Shimon Peres
Presidente del Estado (2007-2014); primer ministro (1984-1986, 1995-1996); ministro de Exteriores (1986-1988, 1992-1995, 2001-2002) y Defensa (1974-1977, 1995-1996)
En 2007 la Knesset israelí otorgó a Shimon Peres, Premio Nobel de la Paz de 1994, el último puesto institucional que le faltaba, la Presidencia del Estado que ayudó a crear, tras haberlo sido virtualmente todo en las seis décadas de historia del moderno Israel. Con 83 años, este infatigable veterano, quien fuera discípulo de David Ben-Gurion, coronó entonces una carrera irrepetible: fue dos veces primer ministro, tres veces ministro de Exteriores, dos de Defensa y titular de otras carteras en una decena de gobiernos, amén de diputado durante casi cinco décadas —sirvió en la Knesset nada menos que 14 legislaturas seguidas— y líder del Partido Laborista en tres períodos, aunque arrastrando, paradójicamente, un historial de fracasos clamorosos en elecciones de relieve. Peres, un judío ashkenazí emigrado de su Polonia natal antes de la Segunda Guerra Mundial, se labró un perfil de paloma no siempre respaldado por los hechos y una reputación prestigiosa como el principal muñidor de los Acuerdos de Paz de Oslo con los palestinos antes de aproximarse a las tesis militaristas de Ariel Sharon, antípoda político pero amigo personal, a cuyo partido Kadima se adhirió en 2005.
Como jefe del Estado hebreo hasta 2014, Peres defendió las campañas bélicas contra Hamás en Gaza, pronunció un histórico discurso de recuerdo del Holocausto en el Bundestag alemán, dialogó con el presidente palestino Mahmoud Abbas, llamó a impedir por todos los medios que Irán desarrollara armas nucleares y criticó al primer ministro del derechista Likud, Binyamin Netanyahu, por impulsar la expansión urbana de Jerusalén Oriental a costa de la Cisjordania ocupada. En septiembre de 2016 un derrame cerebral puso fin a su vida a los 93 años. Con la muerte de Peres, convertido en una figura patriarcal de la política israelí, desaparece el superviente del trío de dirigentes, siendo los otros dos Yitzhak Rabin y Yasser Arafat, que hizo posible el ya fenecido proceso de paz de Oslo de 1993, cuyo objetivo último, la terminación del añejo conflicto palestino-israelí dando una satisfacción nacional a las dos partes, sigue sin realizarse.
(Texto actualizado hasta septiembre 2016)
1. Un judío ashkenazí emigrado a Palestina y pionero del Estado de Israel
2. Ascenso al liderazgo del laborismo y a la jefatura del Gobierno
3. Cerebro de las negociaciones palestino-israelíes de Oslo y sucesor del asesinado Rabin
4. Derrota ante Netanyahu y regreso al Ejecutivo con Barak
5. Ministro de Exteriores con Sharon y nuevo liderazgo del Avoda
6. Segunda alianza con Sharon y fuga al partido Kadima
7. Presidente de Israel al segundo intento
8. Jubilación de la política y defunción
1. Un judío ashkenazí emigrado a Palestina y pionero del Estado de Israel
Nacido con el nombre eslavizado de Szymon Perski en el entorno rural de Polesia, región pantanosa históricamente polaca que tras la Segunda Guerra Mundial fue anexionada a la República Socialista Soviética Bielorrusa —de manera que la patria chica del estadista iba a quedar en territorio de lo que hoy es Bielarús—, su padre se ganaba la vida como comerciante de madera y su abuelo materno, Tzvi Meltzer, era un rabino que le inició en el estudio del Talmud a pesar de no ser sus progenitores unos judíos observantes. El niño se educó en los idiomas hebreo, yiddish (alemán hebraizado) y ruso, éste último inculcado por la madre.
Los Perski decidieron emigrar a Palestina, entonces bajo mandato británico, en 1934, es decir, varios años antes de estallar la guerra y de abatirse sobre los judíos europeos el Holocausto perpetrado por los nazis. La familia se estableció en el kibbutz (granja colectiva de colonos concebida como un primer núcleo de asentamiento) de Geva, y el muchacho recibió su formación en el colegio Geula de Tel Aviv y en la Escuela de Agricultura Ben Shemen, donde adquirió los conocimientos prácticos que le permitieron participar en la fundación del kibbutz de Alumot, en el Valle del Jordán. Allí trabajó en las labores agropecuarias y como secretario del asentamiento.
Anteriormente, un hermano de Yitzhak Perski había optado por emigrar a Estados Unidos e instalarse junto con su esposa judía germano-rumana en Nueva York, donde alumbraron una niña que también iba a hacerse mundialmente famosa, pero por unos vericuetos harto distintos que los de su primo establecido en la lejana Palestina y un año mayor: la estrella de cine Lauren Bacall. Así lo han asegurado durante años varias fuentes acreditadas, si bien el estadista, en su ancianidad, iba a matizar que él no tenía constancia de que la actriz norteamericana fuera prima carnal suya; si acaso, una pariente más lejana.
Sionista ferviente, el inquieto y joven colono comenzó su carrera política como mensajero particular de David Ben-Gurion, otro ashkenazí oriundo de Polonia y máximo líder del sionismo laborista de ideas socialistas, y, a partir de 1943, como secretario de la Federación de Jóvenes Estudiantes y Trabajadores, un movimiento juvenil que promovía el cooperativismo judío en el Mandato Británico de Palestina y que estaba supeditado al Histadrut, el frente sindical del laborismo sionista. En 1945 Peres contrajo matrimonio con Sonya Gelman, compañera de aula en Escuela Ben Shemen y nacida en Ucrania, que acababa de recibir la licencia en el Ejército británico, donde había servido como conductora de camiones. La pareja iba a tener una hija, Zvia, y dos hijos, Yoni y Chemi.
En 1947 Peres ingresó en la Haganah, el ejército judío de autodefensa controlado por Ben-Gurion y el Partido de los Trabajadores de Israel (Mapai), y durante la contienda contra los países árabes que sobrevino con la proclamación del Estado de Israel en mayo de 1948 y que se prolongó hasta el armisticio de 1949, dirigió el embrionario Servicio Naval y encabezó la delegación del Ministerio de Defensa en Estados Unidos, misiones que incluyeron el reclutamiento de tropas y la adquisición de armas para la causa judía.
Su estancia en el país norteamericano se prolongó hasta 1952, tres años después de que Israel, victorioso en el campo de batalla, preservara y afianzara su estatalidad gracias a una serie de adquisiciones territoriales a costa del abortado Estado árabe-palestino. Acatando la directiva de Ben-Gurion sobre la hebraización obligatoria de los apellidos de origen europeo por aquellos que aspiraran a desempeñar puestos en la Administración y el Gobierno, el entonces veinteañero escogió como apellido Peres, término que supuestamente evocaba el patronímico Perski pero que en realidad era un mote con que le conocían sus amigos, tratándose peres de un sustantivo hebreo que significa buitre.
Tras su retorno a Israel, Peres entró en los escalafones civiles del Ministerio de Defensa, que titularizaba Ben-Gurion en adición al cargo de primer ministro. Empezó siendo el subdirector del Ministerio y muy pronto, en 1953, con 29 años, fue ascendido a director general del mismo, puesto equivalente a una secretaría de Estado, encargado de todos los aspectos técnicos de esta importantísima oficina del Gobierno israelí. Como responsable de la organización y la producción de la defensa nacional, Peres tuvo un papel fundamental en el desarrollo de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI), a las que dotó de modernos sistemas de armamento de fabricación occidental.
Asimismo, sentó las bases de la industria aeronáutica nacional, puso en marcha el programa secreto para el desarrollo de una fuerza de disuasión nuclear suministrada por la Francia de De Gaulle (con cuyo uranio Israel, se cree, fabricó su primera bomba atómica en 1966) y estuvo involucrado en las grandes decisiones que envolvieron la guerra árabe-israelí de 1956, tanto en los terrenos diplomático, en calidad de negociador del acuerdo trinacional secreto entre Israel, Francia y el Reino Unido para el ataque combinado al Egipto nasserista y la captura del Canal de Suez, como en el militar, al participar en el diseño del plan de operaciones para la conquista por las FDI de la península del Sinaí.
