Ali Abdullah Saleh
Presidente de la República (1978-2012, de Yemen del Norte hasta 1990)
(Nota de edición: esta versión de la biografía fue publicada originalmente el 31/5/2011. Para más información, pueden consultarse el documento CIDOB Quién es quién en el conflicto de Yemen (2015) y la biografía de su sucesor en la Presidencia el 25/2/2012, Abdu Rabbuh Mansur al-Hadi. El ex presidente Ali Abdullah Saleh falleció violentamente el 4/12/2017 en el curso de los enfrentamientos armados librados en Sanaa entre sus fuerzas leales y los rebeldes hutíes gobernantes en la capital, días después de romperse la alianza militar formada en 2015 entre estas dos facciones de la guerra civil yemení y de anunciar Saleh su disposición a llegar a un acuerdo con sus hasta entonces enemigos, la coalición saudí y su sucesor en la Presidencia de Yemen instalado en Adén, Abdul Rabbuh Mansur al-Hadi.) |
El único Estado no monárquico, y también el más pobre con diferencia, de la península arábiga tiene a su frente, desde 1978, al presidente republicano más antiguo del mundo. Oficial del Ejército fogueado en la lucha contra el imanato derrocado en el golpe revolucionario de 1962 y aupado al mando del turbulento Yemen del Norte tras el asesinato de su predecesor, Ali Abdullah Saleh transformó la dictadura militar en otra civil antes de orquestar, en 1990, la fusión estatal con el postmarxista Yemen del Sur, dando lugar a la República de Yemen.
Coriáceo, maniobrero y más interesado en el cabildeo tribal, el reparto nepotista de prebendas y el clientelismo corrupto que en las reformas modernizadoras, Saleh aplastó en la cruenta guerra civil de 1994 la tentativa secesionista de los sureños —frustrados con el esquema bipartito salido de la unificación nacional, más parecida a una absorción—, tras lo cual asentó la hegemonía de su formación, el Congreso General del Pueblo, y la inamovilidad de su férula personal, que hasta 1999 no sometió a votación directa. Todo ello, dentro de un sistema pluralista pero con restricciones constitucionales dirigidas contra la oposición y abierto a enmiendas para perpetuarse él en el poder. Los atentados del 11-S permitieron al líder yemení convertirse en un socio fundamental de Estados Unidos, muy preocupado por el auge del Islam más radical en la estratégica puerta del mar Rojo, en la lucha contra el terrorismo de Al Qaeda y los integristas autóctonos. La cooperación en materia de seguridad fue una cuestión insoslayable: no plegarse a las exigencias de la Administración Bush le habría acarreado la intervención militar directa de la superpotencia en su país.
En la primera década del siglo XXI, Saleh encajó la triple rebelión armada de los salafistas sunníes de matriz alqaedista, los shiíes disidentes norteños del clan hutí (desde 2004) y, de nuevo, los separatistas sureños (desde 2009), escenario explosivo que puso de relieve el agotamiento de sus fórmulas de disenso y manipulación; en lo sucesivo, a lo más que podía aspirar Saleh era a mantener encauzada esta espiral de inestabilidades no interdependientes. Los múltiples frentes de insurgencia y terrorismo involucraron plenamente al Ejército, que sufrió cuantiosas bajas, y en conjunto causaron miles de muertos. A principios de 2010, Saleh y Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) se declararon mutuamente la guerra, campaña militar en la que su Gobierno recibió de Estados Unidos una asistencia no grata a los sectores más conservadores de la sociedad.
Así las cosas, cuando en enero de 2011 Saleh afrontó, con prólogo en la desafecta Adén, la llegada de la ola de revueltas árabes Yemen ya era un país roto y en ebullición. De repente, los distintos focos subversivos quedaron opacados por una contestación civil inédita, cuyas demandas de democracia y justicia social, formuladas sin sectarismos y de manera pacífica, el dictador encontró mucho más difíciles de silenciar. La rebelión popular, imparable pese a la represión policial y a las contramanifestaciones lealistas, entró en una fase de no retorno el 18 de marzo, día en que una cincuentena de opositores fueron abatidos y el Ejecutivo decretó el estado de emergencia. La masacre de Sanaa puso contra las cuerdas a Saleh, que vio acelerarse la defección de colaboradores políticos, mandos del Ejército y notables de su propia tribu, la Hashid, y cómo sus tardías propuestas de reforma constitucional, gobierno de unidad y final anticipado del mandato no aplacaban a quienes le exigían la marcha inmediata.
Desde entonces, el porfiado presidente yemení, argumentando que pretendían imponerle unas "injerencias golpistas", se negó a firmar hasta en tres ocasiones y en el último momento sendos acuerdos, negociados con el Consejo de Cooperación del Golfo bajo la presión de Washington, para un traspaso ordenado del poder a cambio de inmunidad. Su temeraria intransigencia, impelida por el sector duro del régimen que le es fiel, incita la confrontación y arrastra al país a una guerra civil que ya asoma en los violentos combates, iniciados en la capital el 23 de mayo, entre la Guardia Republicana y milicianos del clan tribal Ahmar. En estas críticas circunstancias, la posible caída de Saleh, quien siempre ha vinculado la unidad nacional a su continuidad en el cargo, arroja mucha incertidumbre sobre el porvenir inmediato de Yemen. Los síntomas de descomposición del Estado, sin duda minado de manera deliberada por el presidente para intentar sobrevivir en el caos, tanto ensombrecen las perspectivas de alternancia democrática, encarnada por una oposición cívica ahora desplazada por quienes emplean las armas, como envalentonan a una AQPA ávida de venganza tras la liquidación en Pakistán de Osama bin Laden.
(Texto actualizado hasta mayo de 2011)
1. Trayectoria militar y ascenso a la Presidencia de Yemen del Norte
2. Institucionalización de una dictadura civil
3. Artífice y primer presidente del Yemen unificado
4. Respaldo a Irak en la crisis del Golfo y exigua apertura democrática
5. La guerra civil de 1994: el secesionismo del Sur, aplastado
6. Reelección presidencial, maniobras personalistas y fomento del nepotismo
7. Amenaza jihadista y pacto de seguridad con Estados Unidos
8. Un triple embate insurgente y terrorista: los shiíes norteños, los separatistas sudistas y Al Qaeda en la Península Arábiga
9. Las revoluciones árabes de 2011: el turno de Saleh
10. El caos como estrategia de supervivencia: empecinamiento, descomposición del Estado y guerra civil
1. Trayectoria militar y ascenso a la Presidencia de Yemen del Norte
Miembro del clan Sanhan de la confederación tribal Hashid y adepto a la confesión shií zaydí, recibió formación elemental en la escuela coránica de su aldea natal próxima a Sanaa y con 16 años, siguiendo el camino de otros jóvenes sin recursos con deseos de promoción social, se enroló en las Fuerzas Armadas del entonces Reino Mutawakkilí de Yemen, instaurado por el imán Yahya ibn Muhammad al-Mutawakkil en 1918 al término de la ocupación otomana y que desde 1926 contaba con el reconocimiento internacional como Estado soberano.
En 1960 el joven fue aceptado en la Escuela para Cadetes y el 26 de septiembre de 1962 participó en el triunfante alzamiento militar, de inspiración nasserista, contra el imán y rey Muhammad al-Badr. El líder de la revolución, el coronel Abdullah as-Sallal, proclamó la República Árabe de Yemen (RAY, o Yemen del Norte, para distinguirla del Yemen del Sur, que hasta 1967 iba a ser colonia británica y que en 1970 adoptaría el nombre de República Democrática Popular de Yemen, RDPY) con él de presidente, pero el imán, asistido por Arabia Saudí, reorganizó sus fuerzas en la retaguardia del desierto con la pretensión de recuperar el poder, dando comienzo la guerra civil.
Saleh fue ascendido a sargento en los primeros momentos de la revolución y a comienzos de 1963 alcanzó el rango de subteniente. Tomó parte en varios combates contra las fuerzas realistas que intentaban capturar Sanaa y en los períodos que no sirvió en el frente, donde resultó varias veces herido, continuó su formación castrense y su progresión en el escalafón. Adiestrado en el arma de caballería, hasta el final de la guerra, en marzo de 1970, con la victoria total de los republicanos (pese a la retirada del enorme contingente expedicionario egipcio, al que los realistas infligieron más de 20.000 muertos), Saleh estuvo destinado como oficial al mando de tropa o del Estado Mayor en varias unidades blindadas.
