Mitt Romney
Candidato presidencial (2012) y gobernador de Massachusetts (2003-2007)
El candidato del Partido Republicano en las elecciones presidenciales del 6 de noviembre de 2012 en Estados Unidos, Mitt Romney, reúne en su persona al acaudalado hombre de negocios, al mormón prototípico que sabe conciliar entrega espiritual y éxito material, y al político de ideas conservadoras pero no del todo fijas, sino adaptadas a la meta del momento. La de ahora, finalmente frustrada, era desalojar de la Casa Blanca al demócrata Barack Obama, quien buscaba su segundo mandato trayendo un balance de haberes que su adversario prometía enmendar o revertir en su integridad. Lo que Romney ha ofrecido al pueblo estadounidense en esta campaña se sintetiza en valores familiares, menos implicación del Gobierno en la recuperación económica y un liderazgo fortalecido de Estados Unidos en el mundo. En suma, devolver al primer plano la tradición conservadora americana, aunque él, con un bagaje que incluye los matices centristas y hasta progresistas, no sea un exponente depurado de la misma. Sin embargo, los electores han vuelto a confiar en Obama.
Nativo de Michigan, con ancestros en Utah y adiestrado políticamente en Massachusetts, Mitt Romney es ante todo un experto en consultoría de empresas e inversiones de capital riesgo, actividades corporativas que le convirtieron en multimillonario y que conjugó perfectamente con sus deberes religiosos en la Iglesia Mormona, donde fue misionero, predicador y obispo seglar. Pisando un terreno en parte desbrozado por su padre, otro empresario y político eminente, durante 18 años Romney encabezó una firma de private equity que basaba sus beneficios en la adquisición y posterior reventa de compañías insolventes. Entre 2003 y 2007 fue el gobernador de Massachusetts, cargo que le sirvió como trampolín de sus ambiciones presidenciales. En 2008 su primer intento de ganar la nominación republicana fue frustrado por John McCain, pero tres años después volvió a la carga. En agosto de 2012, con 65 años, Romney vio proclamada su candidatura al cabo de un embarullado proceso de primarias que le enfrentó a un pelotón de aspirantes (Rick Santorum, Newt Gingrich y el libertario Ron Paul) de la derecha más radical. Entonces, se destacó como lo más parecido a un representante del republicanismo clásico, es decir, tradicional en lo moral, muy liberal en lo económico y renuente al extremismo, aunque sus atribuidos pragmatismo y moderación fueron vistos también como ejercicios de oportunismo.
El discurso cambiante de Romney, notable en el caso del aborto (de la postura pro choice pasó a una pro life salvo excepciones, para últimamente aceptar la legislación federal permisiva), unido al interés en opacar su mormonismo a fin de no generar suspicacias en otras confesiones cristianas y evitar que se le confundiera con el fundamentalista religioso que no es, dibujó un perfil vagamente ponderado del candidato. Para contentar al agresivo Tea Party, que ni remotamente le veía como uno de los suyos, Romney escogió como compañero de papeleta a Paul Ryan, un adalid de la lucha contra el descomunal déficit presupuestario. Desde 2009 Romney se opuso a las principales reformas legales y medidas fiscales adoptadas por la Administración Obama. En consecuencia, su plataforma electoral abominaba de la reforma sanitaria, la cual, paradójicamente, es un calco de la que él implementó en Massachusetts y que situó a este estado a la vanguardia de la Unión en la cobertura del seguro médico. Planteó revocar también la reforma intervencionista de Wall Street y cancelar las regulaciones de las emisiones de CO2, pues no veía claro el nexo entre calentamiento global y acción del hombre. Asimismo, ofreció más rebajas de impuestos para todas las rentas y se comprometió a recortar el gasto público para acelerar la disminución del déficit y la deuda. Presumiendo de gestor eficiente, pidió ponerle las máximas facilidades, legales y tributarias, al sector privado, el único que, insistía, podía y debía crear empleos y tirar de una economía que precisamente ahora empezaba a despuntar, pero a un ritmo que él consideraba mediocre. También, preveía medidas para retener al capital humano autóctono y desarrollar programas de visados para trabajadores extranjeros altamente cualificados.
En los capítulos de seguridad, defensa y política exterior, Romney habló de mantener abierta la prisión de Guantánamo, de dar marcha atrás en los recortes militares aplicados por Obama estableciendo un gasto mínimo equivalente al 4% del PIB y de encarar los frentes de crisis activos en el mundo con estrategias más proactivas; propugnó más dureza con Irán en su desafío nuclear y con el régimen sirio en su cruenta lucha contra los rebeldes, tuvo palabras ásperas para Rusia ("es nuestro enemigo geopolítico número uno") y China ("ha sido un manipulador monetario durante años", "está robando empleos americanos"), y puso a la descalabrada Europa como ejemplo de lo que su país nunca debería llegar a ser. En sus libros y sus discursos, el aspirante republicano se reveló como un convencido de la noción del excepcionalismo americano en el mundo, mundo en el que el liderazgo de la superpotencia, desde que Obama tomó las riendas, venía siendo socavado.