Dos años antes de esta contienda, en 1954, siendo primer ministro Moshe Sharett, Peres testificó contra Pinhas Lavon, el recién nombrado ministro de Defensa, a raíz del escándalo que provocó la revelación de una operación encubierta de los servicios de inteligencia de las FDI, el Aman, para cometer atentados terroristas en Egipto con el objetivo de sabotear la prevista retirada militar británica del Canal de Suez, que Nasser pretendía nacionalizar. El testimonio de Peres resultó decisivo para la dimisión de su jefe ministerial en junio de 1955, cuando Ben-Gurion reasumió la cartera de Defensa como antesala de su regreso al puesto de primer ministro.
Hasta entonces un servidor gubernamental de corte tecnocrático, Peres imprimió a su carrera un rumbo decididamente político con su participación en las elecciones a la Knesset del 3 de noviembre de 1959, que le convirtieron en diputado por el Mapai. El 21 de diciembre Ben-Gurion le confirmó en el Ejecutivo como viceministro de Defensa y el sucesor del veterano estadista, Levi Eshkol, confirmó esta responsabilidad el 1 de julio de 1963. El 25 de mayo de 1965 Peres tuvo que abandonar el Gobierno tras secundar a Ben-Gurion en su ruptura con el Mapai y en la fundación de un partido propio, la Lista de los Trabajadores Israelíes (Rafi), cuya Secretaría General su mentor le confió. En 1968, sin embargo, se separó de Ben-Gurion y junto con otro distinguido disidente laborista, el ministro de Defensa y general Moshe Dayan, héroe de la Guerra de los Seis Días de junio de 1967, arrastró de su lado al grueso del Rafi para reconciliarse con el Mapai y fundar juntos, con la adición del grupúsculo Unidad Laborista, el Partido Laborista Israelí (Mifleget HaAvoda HaYisraelit), conocido en Israel común y simplemente como Avoda.
El 22 de diciembre de 1969 Peres regresó al Gobierno por invitación de Golda Meir, convertida en líder del Avoda y primera ministra tras la muerte de Eshkol a finales de febrero, como titular del Ministerio para la Absorción de la Inmigración y el Desarrollo Económico de las Áreas Administradas de Judea y Samaria, esto es, la Cisjordania ocupada en 1967. El 1 de septiembre de 1970, en la remodelación obligada por el abandono del Gobierno de unidad nacional por el bloque que integraban los derechistas del partido Herut (Libertad) y los liberales, Peres pasó a hacerse cargo de la doble cartera de Transportes y Comunicaciones.
Reelegido por cuarta vez consecutiva en las elecciones a la octava Knesset, el 31 de diciembre de 1973, Peres siguió en el Gabinete alineado por Meir el 10 de marzo de 1974, portando ahora la cartera de ministro de Información. Poco después, el 10 de abril, la primera ministra, blanco de duras críticas desde la opinión pública por la imprevisión militar mostrada por el Gobierno en vísperas de la reciente guerra del Yom Kippur, desencadenada por Egipto y Siria, y ganada por las FDI tras 20 días de combates no sin dificultades operativas y con cuantiosas bajas, arrojó la toalla como primera ministra y presidenta del Avoda, abriendo una lucha por la sucesión en la que Peres, a estas alturas un maduro cincuentón que ya estaba bastante bregado en la política, no dudo en meterse.
El vencedor en la elección interna celebrada por el Comité Central del Avoda el 22 de abril de 1974 fue, empero, Yitzhak Rabin, general en la reserva y el artífice junto con Dayan de la arrolladora blitzkrieg de 1967, que había comandado siendo jefe del Estado Mayor de las FDI, y que actualmente se desempeñaba de ministro de Trabajo. A pesar de que contaba con el apoyo de Meir —o precisamente por ello—, Peres pagó con su derrota la fuerte impopularidad que a raíz del imprevisto ataque sirio-egipcio de octubre del año anterior había acumulado la élite ashkenazí del partido en el poder, cuyos representantes más conspicuos eran Meir, Dayan, el ministro de Exteriores Abba Eban y él mismo. Para compensarle, Rabin le nombró ministro de Defensa, sustituyendo precisamente a Dayan, en el Gabinete que el general formó el 3 de junio. En suma, Peres fue el único dirigente de la desprestigiada vieja guardia laborista que se mantuvo a flote; más aún, pasó a integrar el nuevo trío de líderes del Avoda, junto con Rabin y Yigal Allon, reemplazo de Eban en Exteriores.
Como ministro de Defensa, Peres dirigió la retirada por etapas de la península del Sinaí, arrebatada a Egipto en la Guerra de los Seis Días, en cumplimiento del segundo Acuerdo de Separación de Tropas firmado en Ginebra el 4 de septiembre de 1975. También, ordenó los bombardeos de posiciones palestinas de la OLP en Líbano, así como la célebre operación de rescate, acometida con éxito por un centenar de soldados de fuerzas especiales en el aeropuerto ugandés de Entebbe el 4 de julio de 1976, de los pasajeros judíos de un avión de Air France que se hallaba secuestrado por un comando palestino acogido a la protección del dictador antiisraelí del país africano, Idí Amín Dadá.
2. Ascenso al liderazgo del laborismo y a la jefatura del Gobierno
El 8 de abril de 1977 Rabin presentó la dimisión por un asunto de cuentas bancarias ilegales puestas a nombre de su esposa y Peres le sustituyó en funciones desde el día 22 hasta la celebración de elecciones generales anticipadas el 17 de mayo. En estos históricos comicios el bloque de izquierdas liderado por el Avoda, el Maaraj (Alineamiento, en el que se daba cita también el Partido Unido de los Trabajadores, o Mapam), por primera vez desde 1949, fue derrotado por la coalición derechista Likud (Consolidación) basada en el Herut de Menachem Begin, quien formó gobierno el 21 de junio. El 13 de julio Peres, pese al baldón que había supuesto debutar en el liderazgo de una campaña electoral laborista con un resultado humillante de derrota tras ocho victorias consecutivas, sustituyó a Rabin en la presidencia del Avoda, dando comienzo una etapa de siete años como líder de la oposición al Gobierno del Likud que las elecciones de junio de 1981, pese a la sensible recuperación experimentada por el laborismo, no sirvieron para atajar. En 1978 el dirigente israelí resultó elegido presidente de la Internacional Socialista.
En las siguientes votaciones generales, las del 23 de julio de 1984, el Maaraj, beneficiado por el enorme daño político que los episodios más polémicos de la sangrienta campaña militar de 1982 contra Líbano (masacres en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila) habían infligido al liderazgo del Likud, conquistó una mayoría simple de 44 escaños, tras lo cual, el 31 de julio, Peres ultimó con el nuevo jefe del Likud y primer ministro saliente, Yitzhak Shamir, un acuerdo para desempolvar la fórmula del Gobierno de unión nacional, probada por última vez en el trienio comprendido entre 1967 a 1970. El 5 de agosto el presidente del Estado, Chaim Herzog, encomendó a Peres la formación del Gabinete y el 13 de septiembre fue inaugurado el vigesimoprimer Gobierno de Israel, en el que Shamir fungía de viceprimer ministro y ministro de Exteriores, Rabin de ministro de Defensa y Peres, adicionalmente, de ministro del Interior y de Asuntos Religiosos, aunque en diciembre del mismo año iba a desprenderse de ambas oficinas. El Maaraj y el Likud se repartieron la mayoría de los puestos, dejando los restantes para los habituales partidos menores del parlamentarismo israelí, siendo esta vez los gratificados el ortodoxo Mafdal (Partido Nacional Religioso), el centrista Shinui (Cambio), el derechista laico Ometz (Coraje) y el prolaborista Yahad (Juntos).
