estaba vacante desde la destitución en septiembre anterior de Chen Liangyu, un miembro del Buró Político, luego procesado y condenado a 18 años de prisión por aceptar sobornos y desviar dinero asignado al fondo de pensiones de la ciudad. 

La confianza depositada en Xi por la cúpula resultaba muy notable, ya que la Secretaría de Shanghai era una de las plazas de poder más relevantes del Estado (desde 1987 la habían ocupado mandamases de la talla de Jiang Zemin, Zhu Rongji, Wu Bangguo y Huang Ju) y su titularidad solía ser un excelente trampolín para puestos cimeros en el poder central. En las presentes circunstancias, además, Xi debía hacer lo posible para diluir la desagradable publicidad del escándalo generado por Chen Liangyu, que dañaba la imagen del Partido.

Por otro lado, la caída de Chen, un hombre del círculo de Jiang Zemin (quien ya sólo conservaba un puesto oficial, su escaño de diputado en la Asamblea Popular Nacional) y ubicado en la llamada facción de Shanghai, y el nombramiento de Xi fueron percibidos como un signo de afianzamiento del secretario general Hu Jintao de cara al XVII Congreso del PCC. Este iba a celebrarse en el otoño y se preveía que iba a dar a una reorganización del Comité Central y del Buró Político favorable a los acólitos de Hu, quien con seguridad sería reelegido por otros cinco años. 

Todo apuntaba a que Xi estaba próximo a dar el gran salto con el patrocinio del jefe del Partido y del Estado, si bien no se trataba exactamente de un favorito de Hu. Como representante señero del grupo de los pequeños príncipes, Xi estaba inscrito en la corriente Taizidang bien identificada con Jiang Zemin, aunque por otro lado tampoco solía incluírsele en la facción de Shanghai. Al no concitar rechazo en ningún clan o corriente del Partido, el actual secretario de Shanghai reunía cualidades como candidato de consenso para cubrir alguno de los asientos del vértice dirigente.

Entrada en la cúpula del PCC y candidato a suceder a Hu Jintao

En efecto, el Comité Central fruto del XVII Congreso, celebrado del 15 al 21 de octubre de 2007 en Beijing, no sólo eligió a Xi para integrar el nuevo Buró Político de 25 miembros, sino que lo metió directamente en el Comité Permanente de nueve miembros. Xi apareció listado como el número seis de la jerarquía del PCC. Por encima, de arriba abajo, tenía a los siguientes dirigentes: Hu Jintao, reelegido secretario general, presidente de la República y presidente de la Comisión Militar Central; Wu Bangguo, presidente del Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional; Wen Jiabao, primer ministro; Jia Qinglin, presidente del Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política Popular; y Li Changchun, director del Comité Central de Orientación Ética y Construcción Cultural.

Xi era el más adelantado de los cuatro debutantes en el nuevo Comité Permanente, siendo los otros tres Li Keqiang, He Guoqiang y Zhou Yongkang, números siete, ocho y nueve, respectivamente. En la asunción de tareas concretas, Xi reemplazó a Zeng Qinghong, el hasta ahora primer secretario del Secretariado Central, presidente de la Escuela del Partido del Comité Central y responsable del Grupo Central de Liderazgo para la Construcción del Partido. Zeng era mentor de Xi, quien por lo tanto se hizo cargo del aparato de educación ideológica y formación de cuadros del Partido.

Los observadores destacaron que, de acuerdo con las pautas de renovación generacional y por los perfiles personales, tanto Xi Jinping como el dos años más joven Li Keqiang, quien venía dirigiendo el Partido en la provincia de Liaoning y se ubicaba en la corriente en torno a la Liga de la Juventud Comunista, Tuanpai (considerada más flexible que la Taizidang), tenían madera de delfines de Hu Jintao, el cual abandonaría la Secretaría General en el próximo Congreso, en 2012. Ahora bien, puestos a buscar un protegido de Hu, él mismo procedente de la Tuanpai, este sería Li, no Xi. En cuanto a He Guoqiang y Zhou Yongkang, no contaban para esta quiniela porque eran una década más viejos, sexagenarios, y formaban parte del Buró Político desde 2002.

A partir de ahora, la notoriedad política y mediática de Xi no hizo más que incrementarse. El 15 de marzo de 2008 la XI Asamblea Popular Nacional, en su primera sesión, le eligió vicepresidente de la República en sustitución, de nuevo, de Zeng Qinghong, quien se retiró de la vida pública, seguramente satisfecho de verse relevado por uno de sus pupilos. 