En cuanto a la campaña presidencial en sí, Romney no hizo gala de brillantez. Desatendió a los periodistas, incurrió en varias meteduras de pata (comentarios sobre el asalto a la Embajada en Libia y de desdén por el "47% de americanos dependientes del Gobierno"), le achacaron mucha fotogenia pero poca sustancia y se vio forzado a desvelar sus cuentas con hacienda. Lo publicado confirmó que el creso candidato había pagado muy pocos impuestos al tener colocados sus millones en fideicomisos y fondos de inversión en paraísos fiscales, que tributaban por ganancias de capital. Este punto, más el hecho de que algunos de sus negocios de especulación terminaron liquidando empresas y destruyendo empleos, animaron al bando de Obama a imputarle "falta de patriotismo económico". Durante meses, las encuestas pusieron a Romney a la zaga, nunca abultada, de Obama, pero al comenzar octubre la competición se igualó y los candidatos entraron en la recta final de la campaña virtualmente empatados. A escasos días de los comicios el desenlace se presentaba completamente abierto. Ahora bien, el destructivo paso del huracán Sandy por la costa este, calamidad natural que atrajo críticas a la propuesta de Romney de desmantelar la Agencia Federal para el Manejo de las Emergencias (FEMA) para ahorrar, y la capacidad postrera de Obama para movilizar al electorado afín, en particular al decisivo colectivo hispano, mal encarado con el republicano por su postura dura en el problema de los inmigrantes indocumentados, terminaron por impedir el cambio de colores en la Casa Blanca.
(Texto actualizado hasta noviembre 2012)
1. Un devoto miembro de la Iglesia Mormona
2. De los negocios empresariales al Gobierno de Massachusetts
3. Aspiración presidencial en las primarias republicanas de 2008
1. Un devoto miembro de la Iglesia Mormona
Willard Mitt Romney nació el 12 de marzo de 1947 en Detroit, la gran urbe industrial del estado de Michigan, en el seno de una familia enraizada en la tradición conservadora. El padre, George W. Romney (1907-1995), vino al mundo en México, donde en 1876 había emigrado su abuelo, un eminente misionero mormón, huyendo de la prohibición de la poligamia impuesta por el Gobierno Federal a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (LDS en la denominación en inglés), que en 1852, 22 años después de su fundación por el visionario Joseph Smith, había adoptado esta práctica como parte de su heterodoxa doctrina cristiana. Al iniciarse la Revolución Mexicana, los Romney retornaron a Estados Unidos y recalaron como colonos en la ciudad sede de la Iglesia Mormona, Salt Lake City, en Utah. Allí, a golpe de predicación religiosa y de esfuerzo profesional –los dos rasgos del carácter emprendedor que habitualmente se asocia a los adeptos de esta fe- fueron prosperando hasta alcanzar una posición social y económica más que desahogada.
En 1939 George Romney se instaló en Detroit y comenzó una boyante carrera empresarial en la industria local del automóvil, a la que siguió una trayectoria aún más destacada en la política, en las filas del Partido Republicano. En 1962 se convirtió en el gobernador de Michigan, cargo en el que fue reelegido en 1964 y 1966. Fue asimismo precandidato republicano de cara a las elecciones presidenciales de 1968, pero arrojó la toalla meses antes de la nominación de Richard Nixon. Una vez en la Casa Blanca, Nixon le sentó en el Gabinete como secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano, puesto gubernamental que desempeñó hasta 1973. En 1931 Romney padre contrajo matrimonio mormón con Lenore LaFount (1908-1998), una cultivada paisana de Utah muy activa en el voluntariado social y que terminó involucrándose también en la política, aunque en su caso se trató de una experiencia de corto recorrido: animada por su esposo, en las elecciones legislativas de 1970 contendió por el escaño de senadora por Michigan, pero su adversario demócrata y candidato a la reelección, Philip Hart, la derrotó de manera contundente.
El matrimonio Romney tuvo cuatro hijos, Margo Lynn, Jane LaFount, George Scott y, 12 años después de nacer la hermana mayor, Willard Mitt. El benjamín creció y se educó en Bloomfield Hills, suburbio residencial al norte de Detroit y el hogar de la familia desde 1953, poco antes de alcanzar el padre la presidencia de la American Motors Corporation, fabricante de automóviles que afrontaba una situación de bancarrota pero que con sus nuevos gestores volvió a tener beneficios. En este entorno privilegiado discurrió la etapa escolar del joven Mitt, que cursó la secundaria preparatoria en el Cranbrook School, un centro privado para alumnos de familias pudientes. El muchacho compaginaba las clases en Bloomfield Hills con la asistencia personal a su padre el gobernador, quien le proporcionó actividad de becario en su despacho oficial en Lansing. Participó en las campañas electorales del estado y en 1964 estuvo presente en la Convención Nacional Republicana donde Romney sénior confrontó su ideario moderado con el radicalismo derechista del senador por Arizona, Barry Goldwater, a la postre ganador de la primaria antes de ser derrotado por Lyndon Johnson en la liza presidencial.