Siendo comandante de un batallón al cargo de la defensa costera del estrecho de Bab al-Mandeb, en la salida del mar Rojo al golfo de Adén y junto al límite con Yemen del Sur, Saleh fue uno de los oficiales implicados en el golpe de Estado que el 13 de junio de 1974 reemplazó a Abdul Rahman al-Iriani, presidente del Consejo Republicano que a su vez había desplazado a Sallal en un golpe anterior en noviembre de 1967, por el coronel Ibrahim Muhammad al-Hamadi. Este estableció un Consejo del Mando militar e inauguró una línea exterior abiertamente prosaudí y conservadora, por otro lado no desagradable a Egipto, que bajo Sadat estaba alejándose del nasserismo.
En la agitada etapa que siguió, Saleh permaneció aparentemente desligado de las violentas refriegas en la cúpula del poder político y siguió comandando las guarniciones de la gobernación de Taez y el campo militar de Jaled ibn al-Walid, si bien a la postre las riendas del país iban a terminar en sus manos. El 11 de octubre de 1977, Hamadi, esclarecido por sus reformas desarrollistas del empobrecido país y su fe en el diálogo con la RDPY con vistas a la unificación nacional, cayó víctima de un oscuro complot con trasfondo tribal y el 24 de junio de 1978 su sucesor, el teniente coronel Ahmad al-Hussein al-Ghashmi, fue igualmente asesinado, en su caso al explotarle la maleta que portaba un emisario de la RDPY con la misión de discutir la tantas veces contemplada y siempre frustrada unificación entre ambos estados. En ese momento, Saleh estaba al frente del Estado Mayor de las Fuerzas Acorazadas del Ejército.
Estos magnicidios, así como otras asonadas castrenses abortadas, apuntaban tanto a descontentos de índole salarial en unas Fuerzas Armadas tradicionalmente levantiscas como a diferencias ideológicas en torno a la orientación diplomática de la RAY y la actitud frente a la RDPY, por lo demás anclada en un régimen marxista-leninista de obediencia soviética y que presentaba su particular cuadro de inestabilidad y rivalidades internas: tan sólo dos días después del atentado de Sanaa, el presidente suryemení desde 1969, Salim Rubay Ali, fue derrocado y ejecutado en Adén en un golpe de Estado perpetrado por sus camaradas más apegados a la ortodoxia prosoviética. La liquidación de los dos presidentes de manera prácticamente simultánea desató lógicas especulaciones sobre la conexión de los respectivos autores y móviles.
En la RAY, la jefatura del Estado recayó provisionalmente en un Consejo Presidencial interino dirigido por Abdul Karim Abdullah al-Arashi, vicepresidente con Ghashmi, y en el cual se integró Saleh, ascendido de paso a vicecomandante en jefe de las Fuerzas Armadas con el grado de teniente coronel. Finalmente, el 17 de julio de 1978, la Asamblea Popular Constituyente, que hacía las funciones de Parlamento y cuyos miembros eran nombrados sin excepciones por el Ejecutivo, proclamó a Saleh presidente de la República y comandante supremo de las Fuerzas Armadas, cargos de los que tomó posesión al día siguiente. Tenía 36 años.
2. Institucionalización de una dictadura civil
Para el nuevo líder noryemení, fue una tarea ardua consolidar su Gobierno frente a las maquinaciones en el seno del Ejército y de la oposición armada. El 12 de septiembre de 1978 Saleh escapó a un atentado contra su vida y el 15 de octubre siguiente consiguió capear la sublevación de un sector de la milicia cuando se encontraba de visita en Arabia Saudí. La subsiguiente represión, saldada con el fusilamiento de varias personalidades militares y civiles, no permitió, sin embargo, conjurar otra intentona castrense que el oficialismo pudo desbaratar sobre la marcha en julio de 1979. En octubre de 1980 el presidente prescindió del primer ministro 1975, Abdul Aziz Abdul Ghani, y lo reemplazó por Abdul Karim al-Irani.
De puertas afuera, Saleh confirmó la línea moderada proegipcia, prosaudí y proestadounidense del régimen y obtuvo el visto bueno de estos países (Estados Unidos incluso le suministró armamento) para la campaña de hostigamiento militar contra la RDPY, acusada por Sanaa del asesinato de Ghashmi. Esta segunda guerra fronteriza interyemení, precedida por un episodio similar en 1972 y concebida por los norteños como un correctivo a los sureños, terminó inopinadamente el 6 de marzo de 1979 con un acuerdo de cese de hostilidades alcanzado en Kuwait con la mediación de la Liga Árabe. Saleh consideró que el régimen de Adén ya había recibido su lección y que ahora lo que tocaba era reverdecer el sueño nacionalista de su malogrado predecesor en la jefatura del Estado, Hamadi. Así, el 28 de marzo, Saleh y su homólogo sureño, Abdul Fattah Ismail, un marxista recalcitrante, se reunieron en Kuwait para analizar la futura fusión de los dos estados.
En los años siguientes, la prioridad del magno proyecto experimentó fuertes oscilaciones en las respectivas agendas gubernamentales. Al final, la indefinición de los calendarios y, sobre todo, las profundas divergencias ideológicas y los diferentes compromisos internacionales de los regímenes, constreñidos por los corsés de la Guerra Fría, amén de las luchas intestinas entre las distintas facciones comunistas de la RDPY, iban a hacer inviable la unificación durante una década. Paradójicamente, los períodos de mayor beligerancia sirvieron de catalizadores del renqueante proceso.
Así, en agosto de 1981 el Ejército de Saleh hubo de movilizarse a fondo para repeler la invasión del Frente Democrático Nacional, grupo subversivo izquierdista que ya había actuado en la guerra de 1979 como peón del régimen de Adén. Tras unos meses de combates, el 26 de noviembre el Gobierno firmó con los rebeldes un alto el fuego. La insurgencia del Frente Democrático Nacional no torpedeó el prometedor acercamiento iniciado en octubre de 1979, cuando se reunieron por primera vez en Sanaa, Saleh y el nuevo hombre fuerte del Sur, Ali Nasser Muhammad al-Hasani. La sintonía personal entre los dos presidentes fue cimentándose en las cumbres celebradas en junio de 1980, septiembre de 1980, septiembre de 1981 y noviembre de 1981.
En el séptimo de estos encuentros, el 30 de noviembre de 1981 en Adén, Saleh, recién ascendido a coronel, obtuvo un compromiso para la creación de un Consejo Supremo de Yemen formado por los dos presidentes, un Comité Ministerial Conjunto y una Secretaría. El Consejo bipresidencial se encargaría de supervisar la labor del Comité Ministerial, para lo que sostendría reuniones semestrales. El ritmo de los contactos, empero, no fue el deseado: el Consejo Ministerial demoró su puesta de largo, en Adén, hasta noviembre de 1982, mientras que el Consejo Supremo celebró su primera reunión, en Sanaa, el 5 de agosto de 1983. La capital noryemení acogió asimismo las reuniones segunda (diciembre de 1984) y tercera (diciembre de 1985) del Consejo. Fuera de ese formato, Saleh y Muhammad se vieron las caras también en enero de 1985, en Adén, y en marzo de 1985, en Sanaa.
Mientras la situación política interna se tranquilizaba y las relaciones con la RDPY tomaban un sendero positivo, Saleh encaminó sus esfuerzos al desarrollo de la frágil economía nacional. País endémicamente sediento, sin apenas suelo cultivable y con recursos naturales sin explotar (como las reservas de agua en su subsuelo) por falta de medios, la RAY dependía vitalmente de Arabia Saudí, por dos vías: para empezar, porque allí residían un millón de trabajadores emigrados y sus remesas monetarias aportaban la mitad del PIB; en segundo lugar, porque de Riad procedían ayudas financieras directas, inversiones multisectoriales y suministros energéticos que llegaban al consumidor a precios subvencionados
Los ingresos que tenían como origen el gran vecino del norte empezaron a menguar a comienzos de los años ochenta y la tendencia se acentúo a partir de 1985, cuando el rey Fahd, acomodaticio a los intereses de Occidente, provocó un derrumbe de los precios mundiales del petróleo haciendo aumentar la producción nacional de crudo. El freno a la actividad económica saudí y la necesidad de ahorro hicieron innecesarios a cientos de miles de trabajadores extranjeros, entre ellos los noryemenís.