En su primera ejecutoria como jefe del Gobierno israelí, Peres ordenó (14 de enero de 1985) la retirada de las FDI de Líbano, por etapas y a excepción de una franja en el sur delimitada por el río Litani, tras tres años de ocupación, así como el espectacular raid (1 de octubre de 1985) de seis cazabombarderos contra el cuartel general de la OLP instalado en Túnez por Yasser Arafat tras su segunda expulsión del país de los cedros, que destruyó el edificio y provocó varias decenas de muertos. Presentado como una acción de represalia por los últimos atentados terroristas de los partidos de la izquierda radical palestina contra intereses israelíes, el ataque aéreo suscitó amplias críticas internacionales al considerarse desproporcionado y una violación de la soberanía tunecina.
Aparte de las decisiones de signo militar, Peres estableció relaciones diplomáticas con España, uno de los países europeos más propalestinos, el 17 de enero de 1986, poniendo fin a siglos de alejamiento entre españoles y judíos, y, en un movimiento inesperado que despertó mucha expectación internacional por tratarse del primer encuentro árabe-israelí de alto nivel desde la visita del presidente egipcio Anwar al-Sadat a Jerusalén en 1977, departió con el rey Hasan II de Marruecos en el Palacio Real de Ifrán el 22 y 23 de julio del mismo año. Estas conversaciones "exploratorias", según la expresión empleada por sus protagonistas, destaparon la caja de los truenos en los países árabes con gobiernos radicales y, más allá de servir para constatar las diferencias irreconciliables sobre cuestiones claves como el derecho de los palestinos a dotarse de un Estado o el estatus de Jerusalén, al menos mostraron al mundo que el mero diálogo entre árabes e israelíes no era una quimera.
Uno de sus principales motivos de desacuerdo entre el primer ministro Peres y el ministro de Exteriores Shamir fue la política a seguir con los Territorios Ocupados de Cisjordania y Gaza. Con respecto al primer territorio, los laboristas eran receptivos a una paulatina restitución del mismo a la soberanía jordana, tal como Begin había hecho con el Sinaí egipcio a cambio de acceder El Cairo a un tratado de paz. De hecho, el 22 de octubre de 1985, Peres, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, propuso al Gobierno de Ammán entablar negociaciones directas sobre la base de las resoluciones 242 (1967) y 338 (1973) del Consejo de Seguridad de la ONU, cuya correcta interpretación constituía otro motivo de enfrentamiento con la OLP. Por el contrario, el Likud alentaba la colonización de Cisjordania como una misión inexcusable por imperativos históricos y religiosos.
En la práctica, Peres aplicó una política ambivalente, ya que por un lado prohibió la creación de nuevos asentamientos de colonos en Cisjordania y no descartó abrir un diálogo con la OLP siempre y cuando esta renunciara expresamente a destruir el Estado de Israel (objetivo que constaba en el articulado de la Carta Nacional Palestina), pero por otro lado ordenó a los comandantes militares que reprimieran sin contemplaciones los amagos de resistencia civil palestina en los Territorios Ocupados.
El 10 de octubre de 1986, en cumplimiento de la previsión de alternancia para cuando se cruzara el ecuador de la legislatura, Peres presentó la dimisión y el día 20 intercambió oficinas gubernamentales con Shamir, pasando a convertirse en viceprimer ministro (textualmente, el puesto recibía la denominación de "primer ministro en funciones") y ministro de Exteriores. Las elecciones del 1 de noviembre de 1988 inclinaron ligeramente la balanza a favor del Likud, pero no lo suficiente como para deshacer el empate técnico. En consecuencia, los partidos mayoritarios reeditaron el Gobierno de unidad, que esta vez no experimentaría una rotación en los puestos clave: Shamir sería el primer ministro durante toda la legislatura.
El 22 de diciembre de 1988 tomó posesión el nuevo Gabinete, en el que Peres conservó el puesto de viceprimer ministro, se desprendió de la cartera de Exteriores —ida a un dirigente del Likud, Moshe Arens— y a cambio tomó la de Finanzas, debutando en un área de gestión que le permitió acrecentar su reputación de verdadero todoterreno de la política gubernamental. Como responsable de Finanzas, Peres obtuvo logros tangibles, fundamentalmente dos: la rebaja de la inflación, que pasó del 20% al 16% anual, y el relanzamiento de la actividad económica, al crecer el PIB desde el anémico 1% registrado en 1989 hasta el 5% obtenido en 1990.
3. Cerebro de las negociaciones palestino-israelíes de Oslo
Un trecho de seis años en la trayectoria de Peres tocó a su fin el 13 de marzo de 1990, fecha en que el primer ministro Shamir le destituyó de manera fulminante como culminación de varios meses de enfrentamientos por la terca negativa del Likud a dar luz verde a un diálogo con la OLP, en El Cairo y con mediación de Estados Unidos, en el que cabría discutir la concesión de un estatuto de autonomía palestino. Los ministros del Avoda dimitieron en solidaridad con su jefe y el Gobierno de unidad se fue a pique. Toda vez que el plan del Avoda de formar un Gobierno alternativo, aunque muy precario, con el auxilio de pequeñas formaciones izquierdistas y laicas, tampoco prosperó, Peres se resignó a pasar a la oposición.
Transcurridos dos años, el 11 de febrero de 1992, el septuagenario en ciernes, que si hubiese optado por jubilarse ahora ya habría merecido un lugar destacado en el elenco de dirigentes del Estado fundado en 1948, fue derrotado por Rabin, su eterno rival, en la enésima pugna por la jefatura del partido con el 34,5% de los votos frente al 40,5% conseguido por el antiguo general. Sus 15 años al frente del laborismo habían igualado el registro de Ben-Gurion. Y sin embargo, el período más fructífero de su carrera política estaba a punto de comenzar. En las elecciones del 23 de junio de 1992 el Avoda, con el 34,7% de los votos y 44 escaños, se impuso ampliamente al Likud y el 13 de julio, en compañía de los partidos Meretz (Energía, socialdemócrata), Yiud (una escisión del ultraderechista Tzomet) y Shas (ultraortodoxos sefardíes), retornó al Ejecutivo con Rabin de primer ministro y Peres de ministro de Exteriores.
El dúo laborista formado por el capitán y su avezado contramaestre estaba listo para imprimir un histórico giro de timón a la política exterior israelí. En tanto que máximo valedor del principio de paz por territorios, que era la clave del plan presentado por James Baker, secretario de Estado de Estados Unidos, Peres se erigió por la parte israelí en el arquitecto del proceso de paz en Oriente Próximo, que había arrancado en la Conferencia de Madrid (30 de octubre a 1 de noviembre de 1991), pero que solo ahora, con el paso del Likud a la oposición, empezó a generar expectativas sólidas.
Sin embargo, a últimos de 1992 las negociaciones bilaterales entre israelíes y palestinos encallaron por un sinfín de discrepancias sobre cuestiones de procedimiento y de agenda. Ante lo infructuoso de los canales oficiales, Peres, en una decisión que al parecer no consultó previamente a Rabin, optó por recurrir, a partir del 20 de enero de 1993 y en Oslo, a la negociación secreta, que por la parte palestina estuvo conducida por Mahmoud Abbas, alias Abu Mazen, uno de los dirigentes más pragmáticos de la OLP y lugarteniente de Arafat. La buena voluntad de las dos partes y la solvencia diplomática de Peres, exhibiendo tanta tenacidad negociadora como posibilismo político, desembocaron en la histórica Declaración de Principios sobre los Acuerdos del Autogobierno Interino, documento que equivalía a un tratado provisional de paz entre Israel y la OLP, y cuya adopción debía poner término a uno de los conflictos entre naciones más prolongados y enconados del mundo —si no el que más—, cuyo último capítulo había sido la Intifada lanzada en 1987 por los palestinos de los Territorios Ocupados.
El 13 de septiembre de 1993 Peres y Abbas, en tanto que responsables de las respectivas oficinas diplomáticas, fueron los encargados de firmar la Declaración de Principios (Acuerdo Oslo I) en Washington en un entorno de lo más solemne, si bien el protagonismo del evento recayó en los máximos jefes de cada parte, Rabin y Arafat, quienes simbolizaron la superación de cinco décadas de hostilidades mediante un dramático apretón de manos arropado por el presidente anfitrión, Bill Clinton.