En 1965 Romney se graduó en Cranbrook con más reconocimientos a sus actividades extraescolares, populares en los equipos deportivos y los clubs de alumnos, que al expediente académico, considerado bueno pero sin llegar a brillante. A continuación, marchó a California para formarse en la Universidad de Stanford, uno de los principales hervideros de la protesta juvenil contra la guerra en Vietnam. El gobernador Romney era entonces un preclaro defensor de la implicación del Ejército estadounidense en el conflicto del país asiático (aunque dos años después, en un espectacular cambio de opinión ligado a su aspiración de ser proclamado candidato presidencial por los republicanos, iba a declararse radicalmente en contra de la escalada bélica de Johnson), y mientras sostuvo esa postura su hijo, quien le profesaba auténtica devoción, no le llevó la contraria.
Así, Romney, en el año que estuvo en Stanford, fue uno de los estudiantes de tendencia conservadora que salían a contramanifestarse cuando sus compañeros de aula pacifistas realizaban actos de desobediencia civil y de boicot a las convocatorias de alistamiento. Apoyaba la política del Gobierno respecto a Vietnam, aunque también procuraba no convertirse él mismo en recluta: mientras duró la impopular conscription, abolida finalmente por Nixon en 1973, Romney fue eludiendo la llamada a filas con sucesivas prórrogas por estudios y con otras dispensas específicas para los misioneros mormones. También en 1965, a punto de terminar su capítulo educativo en Cranbrook, Romney inició un noviazgo con Ann Lois Davies, paisana del área de Detroit y estudiante de la escuela para chicas del campus, a la que conocía desde que eran niños. La pareja se planteó el matrimonio, pero lo pospusieron para más adelante, ya que él, de acuerdo con la dedicación predicadora requerida a todo buen mormón, aceptó destinar una larga temporada al apostolado misionero en Europa. El hecho de que ella no fuera mormona, sino protestante episcopaliana, no era un obstáculo para la boda, por lo menos para una civil, aunque Romney fue bastante explícito sobre cuánto le gustaría que su prometida, una joven sin el hábito religioso marcado, considerara la conversión.
A mediados de 1966 Romney dejó Stanford para incorporarse a la Misión de los LDS en Francia. Durante 30 meses de austeridad casi monacal predicó en diversas ciudades del país europeo y, según su propia estimación, recogida por los autores Michael Kranish y Scott Helman en el libro The Real Romney, sus esfuerzos personales produjeron "entre diez y veinte" prosélitos. Aunque la cultura local no favorecía las captaciones por una religión que prohibía el alcohol, el café y el tabaco, los superiores de Romney apreciaban su celo evangelizador y decidieron promocionarle. Así, en 1968 Romney se convirtió en líder de la zona misionera de Burdeos y poco después el presidente de la Misión le nombró su asistente personal en París, donde presenció la revuelta de los estudiantes universitarios. En este período salió ileso de un accidente de tráfico en el que falleció la esposa del presidente de la Misión, quien también viajaba en el vehículo. A finales de aquel año, desalentado por el escaso número de conversiones y por el ambiente político y social impregnado de cuestionamiento de la autoridad y antiamericanismo, Romney hizo las maletas y regresó a Estados Unidos, aunque en sus alforjas se trajo el conocimiento del idioma francés y un vínculo sentimental a Francia.
En Michigan Romney se reencontró con su novia, Ann, que en 1966, poco después de su partida, había dado el paso de convertirse al mormonismo (el llamado bautismo por los muertos, sacramento fundamental de los LDS, le fue administrado por el propio gobernador Romney). El 21 de marzo de 1969, con el suegro de ella recién instalado en su despacho gubernamental en Washington, la pareja se casó por lo civil en Bloomfield Hills y al día siguiente voló a Utah para consagrar su matrimonio por el rito mormón en el monumental Salt Lake Temple. Entre 1970 y 1981 los Romney iban a tener cinco hijos varones, Taggart, Matthew, Joshua, Benjamin y Craig, quienes hasta 2012 iban a darles 18 nietos.