Por otro lado, el patrocinio saudí distaba de ser fiable, pues Riad siempre receló de un régimen republicano, parcialmente secularizado y que deseaba unificarse con los marxistas del Sur, a sus puertas. Además, una extensa sección de la frontera común estaba pendiente de definir desde la fundación del reino saudí en 1932, y las tensiones y escaramuzas armadas habían menudeado desde entonces. La consciencia por Saleh de las debilidades estructurales de la RAY determinó su política exterior, que buscó maximizar los beneficios de la no alineación. Sin cuestionar la orientación moderadamente prooccidental del régimen, el presidente se acercó a la URSS y a los países árabes radicales (Libia, Siria, Irak) para diversificar los intercambios comerciales y no desaprovechar cualesquiera aportaciones financieras. En octubre de 1981 viajó a Moscú para renegociar el pago de las armas soviéticas (como en Irak, en la RAY los arsenales tenían una procedencia mixta) y en octubre de 1984 repitió el desplazamiento para suscribir un Tratado de Amistad y Cooperación valedero por 20 años.
Absolutamente identificado con la causa palestina y uno de los pocos líderes árabes con los que el líder de la OLP, Yasser Arafat, siempre podía contar (en diciembre de 1983 miles de fedayines que escaparon de la ciudad libanesa de Trípoli al acoso del Ejército sirio fueron acogidos en Sanaa y el aparato militar de la organización Al Fatah estableció allí su cuartel general), Saleh tendió a alinearse con las tesis mayoritarias en la Liga Árabe. Esta solidaridad regional prevaleció sobre la amistad tradicional con Egipto cuando en marzo de 1979 la Liga decidió suspender la membresía de dicho país, que venía siendo su pilar organizativo, y hacerle el vacío en castigo por la paz unilateral de Sadat con Israel. Sólo cuando la Liga autorizó a sus miembros decidir por sí mismos la política con respecto al país del Nilo, en noviembre de 1987, Saleh se apresuró a reanudar las relaciones diplomáticas.
El plan quinquenal lanzado en 1982 para potenciar los nuevos cultivos agrícolas tropezó con la penuria de los recursos hídricos, freno decisivo al desarrollo económico, pero el descubrimiento en 1984 de reservas de petróleo significativas en una cuenca extendida a lo largo de las gobernaciones de Marib y Al Jawf y prolongada hasta Yemen del Sur, las cuales empezó a explotar en 1985 un consorcio estadounidense-surcoreano, suscitó grandes expectativas en un país que veía desolado cómo disminuían de año en año las divisas en concepto de remesas de la emigración. Los primeros embarques de este petróleo comenzaron en diciembre de 1987 con la entrada en servicio de un oleoducto hasta la terminal de Ras Isa en el mar Rojo, pero la mala coyuntura del mercado internacional produjo para las arcas noryemenís unos ingresos muy inferiores a los esperados.
En un país acostumbrado a las mudanzas tempranas y violentas en la cúpula del poder, el régimen de de Saleh presentaba visos de batir récords de estabilidad y longevidad. Heredero de un sistema que en esencia era una dictadura militar arropada por un marco de derecho sumamente raquítico, el dirigente noryemení inició un cicatero programa de liberalización política y reforma institucional cuyo primer jalón destacado fue, el 24 de agosto de 1982, la formación de un Congreso General del Pueblo (MSA) con la misión de elaborar un borrador de Constitución y estudiar las modalidades de la unificación con la RDPY. Seis días después de constituirse, Saleh fue elegido secretario general del MSA, que en vez de funcionar como una asamblea constituyente se transformó en un soporte partidista del Ejecutivo, un partido único de hecho.
En la segunda mitad de la década de los ochenta, Saleh mostró sus habilidades para conducir una política de conciliación nacional basada en un doble y, por lo general, frágil equilibrio: por un lado, entre las tribus del interior, bastiones del tradicionalismo, en el pasado soportes del imanato y muy autónomas del poder central, y el Ejército, institución más apegada al laicismo y el republicanismo; y, por el otro lado, entre los shiíes de la subsecta zaydí, ampliamente mayoritarios y de los que él mismo era representante, y los minoritarios sunníes de la escuela shafií.
El remedo de poder legislativo le reeligió sin oposición para un segundo mandato quinquenal el 23 de mayo de 1983 y para un tercero el 17 de julio de 1988. Doce días antes de esta última renovación tuvieron lugar unos comicios sin base de partidos, segundos en la historia del Estado desde los celebrados en 1971, a 128 de los 159 escaños del Consejo Consultivo o Majlis ash-Shura, nuevo parlamento unicameral que sucedió a la Asamblea Popular Constituyente. Los candidatos oficialistas, el grueso de los cuales presentaban fidelidad tribal, sumaron una amplia mayoría, pero una cuarta parte de los escaños fue ganada por simpatizantes de los Hermanos Musulmanes, rigurosamente proscritos por las autoridades. Todos los aspirantes al escaño, unos 1.300, concurrieron como independientes. A continuación, Saleh, de acuerdo con sus prerrogativas, nombró a los 31 miembros restantes del Majlis. El 31 de julio confirmó a Abdul Aziz Abdul Ghani en la jefatura del Gobierno, a la que había regresado en noviembre de 1983.
3. Artífice y primer presidente del Yemen unificado
Paralelamente a este dudoso aperturismo en casa, Saleh redobló sus esfuerzos en pro de la unificación nacional, un afán que para algunos observadores servía a la vez de baza populista para acallar las imputaciones internas de autoritarismo. La sangrienta lucha de banderías en el seno del Partido Socialista de Yemen (HIY), gobernante en la RDPY, en enero de 1986, que alcanzó cotas de guerra civil y que terminó con la derrota del bando moderado de Ali Nasser Muhammad, no perturbó los tratos interyemenís a pesar de las simpatías de Saleh por el derrocado, al cual dio refugio junto con 60.000 partidarios.
El nuevo presidente de Adén, Haydar Abu Bakr al-Attas (el cabeza de los radicales prosoviéticos, Fattah Ismail, pereció en los combates), contribuyó a la distensión al darse cuenta del repliegue estratégico de la superpotencia tutelar, que ya no podía sostener sus patrocinios en el Tercer Mundo salido de la descolonización, y de que sin la asistencia de Moscú, la RDPY, muy pobre y vulnerable, condiciones que la degollina facciosa de enero había agravado enormemente, se desmoronaría sin remedio. Así que accedió a aliarse con Saleh para llevar a cabo la fusión entre los dos estados, a través de la cual él y sus lugartenientes podrían preservar un estatus de poder dentro de un Estado nuevo y revestido de amplia legitimidad.
El 2 de julio de 1986 los dos dirigentes sostuvieron un encuentro preliminar en la capital de Libia con los buenos oficios de Muammar al-Gaddafi. A los tratos se sumó el secretario general del HIY, Ali Salim al-Baid, quien tomó el relevo a Attas como principal interlocutor del Sur. En su tercer encuentro, el 4 de mayo de 1988 en Sanaa, Saleh y Baid, acordaron elaborar un borrador de Constitución única, desmilitarizar la frontera y ampliar la coordinación económica, en particular ahora que se vislumbraba un auspicioso futuro energético mediante la exportación del petróleo hallado en unos yacimientos que no distinguían fronteras políticas.
El 29 de diciembre de 1989 Saleh arribó a Adén con motivo del vigesimosegundo aniversario de la independencia de la RDPY y el evento fue aprovechado para anunciar la conclusión del borrador de la Carta Magna yemení, que establecía un Parlamento elegido por sufragio universal y el sistema multipartidista. El 20 de enero de 1990 los gabinetes de los dos países celebraron su primer Consejo de Ministros conjunto. El 18 de febrero siguiente, una nueva cumbre entre Saleh y Baid determinó la creación del único Estado para el mes de noviembre. Poco antes había entrado en vigor la supresión de los visados fronterizos y las aduanas, siendo un hecho la libre circulación de personas y mercancías. Marzo fue un mes de frenética actividad política, con nuevas ronda de consultas al máximo nivel.
El proceso de fusión se desarrollaba sin pausas, pero la constatación de resistencias en ambos países aconsejó a Saleh acortar drásticamente el plazo. El meollo de las discordias era la posición de la sharía o ley islámica en el sistema legal del Estado. Saleh pactó con Attas que aquella gozaría de la preeminencia propia de una Constitución que proclamaba su observancia de las reglas del Islam, pero los tradicionalistas y fundamentalistas norteños exigían su consagración como exclusiva fuente de derecho, mientras que sectores del HIY no ocultaban su temor por la pérdida de determinadas conquistas sociales de índole progresista.