El siguiente paso fue la firma por Arafat y Rabin, el 4 de mayo de 1994 en El Cairo, del llamado Acuerdo Gaza-Jericó, último instrumento previo al arranque de la autonomía palestina con un horizonte transitorio de cinco años, tiempo en el cual Israel iría evacuando y entregando a los palestinos nuevos territorios de Cisjordania, y transfiriéndoles más poderes y responsabilidades en las áreas civiles y de seguridad. Para el final del período de transición quedaba la resolución de las cuestiones más delicadas, a saber: el estatus permanente de la entidad palestina, el estatus de Jerusalén y en particular la parte oriental de la ciudad, la situación de los refugiados palestinos y de los asentamientos de colonos judíos, los acuerdos bilaterales de seguridad, las relaciones de cooperación con los estados vecinos y la definición de las fronteras.
En estos años de optimismo en la región Peres se ganó a pulso una cierta confianza por parte de los líderes árabes moderados y Arafat recurrió preferentemente a él para sacar adelante las negociaciones en los momentos de estancamiento y crisis. En sus encuentros con el presidente palestino, Peres se mostraba bastante más relajado que Rabin, quien, aun convencido de lo ineludible de la paz, debía luchar contra sus prejuicios de soldado que había combatido a muerte al enemigo palestino durante la mayor parte de su vida.
El canciller israelí contempló también la devolución, condicionada, eso sí, de los Altos del Golán arrebatados a Siria en 1967, ya que ello haría más factible su visión —prácticamente utópica, a la luz de los sombríos vericuetos que más tarde iba a tomar el proceso de paz— de un Oriente Próximo en el que israelíes, palestinos, jordanos, egipcios y sirios compartieran como buenos vecinos los exiguos recursos naturales de la región, en particular el agua, y trabajaran en aras de una prometedora cooperación económica libre de amenazas, boicots, barreras físicas y movimientos de tropas. En reconocimiento a sus esfuerzos, Peres fue galardonado con el premio Nobel de la Paz de 1994, que compartió con Rabin y Arafat, y que recogió con ellos en Oslo, la ciudad fetiche del proceso palestino-israelí, el 10 de diciembre.
El trágico magnicidio de Rabin a manos de un judío de la extrema derecha nacionalista el 4 de noviembre de 1995, cuando el primer ministro salía de participar en un acto de apoyo popular al proceso de Oslo en Tel Aviv, convirtió automáticamente a Peres en primer ministro interino y en ministro de Defensa en funciones. El 13 de noviembre, el Avoda le eligió su presidente y el día 22 prestó juramento el nuevo Gobierno, que preservaba la coalición con los partidos Meretz y Yiud (Shas se había salido en 1993). Peres se reservó el siempre sensible Ministerio de Defensa, mientras que Exteriores fue para el hasta hacía poco jefe del Estado Mayor de las FDI, Ehud Barak, quien siguiendo la estela de otros compañeros de la alta oficialidad castrense colgó su uniforme lleno de condecoraciones y se metió en política, en su caso en las filas laboristas.
Peres prologó su segundo ejercicio como primer ministro titular realizando del 6 al 11 de diciembre una gira exterior para entrevistarse con el rey Hussein de Jordania, el presidente Hosni Mubarak de Egipto, Arafat y Clinton. A los cuatro les dio garantías de que el plan de extensión de la autonomía de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), acordado por él y Arafat en el balneario egipcio de Taba el anterior 24 de septiembre y firmado por el presidente palestino y por Rabin en Washington cuatro días después (el llamado Acuerdo de Oslo II, que implementaba la segunda fase del autogobierno interino para la totalidad de Gaza y Cisjordania en función de tres zonas jurisdiccionales), sería aplicado puntualmente, a pesar de la ofensiva terrorista desatada contra Israel por las organizaciones radicales palestinas Hamás y Jihad Islámica.
A últimos de año, las FDI ya habían completado la evacuación de las ciudades cisjordanas de Jenín, Tulkarem, Nablus, Qalqilya, Belén y Ramallah, que pasaron al control de la ANP. Hasta aquí, Peres cumplió su palabra. Sin embargo, el primer ministro congeló la desmilitarización de Hebrón, donde dejó una guarnición de soldados con el argumento de que debía brindarse protección a 450 colonos judíos frente a la hostilidad de 110.000 paisanos palestinos. El Gobierno laborista renunció a desmantelar este asentamiento y endosó tan espinoso problema a ulteriores ejecutivos.
Sin embargo, no fue éste el principal motivo de crítica internacional a la labor de Peres. El 11 de abril de 1996 el primer ministro levantó una considerable polvareda al ordenar una masiva operación de represalia, de nombre clave Uvas de la Ira, contra posiciones de la guerrilla shií Hezbollah en el sur de Líbano. Beirut, Sidón, Tiro y el valle de la Beqaa fueron blancos de la Aviación israelí, en uno de cuyos bombardeos, el realizado el 18 de abril contra un campamento de refugiados en Qana que además estaba custodiado por cascos azules de la ONU, perecieron 106 civiles y otros tantos resultaron heridos.
La matanza, torpemente excusada por el mando militar, puso un colofón desastroso a una operación de fuerza destinada, según los observadores, a restituir ante la irritada opinión pública israelí el crédito político de Peres, cuyo Gobierno no había podido evitar los salvajes atentados terroristas cometidos por los radicales palestinos en Jerusalén, Ashkelón y Tel Aviv entre finales de febrero y principios de marzo, con un balance de 60 civiles muertos. Más allá de estos embates, cundía la sensación de que Peres no lograba sustraerse de la sombra carismática de Rabin, un héroe de guerra capaz de transmitir a la ciudadanía más seguridad en los momentos de crisis que el político Peres, visto como un dirigente habilísimo en los forcejeos diplomáticos pero falto del temple y la pericia que requerían las decisiones militares más delicadas.
4. Derrota ante Netanyahu y regreso al Ejecutivo con Barak
La corriente de simpatía que el asesinato de Rabin había reportado al laborismo se esfumó al ritmo de las bombas detonadas por los terroristas suicidas de Hamás y la Jihad Islámica. En estas circunstancias harto adversas, la supresión por el partido, el 25 de abril, de la cláusula de su programa que excluía la posibilidad de la creación de un Estado palestino les pareció tardía a unos e inoportuna a otros. Los vientos electorales habían cambiado y el 29 de mayo de 1996 Peres cayó derrotado ante el líder del Likud, Binyamin Netanyahu, en las primeras elecciones directas a primer ministro, si bien por un solo punto de diferencia. Simultáneamente, tuvieron lugar las legislativas, donde la ligera ventaja obtenida por el Avoda (34 escaños, dos más que la lista Likud-Gesher-Tzomet, aunque no dejaba de tratarse de un descenso considerable con respecto a la edición de 1992) quedó invalidada por el resultado de los comicios a primer ministro, correspondiendo a Netanyahu el privilegio de constituir el nuevo Gabinete, cosa que hizo el 18 de junio.
Peres, que nunca había conseguido formar un Gobierno en solitario por mérito electoral, renunció a la jefatura del Avoda y el 3 de junio de 1997 fue elegido para sustituirle Ehud Barak. En aquella ocasión, el laureado estadista fue agraviado por sus conmilitones, que le negaron la presidencia honorífica del partido. A sus 73 años, Peres aseguró que se mantendría activo en la política desde el escaño de diputado que ocupaba ininterrumpidamente desde 1959, lo que le convertía en el más veterano miembro de la Knesset, y comprometido con el vacilante proceso con los palestinos al frente del recién creado Centro Peres por la Paz. Él se veía a sí mismo como "un jubilado de la política, pero no de la paz".
Muy crítico con la intransigencia negociadora de Netanyahu, campeón del famoso triple no —no a la devolución del Golán a Siria, no a la estatalidad palestina y no a compartir la soberanía sobre Jerusalén—, Peres, por primera vez de manera expresa y sin matices, se pronunció a favor de la creación de un Estado palestino el 18 de mayo de 1998, durante unos actos convocados por el Ayuntamiento de Viena para conmemorar el quincuagésimo aniversario del Estado de Israel. En su opinión, el Estado palestino era necesario de entrada para preservar la seguridad y la integridad del propio Israel, ya que una solución "binacional", que englobara a toda Palestina bajo unos mismos atributos de soberanía, no traería más que violencia intercomunitaria y perjuicios para el pueblo judío.