2. De los negocios empresariales al Gobierno de Massachusetts
Mientras comenzaban a formar una familia en Utah, Romney y su mujer compartían formación superior en la Universidad Brigham Young (BYU), institución académica regentada por los mormones en Provo, al sur de Salt Lake City, y que de hecho era y sigue siendo la mayor universidad religiosa de Estados Unidos. Él consiguió el título de Bachelor of Arts en 1971, tras lo cual se mudó con los suyos a Belmont, Massachusetts, con la intención de sacarse en la cercana Universidad de Harvard una licenciatura y así disponer de un buen currículum para abrirse camino profesional en el sector privado. La titulación que escogió fue un MBA adjunto a un doctorado jurídico de cuatro años de duración e impartidos conjuntamente por la Harvard Business School y la Harvard Law School. Los estudios discurrieron excelentemente y en 1975 Romney salió de Harvard portando el título doble de Master of Business Administration y Juris Doctor, cum laude y con el honor académico Baker Scholar, reservado al 5% de los graduados con mejor nota.
Su andadura en el mundo empresarial de Massachusetts comenzó en el ramo de la consultoría de gestión, primero en la plantilla de la firma Boston Consulting Group (BCG). Durante dos años, Romney tuvo mucho trajín viajero por Estados Unidos y Europa, prestando asesoría personalizada a los clientes del BCG. En 1977 contrató con Bain & Company, con sede también en Boston y competidor directo del anterior. En Bain & Co. Romney, retratado como un ejecutivo dinámico y eficiente, hizo méritos con rapidez, tal que en 1978 ascendió a la posición de vicepresidente ejecutivo.
Presidente de la compañía de inversiones Bain Capital
El trabajo de consultor empresarial marchaba muy bien, pero Romney lo que de verdad quería era participar en los negocios empresariales desde dentro, como promotor financiero. La oportunidad se planteó en 1983, cuando el presidente de la consultora, Bill Bain, le propuso montar una sociedad de capital riesgo para invertir en empresas en desarrollo que querían cotizar en la bolsa de valores o bien en empresas que encaraban una situación de quiebra y estaban dispuestas a ser saneadas y revendidas a terceros, con beneficios para el rescatador, que además podría aplicar su experiencia en consultoría para optimizar las operaciones. En otras palabras, se trataba de abrir un negocio de private equity, con todo el componente especulativo y azaroso que conllevaba. Romney aceptó y en 1984 vio la luz Bain Capital, con él de presidente ejecutivo y socio gerente. Una vez reunido el capital de partida, Romney y sus asociados empezaron a captar inversores dispuestos a embarcarse en operaciones de riesgo. Tras un período de dificultades, encontraron buenas oportunidades de inversión y suscribieron contratos cada vez más lucrativos. A partir de 1986 Bain Capital creció como la espuma y transcurrida una década ya era una de las firmas más potentes del sector en Estados Unidos, aunque no todas sus inversiones salieron bien.
Romney se llevaba su parte correspondiente de las ganancias y en los 18 años que dirigió la compañía llegó a embolsarse entre 190 y 250 millones de dólares, calcula la prensa especializada que ha rastreado esta fecunda etapa de su vida, propia de un tiburón del capitalismo financiero, aunque en su caso, aseguran testimonios de primera mano, con rasgos de sobriedad o templanza, como correspondía a un piadoso mormón. Personas que trabajaron con él en Bain Capital presentan al Romney de estos años como un alto ejecutivo de hábitos "frugales", preocupado por ahorrar gastos corrientes y capaz de amonestar levemente a colegas y subalternos que hacían ostentación material o derrochaban en horario de trabajo. Codicioso de dinero o simplemente un negociante habilidoso con el legítimo deseo de prosperar y que emulaba a su idolatrado padre, el caso fue que Romney consiguió amasar una inmensa fortuna personal.
En enero de 1991 Romney cesó temporalmente como presidente de Bain Capital (aunque siguió siendo el socio gerente) para asumir el mismo puesto en Bain & Company, que pasaba por serias dificultades de liquidez. En menos de dos años, la enérgica gestión de Romney enderezó la situación financiera de su vieja compañía, que volvió a tener beneficios, tal que en diciembre de 1992 estuvo de vuelta en la dirección ejecutiva de Bain Capital. Con todo, el deber religioso seguía siendo central en su vida, y Romney no dejó de poner anchos paréntesis espirituales, además de los familiares, a la vorágine de las reuniones y los viajes de negocios. De hecho, sus quehaceres en el clero secular del mormonismo se tornaron regulares y ganaron relevancia en paralelo a sus actividades profesionales. Ya en 1977 se vinculó a la stake (unidad jurisdiccional de la Iglesia de los LDS, comparable a una diócesis) de Boston como asesor de su presidente. En 1981 adquirió la dignidad de obispo laico de la congregación de Belmont y como tal ofició actos litúrgicos y sesiones de lectura de las escrituras canónicas del mormonismo, que son la Biblia, el Libro de Mormón y otras dos obras que compilan textos autorizados del profeta y mártir Joseph Smith -luego consideradas tan reveladas y sagradas como las anteriores-, el Libro de Doctrina y Convenios y la Perla del Gran Precio. En 1986 el inversor empresarial pasó a presidir el stake de Boston y en los ocho años que duró este ministerio pastoral tuvo a su cargo 4.000 fieles.