Además, Arabia Saudí estaba intentando abortar por todos los medios un proceso estatal que podría dar lugar a un baluarte de veleidades laicistas, progresistas o simplemente democráticas en el extremo sur de la península arábiga, y, sin fiarse de las garantías dadas por Saleh sobre que el izquierdismo sudista no dominaría la política yemení, instigó el levantamiento de las tribus conservadoras del interior, disturbios a los que se sumó una serie de atentados terroristas atribuidos a sectores fundamentalistas. A la vista de estos imponderables, Saleh decidió terminar de inmediato con la división artificial del país legada por el colonialismo.
El 22 de abril de 1990 Saleh y Baid firmaron el Acuerdo de Sanaa, que establecía las bases de la unificación y las normas del funcionamiento del nuevo Estado en un período transitorio de 30 meses. Un maratón de reuniones terminó de arreglar los detalles de la histórica mudanza. El 21 de mayo los diputados aprobaron, por unanimidad los 111 del Sur, con algunas reticencias los 159 del Norte (que de paso otorgaron a Saleh el galón de teniente general) el Acuerdo de Sanaa con su carta de fusión. Al día siguiente, los presidentes proclamaron en Adén la República de Yemen, sin más aditamentos, cuya bandera —la enseña tricolor roja, blanca y negra, desprovista de la estrella verde noryemení y del triángulo azul y la estrella roja suryemenís— fue izada solemnemente.
Saleh se convirtió en el jefe del flamante Estado como presidente de un Consejo Presidencial de cinco miembros que completaban un vicepresidente del sur, Baid, otros dos miembros del norte y un miembro más del sur. Esta composición la decidieron en la sesión conjunta de la víspera el Parlamento norteño, el Consejo Consultivo, y el sureño, el Consejo Popular Supremo, que pasaron a formar una Asamblea de Representantes (Majlis an-Nuwab) de 301 miembros, de los que 31 fueron nombrados por el Consejo Presidencial. Attas, el presidente suryemení saliente, pasó a ser el primer ministro del Gobierno paritario, nombrado igualmente por el Consejo Presidencial. El elenco de instituciones interinas incluía asimismo un Consejo Asesor de 45 miembros.
La Constitución, de tipo democrático, fue ratificada en referéndum el 15 de mayo de 1991 con el 98,3% de los votos, pero con una participación de sólo el 52%. La abstención se antojaba inesperadamente alta si sólo se tenía en cuenta el entusiasmo con que los yemenís celebraron en las calles la proclamación del año anterior, pero podía explicarse por el boicot propugnado por las tribus y los musulmanes rigoristas del antiguo Yemen del Norte, dos colectivos en trance de articularse políticamente y de oponer una fuerza nada desdeñable a la alianza del MSA y el HIY.
4. Respaldo a Irak en la crisis del Golfo y exigua apertura democrática
Como hacedor de la unificación nacional, Saleh cobró prestigio entre su pueblo y en el mundo árabe. Pero un inmediato acontecimiento internacional, la invasión y ocupación por Irak de Kuwait el 2 de agosto de 1990, en la que Saleh, a la objetiva luz de los intereses económicos de Yemen, tomó partido por el bando equivocado, aguó las fanfarrias optimistas sobre el porvenir inmediato del flamante Estado. Saleh estaba en deuda con Saddam Hussein, al que había apoyado en su guerra contra Irán (enviándole, incluso, algunas unidades de combate), por su aporte generoso a la unificación, bien al contrario que Arabia Saudí.
De hecho, en septiembre de 1989, Yemen del Norte había integrado a Irak en una tríada de países amigos junto con Egipto y Jordania en un foro denominado Consejo de Cooperación Árabe, que sostuvo su primera cumbre en Sanaa. Por otro lado, las calles del país se convirtieron en un hervidero de manifestantes en apoyo del dictador irakí, puesto en el punto de mira de la ONU y Estados Unidos, y, como sucedió en Túnez o en Jordania, el mandatario yemení no podía descuidar los gestos populistas de solidaridad con la otra república árabe. En realidad, Saleh hizo bastante más que salvar la cara ante la opinión pública nacional: a lo largo de la crisis de Kuwait, el presidente se distinguió por su explícito apoyo incondicional a Irak y por su disposición a ofrecer a Saddam la ayuda que precisase.
La responsabilidad y el protagonismo de Yemen en el desarrollo de la crisis adquirieron relevancia porque en el momento de la invasión era el único representante árabe en el Consejo de Seguridad de la ONU, como uno de los diez miembros no permanentes. La delegación yemení se abstuvo en casi todas las resoluciones de condena y sanción a Irak, llegando a votar en contra de la que conminó al régimen saddamista, el 29 de noviembre, a retirarse del emirato so pena de afrontar la intervención militar de la coalición multinacional capitaneada por Estados Unidos. En la reunión urgente celebrada por la Liga Árabe en El Cairo el 3 de agosto, Yemen fue uno de los cinco países que votaron en contra de una resolución condenando la acción irakí y exigiendo la inmediata evacuación de Kuwait. Una semana después, en la cumbre de emergencia de la Liga en la capital egipcia, Saleh se abstuvo en la votación que, con el voto favorable de 16 de los 20 países miembros, aprobó el envío a Arabia Saudí de fuerza panárabe de protección que aceptaron integrar Egipto, Siria y Marruecos.
Ahora bien, Saleh, como los demás dirigentes de la región, deseaba evitar a toda costa una guerra en el golfo Pérsico por sus incalculables consecuencias (temía en particular que los saudíes se atrevieran a invadirle al socaire de la acción aliada contra Irak y volaran en pedazos la unificación recientemente conseguida), así que emprendió una frenética actividad diplomática. El 5 de diciembre el presidente voló a Bagdad para participar en una reunión con Saddam, Arafat y el rey Hussein de Jordania, y en enero de 1991 la delegación yemení presentó ante el Consejo de Seguridad de la ONU un plan de paz que incluía la retirada incondicional irakí de Kuwait, el cual no prosperó.
Tras la estrepitosa derrota de Saddam en el campo de batalla, Saleh no tuvo más remedio que acatar el boicot petrolero y el embargo comercial total decretados por la ONU contra Irak. Yemen pagó muy cara su apuesta por el caballo perdedor. Arabia Saudí impuso el visado a los 800.000 trabajadores yemenís residentes en el país y los repatrió sin contemplaciones, mientras que el conjunto de las monarquías del Golfo y algunos países occidentales, a los que tan trabajosamente se había acercado Sanaa, cortaron sus ayudas al desarrollo y sus líneas de crédito, empezando por Estados Unidos, que suspendió también su cooperación militar. El Banco Mundial y el FMI congelaron el diálogo financiero con Sanaa.
La brutal caída de los ingresos del Estado desequilibró aún más la balanza comercial ya deficitaria, agravó la deuda exterior (que, del orden de 6.900 millones de dólares, superó al PIB), desvalorizó la moneda, el rial, y desbocó la inflación (el 45% en 1991, el 62% en 1993 y el 64% en 1995), por no hablar de los efectos funestos sobre el desempleo, que rebasó el 30%. No obstante el descalabro financiero y diplomático de resultas de la crisis del Golfo, y el calentamiento del clima político por los alborotos tribales y los atentados, no pocas veces mortales y con tonos de vendetta, contra personalidades de las antiguas élites políticas del norte y, en especial, del sur, Saleh ratificó las previsiones de apertura democrática.
El 27 de abril de 1993 tuvieron lugar las primeras elecciones a la Asamblea de Representantes y en ellas obtuvieron representación ocho formaciones, encabezadas por el MSA con el 28,7% de los votos y 122 escaños. Al partido de Saleh le siguieron en fuerza el HIY con el 18,5% de los votos y 56 escaños, casi todos obtenidos en el territorio de la antigua RDPY, donde fue la fuerza más votada, y, con el 17% de los sufragios pero 63 diputados, la Congregación Yemení por las Reformas, Al Islah, pujante coalición opositora con tres componentes bien definidos: los fundamentalistas urbanos de la Hermandad Musulmana, la federación de tribus hashidís y los fundamentalistas salafistas sunníes. 48 candidatos fueron electos con la etiqueta de independientes, si bien muchos se unieron posteriormente al grupo parlamentario del MSA, que alcanzó así una mayoría de 146 representantes.
El Gobierno siguió presidido por Attas y se configuró en una coalición cuatripartita con la adición de representantes de Al Islah y del pequeño partido Baaz, cuarto en las preferencias del electorado con siete representantes. El fundador y líder de Al Islah, el jeque tribal hashidí Abdullah ibn Hussein al-Ahmar, que durante la guerra civil noryemení había permanecido leal a la República y posteriormente había estado al frente de la institución legislativa, obtuvo la investidura como presidente de la Asamblea. Al Islah metió también un representante en el Consejo Presidencial, a costa del MSA.