Algunos observadores reprobaron este renovado perfil de paloma en el Premio Nobel de la Paz, ahora que estaba exonerado de las responsabilidades de gobernar o de liderar la oposición parlamentaria a un Gobierno de halcones. Además, recordaban, el actual Ejecutivo del Likud había heredado unos rompecabezas, Hebrón y el Golán, que Peres y los laboristas no habían tenido la valentía de resolver. Sin embargo, la carrera del incombustible político israelí distaba de estar terminada. En las elecciones generales anticipadas del 17 de mayo de 1999 Barak batió a Netanyahu mientras que el Avoda, aliado a los grupos Gesher (de centroderecha, liderado por el ex ministro de Exteriores con Netanyahu David Levy) y Meimad (ortodoxo, liderado por Yehuda Amital), se las apañó, en un contexto pluripartidista fragmentado, para aventajar al Likud pese a cosechar unos resultados muy mediocres (el 20,2% de los votos y 27 escaños), que de hecho eran los peores de su historia.
El líder laborista fraguó una de las coaliciones de gobierno más heterogéneas que se recordaban y, al igual que había hecho Rabin en 1992, no se olvidó de reclutar a su rival interno por el mando laborista como muestra de reconocimiento de su caché político, sobre todo a los ojos de una comunidad internacional que siempre le había estimado más que sus paisanos. Barak, sin embargo, no otorgó a Peres la cartera de Exteriores, que estaba comprometida para Levy, sino una de menor categoría, la de Cooperación Regional. Ni siquiera le concedió uno de los tres puestos de adjunto a su oficina. El Gobierno inició su andadura el 6 de julio con la obtención del preceptivo voto de confianza de la Knesset, cuyo presidente temporal, desde la inauguración de la Cámara el 7 de junio hasta la elección del titular, Avraham Burg, inmediatamente antes de la sesión de investidura, no fue otro sino Peres, en tanto que diputado de más edad. En noviembre siguiente, Peres fue elegido presidente de honor de la Internacional Socialista, después de haber figurado durante años en su Presidium como vicepresidente.
Con sus correligionarios en el Gobierno y dando por hecho el apoyo de los diputados de los partidos ortodoxos Mafdal, Shas y Judaísmo Unificado de la Torá (Yahadut HaTorah) —a pesar de que los dos primeros acababan de abandonar la coalición en desacuerdo con las políticas de Barak en relación con los palestinos y la financiación de la enseñanza religiosa—, Peres creyó tener metida en el bolsillo la elección del 31 de julio de 2000 por la Knesset del presidente del Estado, cargo que estaba vacante desde el 12 de julio por la dimisión de Ezer Weizman, otro gran veterano del servicio de Estado, antaño con el Likud y últimamente con el Avoda, debido a un escándalo de corrupción.
La oficina presidencial, desprovista de poder político y con funciones simbólicas pero rodeada de un alto prestigio, le iba como anillo al dedo a Peres, que, confortado por las encuestas que le señalaban como el favorito, quería culminar su brillante historial político y de paso ayudar a Barak a hacer la paz con los palestinos, misión para la que volcaría su dilatada experiencia en el trato con Arafat y otros líderes árabes. Peres tenía muchas ganas de ejercer de estadista a lo grande, con actividad institucional e internacional, y, desde luego, la cartera ministerial de Cooperación Regional no satisfacía ni de lejos tales apetencias.
No obstante y para sorpresa general, Peres, con 57 votos, cayó derrotado ante el candidato del Likud, el ex ministro Moshe Katzav, por quien se decantaron 63 diputados, entre ellos los 17 del Shas. El inesperado triunfo de Katzav, un político de segunda o tercera fila, hostil a los palestinos y desconocido de puertas afuera, puso un broche amargo a la carrera política de Peres y constituyó todo un bofetón al Gobierno de Barak, pero también se enmarcó en el auge político de la comunidad judía sefardí, con orígenes culturales y geográficos bien diferentes de los ashkenazíes oriundos de Europa central y oriental, muchos de cuyos notables eran socialistas secularizados y que por tradición disfrutaban de un nivel socioeconómico superior al de los judíos mediterráneos, que apenas habían intervenido en la construcción del Estado.
Días después se produjo la baja, por dimisión, de Levy en Exteriores, pero Barak no quiso endulzarle a Peres su fracaso en las presidenciales dándole la cartera para la que parecía haber nacido. El promocionado fue el hasta ahora titular de Seguridad Pública y ex embajador en España, Shlomo Ben-Ami. Inasequible al desaliento, y haciendo trizas las previsiones del varias veces anunciado y otras tantas desmentido retiro de la profesión política, Peres volvió entonces su mirada a, de nuevo, la jefatura del Gobierno.
La ocasión se planteó el 9 de diciembre 2000 con la decisión por Barak de dimitir en el cargo. Fue al cabo de un semestre agónico en el que el primer ministro había visto desintegrarse la coalición gubernamental merced a un goteo de deserciones, caer en saco roto sus propuestas y concesiones a Arafat (quien a su vez consideraba inadmisible la negativa del israelí a negociar sin dilación la soberanía compartida sobre Jerusalén como parte de un acuerdo final de paz que debía alumbrar también el Estado palestino, principio ya asumido por Barak) y, cumpliendo los más negros pronósticos, estallar, el 29 de septiembre, un levantamiento general palestino en Cisjordania y Gaza, una segunda y más violenta Intifada que sumió a los territorios en un estado de guerra abierta y que dio el tiro de gracia al proceso emprendido en Oslo.
El 10 de diciembre Barak tramitó su renuncia, activando una cuenta atrás de 60 días máximo, hasta la celebración de elecciones anticipadas a primer ministro. El 20 de diciembre Peres anunció que quería presentarse a la votación para frenar el formidable ascenso del aspirante del Likud, el general retirado y ex ministro de Defensa y de Exteriores Ariel Sharon, el más famoso y polémico de los halcones de la política israelí. El aspirante laborista confiaba en contar con el respaldo del partido Meretz, nada sospechoso de simpatizar con Barak y cuyas tesis pacifistas casaban con la buena disposición del Premio Nobel para con los palestinos. Una parte de la dirigencia laborista salió a apoyar la ambición de Peres en la convicción de que atraería muchos votos del electorado religioso, de los centristas laicos e incluso de sectores moderados del Likud, y que tras deshacerse de un Barak dado por desahuciado podía batir a Sharon en una segunda vuelta. Los sondeos de opinión avalaban esta impresión.
Sin embargo, al día siguiente, Peres sufrió su segunda gran frustración en cinco meses al decidir la dirección del Meretz no avalar su candidatura en la Knesset, donde solo le habrían hecho falta las firmas de 10 diputados. La liza electoral quedó limitada, por tanto, a Barak y Sharon. En el tiempo que quedaba hasta los comicios, Peres se involucró en las negociaciones contrarreloj con Arafat, robándole protagonismo al titular de la oficina diplomática, Ben-Ami, para ver si se podía alcanzar un acuerdo que permitiera al oficialismo llegar a las urnas con algún logro bajo el brazo, pero todo fue en vano.
5. Ministro de Exteriores con Sharon y nuevo liderazgo del Avoda
El 6 de febrero de 2001, tal como se esperaba, Sharon vapuleó a su adversario laborista y ganó el mandato para presidir el próximo ejecutivo. Barak dimitió inmediatamente al frente del Avoda, que se sumió en una grave crisis de identidad y reaccionó con acerbas divisiones a la invitación de Sharon de formar un Gobierno de unidad nacional. Peres estuvo entre los partidarios de esa salida política, sobre todo porque el muy derechista Sharon, con quien mantenía una buena relación personal desde hacía muchos años, le había ofrecido su querida cartera de Exteriores, más el rango de adjunto al primer ministro. Los laboristas pusieron una condición fundamental para entrar en el Gabinete Sharon: que reviviera el espíritu de Oslo en los tratos con los palestinos, lo que entre otras cosas requeriría cancelar la colonización de Cisjordania y reconocer el derecho de los palestinos a tener su propio Estado.