Toda vez que Li Keqiang fue hecho por el Parlamento estatal primer viceprimer ministro y principal lugarteniente de Wen Jiabao, tomó cuerpo el futuro binomio de Xi como sucesor de Hu en la Presidencia de la República y de Li como sucesor de Wen en la jefatura del Gobierno. Estas dos transmisiones estatales tendrían lugar en 2013. Pero todavía debía llegar la señal inequívoca de que Xi estaba reservado también para la Secretaría General, cuyo titular era asimismo el jefe del Estado desde 1993. Los comentaristas de la política china insistían en que Hu prefería a Li como su heredero al frente del Partido.

Xi engalanó su puesta de largo institucional como el responsable de los preparativos y la seguridad de los Juegos Olímpicos de Beijing, celebrados en agosto de 2008. El éxito del evento deportivo, que habría costado al Estado la friolera de 44.000 millones de dólares pero que consagró a la República Popular como superpotencia deportiva avalada por un centenar de medallas (de las que 51 fueron de oro), fue un gran punto a favor del vicepresidente. Otros cometidos asignados a Xi fueron la gestión de las cuestiones relacionadas con las regiones administrativas especiales de Hong Kong y Macao y la dirección del comité encargado de organizar los fastos con motivo del 60º aniversario de la República Popular.

Asimismo, Xi inauguró una rica agenda internacional, con giras por Asia, Europa, Oriente Medio y América Latina. El rosario de viajes le sirvió para darse a conocer y transmitir a sus interlocutores las tesis oficiales de la República Popular en las cuestiones internacionales más candentes, como los flujos comerciales, la política monetaria, la crisis económica que azotaba al mundo desarrollado y la situación de los Derechos Humanos en China. El miembro de la cúspide comunista no generó titulares por avanzar alguna novedad en el discurso de Beijing, aunque sí se permitió, añadiendo una pequeña salvedad a su imagen de jerarca discreto y cauteloso, emplear un estilo más directo del acostumbrado en las relaciones públicas y hasta una franqueza poco diplomática.

Así, en febrero de 2009, estando en México y en palabras dirigidas a un grupo de chinos de ultramar, Xi, al parecer creyendo que no estaba siendo grabado, se explayó al pasar revista al proceder de su país frente a la crisis financiera global y a los éxitos de tres décadas de reformas económicas, afirmando que "la mayor contribución hecha por China al conjunto de la raza humana ha sido impedir que 1.300 millones de personas pasen hambre". A renglón seguido, Xi arremetió con mordacidad contra "ciertos extranjeros aburridos, con el estómago lleno, que no tienen nada mejor que hacer que señalarnos con el dedo". Y, prosiguiendo con el razonamiento: "En primer lugar, China no exporta la revolución; segundo, China no exporta hambre ni pobreza; y tercero, China no va por ahí produciendo quebraderos de cabeza ¿Qué más se puede decir?".

En septiembre de 2009, contrariamente a lo esperado, el IV Plenario del XVII Comité Central no nombró a Xi vicepresidente de la Comisión Militar Central del Partido, compartiendo posición con los generales Xu Caihou y Guo Boxiong. Este era el puesto que necesitaba para certificar su condición de secretario general en ciernes. Los analistas conjeturaron que si Xi no había sido ungido ahora como heredero oficioso del cargo supremo era porque las discusiones sucesorias de cara al XVIII Congreso de 2012 todavía no estaban cerradas. 

La búsqueda del consenso en las altas instancias del Partido debió de fructificar al cabo de unos meses, pues el 18 de octubre de 2010 el V Plenario del Comité Central comunicó la esperada promoción. El Comité Permanente de la Asamblea Popular Nacional hizo lo mismo con respecto a la Comisión Militar Central del Estado, que en la práctica forma un único órgano con la anterior.

En febrero de 2012 Xi, retratado en los cables diplomáticos de Estados Unidos filtrados por Wikileaks como un político "elitista", "calculador" y "excepcionalmente ambicioso" pero al mismo tiempo "pragmático", "familiarizado con Occidente" y "no corrompible por el dinero" (así como "fascinado" por el "misticismo budista" y las "artes marciales"), realizó su primera visita oficial a Estados Unidos, donde sostuvo una reunión con el presidente Barack Obama. A sus anfitriones en Washington, el dignatario trasladó el deseo de China de construir con Estados Unidos unas relaciones "basadas en el mutuo respeto".

