Duelo Irán-Israel: entre el riesgo controlado y la imprevisibilidad de una escalada regional

Opinion CIDOB 797
Publication date: 04/2024
Author:
Moussa Bourekba, investigador principal, CIDOB
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El ataque israelí del 1 de abril y la posterior represalia iraní del 13 de abril marcan un punto de inflexión histórico en la rivalidad geopolítica entre Tel Aviv y Teherán. Al atacarse mutuamente de forma directa y pública, Israel e Irán han cruzado líneas rojas muy peligrosas para Oriente Medio. Si bien la cuestión palestina es central en este contexto, no es la causa sino el desencadenante de estas tensiones. 

La escalada significativa entre Irán e Israel proyecta a Oriente Medio hacia un territorio desconocido. En menos de dos semanas, Tel Aviv y Teherán han cruzado una línea roja: atacar directa y públicamente al enemigo en su territorio. Primero fue Israel con su ataque contra el consulado de Irán en Siria el 1 de abril, seguido por la respuesta iraní a través de su operación militar del 13 de abril bautizada como «Verdadera Promesa». Se trata del primer ataque directo de Irán a Israel desde la instauración de la República Islámica.

Esta última escalada entre los dos países marca un punto de inflexión en la lucha por el liderazgo regional que no ha dejado de intensificarse entre Irán e Israel a lo largo de las dos últimas décadas. La República Islámica, que desde su establecimiento busca ser reconocida como poder regional, se ha beneficiado de un contexto relativamente favorable para sus intereses. Aprovechó la invasión estadounidense de Irak, las guerras en Siria y en Yemen, y el conflicto palestino-israelí para desarrollar y reforzar sus relaciones con varios miembros del autodenominado Eje de la Resistencia, para así poder extender sus capacidades de disuasión en la región y expandir su influencia.

Por otro lado, históricamente, Israel se ha beneficiado de una preeminencia en materia económica, militar y tecnológica a nivel regional. A pesar de ser potencia nuclear y aliado histórico de Estados Unidos, Tel Aviv considera a la República Islámica como una amenaza existencial para su seguridad. De ahí sus esfuerzos para contrarrestar las aspiraciones regionales de Irán, incluyendo estrategias para debilitar a los miembros del eje de la resistencia, apoyar las sanciones internacionales, y detener el programa nuclear iraní. En los últimos años, Israel se ha beneficiado de una coyuntura internacional y regional especialmente favorable en este sentido. A nivel global, la decisión de Donald Trump de retirarse del acuerdo internacional sobre el programa nuclear iraní en 2018 permitió aislar todavía más a Irán. A nivel regional, los acuerdos de Abraham de 2020 sirven un doble objetivo para Israel: confirmar su estatus de poder regional reconocido por la mayoría de sus vecinos árabes y, al mismo tiempo, marginar a Irán del tablero regional.

En este contexto, no sorprende que en los últimos años ambos países se hayan enfrentado en diversas ocasiones. Tel Aviv, que acusa a Irán de buscar la destrucción del Estado israelí, ha llevado a cabo varias operaciones militares incluyendo bombardeos sobre instalaciones militares, asesinatos de varios científicos del programa nuclear iraní, y ataques a diversos objetivos militares iraníes dentro y fuera de Irán. El régimen iraní, quien arremete contra el imperialismo occidental encarnado por Israel, ha desarrollado una política de guerra asimétrica e indirecta, recurriendo a sus aliados regionales como Hamás, Hezbolá y, más recientemente, los rebeldes hutíes para debilitar al estado israelí.

Los ataques del 7 de octubre de 2023 no hicieron más que acelerar esta rivalidad geopolítica entre ambos países. Desde la perspectiva israelí, estos ataques son una consecuencia manifiesta de la guerra asimétrica que Irán ha estado desarrollando en la región. Es más, Israel considera que Irán busca activamente debilitarlo, animando a sus aliados –como Hamás, Hezbolá y los rebeldes hutíes– a atacar directamente a Israel en represalia por la guerra en Gaza. De ahí que varios miembros del gobierno de Benjamín Netanyahu aboguen por regionalizar el conflicto: buscan acabar de una vez con sus enemigos. La intensificación de los bombardeos israelíes en el Líbano, el asesinato de varios altos mandos de Hezbolá y la extensión del frente Norte al territorio sirio son una muestra más de ello.