Sharon, el estigmatizado responsable de las masacres de Sabra y Shatila, estaba encantando de que todo un Nobel de la Paz pudiera edulcorar su mala imagen internacional, mientras que Peres encontraba la ocasión perfecta para desquitarse de la marginación institucional a que le había sometido Barak. Además, como otras veces antes, el veteranísimo estadista se ofreció como una solución de compromiso para dirigir provisionalmente el Avoda hasta que se eligiese al nuevo líder, posición que pretendían varios barones laboristas, como el presidente de la Knesset, Burg, y el nuevo ministro de Defensa, Binyamin Ben-Eliezer, un ex general de las FDI partidario de la mano dura contra los palestinos.
Por el momento, el 7 de marzo, Peres comenzó su tercer ejercicio al timón de la diplomacia israelí, 21 meses en los que la implacable dialéctica de las armas, con su inacabable cadena de represalias y contrarrepresalias, no le dejó muchas oportunidades para el lucimiento. A mediados de junio de 2001, irritado por la estrategia de Sharon de responder a los ataques terroristas de las milicias palestinas con operaciones de bombardeo aéreo e incursiones terrestres de las FDI contra las ciudades palestinas, y por su negativa a autorizar un encuentro de él con Arafat, aprovechando que imperaba una relativa calma tras los altos el fuego unilaterales anunciados por los dos gobiernos enfrentados, el ministro de Exteriores, en mitad de una reunión del Gabinete, abroncó a su superior, al que acusó de bloquear cualquier desenlace negociado con la ANP y de tener "agarrado por la garganta" a todo un pueblo a golpes de bloqueo económico y asedio urbano.
Peres marcó públicas distancias del belicismo de Sharon, para el que nada había que hablar con la ANP mientras no parase en seco la violencia emergida de los territorios bajo su jurisdicción, y que solo hacía vagas referencias a un posible Estado palestino desmilitarizado, achicado y fragmentado. Dos semanas después del incidente en el Consejo de Ministros, aprovechando su coincidencia con Arafat en la cumbre de la Internacional Socialista en Lisboa, Peres, en una especie de brindis al sol, aseguró que su Gobierno no iba a construir más asentamientos de colonos y que los palestinos podían contar con su Estado siempre que garantizaran la seguridad de Israel. "Dennos seguridad y tendrán libertad", le dijo al presidente palestino.
El 26 de septiembre, con otra precaria tregua sobre el terreno y tras doblegar el rechazo de Sharon bajo amenaza de marcharse del Gobierno, Peres, con el aplauso de estadounidenses y europeos, celebró en Gaza una cumbre bilateral con Arafat en la que se habló de consolidar el alto el fuego como antesala del levantamiento del cerco a las ciudades palestinas y del arresto por la ANP de los responsables de los atentados. Pero al día siguiente, las FDI, alegando un ataque de Hamás contra sus posiciones que no causó víctimas mortales, arremetieron contra el campo de refugiados de Rafah, en la franja, y provocaron una docena de muertos, dando a los islamistas palestinos el pretexto que buscaban para reanudar su campaña terrorista contra las ciudades israelíes y reactivando la situación de guerra fluctuante. El lenguaje de paloma que venía empleando Peres, cada vez menos convincente, quedaba desautorizado por las ordenes militares impartidas por Sharon y Ben-Eliezer.
El 15 de noviembre de 2001 Peres hizo historia al defender desde la tribuna de la Asamblea General de la ONU el derecho de los palestinos, pese a "no ser ésta todavía la política formal del Gobierno de Israel", a dotarse de un Estado independiente, pero exhortó a la ANP a establecer una "única autoridad sobre todas las armas y todas las fuerzas armadas", ya que "mientras el terror persista, Israel no tendrá otra alternativa que defender a su pueblo". De vuelta a casa, el ministro se encontró con que los partidos de la derecha nacionalista que participaban en el Gobierno de unidad reclamaban su cabeza a Sharon.
No había, sin embargo, riesgo de destitución. Al primer ministro, en realidad, le venía muy bien el discurso posibilista de su viejo amigo, ya que le permitía ganar tiempo frente a las presiones de la impotente comunidad internacional (de la que Estados Unidos era la potencia más condescendiente con los desafueros israelíes) para liquidar la infraestructura terrorista de los radicales palestinos y de paso destruir edificios, instalaciones y demás atributos de la soberanía de la ANP. La victoria de Ben-Eliezer en la elección del líder del Avoda, el 26 de diciembre, frente al moderado Burg, próximo a los planteamientos de Peres, vino a reforzar la posición de Sharon.
Una engañosa esquizofrenia se instaló en el Gobierno israelí a lo largo de 2002, con el primer ministro apostando duro por la vía militar para aplastar la revuelta palestina y su ministro de Exteriores explicando a los desconcertados jefes de las diplomacias de Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y la ONU, agrupados como el Cuarteto, una "agenda de paz" que como plato fuerte contemplaba la declaración inmediata del Estado palestino. Parte de las propuestas presentadas por Peres, más que nada a título personal, fueron asumidas y desarrolladas por el nuevo plan de paz elaborado por el Cuarteto como urgente sucedáneo del fracasado Acuerdo Gaza-Jericó de 1994, la denominada Hoja de Ruta. Sharon se apresuró a impugnar de cabo a rabo el nuevo plan, y de paso endosó a Arafat la condición de terrorista y de paria susceptible de convertirse en cualquier momento en un objetivo a liquidar.
La permanencia de Peres en un Gobierno dominado por halcones se antojaba insostenible, aunque el ministro no parecía dispuesto a renunciar. La baja, sin embargo, se produjo, pero su detonante fue otro: el rechazo del Avoda a una partida de la Ley General de los Presupuestos del año 2003 en la que se contemplaba una ayuda de 150 millones de dólares a los asentamientos judíos de Cisjordania y Gaza, para mejorar su seguridad. Los laboristas querían que ese dinero se destinara a inversión social para beneficio de los ciudadanos del Estado, y ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo con el Likud Ben-Eliezer dio por rota la coalición el 30 de octubre de 2002. Los ministros laboristas dimitieron al punto y Peres no fue la excepción. El 2 de noviembre las renuncias se hicieron efectivas y Sharon cubrió las bajas con personas de su partido. El sustituto de Peres en Exteriores fue su viva antítesis en la visión de Oriente Próximo y de las relaciones con los árabes, el ex primer ministro Netanyahu, que aguardaba el momento propicio para desbancar a Sharon y hacerse de nuevo con las riendas de un partido escorado al derechismo más recalcitrante.
Peres no se presentó a la elección interna celebrada por el Avoda 17 días después de deshacerse el Gobierno de unidad. Los contendientes por el liderazgo fueron Ben-Eliezer, el ex ministro del Interior Haim Ramon y un completo neófito en la política nacional y con fama de paloma, Amram Mitzna, el alcalde de la ciudad de Haifa, a la postre vencedor. Bienintencionado y voluntarioso, Mitzna era, sin embargo, un político de imagen débil que no parecía ser rival para Sharon, así que en vísperas de las elecciones legislativas del 28 de enero de 2003 un sector del laborismo solicitó que no fuera él sino Peres el cabeza de lista, lo que permitiría al partido frenar la vaticinada sangría de votos y escaños.
La propuesta no prosperó y con Mitzna de capitán electoral el Avoda se hundió hasta el 14,5% de los votos y los 19 escaños, un registro considerado desastroso. El Likud rebotó hasta los 38 escaños y Sharon recompuso su coalición sin contar con los laboristas. El 4 de mayo Mitzna dimitió entre velados reproches a los halcones de su propio partido que habían torpedeado su programa pacifista de evacuación de Gaza y de la mayoría de Cisjordania. Llegado este momento, todas las miradas se giraron hacia Peres, quien con gesto providencial anunció que estaba listo para retomar el mando del laborismo seis años después de ejercerlo por última vez. Dicho y hecho, el 19 de junio el Comité Central del partido le eligió presidente con el 58% de los votos frente a las opciones de Ephraim Sneh y Danny Atar, dos políticos de peso muy liviano que no podían hacerle sombra. El partido otorgó a Peres un mandato de liderazgo interino, de un año de duración.