Primera tentativa electoral: las senatoriales de Massachusetts de 1994
Si Romney albergaba ambiciones políticas, congruentes con los antecedentes familiares, las mantuvo aparcadas hasta después de convertirse en un maduro cuarentón. Aunque sus ideas tiraban a conservadoras, no estaba comprometido con el Partido Republicano, la formación de sus progenitores, y en la década de los ochenta no tuvo nada que ver con las plataformas y las administraciones de Ronald Reagan y George Bush. Es más, en las primarias para las elecciones presidenciales de 1992 votó por el demócrata Paul Tsongas, ex senador por Massachusetts, y a la hora de definir su filiación en el padrón electoral optó por registrarse como independiente. Dinero con que financiar una cara campaña proselitista tenía de sobra, presencia ante las cámaras tampoco le faltaba, podía venderse como un profesional de éxito y portaba un apellido conocido por el público, aunque no tanto en la costa Este como en Michigan o en Utah. En suma, era un prometedor candidato en potencia.
La ocasión de dar el salto llegó en 1993, cuando, alentado por su esposa y por su anciano padre en el ocaso de su vida, el empresario lanzó su precandidatura a senador de primera clase por Massachusetts, escaño que desde 1962 ocupaba el emblemático Ted Kennedy y que tocaba renovar en 1994. Derrotar al patriarca del clan Kennedy en su feudo demócrata (si bien los republicanos, con William Weld, habían recobrado el Gobierno del estado en 1991) era una empresa difícil y más para un completo neófito como Romney, pero los republicanos creían que el veterano senador era ahora mismo vulnerable por la profusión de escándalos personales y familiares, que habían dañado su imagen pública. Tras deshacerse con el 82% de los votos de un rival, John Lakian, en la primaria republicana, Romney desarrolló una campaña electoral llena de guiños moderados y hasta progresistas, consciente de que sin concesiones liberales en los temas sociales que preocupaban al electorado poco podía hacer frente a Kennedy. Así, no sin matizar que en ciertas cuestiones sensibles que tocaban a la moralidad él sabía distinguir entre sus creencias personales, dictadas por la doctrina de la fe mormona, y lo que, asumía, convenía a la mayoría de los ciudadanos, se presentó como un defensor del aborto libre (despenalizado en Estados Unidos desde 1973), de las reivindicaciones de los gays y lesbianas, y de la implantación de un seguro sanitario de cobertura universal. También, se declaró partidario de restringir la venta de armas de fuego a particulares. En suma, un repertorio de posturas que habría podido suscribir un demócrata del ala izquierda.
Kennedy basó su estrategia en poner en solfa el republicanismo liberal de su oponente, que según él no casaba con su perfil y su historial, y en echarle en cara que su compañía de private equity hiciera sustanciosos negocios con reestructuraciones empresariales que en no pocas ocasiones (por ejemplo, siempre que las compañías intervenidas eran declaradas inviables y terminaban siendo liquidadas, casos en los que Bain Capital también solía obtener pingües beneficios) generaban despidos de trabajadores en lugar de nuevas contrataciones, que era de lo que Romney alardeaba. El demócrata resultó más convincente y en los comicios del 8 de noviembre de 1994 Romney fue derrotado con el 41% de los votos. Eso sí, la diferencia que le sacó Kennedy, 17 puntos, era la más corta de las seis reelecciones ganadas desde 1964.
Su primera incursión en la política representativa había terminado en revolcón, pero Romney se tomó las cosas con tranquilidad. Al día siguiente de las elecciones ya estaba de vuelta en su despacho de mandamás de Bain Capital, listo para retomar la rutina de los negocios. La compañía seguía facturando grandes beneficios y él procuraba sacarle el mejor partido a sus millones, colocándolos en blind trusts o fideicomisos ciegos a nombre de su esposa e hijos, depositándolos en cuentas en el extranjero y diseminándolos en sofisticados instrumentos de inversión, buscando siempre la menor tributación fiscal. Las finalidades caritativas tenían un hueco no pequeño en este esquema y hasta el día de hoy el matrimonio ha efectuado generosas donaciones a la Iglesia Mormona (además del diezmo de sus ingresos, que todo feligrés ha de entregar) y a varias ONG. Sin embargo, no todo eran dichas: en 1998, el mismo año en que falleció Lenore Romney, a Ann, su nuera, le diagnosticaron una esclerosis múltiple, dura enfermedad que ella se propuso superar con terapia intensiva.