Turbulenta cuenta atrás para el XVIII Congreso

Los prolegómenos del XVIII Congreso del PCC, que iba a encumbrar a la quinta generación de líderes chinos (tras las representadas por Mao, Deng, Jiang y Hu), con natalicios, casi seguro y por vez primera, inmediatamente anteriores o posteriores a 1949, estuvieron envueltos en un desasosiego puramente político que, de manera inesperada, vino a añadirse al mar de fondo de preocupaciones sociales y económicas: las derivadas de los tremendos desequilibrios y los flagrantes abusos generados por un modelo de crecimiento desaforado basado en el comercio exterior y que, salvo por la batuta del Estado, presentaba características del capitalismo manchesteriano.

Así, la explotación laboral, los atropellos urbanísticos y medioambientales, y la rapacidad de funcionarios, oficiales del Partido y empresarios sin escrúpulos estaban a la orden del día. Como resultado, las manifestaciones, las huelgas y los motines, algunos muy violentos o que bien conseguían sus reivindicaciones, de obreros fabriles y paisanos rurales proliferaban a lo largo y ancho del país, adquiriendo proporciones de epidemia y haciendo crujir los pilares del orden social. La lista de capitostes locales pillados en corruptelas y castigados por el Centro con propósito ejemplarizante no dejaba de crecer. 

En Tíbet y Xinjiang, regiones con etnias autóctonas tradicionalmente relegadas por los chinos han y con fuertes pulsiones soberanistas, cundían la agitación y la represión, invariablemente brutal. Desde Internet, jóvenes urbanos desafectos intentaban organizar protestas inspiradas en la Primavera Árabe. Por si fuera poco, en los últimos tiempos, ciertos círculos de intelectuales y de antiguos cargos del Partido, preocupados por las repercusiones negativas de la censura informativa y la persecución de disidentes como el artista Ai Weiwei y el escritor y activista pro Derechos Humanos Liu Xiaobo (galardonado en 2010 con el Premio Nobel de la Paz, para cólera de Beijing), venían reclamando al poder que tomara pasos para democratizar el país y mejorar las libertades.

El escándalo de Bo Xilai y sus implicaciones

En la primavera de 2012, la incertidumbre política, tomando visos de marejada en toda regla, presentó un nombre propio: el de Bo Xilai, miembro del Buró Político y secretario del Comité del Partido en la ciudad de Chongqing, capital de la provincia homónima, quien entre marzo y abril fue cesado en ambos puestos debido a sus "graves violaciones de disciplina". 

La abrupta destitución de Bo, quien sonaba para miembro del Comité Permanente, tuvo como detonante el incidente provocado en febrero por su mano derecha, Wang Lijun, el cual se había presentado en el Consulado de Estados Unidos en Chengdu, Sichuan, para buscar refugio e incriminar a su jefe en actos de corrupción. Además, Wang acusó a la esposa de Bo, Gu Kailai, del asesinato por envenenamiento el año anterior del hombre de negocios británico Neil Heywood, quien había mantenido tratos comerciales con el matrimonio.

La prensa internacional y los expertos en la política china situaron en un contexto más explicativo la caída en desgracia de Bo Xilai. Hijo de Bo Yibo, quien fuera compañero de Mao y uno de los Ocho Inmortales de la Revolución, y por lo tanto un príncipe muy destacado del régimen, Bo Xilai venía cultivando una imagen inusualmente carismática, chocante con las formas establecidas, al hacer de la populosa Chongqing una antena de la llamada nueva izquierda china, tendencia ideológica crítica con el modelo económico imperante y partidaria de los viejos patrones de gestión así como de recuperar la vieja moral revolucionaria, intolerante con las conductas libertinas. 

Valiéndose sin disimulos de un populismo de tipo neomaoísta, que evocaba a la Revolución Cultural (la cual, irónicamente, se había cebado con su propio padre), Bo reclamaba que se atajaran de manera enérgica las crecientes inequidades sociales y se invirtiera en programas públicos de bienestar, unas divisas que habían atraído a defensores de la fórmulas socialdemócratas. Sin embargo, Bo exudaba ambición personal y sus chanchullos económicos cuestionaban su sinceridad.

Lo que más disgustaba de Bo al núcleo dirigente, y que a la postre selló su suerte, era su estilo estridente y personalista, que representaba un peligro para los principios del consenso y la resolución de diferencias en secreto, tuétano del sistema de dirección colegiada instituido por Deng Xiaoping, incompatible con el protagonismo abierto. En este punto, Hu, Xi, Wen y Li no podía estar más de acuerdo. Bo fue purgado (en Chongqing fue reemplazado por Zhang Dejiang, miembro del Buró Político y viceprimer ministro) y silenciando, pero el PCC no pudo amortiguar la sacudida del escándalo, la peor división pública en la dirección comunista desde las luchas internas de 1989.