6. Segunda alianza con Sharon y fuga al partido Kadima
El tercer período de liderazgo de Peres sobre el Avoda entrañó para el partido una clara derechización, tanto en los planteamientos en torno a la cuestión palestina como en las políticas social y económica, donde ya prevalecían las nociones social-liberales. Con sus gestos y sus declaraciones, Peres pareció renunciar a ejercer su tradicional papel de paloma de la política israelí y, partiendo de sus especiales relaciones con Sharon, alentó una suerte de likudización del por el momento partido de la oposición.
Esta nueva actitud se manifestó en la aceptación de la construcción del llamado muro de seguridad a lo largo del límite de Cisjordania y en torno a Jerusalén oriental —poniendo como condición, eso sí, que las obras no invadieran territorio contenido dentro de las fronteras internacionales de 1967, pero esta apropiación de hecho de áreas palestinas ya se estaba produciendo—, en el traslado al Cuarteto de las culpas por la parálisis en la aplicación de la Hoja de Ruta, en la adopción de un discurso de tintes maniqueos sobre la necesidad que tenían los palestinos de "cambiar", so pena de "entrar para siempre en el bando del terrorismo", y en el descarte de Arafat como un interlocutor válido al haberse convertido en "el problema" desde el momento en que la ANP había pasado a ser "una continuación de la organización terrorista" que en su día fuera la OLP.
Para 2004 resultaba palmario que Peres, aunque seguía apostando por un Estado palestino que comprendiera la mayor parte de Cisjordania y Gaza, y pese a no estar de acuerdo con que Arafat, acorralado en su semiderruido cuartel de Ramallah, debiera ser expulsado al exilio o incluso asesinado por cualquiera de los tanques o aviones que lo tenían en el punto de mira en todo momento, había recobrado una cierta sintonía política con Sharon. La suficiente para que el primer ministro, tremendamente agobiado por sus problemas con la justicia israelí por su presunta implicación en episodios de corrupción y por las amenazas, materializadas en junio, del Mafdal y la coalición ultraderechista Unión Nacional (Ichud Leumi) de dejarle en la estacada si se atrevía a hacer la más mínima concesión territorial a la ANP o a tocar una sola colonia judía, se dirigiera al jefe laborista en busca de auxilio.
Sharon solicitó a Peres el respaldo del Avoda para su proyecto, recibido con disparidad de opiniones dentro y fuera de Israel, y que topaba con la hostilidad de buena parte de los miembros de su propio partido, de evacuar totalmente Gaza y entregarla a la ANP, en aras de la seguridad nacional y con vistas a la fijación de las fronteras definitiva del Estado de Israel. El llamado Plan de Desconexión contemplaba la retirada unilateral y por etapas de la franja con el desmantelamiento de todos los puestos militares y los 21 asentamientos judíos, donde vivían 7.500 colonos que si fuera necesario serían desalojados por la fuerza. En Cisjordania, Israel retendría de manera permanente los mayores asentamientos, en tanto que cuatro colonias "ilegales" y aisladas en Samaria sí serían obligadas a cerrar. La decisión de abandonar Gaza la había tomado Sharon tras declarar fenecido el esquema de Oslo, con el que Peres tanto se había identificado, pero la tabla rasa en los tratos con los palestinos hecha por el Likud parecía importar al laborista menos que su inveterada atracción por las intrigas y las maquinaciones políticas que envuelven el poder.
El 12 de julio de 2004 los dos dirigentes alcanzaron un preacuerdo para la formación de un Gobierno de unidad basado en un consenso sobre el Plan de Desconexión, que tendría que ser coordinado con la ANP, y el muro de seguridad, cuyo trazado debería tener en cuenta las legítimas reclamaciones de los campesinos y municipios palestinos afectados por las confiscaciones de tierras. Las conversaciones se complicaron por el guirigay instalado en el Likud, dividido en facciones y camarillas que peleaban por el poder y rivalizaban en extremismo ideológico, y hasta el 10 de diciembre, al mes de fallecer Arafat en París y abierta, pretendidamente, una nueva era de posibilidades en la región, Sharon no invitó a Peres a comenzar las negociaciones formales para instalar la gran coalición que debía evitar la convocatoria de elecciones anticipadas, escenario no deseado por ninguno de los dos partidos.
Lo que vino a continuación fue una rebatiña entre Peres y el primer ministro en funciones y ministro de Industria y Comercio, Ehud Olmert, hombre fuerte del Gabinete y principal lugarteniente de Sharon, por la condición de número dos del próximo Gobierno. La definición de la jerarquía no era baladí, ya que en caso de faltar Sharon por dimisión, incapacidad o muerte, la jefatura del Ejecutivo iría provisionalmente a este segundo de a bordo. Finalmente, Olmert conservó su estatus, pero Peres consiguió el puesto de viceprimer ministro, en la práctica un viceprimer ministro segundo, aunque sin cartera, luego su rango iba a ser el de número tres. El Avoda obtuvo además siete ministerios, cinco con cartera y dos sin cartera. Tras meses de regateos, el nuevo Gobierno de unión nacional, que incluía a los ultraortodoxos ashkenazíes de Yahadut HaTorah, fue investido por la Knesset el 10 de enero de 2005.
Peres ofreció un perfil más bien bajo en una etapa en la que las negociaciones con los palestinos para la resolución del conflicto, por no hablar del cese de las violencias sobre el terreno, brillaron por su ausencia, y que estuvo dominada por la desconexión de Gaza, ejecutada entre el 14 de agosto y el 12 de septiembre de 2005. El 9 de noviembre siguiente tuvo lugar la demorada votación interna del laborismo y la candidatura reeleccionista de Peres, encajando otro de esos sonoros reveses que venían entreverando una carrera llena de luces, cayó derrotada frente a la de Amir Peretz, un socialista sefardí de origen marroquí (el apellido Peretz sí deriva del español Pérez, a diferencia del Peres hebreo, como ya se comentó arriba), actual presidente del Histadrut, con un historial de conflictos con el aparato del Avoda y partidario de recobrar las esencias laboristas, lo que en la actual coyuntura suponía frenar la tendencia a destinar cuantiosos fondos públicos a la expansión colonial en Cisjordania y Jerusalén en detrimento de la inversión social en Israel, donde las recetas económicas liberales estaban levantando mucho resentimiento en las clases trabajadoras.
A Peres, quien consideraba a Peretz un advenedizo carente de talla política, y de paso un traidor, ya que le había apoyado frente a Barak antes de retirarse este de la competición por el liderazgo y de presentar él su propia postulación, debió parecerle, más que una humillación, un ultraje la decisión del Comité Central del partido de elegir presidente al sindicalista con el 42,3% de los votos, yendo para él el 39,9% y para el tercero en liza, Ben-Eliezer, el 16,8%. Tal como había prometido en su campaña, Peretz se apresuró a anunciar la ruptura del Gobierno de unidad, obligando a Sharon a pactar el final anticipado de la legislatura y la convocatoria de elecciones generales para marzo de 2006. El 23 de noviembre se produjo el final de la coalición y Peres, a su pesar, tuvo que marcharse del Gobierno. Llegado a este punto, Peres parecía abocado, esta vez sí, a decir adiós a la política. Ya estaba metido en la octava década vital y ostentaba el registro, verdaderamente excepcional, de trece mandatos legislativos consecutivos. Según trascendió, no deseaba candidatear por decimocuarta vez en los comicios del 28 de marzo de 2006.
Sin embargo, un inesperado quiebro en el curso de los acontecimientos, inaugurando una etapa especialmente trepidante de la política israelí, iba a permitirle a Peres engancharse a una dinámica de renovados altos vuelos. La sacudida la provocó el 21 de noviembre Sharon, quien, cansado de la guerra de guerrillas interna que le libraba Netanyahu y de la precariedad permanente de su Gobierno, anunció su marcha del Likud y la fundación de un partido político propio, Kadima (Adelante), con el que esperaba ganar las elecciones del año siguiente. El primer ministro en funciones arrastró a su aventura a numerosos dirigentes y ministros del Likud, y también sedujo en el Avoda, donde la primera personalidad en anunciar el cambio de bando fue Haim Ramon.