Sin embargo, desde los ataques de Hamás del 7 de octubre contra Israel, la escalada de tensión en Oriente Próximo ha beneficiado a Irán en muchos sentidos. Primero, porque el 7-O ha demostrado que el Estado de Israel es vulnerable. Segundo, porque estos ataques han puesto en jaque –o, mejor dicho, en pausa– los acuerdos de Abraham que amenazaban con marginar a Irán en la región. Tercero, porque Israel no ha logrado ninguno de los objetivos de su actual campaña militar en Gaza: Hamás no ha sido erradicado (y no lo será) y más de 130 rehenes israelíes siguen detenidos en la Franja. En cuarto lugar, el fracaso del ejército israelí en Gaza genera cada vez más descontento en Israel y amenaza con colapsar el gobierno de Netanyahu. A todo ello se suma el creciente aislamiento de Israel en el escenario internacional. Teherán se aprovecha de esta situación mientras niega su implicación directa en los ataques de sus aliados contra Israel y Estados Unidos. Su discurso oficial sigue inalterado: sus aliados son independientes, no les ordenan atacar a nadie ni tampoco les ordenarán que dejen de hacerlo.

Confrontado a una triple presión –la situación en Gaza, la presión doméstica e internacional-, Israel optó por dar un paso más en la extensión del conflicto regional: atacar diversos objetivos militares iraníes en territorio sirio. Esta estrategia culminó con la ofensiva del pasado 1 de abril contra un edificio diplomático iraní en Damasco, séptimo ataque atribuido a Israel desde diciembre. Esta escalada parece responder principalmente a un objetivo que, a su vez, puede servir a otros fines. Todo indica que Israel buscaba provocar un ataque directo de Irán para, a corto plazo, desviar la atención sobre la situación catastrófica en Gaza dónde prevé asaltar Rafah; usar la amenaza iraní para romper con su creciente aislamiento; y calmar el descontento de los israelíes hacia Netanyahu y su imposible guerra en la Franja. A largo plazo, un escenario de guerra regional, que implicase la intervención de EE.UU y otros posibles aliados de Israel, permitiría a Tel Aviv ajustar  cuentas con el líder del eje de la resistencia.

Aunque es demasiado pronto para evaluar el logro de estos objetivos, el mero hecho de que Irán respondiera de forma directa es un éxito notable de Israel, pero no total. Inédita por su magnitud, esta respuesta parece obedecer a un complejo entramado de consideraciones domésticas e internacionales por parte de Teherán. El régimen iraní se vio obligado a responder para no quedar desacreditado ante su población y ante sus aliados regionales. Además, se encontraba ante una apuesta extremadamente compleja: atacar a Israel sin desencadenar la guerra regional que Netanyahu busca provocar. De ahí el contraste entre el carácter espectacular de la operación «Verdadera Promesa» y el número muy limitado de daños causados.

Sin embargo, el carácter aparentemente mesurado del ataque iraní no responde únicamente a los cálculos del régimen, pues la intercepción de la cuasi totalidad de drones y mísiles se debe en gran parte a la coordinación entre Israel, EE.UU y otros países como Francia, Jordania y el Reino Unido. Del mismo modo, descifrar todos los objetivos detrás de este ataque iraní es, por ahora, una tarea imposible. Sin embargo, la respuesta de Teherán marca un antes y un después: al reivindicar el derecho a responder directamente a Israel si se considera atacado, Irán busca poner fin al esquema de disuasión israelí que prevalecía hasta ahora.

Aunque resulta imposible anticipar las consecuencias de este cambio de estrategia sumamente peligroso por parte de ambos estados, lo cierto es que Tel Aviv ya ha conseguido algunos objetivos a corto plazo. Por un lado, a cambio de la contención en su respuesta militar hacia Teherán, Netanyahu espera ganarse el respaldo de Washington a sus planes de invasión en Rafah. Por otro lado, el espectro de la amenaza iraní favoreció la reactivación de la ayuda militar estadounidense a Israel, contrarrestando así las presiones políticas para condicionar dichos apoyos. El papel de EE.UU también es crucial en caso de un enfrentamiento directo entre Israel e Irán. Aliado histórico de Tel Aviv y de varios países árabes dónde mantiene una presencia militar, Washington sostiene que no quiere una regionalización del conflicto. El discurso oficial contrasta, sin embargo, con el apoyo total de la Casa Blanca al Estado israelí, su negativa a exigir un alto el fuego, y su ayuda militar incondicional a Israel a pesar de las acusaciones de genocidio.  

Quizás haber llegado al borde del abismo lleve a Estados Unidos a reconsiderar las consecuencias de esta política nefasta para israelíes y palestinos. Eso implicaría pedir un alto el fuego en Gaza, reconocer la centralidad de la cuestión palestina en el tablero geopolítico regional, y actuar de forma contundente para desactivar la incontrolable regionalización del conflicto.

Palabras clave: Irán, Israel, Oriente Medio, 7-O, Gaza, Hamás, Eje de la Resistencia, Siria, EE.UU, Netanyahu, Hezbolá, acuerdos de Abraham

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