Para empezar, en Internet circuló la especie de que Bo y sus partidarios, con el miembro del Comité Permanente Zhou Yongkang a la cabeza, habrían intentado perpetrar un golpe de Estado en marzo. Se trataba de un bulo, pero en mayo un grupo de veteranos, mediante una carta abierta dirigida a Hu Jintao, exigió la remoción inmediata de Zhou, quien estaba al frente de la Comisión de Política y Ley y por lo tanto era el máximo responsable de la judicatura y la seguridad nacionales, por tratarse de un protector de Bo y apoyar su denostado "modelo Chongqing". Tras esta audaz expresión de desavenencias, se extendió el rumor de que el Partido estaba estudiando retrasar el Congreso, en principio previsto para septiembre u octubre (no se habían precisado fechas), hasta que las aguas se remansaran.

Xi Jinping asistió a estos turbadores acontecimientos en silencio, pero, sin proponérselo, él mismo contribuyó a oscurecer la cuenta atrás para el Congreso que debía coronarle, y por partida doble. Primero, en junio, el canal estadounidense Bloomberg, especializado en noticias económicas, publicó un incómodo reportaje sobre el patrimonio financiero de sus hermanos y cuñados, que resultaba ser de lo más abultado (véase infra). 

Luego, a principios de septiembre, tras conocerse la condena de Gu Kailai a la pena capital —pero con sentencia suspendida y conmutable por la de cadena perpetua— como culpable confesa del homicidio de Neil Heywood, Xi dejó de aparecer en público y canceló todas sus citas, ausencia que desató las especulaciones sobre un súbito y grave quebranto de salud, un accidente de tráfico o incluso un disenso de última hora entre bambalinas sobre el plan de sucesión.

Transcurridas dos semanas, el 15 de septiembre, Xi reapareció sin novedad y luciendo su habitual excelente estado físico. En mitad de esta intriga, el 3 de septiembre, los chinos se toparon con la destitución de Ling Jihua, director de la Oficina General del Comité Central y primer edecán de Hu Jintao, al parecer de resultas del accidente de circulación protagonizado en Beijing por su hijo, quien, según la prensa hongkonesa, se había estrellado en el asiento de un Ferrari con el resultado de una persona muerta. 

El reguero de noticias para el sobresalto continuó. El 24 de septiembre el juicio a Wang Lijun, el acusador convertido en acusado, concluyó con un veredicto de culpabilidad y una condena a 15 años de cárcel. Y el 28 de septiembre el Comité Central echó a Bo Xilai del Partido y al mismo tiempo se confirmó la posposición del XVIII Congreso, que fue trasladado al 8 de noviembre.

Prácticamente en la víspera del cónclave, a finales de octubre, fue anunciada la expulsión de Bo de la Asamblea Popular Nacional con pérdida por tanto de la inmunidad parlamentaria, lo que le dejaba listo para ser procesado por los cargos de abuso de poder, soborno y violación de la disciplina del Partido. Casi a la vez, el diario norteamericano The New York Times publicaba, en un artículo potencialmente explosivo del estilo de las revelaciones de Bloomberg sobre los adinerados deudos de Xi, que los familiares más directos del primer ministro Wen Jiabao habían amasado en los últimos años una fortuna clandestina por valor de 2.700 millones de dólares.

Xi, elegido secretario general

Este era el ambiente enrarecido que flotó sobre el XVIII Congreso del PCC, transcurrido del 8 al 14 de noviembre de 2012 en el edificio reservado para estos magnos eventos, el Gran Salón del Pueblo, sede regular también de la Asamblea Popular Nacional, en la pekinesa Plaza de Tiananmen, y con la asistencia de 2.270 delegados de 40 circunscripciones. Hu Jintao, el secretario general saliente, manifestó en su discurso inaugural que la prioridad de los próximos años iba a ser la creación de un "nuevo modelo económico" que garantizara la continuidad del crecimiento y al mismo tiempo corrigiera las desigualdades sociales y acabara con la corrupción, mal que podía provocar "el colapso del Partido y la caída del Estado". 

El 15 de noviembre, el primer plenario de la Comisión Central definida por el Congreso eligió de manera formal, sancionó en realidad, a los 25 miembros del Buró Político, de los que dos eran mujeres, y a los siete de su Comité Permanente, que fue achicado en membresía y ampliamente renovado, pues del equipo anterior solo siguieron Xi y Li.

La nueva nomenclatura de la cúpula del PCC, del uno al siete, quedó como sigue: Xi Jinping, secretario general, vicepresidente de la República y, en una inmediata combinación de cargos muy significativa por cuanto que Hu Jintao había tenido que esperar dos años (hasta 2004) para recibir de Jiang Zemin la importantísima dirección de la milicia, presidente de la Comisión Militar Central del Partido; Li Keqiang, primer viceprimer ministro y vicesecretario del Partido en el Consejo de Estado o Gobierno; y como número tres, Zhang Dejiang, viceprimer ministro y secretario del Partido en Chongqing. 