Pero el fichaje que con más avidez buscaba Sharon era el de Peres, al que emplazó públicamente a volver a "trabajar juntos" y a no apartarse de "la misión" a la que estaba "destinado". La reacción inicial del cortejado, puesto que Sharon, al parecer, no le había aclarado el puesto y las responsabilidades que tendría en un Gobierno poselectoral, aunque sin duda estas tendrían que ver con la interlocución con los palestinos, fue negativa. El rechazo, sin embargo, dio rápidamente paso a la ambigüedad y el 30 de noviembre la escenificación del titubeo desembocó en una respuesta afirmativa. Se estipuló que el ex ministro de Exteriores optara a la reelección en la Knesset en las listas del Kadima, pero no se aclaró si lo haría como afiliado al partido o como adherente externo.
A Peres le satisfizo el programa del Kadima, que incidía en la preservación del carácter mayoritariamente judío del Estado de Israel sobre las bases de la entrega a la ANP de algunos territorios de Cisjordania, el mantenimiento definitivo de los mayores asentamientos de colonos y el estatus indivisible de Jerusalén. La agenda para superar el conflicto palestino-israelí hacía suyas la Hoja de Ruta, que en realidad no era más que papel mojado en aquel momento, y el principio de los dos estados nacionales en Palestina. Por su parte, la ANP tendría que desmantelar las organizaciones terroristas que operaban en su territorio y aplicar reformas en su aparato de seguridad; si esto se cumplía, los palestinos podrían obtener su Estado.
Las encuestas pronosticaban al Kadima una clara victoria electoral sobre el Avoda y, con mucha más amplitud, sobre el Likud, que parecía abocado a un descalabro sin precedentes. Pero el 18 de diciembre, el escenario preelectoral se sumió en una tensa incertidumbre porque Sharon, a los 77 años, sufrió un infarto cerebral leve que lo mandó al hospital. El primer ministro se mantuvo consciente y antes de 48 horas fue dado de alta. Sin embargo, el 4 de enero de 2006 el veterano estadista sufrió un segundo y más grave derrame cerebral. Esta vez Sharon cayó en un coma irreversible y quedó completamente incapacitado para ejercer sus funciones. De acuerdo con la previsión institucional, el viceprimer ministro Olmert tomó las funciones del primer ministro.
Tras quedar Sharon apartado del juego, Peres alentó durante unos días la sospecha de que se lo estaba pensando mejor y que ya no le interesaría seguir en el Kadima —de hecho, continuaba estando de alta en el Avoda y Peretz, sin rencores, le animaba a que se pusiera la chaqueta original— a menos que le retuvieran con un suculento puesto de mando. Bien si aspiraba a ser el nuevo líder del partido y cabeza de lista electoral, o si bien se conformaba con ser otra vez ministro de Exteriores ahora que el titular del cargo, Silvan Shalom, leal al Likud y a Netanyahu, hacia mutis, tales pretensiones quedaron abortadas por el pacto entre Olmert y la ministra de Justicia, Tzipi Livni, los dos pesos pesados del Kadima venidos del Likud y rivales en ambición, por el que el primero se reservaba los puestos de cabeza de lista y líder del partido en adición a la jefatura del Gobierno en funciones, y la segunda ascendía a ministra de Exteriores y se posicionaba como la viceprimera ministra primera del futuro Gobierno. En tales circunstancias, Peres hubo de conformarse con ser el segundo de lista y el número tres del ejecutivo que surgiera de las elecciones en tanto que viceprimer ministro segundo.
El 28 de marzo de 2006 el Kadima ganó las elecciones con el 22% de los votos y 29 escaños, una mayoría más que relativa que obligó a Olmert, convertido en primer ministro titular el 14 de abril al vencer el plazo de cien días fijado por la ley y no haberse recobrado Sharon (considerado desde este momento "incapacitado permanente" a efectos políticos), a pactar una coalición con los laboristas, el Shas y el nuevo partido Pensionistas de Israel a la Knesset (GIL). El 4 de mayo tomó posesión el nuevo Gabinete y Peres, conforme a lo estipulado, figuró en él como viceprimer ministro y ministro del Desarrollo del Neguev y Galilea, estando jerárquicamente supeditado a Livni. En la mesa del Consejo de Ministros compartía asiento con el hasta hacía poco adversario por el control del Avoda, Peretz, flamante ministro de Defensa.
7. Presidente de Israel al segundo intento
El último ejercicio ministerial de Peres transcurrió sin pena ni gloria, decepcionando a quienes habían concebido expectativas de que el ilustre estadista pudiera desde su oficina insuflar alguna bocanada vivificadora al arruinado proceso con los palestinos, ahora mismo más muerto que nunca tras haber conquistado los islamistas de Hamás el Gobierno de la ANP por la vía electoral, lo que se tradujo en más introversión diplomática y más violencia. En marzo de 2007 Peres testificó ante la comisión formada por el Gobierno, presionado por la opinión pública, para evaluar el funcionamiento de las cadenas de los mandos político y militar durante la sangrienta ofensiva librada por las FDI contra Líbano en julio y agosto del año anterior, con el objetivo, a la postre no logrado, de destruir las lanzaderas de cohetes tierra-tierra de Hezbollah. En su opinión, los bombardeos masivos de las ciudades libanesas y la incursión por tierra habían sido "un error" que había dejado en evidencia la "debilidad" de Israel ante los países árabes.
El 30 de mayo de 2007, con la aquiescencia de Olmert, quien sufría un intenso acoso político y judicial por sus chanchullos en su etapa de alcalde de Jerusalén, y de la mayor parte del Kadima, Peres anunció su candidatura a la elección por la Knesset del presidente del Estado, oficina en la que el 25 de enero anterior había sido suspendido Moshe Katzav a demanda suya, para defenderse de unos cargos de abuso sexual y violación imputados por el fiscal general. La oficina presidencial estaba, ahora mismo, en la picota, y la postulación de Peres, sin duda el israelí que disfrutaba de mayor reconocimiento en la escena internacional, resultaba completamente idónea, lo que no pudieron dejar de reconocer algunos de sus muchos detractores y enemigos de casa, incluido el personaje decisivo para el éxito de la elección, Eli Yishai, presidente del Shas.
El 13 de junio, tan solo horas después imponerse Barak a Peretz en la contienda por el liderazgo laborista, tuvo lugar la primera votación parlamentaria, en la que Peres se enfrentó a Reuven Rivlin, por el Likud, y a Colette Avital, por el Avoda. Esta vez, a diferencia de lo sucedido en 2000, no hubo sorpresa y el candidato del Kadima obtuvo 58 votos, frente a los 37 de Rivlin y los 21 de Avital. Puesto que no se trataba de la mayoría absoluta, debía votarse de nuevo. Entonces, Rivlin y Avital retiraron sus candidaturas, convirtiendo en presidente in péctore a Peres, quien con todo se sometió a una segunda y simbólica ronda de voto en la que fue investido con 86 síes. Una vez hecha la proclamación, Peres formalizó su baja en el Gobierno.
En sus primeras palabras como presidente electo, Peres, próximo a cumplir los 84 años y una vez cerrada la carrera parlamentaria más dilatada en la historia de Israel, dijo sentirse "emocionado" y "esperanzado" de que "todos juntos podamos llevar a Israel a superar los retos". El 15 de julio de 2007 tomó posesión del cargo con un mandato de siete años, convirtiéndose en el noveno titular de la oficina inaugurada por Haim Weizmann en 1949. En esta ocasión, Peres, tras recitar la fórmula del juramento institucional, manifestó que: "Ya no soy el mensajero de un partido, sino un fideicomisario de la nación, de todos los ciudadanos del Estado (...) que debe alentar el proceso de paz: en casa, con nuestros vecinos, en toda la región". También tuvo palabras para los ciudadanos de Israel no judíos que, como la minoría árabe, venían quejándose de discriminación: "Si [los no judíos] no disfrutan de una completa igualdad, entonces ninguno de nosotros estará en paz. I