Organizador de las Olimpiadas de Salt Lake City
En febrero de 1999 Romney anunció la suspensión de sus funciones corporativas en Bain Capital al obtener, como fruto de sus relaciones con la cúpula de la Iglesia Mormona en Utah, un relevante cometido público que de entrada le sirvió para darse a conocer en todo el país. Se trataba de la jefatura del Comité Organizador de los XIX Juegos Olímpicos de Invierno, a celebrar en Salt Lake City en febrero de 2002. Hasta entonces faltaban tres años y en este tiempo de ausencia Romney siguió figurando en la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos como el único presidente ejecutivo, director gerente y accionista de Bain Capital, aunque en la práctica se desligó de las actividades de la compañía que había fundado, si bien no totalmente, aseguran fuentes periodísticas. En la campaña para las presidenciales de 2012 Romney, acosado por el Partido Demócrata, que le exigía transparencia sobre su pasado empresarial y sus haberes financieros, iba a negar categóricamente que a partir de 1999 hubiese tenido algo que ver en la toma de decisiones en Bain Capital.
Partiendo de un abultado déficit en su balance fiscal, y además sobreponiéndose al escándalo del presunto pago de comisiones al Comité Olímpico Internacional para que adjudicara los Juegos a la capital de Utah (posible corruptela que había retraído a muchos sponsors) y superando el reto de la seguridad antiterrorista tras los atentados del 11-S, las Olimpiadas de Salt Lake City llegaron a su conclusión dejando unos beneficios de 100 millones de dólares, logro económico que redondeó el éxito del evento deportivo. La manera en que Romney organizó los Juegos mereció el elogio general y el empresario consolidó su reputación de gestor altamente capaz y generador de riqueza. En 2004 el autor dejó un ufano testimonio de esta experiencia, tan positiva para su carrera, en el libro Turnaround: Crisis, Leadership, and the Olympic Games.
Romney, que en modo alguno había desistido de convertirse en un alto representante político a pesar del fiasco de 1994, asumió la organización de las Olimpiadas de Salt Lake City como un reto personal sumamente crucial: si triunfaba en esta difícil empresa, dispondría de un crédito inmejorable para postularse al cargo de gobernador de Massachusetts el mismo año 2002, o bien, como especulaba la prensa local, a gobernador de Utah, donde las elecciones tocaban en 2004. Pero si al final su labor era objeto de críticas, esta aspiración política se vería seriamente comprometida. En agosto de 2001, faltando todavía medio año para la celebración de los Juegos, Romney comunicó que su compromiso con Bain Capital llegaría a su término a principios de 2002. El ejecutivo negoció una retirada con condiciones muy ventajosas, pues se aseguró que sus sucesores al frente de la firma le siguieran pasando una buena cuota de beneficios e intereses por su participación pasiva en los fondos de inversión de Bain Capital.
Gobernador en Boston
Liberado de toda responsabilidad empresarial y con más dinero y proyección mediática que nunca, Romney se zambulló en la precampaña para las elecciones a gobernador de Massachusetts. La apuesta encontró el apoyo entusiasta de destacadas personalidades del Partido Republicano y de la propia Casa Blanca, ocupada por George W. Bush desde enero de 2001. Había un consenso prácticamente general sobre que Romney era la mejor opción para impedir que los demócratas reconquistaran el Gobierno del estado, que con su actual ocupante, Jane Swift, arrastraba un reguero de escándalos y polémicas. El 19 de marzo de 2002 la gobernadora Swift, consciente de sus nulas posibilidades, renunció a presentarse a la reelección y horas después Romney oficializó su precandidatura, que se tornó candidatura al no encontrar ningún contrincante en la primaria y tener garantizada la nominación.
El republicano tenía como adversaria demócrata a Shannon O'Brien, una política local de pura cepa, con una dilatada experiencia legislativa y gubernamental, terrenos para él totalmente vírgenes. Para vencerla, Romney, como en 1994 contra Kennedy, jugó a minimizar su filiación republicana y a exponer puntos de vista liberales en materias como la protección del medio ambiente y el aborto, aunque en esta ocasión dejó claro su rechazo al matrimonio homosexual y su sucedáneo, las uniones civiles. Además, menudeó las poses populistas en un intento de disolver el aura elitista de privilegiado de clase alta que le acompañaba. La elección fue bastante reñida y el 5 de noviembre de 2002 Romney batió a O'Brien con el 49,8% de los votos. El 2 de enero de 2003 el perfecto mormón curtido en los negocios tomó posesión en Boston del primer despacho político de su vida.