5. La guerra civil de 1994: el secesionismo del Sur, aplastado
La alianza del MSA y el HIY entró en crisis ya antes de los comicios de 1993 al no prosperar un intento de fusión partidista. Al mal ambiente contribuyeron las urgencias de Al Islah para que la sharía quedase como la única fuente de toda ley. Los antiguos jefes de Adén empezaron a exteriorizar su disgusto por el vericueto que estaba tomando la unificación, devenida a sus ojos una mera absorción de la entidad pequeña por la hermana mayor. En el partido ex marxista comenzó a articularse una facción soberanista que encontró aliados en la oposición política local.
Por otro lado, los dirigentes del HIY se inquietaron por la campaña de atentados, de inequívoca impronta islamista, que estaba sufriendo el sur y tampoco se encontraban cómodos con el alambicado ejercicio de componendas con los tradicionalistas tribales, característico de la región norteña y que Saleh se conocía al dedillo. Por si fuera poco, las mutuas suspicacias lastraban la integración de los dos ejércitos, que seguían virtualmente separados en los mandos y la tropa. A partir de agosto de 1993 menudearon los incidentes armados entre unidades nor y suryemenís. El andamiaje político e institucional levantado con tanto esfuerzo por Saleh empezó a agrietarse por la soldadura que ligaba precariamente islamismo y tradicionalismo por un lado, y secularismo y socialismo por el otro.
La política nacional contuvo el aliento el 11 de octubre de 1993. Ese día, la Asamblea de Representantes reeligió a Saleh y los restantes miembros del Consejo Presidencial, pero el vicepresidente Baid rehusó personarse en Sanaa para la jura del cargo alegando que su vida corría peligro allí. El secretario general del HIY condicionó su retorno al Consejo a la detención de los autores de los últimos asesinatos de miembros de su partido y a la adopción de un paquete de reformas sobre la desmilitarización, modernización y descentralización del país, en las que se atisbaba una demanda de federalismo.
En febrero y abril de 1994, mientras se generalizaban los incidentes y hasta los combates de envergadura entre tropas nordistas y sudistas en distintos puntos del país, y mientras la clase política sudista abandonaba en masa Sanaa, Saleh y Baid sostuvieron unas rondas de conversaciones en Ammán y Mascate, pero el espíritu de reconciliación no prevaleció. El 5 de mayo el país se sumergió en la guerra civil abierta cuando Saleh decretó el estado de emergencia para "neutralizar a los elementos separatistas" y acusó a Baid de "conducir a la nación al abismo del fratricidio". Para el jefe del Estado no cabían dudas del plan de separación violenta ejecutado por un núcleo de dirigentes sudistas, cuyos prolegómenos habían sido el boicot a las instituciones nacionales y las provocaciones contra acuartelamientos del Ejército.
La contienda entre, según la fraseología de Sanaa, "lealistas" y "separatistas", fue tan breve como cruenta, con el concurso de grandes operaciones terrestres, bombardeos aéreos (el castigo a objetivos políticos y militares de las respectivas capitales fue constante desde el primer día) y lanzamiento de misiles. La proclamación el 21 de mayo por Baid desde su cuartel en las montañas de Hadramut de la República Democrática de Yemen, con él de presidente y Attas (destituido por Saleh el 9 de mayo) de primer ministro, fue un acto estéril porque no recibió ningún reconocimiento internacional, ni siquiera de Arabia Saudí, pese a su evidente interés en el fracaso del Yemen unificado.
La superioridad del Ejército de Sanaa, reforzado por las huestes leales a Ali Nasser Muhammad, cabeza de los "socialistas unionistas" refugiados en Yemen del Norte tras su derrota por la facción de Baid y Attas en 1986 (y ahora mismo exiliado en Siria), no tardó en imponerse. El 5 de julio, al cabo de una batalla encarnizada, los nordistas entraban en Adén y dos días después Saleh anunciaba la victoria total con el colapso de la República Democrática de Yemen y la fuga de sus líderes. El 27 de julio el presidente levantó el estado de emergencia y ordenó la liberación de los miles de prisioneros capturados, de acuerdo con los términos de la amnistía general anunciada en los primeros días de la contienda, gracia que por el momento excluía a Baid, Attas y otros 14 altos dirigentes. La guerra civil había costado entre 8.000 y 10.000 vidas, la mayoría combatientes y civiles sureños, así como enormes daños materiales.
Saleh expresó su voluntad de restañar las heridas y habló de conceder una amnistía "plena y completa" a los cabecillas de la aventura secesionista. Attas siguió desafiante y desde su refugio saudí anunció la creación de un Frente Nacional de Oposición. Baid, por el contrario, comunicó desde Omán el abandono de toda actividad política. Si bien el HIY, convenientemente purgado de la facción soberanista y con el Buró Político reconstituido, fue autorizado a seguir operando, sus cuadros quedaron sometidos a la vigilancia y el acoso policiales. Las promesas de reconciliación hechas por Saleh quedaron en entredicho cuando 28 de septiembre de 1994 la Asamblea adoptó una serie de enmiendas constitucionales que por un lado confirmaron a la sharía como la fuente de toda legislación y por el otro, en la práctica, consagraron la supremacía del MSA y de su líder en particular.
Así, el Consejo Presidencial quedó disuelto y el 1 de octubre Saleh fue investido presidente de la República con un mandato de cinco años, sólo flanqueado por un vicepresidente de su partido, el general Abdul Rabbuh Mansur al-Hadi, procedente de la facción sureña de Ali Nasser Muhammad. Cinco días después, el MSA y Al Islah constituyeron un Gobierno bipartito sin ministros socialistas, cuya jefatura recayó en el veterano Abdul Aziz Abdul Ghani. Los episodios de revanchismo nordista se multiplicaron, quedando de hecho el sur enteramente sometido a la acción de la Policía y los tribunales de justicia de Sanaa.
La conflagración civil había infligido daños considerables a la infraestructura productiva del país, que antes de la guerra ya era sumamente precaria. Ante el cúmulo de alarmas económicas, el Gobierno adoptó en 1995 un nuevo plan quinquenal negociado con el FMI y al que dio luz verde la V Asamblea del MSA. Caracterizado por un modelo de desarrollo ajustado, el plan contemplaba la convertibilidad del rial, la retirada de subsidios al consumo, los recortes laborales en la función pública, desregulaciones y privatizaciones. El paquete, liberal de principio a fin, no podía menos que generar tensiones sociales.
Adén, potente plaza comercial por su puerto franco, vio reconocida su condición de capital económica del país. El Estado esperaba aumentar sus ingresos estimulando los flujos de mercancías e inversiones foráneas, y expandiendo la extracción de petróleo y gas. La segunda meta se cumplió con creces, puesto que al cabo de un lustro, en 2000, la contribución de los hidrocarburos al PIB saltó de sólo el 6% al 34%. Entonces, la caja del Estado recaudaba en el sector energético el 76% de sus ingresos.
6. Reelección presidencial, maniobras personalistas y fomento del nepotismo
Otra de las reformas constitucionales de 1994 estableció la elección directa del presidente de la República, tal que el 23 de septiembre de 1999 tuvieron lugar los históricos comicios. Aunque su reelección para un nuevo quinquenio estaba certificada de antemano, Saleh, elevado por la Asamblea en diciembre de 1997 a la condición de mariscal de campo "en reconocimiento a su contribución a la construcción del Estado moderno",se batió con un contrincante, más bien testimonial y salido de su propio partido, Najib Qahtan ash-Shaabi, hijo del primer presidente de la RDPY, Qahtan Muhammad Abdul Latif ash-Shaabi. Con una participación del 66%, Saleh se deshizo de Shaabi con el 96,3% de los votos.
El proceso electoral presentó al mismo tiempo característica democráticas —para los parámetros regionales— y de signo bien contrario, ya que si por un lado se trató de la primera elección directa de un jefe de Estado en la península arábiga y las manipulaciones en la jornada electoral y el escrutinio no fueron evidentes, por otro lado la competitividad quedó reducida a la mínima expresión, ya que sucesivas cribas por la Asamblea dejaron en la estacada a 26 de los 28 aspirantes que obtuvieron la inscripción provisional: salvo Saleh, nominado por el MSA y Al Islah, y Shaabi, que concurrió como independiente, ninguno obtuvo la preceptiva "recomendación" por el 10% de los diputados. Dos era, precisamente, el número mínimo de candidatos presidenciales estipulado por la Constitución.