Las posiciones cuarta, quinta, sexta y séptima eran para: Yu Zhengsheng, hasta ahora secretario del Partido en Shanghai; Liu Yunshan, primer secretario del Secretariado Central, oficina responsable de la propaganda, en la que Liu reemplazaba a Xi; Wang Qishan, viceprimer ministro y nuevo secretario de la Comisión Central de Inspección Disciplinaria, la oficina responsable de la lucha anticorrupción; y Zhang Gaoli, hasta ahora secretario del Partido en Tianjin. La edad media estaba en los 63 años, siendo Xi y Li los únicos quincuagenarios. Todos los miembros presentaban un perfil tecnocrático y conservador, luego ortodoxo.

La previsión ahora era que en marzo de 2013, en el arranque de la XII Asamblea Popular Nacional, Xi reemplazara a Hu también en la Presidencia de la República y en la presidencia de la Comisión Militar Central del Estado. Igualmente entonces, completando la transmisión de poderes, el Parlamento investiría a Li Keqiang al frente del Gobierno en lugar de Wen Jiabao y a Zhang Dejiang presidente del Comité Permanente de la institución legislativa en lugar de Wu Bangguo, aunque la inesperada aparición de Li como número dos en lugar de número tres podría invertir este reparto de altos puestos institucionales.

Aspectos familiares y el espinoso reportaje de Bloomberg

Desde 1987 Xi Jinping está casado en segundas nupcias con Peng Liyuan, una popular cantante de música tradicional que ha realizado numerosas giras artísticas por China y el extranjero, y que posee un nutrido palmarés de honores y reconocimientos a su talento. Hasta que ingresó en el Comité Permanente en 2007, Xi era bastante menos conocido por los chinos de a pie que su famosa esposa, la cual además ostenta el rango civil de general del Ejército Popular de Liberación y pertenece al Comité Nacional de la Conferencia Consultiva Política Popular. En 1992 la pareja tuvo una hija, Xi Mingze, ahora mismo estudiante en la Universidad de Harvard bajo pseudónimo. 

Hasta el momento, Xi y Peng han evitado coincidir en público y apenas se han divulgado fotos en las que aparecen juntos. Anteriormente, Xi estuvo casado con Ke Xiaoming, hija del embajador en el Reino Unido en 1978-1983, Ke Hua, de la que luego se divorció.

Medios de las prensas económica occidental y democrática de Hong Kong se han interesado por las andanzas empresariales de los hermanos de Xi Jinping, quienes son Xi Qiaoqiao, Xi An’an, ambas hermanas mayores, y Xi Yuanping, el hermano menor. Así, como se adelantó arriba, Bloomberg ha rastreado a fondo este capítulo y en junio de 2012 publicó un extenso reportaje donde detallaba, aportando cifras muy voluminosas (hablaba de un capital sumado de 376 millones de dólares), la participación de los hermanos y sus cónyuges en todo un abanico de negocios donde destacaban el comercio de minerales estratégicos, las inversiones inmobiliarias y los servicios de telefonía móvil.

Según Bloomberg, sus investigaciones habían topado con una maraña formada por "múltiples compañías propietarias, restricciones gubernamentales al acceso a documentación corporativa y, en algunos casos, censura online".

El canal económico estadounidense matizaba además que no había "indicación de que Xi interviniera para facilitarles el camino a las transacciones comerciales de sus parientes, ni de ninguna irregularidad cometida por Xi o su extensa parentela". La aclaración no evitó que el enlace directo al reportaje en Internet, el acceso a la web del medio y los resultados de las búsquedas relacionadas vía Google fueran bloqueados en la República Popular a los internautas chinos. 

Además, en su reportaje Bloomberg no olvidaba mencionar el concepto cultural de guanxi, que para el caso, la insinuación de un tráfico de influencias, se refería a la dinámica de contactos personales que reporta ventajas a la hora de progresar profesionalmente en China. Los comentaristas internacionales señalaron que el Gobierno de Beijing ejerció drásticamente la censura para evitarle más nubarrones al XVIII Congreso y para ahorrarse embarazosas comparaciones con el caso de Bo Xilai, su antítesis en tantos aspectos, cuya defenestración estuvo regada de denuncias de las prominentes carreras y de los tinglados financieros montados por su esposa y hermanos.

(Cobertura informativa hasta 30/11/2012).

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