En sus cuatro años de mandato, Romney redondeó su crédito de administrador cuidadoso y equilibrado de dineros y recursos, que esta vez eran totalmente públicos. Su logro más destacado fue la eliminación de un déficit heredado de 1.300 millones de dólares. Para acometer el saneamiento financiero, combinó recortes de gastos, subidas de tarifas y un aumento de la exigencia tributaria a las corporaciones, luego no pudo acusarse al antiguo empresario de gobernar en beneficio de sus colegas de profesión con las típicas recetas promercado. Un inesperado aumento de los ingresos fiscales procedentes del impuesto a las rentas de capital y de unas transferencias federales anticipadas ayudó decisivamente a Romney a cuadrar las cuentas de Massachusetts, tal que al final del ejercicio el abultado déficit de partida había dado lugar a un superávit de 700 millones.
Por otro lado, Romney promulgó en 2006 una legislación sanitaria, considerada la más avanzada de la Unión en aquel momento, que subvencionaba la cobertura obligatoria de casi toda la población por alguna modalidad de seguro médico. Fue también en esta época, en 2005, cuando el político revirtió su posición sobre el aborto: dejó de defender el derecho de la mujer a decidir, que era lo que amparaba la legislación federal, y restringió su aceptación de la interrupción del embarazo a los casos de incesto, violación o grave riesgo para la vida de la madre, es decir, los supuestos admitidos por la ortodoxia mormona. Coherentemente con su nueva postura, Romney se negó a firmar una ley que ampliaba el acceso de las mujeres a la anticoncepción poscoital en el estado (aunque el veto fue luego anulado por la Cámara legislativa, dominada por los demócratas). También, cambió de parecer sobre la investigación médica con células madre embrionarias y la clonación terapéutica, que hasta ahora había apoyado. Por otro lado, en 2004 el gobernador encajó con patente desagrado la declaración por el Tribunal Judicial Supremo de Massachusetts de la legalidad del matrimonio homosexual en el estado, convertido así en el primero de la Unión en desafiar la ley federal de 1996 que definía la figura del matrimonio como la unión legal de hombre y mujer.
3. Aspiración presidencial en las primarias republicanas de 2008
La curva de popularidad del gobernador Romney alcanzó el culmen a finales de 2003, con hasta un 66% de opiniones favorables, tras lo cual emprendió un lento declive que empezó a ser acusado al cabo de dos años. En 2004 Romney tomó parte en la Convención Nacional Republicana que proclamó la candidatura de Bush a la reelección y para esa época seguramente ya tenía madura la decisión de embarcarse en la aventura de las presidenciales de 2008. En opinión de algunos observadores, Romney, criticado regularmente por sus continuos viajes fuera del estado, concebía la gobernación de Massachusetts más que nada como un excelente trampolín para materializar sus verdaderas ambiciones. Como gesto inequívoco de sus nuevas metas políticas, el 14 de diciembre de 2005 comunicó que no optaría al segundo mandato en el estado, anuncio que aceleró su caída en los sondeos de valoración. Menos de un año después, el 7 de noviembre de 2006, la candidata presentada por el Partido Republicano, Kerry Healey, teniente de gobernador con Romney, fue apisonada en las urnas por el demócrata Deval Patrick.
El 3 de enero de 2007, en la víspera del traspaso de poderes a Patrick, Romney formó un comité de campaña y el 13 de febrero declaró su candidatura a la nominación republicana de 2008 en un acto en Dearborn, Michigan. A pesar de reunir el mayor fondo de campaña, costeada en más de un tercio con parte de su fortuna personal y el resto con las donaciones recaudadas, el de Massachusetts encaró unas primarias complicadas, pues sus rivales se dedicaron a hurgar en su aparente volubilidad en un abanico de temas. En efecto, el discurso político de Romney y su práctica como gobernador podían verse como la búsqueda constante de un equilibrio, que no conseguía disipar ciertas contradicciones, entre doctrinas religiosas mormonas, valores conservadores típicamente republicanos y concesiones liberales de regusto demócrata por consideraciones electoralistas. Con tanto cambio de modulación a conveniencia, quedaba la duda de si podía considerarse a Romney un hombre de principios, si tenía convicciones firmes, más allá de las dictadas por su iglesia en materia de fe, o si las amoldaba a sus intereses mundanos. Este punto débil en el estilo de Romney, por lo demás un hombre con innegables cualidades telegénicas y look presidencial –alto, bien parecido, de aspecto sano y con una oratoria articulada, aunque algo insípida- fue explotado por sus contrincantes internos en la primarias republicanas y, durante y con posterioridad a las mismas, por los demócratas.