Varias agrupaciones opositoras, o no presentaron candidato o boicotearon activamente la consulta. El postulante del HIY en el seno del Consejo de Coordinación Supremo de la Oposición, Ali Saleh Obad, alias Muqbil, reemplazo de Ali Salim al-Baid como secretario general del partido tras la derrota militar de 1994, fue vetado sin contemplaciones por la Asamblea. El antiguo partido único del Sur se había marginado de las elecciones legislativas celebradas un bienio antes, el 27 de abril de 1997, por no considerarlas ni libres ni limpias. Entonces, el MSA se apuntó una contundente mayoría absoluta de 187 escaños, a los que se añadieron un buen puñado de los 54 obtenidos por candidatos fuera de lista. Tras los comicios, el mayo, Saleh prescindió del primer ministro Abdul Ghani y nombró en su lugar a Faraj Said ibn Ghanem, quien no pertenecía a ningún partido. En abril de 1998 Ghanem dimitió abruptamente, tomándole el relevo Abdul Karim al-Iriani, del MSA.
En estos momentos, el sistema republicano yemení carecía bajo Saleh de cualquier movilidad, pero funcionalmente se presenta como más evolucionado que el egipcio (donde el presidente era ritualmente aclamado por el Parlamento y confirmado en referéndum) y el sirio (donde virtualmente regía el partido único), por no hablar del irakí (donde Saddam Hussein hacía y deshacía a su entero arbitrio). El MSA no llegaba —todavía— a los niveles de hegemonía de sus equivalentes en Mauritania o Túnez, pero el pluralismo parlamentario era considerablemente mayor en Líbano y Argelia.
Desde el punto de vista jurídico, la perpetuación en el poder de Saleh se entrevió tras las enmiendas a 17 artículos de la Constitución aprobadas por la Asamblea el 23 de agosto de 2000. La reforma suponía la extensión del mandato presidencial de los cinco a los siete años y el del legislativo de los cuatro a los seis años. En consecuencia, las elecciones a la Asamblea quedaron pospuestas a 2003 y las presidenciales hasta 2006. Según este esquema, Saleh podía optar entonces a un nuevo mandato constitucional que se consideraría, no el tercero, sino el segundo. 2013 se prefiguraba, por tanto, como la nueva fecha límite para su ejercicio al frente del Estado.
Además, el presidente adquirió la facultad de disolver la Asamblea y convocar elecciones anticipadas en determinadas circunstancias de bloqueo institucional o conflicto político, sin necesidad de un referéndum que validara tal intervención. No menos importante, por cuanto abundaba en el refuerzo de la autoridad ejecutiva a costa de la legislativa emanada de las urnas, se instituyó un Consejo Consultivo (Majlis ash-Shura) de 111 miembros nombrados a dedo por el presidente y dedicado a dirigir "propuestas", "recomendaciones" y "opiniones" al Ejecutivo.
Aunque el Consejo no era propiamente un órgano legislativo, su vocación de servir de contrapeso a la Asamblea era obvia. Juntos, Asamblea y Consejo, se encargarían de someter a escrutinio con arreglo a la ley las candidaturas presidenciales y, superado el anterior trámite, de decidir cuáles de aquellas eran finalmente nominadas o no. Si antes era necesario el respaldo del 10% de la Asamblea para batirse en las urnas, ahora se requería el apoyo mínimo del 5% de ambos órganos reunidos en sesión conjunta. La oposición valoró negativamente la reforma constitucional, que en conjunto les parecía un retroceso democrático. El 20 de febrero de 2001, sin embargo, Saleh la sacó adelante en referéndum con un 78,6% de votos afirmativos, aunque con una participación reducida al 36,1%. La consulta fue simultánea a las primeras elecciones a consejos locales de las 20 gobernaciones y los 333 distritos del país, comicios que esta vez no fueron boicoteados por el HIY y en los que el MSA obtuvo rotundas victorias. La oposición elevó enérgicas denuncias de fraude e intimidación.
Con motivo de estas elecciones, Saleh evocó el escenario de una sucesión dinástica en Yemen, del estilo de la producida el año anterior en otra república árabe, la Siria de los Assad, al comentar como de pasada que el mayor de sus siete hijos tenidos con cuatro esposas, Ahmad Ali Abdullah, teniente coronel del Ejército, comandante de las Fuerzas Especiales Antiterroristas y miembro de la Asamblea, era libre "como cualquier ciudadano yemení" de presentarse a las próximas elecciones presidenciales. La sorpresiva declaración dio paso luego a una serie de desmentidos oficiales de que el vástago presidencial, recién ingresado en la treintena de edad, y su padre tuvieran entre manos una transmisión del mando a la siria —con la salvedad de que el segundo sería sucedido en vida—, pero puso un polémico subrayado a uno de los rasgos más llamativos del régimen de Saleh, cual era su naturaleza intensamente nepotista.
En efecto, ya desde la época en que presidiera Yemen del Norte, el autócrata venía colocando a un número creciente de miembros de su extensa parentela en puestos de mando castrense, político o empresarial. Así, docenas de hermanastros, sobrinos, primos, cuñados y otros familiares de su clan tribal copaban cargos sensibles en las Fuerzas Armadas, el aparato de seguridad, el Gobierno, la Administración del Estado y el sector económico público; la mayoría de ellos, al mismo tiempo, tenían lucrativas participaciones en una gran variedad de negocios privados.
La familia Saleh estaba presente en todos los ámbitos de la vida nacional y se desenvolvía como una verdadera corporación. De ella, el presidente podía esperar mutuo apoyo y solidaridad. Dos hermanastros, los generales Muhammad Saleh al-Ahmar y Ali Saleh al-Ahmar, comandaban respectivamente la Fuerza Aérea y el Estado Mayor General. Un tercer general, Ali Mohsen Saleh al-Ahmar, primo lejano, estaba al frente de la I División Acorazada y la Zona Militar Norte-Oeste. Tres sobrinos carnales, coroneles, comandaban otros tantos cuerpos especiales del Ejército y la seguridad del Estado. Un yerno, Jaled Alarhabi, era el vicejefe de la Casa Presidencial, cargo que luego adquiriría rango ministerial. Dos cuñados eran gobernadores provinciales y un tercero el ministro de Juventud y Deportes. Y uno de sus suegros, Ahmad al-Kohlani, fungía de gobernador de Adén y representante de la Asamblea. La lista de gratificados se extendía a otros deudos políticos y tribales.
Los observadores internacionales y las cancillerías occidentales, bien que a diferencia de los partidos perdedores, no constataron grandes violaciones o episodios de fraude en las elecciones legislativas del 27 de abril de 2003. El MSA conquistó con el 58% de los votos y 238 diputados, cuota apabullante que se benefició del fracaso de los candidatos independientes esta vez: sólo 4 de los 405 que se presentaron obtuvieron el escaño. Al Islah consolidó su condición de segundón con 46 escaños y el HIY quedó relegado a la marginalidad parlamentaria con 8 puestos. Dos mujeres fueron electas en un hemiciclo de 301 miembros a cuyo frente fue reelegido el jeque Abdullah al-Ahmar, pese a que Al Islah ya no formaba coalición con el MSA.
El 17 de julio de 2005, en una alocución con motivo del vigésimo séptimo aniversario de su ascenso a la Presidencia de Yemen del Norte, Saleh anunció por sorpresa que no se presentaría a las elecciones de 2006, ya que era menester, para el MSA y el resto de partidos políticos, promover a "líderes jóvenes que compitan en elecciones, porque tenemos que adiestrarnos en la práctica de las sucesiones pacíficas". De nuevo, se disparó el rumor de que el treintañero primogénito del presidente, que había añadido a sus despachos castrenses la comandancia de la Guardia Republicana, podría estar listo para sucederle a través del formalismo electoral. Y de nuevo otra vez, se produjo el mentís oficial.
El anuncio de Saleh fue acogido con escepticismo en las filas de la oposición, las cuales recordaron que el presidente ya había hecho un pronunciamiento similar antes de las elecciones de 1999. Al cabo de dos días, la supresión por el Gobierno de los subsidios a los carburantes en consonancia con las recomendaciones del FMI y el Banco Mundial produjo unos violentos disturbios que dejaron 36 muertos. Para calmar los ánimos, Saleh anunció una subida sustancial de los salarios de los funcionarios. En diciembre, la VII Asamblea del MSA solicitó al líder que "reconsiderara su decisión" de no presentarse a las elecciones del año siguiente. El 21 de junio de 2006, faltando tres meses para las votaciones, el mandatario reiteró a los asistentes a una asamblea extraordinaria de su partido que descartaba postularse a la reelección y que debían nominar un candidato alternativo. "Me siento incapaz de asumir esa responsabilidad (…) mis logros en la unidad y el desarrollo integral me urgen a preservar estas realizaciones entregando el poder pacíficamente al pueblo yemení", manifestó Saleh.
Para la oposición, todo era puro "teatro político", una "farsa". Sin solución de continuidad, miles de partidarios del presidente abarrotaron las calles de Sanaa implorándole que siguiera en el poder. Otros tantos detractores se manifestaron para reclamarle que hiciera honor a lo dicho. Fue el momento para la contramarcha populista de Saleh, quien el 24 de junio se dirigió a sus huestes para anunciar solemne que, efectivamente, cambiaba de parecer: "Me someto a la presión popular y a los deseos del pueblo. Me presentaré a las próximas elecciones", fueron las palabras del mandatario. De cara a la liza electoral del 20 de septiembre de 2006, la oposición al completo —Al Islah, el HIY, los unionistas nasseristas y los islamistas de la Federación de Fuerzas Populares y el partido Al Haq— fue capaz de aglutinarse, dejando a un lado sus profundas diferencias ideológicas, en torno a la candidatura del independiente Faisal Bin Shamlan, quien fuera ministro de Petróleo de Yemen del Sur y luego en el primer Gobierno del Yemen unificado, y que traía una reputación de probidad.
Al cabo de una campaña bastante animada en la que el opositor tuvo acceso equitativo a los espacios para propaganda cedidos por la televisión pública (una auténtica rareza en los procesos electorales de la región), Shamlan fue ampliamente derrotado por Saleh, que de acuerdo con el cómputo oficial ganó la reválida con el 77,2% de los votos. Aunque los partidos que le postulaban hablaron de cifras hinchadas, Shamlan prefirió no impugnar los resultados. La misión de observación de la Unión Europea constató casos de intimidación y violación del secreto del voto en colegios electorales. Su valoración fue que las elecciones habían sido una "competición abierta y genuina", pero con "importantes defectos". El 27 de septiembre, Saleh, a los 64, inauguró un nuevo mandato de siete años que con la Constitución en la mano debía ser el último.
7. Amenaza jihadista y pacto de seguridad con Estados Unidos
El aviso del atentado contra el destructor USS Cole en Adén
A partir de 1994, Saleh encaminó la política exterior yemení a recomponer los lazos rotos o maltrechos, numerosísimos, a raíz de su estridente alineación proirakí durante la crisis del Golfo. En el ámbito árabe, el presidente fue capaz de remover mucho del rencor y las suspicacias de Arabia Saudí, país al que viajó en junio de 1995 por primera vez desde la unificación y con el que adoptó justo cinco años después, el 12 de junio de 2000, un acuerdo que zanjó un contencioso de más de seis décadas sobre la delimitación de las fronteras internacionales por tierra y mar. El Tratado de Jeddah, firmado por los respectivos ministros de Exteriores, supuso el abandono por Sanaa de su añeja reclamación irredentista sobre el territorio del extinto emirato idrisí, anexionado al reino saudí en 1934.
Previamente, Saleh ya había resuelto otro litigio territorial con Eritrea, el vecino africano en la orilla opuesta del estrecho de Bab al-Mandeb, a propósito de las estratégicas islas Hanish, en la entrada del mar Rojo, que en diciembre de 1995 había ocasionado un choque bélico saldado con la ocupación del archipiélago por el Ejército eritreo. En octubre de 1996 las partes decidieron someter el conflicto al arbitraje internacional y en octubre de 1998 la Corte Permanente de Arbitraje de La Haya determinó que Gran Hanish y los islotes aledaños eran de soberanía yemení. Con Occidente (Europa, Canadá, Estados Unidos), Saleh se afanó en restaurar los tradicionales vínculos de confianza. A comienzos de abril de 2000, transcurrida una década desde su viaje oficial de enero de 1990 y previamente a un desplazamiento a Irán que sirvió para cimentar la cooperación militar y la complicidad religiosa entre dos regímenes con dirigencias shiíes, el presidente realizó a Estados Unidos una competa visita de trabajo cuyos ecos positivos quedaron en buena medida malogrados por la cadena de perturbaciones sucedida en octubre de 2000.
A principios de ese mes, el estallido en Jerusalén oriental y la Cisjordania autónoma y ocupada de la segunda intifada palestina estimuló la áspera retórica belicista de Saleh, quien, poniendo al día su fuerte afinidad a la causa nacional de la OLP, afirmó estar listo para enviar a "cientos, miles de combatientes yemenís a defender a los palestinos y los santos lugares de Jerusalén". "No estoy a favor de la guerra [contra Israel], pero no hay más remedio que llamar a una guerra si los sagrados recintos de Jerusalén son hollados", explicó en referencia al desafiante paseo del político derechista Ariel Sharon, luego primer ministro de Israel, por la Explanada de las Mezquitas, acto que había encendido la mecha del levantamiento palestino contra la ocupación.
Así de enfadado estaba el líder yemení por la represión militar israelí en Palestina cuando el 12 de octubre la organización terrorista Al Qaeda desnudó espectacularmente las vulnerabilidades de la seguridad estatal yemení al atentar en Adén, valiéndose de una lancha cargada de explosivos y pilotada por dos suicidas, contra el destructor USS Cole, buque de la Quinta Flota que se encontraba atracado en el puerto sureño para repostar combustible. La explosión en la línea de flotación de babor mató a 17 marineros y abrió un enorme boquete en el casco del destructor, que quedó fuera de servicio durante dos años. Al día siguiente, la Embajada británica en Sanaa fue objeto de otro atentado con coche bomba, aunque en esta ocasión no hubo que lamentar víctimas.
El osado ataque de Adén dañó seriamente las relaciones con Estados Unidos justo cuando el Gobierno de Sanaa intentaba borrar las secuelas de su posicionamiento durante la crisis de Kuwait. Pero también puso sobre el tapete el auge en Yemen de la militancia religiosa más extremista, después de que Saleh condescendiera con los islamistas en la fijación constitucional de la supremacía de la sharía. Los ánimos estaban caldeados en Washington, que deslizó la amenaza de una represalia unilateral a menos que los locales permitieran al FBI efectuar pesquisas in situ, así que en la cumbre de emergencia que la Liga Árabe celebró los días 21 y 22 en El Cairo para analizar la explosión de violencia en Palestina Saleh optó por moderar el tono de las diatribas antiisraelíes, aunque no dejó de reclamar una acción contundente y concertada de los países miembros que podría consistir en el envío de una fuerza panárabe de interposición.
De vuelta a casa, Saleh se concentró en la búsqueda y captura en los ambientes integristas de los responsables del golpe a la Armada estadounidense, y en la expulsión de hasta 5.000 ex mujahidines extranjeros que habían combatido a los soviéticos en la guerra de Afganistán y que más tarde, en la guerra civil de 1994, habían ayudado a los lealistas a aplastar el intento de secesión de los antiguos marxistas del Sur. Ahora, sin embargo, todos estos combatientes inactivos eran vistos como unos peligrosos subversivos en potencia. De todas maneras, el atentado de Adén, con su amplia repercusión en el exterior, tendió a ser enmarcado en un contexto más amplio de desasosiego social y de fragilidad del Estado, en un país infestado de armas donde adquirían inquietante frecuencia los raptos con rescate de turistas extranjeros y otros actos de bandidaje, los encontronazos entre las fuerzas de seguridad y las montaraces tribus del interior, las pendencias entre musulmanes rigoristas y adeptos a cultos tradicionales, y el hostigamiento del Gobierno a periodistas y activistas de la oposición.
El 11-S y el auge del integrismo autóctono como dinamizadores de las relaciones con Washington
Los atentados cometidos por Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington tuvieron un efecto fulminante en las autoridades de Sanaa. En contraste con lo dicho y hecho cuando la invasión irakí de Kuwait en agosto de 1990, Saleh condenó de manera inmediata y categórica la atrocidad terrorista, ordenó a los representantes de todos los partidos que se abstuvieran de cualquier manifestación extemporánea y descargó un torrente de disposiciones restrictivas en los ámbitos religiosos, educativos y culturales.