La contienda electoral de Romney en 2008 duró apenas un mes. Ganó en 11 caucuses y primarias (los de Wyoming, Michigan, Nevada, Maine, Alaska, Colorado, Massachusetts, Minnesota, Montana, Dakota del Norte, Utah), pero su cuenta de delegados no conseguía despegar y en el supermartes del 5 de febrero su principal competidor, el senador por Arizona John McCain, le superó de una manera contundente. El 7 de febrero Romney decidió que no merecía la pena seguir batallando y anunció su retirada del proceso, tras lo cual dio su respaldo a McCain, el cual terminó llevándose la nominación por la Convención Nacional Republicana en septiembre. Al final, Romney recogió 271 delegados frente a los 278 del ex gobernador de Arkansas Mike Huckabee y los 1.575 de McCain, si bien superó a Huckabee en votos populares. En mayo, él y su mujer recogieron la Medalla Canterbury que les otorgó la Becket Fund for Religious Liberty, una ONG especializada en cuestiones jurídicas de dimensión religiosa, por su "valentía en la defensa de la libertad religiosa" y su negativa a aparcar los principios de su fe durante la campaña presidencial. Este año Romney donó a la Becket Fund 25.000 dólares.
Rumbo al segundo envite presidencial
Tras su primera campaña presidencial, que había costado 90 millones de dólares –de los que 35 salieron de su propio bolsillo-, Romney se tomó un período de relax, pero el hecho de que mantuviera en funcionamiento la red de colaboradores y asesores a sueldo que había sostenido su reciente empresa proselitista dijo bastante sobre sus intenciones de cara a las primarias republicanas de 2011. En 2009, al poco de estrenarse la Administración demócrata de Barack Obama, el político entró en la junta directiva de la cadena de hoteles de lujo Marriott International y se deshizo de parte de su patrimonio inmobiliario. Así, vendió su residencia principal en Belmont y su chalet de montaña en Utah, quedándose con la casa que tenía en Wolfeboro, New Hampshire, y con el otro hogar de temporada en la soleada La Jolla, California, una ubicación costera que estaba resultado muy beneficiosa para su esposa en su lucha contra la esclerosis múltiple y en la recuperación de la reciente resección quirúrgica de un carcinoma de mama que le habían descubierto el año anterior.
En marzo de 2010 Romney publicó su segundo libro, No Apology: The Case for American Greatness, todo un manifiesto de ideario personal en el que el autor deslizaba sus opiniones críticas con varias de las políticas de la nueva Administración y expresaba su preocupación por el declive nacional en aspectos tan diversos como la industria manufacturera y la excelencia educativa. El título se refería concretamente a las reiteradas disculpas de Obama a varios públicos extranjeros por las controvertidas actuaciones de su predecesor en el cargo, Bush. Romney consideraba innecesario este discurso exculpatorio en un mundo donde potencias como China y Rusia competían abiertamente con Estados Unidos en los terrenos económico y militar, y el auge del islamismo radical seguía entrañando un peligroso desafío. Todo el libro rebosaba excepcionalismo americano, el concepto que sostiene que Estados Unidos es un país cualitativemente diferente al resto y que su misión es extender la libertad y la democracia a todo el mundo.
Por escrito o de viva voz, Romney multiplicó las públicas tomas de postura sobre los temas candentes del momento. Aunque en enero de 2009 había apoyado el gran paquete de estímulo fiscal diseñado por Obama para sacar a la economía de la recesión –lo cual fue un hecho en el tercer trimestre del año-, ahora, en 2010, arremetió contra la histórica reforma del sistema sanitario de Estados Unidos, el llamado ObamaCare, y contra la extensión por dos años de las reducciones de impuestos y cotizaciones a la gran mayoría de los trabajadores. Los dos rechazos tenían mucho de contradictorio: el ObamaCare de ámbito federal se parecía enormemente a la ley del seguro médico obligatorio y subvencionado adoptada por Massachusetts en 2006, así que resultaba difícil entender porqué Romney insistía en marcar las distancias entre una y otra reformas. A menos, obviamente, que estuviera remando en la dirección que marcaba el nuevo Tea Party, un agresivo movimiento político y social, entre derechista, populista y libertario, de reacción a las reformas del Ejecutivo, tachadas todas de anticonstitucionales y antiamericanas, y que energizó al Partido Republicano, de cuyo sustrato popular procedía. En estas circunstancias, el modelo de sanidad implantado en su estado hacía tan solo cuatro años era para Romney no un logro para presumir, sino un embarazoso capítulo de su currículum del que prefería no dar explicaciones.
En cuanto a las reducciones de impuestos, que resultaban coherentes con su conservadurismo fiscal y que de hecho eran una prórroga de los descuentos tributarios decididos por Bush en su primer mandato, Romney se opuso a las mismas porque eran temporales, no permanentes. En este punto, el ex gobernador disintió de los 138 congresistas y 37 senadores de su partido que votaron a favor de la medida. Además, no faltó quien recordó que entre 2003 y 2007 la presión tributaria había aumentado significativamente en Massachusetts bajo el Gobierno de Romney. Sin terminar 2010, Romney criticó igualmente, por parecerle excesivamente intervencionista, la ley de reforma del sistema financiero, que imponía una mayor regulación y supervisión de los negocios bancarios de alto riesgo para proteger a los consumidores.