Más todavía, el miedo a que Estados Unidos eligiera a su país, la tierra natal del padre de Osama bin Laden, como el primer teatro de operaciones de la guerra global al terrorismo anunciada por el presidente George Bush, la llamada Operación Libertad Duradera (Washington, en efecto, consideró seriamente descargar su primer golpe militar en Yemen para hacer justicia por el atentado de Adén), empujó a Saleh a desatar la persecución sistemática de los sospechosos de pertenecer a la red clandestina que Al Qaeda, ya sin ningún genero de dudas, tenía desplegada en Yemen. La inteligencia estadounidense estaba convencida de que esta parte de la península arábiga se había convertido en una importante base de operaciones de Al Qaeda, que tenía aquí células activas y "uno de sus principales núcleos organizativos", según el Departamento de Estado.
El hito en la nueva era de relaciones con Estados Unidos fue plantado por Saleh en su reunión con Bush en la Casa Blanca el 27 de noviembre de 2001. La cita, desarrollada en una atmósfera más conminatoria que otra cosa, produjo un memorándum de entendimiento en materia de seguridad que convirtió a Yemen en socio principal de Estados Unidos dentro de la coalición contra el terror. El pacto suponía para el país árabe la obtención de asistencia técnica y apoyo logístico del Ejército estadounidense para combatir "todas las formas de terrorismo" manifestadas en su territorio. Los norteamericanos, a cambio, recibían amplias facilidades para conducir sobre el terreno sus propias investigaciones tendentes a la identificación y procesamiento de los autores del atentado de Adén. Los agentes del FBI ya estaban teniendo acceso a los interrogatorios de los sospechosos detenidos. Sanaa, además, accedió a posponer los juicios de quienes tenían una acusación en firme para integrar a la justicia estadounidense en los procesos penales.
En diciembre, luego de arrancar Libertad Duradera en Afganistán con los objetivos de cazar a bin Laden y de paso derrocar al régimen anfitrión de los talibán, fuerzas especiales del Ejército yemení, apoyadas por tanques y helicópteros, realizaron una operación a campo abierto contra elementos de la tribu Al Jalal que estaban dando cobijo a militantes afganos de Al Qaeda en las gobernaciones de Marib y Shabwa. En particular, se buscaba a dos personas reclamadas por Washington por su presunta implicación en los atentados del 11 de septiembre, una de las cuales era jefe de clan. La ofensiva, que infligió bajas a los dos bandos, estuvo comandada por el hijo del presidente, el coronel Ahmad Ali Abdullah Saleh. Se trató de la primera operación del Ejército yemení contra Al Qaeda, de hecho, la primera de esta naturaleza por parte de un Gobierno musulmán.
La cooperación antiterrorista con Estados Unidos no fue bien recibida por extensos sectores de la población yemení, que hablaron de violación de la soberanía nacional. Las tribus desafectas llevaban su hostilidad al extremo del enfrentamiento armado, pero en el mundo urbano, desde cabeceras de prensa hasta el propio Parlamento, la actitud era igualmente negativa. Saleh ignoró estas presiones, aunque por otro lado, en un ejercicio de discriminación del enfado de la calle harto complicado, autorizó las manifestaciones populares de apoyo a los palestinos, protestas que pusieron en su punto de mira la Embajada norteamericana.
En febrero y marzo de 2002, con motivo de las visitas del general Tommy Franks, jefe del Mando Central de Estados Unidos, y el vicepresidente Dick Cheney, los gobiernos acordaron el envío de cierto número de efectivos militares, entre soldados de fuerzas especiales, expertos de seguridad y oficiales de inteligencia, así como de abundante equipamiento para asistir a las fuerzas yemenís en la ofensiva contraterrorista. En mayo, el primer ministro desde abril de 2001, Abdul Kadir Bajamal, aseguró que Al Qaeda carecía de organización en Yemen porque la mayoría de los yemenís que en la década de los ochenta del siglo pasado habían luchado a las órdenes de Osama bin Laden en Afganistán (con el aplauso y el estímulo del entonces Gobierno noryemení de Saleh) no habían regresado a su país, encontrándose, bien escondidos en Afganistán, bien detenidos en Guantánamo. El análisis del primer ministro causó perplejidad a la Administración Bush, que sólo quería saber de resultados en la campaña de "erradicación" del terrorismo en Yemen.
En los dos años siguientes, el país experimentó sucesivos sobresaltos: el atentado, siguiendo el modus operandi del ataque al USS Cole, contra el petrolero francés Limburg mientras surcaba el golfo de Adén, con el resultado de un marinero muerto (6 de octubre de 2002); la liquidación por la CIA mediante un ataque aéreo con misiles de seis miembros de Al Qaeda en un punto del desierto de Marib, uno de los cuales, Abu Ali al-Harithi, figuraba entre los presuntos organizadores del atentado de octubre de 2000 y venía burlando a las tropas de Saleh (3 de noviembre de 2002); el asesinato por un integrista de tres médicos misioneros estadounidenses en un hospital en Jibla (30 de diciembre de 2002); las masivas y violentas manifestaciones contra la invasión de Irak frente a la Embajada de Estados Unidos en la capital (marzo de 2003); o la fuga en Adén de una decena de detenidos por su presunta implicación en el bombardeo del USS Cole (abril de 2003).
8. Un triple embate insurgente y terrorista: los shiíes norteños, los separatistas sudistas y Al Qaeda en la Península Arábiga
En junio de 2004 Saleh cosechó el mayor éxito internacional de su largo mandato al participar como invitado a la cumbre del G8 en Sea Island, Georgia, Estados Unidos. En esta cita, el presidente Bush y sus colegas lanzaron una Asociación para el Progreso y el Futuro Común con el Gran Oriente Medio y el Norte de África, iniciativa que perseguía la cooperación con los gobiernos de la región en las esferas política, económica y sociocultural a fin de promover los valores democráticos, las libertades, la estabilidad y el desarrollo en el mundo árabe. El líder yemení compareció vistiendo una indumentaria, insólita en él, de corte semitradicional, consistente en thawb blanco hasta los tobillos, chaqueta azul de corte occidental, kefiah gris alrededor de cabeza y cuello, y, al cinto, una espectacular janbiya o daga de hoja ancha y curva, propia de los notables tribales. Junto con Saleh fueron invitados a la cumbre los dirigentes de Turquía, Irak, Jordania, Argelia, Afganistán y Bahrein.
La revuelta de los zaydíes hutíes en Saada
De vuelta a casa, Saleh se encontró con un grave quebranto de la seguridad en la gobernación norteña de Saada, lindera con Arabia Saudí: la rebelión abierta del jeque y predicador shií zaydí Hussein Badraddin al-Houthi, quien junto con sus hermanos y un nutrido grupo de seguidores se alzaron en armas contra el Gobierno central, al que acusaban de haberse vendido a Estados Unidos, de practicar la corrupción a gran escala, de tener abandonada a la población local y de inmiscuirse en sus asuntos tribales. Atrás quedaban los años en que los levantiscos habían cooperado de buena gana con Saleh —otro zaydí— para mantener a raya a los salafistas sunníes. El conflicto estalló el 21 de junio, cuando las fuerzas de seguridad intentaron aprehender a varios milicianos del clan tribal, quienes se hacían llamar los Jóvenes Creyentes (Ash-Shabab al-Muminin).
Las autoridades de Sanaa, urgidas por los saudíes —campeones de la susceptibilidad sunní—, que ya notaban el contagio de esta agitación sectaria shií en su provincia de Jizan, denunciaron que el clan Houthi, con su mixtura de subversión política y disidencia religiosa, pretendía derrocar las instituciones republicanas e imponer el Estado confesional shií, en un país donde desde la unificación de 1990 los sunníes constituían una ligera mayoría, por encima del 50% de la población. Así las cosas, Saleh no vaciló en lanzar al Ejército para aplastar la sublevación hutí, al tiempo que ofrecía una recompensa de 55.000 dólares por la captura de Hussein, a quien medios oficiales atribuyeron el deseo de proclamar un imanato en las gobernaciones del noroeste que antaño habían sido los bastiones de la monarquía.
Los intensos combates, librados en el bando gubernamental por miles de soldados con el apoyo de tanques, artillería y aviación, y con un balance de varios cientos de muertos por ambas partes, se prolongaron en las montañas de Saada hasta que el 10 de septiembre los gubernamentales consiguieron matar al jeque y a varios de sus lugartenientes luego de acorralarlos en unas grutas de montaña en la región de Maran. El Gobierno proclamó el final del conflicto, pero los familiares de Hussein recogieron la antorcha de la revuelta